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colonial y semi–colonial en nuestra época. Que todas esas revoluciones triunfantes,
autocolocadas bajo el signo del socialismo, el sentimiento y la conciencia
nacionales, lejos de desaparecer o diluirse, se fortalecen, transformándose en
bandera de resistencia contra las pretensiones imperialistas de restauración burguesa.
Que, en consecuencia, y a pesar de los éxitos obtenidos, tanto por los regímenes
burgueses “democráticos”, como por el nacionalismo burgués nazi–fascista, en sus
intentos de mitificar lo nacional y manipular en su provecho el sentimiento nacional
de las masas, el nacionalismo no siempre ha actuado y actúa en función de los
intereses de la burguesía en general o de alguno de sus sectores. Y que, en fin, a
pesar de esa mitificación y manipulación burguesa de lo nacional, el concepto
mismo de “nación” se halla, tanto en sus orígenes históricos como en las actuales
luchas de liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo, estrechamente
ligado en dialéctica interdependencia con otros conceptos —libertad, igualdad,
fraternidad, democracia, justicia, pueblo, revolución— que constituyen la esencia
misma de todo autentico proceso revolucionario y que también han sido y son objeto
de una manipulación distorsionadora de su real significado, llevado a cabo por la
burguesía.
Sintetizando, y como una primera aproximación general al problema, creo que
puede afirmarse que el sentimiento nacional no siempre, ni en todo lugar, ha
jugado ni juega exactamente el mismo papel histórico objetivo y,
fundamentalmente, que esos distintos papeles pueden ser, y de hecho lo han sido y lo
son, absolutamente contradictorios unos con otros, según el contenido concreto que
dicho sentimiento asume en las distintas circunstancias de tiempo y lugar, según el
contenido, más o menos verdadero o directamente falso, de la conciencia que lo
expresa en cada una de esas circunstancias. Hay, no obstante, algo que permanece
inalterable, esto es, su presencia constante como factor de primera línea en las
luchas políticas y sociales de los últimos siglos.
Es que lo nacional, tal como veremos más adelante, no constituye algo
diferenciado e independiente de lo social —la lucha de clases—, sino más bien una
de las formas, variable en su significación, con la cual dicha lucha de clases se
manifiesta. Lo que varia es, precisamente, su contenido de clase que, según las
circunstancias, hace que el nacionalismo se constituya en una ideología de los
explotadores o, por el contrario, en una bandera de lucha de los oprimidos contra
toda forma de opresión.
En este trabajo, me propongo partir del análisis de estas dos formas contradictorias
que suelen asumir el sentimiento y la conciencia nacionales, para intentar
seguidamente una interpretación de esa compleja concreción política que es el
peronismo, en tanto expresión multitudinaria del nacionalismo anti–imperialista en
la Argentina de hoy.
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EL NACIONALISMO
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explotación del trabajo social por parte de las clases dominantes nativas. De ahí que
los representantes del sistema se esfuercen por mantener una imagen falsa de lo
nacional, tendiente a impedir el cumplimiento de aquellos objetivos y a preservar la
supervivencia de sus intereses.
Esta desvirtuación de lo nacional se dirige, principalmente, a separarlo de lo social
en su aspecto fundamental: la lucha de clases. De este modo, se lo despoja de lo que
constituye su misma esencia y la razón de su aparición histórica.
En realidad, lo que se intenta es identificar a la nación con una clase, la
burguesía, y con un sistema, el capitalismo, utilizando el sentimiento nacional en
contra de los intereses concretos de la inmensa mayoría de la nación real.
La revaloración crítica del concepto de nación y su derivado, lo nacional, se
plantea así como una necesidad militante. Dicha revaloración debe realizarse
tomándolo en sus orígenes, siguiéndolo en el proceso de su formación hasta adquirir
sus contenidos más ricos y universales —merced a los cuales el se determina y cobra
sentido, constituyendo, por lo tanto, dichos contenidos, su verdadera esencia— y en
su posterior enajenación conceptual y practica por perdida de esos contenidos, lo que
equivale, precisamente, a la pérdida de su esencia inicial. Intentare aquí un esbozo,
forzosamente general y esquemático, de este problema.
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orígenes, un verdadero contenido popular y revolucionario, planteando la
comunidad de intereses en una escala infinitamente más vasta y profunda, como
jamás se había planteado hasta ese momento.
En un proceso que, arrancando de plena Edad Media, culmina con la Revolución
Francesa, lo nacional se conforma en el plano interno a través de las luchas contra el
feudalismo y la nobleza, y en el plano exterior, ya en pleno periodo revolucionario,
como defensa de las conquistas democráticas ante la agresión extranjera que
pretende restaurar los antiguos privilegios de esa nobleza.
Las modernas naciones se van constituyendo merced a la directa acción de las
masas populares. Y el triunfo de la burguesía —usufructuaria final de los
resultados de esa acción, en desmedro de las masas que la protagonizaron— solo se
hace posible en la medida que se expresa identificando sus intereses con los de
toda la comunidad. En la medida que se expresa como campeona de la libertad,
igualdad, fraternidad, para traicionar dichos principios inmediatamente después de
logrado el objetivo de desplazar del poder a la vieja clase dominante.
Para la aparición histórica de las modernas nacionalidades y del sentimiento
nacional, el pueblo, no solo dio su sangre, sino también sus hábitos, costumbres,
tradiciones, arte, creencias, idioma, etc., en fin, todo lo que, en el plano de la
superestructura ideológica y cultural, constituye la fuente nutricia de ese sentimiento
nacional; todo lo que constituye en sí el elemento común con el cual un pueblo se
identifica y mediante el cual se autodiferencia.
La nación ha sido y es, pues, una creación de las masas, y el sentimiento
nacional se ha nutrido, y se nutre, siempre en esa raigambre popular, sin la cual
no existiría ni la una ni el otro. Sin embargo, las necesidades económicas que
determinaron, en última instancia, el nacimiento de las naciones, las fuerzas
materiales que impulsaron la lucha contra el orden feudal, tenían su encarnación
histórica concreta en la clase burguesa. Coincidían, por lo tanto, con la necesidad de
la burguesía de realizarse como clase.
La necesidad de la aparición histórica de los Estados nacionales derivada de
la necesidad de realización de los intereses burgueses. De ahí que, desde un
principio, haya sido la burguesía la cabeza directiva de las luchas nacionales en el
plano ideológico y político, y la usufructuaria lógica del resultado victorioso de
esas luchas.
El cumplimiento de las consignas democráticas enarboladas por la burguesía y con
las cuales se identificaron las masas populares, significaba la superación de los
privilegios y de la servidumbre feudales que trababan por igual las apetencias
naturales a una vida más humana de esas masas, como la realización de los intereses
de la burguesía. Es sobre la base de esta coincidencia que aparece el sentimiento
nacional como expresión de la sociedad en su conjunto, en tanto comunidad de
intereses en pugna contra un estado de cosas interno encarnado socialmente por la
nobleza y, posteriormente, comunidad de intereses en lucha defensiva contra los
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restos de ese orden en el plano externo, ya que la revolución cuestionaba, con su
ejemplo, la supervivencia de dicho orden en los Estados vecinos, provocando la
consiguiente reacción de estos.
Abatida la nobleza, constituido el Estado nacional y generado por la dinámica
de la lucha, el sentimiento nacional en las masas que la habían llevado a cabo —
sentimiento esencialmente comunitario y que, en la conciencia de las masas, se
identificaba con la liberación de toda opresión—, se rompe la comunidad de
intereses entre la burguesía y las masas populares, planteándose con crudeza la
contradicción de fondo entre la realización de los intereses de clase de la burguesía y
la realización de los intereses de la sociedad en su conjunto, por los cuales lucharon
las masas populares.
La nación y el sentimiento nacional no constituían, objetivamente, tanto para las
masas como para la burguesía, un fin en sí mismo, sino un medio de realización de
los intrínsecamente antagónicos intereses de unas y otra.
Triunfante la revolución, la condición directiva de la burguesía —derivada de su
preeminencia económica, social, cultural, etc.— garantizo la realización de sus
finalidades de clase, motivo determinante de su sentimiento nacional y causa
impulsora que la había llevado a la lucha.
No sucedió lo mismo con las masas populares. En ellas, la motivación
determinante de su sentimiento nacional era el afán natural por una vida más
humana. El sentimiento comunitario, inherente a lo nacional, no se encontraba
limitado por específicos intereses de clase, sino que se proyectaba realmente a toda
la sociedad y la nación. Pero la realización de esos objetivos humanos —los ideales
de libertad, igualdad, justicia, etc.—, al ser contradictorios con la realización de los
intereses de clase de la burguesía y, al poseer esta la preeminencia directiva del
proceso, se rebeló imposible, frustrándose en beneficio de ella. Llegado un
determinado momento de la revolución triunfante, cuando, en pos del cumplimiento
de las finalidades perseguidas por las masas en su lucha nacional, sectores de estas
amenazaron con rebasar los fines de la burguesía, fueron sangrientamente reprimidos
por la propia burguesía hasta ayer revolucionaria.
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todo lo que en el pasado significaba el ordenamiento estable de la opresión de clase,
olvidándose que la nación había surgido, precisamente, de la lucha contra esa
opresión. Aderezóse el concepto con aquellos elementos de la vida popular y de la
historia que, en sí mismos, representan sus aspectos más pasivos o abiertamente
negativos, excluyendo como anti–nacional —contrario al “estilo de vida
tradicional”—, o tergiversando su significación real, todo aspecto de la vida del
pueblo o episodio de su historia que, directa o indirectamente, contrariara el dominio
de clase burgués. Lo nacional, en su interpretación burguesa, dejo de ser
humanista y revolucionario, para transformarse en clasista y reaccionario. Fue,
desde entonces, nacional–burgués, siendo utilizado como barrera ideológica al
servicio del mantenimiento de los privilegios de clase en el plano interno y como
fuente emotiva–popular al servicio del pillaje y las guerras imperialistas llevabas a
cabo por las distintas burguesías de los países avanzados en pugna por el reparto del
mundo.
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