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PRIMERA PARTE

LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE

ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»

EL PADRE

I "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"

232 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar
su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate
consistit ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (San
Cesáreo de Arlés, Expositio symboli [sermo 9]: CCL 103, 48).

233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo y no en "los nombres" de éstos (cf. Virgilio, Professio fidei (552): DS 415), pues
no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu
Santo: la Santísima Trinidad.

234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida


cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros
misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y
esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la
salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el
Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los
aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).

235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio


de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe
sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del
Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención,
y de santificación (III).

236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia,


designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad,
con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por
la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la Theologia, la que
esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e
inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras.
Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en
su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su
obrar.

237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios


escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto"
(Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser
trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo
Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio
inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo
de Dios y el envío del Espíritu Santo.

II La revelación de Dios como Trinidad

El Padre revelado por el Hijo

238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La


divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los
hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo
(Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la Alianza y del don de la
Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel
(cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la
viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica


principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus
hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la
imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la
inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve
así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los
padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y
de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción
humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la
paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida
(cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en


cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que
recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar" (Mt 11,27).

241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio
estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible"
(Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año
325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al
Padre (Símbolo Niceno: DS 125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio
Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su
formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, nacido del Padre
antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado
no creado, consubstancial al Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el


Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas"
(Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y
en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad
completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con
relación a Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo
es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como
por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14).
El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela
en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio


Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y
dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre
como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Concilio de Toledo VI, año 638: DS
490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del
Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual
al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza [...] por
eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y
del Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de
Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria" (DS 150).

246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del
Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo
[...] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto
del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y
porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo
a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del
Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-
1301).

247 La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en


Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el
Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. Quam
laudabilitier: DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el
concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue
poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción
del Filioque en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina
constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del
Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre"
(Jn 15,26), esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La
tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el
Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo
dice "de manera legítima y razonable" (Concilio de Florencia, 1439: DS 1302),
porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial
implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin
principio" (Concilio de Florencia 1442: DS 1331), pero también que, en cuanto Padre
del Hijo Único, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo"
(Concilio de Lyon II, año 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se
desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio
confesado.

III La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe

La formación del dogma trinitario

249 La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los orígenes en la


raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su
expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y
la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos
apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros"
(2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).

250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe


trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla
contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos,
ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el
sentido de la fe del pueblo cristiano.

251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una
terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia",
"persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una
sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos
destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más
allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, Credo del
Pueblo de Dios, 2).

252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por


"esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término
"persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su
distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su
distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad

253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres
personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS
421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de
ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que
es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios
por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres
personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina"
(Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).

254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no
solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente
nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos
entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el
Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530).
Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el
Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán
IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.

255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas
entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que
las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es
referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo,
cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una
sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto,
"en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de
Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo,
todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el
Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año
1442: DS 1331).

256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado


también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:

«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual
quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres:
quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío
hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy
como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder,
que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin
distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado
inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno,
considerado en sí mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres considerados en
conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña
con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me
posee de nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).

IV Las obras divinas y las misiones trinitarias


257 O lux beata Trinitas et principalis Unitas! ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y
unidad esencial!") (LH, himno de vísperas "O lux beata Trinitas"). Dios es eterna
beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios
quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio
benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado,
"predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la
imagen de su Hijo" (Rm 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este
designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido
inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda
la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu,
cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

258 Toda la economía divina es la obra común de las tres Personas divinas. Porque
la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también
tiene una sola y misma operación (cf. Concilio de Constantinopla II, año 553: DS
421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino
un solo principio" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada
Persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia
confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "Uno es Dios [...] y Padre de
quien proceden todas las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son todas las
cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Concilio de
Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación
del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las
personas divinas.

259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la


propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana
es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo.
El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo,
lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).

260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la


unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora
somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama —dice
el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él" (Jn 14,23).

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