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LITURGIA
FONTAL
Misterio-Celebración-Vida
EDICIONES PALABRA
Madrid
Título original: Uturgie di Source
Colección: Libros Palabra
Director de la colección: Juan José Espinosa
LITURGIA
FONTAL
MISTERIO - CELEBRACIÓN - VIDA
PRÓLOGO:
F élix M aría A rocena S olano
L I B R O S
Palabra
PRÓLOGO
DATOS BIOGRÁFICOS
Jean Corbon es una de las figuras eclesiásticas más rele
vantes del área libanesa en la segunda mitad del siglo xx1.
Nació en París el 29 de diciembre de 1924 y falleció en Bei
rut a consecuencia de un accidente de circulación en el atar
decer del día 25 de febrero del 2001, víspera del inicio de la
Cuaresma, cuando faltaba exactamente un mes para que ce
lebrase sus bodas de oro sacerdotales. Con una confianza de
niño en su Padre Dios, devoto de Santa María, J. Corbon se
confesaba, desde su juventud, discípulo de Teresa de Li-
sieux. Cursó los estudios institucionales en el seminario de
Conflans y, tras ser movilizado por la guerra, tomó parte en
la campaña de Italia.
Licenciado en S. Teología, estudió en el Instituto Bí
blico de Roma y en el Instituto de Estudios Árabes de Ma-
nouba (Túnez). Llegó al Líbano en 1956 -país que ya
nunca abandonaría-, movido por el interés, sentido ya
desde sus años de estudiante, por entender m ejor la ri
queza espiritual y litúrgica de los cristianos árabes. Reci
bió la ordenación presbiteral en el rito bizantino, que
dando adscrito a la eparquía greco-melquita católica de
Beirut. Su ministerio, como sacerdote y teólogo, se centró
PUBLICACIONES
18
PRESENTACIÓN
20
INTRODUCCIÓN
22
VOCABULARIO LITÚRGICO
26
EN EL BROCAL DEL POZO
30
LITURGIA FONTAL
Volvamos a Orígenes. Antes de hablar de nosotros y de
nuestra celebración, comencemos por escuchar a Aquel
que celebra y que es celebrado. Para evitar ponernos de
nuevo a excavar nuestros pozos, acojamos a Aquel que
nos ofrece la Fuente. «Porque el Verbo de Dios está aquí y
su obra actual es la de remover la tierra del alma de cada
uno de vosotros, para hacer m anar vuestra fuente. Esta
fuente está en vosotros y no viene de fuera, como el Reino
de Dios que está dentro de vosotros»5. Antes que ser una
celebración, la Liturgia es un acontecimiento. La cuestión
no es tanto celebración y vida como Liturgia y Vida. El
acontecimiento total de Cristo es de otra amplitud y pro
fundidad: es el Misterio.
31
I
EL MISTERIO DE LA LITURGIA
33
Capítulo I
«EL MISTERIO ESCONDIDO DURANTE SIGLOS»
(Ef 3, 9)
60
Capítulo IV
LA ASCENSIÓN Y LA LITURGIA ETERNA
«El Río de Vida que mana del trono de Dios y del Cor
dero» (Ap 22, 1) caminaba escondido en el desarrollo de
los tiempos, los de la Promesa y de la paciencia de Dios.
«Cuando llegó la Plenitud de los tiempos» (Ga 4, 4), el
tiempo de la Encarnación, entró en nuestro mundo y asu
mió nuestra carne. En la Hora de la Cruz y de la Resurrec
ción, manó del Cuerpo de Cristo, incorruptible y vivifi
cante: desde entonces, el Río de Vida es Liturgia. Un
tiempo nuevo comienza entonces dentro de este tiempo1
nuestro, donde la Muerte, tras su derrota decisiva, libra
su combate en todos los frentes, pero donde la Pascua del
Señor va a penetrar las profundidades del hombre y de la
historia: son los últimos tiempos2.
Como la Hora de Jesús es inseparablemente la de su
Cruz y su Resurrección, así el momento3 en que se inau
guran los últimos tiempos es inseparablemente el de la As
censión del Señor y la Efusión de su Espíritu. La relación
que une esta H ora y este momento se ha de buscar no
1 Expresión paulina en oposición al tiempo que viene.
2 La Biblia, al revelar la Economía de la salvación, distingue los
tiempos de su realización: el principio de los tiempos, el desarrollo de
los tiempos (Antiguo Testamento), la Plenitud de los tiempos, los últi
mos tiempos en que nos encontramos y la consumación de los tiempos.
3 Además de los tiempos, el vocabulario bíblico distingue los mo
mentos determinantes, decisivos, en los que se realiza la Economía de
la salvación. Cfr. Hch 1, 7 y su nota en la Biblia de Jerusalén.
61
JEAN CORBON
tanto en su sucesión cronológica -sería quedarse al nivel
del tiempo mortal4-, sino en el despliegue de la Energía di-
vino-humana en la cual, el Río de Vida se ha convertido en
Liturgia. En efecto, Jesús ha muerto y resucitado «de una
vez para siempre» y este Acontecimiento sostiene y atra
viesa ahora toda la historia. Pero, cuando entra junto al
Padre en su hum anidad y derram a el don vivificante del
Espíritu, no cesa de manifestar y realizar la Liturgia. No
hay más que una Pascua, pero su poderosa Energía se des
pliega en una Ascensión y en un Pentecostés continuos.
El Misterio de la Ascensión
Desgraciadam ente, la Ascensión del Señor es muy
poco conocida por la mayoría de los fieles. Esta ignoran
cia está íntimamente ligada a la del misterio de la Litur
gia. Una lectura superficial de la parte final de los Sinóp
ticos y del prim er capítulo de los Hechos puede dar la
impresión de una partida. Entonces, para el lector no sen
sible al Espíritu, se ha pasado una página; comenzará a
pensar en Jesús en pasado: lo que dijo, lo que hizo... Al
continuar «buscando entre los muertos al que está vivo»,
se ha cerrado por completo la tum ba y cegado la Fuente,
y se vuelve a la vida rutinaria, sea moral sea cultual, como
los justos de la antigua alianza... Sin embargo, este mo
mento de la Ascensión es un giro decisivo: sí, es el fin de
algo de lo que no hay que huir, el final de una relación del
todo externa con Jesús, pero, sobre todo, es la inaugura
ción de una relación de fe totalmente nueva, de un tiempo
nuevo: la Liturgia de los últimos tiempos.
No podemos por menos de admirar, para renovarnos
en ella, la intuición de los primeros siglos cristianos hasta
el comienzo del segundo milenio: el Cristo de la Ascen
sión es la clave de bóveda de las iglesias. Cuando el Pue
4 Es decir, del tiempo marcado por la muerte, como nosotros
percibimos en cuanto medida del movimiento.
62
LITURGIA FONTAL
blo de Dios se reúne para m anifestar y llegar a ser el
Cuerpo de Cristo, su Señor Está allí y Viene. Él es la Ca
beza y atrae su Cuerpo hacia el Padre vivificándolo con su
Espíritu. La iconografía de las iglesias, tanto de Oriente
como de Occidente durante este período, es como la ex
tensión del misterio de la Ascensión a las dimensiones de
toda la Iglesia. Cristo, el Señor de todo (pantocrátor), es
«la piedra angular desechada por los constructores»5; ele
vado en la Cruz, Él es elevado en realidad junto al Padre,
con el cual él se convierte, en su Humanidad vivificante,
en fuente del Río de Vida6. En la bóveda del ábside apare
cen la Mujer y su Hijo (Ap 12): en la misma visión, la Vir
gen dando a luz y la Iglesia en el desierto. En el santuario,
encontramos a los ángeles de la Ascensión u otras expre
siones de las teofanías del Espíritu Santo7. Finalmente, en
los m uros de la iglesia, las piedras vivas, la m ultitud de
los Santos, «la nube de los testigos», la Iglesia de los «pri
mogénitos» (Hb 12, 23). La Ascensión del Señor es, real
mente, el espacio nuevo de la Liturgia de los últim os
tiempos y la iconografía de la iglesia de piedra es su sím
bolo transparente8.
Así, por su Ascensión, Cristo, lejos de desaparecer, co
mienza, por el contrario, a hacerse presente y a venir. Los
himnos de nuestras Iglesias le cantan entonces como el
Sol de justicia que sube del Oriente. Aquel que es el Es
plendor del Padre y que había descendido hasta las pro
fundidades de nuestras tinieblas se eleva ahora hasta lle
narlo todo con su luz. Entre su prim era Ascensión y la
71
Capítulo V
PENTECOSTÉS, ADVENIMIENTO DE LA IGLESIA
87
Capítulo VII
LA TRANSFIGURACIÓN
100
Capítulo VIII
EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA
113
LA LITURGIA CELEBRADA
Tras haber vislum brado a qué profundidad fontal
mana el Misterio de la Liturgia, podemos acoger toda su
plenitud. La Liturgia se hace nuestra cuando la celebra
mos. Entonces bebemos de la Fuente y podemos saciar a
Aquel que nos pide de beber: en el encuentro de estos dos
deseos1, el Espíritu Santo es el Río de Vida que salva al
hombre y le hace dar fruto para la Gloria del Padre.
El Misterio, envuelto en silencio durante siglos eter
nos, oculto en la creación, camina con los hombres y es
confiado pacientem ente a nuestros Padres en la fe a lo
largo de todo el tiempo de las Promesas. Su Advenimiento
en la Plenitud de los tiempos se manifiesta en la kénosis
del Verbo encamado, hasta que su Acontecer estalla en la
Hora de Jesús, en su Cruz y en su Resurrección. Enton
ces, m ana la Liturgia. En su Ascensión, Cristo la celebra
junto al Padre, eterna y vivificante, y la derrama sobre el
mundo por la efusión de su Espíritu: la Liturgia hace na
cer la Iglesia e inaugura los últimos tiempos. Ella es el
Río de Vida, que mana del trono de Dios y del Cordero, si
nergia del Espíritu y de la Esposa: en la Iglesia, la Liturgia
concibe, forma y da a luz al Cuerpo del Cristo total. En la
Plenitud de los tiempos, nosotros estábam os todos en
Cristo; en la Consumación de los tiempos, él será todo en
nosotros: la Liturgia de los últimos tiempos es esta gesta
ción del todo en todos, ella es la Transfiguración del
Cuerpo de Cristo.
118
Capítulo IX
LA CELEBRACIÓN, EPIFANÍA DE LA LITURGIA
132
Capítulo X
EL MANAR DE LA LITURGIA EN LA CELEBRACIÓN
11 Eucologio bizantino.
12 Rm 8, 16; Ga 5, 22 ss.
13 La Eucaristía es el culmen de la iniciación cristiana. Las Iglesias
ortodoxas han conservado la tradición primitiva de unir estos tres sa
cramentos en la misma celebración.
167
JEAN CORBON
todas las fibras de nuestro ser, enderezar nuestra volun
tad rebelde, purificar nuestras motivaciones, liberar nues
tras pulsiones e integrarlo todo en nuestro corazón donde
su Amor reinará soberano. En este trabajo de gestación
del hombre nuevo, el Espíritu de Jesús comienza siempre
por revelamos nuestro pecado. Fuera de El, podemos sen
tirnos culpables; solo en El nos reconocemos pecadores.
Y cuanto más transforme nuestro corazón, uniéndolo a la
Voluntad del Padre, tanto más nos descubriremos pobres
de su amor.
La ola de la misericordia y el abismo de la miseria se
encuentran entonces en una sinergia desgarrante: el per
dón. Cuando esta sinergia se hace sacramental, se mani
fiesta como Conversión, si se pone el acento en el arrepen
tim iento del corazón obrado por el Espíritu Santo, o
como Reconciliación, si se mira, sobre todo, la Comunión
reencontrada en Cristo con el Padre y con nuestros her
manos. Pero Conversión y Reconciliación son insepara
bles, como lo son los dos aspectos del pecado que ellas cu
ran: el rechazo y la ruptura. Ahora bien, la herida del
pecador y la de sus hermanos son llevadas por Jesús en su
muerte, y de este Amor crucificado mana el Espíritu de
Comunión. Porque El es, personalmente, la remisión de
nuestros pecados; allí donde la relación era fallida14, es
taba rota incluso, el Espíritu, ternura del Padre15, se de
rram a y vuelve a convertirse en el vínculo vivo de amor
que une a las personas. Es la Sangre de la Comunión, que
hace vivir a los miembros de la vida del Padre.
La Epíclesis propia de este sacramento -¡ojalá prestá
ramos atención a ella!- consiste en esta efusión del Espí
ritu Santo. Ella es su kénosis de am or en el corazón del
pecador que accede a abrirse a la Compasión del Padre.
14 Pecado, «khata’a» en hebreo, significa «fallar su objetivo», «fra
casar».
15 Este bello nombre del Espíritu Santo remite al término bíblico
«hesed».
168
LITURGIA FONTAL
En este momento central de la absolución, todo se desata,
porque todo es liberado por la Comunión, que es el Espí
ritu del Señor. La oración del sacerdote es entonces una
verdadera oración de Epíclesis16. Signo vivo de Cristo
siervo, el sacerdote intercede para que «vuelva a la vida»
este hijo del Padre «que estaba muerto»; en él se recoge
toda la intercesión de la Iglesia orante, para que resucite
«este herm ano por el que Cristo ha muerto». A este don
corresponde la respuesta del pródigo que vuelve: se abre a
la misericordia sin otra condición que la de querer volver
a su Dios y a su hermano, en el mismo amor.
Cierto, sobre el altar de nuestro corazón podem os
ofrecer continuamente el pan de las lágrimas por nuestro
pecado, y el Fuego del Espíritu puede siempre encender
nos de nuevo. Pero hay m om entos en nuestra vida
-¿quién puede negarlo?- en que nuestros rechazos acu
mulados y las fisuras ahondadas son tales que no pode
mos, sin deslealtad, escaparnos de la confesión de nuestro
pecado y de la reconciliación en la Comunidad. «Lo que
hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis»,
tanto para darle la vida como para darle la muerte. En la
Epíclesis de este sacramento, se restablece «la unidad del
Espíritu» entre los miembros, mediante «el vínculo de la
paz» (E f 4, 3); es el significado místico, más profundo que
la simple voluntad moral, de la Reconciliación en Cristo.
En todo pecado, incluso el más secreto, el Cuerpo ha que
dado herido, y es en el Cuerpo, por tanto, donde el miem
bro debe ser curado. Si estamos atentos al Espíritu Santo
en esta Epíclesis, redescubrimos la frescura de la Iglesia
en la curación de nuestro pecado, reencontramos el Ros
tro del Señor más allá de los ídolos de nuestra conciencia
moral y de nuestro superego despechado, entramos, sobre
todo, en la alegría del Padre: nuestro retom o le hace exul
16 La fórmula latina de absolución, más declarativa y jurídica, no
debe difuminar la realidad de la Epíclesis.
169
JEAN CORBON
tar de alegría con sus ángeles y la comunión de sus san
tos17.
«Padre Santo, médico de nuestras almas y de nuestros
cuerpos...»18. Así comienza la Epíclesis del otro sacramento
de nuestra curación crónica: la Unción de los enfermos. El
perdón, es decir, la efusión del Espíritu de Comunión, al
canzaba la muerte en su raíz, en su más escondido aguijón:
el pecado (1 Co 15, 56). La Unción del Espíritu, este óleo
misterioso que penetra nuestro cuerpo mortal, es como la
m irra nueva que la Esposa derram a sobre los miembros
sufrientes de su Señor. «La mirra conviene a los muertos, el
Cuerpo de Cristo permanece incorruptible»19. Las heridas
aparentes del pecado que labran poco a poco nuestros
cuerpos son así curadas ya en la esperanza.
La Epíclesis de este sacram ento anticipa para cada
uno de nosotros la Resurrección integral, y es, una vez
más, obra del Espíritu Santo: «Si el Espíritu de Aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
Aquel que lo resucitó de entre los muertos dará también
la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que
habita en vosotros» (Rm 8, 11). En la Sinergia de nuestra
conversión, el bautism o de agua se había convertido en
bautism o de lágrimas y resurrección del corazón; en la
Unción de los enfermos, el Espíritu nos conforma con los
sufrimientos de Jesús, transforma nuestra enfermedad en
amor vivificante y completa en nuestros miembros la Pas
cua irresistible de Aquel que es la Cabeza del Cuerpo. En
tonces se realiza para nosotros lo que vislumbró Ezequiel
en su visión de los huesos secos (Ez 37, 1-14): el Espíritu
de Vida nos toma en nuestra debilidad, el sello de su Don
es una prenda de resurrección que nada nos podrá arre
17 Cfr. Le 15 y el significado del «Confíteor», donde la Reconci
liación es vivida en la alegría de toda la familia de Dios.
18 Eucologio bizantino.
19 Tropario del Oficio de la Compasión, la tarde del Viernes Santo, en
la Liturgia bizantina.
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LITURGIA FONTAL
batar. Jesús curó enfermos durante su vida terrestre: les
restituía a una vida mortal. Pero, cuando su Espíritu pe
netra en nuestros cuerpos heridos por la muerte, les hace
pasar más allá de la muerte: «La muerte ya no existe, por
que ha resucitado Cristo nuestro Dios»20.
Estos dos sacramentos responden a una necesidad cons
tante del Cuerpo de Cristo en los últimos tiempos: vencer la
muerte en su raíz, el pecado. La deificación gradual de los
hijos de Dios no puede realizarse más que con la elimina
ción progresiva del movimiento de rebelión en que se re
tuerce la naturaleza herida. Sacramentos de curación, ha
cen participar a los miembros de Cristo en el amor salvador
de su Señor que asume, aquí y ahora, sus propias heridas de
naturaleza y voluntad. La frecuencia de estos dos sacramen
tos es indefinida, según el ritmo de la salud divina -de la
santificación- que el cristiano acoge libremente fundiendo
su voluntad en la Energía del Espíritu Santo.
Las Epíclesis de Cristo siervo: el don de la Vida
El Matrimonio y el Ministerio ordenado son las dos si
nergias sacramentales de la vida adulta en Cristo. Se apo
deran de la persona para abrirla al movimiento más divino
concedido al hombre: dar la Vida misma de su Dios. Uno y
otro son al mismo tiempo carisma, es decir, don del Espí
ritu Santo para el bien de todos, y energía deificante para
quien recibe ese carisma. No se da la Vida más que dando
la propia vida, como el Señor, pero este don será tanto más
fecundo cuanto más esté uno mismo transform ado en
Aquel que se la da. No son carismas tácticos y transitorios,
sino Sinergias funcionales y estructurales, mejor, son caris-
mas orgánicos de conjunción (Ef 4, 11-16).
La novedad del Matrimonio sacram ental está en la
Epíclesis en que los prometidos reciben el don del Espí
20 Tropario bizantino, VI tono, en la Liturgia bizantina.
171
JEAN CORBON
ritu Santo. Hay que recordarlo con fuerza, ante la preten
sión ingenua que quiere ver en el Matrimonio un simple
contrato, del que los esposos serían los m inistros21. Sus
consentim ientos son necesarios, como la Energía de la
respuesta humana, pero sin olvidar la Energía del don di
vino. Es significativo que el famoso texto de san Pablo al
respecto (E f 5, 32) parta justam ente del M isterio que
transfigura la unión del hombre y de la mujer, y no al re
vés. Lo que sucede en este sacramento no es tanto la ben
dición de una pareja -todo matrimonio es santo- cuanto
el Amor de Cristo y de su Iglesia del que van a participar
el hombre y la mujer. El Misterio es anterior, revela el sen
tido divino de la unión de los esposos y lo realiza.
La alianza, que simboliza, en la mayoría de las cultu
ras, la condición del matrimonio, es el signo de la Alianza
personal que une al Esposo y la Esposa, inseparable
mente Cristo y la Iglesia, este hombre y esta mujer. Ahora
bien, la Alianza es el Espíritu Santo mismo. Él es la
fuente de la unidad de este am or sin división, él es su
vínculo divino que el pecado del hombre no puede rom
per. Él es la Comunión que instaura una nueva relación
en el interior de la familia, esta Iglesia doméstica. En esta
casa de Dios, el misterio de la Iglesia como Comunión es
siempre visible. Esta novedad transforma, ante todo, a los
esposos: más allá de toda oposición o superioridad, su re
lación puede ser continuamente restaurada en la transpa
rencia que une a Cristo y la Iglesia. Transforma también
su don de vida, entre ellos, hacia los hijos y en una fecun
didad imprevisible que se extiende a todas las formas de
su creatividad y servicio22.
176
Capítulo XIII
LA CELEBRACIÓN DEL TIEMPO NUEVO
185
Capítulo XIV
EL ESPACIO SACRAMENTAL DE LA CELEBRACIÓN
193
III
LA LITURGIA VIVIDA
195
Si la Liturgia es el misterio del Río de Vida, que mana
del Padre y del Cordero, y si nos alcanza y arrastra
cuando la celebramos, es precisam ente para que toda
nuestra vida sea regada y fecundada por ella. La Liturgia
eterna, donde se consuma la Economía de nuestra salva
ción, se cumple por medio de nosotros en las celebracio
nes sacramentales, a fin de que se cumpla en nosotros, en
las más pequeñas fibras de nuestra persona y de nuestra
comunidad humana. Para convencernos de ello, es nece
sario ver en qué se distingue la Liturgia celebrada de la
Liturgia vivida. Pero tenemos que ver también por qué la
Liturgia cristiana anula la separación, que existía en la
Antigua Alianza, entre culto y vida moral. Esta tom a de
conciencia nos conducirá a la unidad totalmente nueva,
entre la celebración y la vida en la Liturgia fontal.
Liturgia celebrada y Liturgia vivida
Cuando celebram os la Liturgia, participam os, de
modo intenso y único, en la plenitud de nuestra vida, en
su Señor adorable, en todos los hombres reencontrados
en la Comunión del Padre, en el mundo reconciliado y en
el tiempo liberado: vivimos en verdad, y lo que seremos
eternamente es ya manifestado y gustado en el Espíritu.
Cada uno de nosotros nunca es tan él mismo, nunca la
Iglesia es tan ella misma, el universo y la historia jamás
han sido tan llevados en la esperanza de la Gloria como
cuando se celebra la Liturgia. Pero estos son momentos
de plenitud y de gracia. Permanece el tiempo, en su dura
197
JEAN CORBON
ción de gestación y de tensión. Es entonces cuando la Li
turgia continúa, bajo la otra cara del tiempo, en la tribu
lación y la angustia. Mientras el velo de la muerte parece
recubrir la lenta penetración de la Vida de Cristo resuci
tado, nosotros entramos en la experiencia de la Liturgia
vivida. He aquí que nosotros nos encontramos en la espe
sura de los últimos tiempos, allí donde todos los hombres
y todo el hom bre todavía no han pasado a la Vida inco
rruptible.
Esta dialéctica del tiempo y de los momentos se vuelve
a encontrar en la cualidad del espacio donde se despliega
la Liturgia. Sacram ental en la celebración, este espacio
parece tan solo un simple ambiente en la vida cotidiana.
Los signos que m anifiestan la novedad cristiana descu
bren esta distinción. En las celebraciones, son de tal ma
nera sencillos y desnudos, que inmediatamente se vuelven
transparentes a la fe, mientras que, en la vida corriente,
todo es circunstancia y reclam a continuam ente ser dis
cernido y transfigurado.
En los momentos de celebración, el don intenso del
Espíritu Santo nos hace vivir la Iglesia, la manifiesta, la
hace crecer y la transforma en el Cuerpo de Cristo. En el
tiempo de la vida, este don de Comunión no es menos in
tenso y fiel, pero cada uno se encuentra ligado por otros
vínculos en la comunidad humana. Entonces, el misterio
de Comunión de Dios con los hombres ha de ser probado
con los hechos y por medio de nosotros: habiendo llegado
a ser Cuerpo de Cristo, ¿lo viviremos?
En la vida, las sinergias del Espíritu Santo y de la Igle
sia parecen ser, más bien, las del Paráclito y de cada cris
tiano, aunque, en el fondo, son siempre las del Cuerpo de
Cristo. En las celebraciones, estas sinergias eran sacra
mentales, se desarrollaban pedagógicamente, como una
m istagogía en acción; en el resto de la existencia cris
tiana, son imprevisibles y espontáneas, sin contorno pre
ciso y fundidas la una en la otra. Ya no se puede distinguir
198
LITURGIA FONTAL
netamente cuándo el Espíritu nos revela a Jesús, cuándo
nos transform a en él y cuándo nos pone en Comunión
con él. Parecería incluso que de estas tres sinergias, tan
claras en la Eucaristía -la Liturgia de la Palabra, la Aná
fora y la Comunión-, la existencia cristiana retuviese, so
bre todo, la tercera. De hecho, si la celebración es el mo
mento de la siembra, la vida es principalmente el tiempo
de la fructificación.
Nuestras celebraciones term inan habitualm ente con
una bendición, pero este final expresa, más bien, un en
vío, una misión: ahora vivamos y comuniquemos a Aquel
que hemos recibido. La celebración nos ha vuelto a zam
bullir en el foco del Ágape divino: a partir de él, de ahora
en adelante, nosotros tenemos que ejercer nuestros múlti
ples dones y carismas para el bien de todos. Si el Señor de
Gloria nos ha transfigurado, ahora hemos de irradiarlo en
la kénosis. Conformados con su Cuerpo crucificado, el vi
gor de su Espíritu debe manifestar en nuestra carne m or
tal el poder de su Resurrección.
La Liturgia, más allá del culto y de la vida moral
Pero ¿por qué no es siempre así? ¿Por qué este hiato
entre la maravilla de nuestra celebración y la m ediocri
dad de una vida tan poco cristiana? Podemos siem pre
asom brarnos de ser pecadores, pero esta m iseria es,
quizá, menos la causa que el efecto de la separación que
mantenemos entre la celebración y la vida. Deberíamos,
más bien, preguntamos si no estamos todavía bajo el régi
men de la Ley antigua, la de la letra que justam ente no
puede dar la Vida (2 Co 3,6).
El tiem po de las prom esas es amplio, pero es el
tiempo de la preevangelización. Cuando el Espíritu Santo
prefigura a Cristo en los acontecimientos salvíficos, tiene,
sobre todo, el objetivo de preparar los corazones para
acogerlo. La pedagogía del Espíritu es existencial. Ante
199
JEAN CORBON
las acciones de Dios, él llama al hombre a abrir su cora
zón y tom ar postura. En la Antigua Alianza, esta pedago
gía se desarrollaba a dos niveles, distintos y separados: el
culto y la vida moral.
En prim er lugar, el culto. Frente al acontecim iento
donde Dios habla, el culto enseña al hombre a escuchar y
a recordar. Los gestos salvíficos del Dios vivo fundan esta
memoria del corazón y a ellos se refieren las acciones ri
tuales. El culto adquiere valor de testimonio, de memorial
incluso. El corazón que recuerda se convierte entonces en
un corazón que adora y que da gracias: «¡porque es eterno
su Amor!».
Pero este testim onio debe ser guardado y pasar a la
vida moral. Los acontecimientos salvíficos, fundadores de
la memoria del corazón y del memorial cultual, son tam
bién guías para la acción. Todo el Deuteronomio es esta
llamada al corazón para que guarde la Palabra y la ponga
en práctica. A la fidelidad del Dios salvador debe respon
der la fidelidad del creyente. Es por este camino como se
han realizado las promesas en la Alianza.
Sin embargo, el tiempo de las promesas es solo preli-
túrgico. Los acontecimientos salvíficos, como los de este
mundo, suceden una vez, y luego pertenecen al pasado.
Es cierto que el corazón que guarda la Palabra los re
cuerda en las acciones rituales, pero permanecen como
acontecimientos pasados. El corazón fiel que observa la
Ley tam bién se acuerda de ellos, pero se refiere a ellos
como a un modelo heterónomo. Es muy im portante ser
conscientes de este doble hiato de muerte que hiere toda
vía la religión de la Antigua Alianza: su culto no contiene
en sí mismo los acontecim ientos salvíficos, solo los re
cuerda; su moral intenta conformarse con ellos, pero no
procede de ellos como de una fuente actual.
Las primeras alianzas conocen un culto -sacrificial y
sinagogal- pero ignoran la Liturgia. Su culto expresa una
respuesta religiosa del hombre. De ahí el peso de los ele
200
LITURGIA FONTAL
m entos culturales en los sacrificios del Templo; de ahí
también las repeticiones cíclicas del culto. El autor de la
carta a los Hebreos insiste en estos síntomas de m uerte
que hacen al Templo, al sacerdocio y a los sacrificios leví-
ticos irrem ediablem ente im potentes para dar la Vida.
Cierto, la Ley mosaica es pedagógica al desarrollar, por
una parte, los ritos cultuales y, por otra, la religión del co
razón, y al exigir cada vez más su conformidad recíproca.
Pero se está todavía bajo el régimen precristiano de la ac
titud moral en relación con su expresión cultual. Aquí el
significado, allí el significante. Moralismo y ritualism o
van a la par y en exterioridad. El hom bre no está inte
grado. El encuentro en profundidad del Don y de la Aco
gida está aún por llegar.
De Moisés a Jesús, la dicotomía entre la acción ritual
del culto y la fidelidad moral a la Ley era inevitable. Solo
cuando «la Gracia y la Verdad» (Jn 1,17) son dadas por el
Hijo único, esta exterioridad queda abolida. Ya no hay
para nosotros funciones rituales junto a un culto interior,
sino una unidad totalmente nueva (Jr 31, 31-34). El cris
tiano ya no está dividido entre dos ocupaciones relativas a
su Dios, ora acciones sagradas ora acciones profanas, aun
cuando unas y otras reclam en estar inspiradas en el
mismo amor. «Todo eso no era más que som bra de las
realidades venideras, pero la Realidad es el Cuerpo de
Cristo» (Col 2, 17). La Nueva Alianza nos introduce más
allá de la separación entre culto y vida moral. Este más
allá es la Liturgia «en Espíritu y en Verdad» (Jn 4, 24).
El único Misterio de la Liturgia
Celebrada en ciertos momentos, pero para ser vivida
de continuo, la Liturgia es el único Misterio de Cristo que
da la Vida a los hombres. Cuando se celebra, la Liturgia
no nos ofrece un modelo que la vida debería luego imitar;
recaeríamos entonces en la exterioridad que separa el ri
201
JEAN CORBON
tual sagrado de la conducta moral. El mismo Cristo que
celebramos es el que vivimos; aquí y allá es siempre su
Misterio. Lo mismo que sus sacramentos son sus miste
rios, así también su Vida en nosotros o es mística o no es.
Su Espíritu Santo es la misma Fuente de la que bebemos
en la celebración sacramental y que mana en nuestros co
razones para la Vida eterna. Pero sin celebración no hay
vida posible; si no somos invadidos por el Río de Vida,
¿cómo podremos dar los frutos del Espíritu?
El gran don del Señor resucitado es nuestra Fuente y
nuestra Vida. La continuidad profunda de su Energía se
manifiesta desde nuestro Bautismo y nuestra Crismación;
injertados en Cristo y penetrados por el sello personal de
su Espíritu, podemos celebrar y vivir todo el Misterio de
Vida que el Padre nos entrega en abundancia. Cuando so
mos reconciliados por el don renovado del Espíritu, remi
sión personal de nuestro pecado, podemos cumplir la Co
m unión eucarística y derram arla a continuación en la
com unidad de los hombres. La Epíclesis del Cuerpo de
Cristo, de la cual los ministros ordenados son los servido
res, es comunicada entonces a todos los miembros según
el carisma de su sacerdocio real. La Epíclesis en la vida de
los cristianos y sobre el m undo, esta es la fuente cons
tante de la Liturgia vivida; entonces, el Espíritu, que es
nuestra Vida, nos hace también actuar (Ga 5, 35).
De este modo, la Liturgia eterna penetra nuestro
m undo, por la kénosis de los miem bros sufrientes de
Cristo, como levadura de inmortalidad que hace subir los
últim os tiem pos hacia su Consumación. La Gloria de
Cristo en Ascensión no atraviesa nuestro tiempo inter
mitentemente, sino que lo penetra sin cesar con su poder
de transfiguración. Así es como la maravilla que hemos
celebrado se convierte en Vida para todos los hombres. Si
la celebración nos enseña a vivir este Misterio, nuestra
vida se enraíza y alcanza su plenitud en la celebración.
Cuando venga por fin el Reino, la celebración del Misterio
202
LITURGIA FONTAL
y su vida coincidirán para siempre. Entonces, vivir el Mis
terio será celebrarlo, ya que tam bién desde ahora cele
brarlo significa entrar en «el Día de luz, largo, eterno» de
la Vida.
203
Capítulo XV
LA ORACIÓN, LITURGIA DEL CORAZÓN
214
Capítulo XVI
LA DEIFICACIÓN DEL HOMBRE
222
Capítulo XVII
LA LITURGIA EN EL TRABAJO Y EN LA CULTURA
La iconografía desconocida
Más de un lector se sorprenderá al leer un capítulo so
bre el trabajo y la cultura como experiencia de Liturgia vi
vida, inmediatamente después de la oración del corazón y
de la deificación del hombre. Pero este asombro es revela
dor del M isterio de la Liturgia. El hom bre im perfecta
mente espiritual, que nosotros somos a veces, presiente a
lo más la continuidad vital entre la celebración litúrgica y
la vida nueva del Espíritu que se derrama a partir del co
razón en todo nuestro ser... Pero ¡el trabajo! ¿Acaso no
nos han enseñado a oponer a Marta y María? Y, aunque
debamos conciliarias en nuestra vida, ¿las concesiones
hechas a Marta no van en detrimento de «la parte mejor»
elegida por su herm ana?1. En cuanto al hombre carnal,
que nosotros somos frecuentem ente, no se hace tantas
preguntas a priori; para él, la Liturgia no tiene nada que
ver con lo que él llam a la vida. En ambos casos, un
vínculo se ha roto entre el hom bre y la tierra, entre el
hombre y su Señor: ¿cómo podría, entonces, la misma co
rriente de vida arrastrar al hombre, a su universo y a su
Dios?
1 Le 10, 38-42. Una sana exégesis trata de restablecer el sentido
exacto de esta perícopa, pero la vieja dicotomía acción/contemplación,
aplicada indebidamente a este texto, se resiste a morir.
223
JEAN CORBON
La novedad de la Liturgia es restaurar esta admirable
unidad de vida. El Río que mana del Trono de Dios y del
Cordero es «límpido como cristal»; pero el hombre carnal
no lo ve y el hombre espiritual lo descubre tan solo des
pués de una larga im pregnación del corazón, a medida
que aprende a obrar en Dios, como Dios. En efecto, por
que la Liturgia es acción, trabajo de Dios y del hombre en
todas las dimensiones del hombre. A partir del corazón y
de la persona en deificación, ella se despliega en operacio
nes, en energías y en ministerios (1 Co 12, 4-7), a fin de so
meter todo a Cristo y de transformarlo todo en Él. «Todo
es vuestro, vosotros, de Cristo y Cristo, de Dios» (/ Co 3,
22 ss): tal es el gran movimiento de servicio en el que la
Liturgia trata de ser cumplida por medio de nosotros. El
mundo es el reflejo de la Gloria de Dios; el hombre es su
Icono viviente y es en Cristo como le es dada la Seme
janza. El trabajo del hombre y su cultura se inscriben en
esta corriente de Gloria.
El trabajo y la cultura son el lugar donde el hombre y
el mundo se reencuentran en la Gloria de Dios. Este en
cuentro resulta fallido o queda oscurecido en la medida
en que el hombre es pecador, es decir, está «privado de la
Gloria de Dios» (Rm 3, 23). Para que el universo sea reco
nocido y vivido como «lleno de su Gloria» (Is 6, 3), es ne
cesario, en prim er lugar, que el hom bre vuelva a ser la
M orada de esta Gloria y esté revestido de ella; por eso,
todo comienza existencialmente con la Liturgia del cora
zón y con la deificación del hombre. Decir que el hombre
es un microcosmos es una abstracción, y esperar que el
m undo sea hum anizado por el hom bre es una ilusión
mientras no se tenga la evidencia de que la Gloria de Dios
es su fuente. La Gloria de la Trinidad está oculta en kéno
sis en la creación, y se trasluce como una llamada trágica
en el hombre, creado a su Imagen. Pero en Cristo crucifi
cado y resucitado se abre el sello de la historia y la co
rriente de Gloria retom a a su fuente. Entonces, he aquí la
224
LITURGIA FONTAL
Liturgia en acción. Y, cuando se trata de restaurar la Glo
ria de Dios en el hombre, y mediante el hombre en el uni
verso, esto se llama trabajo; y este trabajo es de nuevo la
maravilla del Espíritu Santo, iconógrafo del Cristo total.
Esta iconografía permanece desconocida mientras la
creación está cautiva (cfr. Rm 8, 19-22), separada del
hombre por aquel que se atraviesa2, y cuya fractura pasa
por el corazón del hombre. La tierra está oscurecida por
que el rostro del hom bre está inclinado hacia la tierra;
pero cuando, en Cristo, este rostro se vuelve hacia Aquel
que es su Gloria, entonces la tierra puede hacer que nazca
su fruto de luz. Porque el hombre es de la tierra y el más
bello fruto de su promesa, pero el germen de la promesa
está en Dios y no puede nacer más que si el hombre le da
su consentimiento. Es en el hombre como la tierra está
prometida y es por la liberación del hombre como ella es
pera llegar a ser «tierra nueva y cielos nuevos», «tierra
desposada donde germinará la Justicia y la Paz» (Is 62, 4;
Sal 85, 10-14). En el trabajo humano y en la cultura, por
tanto, está comprometido el destino del cosmos en los úl
tim os tiempos. En el interior de la creación cautiva se
vive la gestación del «universo nuevo» (Ap 21, 5); la Igle
sia está trabajando. El Espíritu deifica al hombre, no solo
para que el hom bre hum anice el mundo, variante banal
del tema de la muerte, sino, sobre todo, para que la crea
ción y el hombre alcancen la libertad de la Gloria de Dios.
El trabajo transfigurado
La iconografía del Espíritu Santo es una obra de im
pronta y de luz. A medida que él imprime en nosotros «los
rasgos de Jesucristo crucificado» (Ga 3, 1), nos transforma
de luz en luz: nos transfigura. Ahora bien, el trabajo del
hombre es una obra de impronta. Es realmente el espíritu
2 Significado etimológico de Diablo, «dia-bolos».
225
JEAN CORBON
del hom bre el que se expresa en la naturaleza que trans
forma. Haría falta mucho silencio para redescubrir la be
lleza de la mano del hombre y, con ello, del instrumento que
la prolonga y diversifica su poder y finura. En todo aquello
que toca, el hombre deja su impronta personal. En este sen
tido, al contrario del romanticismo en el que el hombre se
proyecta, el trabajo es el despertar de la naturaleza al
mundo del espíritu. Lo que se expresa en esta humaniza
ción de la materia es infinitamente más que un objeto o una
técnica; inapreciable en cantidad o en valor del intercam
bio, el fruto del trabajo es la extensión del reinado del hom
bre. Pero ¿esta obra de impronta y de dominio es, necesa
riamente, una obra de luz? Aquí está toda la ambigüedad
del trabajo humano: ¿es para la vida o para la muerte?
El error secular de las idolatrías, también de las más
recientes, consiste en creer que, en este dram a donde el
trabajo se debate entre la vida y la muerte, la liberación
viene de la naturaleza3. Sí, la creación es inocente, es
sana, ya que ofrece al hombre la kénosis del primer amor
de su Dios; pero gime en espera de su liberación: es el
hom bre quien tiene que liberarla al hacerse libre él
mismo. El error de las idolatrías es diagnosticar el drama
ignorando la causa del mal, el pecado que habita en el co
razón del hom bre. Por eso, la iconografía del Espíritu
Santo consiste en transfigurar el corazón del hombre en
su trabajo. La luz viva no viene nunca del exterior, es inal
canzable, mana del corazón y se irradia desde el interior
por toda la persona. La Gloria de Dios, sometida a esclavi
tud en la creación por el pecado del hombre, puede irra
diarse tan solo cuando el corazón del hombre se acomoda
a ella desde el interior. No cabe en esto ninguna división.
El homo faber es un esclavo mientras no se convierta en
homo liturgicus. Si el Río de Vida no invade el corazón,
¿cómo podrá penetrar el campo de trabajo?
3 En este sentido, el marxismo y el capitalismo son versiones mo
dernas de las antiguas religiones de la naturaleza.
226
LITURGIA FONTAL
«Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo» (Jn 5,
17). Para el cristiano que ha celebrado la Eucaristía, la expe
riencia del trabajo transfigurado no es una imagen piadosa,
sino algo muy realista. Él sabe, al vivirlo, que el poder de su
Señor resucitado está actuando para liberar su trabajo del
peso de la muerte. No para ahorrarle tarea -la Cruz es siem
pre la Hora de este trabajo decisivo-, sino para abrirle en
ofrenda al Espíritu de Vida. A nivel del corazón de quien
trabaja, y no en la materialidad de lo que hace, el trabajo es
también el lugar de la Epíclesis. En efecto, sea lo que sea lo
que hagamos, tanto la acción de nuestro trabajo como su
resultado están esencialmente inacabados mientras no sean
penetrados del Poder del Espíritu que los llevará más allá de
la muerte y hará de ellos una obra de luz. Si los bautizados
no viven esto en su trabajo, ¿qué van a ofrecer ellos enton
ces en el altar de la Eucaristía? En el umbral de la Anáfora,
no venimos a traer regalos, sino algo incompleto, una lla
mada -la Epíclesis es un gemido-, la espera ansiosa de la
creación que lleva la impronta de nuestras manos, pero no
aún la de la Luz.
Y esta Luz que transfigura el trabajo, y la creación que
él modela, es la de la Comunión. La Eucaristía vivida cul
mina, también ella, en la Comunión. En el fondo, es pre
cisamente la ausencia de esta Comunión la que está en la
raíz de las injusticias del trabajo, de sus estructuras alie
nantes y de los desórdenes de la economía. La Liturgia no
suple nuestra creatividad en estos problemas; hace algo
mejor: no siendo una estructura, sino el Aliento del Espí
ritu, es profética, discierne y contesta, suscita la creativi
dad y se traduce en obras. Grita justicia y es sierva de la
paz. Impulsa a compartir, porque, si toda la tierra es de
Dios, el fruto del trabajo de los hombres es para todos los
hijos de Dios. Compartir es el jubileo del trabajo4 y el do
4 Cfr. Lv 25 y las motivaciones teologales de los años sabático y ju
bilar.
227
JEAN CORBON
mingo es el Día del ayuno de la acción en que todo trabajo
es restituido en la gratuidad; si el trabajo fatigoso es para
el pan, el pan del domingo, «el pan de este Día»5, es para
el trabajo transfigurado.
La iconografía de la cultura
Hay cultura y cultura. Muchos solo ven en ella un po
der, el de los valores dominantes de una sociedad, o un sa
ber, pacientemente acumulado y hábilmente expuesto, o,
en últim a instancia, un saber-hacer. Pero tam bién se la
puede comprender en su significado original y dinámico:
la transformación de la naturaleza por la mano del hom
bre y su impregnación por el espíritu, el espacio convir
tiéndose en morada y el silencio del vacío en el de la pala
bra. Entonces la tierra y el hombre se unen en el trabajo,
aunque no todo trabajo sea ya cultura; esta se alcanza tan
solo cuando la naturaleza es hum anizada y cuando por
ella el hombre se hace más humano. Por el contrario, la
anticultura no aparece solo cuando empiezan a preocu
parse los estetas; está actuando, como la cizaña en el
campo de la cultura, en cuanto el hombre se aparta de su
vocación divina, lo bruto sofoca al logos o la mentira de
sus demonios apaga el Espíritu. El drama de la cultura es
el del hombre creado y creador, naturaleza enraizada en
el cosmos y llamada a fructificar en la Comunión divina.
¿Salvará, pues, el Río de Vida la cultura de la esterilidad
de la muerte?
En efecto, porque la cultura, esta vocación integral del
hombre que tiende hacia la cosecha del Reino, no es sola
mente creadora; ella está en condición de caída o de re
dención. Ninguna obra de cultura es inocente. El arte, se
diga lo que se diga, no es inmediatamente divino. Si es la
239
Capítulo XIX
LA COMPASIÓN, LITURGIA DE LOS POBRES
248
Capítulo XX
LA MISIÓN Y LA LITURGIA
DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
261
ÍNDICE
II
LA LITURGIA CELEBRADA
Capítulo IX
LA CELEBRACIÓN, EPIFANÍA DE LA LITURGIA ...
La celebración, «momento» de la Liturgia.............
La celebración, lugar de la Liturgia..........................
La celebración, foco de la Liturgia ...........................
Las celebraciones de la Liturgia ...............................
La celebración, fiesta de la Liturgia..........................
264
ÍNDICE
Capítulo X
EL MANAR DE LA LITURGIA EN LA CELEBRA
CIÓ N .............................................................................. 133
Las cisternas agrietadas.............................................. 134
«Hendió la roca y manó el agua» (Is 48, 21) ......... 137
«Les conducirá a manantiales de agua» (Is 49, 10) . 144
Capítulo XI
EL SACRAMENTO DE LOS SACRAMENTOS.......... 147
La Liturgia de la Palabra ............................................ 148
La Anáfora eucarística ............................................... 151
La Comunión eucarística........................................... 155
Del preludio al fin a l.................................................... 157
Capítulo XII
LAS EPÍCLESIS SACRAMENTALES........................... 159
Unidad y diversidad de las Sinergias sacramentales . 160
Las Epíclesis del nacimiento ..................................... 162
Las Epíclesis de curación o la victoria sobre la
m uerte............................................................................ 167
Las Epíclesis de Cristo siervo: el don de la Vida.... 171
La armonía sacramental del Cuerpo de Cristo....... 174
Capítulo XIII
LA CELEBRACIÓN DEL TIEMPO NUEVO ............... 177
Día de luz, largo, eterno............................................... 177
«El año de gracia del Señor» (Le 4, 19) ................... 179
«El primer día de la semana» .................................... 182
Capítulo XIV
EL ESPACIO SACRAMENTAL DE LA CELEBRA
CIÓN .............................................................................. 187
«Señor, ¿dónde moras?» (Jn 1, 38) .......................... 187
La Iglesia, Casa de D ios.............................................. 189
El espacio del cuerpo de Cristo................................. 191
III
LA LITURGIA VIVIDA
Liturgia celebrada y Liturgia vivida ......................... 197
La Liturgia, más allá del culto y de la vida m oral.. 199
El único Misterio de la Liturgia ............................... 201
265
ÍNDICE
Capítulo XV
LA ORACIÓN, LITURGIA DEL CORAZÓN................ 205
El lugar del corazón..................................................... 205
Entrar en el nombre del Santo Señor Jesús ........... 206
El altar del corazón...................................................... 209
La Epíclesis del corazón ............................................. 210
El altar de la Comunión ............................................. 212
Capítulo XVI
LA DEIFICACIÓN DEL HOM BRE............................... 215
El Misterio de Jesú s..................................................... 216
El realismo de la Liturgia del corazón..................... 218
El Espíritu Santo, Iconógrafo de la deificación .... 220
Capítulo XVII
LA LITURGIA EN EL TRABAJO Y EN LA CULTURA 223
La iconografía desconocida......................................... 223
El trabajo transfigurado .............................................. 225
La iconografía de la cultura ........................................ 228
Capítulo XVIII
LA LITURGIA EN LA COMUNIDAD HUMANA........ 231
«El reino de Dios está en medio de vosotros» {Le
17, 21) ............................................................................ 233
La Iglesia en epíclesis ................................................. 235
«En comunión los unos con los otros» (1 Jn 1, 7) 237
Capítulo XIX
LA COMPASIÓN, LITURGIA DE LOS POBRES....... 241
El altar de los pobres .................................................. 241
La Iglesia de la Compasión ....................................... 244
Capítulo XX
LA MISIÓN Y LA LITURGIA DE LOS ÚLTIMOS
TIEMPOS ...................................................................... 249
El misterio pascual de la M isión.............................. 251
La Misión, Epifanía de la Compasión..................... 253
La Misión, Pentecostés de los últimos tiem pos...... 256
LA LITURGIA, TRADICIÓN DEL M ISTERIO........... 259
LITURGIA FONTAL
JEAN CORBON (París 1924 - Beirut 2001),
vivió en El Líbano desde 1956. Ordenado
sacerdote en el rito bizantino, centró sus
i e s t u d i o s y su ministerio, sobre todo, en el
Wp campo ecuménico. A lo largo de su vida fue
miembro de la Comisión internacional para el
" V diálogo entre católicos y ortodoxos, consultor
^ 1 del Secretariado para la unión de los
A» cristianos, miembro de la Comisión Teológica
Internacional. Fue también profesor de
Liturgia y Ecumenismo en varios centros teológicos libaneses, y
secretario de la Asociación de Seminarios e Institutos teológicos de
Oriente Medio.
Su obra más original y sugerente la constituye esta Liturgia
fontal (Liturgie de Source) que hasta ahora no había sido traducida al
castellano, y que -como dice en el Prólogo el liturgista español Félix
María Arocena- por sus expresiones y sistemática recordarán al lector
la parte del Catecismo dedicada a la oración cristiana, pues no en
vano fue también miembro de la comisión redactora del Catecismo de
la Iglesia Católica.
El cardenal Etchegaray, en la Presentación de esta obra, destaca
que «nuestros hermanos orientales dan mayor importancia que
nosotros a la Liturgia», y que en la Iglesia latina, tras la reforma
litúrgica del Concilio Vaticano II, «los animadores de la renovación
litúrgica a veces se limitan a dirigir sus esfuerzos hacia la parte
exterior de la celebración, y no nos ayudan a penetrar
verdaderamente en el misterio litúrgico».
Para Corbon, antes de hablar de nosotros y de nuestra
celebración, debemos escuchar a Quien celebra y es celebrado,
porque, antes que una celebración, la Liturgia es un evento: el
misterio de Jesucristo.
Ediciones Palabra