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La “conversión” más famosa de la historia es, sin duda, la de san Pablo. Cómo
fueron los detalles de aquel hecho los sabemos por san Lucas, quien
inmortalizó el suceso en un conmovedor relato conservado en los Hechos de
los Apóstoles (Hch 9; 22; 26). Pablo aparece allí como un joven y fogoso
judío, llamado entonces Saúl, observaba con precaución cómo se expandía el
cristianismo, para él era una secta peligrosa, por lo tanto, decidió combatirla
y no descansar hasta aniquilarla por completo.
Cierto día decidió viajar a Damasco con una autorización especial para
encarcelar a todos los cristianos de esa ciudad. Damasco distaba unos 230
kms., de Jerusalén y era una de las ciudades más antiguas del mundo, donde
existía una importante comunidad cristiana. De pronto, y casi ya en las
puertas de la ciudad, una poderosa luz lo envolvió y lo tiró por el suelo (la
mayoría de los viajes es esa época se hacían a pie, y además el texto no habla
«de un caballo» como aparece en cuadros y pinturas de la época moderna).
Luego oyó una voz: Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Pablo respondió:
¿Quién eres, Señor? La voz le contestó: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer.
A partir de ese momento Pablo fue otra persona. Un cambio sucedió en él.
Ananías lo bautizó, le explicó quién era Jesús, lo introdujo en la comunidad,
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Ahora bien, este relato tan detallado del libro de los Hechos de los Apóstoles
no coincide con la versión del propio Pablo en sus cartas. En primer lugar, en
ningún escrito suyo, Pablo cuenta la experiencia del camino a Damasco. Ni
siquiera a los Gálatas, quienes habían puesto en duda su apostolado. Sólo
menciona el evento muy de pasada (Gál 1,15). Y cuando en otras partes
cuenta sus visiones y revelaciones lo hace en tercera persona (Sé de un
hombre… 2Cor 12,2), como si no le gustara hablar de ese tema ni siquiera a
sus más íntimos.
En segundo lugar, según Hechos de los Apóstoles Pablo no vio a Jesús. Vio
una luz venida del cielo y oyó una voz (Hch 9,3-4). En cambio Pablo en sus
cartas asegura, sin entrar en detalles, haber visto a Jesús. A los corintios les
advierte: ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? (1Cor 9,1). Y también:
se le apareció a Cefas y a los Doce… y finalmente, como un aborto, se me
apareció también a mí (1Cor 15,8).
¿Por qué a san Lucas le importa tanto la conversión de San Pablo, al punto de
no sólo ampliarla en detalles sino de repetirla ¡tres veces! (Hch 9,3-19; 22,6-
16 y 26, 12-18)? Porque a lo largo de todo su libro, Lucas intenta mostrar
cómo se cumple una profecía de Jesús: la Palabra de Dios se extenderá por
todo el mundo de aquél entonces. En efecto, al principio, Jesús Resucitado se
les aparece a los apóstoles y les dice: El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes,
y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, hasta los confines
de la tierra (Hch 1,8). ¿Y qué significa “los confines de la tierra”? Era llegar a
Roma, la capital de Imperio. Por eso el objetivo de Lucas es mostrar cómo la
Palabra de Dios llega justamente hasta Roma.
La profecía se cumple
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Para Lucas, hasta cuando él escribe, ninguno de los doce apóstoles ha llegado
a Roma. Pedro, la cabeza del grupo, nunca sale más allá de Judea y Samaria.
Juan, compañero de Pedro, tampoco viaja más allá Samaria. Santiago el
Mayor es asesinado temprano. Santiago el Menor no se mueve de Jerusalén.
Matías, elegido en lugar de Judas, desaparece de inmediato después de su
elección. De los demás apóstoles no hay noticias. ¿Cómo mostrar el
cumplimiento de la profecía de Jesús: llegar «hasta los confines de la tierra»?
Lucas hizo recaer sobre Pablo el cumplimiento de esta misión. Pero Pablo no
era un verdadero apóstol, según Hechos de los Apóstoles. Porque para Lucas
«apóstol» es quien conoce en persona a Jesús, y recibe de él la misión de ser
testigo del evangelio (Hch 1,21-26). Pablo no tenía ese privilegio. Pero para
San Lucas es Pablo quien llega a Roma y por eso repite tres veces en su texto
la encomienda de esta misión al apóstol de los gentiles.
Ahora bien, Lucas, si es buen escritor, no puede contar tres veces lo mismo,
de la misma manera. Hubiera sido aburrido y su libro hubiera perdido fuerza
y convicción. Por eso, presentó sus tres narraciones de maneras diferentes. Si
comparamos los tres relatos de la conversión de Pablo, hallamos cambios
entre ellos. Su presentación es gradual. Por ejemplo, sobre la luz, el primer
relato dice una luz del cielo (Hch 9,3). El segundo, una gran luz (Hch 22,6). Y
el tercero, una luz más luminosa que el sol (Hch 26,13).
El primer relato no dice la hora de aquella luz. Pero el segundo aclara «cerca
del mediodía», lo cual resalta el esplendor luminoso. Y el tercero ya dice en
pleno mediodía, pues el brillo de la luz superaba al sol cuando éste brilla con
mayor fuerza. En el primero y en el segundo relato, la luz envolvió sólo a
Pablo (Hch 9,3 y Hch 22,6). En el tercero, la luz envolvió también a todos sus
compañeros (Hch 26,13).
Lucas también cambia otros detalles para hacer más variada su exposición,
así asomen contradictorios. En el primer relato, los compañeros de Pablo
oyeron la voz pero no vieron la luz (Hch 9,7). En el segundo, vieron la luz pero
no oyeron la voz (22,9). Y en el tercero, ni vieron ni oyeron nada. De igual
manera sucede con el efecto de la conmoción. La primera vez, Pablo cayó al
suelo y sus compañeros quedaron de pie (Hch 9,7). Pero en el tercer relato,
ellos cayeron al suelo con Pablo (26,14).
Un diálogo conocido
Hay un único elemento idéntico en los tres relatos: el diálogo entre Pablo y
Cristo, en la aparición. Ese diálogo recuerda y refleja momentos del Antiguo
Testamento. Se trata de los llamados «diálogos de aparición». Se usan para
contar la aparición de Dios o de un ángel a alguna persona. El «diálogo de
aparición» consta de ordinario de cuatro elementos: a) la doble mención del
nombre de la persona (¡Saúl, Saúl!); b) una breve pregunta del personaje
(¿Quién eres, Señor?); c) la auto presentación del Señor (Yo soy Jesús, a
quien tú persigues); y d) un encargo (Levántate y vete).
Pablo y nosotros
palabras. Pero el autor bíblico la describe adornada con voces divinas, luces
celestiales, caídas estrepitosas, ceguera, para exponer lo que nadie es capaz
de comunicar. Valoremos nuestro encuentro con el resucitado, los detalles
son simples accidentes, más bien vayamos a la esencia.
Para reflexionar