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Potissimum Institutioni

CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS


SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

ORIENTACIONES SOBRE LA FORMACIÓN EN LOS INSTITUTOS


RELIGIOSOS

La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica,
que publica el presente documento, le atribuye el caracter de Instrucción según el c. 34 del
Código de Derecho Canónico. Se trata de disposiciones y orientaciones aprobadas por el
Santo Padre y propuestas por el Dicasterio con objeto de explicitar las normas del Derecho y
de promover su aplicación. Por tanto, estas disposiciones y orientaciones suponen las
prescripciones jurídicas ya en vigor en virtud del Derecho, refiriéndose a ellas cuando se da
el caso, sin derogarlas en modo alguno.

INTRODUCCIÓN

Finalidad de la formación de los religiosos

1. La renovación adecuada de los institutos religiosos depende principalmente de la formación


de sus miembros. La vida religiosa reúne discípulos de Cristo a los que es conveniente ayudar
a acoger « este don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que con su gracia conserva
siempre ».1 Por eso las mejores formas de adaptación sólo darán su fruto si están animadas por
una profunda renovación espiritual. La formación de los candidatos, que tiene por fin
inmediato iniciarles en la vida religiosa y hacerles tomar conciencia de su especificidad en la
Iglesia, tendrá sobre todo, mediante la armoniosa fusión de sus elementos espiritual,
apostólico, doctrinal y práctico, a ayudar a religiosas y religiosos a realizar su unidad de vida
en Cristo por el Espíritu.2

Una preocupación constante

2. Con notable anterioridad al Concilio Vaticano II, la Iglesia se había preocupado de la


formación de los religiosos.3 El Concilio, a su vez, ha dado principios doctrinales y normas
generales en el capítulo VI de la Constitución dogmática Lumen Gentium y en el
Decreto Perfectae Caritatis. El Papa Pablo VI, por su parte, ha recordado a los religiosos que,
cualquiera que sea la diversidad de formas de vida y de carismas, todos los elementos de la
vida religiosa deben siempre estar ordenados a la construcción del «hombre interior».4 Nuestro
Santo Padre Juan Pablo II, desde el comienzo de su pontificado, ha tratado con frecuencia
sobre la formación de los religiosos en los numerosos discursos que ha pronunciado.5 El
Código de derecho canónico, en fin, se ha dedicado a traducir en normas más concretas las
exigencias requeridas para una renovación adaptada de la formación.6

La acción post-conciliar de la congregación para los institutos de vida consagrada y las


sociedades de vida apostólica

3. La Congregación desde 1969, amplió en la Instrucción Renovationis Causam ciertas


disposiciones canónicas entonces en vigor para « mejor adaptar el conjunto de las etapas de la
formación a la mentalidad de las nuevas generaciones, a las condiciones de la vida moderna,
así como a las exigencias actuales del apostolado, aunque permaneciendo fiel a la naturaleza y
a la finalidad particular de cada instituto ».7

Otros documentos publicados posteriormente por el Dicasterio, aunque no traten directamente


sobre la formación de los religiosos, tienen no obstante relación con ella bajo uno u otro
aspecto. Estos son Mutuae relationes en 1978,8 «Religiosos y Promoción humana» y
«Dimensión contemplativa de la vida religiosa» en 1980,9 «Elementos esenciales del
Magisterio de la Iglesia sobre la vida religiosa» en 1983.10 Será útil recurrir a estos
documentos para que la formación de los religiosos se realice en plena armonía con las
orientaciones pastorales de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares y para favorecer la
integración entre «interioridad y actividad» de las religiosas y religiosos dedicados al
apostolado.11 Así la actividad «por el Señor» no dejará de conducirlos al Señor «fuente de toda
actividad».12

La razón de ser de este documento y sus destinatarios

4. La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica
estima con todo útil y aun necesario el proponer a los superiores mayores de los institutos
religiosos y a sus hermanos y hermanas encargados de la formación, incluidos monjas y
monjes, el presente documento, tanto más que muchos de ellos lo habían pedido. Lo hace en
fuerza de la misión que tiene de dar a los institutos orientaciones que podrán ayudarles a
elaborar sus propias directivas de formación (ratio), como prescribe el derecho universal de la
Iglesia.13 Por otra parte, religiosas y religiosos tienen derecho a conocer cuál es la mente de la
Santa Sede acerca de los problemas actuales de la formación y las soluciones que tal vez
sugiera para resolverlos. EL documento se inspira en numerosas experiencias ya realizadas
después del Concilio Vaticano II y se hace eco de cuestiones muchas veces planteadas por los
superiores mayores. Recuerda a todos algunas exigencias del derecho en función de las
circunstancias y necesidades actuales. En fin, espera hacer un servicio, sobre todo a los
institutos recién fundados y a aquellos que disponen por el momento de escasos medios de
formación y de información.

5. El documento no se dirige más que a los institutos religiosos. Se centra en lo que es más
específico de la vida religiosa y no dedica más que un capítulo a los requisitos para acceder a
los ministerios diaconal y presbiteral. Estos últimos han sido objeto de instrucciones
exhaustivas por parte del competente Dicasterio, las cuales se aplican también a los religiosos
candidatos a dichos ministerios.14 Pretende dar orientaciones válidas para la vida religiosa en
su conjunto; corresponderá a cada instituto utilizarlas según su carácter propio.

El contenido del documento es igualmente válido para uno y otro sexo, salvo si se deduce lo
contrario del contexto o de la naturaleza de las cosas.15

1. LG 43.

2. Cf PC 18, tercer aparte.

3. Por orden cronológico: SC de Religiosis, Decreto Quo efficacius,  24.1.1944: AAS 36


(1944) 213; Litt. circ. Quantum conferat, 10.6.44: Enchiridion de statibus
perfectionis, Romae, 1949, n. 382, pp. 561-564; Const Apostól. Sedes Sapientiae, 31.5.1956:
AAS 48 (1956) 354-365, y Estatutos generales anexos a la Constitución.

4. ET 32; cf 2 Cor 4, 16; Rom 7, 22; Ef 4, 24; EV 996ss.

5. Juan Pablo II en Porto Alegre, 5 de julio de 1980: IDGP, III, 2, 128; Juan Pablo II en
Bergamo, 26 de abril de 1981: Idem IV, 1, 1035; Juan Pablo II en Manila, 17 de febrero de
1981: IDGP IV, 1, 329; Juan Pablo II a los Jesuítas en Roma el 27 de febrero de 1982: IDGP
V, 1, 704; Juan Pablo II a los maestros de novicios de los Capuchinos en Roma el 28 de
septiembre de 1984: IDGP VII 2, 689; Juan Pablo II en Lima, 1° de febrero de 1985: IDGP
VIII, 1, 339, Juan Pablo II en la UISG en Roma el 7 de mayo de 1985: ibid. 1212; Juan Pablo
II en Bombay el 10 de febrero de 1986: IDGP, IX, l. 420; Juan Pablo II en la UISG el 22 de
mayo de 1986: Idem, 1656; Juan Pablo II a la Conferencia de Religiosos del Brasil, 11 de julio
de 1986: IDGP IX, 2, 237.

6. Cf. CDC, cc. 641-661.

7. RC, Introducción: AAS 61 (1969) 103ss.

8. CRIS y Congregación de los Obispos: AAS 70 (1978) 473ss.

9. CRIS, EV 7, 414 ss.

10. CRIS, EV 9, 181.

11. DCVR 4.

12. Juan Pablo II a la CRIS el 7 de mayo de 1980: IDGP III, 1, 527.

13. Cf. c. 659, 2 y 3.

14. RI I, 2: AAS 62 (1970) 321ss.

15. Cf. c. 606.

Capítulo Primero

CONSAGRACIÓN RELIGIOSA Y FORMACIÓN

Identidad Religiosa y Formación

6. El fin primordial de la formación es permitir que los candidatos a la vida religiosa y los
jóvenes profesos descubran en primer lugar, asimilen y profundicen después, en qué consiste
la identidad del religioso. Solamente en estas condiciones, la persona consagrada a Dios se
insertará en el mundo como un testimonio significativo, eficaz y fiel.1 Es conveniente pues
recordar, desde el comienzo de un documento sobre la formación, lo que significa para la
Iglesia la gracia de la consagración religiosa.
La Vida Religiosa y Consagrada según el Derecho de la Iglesia

7. « En cuanto consagración de toda la persona, la vida religiosa manifiesta en la Iglesia la


admirable unión esponsal establecida por Dios, signo de la vida futura. Así el religioso cumple
su plena donación como un sacrificio ofrecido a Dios, por el cual toda su existencia se
convierte en un culto permanente ofrecido a Dios en la caridad ».

« La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos »_de la cual la vida
religiosa es una modalidad_« es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más
de cerca a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su
amor supremo, para que dedicados por un nuevo y peculiar título a la gloria de Dios, a la
edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el
servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria
celestial »2.

« Abrazan libremente esta forma de vida, en institutos de vida consagrada canónicamente


erigidos por la competente autoridad de la Iglesia, aquellos fieles mediante los votos u otros
vínculos sagrados según las leyes propias de los institutos, profesan los consejos evangélicos
de castidad, pobreza y obediencia y, por la caridad a la que éstos conducen, se unen de manera
especial a la Iglesia y su misterio ».3

Una Vocación Divina para una Misión de Salvación

8. En la base de toda consagración religiosa, hay un llamamiento de Dios, sólo se explica por
el amor que El tiene a la persona llamada. Este amor es absolutamente gratuito, personal y
único. Abarca toda la persona hasta tal punto que esta ya no se pertenece, sino que pertenece a
Cristo.4 Reviste también el carácter de una alianza. La mirada que Jesús dirigió al joven rico
expresa este carácter: « poniendo en él los ojos le amó » (Mc 10, 21). El don del Espíritu lo
significa y lo expresa. Ese don compromete a toda la persona a quien Dios llama al
seguimiento de Cristo por la práctica de los consejos evangélicos de castidad, de pobreza y de
obediencia. Es « un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que, con su gracia,
conserva fielmente ».5 Y por esto « la norma última de la vida religiosa » es «el seguimiento
de Cristo tal como se propone en el Evangelio ».6

Una Respuesta Personal

9. La llamada de Cristo, que es la expresión de un amor redentor, « abarca a toda la persona,


espíritu y cuerpo, sea hombre o mujer, en su único e irrepetible 'yo' personal ».7 « En el
corazón del llamado asume la forma concreta de la profesión de los consejos evangélicos
».8 De esta forma, aquellos a quienes Dios llama, dan a Cristo Redentor una respuesta de amor;
un amor que se entrega totalmente y sin reserva y que se concreta en ofrenda de todo el ser «
como hostia viva, santa y agradable a Dios » (Rom 12, 1). Únicamente este amor de carácter
nupcial y que implica toda la afectividad de la persona, permitirá motivar y sostener las
renuncias y las cruces que necesariamente encuentra quien quiere «perder su vida» por Cristo
y por el Evangelio (cf. Mc 8, 35).9 Esta respuesta personal es parte integrante de la
consagración religiosa.

La Profesión Religiosa: un Acto de la Iglesia que Consagra e Incorpora


10. Según la doctrina de la Iglesia, « por la profesión religiosa, los miembros se comprometen
con voto público a observar los tres consejos evangélicos, son consagrados a Dios por el
ministerio de la Iglesia y son incorporados al instituto con los derechos y deberes definidos por
el derecho ».10 En el acto de la profesión religiosa, que es un acto de Iglesia mediante la
autoridad de aquel o aquella que recibe los votos, convergen la acción de Dios y la iniciativa
de la persona.11 Este acto incorpora a la persona a un instituto. En ese instituto, los miembros
hacen vida fraterna en común12 y el instituto les asegura « el apoyo de una mayor estabilidad
en su género de vida, una doctrina experimentada para conseguir la perfección, una comunión
fraterna al servicio de Cristo y una libertad robustecida por la obediencia, de tal manera que
puedan cumplir con seguridad y guardar fielmente su profesión religiosa, avanzando con
alegría espiritual por la senda de la caridad ».13

La pertenencia de los religiosos y religiosas a un instituto, los lleva a dar a Cristo y a la Iglesia
un testimonio público de apartamiento «del espíritu del mundo » (1 Cor 2, 12) y de los
comportamientos que le son propios, al mismo tiempo que de su presencia en el mundo según
la « sabiduría de Dios » (1 Cor 2, 7).

La Vida según los Consejos Evangélicos

11. « La profesión religiosa pone en el corazón de cada uno y de cada una (. . .) el amor del
Padre, aquel amor que existe en el Corazón de Jesucristo, el Redentor del mundo. Es un amor
que abarca al mundo y a todo lo que en él viene del Padre y que al mismo tiempo busca vencer
todo lo que en el mundo, no procede del Padre».14 «Tal amor debe brotar (...) de la fuente
misma de aquella particular consagración que basada en el sacramento del santo bautismo es el
comienzo de (la) vida nueva (del religioso) en Cristo y en la Iglesia, el comienzo de la nueva
creación ».15

12. La fe, la esperanza y la caridad impulsan a los religiosos y religiosas a empeñarse por
medio de los votos a practicar y profesar los tres consejos evangélicos y a dar así testimonio de
la actualidad y del valor de las Bienaventuranzas para este mundo.16

Los consejos son como el eje conductor de la vida religiosa, ya que ellos expresan de manera
completa y significativa el radicalismo evangélico que la caracteriza. En efecto, « por la
profesión de los consejos evangélicos hecha en la Iglesia (el religioso) pretende liberarse de las
rémoras que podrían retenerlo en su búsqueda de una caridad ferviente, de la perfección del
culto divino y es consagrado más íntimamente al servicio de Dios.17

Los consejos evangélicos afectan a la persona humana en las tres dimensiones esenciales de su
existencia y de sus relaciones: el amar, el poseer y el poder. Este enraizamiento antropológico
explica que la tradición espiritual de la Iglesia los haya relacionado con frecuencia, con las tres
concupiscencias evocadas por San Juan.18 Su práctica bien llevada favorece el desarrollo de la
persona, la libertad espiritual, la purificación del corazón, el fervor de la caridad y ayuda al
religioso a cooperar en la construcción de la ciudad terrena.19

Los consejos evangélicos vividos tan auténticamente como sea posible tienen un gran
significado para todos los hombres20 ya que cada voto da una respuesta específica a las
grandes tentaciones de nuestro tiempo. Mediante ellos la Iglesia continúa mostrando al mundo
los caminos de su transfiguración en el Reino de Dios.
Por ello, es importante que se ponga un cuidado esmerado en iniciar a los candidatos a la vida
religiosa teórica y prácticamente en las exigencias concretas de los tres votos.

La Castidad

13. « El consejo evangélico de castidad, asumido por el Reino de los cielos, que es signo del
mundo futuro y fuente de una fecundidad más abundante en un corazón no dividido, lleva
consigo la obligación de observar perfecta continencia en el celibato ».21 Su práctica supone
que la persona consagrada por los votos de religión coloca en el centro de su vida afectiva una
relación « más inmediata » (ET 13) con Dios por Jesucristo en el Espíritu.

« Como la observancia de la continencia perfecta afecta íntimamente inclinaciones


particularmente profundas de la naturaleza humana, los candidatos a la profesión de la castidad
no deben abrazarla ni deben ser admitidos sino después de una probación verdaderamente
suficiente y si tienen la debida madurez psicológica y afectiva. No habrá que contentarse con
prevenirles solamente de los peligros que acechan a la castidad, sino que han de ser formados
de manera que asuman el celibato consagrado a Dios incluso para bien de toda la persona. »22

Una tendencia instintiva de la persona humana la lleva a absolutizar el amor humano.


Tendencia caracterizada por el egoísmo afectivo que se afirma por la dominación de la persona
amada, como si de esta posesión pudiera brotar la felicidad. Por otra parte, al hombre le cuesta
mucho comprender y sobre todo hacer realidad, que el amor puede ser vivido en la donación
total de sí mismo, sin exigir necesariamente la expresión sexual. La educación de la castidad
se orientará pues a ayudar a cada una y cada uno a controlar y dominar sus impulsos sexuales,
aunque prestando atención al mismo tiempo a no caer en un egoísmo afectivo orgullosamente
satisfecho de su fidelidad en la pureza. No es casual el que los antiguos Padres dieran a la
humildad prioridad sobre la castidad, por la posibilidad que existe, como lo prueba la
experiencia, de que se den juntas la castidad y la dureza de corazón.

La castidad libera de una manera especial el corazón del hombre (1 Cor 7, 32-35) para que
arda de amor de Dios y de todos los hombres. Una de las mayores contribuciones que el
religioso puede aportar a los hombres de hoy, es ciertamente la de manifestarles más por su
vida que por sus palabras, la posibilidad de una verdadera dedicación y apertura a los otros,
compartiendo sus alegrías, y siendo fiel y constante en el amor, sin actitudes de dominio ni de
exclusivismo.

En consecuencia, la pedagogía de la castidad consagrada procurará:

- conservar la alegría y la acción de gracias por el amor personal con el que cada uno ha sido
mirado y elegido por Cristo;

- fomentar la frecuente recepción del sacramento de la reconciliación, el recurso a una


dirección espiritual regular y el compartir un verdadero amor fraterno en comunidad,
concretizado en relaciones francas y cordiales;

- hacer conocer el valor del cuerpo su significación, educar para una elemental higiene
corporal (sueño, deporte, esparcimientos, alimentación, etc.);

- ofrecer las nociones fundamentales sobre la sexualidad masculina y femenina, con sus
connotaciones (físicas, psicológicas y espirituales;

- ayudar a controlarse en el plano sexual y afectivo, y también en lo que se refiere a otras


necesidades instintivas o adquiridas (golosinas, tabaco, alcohol);

- ayudar a cada uno a asumir sus experiencias pasadas, sean positivas para agradecerlas, sean
negativas para descubrir los puntos débiles, humillarse serenamente delante de Dios y
permanecer vigilante en el futuro;

- destacar la fecundidad de la castidad, la maternidad espiritual (Gal 4, 19) que es generadora


de vida para la Iglesia;

- crear un clima de confianza entre los religiosos y sus educadores que deben estar prontos a
comprender todo y a escuchar con afecto a fin de poder clarificar y sostener;

- comportarse con la prudencia necesaria en el uso de los medios de comunicación social y en


las relaciones personales que pudieran impedir una práctica coherente del consejo de castidad
(cf. cc. 277, 2 y 666). Es una obligación no solamente de los religiosos, sino también de sus
superiores, el ejercitar esta prudencia.

La Pobreza

14. « El consejo evangélico de pobreza a imitación de Cristo que siendo rico se hizo pobre por
nosotros, además de una vida pobre de hecho y de espíritu, laboriosa y sobria, desprendida de
las riquezas terrenas, lleva consigo la dependencia y la limitación en el uso y disposición de
los bienes conforme a la norma del derecho propio de cada instituto ».23

La sensibilidad hacia la pobreza no es nueva, ni en la Iglesia, ni en la vida religiosa. Lo que


quizás es nuevo es una vida religiosa que se caracteriza hoy por una particular sensibilidad
hacia los pobres y hacia la pobreza en el mundo. Hoy existen formas de pobreza a grande
escala vividas por individuos o soportadas por sociedades enteras: el hambre, la ignorancia, la
enfermedad, el desempleo, la represión de las libertades fundamentales, la dependencia
económica y política, la corrupción administrativa, sobre todo el hecho de que la sociedad
humana parece organizada de tal forma que produce y reproduce estas formas de pobreza, etc.

En estas condiciones los religiosos son estimulados a un mayor acercamiento a los más
empobrecidos y necesitas, a quienes el mismo Jesús ha preferido siempre, a los cuales dijo
haber sido enviado,24 y con quienes se ha identificado.25 Este acercamiento los lleva a adoptar
un estilo de vida personal y comunitaria más coherente con su compromiso de seguir más de
cerca a Jesucristo pobre y humillado.

Esta « opción preferencial »26 y evangélica de los religiosos por los pobres implica
desprendimiento interior, una austeridad de vida comunitaria y el compartir a veces su propia
vida, sus luchas, sin olvidar sin embargo que la misión específica de los religiosos es la de «
testimoniar de modo esplendente y eminente que el mundo no puede ser transformado y
ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas ».27

Dios ama a toda la familia humana y quiere reunirla toda sin exclusivismos.28 Para los
religiosos y religiosas, es también una forma de pobreza no dejarse ceñir a un solo ambiente o
una clase social.

El estudio de la doctrina social de la Iglesia, y particularmente de la Encíclica Sollicitudo rei


socialis y de la « Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación »,29 ayudará al
discernimiento requerido para una práctica actualizada de la pobreza apostólica.

La educación para la vivencia de la pobreza evangélica se preocupará de los siguientes


aspectos:

- antes de entrar en la vida religiosa, algunos jóvenes han gozado de cierta autonomía
financiera y se han acostumbrado a procurarse todo lo que deseaban. Otros encuentran en la
comunidad religiosa un nivel de vida más alto que el de su infancia o de sus años de estudio o
de trabajo. La pedagogía de la pobreza tendrá en cuenta la historia de cada uno. Tampoco
olvidará que en ciertas culturas las familias esperan poder aprovecharse de aquello que aparece
como una promoción para sus hijos;

- es propio de la virtud de la pobreza empeñarse en una vida laboriosa, en actos concretos y


humildes de desprendimiento, de despojo, que hacen a la persona más libre para la misión;
admirar y respetar la creación y los objetos materiales puestos a disposición, compartir el nivel
de vida de la comunidad y desear lealmente que « todo sea común » y « que se de a cada uno
según sus necesidades » (Act 4, 32.35).

Todo esto con el fin de centrar su vida en Jesucristo pobre, contemplado, amado y seguido. Sin
esto, la pobreza religiosa bajo la forma de solidaridad y de participación, se vuelve fácilmente
ideológica y política. Solamente un corazón de pobre, que sigue a Jesucristo pobre, puede ser
la fuente de una auténtica solidaridad y de un auténtico desprendimiento.

La Obediencia

15. « El consejo evangélico de la obediencia, abrazado con espíritu de fe y de amor en el


seguimiento de Cristo, obediente hasta la muerte, obliga a someter la propia voluntad a los
superiores legítimos, que hacen las veces de Dios, cuando mandan algo según las
constituciones propias ».30

Además todos los religiosos « están sometidos de modo peculiar a la autoridad suprema de la
Iglesia (...) (y) deben obedecer al Soberano Pontífice como su supremo superior, incluso en
virtud del vínculo sagrado de obediencia».31

« Lejos de menoscabar la dignidad de la persona humana (la obediencia) lleva a la madurez,


haciendo crecer la libertad de los hijos de Dios ».32

La obediencia religiosa es al mismo tiempo imitación de Cristo y participación en su misión.


Ella se preocupa de hacer lo que Jesús hizo y, al mismo tiempo, lo que él haría en la situación
concreta en la que el religioso se encuentra hoy. En un instituto, se ejerza o no la autoridad,
una persona no puede mandar ni obedecer, sin referirse a la misión. Cuando el religioso
obedece, pone su obediencia en línea de continuidad con la obediencia de Jesús para la
salvación del mundo. Por esto, todo lo que en el ejercicio de la autoridad o de la obediencia,
sabe a compromiso, a solución diplomática o a presión, o a cualquier tipo de manejo humano,
traiciona la inspiración fundamental de la obediencia religiosa que es la de conformarse con la
misión de Jesús y actualizarla en el tiempo, incluso cuando se trate de un compromiso difícil.

Un superior que favorece el diálogo, educa para una obediencia responsable y activa. Con
todo, le corresponde a él « usar de (su) autoridad cuando es preciso decidir y mandar lo que se
debe hacer ».33

En la pedagogía de la obediencia se tendrá en cuenta:

- que para darse en obediencia, es preciso ante todo existir. Los candidatos necesitan salir del
anonimato del mundo de la técnica y reconocerse y ser reconocidos como personas, ser
estimados y amados;

- que estos mismos candidatos tienen necesidad de encontrar la verdadera libertad, con el fin
de poder dar personalmente el paso de aquello « que les gusta » a aquello « que es la voluntad
del Padre ». Para esto las estructuras de la comunidad de formación, aun manteniéndose
suficientemente claras y firmes, dejarán lugar amplio a las iniciativas y a las decisiones
responsables;

- que la voluntad de Dios se expresa frecuente y eminentemente a través de la mediación de la


Iglesia y de su Magisterio, y específicamente para los religiosos a través de sus propias
constituciones;

- que en cuestión de obediencia, el testimonio de los mayores en la comunidad, tiene más peso
para los jóvenes que cualquier otra consideración teórica.

Sin embargo, el joven que se esfuerza por obedecer como Cristo y en Cristo, puede superar
ejemplos menos edificantes.

La educación para la obediencia religiosa se hará pues con toda la lucidez y exactitud
requerida para no desviarse del « camino » que es Cristo en misión.34

Los institutos religiosos una diversidad de dones que se debe cultivar y mantener

16. La variedad de los institutos religiosos es como « un árbol que se ramifica espléndido y
múltiple en el campo del Señor partiendo de una semilla puesta por Dios ».35 Por ellos « la
Iglesia muestra de hecho mejor cada día ante fieles infieles a Cristo ya sea entregado a la
contemplación en el monte, ya anunciando el Reino de Dios a las multitudes, o curando a los
enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños
y haciendo bien a todos, siempre, sin embargo, obediente a la voluntad del Padre que lo
envió.36

Esta diversidad se explica por la variedad del «carisma de los fundadores »37 que « se
manifiesta como una experiencia del Espíritu, transmitida a sus discípulos para ser vivida por
ellos, guardada, profundizada, desarrollada continuamente en coherencia con el Cuerpo de
Cristo en perpetuo desarrollo. Es esta la razón por la cual la Iglesia defiende y sostiene el
carácter propio de los diversos institutos religiosos ».38

No hay pues un modo uniforme de observar los consejos evangélicos, sino que cada instituto
debe definir su propia manera « teniendo en cuenta sus fines y carácter propios »39 y esto no
solamente en lo que se refiere a la observancia de los consejos evangélicos sino también en
todo lo relacionado con el estilo de vida de sus miembros con el fin de tender a la perfección
de su estado.40

Una vida unificada en el espíritu santo

17. « Los que profesan los consejos evangélicos busquen y amen ante todo a Dios que nos amó
primero (1 Jn 4, 10) y en toda ocasión aplíquense a mantener la vida escondida con Cristo en
Dios (cf. Col 3, 3) de donde fluye y se urge el amor al prójimo para la salvación del mundo y
la edificación de la Iglesia ».41 Esta caridad que vivifica y ordena aun la misma práctica de los
consejos evangélicos, está infundida en los corazones por el Espíritu de Dios, que es Espíritu
le unidad, de armonía y de reconciliación, no sólo entre las personas, sino también en el
interior de las mismas.

He aquí por qué la vida personal de un religioso o de una religiosa, no debería experimentar
división ni entre el fin genérico de su vida religiosa y el fin específico de su instituto, ni entre
la consagración a Dios y el envío al mundo, ni entre la vida religiosa en cuanto tal, por una
parte, y las actividades apostólicas, por otra. No existe concretamente una vida religiosa « en sí
» a la que se incorpora, como un añadido subsidiario, el fin específico y el carisma particular
de cada instituto. No existe en los institutos dedicados al apostolado, un camino de santidad ni
de profesión de los consejos evangélicos, ni de vida dedicada a Dios y a su servicio, que no
estén intrinsecamente ligados al servicio de la Iglesia y del mundo.42 Más aún, « la acción
apostólica y benéfica pertenecen a la naturaleza de la vida religiosa » hasta el punto que « toda
vida religiosa (...) debe estar imbuída de espíritu apostólico y toda acción apostólica debe estar
informada por el espíritu religioso ».43 El servicio al prójimo no divide ni separa al religioso de
Dios. Si está animado por una caridad auténticamente teologal, este servicio cobra valor de
servicio a Dios.44 Y se puede también afirmar con razón que « el apostolado de todos los
religiosos consiste, en primer lugar, en el testimonio de su vida consagrada ».45

18. Corresponderá a cada persona verificar de qué manera en su propia vida, la actividad
deriva de su unión íntima con Dios y, simultáneamente, estrecha y fortifica esta unión.46 Desde
este punto de vista, la obediencia a la voluntad de Dios, manifestada aquí y ahora en la misión
recibida, es el medio inmediato por el cual puede realizarse una cierta unidad de vida,
pacientemente buscada, pero jamás suficientemente lograda. Esta obediencia no se explica
sino por la voluntad de seguir a Cristo más de cerca, vivificada y estimulada por un amor
personal a Cristo. Este amor es principio de unidad interior de toda vida consagrada.

La verificación de la unidad de vida se hará oportunamente en función de cuatro grandes


fidelidades: fidelidad a Cristo y al Evangelio, fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo,
fidelidad a la vida religiosa y al carisma propio del instituto, fidelidad al hombre y a nuestro
tiempo.47

1. Cf. Juan Pablo II en la UISG el 7 de mayo de 1985. Ver nota 5, Introducción.

2. CC. 605 y 573, 1; cf. también LG 44 y PC 1, 5 y 6.

3. C. 573, 2.
4. Cf. 1 Cor 6, 19.

5. LG 43.

6. PC 2a. Sobre la vocación divina, cf. también LG 39. 43b. 44a. 47; PC 1c; RC preámbulo,
2d: OPR I, 57.62.67.85.140.142; II 65. 72; Apéndice; OCV 17. 20; ET 3. 6. 8. 12. 19. 31. 55;
MR 8a; cc. 574,2. 575; EE 2. 5. 6. 7. 12. 14. 23. 44. 53; RD 3c. 6b. 7d. 10c. 16a.

7. RD 3

8. RD 8

9. Sobre la respuesta personal, cf. también LG 44a. 46b. 47; PC 1c; RC 2a, c; 13, 1; OPR I, 7.
80; ET 1. 4. 7. 8. 31; can. 573, 1; EE 4. 5. 30. 44. 49; RD 7a. 8b. 9b.

10. C. 654.

11. Cf. EE 13-17.

12. C.607, 2.

13. LG 43a. Sobre el rninisterio de la Iglesia en la consagración religiosa, cf. también LG 44a;
45c; PC 1b, c; 5b; 11a, OPR, apéndice, Misa de la profesión perpétua, I; Ritus promissionis  5;
OCV 16; ET 7; 47; MR 8; can. 573, 2. 576. 598. 600-602; EE 7. 8. 11. 13. 40. 42; RD 7a, b.
14c.

14. RD 9: AAS 76 (1984) 513 ss.

15. RD 8: ibid.

16. LG 31.

17. LG 44.

18. Cf. 1 Jn 2, 15-17.

19. Cf. LG 46.

20. Cf. LG 39. 42. 43.

21. C. 599.

22. PC 12.

23. C. 600.

24. Cf. Lc 4, 16-21.


25. Cf. Lc 7, 18-23.

26. Documento de Puebla, nn. 733-735.

27. Sollicitudo rei socialis 41; cf. también LG 31.

28. Cf. GS 32.

29. Congregación para la Doctrina de la fe, 22-3-1986.

30. C. 601.

31. C. 590, 1 y 2.

32. PC 14.

33. PC 14.

34. Cf. Jn 14, 16.

35. LG 43.

36. LG 46.

37. ET 11; cf. nota 4 introducción.

38. MR 11; cf. nota 8 introducción.

39. C. 598, I.

40. Cf. c. 598, 2.

41. PC6.

42. Cf. PC 5.

43. PC 8.

44. St. Tomás, Suma Teológica, II-IIae, q. 188, a. 1 y 2.

45. C. 673.

46. Cf. PC 8.

47. Cf. RPH 13 al 21; cf. nota 9 introducción.


Capítulo Segundo

ASPECTOS COMUNES A TODAS LAS ETAPAS DE LA FORMACIÓN EN LA VIDA


RELIGIOSA

A) Agentes y ámbitos de formación

El espíritu de dios

19. Es Dios mismo quien llama a la vida consagrada en el seno de la Iglesia. Es El quien, a lo
largo de toda la vida del religioso, conserva la iniciativa: « Fiel es el que os llama: y es El
quien lo hará ».1 Del mismo modo que Jesús no se contentó con llamar a sus discípulos, sino
que los educó pacientemente durante la vida pública, así después de su resurrección, continuó
por medio de su Espíritu « conduciéndoles a la verdad completa ».2 Este Espíritu, cuya acción
es de un orden diferente que los datos de la sicología o la historia visible, pero que obra
también a través de ellos, actúa en lo más secreto del corazón de cada uno de nosotros para
manifestarse después en frutos patentes: El es el Espíritu de Verdad que « enseña », « llama »,
« guía ».3 El es « la unción » que « hace gustar », apreciar, juzgar, optar.4 El es el abogado
consolador que « viene en ayuda de nuestra debilidad », sostiene y da el espíritu filial.5 Esta
presencia discreta pero decisiva del Espíritu de Dios exige dos actitudes fundamentales: la
humildad que se abandona a la sabiduría de Dios, la ciencia y la práctica del discernimiento
espiritual. Es importante, en efecto, poder reconocer la presencia del Espíritu en todos los
aspectos de la vida y de la historia y a través de las mediaciones humanas. Entre estas últimas,
es necesario subrayar la apertura a un guía espiritual, suscitada por el deseo de ver claro en sí
mismo y por la disponibilidad a dejarse aconsejar y orientar a fin de discernir correctamente la
voluntad de Dios.

La virgen maría

20. La Virgen María, Madre de Dios y Madre de todos los miembros del Pueblo de Dios
siempre ha estado asociada a la obra del Espíritu. Por El concibió en su seno al Verbo de Dios
y le esperó con los apóstoles, perseverando en la oración (cf. LG 52 y 59), después de la
Ascensión del Señor. Por eso, desde el principio hasta el fin de un itinerario de formación, las
religiosas y los religiosos encuentran la presencia de la Virgen María.

« Entre todas las personas consagradas sin reserva a Dios, ella es la primera. Ella, la Virgen de
Nazareth, es también la más plenamente consagrada a Dios, consagrada del modo más
perfecto. Su amor esponsal alcanza su ápice en la maternidad divina por obra del Espíritu
Santo. Madre, ella lleva en sus brazos a Cristo, y al mismo tiempo responde del modo más
perfecto a su llamada « sígueme ». Ella, su madre, lo sigue como a su Maestro en castidad,
pobreza y obediencia (...). Si María es el primer modelo para toda la Iglesia, lo es con más
razón para las personas y comunidades consagradas dentro de la Iglesia ». Cada religioso está
invitado « a reavivar (su) consagración religiosa según el modelo de la consagración de la
misma Madre de Dios ».6

El religioso encuentra a María no sólo a título de modelo sino también a título materno. « Ella
es la Madre de los religiosos puesto que ella es la Madre de aquel que fue consagrado y
enviado. La vida religiosa encuentra en su Fiat y en su Magnificat la totalidad de su abandono
a la acción consagratoria de Dios y el estremecimiento de gozo que de ella nace ».7

La iglesia y el « sentido de iglesia »

21. Existen entre María y la Iglesia lazos de unión múltiples y estrechos. Ella es su miembro
más eminente y su Madre. Es su modelo en la fe, la caridad y la perfecta unión con Cristo. Es
para la Iglesia un signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor
(cf. LG 53, 63.68).

La vida religiosa también mantiene con el misterio de la Iglesia un vínculo particular.


Pertenece a su vida y a su santidad.8 Es « una manera particular de participar de la naturaleza
"sacramental" del pueblo de Dios ».9 Su don total a Dios « une (al religioso) a la Iglesia y a su
misterio de manera especial, llevándolo a obrar con una entrega total para el bien de todo el
cuerpo »10 y la Iglesia por el ministerio de sus pastores, « no sólo eleva mediante su sanción la
profesión religiosa a la dignidad de estado canónico de vida, sino que, además, con su acción
litúrgica, la presenta como un estado consagrado a Dios ».11

22. Las religiosas y los religiosos reciben en la Iglesia el alimento con que nutrir su vida
bautismal y su consagración religiosa. También en ella, reciben el pan de vida en la mesa de la
Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. Efectivamente, durante una celebración litúrgica San
Antonio, considerado justamente como el padre de la vida religiosa, escuchó la palabra viva y
eficaz que le impulsó a dejar todo para ponerse a seguir a Cristo.12 Es en la Iglesia donde la
lectura de la Palabra de Dios, acompañada de la oración, establece el diálogo entre Dios y el
religioso13 y suscita los ímpetus generosos y las renuncias indispensables. Es la Iglesia quien
asocia la ofrenda que las religiosas y los religiosos hacen de su propia vida al sacrificio
eucarístico de Cristo.14 Por el sacramento de la reconciliación celebrado frecuentemente, en
fin, ellos reciben de la misericordia de Dios el perdón de sus pecados y son reconciliados con
la Iglesia y con su propia comunidad a quien han herido con su pecado.15 La liturgia de la
Iglesia llega a ser así para ellos el vértice por excelencia al cual tiende toda una comunidad y
la fuente de donde mana su vigor evangélico (cf. SC 2, 10).

23. Por esta razón la tarea formativa se desarrollará necesariamente en comunión con la Iglesia
de la que los religiosos son hijos y en la obediencia filial a sus Pastores. La Iglesia « llena de la
Trinidad »,16 como dijera Orígenes, es, a imagen y en dependencia de su fuente, una comunión
universal en la caridad. De ella recibimos el Evangelio que ella misma nos ayuda a descifrar,
gracias a su Tradición y a la interpretación auténtica del Magisterio.17 Porque la Iglesia es una
Comunión orgánica.18 Ella se mantiene gracias a los apóstoles y a sus sucesores, bajo la
autoridad de Pedro, « principio y. fundamento visible y. perpetuo de la unidad de fe y de
comunión ».19

24. Será pues necesario desarrollar en las religiosas y religiosos una manera de « sentir » no
sólo « con » sino, como dijo San Ignacio de Loyola, « en » la Iglesia.20 Este sentido de la
Iglesia consiste en tener conciencia de que se pertenece a un pueblo en marcha. Un pueblo que
tiene origen en la comunión trinitaria, que se enraiza en una historia, que se apoya sobre el
fundamento de los apóstoles y sobre el ministerio pastoral de sus sucesores que reconoce en el
Sucesor de Pedro al Vicario de Cristo y jefe visible de toda la Iglesia. Un pueblo que encuentra
en la Escritura, la Tradición y el Magisterio, el triple y único canal por el que le llega la
Palabra de Dios; que aspira a la unidad visible con las otras comunidades cristianas no
católicas. Un pueblo que no ignora los cambios ocurridos a través de los siglos, ni las
diversidades legítimas actuales en la Iglesia porque se aplica más bien a descubrir la
continuidad y la unidad, que son más reales aún. Un pueblo que se identifica como Cuerpo de
Cristo y que no separa el amor a Cristo del que debe tener a su Iglesia, consciente de que él
representa un misterio, el misterio mismo de Dios en Jesucristo por su Espíritu, infundido y
comunicado a la humanidad de hoy y de siempre. Un pueblo, por consiguiente, que no acepta
ser percibido ni analizado sólo desde el punto de vista sociológico o político, porque la parte
más auténtica de su vida escapa a la atención de los sabios de este mundo. En fin, un pueblo
misionero que no se contenta con ver a la Iglesia como un « pequeño rebaño », sino que no
cesa hasta que el Evangelio sea anunciado a toda persona humana y el mundo sepa que « no
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvos » (Act 4, 12),
sino el de Jesucristo (cf. LG 9).

25. El sentido de Iglesia implica también el sentido de la comunión eclesial. En virtud de la


afinidad que existe entre la vida religiosa y el misterio de una Iglesia de la cual el Espíritu
Santo « asegura la unidad (...) en la comunión y el servicio »,21 « los religiosos, comunidad
eclesial, están (...) llamados a ser en la Iglesia y en el mundo los expertos en comunión,
testigos y artífices de este proyecto de comunión que se encuentra en el vértice de la historia
del hombre según Dios »22 y esto por la profesión de los consejos evangélicos, que libera de
todo obstáculo el fervor de la caridad y los convierte en signo profético de la comunión íntima
con Dios amado soberanamente y por la experiencia cotidiana de una comunidad de vida, de
oración y de apostolado, componentes esenciales y distintivos de su forma de vida consagrada,
que los hace signo de comunión fraterna.23

Por eso, sobre todo en el transcurso de la formación inicial, « la vida común vista
particularmente como experiencia y testimonio de comunión »24 será considerada como un
ambiente indispensable y un medio privilegiado de formación.

La comunidad

26. En el seno de la Iglesia y en comunión con la Virgen María, la comunidad de vida juega un
papel privilegiado en la formación en cualquier etapa. Y la formación depende en gran parte
de la calidad de esta comunidad. Esta calidad es el resultado de su clima general y del estilo de
vida de sus miembros, en conformidad con el carácter propio y el espíritu del instituto. Es
decir que una comunidad será lo que los miembros hagan de ella, tiene sus exigencias propias
y antes de que uno se sirva de ella como medio de formación, merece ser amada y servida por
lo que ella es en la vida religiosa tal como la Iglesia la concibe. La inspiración fundamental
sigue siendo, evidentemente, la primera comunidad cristiana fruto de la Pascua del
Señor.25 Pero al tender hacia este ideal, es necesario ser consciente de sus exigencias. Un
humilde realismo y la fe deben animar los esfuerzos de formación para la vida fraterna. La
comunidad se constituye y permanece no porque sus miembros se encuentran bien juntos por
afinidad de ideal, de carácter o de opciones, sino porque el Señor los ha reunido y los mantiene
unidos por una común consagración y por una misión común en la Iglesia. Todos se adhieren
en una obediencia de fe a la mediación particular ejercida por el superior.26 Por otra parte, no
debería olvidarse que la paz y el gozo pascuales de una comunidad son siempre el fruto de la
muerte a sí mismo y de la acogida del don del Espíritu.27

27. Una comunidad es formadora en la medida en que permite a cada uno de sus miembros
crecer en la fidelidad al Señor según el carisma del instituto. Por eso, los miembros deben
poder clarificar juntos la razón de ser y los objetivos fundamentales de esta comunidad; sus
relaciones interpersonales estarán impregnadas de sencillez y confianza, basadas
principalmente en la fe y en la caridad. Para ello la comunidad se construye cada día bajo la
acción del Espíritu Santo dejándose juzgar y convertir por la palabra de Dios, purificar por la
penitencia, construir por la Eucaristía, vivificar por la celebración del año litúrgico. La
comunidad acrecienta su comunión por la ayuda generosa y por el intercambio continuo de
bienes materiales y espirituales, en espíritu de pobreza y gracias a la amistad y al diálogo. Vive
profundamente el espíritu del fundador y la regla el instituto. Los Superiores considerarán
como misión propia suya el tratar de edificar esta comunidad fraterna en Cristo (cf. c. 619).
Así, consciente de su responsabilidad en el seno de la comunidad, cada uno se siente
estimulado a crecer no sólo para sí mismo, sino para el bien de todos.28

Las religiosas y los religiosos en formación deben encontrar en el seno de su comunidad una
atmósfera espiritual, una austeridad de vida y un estímulo apostólico capaces de incitarlos a
seguir a Cristo según la radicalidad de su consagración. Conviene recordar aquí los términos
del mensaje del Papa Juan Pablo II a los religiosos del Brasil: « será, pues, bueno que los
jóvenes, durante el período de formación, residan en comunidades en las que no debe faltar
ninguna de las condiciones exigidas para una formación completa: espiritual, intelectual,
cultural, litúrgica, comunitaria y pastoral; condiciones que raramente se encuentran todas
unidas en las pequeñas comunidades. En consecuencia, es siempre indispensable tomar de la
experiencia pedagógica de la Iglesia todo lo que puede hacer efectiva y enriquecer la
formación, en una comunidad adaptada a las personas y a su vocación religiosa, o si es el caso,
a su vocación sacerdotal » (IDGP IX, 2, 2, pp. 243-244).

28. Es preciso recordar aquí el problema planteado por la inserción de una comunidad
religiosa de formación en un ambiente pobre. Las pequeñas comunidades religiosas insertas en
un ambiente popular, en la periferia de las grandes ciudades o en las zonas más apartadas y
más pobres del campo, pueden ser una expresión significativa de « la opción preferenciaI por
los pobres », porque no es suficiente trabajar para ellos, sino que es preciso vivir con ellos y,
en cuanto sea posible, como ellos. Esta exigencia, sin embargo, se debe adaptar según la
situación en la cual se encuentran las mismas religiosas y religiosos. Es preciso decir
primeramente que, por regla general, las exigencias de la formación deben prevalecer sobre
ciertas ventajas apostólicas de la inserción en un ambiente pobre. La soledad y el silencio, por
ejemplo, indispensables durante toda la formación inicial, han de poder realizarse y
mantenerse. Por otra parte, el tiempo de formación comprende períodos de actividad
apostólica en la que podrá expresarse esta dimensión de la vida religiosa a condición de que
estas pequeñas comunidades insertas respondan a ciertos criterios que aseguren su autenticidad
religiosa; a saber: que ofrezcan la posibilidad de vivir una auténtica vida religiosa de acuerdo
con las finalidades del instituto; que, en estas comunidades, puedan mantenerse la vida de
oración comunitaria y personal, y por consiguiente, los tiempos y los lugares de silencio; que
las motivaciones de la presencia de estas religiosas y religiosos sean ante todo evangélicas;
que estas comunidades estén siempre disponibles para responder a las exigencias de los
superiores del instituto; que su actividad apostólica no responda ante todo a una elección
personal, sino a una opción del instituto, en armonía con la pastoral diocesana de la cual el
Obispo es el primer responsable.

En fin, es preciso tener presente que, en las culturas y países donde la hospitalidad constituye
un valor particularmente apreciado, la comunidad religiosa como tal ha de poder disponer de
toda su autonomía e independencia con relación a los huéspedes, desde el punto de vista de
tiempo y lugares. Sin duda eso es más difícil de realizar en habitaciones religiosas de
dimensión modesta, pero debe ser tenido en cuenta cuando la comunidad establece su proyecto
de vida comunitaria.

El religioso mismo: responsable de su formación

29. Pero es el religioso mismo quien tiene la responsabilidad primera de decir « sí » a la


llamada que ha recibido y de asumir todas las consecuencias de esta respuesta, que no es ante
todo de orden intelectual sino más bien de orden vital. La llamada y la acción de Dios, como
su amor, son siempre nuevos; las situaciones históricas no se repiten jamás. El llamado está
pues continuamente invitado a dar una respuesta atenta, nueva y responsable. Su camino
recordará el del Pueblo de Dios en Exodo, y también la lenta evolución de los discípulos «
tardos para creer »,29 pero que acaban por arder de fervor cuando el Señor resucitado se les
revela.30

Esto nos dice hasta qué punto la formación del religioso deberá ser personalizada. Se tratará
pues de apelar vigorosamente a su conciencia y a su responsabilidad personal para que
interiorice los valores de la vida religiosa y al mismo tiempo la regla de vida propuesta por sus
maestros y maestras de formación. Así encontrará en sí mismo la justificación de sus opciones
prácticas y su dinamismo fundamental en el Espíritu creador. Es preciso pues encontrar un
justo equilibrio entre la formación del grupo y la de cada persona, entre el respeto a los
tiempos previstos para cada fase de la formación y su adaptación al ritmo de cada uno.

Los educadores o formadores: superiores y responsables de formación

30. El espíritu de Jesús resucitado se hace presente y actúa a través de un conjunto de


mediaciones eclesiales. Toda la tradición religiosa de la Iglesia atestigua el carácter decisivo
del papel de los educadores para el éxito de la labor de la formación. Su papel es el de
discernir la autenticidad de la llamada a la vida religiosa en la fase inicial de la formación y
ayudar a los religiosos a orientar su diálogo personal con Dios al mismo tiempo que a
descubrir los caminos por los cuales parece que Dios quiere hacerlos avanzar. Les corresponde
también acompañar al religioso en las rutas del Señor31 por medio de un diálogo directo y
regular, respetando lo que es competencia del confesor y del director espiritual estrictamente
dicho. Una de las tareas principales de los responsables de la formación es por lo demás la de
cuidar que novicios y jóvenes profesas y profesos sean efectivamente seguidos por un director
espiritual.

Deben ofrecer también a los religiosos un sólido alimento doctrinal y práctico acuerdo con las
etapas formativas en que se encuentren. En fin, es su deber verificar y evaluar progresivamente
el camino recorrido por aquellos que se les ha confiado, a la luz de los frutos del Espíritu, y
juzgar también si la persona llamada tiene las capacidades exigidas en tal momento por la
Iglesia y por el instituto.

31. Además de un conocimiento suficiente de la doctrina católica sobre la fe y costumbres, se


revela evidente la exigencia de cualidades apropiadas para aquellos que asumen
responsabilidades formativas:

- capacidad humana de intuición y de acogida;


- experiencia madurada de Dios y de la oración.

- sabiduría que deriva de la escucha atenta y prolongada de la Palabra de Dios;

- amor a la liturgia y comprensión de su papel en la educación espiritual y eclesial;

- necesaria competencia cultural;

- disponibilidad de tiempo y de buena voluntad para consagrarse al cuidado personal de cada


candidato y no solamente del grupo.32

Esta tarea requiere por tanto serenidad interior, disponibilidad, paciencia, comprensión y un
verdadero afecto hacia aquellos que han sido confiados a la responsabilidad pastoral del
educador.

32. Si existe un equipo formador, bajo la responsabilidad personal del responsable de


formación, los miembros deben obrar de común acuerdo, vivamente conscientes de su
responsabilidad común. « Bajo la dirección del Superior, estén en estrecha comunión de
espíritu y de acción y formen entre sí y con aquellos que han de formar, una familia unida
».33 No menos necesarias son la cohesión y la colaboración continua entre los responsables de
las diversas etapas de la formación.

Toda la obra formativa es fruto de la colaboración entre los responsables de la formación y sus
discípulos. Si es verdad que el discípulo asume una gran parte de responsabilidad, ésta no
puede ejercerse más que en el interior de una tradición específica, la del Instituto, cuyos
testigos y agentes inmediatos son los responsables de la formación.

B) La dimensión humana y cristiana de la formación

33. El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre la educación cristiana, enunció los
objetivos y los medios de toda verdadera educación al servicio de la familia humana. Es
importante tenerlos presentes en la acogida y la formación de los candidatos a la vida religiosa,
siendo la primera exigencia de esta formación la de poder encontrar en la persona una base
humana y cristiana. Muchos fracasos en la vida religiosa pueden atribuirse en efecto a fallos
no percibidos o no superados en este campo. La existencia de esta base humana y cristiana no
solo debe ser verificada a la entrada en la vida religiosa, sino que hay que asegurar las
evaluaciones a lo largo de todo el ciclo formativo, en función de la evolución de las personas y
de los acontecimientos.

34. La formación integral de la persona comprende una dimensión física, moral, intelectual y
espiritual. Sus finalidades y exigencias son conocidas. El Concilio Vaticano II las recuerda en
la Constitución pastoral Gaudium et spes34 y en la Declaración sobre la Educación
Cristiana Gravissimum educationis.35 El Decreto sobre la Formación de los
sacerdotes Optatam totius propone criterios que permiten juzgar el nivel de madurez humana
que se requiere en los candidatos para ministerio presbiteral.36 Estos criterios pueden aplicarse
fácilmente a los candidatos para la vida religiosa, teniendo en cuenta su naturaleza y la misión
que el religioso está llamado a cumplir en la Iglesia. El Decreto Perfectae caritatis sobre la
renovación adaptada de la vida religiosa recuerda en fin las raíces bautismales de la
consagración religiosa37 y de esta manera, implícitamente, lleva a no admitir en el noviciado
sino a los candidatos que viven ya de una manera adaptada a su edad, todos los compromisos
de su bautismo. Igualmente una buena formación a la vida religiosa deberá confirmar la
profesión de fe y los compromisos del bautismo en todas las etapas de la vida y especialmente
en los períodos más difíciles en los que uno se siente llamado a optar de nuevo libremente por
aquello que había elegido ya una vez para siempre.

35. A pesar de la insistencia que pone el presente documento en la dimensión cultural e


intelectual de la formación, la dimensión espiritual sigue siendo prioritaria. « La formación
religiosa, en sus diferentes fases, inicial y permanente, tiene como objetivo principal el
sumergir a los religiosos en la experiencia de Dios y ayudarles a perfeccionarla
progresivamente en su propia vida ».38

C) La ascesis

36. « Caminar en pos de Cristo lleva a compartir cada vez más consciente y concretamente el
misterio de su pasión, de su muerte y de su resurrección el misterio pascual debe ser como el
núcleo de los programas de formación fuente de vida y de madurez. Sobre este fundamento se
forma el hombre nuevo, el religioso y el apóstol.39 Esto nos lleva a recordar la necesidad
indispensable de la ascesis en la formación y en la vida de los religiosos. En un mundo de
erotismo, de consumo y de toda suerte de abuso de poder, se necesitan testigos del misterio
pascual de Cristo, cuya primera etapa pasa obligatoriamente por la cruz. Este paso lleva a
incluir en el programa de una formación integral, una ascesis personal cotidiana que lleve a los
candidatos, novicios y profesos, al ejercicio de las virtudes de fe, esperanza, caridad,
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Este programa no tiene edad y no puede pasar de
moda. Es siempre actual y siempre necesario. Sin adoptarlo, no se puede vivir el propio
bautismo y menos aún ser fiel a la propia vocación religiosa. Se le seguirá mejor si, lo mismo
que todo el conjunto de la vida cristiana, está motivado por el amor de nuestro Señor
Jesucristo y por el gozo de servirle.

Además, el pueblo cristiano tiene necesidad de expertos que le ayuden a recorrer « el camino
real de la Santa Cruz ». Tiene necesidad de testigos que renuncien a lo que San Juan llama « el
mundo » y « sus codicias » y también a « este mundo » creado y conservado por el amor del
Creador y a algunos de sus valores. El Reino de Dios, cuya « elevación sobre todo lo terreno »
manifiesta la vida religiosa,40 no es de este mundo. Se necesitan testigos que lo digan.
Naturalmente, eso supone a lo largo de la formación una reflexión sobre el sentido cristiano de
la ascesis y unas convicciones bien fundadas acerca de Dio s y sus relaciones con el mundo
salido de sus manos, porque se trata de guardarse tanto de un optimismo ingenuo y naturalista,
como de un pesimismo que se olvida del misterio de Cristo creador y redentor del mundo.

37. Por lo demás, la ascesis, que comporta una negativa a seguir nuestros impulsos e instintos
espontáneos y primarios, es una exigencia antropológica antes de ser específicamente
cristiana. Los psicólogos hacen notar que los jóvenes sobre todo, tienen necesidad para
estructurar su personalidad de encontrar resistencias (los educadores, un reglamento, etc...).
Pero esto no vale sólo para los jóvenes, ya que la estructuración de una persona no está nunca
acabada. La pedagogía bien aplicada en la formación de las religiosas y los religiosos deberá
ayudarles a entusiasmarse por una empresa que reclama esfuerzo. Es así como Dios mismo
conduce a la persona humana que él ha creado.

38. La ascesis inherente a la vida religiosa pide, entre otros elementos, una iniciación al
silencio y a la soledad, también en los institutos dedicados al apostolado. « Guárdese fielmente
en estos institutos la ley fundamental de toda vida espiritual, que consiste en establecer, en el
curso de la vida, la conveniente alternancia entre el tiempo consagrado al silencio con Dios y
el dedicado a las diversas actividades y a las relaciones humanas que traen consigo ».41 La
soledad, si es libremente asumida, conduce al silencio interior y éste reclama el silencio
material. El reglamento de toda comunidad religiosa, y no solamente de las casas de
formación, debe prever absolutamente tiempos y lugares de soledad y de silencio, para
favorecer la escucha y la asimilación de la palabra de Dios al mismo tiempo que la madurez
espiritual de la persona y una verdadera comunión fraterna en Cristo.

D) sexualidad y formación

39. Las generaciones de hoy han crecido con frecuencia en una completa mezcla, sin que a los
jóvenes y a las muchachas se les haya ayudado siempre a conocer sus riquezas y límites
respectivos. Los contactos apostólicos de todo género, la mayor colaboración que se ha
instaurado entre las religiosas y los religiosos, así como las corrientes culturales actuales,
hacen particularmente útil una formación en este campo. La promiscuidad prematura y la
colaboración estrecha y frecuente no son necesariamente, en efecto, una garantía de madurez
en las relaciones entre unos y otras. Convendrá por tanto poner los medios para promover esta
madurez y afianzarla, con el fin de educar en la práctica de la perfecta castidad.

Además, hombres y mujeres tienen que tomar conciencia de su situación específica en el plan
de Dios, de la contribución original que ellos aportan respectivamente a la obra de la
salvación. Así se ofrecerá a los futuros religiosos la posibilidad de una reflexión sobre el lugar
de la sexualidad en el plan divino de la creación y de la salvación.

En este contexto, se expondrán y comprenderán las razones que justifican que se excluyan de
la vida religiosa a aquellas y aquellos que no lograrán dominar tendencias homosexuales o que
pretendieran poder adoptar una tercera vía « vivida como un estado ambiguo entre el celibato
y el matrimonio ».42

40. Dios no hizo un mundo indiferenciado. Creando al hombre a su imagen semejanza (Gen 1,


26-27), en tanto que creatura racional y libre, capaz de conocerlo y de amarlo, no lo quiso
solitario, sino en relación con otra persona humana, la mujer (Gen  2, 18). Entre los dos se
establece una « relación recíproca, del hombre con respecto a la mujer y de la mujer en
relación con el hombre ».43 « La mujer es otro yo en la común humanidad ».44 Por eso « el
hombre y la mujer son llamados desde el comienzo no sólo a existir el uno al lado del otro, o
bien juntos, sino también a existir recíprocamente el uno para el otro ».45 Se comprenderá
fácilmente el interés de estos principios antropológicos cuando se trata de formar a aquellos y
aquellas que, por una gracia especial, han hecho libremente profesión de castidad perfecta por
el Reino de los cielos.

41. « Un estudio profundo de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y


femenina » llevará a « precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de
diversidad y de complementariedad recíproca con el hombre; y eso no solamente en lo que se
refiere a los roles a jugar y las funciones a asumir, sino también y más profundamente en lo
que mira a la estructura de la persona y su significado.46 La historia de la vida religiosa
testimonia que muchas mujeres, en el claustro o en el mundo, han encontrado en ella un lugar
ideal de servicio a Dios y a los hombres, las condiciones favorables para la realización de su
propia feminidad y, en consecuencia, una comprensión más profunda de su identidad. Esta
profundización debe continuar aún gracias a la reflexión teológica y a la aportación ofrecidas
por las diferentes ciencias humanas y las diversas culturas ».47

En fin, no debe olvidarse, para una mejor percepción de la especificidad de la vida religiosa
femenina, que « la figura de María de Nazareth proyecta luz sobre la mujer en cuanto tal por el
mismo hecho de que Dios en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo, ha
recurrido al servicio libre y activo de una mujer. Por tanto, se puede afirmar que la mujer, al
mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a
cabo su verdadera promoción. A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los
reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos de que es capaz el corazón
humano: la plenitud del don de sí suscitado por el amor, la fuerza que sabe resistir a los más
grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar
la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo ».48

1. 1 Ts 5, 23-24; cf. 2  Ts  3, 3.

2. Jn 16, 13.

3. Cf. Jn 14, 26; 16, 12.

4. Cf. 1 Jn 2,20-27.

5. Cf. Rom 8, 15-26.

6. RD 17: AAS 76 (1984) 513ss.

7. EE 11, 53; cf nota 10 introducción; LG 53 y c. 663, 4.

8. Cf. LG 44.

9. MR 10; cf. nota 8 introducción.

10. MR 10; cf. nota 8 introducción; cf. LG 44 y c. 678.

11. LG 45; cf. MR 8; cf. nota 8 introducción.

12. Cf. San Atanasio, Vida de San Antonio: PG 26, 841-845.

13. Cf. DV 25.

14. Cf. LG 45.

15. Cf. LG 11.

16. PG 12, 1265.

17. Cf. DV 10.


18. Cf. MR 5; cf. nota 8 introducción.

19. LG 18.

20. Ejercicios Espirituales, n. 351 y 352.

21. LG 4.

22. RPH 24; cf. nota 9 introducción.

23. Ibid., cf. también Documento de Puebla, n. 211 al 219.

24. RPH 33c; cf. nota 9 introducción; cf. también c. 602.

25. Cf. Act. 2, 42 y PC 15 y c. 602; EE 18-22.

26. Cf. cc. 601. 618 y 619; PC 14.

27. Cf. Jn 12, 24 y Gal 5, 22.

28. ET 32-34; cf. nota 4 introducción; cf. también EE 18-22.

29. Lc 24, 25.

30. Cf. Lc 24, 32.

31. Cf. Tob 5, 10.17.22

32. DCVR 20; cf. nota 9 introducción.

33. OT 5b.

34. Cf. GS 12-22 y 61.

35. Cf. GE 1 y 2.

36. Cf. OT 11.

37. Cf. PC 5.

38. DCVR 17; cf. nota 9 introducción.

39. Juan Pablo II a los religiosos del Brasil, 11.7.986, n. 5; cf. nota 5 introducción.

40. LG 44.

41. RC 5; cf. nota 7 introducción.

42. Documento final del sínodo particular de los Obispos de los Países Bajos: L'Osservatore
Romano, 2 de febrero 1980, proposición 32.

43. MD 7.

44. MD 6.

45. MD 7.

46. ChL 50.

47. ChL 50.

48. RM 46.

Capítulo tercero

ETAPAS DE LA FORMACIÓN DE LOS RELIGIOSOS

A) Etapa previa a la entrada en el noviciado

Su razón de ser

42. En las circunstancias actuales y de modo bastante general, se puede decir que el
diagnóstico de la Renovationis causam1conserva toda su actualidad: « La mayor parte de las
dificultades encontradas en nuestros días en la formación de los novicios provienen del hecho
de que éstos no poseen, en el momento de su admisión al noviciado, el minimum de madurez
necesaria ». Ciertamente no se le pide a un candidato a la vida religiosa ser capaz de asumir
inmediatamente todas las obligaciones de los religiosos, pero se le debe juzgar capaz de
conseguirlo progresivamente. Poder juzgar de esta capacidad justifica que se dé el tiempo y los
medios para ello. Tal es la finalidad de la etapa preparatoria al noviciado, cualquiera que sea
su nombre: postulantado, prenoviciado, etc. Corresponde únicamente al derecho propio de los
institutos el precisar las modalidades de su realización pero, sea como sea, « nadie puede ser
admitido sin una adecuada preparación »2.

Su contenido

43. Teniendo en cuenta lo que se dirá (nn. 86ss) sobre la situación de los jóvenes en el mundo
moderno, esta etapa preparatoria, que no hay que temer prolongar, deberá dedicarse a verificar
y clarificar algunos puntos que permitirán a los superiores pronunciarse sobre la oportunidad y
el momento de la admisión al noviciado. Se tendrá cuidado de no precipitar esta admisión, ni
diferirla indebidamente, una vez que se llegue a un juicio cierto sobre las garantías ofrecidas
por la persona de los candidatos.

La admisión comporta condiciones que establece el derecho general y el derecho propio puede
agregar otras.3 Los puntos indicados por el derecho son los siguientes:

- el grado de madurez humana y cristiana4 requerida para que el noviciado pueda comenzarse


sin tener que retroceder al nivel de un curso de formación general de base o de un simple
catecumenado. A las veces en efecto ocurre que los candidatos que se presentan no han
terminado todos su iniciación cristiana (sacramental, doctrinal y moral) y les faltan algunos
elementos de una vida cristiana ordinaria;

- la cultura general básica, que debe corresponder a la que se espera generalmente de un joven
que ha terminado una escolaridad normal en el país. Es necesario especialmente que los
futuros novicios practiquen con facilidad la lengua en uso durante el noviciado.

Tratándose de la cultura básica, será conveniente tener en cuenta la situación de ciertos países
o ambientes sociales, en los que el porcentaje de escolarización es todavía relativamente bajo y
donde, sin embargo, el Señor llama candidatos a la vida religiosa. Será preciso en tal caso, al
mismo tiempo, estar atento a promover la cultura sin asimilarla a una cultura extranjera.
Dentro de su propia cultura las candidatas y candidatos han de reconocer la llamada del Señor
y han de responder a ella de modo original;

- el equilibrio de la afectividad, especialmente el equilibrio sexual, que supone la aceptación


del otro, hombre o mujer, en el respeto de su diferencia. Se podrá eventualmente recurrir a los
servicios de un examen psicológico, teniendo en cuenta el derecho de toda persona a preservar
su intimidad;5

- la capacidad de vivir en comunidad bajo la autoridad de los superiores en un determinado


instituto. Esta capacidad se comprobará mejor ciertamente en el curso del noviciado; pero la
cuestión se debe plantear antes. Los candidatos deben saber expresamente que existen otras
vías, diferentes de la entrada en un instituto religioso, para quien quiere dar toda su vida al
Señor.

Formas de realización

44. Estas pueden ser diversas: acogida en una comunidad del instituto, sin compartir sin
embargo toda la vida, excepto en la comunidad del noviciado que es desaconsejable a no ser
que se trate de las monjas de clausura; períodos de contactos con el instituto o alguno de sus
representantes; vida común en una casa de acogida para candidatos, etc. Pero ninguna de estas
formas debe hacer creer que los interesados ya se convirtieron en miembros del instituto. Y, de
todas maneras, el acompañamiento personal de las candidatas y candidatos es más importante
que las estructuras de acogida.

Los superiores designarán a uno a varios religiosos provistos de la cualificación necesaria para
el acompañamiento de los candidatos y el discernimiento de su vocación, quienes colaborarán
activamente con los maestros y maestras de novicios.

B) El noviciado y la primera profesión

Finalidad

45. « El noviciado, con el que comienza la vida en un instituto, tiene como finalidad que los
novicios conozcan mejor la vocación divina tal como existe en el propio instituto, que
experimenten el modo de vida de éste, que conformen la mente y el corazón con su espíritu y
que puedan ser comprobadas su intención y su idoneidad ».6

En otros términos, teniendo en cuenta la diversidad de carismas e institutos, se podría definir


el fin del noviciado como un tiempo de iniciación integral al género de vida que el Hijo de
Dios asumió y que El nos propone en el Evangelio,7 en uno u otro aspecto de su servicio o de
sus misterios.8

Contenido

46. « Estimúlese a los novicios para que cultiven las virtudes humanas y cristianas; se les debe
introducir en un camino de mayor perfección mediante la oración y la abnegación de sí
mismos; instrúyaseles en la contemplación del misterio de la salvación y en la lectura y
meditación de las Sagradas Escrituras; prepáreseles para celebrar el culto de Dios en la sagrada
liturgia; aprenderán a llevar una vida consagrada a Dios y a los hombres en Cristo por medio
de los consejos evangélicos; serán instruidos sobre el carácter, espíritu, finalidad, disciplina,
historia y vida del instituto; y se procurará imbuirles de amor a la Iglesia y sus sagrados
pastores ».9

Como se deduce de esta ley general, la iniciación integral que caracteriza el noviciado va
mucho más allá de una simple enseñanza. Ella es:

- iniciación en el conocimiento profundo y vivo de Cristo y de su Padre. Esto supone un


estudio meditado de la Escritura, la celebración de la liturgia según el espíritu y el carácter del
instituto, una iniciación en la oración personal y en su práctica así como en la costumbre y
gusto de acercarse a los grandes autores de la tradición espiritual de la Iglesia, sin limitarse a
lecturas espirituales de moda;

- iniciación en la vivencia del misterio pascual de Cristo por el desprendimiento de sí,


especialmente en la práctica de los consejos evangélicos según el espíritu del instituto, una
ascesis evangélica gozosamente asumida y una aceptación animosa del misterio de la cruz;

- iniciación en la vida fraterna evangélica. Efectivamente, la fe se profundiza en la comunidad


y se vuelve comunión y la caridad encuentra sus múltiples manifestaciones en lo concreto de
la vida cotidiana;

- iniciación en la historia, en la misión propia y en la espiritualidad del instituto. Aquí


interviene, entre otros elementos y para los institutos dedicados al apostolado, el hecho que «
para completar la formación de los novicios, las constituciones pueden prescribir, además del
tiempo establecido en el párrafo 1 (es decir, los doce meses pasados en la misma comunidad
del noviciado), uno o más períodos de ejercicio del apostolado fuera de la comunidad del
noviciado ».10

Estos períodos tienen por objetivo enseñar a los novicios, « a realizar progresivamente en su
vida aquella coherente y armoniosa unidad que debe existir entre la contemplación y la acción
apostólica, unidad que es uno de los valores fundamentales de estos institutos ».11

La organización de estos períodos debe tener en cuenta los doce meses que se han de hacer en
la misma comunidad del noviciado, durante los cuales « los novicios no se ocuparán de
estudios ni de trabajos que no contribuyan directamente a (su) formación ».12

El programa de formación del noviciado debe ser definido por el derecho propio.13 Es
desaconsejable que el noviciado se desarrolle en un ambiente extraño a la cultura y a la lengua
de origen de los novicios. En efecto son preferibles los pequeños noviciados, a condición de
que estén enraizados en esta cultura. La razón esencial es la de no multiplicar los problemas
durante una etapa de formación en la que deben hallar su propio puesto los equilibrios
fundamentales de la persona, en la que las relaciones entre los novicios y el maestro de
novicios deben ser fáciles, dándoles la posibilidad de explicarse mutuamente con todos los
matices requeridos para un camino espiritual inicial e intensivo. Además, la transferencia a
otra cultura en este momento comporta el riesgo de acoger falsas vocaciones y de no percibir
eventuales falsas motivaciones.

El trabajo profesional durante el noviciado

48. Conviene mencionar aquí la cuestión del trabajo profesional durante el noviciado. En
muchos países industrializados, por motivos que justifican a veces una intención apostólica y
que pueden depender también de la legislación social de estos países, los candidatos titulares
de un empleo remunerado solicitan de su patrono, al momento de la entrada al noviciado,
solamente un permiso de un año « por conveniencia personal ». Esto les permite no perder su
empleo si vuelven al mundo y no correr el riesgo de la desocupación. Esto lleva también
algunas veces a reanudar el trabajo profesional en el segundo año de noviciado en calidad de
actividad apostólica.

Parece oportuno enunciar a este propósito el principio siguiente: en los institutos que tienen
dos años de noviciado, los novicios no podrán ejercer el trabajo profesional a tiempo completo
sino con las siguientes condiciones:

- que este trabajo corresponda efectivamente a la finalidad apostólica del instituto;

- que sea asumido en el segundo año de noviciado;

- que corresponda a las exigencias del c. 648 § 2, es decir que contribuya a completar la
formación de los novicios en orden a la vida en el instituto y que constituya verdaderamente
una actividad apostólica.

Algunas condiciones para su realización

49. Respecto a la admisión, serán rigurosamente observadas las condiciones canónicas de


licitud y de validez exigidas tanto a los candidatos cuanto a la autoridad competente.
Conformarse a ellas es ya evitar en el futuro abundantes sinsabores.14 En cuanto a los
candidatos a los ministerios diaconal y presbiteral, se asegurará en particular desde este
momento que ninguna irregularidad pueda afectar más tarde a la recepción de las Ordenes
sagradas, teniendo en cuenta que los superiores mayores de institutos clericales de derecho
pontificio pueden dispensar de las irregularidades no reservadas a la Santa Sede.15

Se tendrá presente también que antes de admitir al noviciado un clérigo secular, los Superiores
deben consultar a su Ordinario propio y solicitar de su parte un informe (cc. 644 y 645, 2).

50. Las circunstancias de tiempos y de lugares necesarios para el desarrollo del noviciado son
enunciadas por el derecho. Se debe mantener la flexibilidad, recordando sin embargo que la
prudencia puede aconsejar cosas que el derecho no impone.16 Los superiores mayores y los
responsables de la formación saben que las circunstancias presentes reclaman para los
novicios, sin duda más que en otro tiempo, condiciones suficientes de estabilidad que permitan
el desarrollo espiritual de un modo profundo y tranquilo. Tanto más cuando muchos
candidatos han experimentado ya la vida en el mundo. En efecto, los novicios tienen necesidad
de ejercitarse en la práctica de la oración prolongada, de la soledad y del silencio. Para todo
esto, el factor tiempo juega un papel determinante. Ellos pueden sentir más la necesidad de «
salir » del mundo que la de « ir » al mundo, y esta necesidad no es solo subjetiva. Por eso el
tiempo y el lugar del noviciado se organizarán de suerte que los novicios puedan encontrar en
él un clima propicio para un arraigo en profundidad en la vida con Cristo. Lo cual solamente
se obtiene a partir de un desprendimiento de sí, de todo lo que en el mundo resiste a Dios y
aún de aquellos valores del mundo « que indiscutiblemente merecen ser estimados ».17 En
consecuencia es del todo desaconsejable pasar el tiempo del noviciado en comunidades
insertas. Como ya se ha dicho (n. 28), las exigencias de la formación deben prevalecer sobre
ciertas ventajas apostólicas de la inserción en ambientes pobres.

Pedagogía: los maestros y maestras de novicios y sus colaboradores

51. Los novicios no entran todos al noviciado con el mismo nivel de cultura humana y
cristiana. Será necesario prestar una atención muy particular a cada persona para caminar a su
paso y adaptarle el contenido y la pedagogía de formación que se le propone.

52. El gobierno de los novicios está reservado exclusivamente al maestro de novicios bajo la
autoridad de los superiores mayores. Deberá estar liberado de toda otra obligación que le
impida cumplir plenamente su función de educador. Si tiene colaboradores, éstos dependen de
él en lo que se refiere al programa de formación y conducción del noviciado. Tienen con él
una parte importante en el discernimiento y la decisión.18

En los noviciados donde intervienen, bien sea para la enseñanza bien para el sacramento de la
reconciliación, sacerdotes seculares u otros religiosos exteriores y aún laicos, trabajarán, con
gran discreción por ambas partes, en estrecha colaboración con el maestro de novicios.

El maestro de novicios es el acompañante espiritual designado a este efecto para todos y cada
uno de los novicios. El noviciado es el lugar de su ministerio y, por consiguiente, de una
permanente disponibilidad para con aquellos que le son confiados. No podrá ejercitar
fácilmente su tarea si los novicios no le dan prueba de una apertura libre y total. Sin embargo,
ni él ni su asistente en los institutos clericales pueden oír las confesiones sacramentales de los
novicios, a no ser que ellos lo pidan espontáneamente en casos particulares.19

Los maestros y maestras de novicios recordarán en fin que los medios psicopedagógicos por sí
solos no podrán sustituir un auténtico acompañamiento espiritual.

53. « Los novicios conscientes de su propia responsabilidad, han de colaborar activamente con
su maestro, para responder fielmente a la gracia de la vocación recibida de Dios »20 y « los
miembros del instituto colaborarán por su parte seriamente en la formación de los novicios con
el ejemplo de su vida y con la oración».21

La profesión religiosa

54. Durante una celebración litúrgica, la Iglesia recibe, por medio de los superiores
designados, los votos de quienes emiten su profesión y asocia su ofrenda al sacrificio
eucarístico.22 El Ordo professionis23da el esquema de la celebración, respetando las tradiciones
legítimas de los institutos. Esta acción litúrgica manifiesta las raíces eclesiales de la profesión.
A partir del misterio así celebrado, podrá desarrollarse una comprensión más vital y más
profunda de la consagración.

55. Durante el noviciado, se hará resaltar a la vez la excelencia y la posibilidad de un


compromiso perpetuo al servicio del Señor. « La calidad de una persona se puede medir por la
naturaleza de sus vínculos. Por eso cabe decir gozosamente que vuestra libertad se ha
vinculado libremente a Dios para un servicio voluntario, en amorosa servidumbre. Y, al
hacerlo, vuestra humanidad ha alcanzado madurez. "Humanidad madura" - escribí en la
encíclica Redemptor hominis  - significa pleno uso del don de la libertad, que hemos obtenido
del Creador en el momento en el que El ha llamado a la existencia al hombre hecho a su
imagen y semejanza. Este don encuentra su plena realización en la donación sin reservas de
toda la persona humana, en espíritu de amor nupcial a Cristo, y con Cristo, a todos aquellos a
los que El envía, hombres o mujeres que se han consagrado totalmente a El según los consejos
evangélicos ».24 No se entrega la vida a Cristo « a prueba ». Además es el quien toma la
iniciativa de pedírnosla. Los religiosos dan testimonio de que esto es posible, gracias ante todo
a la fidelidad de Dios, y de que hace libre y feliz a la persona, si el don se renueva cada día.

56. La profesión perpetua supone una preparación prolongada y un aprendizaje perseverante.


Ello justifica el que la Iglesia la haga preceder de un período de profesión temporal. « Aunque
tengan el carácter de una prueba por el hecho de ser temporales, la emisión de los primeros
votos hace ya al que los emite realmente partícipe de la consagración propia del estado
religioso».25 Este tiempo de profesión temporal tiene pues por objeto consolidar la fidelidad de
los jóvenes, profesas y profesos, independientemente de las satisfacciones con las cuales la
vida cotidiana « en seguimiento de Cristo » pueda o no gratificarles. La celebración litúrgica
distinguirá con cuidado la profesión perpetua de la profesión temporal que debe celebrarse «
sin ninguna solemnidad particular »26. Mientras que la profesión perpetua se realizará «con la
solemnidad que se desee y con la presencia de los religiosos y del pueblo »27 porque « ella es
el signo de la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia su esposa » (cf. LG 44) ».28

57. Se observarán cuidadosamente todas las disposiciones del derecho referentes a las
condiciones de validez y a los vencimiento s de la profesión temporal y perpetua.29

C) La formación de los profesos temporales

Lo que prescribe la iglesia

58. Tratándose de la formación de los profesos temporales, la Iglesia prescribe que « después
de la primera profesión, la formación de todos los miembros debe continuar en cada instituto,
para que vivan con mayor plenitud la vida propia de éste y cumplan mejor su misión. Por
tanto, el derecho propio debe determinar el plan de esta formación y su duración, atendiendo a
las necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los hombres y de los tiempos, tal como
exigen el fin y carácter del instituto ».30

« La formación ha de ser sistemática, acomodada a la capacidad de los miembros, espiritual y


apostólica, doctrinal y a la vez práctica, incluyendo también, si es oportuno, la obtención de
los títulos pertinentes, tanto eclesiásticos como civiles. Durante el tiempo dedicado a esta
formación no se confíen a los miembros funciones y trabajos que la impidan ».31

Significado y exigencias de esta etapa

59. La primera profesión inaugura una nueva fase de la formación que se beneficia del
dinamismo y de la estabilidad que nacen de la profesión. Se trata para el religioso, de recoger
los frutos de las etapas precedentes y de continuar su propio crecimiento humano y espiritual
por la práctica animosa de aquello a lo que se ha comprometido.

Mantener el impulso espiritual dado por la etapa precedente es tanto más necesario cuanto que,
en los institutos dedicados al apostolado, el paso a un estilo de vida más abierto y a actividades
muy absorbentes comporta a menudo riesgos de desorientación y de aridez. En los institutos
dedicados a la contemplación serían más bien de rutina, de decaecimiento y de pereza
espiritual. Jesús educó a sus discípulos a través de las crisis que sufrieron. Por anuncios
sucesivos de la Pasión, los preparó a convertirse en discípulos más auténticos.32 La pedagogía
de esta etapa apunta pues a permitir al joven religioso caminar verdaderamente a través de
toda su experiencia, según una unidad de perspectiva y de vida, la de su propia vocación en
este momento de su existencia, en la perspectiva de la profesión perpetua.

El contenido y los medios de la formación

60. El instituto tiene la grave responsabilidad de prever la organización y la duración de esta


fase de la formación y de proveer al joven religioso de las condiciones favorables para un
crecimiento real en la donación al Señor. Le ofrecerá ante todo una vigorosa comunidad
formadora y la presencia de educadores competentes. Efectivamente en este nivel de la
formación y contrariamente a lo que se dijo a propósito del noviciado (cf. n. 47,f) es preferible
una comunidad más numerosa, bien provista de medios de formación y bien acompañada, que
una comunidad pequeña que corre el riesgo de verse desprovista de verdaderos formadores.
Como a lo largo de toda la vida religiosa, el religioso debe esforzarse en comprender mejor
prácticamente la importancia de la vida comunitaria según la vocación propia del instituto, en
aceptar el realismo de esta vida y en asumir sus condiciones de progreso, en respetar a los
otros en su diferencia y en sentirse responsable en el seno de dicha comunidad. Los superiores
designarán especialmente un responsable de la formación de los profesos temporales, que
prolongue en este nivel y de modo específico la misión del maestro de novicios. Esta
formación durará por lo menos 3 años.

61. Las proposiciones de programas que van a continuación tienen valor indicativo y
decididamente apuntan alto, dada la necesidad de formar religiosas y religiosos a la altura de
las expectativas y de las necesidades del mundo contemporáneo. Corresponde a los institutos y
a los formadores y formadoras proceder a las adaptaciones que imponen las personas, los
tiempos y los lugares.

En el programa de estudios, debe figurar en puesto importante la teología bíblica, dogmática,


espiritual y pastoral y, en particular, la profundización doctrinal de la vida consagrada y del
carisma del instituto. El establecimiento de este programa y su ejecución deberá respetar la
unidad interna de la enseñanza y la armonización de las diversas disciplinas. Los religiosos
deben tener conciencia de que aprenden un! sola ciencia: la ciencia de la fe y del Evangelio. A
este respecto, se evitará la diversidad y acumulación de disciplinas y cursos. Además, por
respeto a las personas, no se introducirá prematuramente a los religiosos en una problemática
exageradamente crítica, si ellos no han recorrido todavía el camino necesario para abordarla
serenamente.

Se tendrá cuidado de dar, de manera adaptada, una formación filosófica de base que permita
adquirir un conocimiento de Dios y una visión cristiana del mundo en estrecha conexión con
las cuestiones debatidas en nuestro tiempo, que haga resaltar la armonía que existe entre el
saber de la razón y el de la fe para la búsqueda de la única verdad. En estas condiciones, los
religiosos se defenderán de las tentaciones siempre al acecho de un racionalismo crítico por un
lado, del pietismo y del fundamentalismo por otro.

El programa de los estudios teológicos debe estar planificado con equilibrio y las diferentes
partes estarán bien articuladas para que resalte la « jerarquía » de las verdades de la doctrina
católica en razón de su diferente relación con los fundamentos de la fe cristiana.33 El
planteamiento de este programa podrá inspirarse, adaptándolas, en las indicaciones dadas por
la Congregación para la Educación Católica para la formación de los candidatos al ministerio
presbiteral,34 aunque teniendo cuidado de no omitir nada que pueda ayudar a una buena
comprensión eclesial de la fe y de la vida cristiana, historia, liturgia, derecho canónico, etc.

62. En fin, la madurez del religioso requiere, en esta etapa, un compromiso apostólico y una
participación progresiva en experiencias eclesiales y sociales, en la línea del carisma de su
instituto y teniendo en cuenta sus aptitudes y aspiraciones personales. Tratándose de estas
experiencias, las religiosas y los religiosos recordarán que ellos no son prioritariamente
agentes pastorales ni en el período de formación inicial ni después, y que su compromiso en un
servicio eclesial y sobre todo social, se tiene que someter necesariamente a criterios de
discernimiento (cf. n. 18).

63. Aunque los superiores sean designados justamente como « maestros espirituales, según el
proyecto evangélico de su instituto »,35 los religiosos deben tener a su disposición para el fuero
interno, incluso no sacramental, lo que se ha convenido en llamar un director o consejero
espiritual. « Siguiendo la tradición de los primeros padres del desierto y de todos los grandes
fundadores, los institutos religiosos tienen miembros particularmente cualificados y
designados para ayudar a sus hermanos en este campo. Su papel varía según la etapa alcanzada
por el religioso, pero su responsabilidad esencial consiste en el discernimiento de la acción de
Dios, la conducción del religioso en las vías divinas y la alimentación de la vida con una
doctrina sólida y con la práctica de la oración. Especialmente en las primeras etapas, será
necesario evaluar el camino ya recorrido ».36

Esta dirección espiritual, que « no podrá ser reemplazada por medios psicopedagógicos »,37 y
para la cual el Concilio reclama una « justa libertad »,38 deberá pues ser « favorecida por la
disponibilidad de personas competentes y cualificadas ».39

Estas disposiciones, indicadas especialmente para esta etapa de la formación de los religiosos,
sirven para todo el resto de su vida. En las comunidades religiosas, sobre todo aquellas que
reúnen un gran número de miembros y especialmente allí donde hay profesos temporales, es
necesario que al menos un religioso sea designado oficialmente para el acompañamiento o
consejo espiritual de sus hermanos.

64. Varios institutos prevén, antes de la profesión perpetua, un período de preparación más
intensa retirándose de las ocupaciones habituales. Esta costumbre merece ser fomentada y
extendida.

65. Si, como está previsto en el derecho, jóvenes profesos son enviados a estudios por su
superior,40 « estos estudios serán emprendidos no para una realización mal entendida que lleve
al logro de fines individuales, sino para la satisfacción de las exigencias apostólicas de la
familia religiosa, en armonía con las necesidades de la Iglesia ».41 El desarrollo de estos
estudios y la preparación de los diplomas han de estar, a juicio de los superiores mayores y de
los responsables de formación, convenientemente armonizados con el resto del programa
previsto para esta etapa formativa.

D) La formación continua de los profesos perpetuos

66. «Los religiosos continuarán diligentemente su formación espiritual, doctrinal y práctica


durante toda la vida: los superiores han de proporcionarles medios y tiempo necesario para ello
».42 « Cada instituto religioso tiene pues la tarea de proyectar y de realizar un programa de
formación permanente adecuado para todos sus miembros. Un programa que tiende no
solamente a la formación de la inteligencia, sino también de toda la persona, principalmente en
su dimensión espiritual, para que todo religioso pueda vivir en toda su plenitud su propia
consagración a Dios, en la misión específica que la Iglesia le ha confiado ».43

¿ Porqué la formación continuada ?

67. La formación continuada está motivada primero por la iniciativa de Dios que llama a cada
uno de los suyos en todos los momentos y en circunstancias nuevas. El carisma de la vida
religiosa en un instituto determinado es una gracia viva que pide ser recibida y vivida en
condiciones de existencia a menudo inéditas. « El carisma mismo de los fundadores (ET 11) se
revela como una experiencia del espíritu transmitida a sus discípulos, para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en
crecimiento perenne (...). El carácter carismático propio de todo instituto requiere, tanto por
parte del fundador cuanto por parte de los discípulos, el verificar continuamente la propia
fidelidad al Señor, la docilidad a su Espíritu, la atención inteligente a las circunstancias y a los
signos de los tiempos, la voluntad de inserción en la Iglesia, la predisposición a la
subordinación a la jerarquía , la audacia en las iniciativas, la constancia en la entrega, la
humildad en sobrellevar los contratiempos (...). Nuestro tiempo exige de los religiosos de
manera especial esta autenticidad carismática, viva e ingeniosa en sus invenciones que destaca
claramente en los fundadores... ».44 La formación permanente exige prestar una atención
particular a los signos del Espíritu en nuestro tiempo y dejarse sensibilizar por ellos para poder
darles una respuesta apropiada.

Además, la formación continua es un dato sociológico que, en nuestros días, afecta a todos los
campos de actividad profesional. Muy a menudo condiciona la permanencia en una profesión
o el paso obligado de una profesión a otra. Mientras la formación inicial estaba ordenada a la
adquisición por la persona de una suficiente autonomía para vivir en la fidelidad a sus
compromisos religiosos, la formación continua ayuda al religioso a integrar la creatividad en la
fidelidad. Pues la vocación cristiana y religiosa reclama un crecimiento dinámico y una
fidelidad en las circunstancias concretas de la existencia, lo cual exige una formación
espiritual interiormente unificante, pero flexible y atenta a los acontecimientos cotidianos de la
vida personal y de la vida del mundo.
« Seguir a Cristo » significa ponerse siempre en marcha, evitar la esclerotización y el
anquilosamiento, para ser capaz de dar un testimonio vivo y verdadero del Reino de Dios en
este mundo.

En otras palabras, se podrían establecer tres razones fundamentales que motivan la formación
permanente:

_ la primera se deduce de la misma función de la vida religiosa en el seno de la Iglesia. Juega


en ella un papel carismático y escatológico muy significativo que supone en las religiosas y
religiosos una atención especial a la vida del Espíritu, tanto en la historia personal de cada una
y de cada uno como en la esperanza y la angustia de los pueblos;

- la segunda proviene de los desafíos que representa el futuro de la fe cristiana en un mundo


que cambia a una velocidad acelerada;45

- la tercera toca la vida misma de los institutos religiosos y sobre todo su futuro, que depende
en parte de la formación permanente de sus miembros.

Su contenido

68. La formación continua es un proceso global de renovación que abarca todos los aspectos
de la persona del religioso y el conjunto del instituto mismo. Se debe realizar teniendo en
cuenta el hecho de que sus diversos aspectos son inseparables y se influencian mutuamente en
la vida de cada religioso y de cada comunidad. Son dignos de considerar los siguientes
aspectos:

- la vida según el Espíritu o espiritualidad: ésta debe tener la primacía porque incluye la
profundización en la fe y en el sentido de la profesión religiosa. Se deben privilegiar los
ejercicios espirituales anuales y los tiempos de reanimación espiritual bajo diversas formas;

- la participación en la vida de la Iglesia según el carisma del instituto y especialmente la


actualización de los métodos y de los contenidos de las actividades pastorales, en colaboración
con los otros agentes de la pastoral local;

- el « reciclaje » doctrinal y profesional que incluye la profundización bíblica y teológica, el


estudio de los documentos del magisterio universal y particular, un mejor conocimiento de las
culturas de los lugares dónde se vive y trabaja, la actualización profesional y técnica, si hace
falta;

- la fidelidad al carisma propio, por un conocimiento siempre mejor del fundador, de la


historia del instituto, de su espíritu, de su misión, y un esfuerzo correlativo por vivirlo personal
y comunitariamente.

69. Acontece que una buena parte de la formación permanente de los religiosos se desarrolla
en un contexto de servicios de formación intercongregacional. En estos casos, debe recordarse
que un instituto no puede delegar a organismos externos toda la tarea de la formación continua
de sus miembros, demasiado vinculada, en muchos aspectos, a los valores propios de su
carisma. Cada uno de ellos, según las necesidades y posibilidades, debe pues suscitar y
organizar diversas iniciativas y estructuras.

Tiempos fuertes de la formación continua

70. Estas etapas se deben entender de modo muy flexible. Conviene combinarlas
concretamente con aquellas que puede suscitar la iniciativa imprevisible del Espíritu Santo.
Señalamos en particular como etapas significativas:

- el paso de la formación inicial a la primera experiencia de vida más autónoma, en la que el


religioso debe descubrir una nueva manera de ser fiel a Dios;

- hacia los diez años de profesión perpetua, cuando se presenta el riesgo de una vida « rutinaria
» y de la pérdida de todo entusiasmo. Parece que se impone en este momento un período
prolongado en que se tome distancia con relación a la vida ordinaria, para « releerla » a la luz
del Evangelio y del pensamiento del fundador. Es este tiempo de profundización el que
algunos institutos ofrecen a sus miembros en el « tercer año », llamado también a veces «
segundo noviciado » o « segunda probación », etc. Es de desear que ese tiempo se pase en una
comunidad del instituto;

- la plena madurez conlleva muchas veces el peligro de un desarrollo del individualismo, sobre
todo en los temperamentos vigorosos y eficaces;

- el momento de fuertes crisis, que pueden sobrevenir a cualquier edad bajo la influencia de
factores externos (cambios de puesto o de trabajo, fracaso, incomprensión, sentimiento de
marginación, etc.), o de factores más directamente personales (enfermedad física o psíquica,
arideces espirituales, fuertes tentaciones, crisis de fe o afectivas, o las dos a la vez, etc.). En
estas circunstancias, se debe ayudar al religioso a superar positivamente la crisis, en la fe;

- el momento del retiro progresivo de la acción; las religiosas y los religiosos sienten más
profundamente en su ser la experiencia que Pablo describe en un contexto de marcha hacia la
resurrección: « No perdemos el ánimo, no desfallecemos, aún cuando nuestro hombre exterior
se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día »46. El mismo Pedro,
después de haber recibido la tarea inmensa de apacentar el rebaño del Señor, oyó decir: «
Cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras
».47 El religioso puede vivir estos momentos como una oportunidad única de dejarse penetrar
por la experiencia pascual del Señor Jesús hasta desear morir para « estar con Cristo », en
coherencia con su opción inicial: « conocer a Cristo, el poder de su resurrección y la comunión
en sus padecimientos, hacerme semejante a El en su muerte tratando de llegar a la resurrección
entre los muertos ».48 No es otro el camino que sigue la vida religiosa.

71. Los superiores designarán una persona responsable de la formación permanente en el


instituto. Pero se velará también para que las religiosas y los religiosos, a lo largo de su vida,
puedan disponer de acompañantes o consejeros espirituales, según las pedagogías ya puestas
en práctica durante la formación inicial y según las modalidades adaptadas a la madurez
adquirida y a las circunstancias que atraviesan.

1. Cf. RC 4; nota 7 introducción.


2. Cf. c. 597, 2.

3. Cf. cc. 641 al 645.

4. Véase más arriba, nn. 26 a 30.

5. Cf. C. 620.

6. C. 646.

7. LG 44.

8. LG 46.

9. C. 652,2.

10. C. 648, 2.

11. RC 5; cf. nota 7 introducción.

12. C. 652, 5.

13. C. 650, 1.

14. Cf . c. 597, 1 Y 2; CC. 641-645.

15. Cf. c. 134, 1, y 1047, 4.

16. Cf. cc. 647-649 y 653, 2.

17. LG 46b.

18. Cf. cc 650-652, 1.

19. Cf c. 985.

20. C. 652, 3.

21. C. 652, 4.

22. Cf. LG 45.

23. Del 2 de febrero de 1970, reedición enmendada en 1975, EV 3, 1237ss.

24. Juan Pablo II en Madrid, el 2 de noviembre de 1982: AAs 75 (1983) 271.

25. RC 7; nota 7 introducción.


26. OPR 5; cf. nota 24.

27. Ibid. 6.

28. Ibid.

29. Cf. cc. 655 a 658.

30. C. 659, 1 y 2.

31. C. 660, 1 y 2.

32. Cf. Mc 8, 31-37; 9, 31-32; 10, 32-34.

33. UR 11.

34. RI nn. 70 a 81 y nota 148; 90-93; EV 3, 1103.

35. MR 13a; cf. nota 8 introducción.

36. EE 11, 47; cf. nota 10 introducción.

37. DCVR II, 11; cf. nota 9 introducción.

38. PC 14; cf. también c. 630.

39. DCVR II, 11; cf. nota 9 introducción.

40. Cf. c. 660, 1.

41. MR 26; cf. nota 8 introducción.

42. C. 661.

43. Juan Pablo II a los religiosos del Brasil, 11 de julio de 1986, n. 6; cf. nota 5 introducción.

44. MR 11b.12b.23f; cf. nota 8 introducción.

45. Cf. PC 2d.

46. 2 Cor 4, 16; cf. también 5, 1-10.

47.7uuu 21, 15-19.

48. Fil  3, 10; cf. 1, 20-26; cf. también LG 48.


Capítulo cuarto

LA FORMACIÓN EN LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS ÍNTEGRAMENTE


ORDENADOS A LA CONTEMPLACIÓN ESPECIALMENTE LAS MONJAS (PC  7)

72. Lo que se ha dicho en los capítulos precedentes se aplica a los institutos a que nos
referimos aquí, respetando su carisma y su tradición y legislación propia.

Lugar que ocupan estos institutos en la iglesia

73. « Los institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus
miembros vacan sólo a las cosas Dios en la soledad y el silencio en asidua oración y gozosa
penitencia, mantienen siempre por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, un
puesto de elección en el Cuerpo místico de Cristo cuyos "miembros no desempeñan todos la
misma función" (Rom  12, 4). Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanza.
Ilustran al pueblo de Dios con frutos abundantes de santidad. Lo arrastran con su ejemplo y
procuran su crecimiento con una misteriosa fecundidad apostólica. Ellos son así el honor de la
Iglesia y una fuente de gracias celestes ».1

En el seno de una Iglesia particular, « su vida contemplativa es su primero y fundamental


apostolado, porque según un designio especial de Dios, es su modo típico y característico de
ser Iglesia, de vivir en la Iglesia, de realizar la comunión con la Iglesia, de cumplir una misión
en la Iglesia ».2

Desde el punto de vista de la formación de sus miembros, y por la razones que acaban de
darse, estos institutos piden una atención muy particular, tanto en la formación inicial como en
la formación permanente.

La importancia que en ellos reviste la formación

74. No podrían considerarse como secundarios el estudio de la Palabra de Dios, de la


Tradición de los Padres, de los documentos del Magisterio de la Iglesia y una reflexión
teológica sistemática allí donde las personas han optado por ordenar todo el conjunto de su
vida a la búsqueda prioritaria, si no exclusiva, de Dios. Estas religiosas y religiosos
íntegramente ordenados a la contemplación aprenden en la Escritura cómo Dios no se cansa de
buscar a su criatura para hacer alianza con ella y cómo, a su vez, toda la vida del hombre no
puede ser sino una búsqueda incesante de Dios. Y ellos mismos se empeñan pacientemente en
esta búsqueda. La creatura tambalea bajo el peso de sus limitaciones, pero, al mismo tiempo,
Dios la hace capaz de apasionarse por esta búsqueda. Es preciso pues ayudar a estos religiosos
a acercarse al misterio de Dios, sin desatender las exigencias críticas de la razón humana. Es
necesario también destacar las certezas que ofrece la Revelación sobre el misterio de Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo, permaneciendo modestos sin embargo acerca del resultado de
una búsqueda que no acabará sino en el cara a cara, cuando veremos a Dios tal cual es. La
primera preocupación de estos contemplativos no es ni puede ser la de adquirir amplios
conocimientos ni conquistar grados académicos. Es y debe ser la de afianzar la fe « garantía de
los bienes que se esperan y prueba de las realidades que no se ven ».3 En la fe se encuentran el
fundamento y las primicias de una contemplación auténtica. Ella introduce ciertamente por
rutas desconocidas: « Abraham salió sin saber a donde iba »;4 pero la fe permite mantenerse
firme en la prueba como si se viera lo invisible.5 Ella sana, profundiza y ensancha el esfuerzo
de la inteligencia que busca y que contempla lo que no alcanza ahora sino como « en un espejo
y en enigma »6.

Algunos puntos en que es preciso insistir

75. Teniendo en cuenta la especificidad de estos institutos y los medios indicados para
mantenerla fielmente, su programa de formación insistirá especialmente en algunos puntos que
han de ser tratados gradualmente en las sucesivas etapas de la formación. Es preciso señalar
desde el principio que el itinerario de formación será en ellos menos intenso y más informal,
dada la estabilidad de los miembros y la ausencia de actividades fuera del monasterio. Hay que
añadir, en fin, que, en el contexto del mundo actual, se debe esperar de los miembros de estos
institutos un nivel de cultura humana y religiosa que corresponda a las exigencias de nuestro
tiempo.

La lectio divina

76. Más que sus hermanos y hermanas dedicados al apostolado, los miembros de los institutos
íntegramente ordenados a la contemplación ocupan una buena parte de su tiempo cotidiano en
el estudio de la Palabra de Dios y en la  lectio divina, bajo sus cuatro aspectos de lectura,
meditación, oración y contemplación. Cualesquiera que sean las palabras empleadas según las
diversas tradiciones espirituales y el sentido preciso que se les dé, cada una de estas etapas
conserva su necesidad y su originalidad. La lectio divina se alimenta de la Palabra de Dios,
encuentra en ella su punto de partida y a ella vuelve. Un estudio bíblico serio garantiza por su
parte la riqueza de la lectio. Que esta última tenga por objeto el texto mismo de la Biblia o un
texto litúrgico o una importante página espiritual de la tradición católica, se trata siempre de
un eco fiel de la palabra de Dios que es preciso escuchar, quizá hasta susurrar, a la manera de
los antiguos. Esta iniciación requiere un ejercicio intenso durante el tiempo de formación y
sobre ella se apoyan todas las etapas ulteriores.

La liturgia

77. La Liturgia, sobre todo la celebración de la Eucaristía y la Liturgia de las Horas, ocupa un
puesto especial en estos institutos. Si los antiguos comparaban la vida monástica con la vida
angélica, era, entre otros motivos, porque los ángeles son los « liturgos »7 de Dios. La liturgia,
donde se unen la tierra y el cielo y que por este hecho da como una anticipación de la liturgia
celeste, es la cima a la cual tiende toda la Iglesia y la fuente de donde dimana toda su fuerza.
Ella no representa toda la actividad de la Iglesia, pero es para aquellos que vacan únicamente a
las cosas de Dios el lazo de unión y el medio privilegiado de celebrar en nombre de la Iglesia
en el gozo y la acción de gracias la obra de salvación cumplida por Cristo, cuyo desarrollo y
memorial se nos ofrece periódicamente en el ano litúrgico.8 Ella será por tanto, no solamente
celebrada con cuidado según las tradiciones y los ritos propios de los diferentes institutos, sino
también estudiada históricamente la variedad de sus formas y su significado teológico.

78. En la tradición de algunos de estos institutos, algunos religiosos reciben el ministerio


presbiteral y celebran la Eucaristía diaria aunque no estén destinados a ejercer un apostolado.
Esta práctica encuentra su justificación tanto en lo referente al ministerio presbiteral, cuanto en
lo que toca al sacramento de la Eucaristía. Efectivamente, por una parte existe una armonía
interna entre la consagración religiosa y la consagración al ministerio y es legítimo que estos
religiosos sean ordenados sacerdotes, aunque no tengan un ministerio que ejercer ni al interior
ni al exterior del monasterio. « La unión en una misma persona de la consagración religiosa,
que la hace una ofrenda a Dios, y del carácter sacerdotal, la configura de modo especial con
Cristo que es al mismo tiempo Sacerdote y Víctima ».9

Por otra parte, la Eucaristía « aunque los fieles no puedan estar presentes en ella es un acto de
Cristo y de la Iglesia »10 y merece por ello ser celebrada en cuanto tal porque « las razones que
puede haber para ofrecer el sacrificio no se deben tomar únicamente de parte de los fieles a los
que hay que administrar los sacramentos, sino principalmente de parte de Dios, a quien se
ofrece un sacrificio en la consagración de este sacramento ».11 En fin, es necesario señalar la
afinidad que existe entre la vocación contemplativa y el misterio de la Eucaristía. En efecto, «
entre las obras de la vida contemplativa, las principales consisten en la celebración de los
misterios divinos »12.

El trabajo

79. El trabajo es una ley común a la que las religiosas y los religiosos saben que están
obligados y convendrá, en período de formación, hacer resaltar su significado ya que, en el
caso que nos ocupa, éste se realiza dentro del monasterio. El trabajo para vivir no es un
obstáculo a la Providencia de Dios que se preocupa de los menores detalles de nuestras vidas,
sino que entra en sus planes. Puede considerarse como un servicio a la comunidad, un medio
de ejercer en ella una cierta responsabilidad y de colaborar con otros. Permite desarrollar cierta
disciplina personal y equilibrar los aspectos más interiores que conlleva el horario cotidiano.
En los sistemas de previsión social que entran progresivamente en vigor en diferentes países,
el trabajo permite también a los religiosos participar en la solidaridad nacional a la cual ningún
ciudadano tiene el derecho de sustraerse. Más generalmente, es un elemento de solidaridad con
todos los trabajadores del mundo. El trabajo responde así, no sólo a una necesidad económica
y social, sino a una exigencia evangélica. Nadie en comunidad puede identificarse con un
trabajo preciso del que correría el riesgo de hacerse propietario, sino que todos deben estar
disponibles para todos los trabajos que se les puedan pedir.

Durante el tiempo de formación inicial, especialmente durante el noviciado, el tiempo


reservado al trabajo no podrá sustraerse del que está normalmente reservado a los estudios u
otras actividades en relación directa con la formación.

La ascesis

80. Ocupa un puesto particular en los institutos exclusivamente dedicados a la contemplación;


por eso, religiosas y religiosos deberán sobre todo comprender cómo, a pesar de las exigencias
de retiro del mundo que les son propias, su consagración religiosa les hace presentes a los
hombres y al mundo «`de una manera más profunda en el corazón de Cristo ».13 « Es monje
aquel que está separado de todos y unido a todos ».14 Unido a todos porque está unido a Cristo.
Unido a todos porque lleva en su corazón la adoración, la acción de gracias, la alabanza, las
angustias y el sufrimiento de los hombres de este tiempo. Unido a todos porque Dios le llama a
un lugar donde El revela al hombre sus secretos. No solamente presentes en el mundo, sino
también en el corazón de la Iglesia, así están los religiosos íntegramente dedicados a la
contemplación. La liturgia que celebran realiza una función esencial de la comunidad eclesial.
La caridad que los anima y que se esfuerzan en perfeccionar, vivifica al mismo tiempo todo el
cuerpo místico de Cristo. En este amor ellos tocan la fuente primera de todo lo que existe _ «
amor fontalis » y, por este hecho, se encuentran en el corazón del mundo y de la Iglesia. « En
el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor ».15 Tal es su vocación y su misión.

La puesta en práctica

81. La norma general es que todo el ciclo de la formación inicial y permanente se desarrolle en
el interior del monasterio. Para estos religiosos, es el lugar más conveniente para poder realizar
el camino de conversión, de purificación y de ascesis en orden a conformar su vida con Cristo.
Esta exigencia tiene igualmente la ventaja de favorecer la armonía de la comunidad. Pues en
efecto, toda la comunidad, y no solamente algunas personas o grupos más iniciados, debe
beneficiarse de las ventajas de una formación bien ordenada.

82. Cuando un monasterio no puede bastarse a sí mismo por falta de docentes o de un número
suficiente de candidatos, seria útil organizar en uno de los monasterios, servicios de enseñanza
(cursos, sesiones, etc.) comunes a varios monasterios de la misma Federación, de la misma
Orden o de vocación fundamental común, con una periodicidad conforme a la naturaleza
contemplativa de los monasterios interesados.

Para todos los casos en los que las exigencias de la formación tuvieran una incidencia sobre la
disciplina de la clausura, es preciso atenerse a la legislación en vigor.16 Para la formación se
puede recurrir también a personas ajenas al monasterio y aún a la Orden, a condición de que lo
hagan desde la perspectiva especifica de los religiosos a los que han de instruir.

83. La asociación de monasterios de Monjas a institutos masculinos, según el c. 614, puede


igualmente servir ventajosamente para la formación de las Monjas. Ella garantiza la fidelidad
al carisma, al espíritu y a las tradiciones de una misma familia espiritual.

84. Cada monasterio cuidará de crear las condiciones favorables para el estudio personal y la
lectura, con la ayuda de una buena biblioteca constantemente actualizada y, eventualmente, de
cursos por correspondencia.

85. Se pide a las Ordenes y Congregaciones monásticas masculinas, a las Federaciones de


Monjas y a los monasterios no federados o no asociados, que elaboren un programa de
formación (ratio) que formará parte de su derecho propio y que contendrá normas concretas
de aplicación, conforme a los cc. 650, 1 y 659 a 661.

1. PC 7.

2. DCVR 26 y 27; cf. nota 9 introducción.

3. Heb  11, l.

4. Ibid. 11, 8.

5. Cf. Heb 11, 27.

6. 1 Cor  13, 12.

7. Orígenes, Peri Archon 1,  8, 1.
8. Cf. LG 49.50; SC 5. 8. 9. 10.

9. Pablo VI a los superiores mayores de Italia: AAS 58 (1966) 1180; ver también carta a los
Cartujos de 18 de abril de 1971: AAS 63 (1971) 448-449.

10. PO 13; cf. Pablo VI, encíclica Mysterium fidei: AAS 57 (1965) 761-762.

11. Santo Tomás, Suma teológica, III, q. 82, a. 10.

12. Idem, II-IIae, q. 189, a. 8, ad 2um.

13. LG 46.

14. VS III, introducción y nota 27; EV 3, 865.

15. Sta. Teresa del Niño Jesús, Manuscrits autobiographiques, 1957, p. 229.

16. Cf. c. 667.

Capítulo quinto

CUESTIONES ACTUALES REFERENTES A LA FORMACIÓN DE LOS


RELIGIOSOS

Se agrupan aquí algunas cuestiones o posiciones actuales que, en algún caso, son fruto de un
análisis sucinto y que, por consiguiente, necesitan probablemente discusión, precisiones y
complementos. En otros casos, se enumeran orientaciones y principios cuya aplicación
concreta no puede hacerse sino a nivel de las Iglesias particulares.

A) Los jóvenes candidatos a la vida religiosa y la pastoral vocacional

86. Los jóvenes son « la esperanza de la Iglesia »;1 ella tiene « tantas cosas que decir a los
jóvenes y los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia».2 Si bien existen adultos
candidatos a la vida religiosa, los de 18-25 años representan hoy la mayoría. En la medida en
que están afectados por lo que se ha convenido en llamar « la modernidad » se pueden destacar
con bastante exactitud, según parece, algunos rasgos comunes. El retrato corresponde más bien
al modelo nordoccidental, pero este modelo tiende a universalizarse, tanto en sus valores como
en sus debilidades y cada cultura aportará los retoques que exija su propia originalidad.

87. « La sensibilidad de los jóvenes percibe profundamente los valores de la justicia, de la no-
violencia y de la paz. Su corazón está abierto a la fraternidad, a la amistad y a la solidaridad.
Se movilizan al máximo en favor de las causas que miran a la calidad de la vida y la
conservación de la naturaleza ».3 Igualmente tienen sed de libertad y de autenticidad. Aspiran
generalmente, y a veces ardientemente, a un mundo mejor y no faltan quienes se han
comprometido en asociaciones políticas, sociales, culturales y caritativas para contribuir a
mejorar la situación de la humanidad. Son en su mayoría, a no ser que se hayan desviado por
ideologías totalitarias de cualquier tipo que sean, ardientes partidarios de la liberación del
hombre ante el racismo, el subdesarrollo, guerras, injusticias. Esta actitud no siempre está
dirigida - y a veces está lejos de serlo - por motivos de orden religioso, filosófico y político,
pero no se puede negar su sinceridad y gran generosidad. Entre ellos se encuentran quienes
están marcados por un profundo sentimiento religioso, pero este mismo sentimiento tiene
necesidad de ser evangelizado. Algunos, en fin, y no siempre son una minoría, han llevado una
vida cristiana bastante ejemplar y se han comprometido valerosamente en el apostolado,
experimentando ya lo que puede significar « seguir a Jesucristo más de cerca ».

88. Supuesto lo dicho, sus referencias doctrinales y éticas tienden a relativizarse, hasta el
punto que ellos no saben siempre muy bien si existen puntos de referencia sólidos para
conocer la verdad del hombre, del mundo y de las cosas. La poca atención a la enseñanza de la
filosofía en los programas escolares, a veces, ha influido en ello. Se encuentran dudosos
cuando se trata de afirmar lo que son y lo que están llamados a ser. Cuando tienen algunas
convicciones sobre la existencia del bien y del mal, el sentido de estos términos parece haberse
desplazado de lo que significaba para las generaciones precedentes. Muchas veces hay una
desproporción entre el nivel de sus conocimientos profanos, quizá muy especializados, su
crecimiento psicológico y su vida cristiana. No todos han tenido en familia una experiencia
feliz, dadas las crisis que atraviesa la institución familiar, tanto donde la cultura no ha estado
profundamente impregnada de cristianismo, como en culturas de tipo postcristiano donde se
impone la urgencia de una nueva evangelización, como incluso en culturas ya evangelizadas
desde antiguo. Aprenden mucho por la imagen, y la actual pedagogía escolar favorece a veces
este medio, pero leen menos. Ocurre a veces que su cultura se caracteriza por una ausencia
casi total de dimensión histórica, como si el mundo comenzara hoy. Tampoco están exentos de
la influencia de la sociedad de consumo, con las decepciones que engendra. Logrando, a veces
con dificultad, encontrar su puesto en el mundo, algunos se dejan seducir por la violencia, la
droga y el erotismo. Es cada vez menos raro encontrar entre los candidatos a la vida religiosa,
jóvenes que han tenido experiencias infelices en este último aspecto.

89. Vienen después los problemas que plantean la riqueza y complejidad de este tejido
humano a la pastoral de las vocaciones y, al mismo tiempo, a la formación. Aquí tiene su papel
el discernimiento de las vocaciones. Quizá en ciertos países sobre todo, las candidatas y
candidatos a la vida religiosa se presentarán en búsqueda, más o menos conscientemente, de
una promoción social y una seguridad para el futuro; para otros, la vida religiosa se presentará
como el lugar ideal para un compromiso ideológico por la justicia. Otros en fin, de espíritu
más conservador, buscarán en la vida religiosa un lugar para salvaguardar su fe en un mundo
considerado hostil y corrompido. Estas motivaciones representan el reverso de un cierto
número de valores, pero tienen que ser purificadas y rectificadas.

En los países llamados desarrollados, será sobre todo el equilibrio humano y espiritual, que tal
vez sea necesario promover a base de renuncia, de fidelidad duradera, de generosidad apacible
y sostenida, de gozo auténtico y de amor.

He aquí un programa exigente pero necesario para las religiosas y los religiosos encargados de
la pastoral vocacional y de la formación.

B) La formación de los religiosos y la cultura

90. El término general de cultura parece poder resumir, como propone la Constitución
pastoral Gaudium et spes, « el conjunto de datos personales y sociales que marcan al hombre
permitiéndole asumir y dominar su condición y su destino » (Gaudium et spes, 53  a 62).4 Por
eso se puede decir que la cultura es: « aquello por lo cual el hombre llega a ser más hombre »
y « se sitúa siempre en relación esencial y necesaria con lo que es el hombre ».5 Por otra parte,
« la profesión de los consejos evangélicos, aunque implica la renuncia de bienes que
indudablemente han de ser muy estimados, no se opone sin embargo al verdadero desarrollo
de la persona humana, antes por su propia naturaleza lo favorece en gran medida »6. Existe
pues una afinidad entre la vida religiosa y la cultura.

91. Concretamente, esta afinidad atrae nuestra atención sobre algunos puntos. Jesucristo y su
Evangelio transcienden toda cultura, aunque la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu
las penetran todas desde dentro.7 Por otra parte, toda cultura debe ser evangelizada, es decir,
purificada y sanada de las heridas del pecado. Al mismo tiempo, la sabiduría que lleva consigo
es superada, enriquecida y completada por la sabiduría de la Cruz.8 Será conveniente por tanto
en todas las latitudes:

- velar por el nivel de cultura general de los candidatos, sin olvidar que la cultura no se limita a
la dimensión intelectual de la persona;

- verificar cómo las religiosas y los religiosos llegan a inculturar su propia fe en su cultura de
origen y ayudarles a que lo consigan. Esto no debe llevar a transformar las casas de formación
a la vida religiosa en una especie de laboratorios de inculturación. Pero los responsables de la
formación no pueden dejar de atender este aspecto en el acompañamiento personal de sus
discípulos. Tratándose de la educación personal de su fe y de su enraizamiento en la vida de
toda la persona, no pueden olvidar que el Evangelio libera en una cultura la verdad última de
los valores que ella contiene y que, por otra parte, la cultura expresa el Evangelio de manera
original y manifiesta nuevos aspectos del mismo;9

- iniciar a las religiosas y los religiosos, que viven y trabajan en una cultura extraña a su
cultura de origen, en el conocimiento y en la estima de esta cultura, según las
recomendaciones del decreto conciliar Ad Gentes, n. 22.

- promover en las jóvenes Iglesias, en comunión con el conjunto de la Iglesia local y bajo la
guía de su Pastor, una vida religiosa inculturada, conforme al decreto Ad Gentes, n. 18.

C) Vida religiosa y movimientos eclesiales

92. « En la Iglesia-Comunión, los estados de vida están tan unidos entre sí que están ordenados
el uno para el otro. Su sentido profundo es el mismo y único para todos: ser una manera de
vivir la común dignidad cristiana y la vocación universal a la santidad en la perfección del
amor. Las modalidades son a la vez diversas y complementarias, de manera que cada una de
ellas tiene su fisonomía original, que no se ha de confundir, y, al mismo tiempo, cada una está
relacionada con las otras y a su servicio »10. Lo que confirman numerosas experiencias
actuales de compartir no sólo el trabajo, sino a veces también la oración y la mesa entre
religiosos, religiosas y laicos. Nuestro propósito no es el de hacer aquí un estudio de conjunto
sobre esta situación nueva sino el de considerar únicamente las relaciones religiosos-laicos
bajo el aspecto de los movimientos eclesiales, debidos en su mayor parte a la iniciativa de los
laicos.

Desde siempre, se han manifestado en el seno del pueblo de Dios movimientos eclesiales,
inspirados por un deseo de vivir más intensamente el Evangelio y de anunciarlo a los hombres.
Algunos de ellos estaban muy estrechamente ligados a institutos religiosos, cuya espiritualidad
específica compartían. En nuestros días, y especialmente desde hace algunos decenios, han
aparecido nuevos movimientos más independientes que los primeros de estructuras y estilo de
vida religiosa, y cuya influencia benéfica para la Iglesia ha sido frecuentemente evocada en el
sínodo de los Obispos sobre la vocación y la misión de los laicos (1987), a condición de que
en ellos se den ciertos criterios de eclesialidad.11

93. Para mantener una feliz comunión entre estos movimientos y los institutos religiosos, tanto
más si se considera que numerosas vocaciones religiosas nacen de estos movimientos,
conviene reflexionar sobre las exigencias siguientes y sobre las consecuencias concretas que
implican para los miembros de estos institutos.

- Un instituto, tal como lo ha querido su Fundador y la Iglesia lo ha aprobado, tiene una


coherencia interna que recibe de su naturaleza, de su fin, de su espíritu, de su carácter y de sus
tradiciones. Todo este patrimonio constituye el eje alrededor del cual se mantienen a la vez la
identidad y la unidad del mismo instituto12 y la unidad de vida de cada uno de sus miembros.
Es un don del Espíritu a la Iglesia que no puede soportar interferencias ni mezclas. El diálogo
y el compartir en el seno de la Iglesia suponen que cada uno tiene plena conciencia de su
identidad.

- Un candidato a la vida religiosa proveniente de uno u otro de estos movimientos eclesiales se


pone libremente, cuando entra en el noviciado, bajo la autoridad de los superiores y de los
formadores legítimamente designados para formarlo. No puede por tanto depender al mismo
tiempo de un responsable ajeno al instituto al que él ya pertenece, aunque antes de entrar
perteneciera a dicho movimiento. Están aquí en juego la unidad del instituto y la unidad de
vida de los novicios.

- Estas exigencias continúan más allá de la profesión religiosa, a fin de descartar todo
fenómeno de pluripertenencia, en el plano de la vida espiritual personal del religioso y en el de
su misión. Si no se respetan, la necesaria comunión entre religiosos y laicos correría el riesgo
de degenerar en confusión entre los dos planos anteriormente mencionados.

D) El ministerio episcopal y la vida religiosa

94. Esta cuestión se ha hecho más actual desde la publicación de Mutuae relationes y desde
que el Papa Juan Pablo II ha subrayado en muchas ocasiones la incidencia del oficio pastoral
de los Obispos sobre la vida religiosa.

El ministerio del Obispo y el de un superior religioso no están en concurrencia. Ciertamente


existe un orden interno de los institutos que tiene su propio campo de competencia, en vista
del mantenimiento y crecimiento de la vida religiosa. Este orden interno goza de una
verdadera autonomía, pero ésta deberá ejercitarse necesariamente dentro del cuadro de la
comunión eclesial orgánica.13

95. En efecto, se « reconoce a cada instituto una justa autonomía de vida, sobre todo en el
gobierno, por la cual posee su propia disciplina dentro de la Iglesia y puede conservar intacto
(su) patrimonio (...) corresponde a los Ordinarios del lugar el salvaguardar y proteger esta
autonomía ».14

En el marco de esta autonomía, « el derecho propio (de los institutos) debe determinar el plan
de (la) formación y su duración, teniendo en cuenta las necesidades de la Iglesia y la condición
de los hombres y las circunstancias de los tiempos, tal como exigen el fin y el carácter del
instituto ».15

« En cuanto al ministerio de la enseñanza, los superiores religiosos tienen la competencia y


autoridad de "maestros espirituales", según el proyecto evangélico de su instituto; en este
ámbito, ellos deben dar una verdadera dirección espiritual a su congregación y a cada una de
las comunidades, de acuerdo con el magisterio auténtico de la Jerarquía »16.

96. Por otra parte los Obispos, en cuanto « doctores auténticos » y « testigos de la verdad
divina y católica »17 tienen una « responsabilidad en lo que toca a la enseñanza de la doctrina
de la fe, tanto en los centros que cultivan su estudio como en la utilización de los medios para
transmitirla »18.

« Incumbe a los Obispos, como maestros auténticos y guías de perfección para todos los
miembros de su diócesis (ChD 12.15.25, 3; LG 25.45), ser también los guardianes de la
fidelidad a la vocación religiosa en el espíritu de cada instituto »,19 según las normas del
derecho (cf. cc. 386.387.591.593.678).

97. A ello no se opone en modo alguno la autonomía de vida, y particularmente de gobierno,


reconocida a los institutos religiosos. Si, en el ejercicio de su jurisdicción, el Obispo está
limitado por el respeto a esta autonomía, no está por ello dispensado de velar por la marcha de
los religiosos hacia la santidad. Incumbe en efecto a un sucesor de los Apóstoles, en cuanto
ministro de la Palabra de Dios, llamar a los cristianos en general a seguir a Cristo, y, por
excelencia, a aquellos que reciben la gracia de seguirlo « más de cerca » (c. 573, 1). El
instituto al cual estos últimos pertenecen representa ya en sí mismo y para ellos una escuela de
perfección y un camino hacia la santidad, pero la vida religiosa es un bien de la Iglesia y,
como tal, depende de la responsabilidad del Obispo. La relación del Obispo con las religiosas
y religiosos, generalmente percibida a nivel de apostolado, tiene su raíz más profunda en su
cargo de ministro del evangelio, al servicio de la santidad de la Iglesia y de la integridad de su
fe.

En este espíritu y sobre la base de estos principios, es conveniente que los Obispos de las
Iglesias particulares sean al menos informados por los Superiores Mayores de los
programas (ratio) de formación vigentes en los centros o servicios de formación de los
religiosos, situados en el territorio del que ellos son Pastores. Toda dificultad que afecte a la
responsabilidad episcopal y que se refiera al funcionamiento de estos servicios o centros, será
examinada entre los Obispos y superiores mayores, conforme al derecho y a las orientaciones
dadas por Mutuae relationes, nn. 24 a 35, y eventualmente con la ayuda de los órganos de
coordinación indicados por el mismo documento en los nn. 52 a 67 (cf. cc.
386.387.591.593.678).

E) La colaboración intercongregacional a nivel de la formación

98. La primera responsabilidad de la formación de los religiosos corresponde por derecho a


cada instituto y son los superiores mayores de los institutos, con la ayuda de sus responsables
cualificados, quienes tienen la importante misión de velar por ella. Cada instituto, debe
además, según el derecho, establecer propio programa de formación (ratio).20

Sin embargo, la necesidad ha llevado a ciertos institutos, en todos los continentes, a poner en
común sus medios de formación (personal e instituciones) con el fin de colaborar en esta obra
tan importante, que no podían continuar realizando solos.

99. Esta colaboración se efectúa por medio de centros permanentes o de servicios periódicos.
Se llama centro intercongregacional a un centro de estudio para religiosos, puesto bajo la
responsabilidad colectiva de los superiores mayores de los institutos cuyos miembros
participan en este centro. Su fin es el de asegurar la formación doctrinal y práctica requerida
por la misión especifica de los institutos y conforme a su naturaleza. Es distinto de la
comunidad formativa propia de cada instituto y en el seno de la cual el novicio y el religioso se
inician en la vida comunitaria, espiritual y pastoral del instituto. Cuando un instituto participa
en un centro intercongregacional debe haber una complementariedad entre la comunidad
formativa y el centro, en orden a una formación armónica integral.

Los centros de formación de una federación obedecen a normas que constan en los estatutos de
la federación y aquí no se tienen en cuenta. Lo mismo se dice de los centros o servicios de
estudios bajo la responsabilidad de un solo instituto, pero que acogen como huéspedes a
religiosas o religiosos de otros institutos.

100. La colaboración intercongregacional para la formación de las jóvenes profesas y profesos,


la formación permanente y la formación de los formadores, puede efectuarse en el ámbito de
un centro. La de los novicios, al contrario, no se puede dar sino bajo la forma de servicios
periódicos, porque la comunidad del noviciado propiamente dicha tiene que ser una
comunidad homogénea propia de cada instituto. Nuestro Dicasterio se propone publicar
próximamente un documento, detallado y normativo referente a la puesta en práctica de la
colaboración intercongregacional en el campo de la formación.

1. GE 2.

2. ChL 46; cf. también Prop. 51 y 52 del 7° Sínodo de los Obispos, 1987.

3. ChL 46.

4. CIT 8-10-1985, n. 4-1; EV 9, 1622.

5. Juan Pablo II en la IJNESCO, 1980, n. 6 y 7; IDGP 1980, I, 1636.

6. LG 46.

7. CIT, Fe e inculturación, n. 8 y 22; Civiltà Cattolica, enero 1989.

8. Ibid.; cf. también ChL 44.

9. CIT, nn. 4-2; cf. nota 4 de este capítulo.


10. ChL 55.

11. ChL 30.

12. Cf. c.578.

13. ChD 35, 3 y 4; MR 13c.

14. C. 586.

15. C. 659, 2; cf. igualmente c. 650, 1 para lo que se refiere especialmente al noviciado.

16. MR 13a; cf. nota 8 introducción.

17. LG 25.

18. MR 33, cf. nota 8 introducción; cf. también cc. 753 y 212, 1.

19. MR 28, cf. nota 8 introducción. Para el Obispo « perfector », cf. Suma teológica, II, q.
184.

20. Cc. 650, 1 y 659, 2. Ver también Juan Pablo II a los religiosos del Brasil, 2 de julio de
1986, n. 5; cf. nota 5 introducción.

Capítulo sexto

LOS RELIGIOSOS CANDIDATOS A LOS MINISTERIOS PRESBITERAL Y


DIACONAL

101. Las cuestiones planteadas por este tipo de religiosos merecen ser expuestas aparte dado
su carácter particular. Son de tres órdenes. Unas miran a la formación a los ministerios como
tales; otras a la especificidad religiosa de los religiosos sacerdotes y diáconos; otras en fin a la
inserción del religioso sacerdote en el presbiterio diocesano.

La formación

102. En ciertos institutos, definidos por su derecho propio como clericales, se ha propuesto a
veces dar la misma formación a los hermanos laicos y a los candidatos a la ordenación. A nivel
del noviciado parece incluso exigida una formación común a unos y otros por el carisma
específico del Instituto. Se siguen consecuencias benéficas en cuanto a la cualidad y a la
integridad de la formación doctrinal de los hermanos laicos y en cuanto a su integración en la
comunidad. Pero, en todos los casos, las normas sobre la duración y el contenido de los
estudios preparatorios al ministerio presbiteral deberán ser rigurosamente observadas y
seguidas.

103. « La formación de los miembros que se preparan a recibir las Ordenes sagradas se rige
por el derecho universal y el plan de estudios propio del instituto ».1 Además los religiosos
candidatos al ministerio presbiteral se conformarán a las normas de la Ratio fundamentalis
institutionis sacerdotalis2  y  los candidatos al diaconado permanente a las disposiciones
previstas a este efecto por el derecho propio de los institutos. No se recapitulará aquí la
integridad de esta « ratio » cuyas líneas maestras figuran en el derecho canónico.3 Será
suficiente recordar, para que sean observadas por los superiores mayores, algunas etapas del «
cursus » de formación.

104. Los estudios de filosofía y de teología llevados a cabo sucesiva o conjuntamente,


comprenderán por lo menos 6 años completos, de modo que 2 años enteros estén consagrados
a las disciplinas filosóficas y 4 años completos a los estudios teológicos. Los superiores
mayores velarán por la observancia de estas disposiciones especialmente cuando confíen sus
religiosos jóvenes a centros intercongregacionales o a universidades.

105. Si bien toda la formación de los candidatos al ministerio presbiteral tiende a un fin
pastoral, habrá una formación pastoral propiamente dicha adaptada al fin del instituto. El
programa de esta formación se inspirará en el decreto Optatam totius y,para los religiosos
llamados a trabajar en culturas distintas de cultura de origen, en el decreto Ad Gentes.4

106. Los religiosos sacerdotes dedicados a la contemplación, monjes u otros, llamados por sus
superiores a ponerse a disposición de los huéspedes para ministerio de la reconciliación o del
consejo espiritual, estarán provistos de una formación pastoral apropiada a este ministerio. Se
conformarán igualmente las orientaciones pastorales de la Iglesia particular en la cual se
encuentran.

107. Serán observadas todas las condiciones canónicas requeridas para los ordenandos y que
se refieran a ellos, teniendo en cuenta la naturaleza y las obligaciones propias del estado
religioso.5

La especificidad religiosa de los religiosos sacerdotes y diáconos

48. « Un sacerdote religioso inserto en la pastoral al lado de sacerdotes diocesanos, debería


mostrar claramente en sus actitudes que es religioso».6 Para que aparezca siempre en el
religioso, sacerdote o diácono, « lo que caracteriza la vida religiosa y a los religiosos, y les dé
una visibilidad »,7 deben cumplirse varias condiciones sobre las que es útil que los religiosos,
candidatos a los ministerios presbiteral y diaconal, se interroguen durante el tiempo de su
formación inicial y de su formación permanente:

- que tengan una percepción clara y convicciones firmes sobre la naturaleza respectiva del
ministerio presbiteral y diaconal que pertenece a la estructura de la Iglesia, y de la vida
religiosa que pertenece a su santidad y a su vida,8 manteniendo siempre el principio de que su
ministerio pastoral forma parte de la naturaleza de su vida religiosa;9

- que beban, para su vida espiritual, en las fuentes del instituto del cual son miembros y acojan
en sí mismos el don que representa este instituto para la Iglesia;

- que den testimonio de una experiencia espiritual personal inspirada en el testimonio y la


enseñanza del fundador;
- que vivan conforme a la regla de vida que se comprometieron a observar;

- que vivan en comunidad según el derecho;

- que estén disponibles y movibles para el servicio de la Iglesia universal, si los superiores del
instituto les llaman a ello.

Si se respetan estas condiciones el religioso sacerdote o diácono logrará armonizar felizmente


estas dos dimensiones de su única vocación.

El lugar del religioso sacerdote dentro del presbiterio diocesano

109. La formación del religioso sacerdote debe tener en cuenta su futura inserción en el
presbiterio de una Iglesia particular, sobre todo si debe ejercitar en ella un ministerio, «
teniendo presente sin embargo el carácter propio de cada instituto »10. En efecto, « la Iglesia
particular constituye el espacio histórico en el cual una vocación se expresa en la realidad y
realiza su compromiso apostólico ».11 Los religiosos sacerdotes pueden con todo derecho
considerarla como « la patria de (su propia) vocación »12. Los principios fundamentales que
rigen esta inserción fueron dados por el decreto conciliar Creasteis Dominus (nn. 34-35). Los
religiosos sacerdotes son « colaboradores del orden episcopal »; « a decir verdad, en cierto
modo, ellos pertenecen al clero de la diócesis en cuanto participan en el cuidado de las almas y
en las obras de apostolado bajo la autoridad de los Obispos ».13 A propósito de esta
inserción, Mutuae relationes (nn. 15 a 23) hace resaltar la influencia recíproca entre los
valores universales y particulares. Si se pide a los religiosos « aún perteneciendo a un instituto
de derecho pontificio, sentirse verdaderamente participantes de la familia diocesana »,14 el
derecho canónico les reconoce la autonomía conveniente15 para que se mantenga su carácter
universal y misionero.16

De manera habitual, la situación de un religioso sacerdote o de un instituto al que el obispo ha


confiado una misión o una obra pastoral en su Iglesia particular, debe regirse por un convenio
escrito17 entre el obispo diocesano y el superior competente del instituto o del religioso
interesado. Lo mismo habría que decir de un religioso diácono puesto en idéntica situación.

l. C. 659, 3.

2. 1a edición 6 de enero de 1970; 2a edición 19 de marzo de 1985; cf. Cap. IV, nota 35.

3. Cf. cc. 242 a 256.

4. Ver OT 4 y 19-21; AG 25-26.

5. Cf. cc. 1010 a 1054.

6. Juan Pablo II a los religiosos del Brasil, 3 de julio de 1980; cf. nota 5 introducción.

7. Ibid.

8. Cf. LG 44
9. Cf. PC 8.

10. ChD 35, 2.

11. MR 23, d.

12. MR 37.

13. ChD 34. « Ut Episcopis auxiliatores adsint et subsint », dice ChD 35.

14. MR 18, b.

15. MR 22.

16. MR 23, c.

17. MR 57-58; cf. c. 520, 2.

CONCLUSIONES

110. Este documento ha querido tener en cuenta las experiencias ya intentadas después del
Concilio y hacerse eco igualmente de las cuestiones planteadas por los superiores mayores.
Recuerda a todos algunas exigencias del derecho en función de las circunstancias y de las
necesidades presentes. Espera en fin ser útil a los institutos religiosos para que todos progresen
en la comunión eclesial bajo la guía del Papa y de los Obispos a quienes « compete el
ministerio de discernir y de armonizar; y esto lleva consigo la abundancia de dones especiales
del Espíritu, así como el carisma particular de la distribución de las diversas funciones en
íntima docilidad espiritual al único Espíritu Vivificante ».1

En primer lugar se ha indicado que la formación de los religiosos tiene como fin primordial el
de ayudarles a tomar conciencia de su identidad de consagrados por la profesión de los
consejos evangélicos de castidad, de pobreza y de obediencia, en un instituto religioso. Entre
los agentes de la formación se da la primacía al Espíritu Santo, porque la formación de los
religiosos es una obra esencialmente teologal, en su fuente y en sus objetivos. Se insiste sobre
la necesidad de formar formadores cualificados, sin esperar que aquellos que están
actualmente en ese cargo hayan terminado su mandato. La función de primer orden que juegan
el mismo religioso y su comunidad, hacen de esta tarea un lugar de ejercicio privilegiado de la
responsabilidad personal y comunitaria. Se han planteado varias cuestiones actuales; no todas
reciben una respuesta decisiva, pero por lo menos provocan la reflexión. Un lugar aparte se ha
dado a los institutos íntegramente ordenados a la contemplación, dada su situación en el
corazón de la Iglesia y la especificidad de su vocación.

Nos queda pedir para todos, superiores, educadores y formadores religiosos, la gracia de la
fidelidad a su vocación, a ejemplo y bajo la protección de la Virgen María. En su marcha a lo
largo de los tiempos, la Iglesia « progresa siguiendo el itinerario realizado por la Virgen María
que avanzó en su peregrinación, manteniendo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.2 El
tiempo de formación ayuda al religioso a recorrer este itinerario a la luz del misterio de Cristo
que « esclarece plenamente »3 el misterio de María, al mismo tiempo que el misterio de María
« es para la Iglesia como un sello que autentica el misterio de la Encarnación »,4 como
apareció al Concilio de Efeso. María está presente en el nacimiento y en la educación de cada
vocación religiosa. Ella está asociada íntimamente a todo su crecimiento en el Espíritu Santo.
La misión que ella ha cumplido con relación a Jesús, la lleva a término en beneficio de su
Cuerpo que es la Iglesia y de cada uno de los cristianos, especialmente aquellos que se
consagran a seguir a Jesucristo « más de cerca ».5 Por eso, un ambiente mariano sostenido por
una teología auténtica, asegurará a la formación de los religiosos autenticidad, solidez y gozo,
sin los cuales su misión en el mundo no podría cumplirse plenamente.

En Audiencia concedida el 10 de noviembre de 1989 al suscrito Cardenal Perfecto, el Santo


Padre ha aprobado el presente documento de la Congregación de los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica y ha autorizado su publicación bajo el título de
« Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos ».

Roma, 2 de febrero de 1990.

Fr. JÉROME CARD. HAMER


Praefectus

+ VINCENTIUS FAGIOLO
Arch. em. Theatin.-Vasten.
Secretarius

1. MR 6; cf. nota 8 introducción.

2. RM 2: AAS 79 (1987) 361 ss.

3. RM 4: ibid.

4. Ibid.

5. LG 42.

SIGLAS

DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II

AG Decreto Ad gentes, 1965

ChD Decreto Christus Dominus, 1965

DV Constitución dogmática Dei Verbum, 1965

GE Declaración Gravissimum educationis,  1965


GS Constitución pastoral Gaudium et spes, 1965

LG Constitución dogmática Lumen gentium, 1964

OT Decreto Optatam totius, 1965

PC Decreto Perfectae caritatis, 1965

PO Decreto Presbyterorum ordinis, 1965

UR Decreto Unitatis redintegratio, 1964

SC Constitución Sacrosanctum Concilium, 1963

DOCUMENTOS DE LOS PAPAS

ChL Exhortación apostólica Christifideles laici, Juan Pablo II, 1989

ET Exhortación apostólica Evangelica testificatio, Pablo VI, 1971

MD Carta apostólica Mulieris dignitatem, Juan Pablo II, 1988

RD Exhortación apostólica Redemptionis donum, Juan Pablo II, 1984

RM Encíclica Redemptoris Mater, Juan Pablo II, 1987

OTROS DOCUMENTOS DE LA SANTA SEDE

CDC  Código de derecho canónico, 1983

c.o cc. Cánones del Código de derecho canónico

DCVR Dimensión contemplativa de la vida religiosa, Congregación para los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica (CIVCSVA), 19801

EE Elementos esenciales de la vida religiosa aplicados a los institutos dedicados al apostolado,


CIVCSVA, 1983

FS Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes en la preparación espiritual de los
Seminarios, Congregación para la Educación Católica, 19802

1 No habiendo sido publicado oficialmente en latín este documento, utilizamos para la sigla la traducción
española publicada por la CIVCSVA en 1980.

2 La sigla del documento está tomada de la traducción italiana aparecida en OR del 12 abril de 1980.

MR Docurnento Mutuae relationes, Congregación para los Obispos y CIVCSVA, 1978


OCV  Ordo consecrationis virginum, Congregación para el Culto Divino, 1970

OPR  Ordo professionis religiosae, idem, 1970

RC Instrucción Renovationis causam, CIVCSVA, 1969

RI Ratio institutionis (...), Congregación para la Educación Católica, 1970, 1985

RPH Religiosos y promoción humana, CIVCSVA, 19803

VS Instrucción Venite seorsum, CIVCSVA, 1969

OTRAS SIGLAS

AAS Acta Apostolicae Sedis

CTI Comisión teológica internacional

EV Enchiridion Vaticanum,  Edizioni dehoniane, Bologna.

IDGP Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Libreria editrice vaticana.

OR  L'Osservatore Romano

PG Patrología griega

UISG Unión internacional de las superioras generales

3 Cf. nota 1.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

Finalidad de la formación de los religiosos

Una preocupación constante

La acción postconciliar de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las


Sociedades de vida apostólica

La razón de ser de este documento y sus destinatarios

Capítulo Primero

CONSAGRACIÓN RELIGIOSA Y FORMACIÓN

Identidad religiosa y formación


La vida religiosa consagrada según el derecho de la Iglesia

Una vocación divina para una misión de salvación

Una respuesta personal

La profesión religiosa: un acto de la Iglesia que consagra e incorpora

La vida según los consejos evangélicos

La castidad

La pobreza

La obediencia

Los institutos religiosos: una diversidad de dones que se debe cultivar y mantener

Una vida unificada en el Espíritu Santo

Capítulo Segundo

ASPECTOS COMUNES A TODAS LAS ETAPAS DE LA FORMACIÓN PARA LA VIDA


RELIGIOSA

A) Agentes y ámbitos de formación

E1 Espíritu de Dios

La Virgen María

La Iglesia y el « sentido de Iglesia »

La comunidad

El religioso mismo: responsable de su formación

Los educadores o formadores: superiores y responsables de la formación

B) La dimensión humana y cristiana de la formación

C) La ascesis

D) Sexualidad y formación

Capítulo Tercero

LAS ETAPAS DE LA FORMACIÓN DE LOS RELIGIOSOS


A) Etapa previa a la entrada al noviciado

Su razón de ser

Su contenido

Formas de realización

B) El noviciado y la primera profesión

Finalidad

Contenido

El trabajo profesional durante el noviciado

Algunas condiciones para su realización

Pedagogía: los maestros y maestras de novicios y sus colaboradores

La profesión religiosa

C) La formación de los profesos temporales

Lo que prescribe la Iglesia

Significado y exigencias de esta etapa

El contenido y los medios de formación

D) La formación permanente de los profesos de votos perpetuos

Porqué la formación continuada?

Su contenido

Tiempos fuertes de la formación continua

Capítulo Cuarto

LA FORMACIÓN EN LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS TOTALMENTE ORDENADOS A


LA CONTEMPLACIÓN, ESPECLALMENTE LAS MONJAS (PC 7)

Lugar que ocupan estos institutos en la lglesia

La importancia que en ellos reviste la formación

Algunos aspectos en que es preciso insistir


La lectio divina

La liturgia

E1 trabajo

La ascesis

La puesta en práctica

Capítulo Quinto

CUESTIONES ACTUALES REFERENTES A LA FORMACIÓN DE LOS RELIGIOSOS

A) Los jóvenes candidatos a la vida religiosa y la pastoral vocacional

B) La formación de los religiosos y la cultura

C) Vida religiosa y movimientos eclesiales

D) El ministerio episcopal y la vida religiosa

E) La colaboración intercongregacional a nivel de la formación

Capítulo Sexto

LOS RELIGIOSOS CANDIDATOS A LOS MINISTERIOS PRESBITERAL Y DIACONAL

La formación

La especificidad religiosa de los religiosos sacerdotes y diáconos

El lugar del religioso sacerdote dentro del presbiterio diocesano

CONCLUSIÓN

CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS


SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

LA COLABORACIÓN ENTRE INSTITUTOS


PARA LA FORMACIÓN

Instrucción

SIGLAS
Documentos del Concilio Vaticano II

LG - Constitución dogmática Lumen gentium, 1965.


OT - Decreto Optatam totius, 1965.
PC - Decreto Perfectae caritatis, 1965.

Documentos de los Papas

ChL - Exhortación apostólica Christifideles laici, Juan Pablo II, 1989.


PDV - Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, Juan Pablo II, 1992.
RM - Carta encíclica Redemptoris missio, Juan Pablo II, 1990.
VC - Exhortación apostólica Vita consecrata, Juan Pablo II, 1996.

Otros documentos de la Santa Sede

c. - cánones del Código de Derecho Canónico, 1983.


EE - Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida
religiosa, CRIS, 1983.
MR - Mutuae Relationes, CRIS y Congregación para los Obispos, 1978.
PI - Potissimum institutioni, CIVCSVA, 1990.
RC - Renovationis causam, CRIS, 1969.
RFIS - Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, Congregación para la
Educación Católica, 1970.
RPU - Religiosos y promoción humana, CRIS, 1980.
VFC - Vida fraterna en comunidad, CIVCSVA, 1994.

INTRODUCCIÓN

1. Atenta a las condiciones de nuestro tiempo y bajo la guía del Señor, la


Iglesia se ve continuamente invitada a procurar, en orden al crecimiento del
Cuerpo de Cristo,(1) la formación de los propios miembros.

Consciente del significado que la vida religiosa representa para el pueblo de


Dios,(2) la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica se ha sentido en el deber de reflexionar sobre
la formación de los miembros de los institutos religiosos en las circunstancias
actuales y proponer directrices que garanticen su integridad, su solidez y la
sintonía con el camino de la Iglesia. Fruto de este empeño ha sido la
publicación de la Instrucción Potissimum Institutioni.(3)

2. Con este nuevo documento intenta ahora profundizar en una de las


cuestiones de las que habla la citada Instrucción: la que se refiere a la
colaboración entre los institutos dedicados a obras de apostolado (4) para la
formación de los propios miembros.(5)
Cuanto en este documento se dice de los institutos religiosos se aplica
igualmente a las sociedades de vida apostólica, teniendo en cuenta su carácter
propio.(6)

3. La colaboración entre los institutos en el ámbito formativo ha surgido de la


necesidad de dar una respuesta a los desafíos puestos por las situaciones
concretas y por determinadas exigencias pedagógicas. Al principio se ha
desarrollado principalmente en los lugares donde las familias religiosas tienen
un número limitado de candidatos, o porque han disminuido las vocaciones, o
porque éstas son los primeros frutos del trabajo apostólico de las iglesias
jóvenes. A esto se ha unido la falta de formadores y de formadoras y el escaso
número de personal docente preparado. Esta realidad ha movido a numerosos
institutos a unir las fuerzas, conscientes de la necesidad de ofrecer a sus
miembros una formación más completa y profunda.

En muchos casos ha influido, al mismo tiempo, la necesidad de que la


formación inicial no se desarrollara en un ambiente extraño a la cultura de los
candidatos o de las candidatas, favoreciendo así una integración positiva entre
la vida de cada instituto y la cultura propia de los miembros que son acogidos
en él. Esa necesidad, compartida en las más diversas áreas geográficas y
culturales, ha encontrado una válida respuesta en los « centros de formación
entre institutos ».(7) Éstos, de hecho, han contribuido a evitar el éxodo de los
candidatos a otras culturas durante el proceso inicial de la vida religiosa.

También la conciencia cada vez más clara de las múltiples exigencias y de las
dificultades que caracterizan el camino formativo, ha llevado a los institutos a
la creación de tales centros. Son cada vez más numerosos los institutos que
desean ofrecer a los jóvenes y a las jóvenes en formación un itinerario
educativo lo más completo posible. En las propias comunidades formativas
continúan la tarea de transmitir el patrimonio espiritual del instituto. Sin
embargo, sienten también la exigencia de ofrecer aquellos contenidos que
desde siempre constituyen el precioso patrimonio común de la vida
consagrada, riqueza que procede de una experiencia secular de la Iglesia, de
las urgencias y de las aspiraciones de nuestro tiempo. La síntesis profunda e
integral de todos estos elementos es una tarea muy compleja y no siempre
pueden realizarla los formadores y los profesores de un solo instituto.

La iniciativa de los centros de formación entre institutos, debidamente


realizada, es positiva y favorece la conciencia de la comunión eclesial en la
variedad de las vocaciones y de los carismas y de las múltiples formas del
servicio a la misión de la Iglesia. Así se expresa Su Santidad Juan Pablo II: «
Para asegurar a las nuevas generaciones, a los formadores y a las formadoras y
a todos los religiosos y religiosas, una preparación adecuada, habéis buscado y
promovido numerosas formas de colaboración ».(8) De este modo se puede «
beneficiar de la labor de los mejores colaboradores de cada instituto y ofrecer
servicios que no sólo ayuden a superar eventuales límites, sino que creen un
estilo válido de formación para la vida religiosa ».(9)

En el mensaje citado el Santo Padre subraya además que estas iniciativas


intercongregacionales « deberán ayudar a valorar simultáneamente los
carismas específicos haciendo madurar la mutua comunión, la conciencia de
la complementariedad en la fraternidad y la apertura a los horizontes de la
caridad en la Iglesia local y en la Iglesia universal ».(10)

El Santo Padre reafirma así las orientaciones fundamentales del Concilio


Vaticano II respecto de la formación. Éstas han sido ratificadas por la
experiencia que la vida religiosa ha realizado en estos años. La doctrina
expuesta por el Concilio y en los documentos posteriores del Magisterio
muestra la profunda integración que existe entre formación, renovación y
misión de los institutos religiosos.(11) Más bien pone de relieve que la
formación es un factor primario para la renovación de los institutos y para una
asimilación más vital de la propia identidad carismática frente a la continua
evolución de nuestro tiempo. Una fuerte calidad de la acción formativa es
premisa indispensable para la realización de la misión de los institutos en un
mundo que hace preguntas fundamentales sobre la fe y la vida religiosa, a
partir de los problemas científicos, humanos, éticos y religiosos.

I. PRINCIPIOS FUNDAMENTALES
Y DIRECTRICES PRÁCTICAS

4. Para comprender y acompañar el desarrollo de estas iniciativas, la


Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de
Vida Apostólica ha recogido una amplia documentación sobre los centros de
formación entre institutos existentes. El examen de esa documentación ha
favorecido la reflexión sobre algunas condiciones fundamentales para la
eficacia formativa de los centros y de sus múltiples iniciativas: la claridad
sobre la finalidad del centro, la determinación de la responsabilidad última y
de las competencias para la gestión, la calidad y la preparación del personal
docente, la articulación orgánica del programa y de la gradación de su
desarrollo. Es también de fundamental importancia, para crear un ambiente
que ayude a vivir y a profundizar la llamada a la vida consagrada, la presencia
de las formadoras y de los formadores, y la sintonía y la complementariedad
del programa intercongregacional con el específico de cada uno de los
institutos.

5. Dada la diversidad de las circunstancias en las que han surgido estos


centros y su experiencia más bien reciente, han surgido también interrogantes
y problemas que es oportuno señalar para su discernimiento y clarificación.
Algunos se refieren a la relación entre la identidad de cada instituto y a la
comunión en la diversidad, entre el propósito de los centros de ofrecer un
servicio a todos y la legítima libertad de los institutos de servirse de ellos o no.
Otros se refieren a la visión de la vida religiosa apostólica que está en la base
del proyecto pedagógico y, por lo mismo, de la articulación de los programas
y de los criterios de elección del personal docente. Otros, en fin, se refieren a
la participación efectiva de los responsables de la formación de los institutos,
a la verificación de la formación, a las condiciones reales que permiten
transformar la convivencia temporal en los centros en una experiencia de
profunda comunión eclesial y de auténtica formación espiritual y apostólica,
abierta a las necesidades de la evangelización.(12)

Principios fundamentales

6. Ante esta realidad rica y compleja, y atentos a las múltiples iniciativas


existentes, este Dicasterio siente la responsabilidad de ofrecer algunas
reflexiones y de dar oportunas directrices para la verificación, la
consolidación y el desarrollo de esas experiencias y de otras semejantes.

Esas directrices se fundan en los principios que regulan la formación inicial y


permanente a la vida religiosa, en la variedad de sus carismas y en su
específica función en la comunión y misión de la Iglesia.(13)

a) La formación: derecho-deber inalienable de cada instituto

7. Antes de entrar en materia, parece necesario recordar que la formación es


un derecho-deber inalienable de cada instituto.(14) Este principio fundamental
está en la base de todo el documento y merece que se le ponga en evidencia
desde el principio, para encuadrar la colaboración entre los institutos en el
conjunto del proceso formativo.

7.1. Cada instituto tiene una responsabilidad primaria respecto de la propia


identidad. En efecto, el « carisma de los fundadores (...) —experiencia del
Espíritu transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y constantemente desarrollada en sintonía con el
Cuerpo de Cristo en perenne crecimiento » (15)— se le confía a cada instituto
como patrimonio original en beneficio de toda la Iglesia.(16) Cultivar la
propia identidad en la « fidelidad creativa » (17) significa, pues, hacer
confluir, en la vida y en la misión del pueblo de Dios, dones y experiencias
que la enriquecen (18) y, al mismo tiempo, evitar que los religiosos « se
inserten en la vida de la Iglesia de un modo vago y ambiguo ».(19)

Por lo mismo se reconoce a cada instituto una justa autonomía de vida,


especialmente de gobierno, mediante la cual tengan en la Iglesia una
disciplina propia y puedan mantener íntegro y desarrollar su patrimonio
espiritual y apostólico. Es tarea de los ordinarios de los lugares conservar y
tutelar esa autonomía.(20) La autonomía de vida y de gobierno implica la
correspondiente autonomía en materia de formación, porque « la primera
responsabilidad de la formación de los religiosos corresponde por derecho a
cada instituto ».(21)

7.2. Es a través del proceso de formación como se realiza la identificación


carismática, necesaria tanto a la madurez de los miembros para vivir y obrar
en conformidad con el carisma fundacional, como a la identidad y a la unidad
del instituto, así como también a la autenticidad de sus expresiones en las
diversas culturas (22) y a la comunión-misión eclesial. « En efecto, teniendo
en cuenta que la formación inicial y permanente, según el propio carisma, está
en las manos del Instituto, la formación intercongregacional no puede suplir
enteramente la tarea de la formación permanente de los propios miembros.
Ésta debe estar impregnada, en muchos aspectos, de las características propias
del carisma de cada instituto ».(23)

Por ello, el Código de Derecho Canónico, coherente con estos principios,


cuando habla de la formación en sentido estricto, se refiere sólo a la formación
del religioso dentro del propio instituto.(24) Pero esto no cierra la posibilidad
de colaboración, que es, por otra parte, reconocida y estimulada por Juan
Pablo II en la Exhortación Postsinodal Vita Consecrata. Él pide que en el «
horizonte de comunión, abierto a los desafíos de nuestro tiempo, los
superiores y las superioras, “actuando en sintonía con el episcopado”,
procuren aprovecharse del trabajo de los mejores colaboradores de cada
Instituto ».(25)

7.3. Por su parte, la Iglesia tiene el deber de custodiar y promover la índole


propia y la conciencia carismática de los institutos, haciendo de ello uno de
los principios fundamentales de su renovación,(26) porque el estado
constituido por la profesión de los consejos evangélicos « es don precioso y
necesario para el presente y el futuro del pueblo de Dios, porque
pertenece íntimamente a su vida, a su santidad, a su misión ».(27) Además,
siendo el carisma de cada instituto un don original y singular que el Espíritu
concede a la Iglesia, ésta se preocupa de asegurar las condiciones espirituales
y los instrumentos jurídicos que garanticen su fecundidad, su desarrollo y la
armonía en la comunión eclesial.(28)

b) Colaboración y solidaridad en la formación

8. Unido al principio precedente, se subraya justamente también el de


la colaboración (29) y el de la solidaridad entre los diversos institutos, sobre
todo entre aquellos que están presentes en una determinada área geográfico-
cultural. En efecto, la vida religiosa ha adquirido una conciencia más profunda
de la singularidad de cada carisma, de su función eclesial específica, así como
de las características y tareas comunes a todos los institutos.
La formación tiene una profunda raíz común. Ella es, en efecto, acción de
Dios Padre, que forma en los llamados la imagen del Hijo, a través de la
acción santificadora del Espíritu, según un designio carismático particular.(30)

La colaboración encuentra su alma en la dimensión pneumático-mistérica de


la Iglesia, de la que surge, por obra del Espíritu, la multiplicidad de los
carismas y hacia cuya comunión y misión convergen la vida y el mandato
misionero de los institutos. Ella se funda en la riqueza, la vitalidad y la belleza
de la Iglesia,(31) y es fecunda porque las diversas iniciativas carismáticas se
completan y se iluminan entre sí; además, una desvela a la otra los propios
dones a través de la confrontación y del compartir,(32) en la fraternidad.

Una expresión concreta de colaboración y de solidaridad entre las familias


religiosas es la iniciativa, ya difundida en varios contextos, de crear centros de
formación entre institutos, sobre todo cuando cada instituto no tiene los
medios suficientes para ofrecer a los propios miembros una formación
integral.

De esta colaboración ha hablado el Santo Padre en la audiencia concedida a la


U.I.S.G., diciendo: « Lo esencial es que exista, por parte de las familias
religiosas, plena colaboración en la formación de los propios miembros a un
amor vital, sincero y gozoso a Jesús, profundamente conocido, seguido y
obedecido ».(33)

La experiencia recogida indica que esta colaboración, bien llevada, contribuye


a un mayor aprecio del propio carisma y del carisma de los demás, manifiesta
una concreta solidaridad entre comunidades más ricas y más pobres de
miembros y de medios, ofrece un testimonio elocuente de la comunión a la
que la Iglesia está llamada por vocación divina, y es de gran utilidad para que
la formación adquiera el nivel y la amplitud que la misión de la vida religiosa
exige en el contexto del mundo actual.

c) Centros de formación entre institutos

9. Para satisfacer convenientemente a la tarea propia de estos centros de


formación entre institutos, es decir, a su finalidad de ser un « centro de estudio
» al servicio de la formación, deberán tener presente que:

– La formación es un proceso integral cuyos elementos se compenetran


mutuamente. En efecto, existe una profunda correlación entre la vida y la
verdad; entre la teología y las ciencias humanas; entre la búsqueda de la
verdad y las expectativas, las esperanzas y los valores de los jóvenes; entre el
estudio y la coherencia en los compromisos personales; entre los signos de los
tiempos y la adecuada respuesta pastoral.(34)
– La preparación intelectual es una dimensión insustituible de la
formación. La organización de las materias de estudio y la seriedad científica
deberán contribuir a armonizar las actitudes propias de la vida consagrada. Por
lo mismo, los centros ofrecerán un servicio de alta calidad para contribuir
sabiamente al crecimiento integral de los alumnos.

– El carácter intercongregacional de los centros exige una especial


valoración de los aspectos que son comunes a todos. Al mismo tiempo la
colaboración y la solidaridad piden el respeto y el aprecio de las
diversidades. Si no fuera así, los centros contribuirían probablemente a una
nivelación que los empobrecería y haría correr el riesgo de una uniformidad
espiritual y pastoral, inadecuada a la complejidad del mundo a evangelizar, y
también nociva a la identidad específica de cada instituto. En este caso los
centros perderían su identidad como servicio a la vida religiosa.

Directrices prácticas

De los principios fundamentales enunciados derivan algunas directrices


prácticas para los institutos religiosos y para los centros de formación entre
institutos:

10. Los institutos religiosos

a) Los Capítulos y los Superiores Mayores

Corresponde a los institutos, a través de los Capítulos y los Superiores


Mayores, establecer en la propia Ratio los principios y las normas de la
formación,(35) asignar la misión a los formadores y a los profesores, y vigilar
para que el proceso formativo se desarrolle en conformidad con la índole y la
misión del instituto y según el derecho. Cuando los superiores deciden mandar
los propios miembros a un centro de formación entre institutos, no ceden a
otros la responsabilidad que a ellos les compete, sino que continúan
ejerciéndola (cf. n. 11, 17b y 22) con « plena responsabilidad de custodios y
de maestros ».(36)

b) La comunidad formativa

En todas las formas de colaboración entre institutos es necesario aplicar la


debida distinción entre la comunidad formativa y el centro de formación entre
institutos.(37) La comunidad formativa es la instancia primaria de referencia,
que ningún centro puede suplir. Ella constituye el ámbito en el que crece y
madura, en el espíritu de los respectivos Fundadores, la identificación
vocacional y la respuesta a la vocación recibida.(38) La profundización de la
identidad carismática se realiza, en primer lugar, en el contacto vivo con los
formadores y con los hermanos o las hermanas con quienes se comparten las
mismas experiencias de vida, los mismos retos lanzados por la sociedad y las
tradiciones del instituto.(39) Por lo mismo esta comunidad es siempre el lugar
de la síntesis vital de la experiencia formativa.(40) « La fidelidad al propio
carisma necesita ser profundizada en el conocimiento, cada día más amplio,
de la historia del instituto, de su misión peculiar y del espíritu del Fundador,
esforzándose al mismo tiempo por encarnarlo en la vida personal y
comunitaria ».(41)

Donde las circunstancias no permitan a los religiososas vivir en la propia


comunidad formativa mientras frecuentan un centro de formación entre
institutos, es deber de los superiores proveer para que puedan vivir
periódicamente tiempos fuertes de formación y de vida comunitaria en el
propio instituto.(42)

11. Los centros de formación entre institutos (43)

a) Los centros y su constitución

Las Conferencias de los superiores o de las superioras mayores, que tienen


como finalidad « promover una colaboración más eficaz para el bien de la
Iglesia »,(44) o un grupo de Superiores o Superioras Mayores que desean
colaborar entre ellos en la formación, pueden a este fin organizar servicios o
constituir centros de formación entre institutos.(45)

Éstos tienen una tipología muy variada. Algunos están destinados a ofrecer
servicios complementarios; otros proveen a la formación de los religiosos
desde el punto de vista doctrinal; otros, finalmente, constituyen estructuras
específicas para la preparación de los religiosos candidatos al sacerdocio. Las
normas y las directrices que siguen tienen en cuenta esta diferenciación.

Para la erección de la sede de un centro de formación entre institutos es


necesario el consentimiento escrito del Ordinario de lugar.

b) Las responsabilidades directivas

A los superiores y a las superioras que han dado origen a la iniciativa


corresponde también la responsabilidad última del centro. En el espíritu del
Mutuae Relationes, buscarán el modo más oportuno para informar a los
Obispos sobre las actividades del centro y tener con ellos un diálogo abierto
que se convierta en riqueza y promoción del mismo centro.(46) El Santo
Padre recuerda que ellos tienen la responsabilidad de acompañar la actividad
de los centros y también de garantizar que la enseñanza impartida esté
enconformidad con el Magisterio de la Iglesia.(47)
Todas las iniciativas de los centros de formación entre institutos sean
directamente llevadas a cabo por un equipo con un responsable propio, con
garantía de estabilidad y de competencia formativa.

c) Los profesores

Para la elección de los profesores se tendrá en cuenta la sana doctrina, la


competencia específica, la capacidad pedagógica y la actitud para el trabajo en
equipo. Se considerará además su conocimiento y estima de la vida religiosa
en la variedad de sus formas y de su desarrollo, según el espíritu del Concilio
Vaticano II y del Magisterio.

Los centros mantengan viva la conciencia formativa de los profesores y


organicen encuentros de intercambio y de evaluación con los formadores.

II. COLABORACIÓN EN LAS DIVERSAS FASES DE LA


FORMACIÓN

12. Las iniciativas de colaboración se colocan en el campo de la formación


religiosa en sus diversas fases. Pueden referirse a la formación
inicial: preparación para el noviciado, formación de los novicios y de las
novicias, formación de los religiosos y de las religiosas de votos temporales,
formación de los candidatos a los ministerios ordenados, y a la formación
permanente.

Los servicios los organizan las Conferencias de los superiores o de las


superioras mayores, o un grupo de Superiores o Superioras Mayores, que
detentan la última responsabilidad. Será cuidado suyo informar a esta
Congregación sobre la vida y las actividades desarrolladas por el centro.

La organización de los programas debe ofrecer una ayuda eficaz a la


formación doctrinal y al crecimiento vocacional de los alumnos, según los
criterios indicados por el Derecho Canónico (48) y las normas
complementarias emanadas por las instancias competentes.

Los cursos se fundarán sobre el Misterio de Cristo (49) y se desarrollarán


gradualmente y atendiendo a las personas y a las culturas. Propondrán a los
alumnos la teología de la vida consagrada y ayudarán a profundizar el sentido
« de aquella única caridad eclesial que compromete a todos al servicio de la
comunión orgánica —carismática y al mismo tiempo jerárquicamente
estructurada— de todo el pueblo de Dios ».(50)

La preparación para el noviciado

13. Dada la diversidad de la experiencia humana y de la formación religiosa


de los candidatos, la preparación para el noviciado, en las actuales
circunstancias socio-culturales, se revela cada vez más necesaria y
comprometedora.(51) Las iniciativas intercongregacionales ofrezcan a los
candidatos de los diversos institutos programas que afronten, con competencia
y solidez, los contenidos fundamentales de la formación humana y cristiana,
de modo que se promueva la formación integral y se puedan colmar posibles
lagunas. Es necesario también que los mismos formadores puedan utilizar
programas específicos para iniciar a la vida religiosa y aplicar instrumentos y
criterios para un atento discernimiento vocacional. Este servicio es
particularmente útil para los formadores y las formadoras que trabajan en
culturas distintas de la propia o acompañan a candidatos de diversas culturas.

El noviciado

14. El noviciado constituye una fase formativa fundamental y delicada.(52) En


ella la joven o el joven inicia el camino de la propia identidad vocacional en la
vida religiosa.(53) Tiene como finalidad formar adecuadamente al novicio o a
la novicia en el espíritu y en la práctica de la vocación específica del propio
instituto, y sopesar ulteriormente las motivaciones de la elección vocacional,
el compromiso espiritual y la necesaria idoneidad. En cada instituto esta fase
requiere un acompañamiento personalizado, atento al crecimiento de cada
novicio o novicia, un clima formativo evangélico, sereno, rico en valores,
sostenido por el testimonio gozoso de los formadores y de la comunidad,
alimentado por la experiencia auténtica y profunda del carisma fundacional.
(54)

Donde las circunstancias lo aconsejen, un


programa intercongregacional puede contribuir a la adecuada formación
doctrinal de los que inician la formación a la vida consagrada, ayudándolos a
definirse a sí mismos como miembros de la Iglesia misterio-comunión y
misión y a actuar como tales desarrollando, en la confrontación y en el
intercambio, actitudes de corresponsabilidad fraterna. Pero tengamos presente
que « se puede hablar de “cursos intercongregacionales para novicios” o para
novicias, distintos entre sí, pero no se puede hablar de “Noviciado
intercongregacional” ».(55)

15. La colaboración entre institutos, en la fase del noviciado, pertenece a la


categoría de los « servicios complementarios ». En la colaboración no entra la
creación de los llamados « noviciados intercongregacionales », que
comportarían para los novicios y las novicias el vivir en la misma comunidad.
En realidad esto no corresponde a la especificidad propia del inicio de la vida
religiosa, la cual debe introducir a lo que caracteriza el patrimonio de cada
instituto. Por lo mismo, cada instituto debe tener su propio noviciado.

16. Al organizar esos « servicios complementarios » téngase presente lo


siguiente:
a) La necesaria sintonía entre los cursos ofrecidos por el centro y el proceso
de iniciación a la vida religiosa de cada instituto, requiere, como oportuna, si
no necesaria, la presencia de los maestros y de las maestras de noviciado en
los cursos, para ayudar a los novicios o a las novicias a la integración de los
contenidos.

b) El programa ha de ofrecer cursos fundamentales sobre diferentes temas, de


tal modo que los institutos puedan elegir los que completan la formación
impartida por ellos mismos. El programa debe estar bien estructurado y ser
armónico, comprender elementos fundamentales de Sagrada Escritura,
teología espiritual, teología moral, eclesiología, teología y derecho de la vida
religiosa —en particular, de cada uno de los consejos evangélicos—, liturgia,
como también conceptos fundamentales de antropología y psicología, que den
al sujeto, al principio de su camino formativo, la posibilidad de conocerse
mejor, particularmente en las áreas más necesitadas de formación.(56) Todas
las temáticas deberán profundizarse en función formativa.

c) Durante el noviciado los cursos no sean distribuidos con frecuencia e


intensidad tales que obstaculicen la finalidad propia de esta fase de la
formación.(57) Realícense evitando la permanencia fuera del noviciado. En el
caso de que, por este motivo, las novicias o los novicios tuvieran que ir a otro
lugar, por breves períodos y esporádicamente, el superior o superiora mayor
aténgase a los cánones 647 § 2, 648 § 1 y 3, y 649 § 1.

d) Hay que favorecer, además, el conocimiento de los respectivos institutos


religiosos, de los Fundadores y de las Fundadoras y de las diversas
espiritualidades. En efecto, el intercambio fraterno ayuda a hacer que madure
un aprecio más vivo de la propia originalidad fundacional, a descubrir el valor
de cada fundador en el conjunto de la misión de la Iglesia, a promover la
colaboración y una mentalidad de comunión.(58)

e) Con intervalos regulares, los formadores y las formadoras, según sus


competencias,(59) realicen con el equipo responsable del centro —y también
escuchando el parecer de los formandos— una verificación del programa y, en
relación con las respuestas de las personas, de la finalidad de los cursos. Los
Superiores Mayores, dada su responsabilidad primaria en la formación, sigan
con atención tales iniciativas.

f) Los cursos pueden ofrecer a los maestros y a las maestras la oportunidad de


una actualización constante, de una verificación de la propia tarea formativa,
de una confrontación y apoyo recíproco concreto e iluminado. Dada la
naturaleza de esta etapa inicial, caracterizada por el proceso de maduración
psicológica y de identificación carismática de los novicios y de las novicias,
que les permite adquirir un nuevo estilo de vida, los programas de
colaboración prevean, dentro de los límites de lo posible, encuentros de
formadores y formadoras para tratar temas pedagógicos específicos, que
después serán profundizados en los respectivos noviciados; entre ellos el
desarrollo psicofisiológico, la madurez afectiva-sexual y otros aspectos de la
madurez humana.(60)

La formación de los profesos temporales

17. La Instrucción Potissimum Institutioni, inspirándose en las normas del


Código (61) y en las exigencias características de la formación de los
religiosos y de las religiosas de votos temporales, indica las líneas
fundamentales y ofrece oportunas indicaciones sobre los objetivos y el
programa de estudio.(62)

Por su parte, cada instituto, según el propio plan de formación, tiene « la grave
responsabilidad de proveer la organización y la duración de esta fase de la
formación y de ofrecer al joven religioso las condiciones favorables para un
crecimiento real en la vida de entrega al Señor ».(63)

a) Las iniciativas intercongregacionales, también en esta fase, intentan


favorecer —especialmente respecto de los institutos que no pueden proveer de
otro modo— la cualificación de los jóvenes religiosos y de las religiosas en
relación a su consagración y promover la profundización de la formación
espiritual, doctrinal y pastoral, con particular atención a la historia, a la
teología y a la misión de la vida consagrada y al compromiso en la
preparación pastoral.

b) En particular, para responder mejor a las exigencias propias de esta fase de


la formación, las iniciativas de colaboración entre institutos deben tener en
cuenta las características y las circunstancias de vida de los profesos
temporales.

En efecto, el tiempo de la profesión temporal se caracteriza por ser un


momento particularmente propicio para madurar en la identificación con
Cristo,(64) en la visión, impregnada de fe, del mundo, de la Iglesia y de la
historia. Es un tiempo apropiado para prepararse, con entrega, a la misión real,
sacerdotal y profética del Pueblo de Dios, y exige tanto el estudio de las
disciplinas teológicas como la profundización de los fundamentos bíblicos de
la vocación al seguimiento radical de Cristo, junto con un conocimiento
adecuado, a nivel de estudio sapiencial, de los medios y de los pasos que
conducen a la madurez humana y cristiana. Por eso, en esta fase de la
formación, mientras se continua el estudio de la Sagrada Escritura y de otras
materias teológicas como, por ejemplo, la cristología, la eclesiología, la
mariología, la moral y la teología de la historia, se profundizarán temas de
espiritualidad, de ascética y de ciencias humanas, que contribuyen a la
madurez de la persona en Cristo.(65)
c) Puesto que la vida comunitaria, desde la primera formación, debe mostrar «
la intrínseca dimensión misionera de la consagración »,(66) y esta etapa se
caracteriza por los compromisos apostólicos asumidos en nombre de la
comunidad, serán de gran utilidad cursos de catequética y pedagogía,
especialmente de pastoral de la juventud. En efecto, los compromisos
apostólicos requieren el conocimiento más profundo de algunos temas de la
eclesiología promovida por el Concilio Vaticano II, por ejemplo, la
colaboración pastoral de los religiosos con los presbíteros y los laicos bajo la
guía de los Pastores,(67) el Derecho de la Iglesia, la « missio ad gentes », el
ecumenismo, el diálogo interreligioso,(68) la relación de la Iglesia con el
mundo, el deber social y político de los cristianos y la responsabilidad
específica, en este ámbito, de las personas consagradas.(69) Todas estas
materias deberán ofrecer un base sólida a la acción pastoral y misionera de la
Iglesia-misterio y comunión en la hora de la Nueva Evangelización. También
en esta fase de la profesión temporal será positivo profundizar en la
contribución carismática con que los diversos institutos participan en la
misión de la Iglesia.

d) Estas funciones podrán ser desempeñadas por centros especializados de


estudio, de los que se hablará en la tercera parte, o por medio de iniciativas o
cursos más accesibles, sea por el nivel de los estudios, sea por el número
reducido de las materias propuestas, o por la menor duración del cometido.

Reviste particular importancia la colaboración entre institutos en las


iniciativas o cursos que ayudan a la preparación para la profesión perpetua.
(70)

También para las iniciativas y los cursos de esta fase, implíquese a los
formadores y formadoras en la programación, realización y evaluación. Esa
implicación puede convertirse para ellos en un estímulo de actualización en
vista de su objetivo, y para todos en un motivo de confrontación para
responder de un modo más eficaz a las expectativas de los jóvenes.

e) Los religiosos y las religiosas que frecuentan otros centros de estudios,


especialmente civiles (Universidades, Academias, etc.), para acceder a
estudios humanísticos, científicos o técnicos, podrán encontrar en los centros
de formación entre institutos la posibilidad de integrar su formación sobre
todo con cursos de teología y pastoral.

La formación permanente

18. « La formación permanente, tanto para los Institutos de vida apostólica


como para los de vida contemplativa, es una exigencia intrínseca a la
consagración religiosa ».(71) Ella promueve la actualización teológica y
pastoral, la calidad de vida de cada miembro y de toda la comunidad con
solícita atención a los momentos de particular compromiso o a aquellos en los
que se requiere una experiencia más intensa de vida interior.(72) En relación
con estos dinamismos de formación, « hay una juventud del espíritu que
permanece en el tiempo y que tiene que ver con el hecho de que el individuo
busca y encuentra en cada ciclo vital un cometido diverso que realizar, un
modo específico de ser, de servir y de amar. (...) Puesto que el sujeto de la
formación es la persona en cada fase de la vida, el término de la formación es
la totalidad del ser humano, llamado a buscar y amar a Dios “con todo el
corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt 6, 5) y al prójimo como
a sí mismo. El amor a Dios y a los hermanos es un dinamismo vigoroso que
puede inspirar constantemente el camino de crecimiento y de fidelidad ».(73)
Cada instituto está llamado a proveer a la formación permanente de un modo
orgánico y en consonancia con la propia índole. Puede convertirse así en
modelo de vida consagrada, de fraternidad y de compromiso apostólico para
las nuevas generaciones en formación, y atraer, con la propia vitalidad y
fecundidad, nuevas vocaciones.(74)

La Instrucción Potissimum Institutioni y la Exhortación Vita Consecrata han


dedicado amplio espacio a la formación continua,(75) describiendo su
naturaleza, precisando sus objetivos y sus contenidos, pidiendo a los
superiores, según el código, que proporcionen a los hermanos « los medios y
el tiempo » (76) necesarios para llevarla a cabo y designen un responsable de
la formación permanente.

La colaboración entre institutos puede ser valiosa para organizar servicios


permanentes y temporales, que den nuevo impulso a la vida espiritual, a la
actualización teológico-pastoral y a una renovada cualificación para
desarrollar con profesionalidad la misión encomendada. Dará un puesto de
relieve a la profundización de las líneas generales y de las prioridades
pastorales de la Iglesia para realizar mejor la misión evangelizadora en el
mundo actual. Es de desear que a este fin las familias religiosas pongan a
disposición el personal mejor preparado.

Las Conferencias de los superiores y de las superioras mayores, y los


responsables de los centros de estudio pongan, entre sus objetivos y
programas, iniciativas adecuadas para la formación continua de los religiosos
y de las religiosas. Es también de desear una colaboración y una
complementariedad cada vez más eficaz entre ellos.

III. INSTITUTOS DE CIENCIAS RELIGIOSAS


Y DE FORMACIÓN FILOSÓFICA Y TEOLÓGICA

19. En la primera y en la segunda parte se ha hablado de algunos criterios


fundamentales que se refieren a las iniciativas de los centros de formación
entre institutos y a las posibles formas de colaboración en las diversas fases de
la misma formación. En esta tercera parte, en cambio, se trata de los institutos
de ciencias religiosas y de filosofía y teología, que imparten una formación
académica completa y, por lo mismo, tienen una estructura jurídica y
exigencias organizativas particulares.

Es útil recordar que la formación de los religiosos hermanos, de las religiosas


y de los diáconos permanentes, y la formación de los religiosos candidatos al
sacerdocio, tienen exigencias específicas que se deben respetar. Además, en
interés de la identidad de cada uno, es necesario distinguir entre la formación
sacerdotal, la diaconal y la que requieren otros servicios eclesiales.(77) Por
tanto, en la organización de los contenidos del programa, el centro de estudio
que se preocupa de la preparación de dichas personas consagradas, tenga
presentes las características propias de cada grupo.

Los institutos de ciencias religiosas

20. Los institutos de ciencias religiosas han surgido para dar a los religiosos
hermanos y a las religiosas un adecuado nivel de formación humanística y
teológico-pastoral, que ha de realizarse teniendo presentes los contextos
socioculturales de las personas a las que se proponen estos cursos, con el fin
de cualificarlos y prepararlos mejor para los diversos servicios eclesiales,
según los propósitos de los institutos.(78)

Será necesario ofrecer a los alumnos una sólida base filosófico-teológica,


habilitarlos a la tarea de educadores de la fe, prepararlos al anuncio explícito
del Evangelio y a la promoción humana y social, hacerlos sensibles a la
relación entre el Evangelio y la cultura, al diálogo ecuménico e interreligioso,
al discernimiento de los signos de los tiempos, a la integración en la pastoral
orgánica y a la apertura misionera en comunión con la Iglesia universal y
particular.

Además, deberán ofrecer una buena preparación, impregnada de valores


evangélicos, en las ciencias humanas (pedagogía - psicología - sociología -
ciencia de la comunicación social), haciéndolos capaces de valerse de ellas en
la transmisión de la fe y en la formación de los discípulos de Cristo.

Hay que procurar, además, un buen conocimiento de los grupos humanos y de


los contextos culturales que deberán evangelizar, colaborando de este modo a
superar el peligro de dicotomía entre la formación que las religiosas y los
religiosos reciben, y los procesos de evangelización correctamente
inculturados.(79)

Preocúpense finalmente de que haya cursos aptos para habilitar a los


religiosos y a las religiosas a realizar más eficazmente su apostolado
específico en la Iglesia: cursos de pastoral para la juventud, los enfermos, la
tercera edad, marginados u otras particulares actividades apostólicas propias
de la misión de cada uno de los institutos.

21. La fundación y la dirección de estos institutos dependen de las


Conferencias de los Superiores o de las Superioras Mayores, o de un grupo de
Superiores o Superioras Mayores, a quienes corresponde la última
responsabilidad. Se exige que cada centro tenga un estatuto propio en el que
se definan la finalidad, los destinatarios, los servicios que intenta ofrecer y el
organismo al que corresponde la responsabilidad inmediata. La confirmación
de la erección y de la aprobación de los estatutos compete a la Congregación
para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

Para asegurar el adecuado desarrollo de su función, es necesario que el centro


sea dirigido directamente por un equipo con un responsable propio. Éste, al
realizar la tarea a él encomendada, deberá garantizar la estabilidad y la
competencia formativa. Cada trienio enviará a esta Congregación un informe
sobre las actividades llevadas a cabo.

En lo que atañe a la organización de los cursos, vale cuanto prescribe el


Código en los cc. 659, 660 y 661, y la Potissimum Institutioni en el n. 61.(80)

Se anima a los institutos de Ciencias Religiosas, destinados a la formación de


quien no es candidato al sacerdocio, a afiliarse a una Facultad de Teología.
Entonces se podrá promover una mejor formación doctrinal de los estudiantes,
de modo que puedan eventualmente conseguir los oportunos grados
académicos o diplomas.(81)

El posible reconocimiento civil de estos institutos es de gran utilidad; pero


esto no debe prejuzgar o alterar sus propias finalidades formativas.

En este ámbito las universidades católicas, así como otros organismos a nivel
de las Iglesias locales, pueden ofrecer válidas iniciativas de estudios a
realizarse en colaboración entre obispos y superiores-superioras mayores.(82)

Los institutos de formación teológica y filosófica para los religiosos


candidatos al sacerdocio

22. Las normas fundamentales que regulan los centros intercongregacionales


de formación filosófico-teológica para religiosos candidatos al sacerdocio son
las siguientes:

a) Erección canónica. Antes de proceder a la erección canónica de un centro


de formación entre institutos de estudios filosóficos y teológicos, tanto para la
erección del Centro como los relativos estatutos, se deberá obtener la
aprobación de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica,(83) la cual pedirá previamente el autorizado
parecer de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos en lo que
concierne a los territorios de misión, y la aprobación de la Congregación para
la Educación Católica (84) para todo lo referente a la organización de los
estudios de filosofía y de teología, así como a los grados académicos. A este
propósito se estimula a los institutos de filosofía y de teología, reservados a
los candidatos al sacerdocio, a afiliarse respectivamente a una Facultad
filosófica o a una Facultad teológica.(85)

b) Autoridad del instituto. En los Estatutos se definirá claramente de qué


modo ejercen su autoridad los superiores mayores que constituyen el
organismo que ostenta la responsabilidad del centro.

Corresponde a esta autoridad, o a quien ella haya delegado —generalmente el


Consejo Directivo—, nombrar, confirmar o sustituir a los profesores, de
acuerdo con el modo de proceder previsto por los Estatutos,(86) así como
también pedir el consentimiento del superior competente y recibir la «
profesión de fe » exigida.(87) Al nombramiento de profesor va unido el «
mandato » de enseñar en nombre de la Iglesia.(88) La enseñanza que los
profesores imparten a los alumnos será « una exposición objetiva y completa
de la doctrina, estructurada en armonía con el Magisterio de la Iglesia ».(89)

La misma autoridad tendrá informados sobre la instrucción que se imparte y


sobre la marcha del centro, a los superiores mayores que envían los
estudiantes y que deben garantizar ante la Iglesia y la propia Congregación la
adecuada formación de los futuros religiosos-sacerdotes. Es necesario que
informe también el Presidente de la Comisión Mixta Obispos-Superiores
Mayores Religiosos para promover el mutuo conocimiento y la mutua
colaboración.(90) Los superiores de los estudiantes —sean superiores
religiosos o los obispos responsables— o, donde sea el caso, sus
representantes, serán invitados a reuniones periódicas de consulta sobre la
marcha del centro. Donde la incidencia eclesial y pastoral del centro lo
requiera, se recomienda, en espíritu de comunión, la presencia de un Obispo
como miembro del Consejo Directivo.(91)

c) Programas. La formación intelectual del futuro sacerdote se basa y se


construye sobre todo en el estudio de la « Sacra Doctrina ».

« La verdadera teología proviene de la fe y trata de conducir a la fe ».(92) «


La formación teológica, a la luz de la fe y bajo la guía del magisterio, ha de
darse de manera que los alumnos conozcan toda la doctrina católica, fundada
en la Revelación divina, la hagan alimento de su propia vida espiritual y sepan
comunicarla y defenderla convenientemente en el ejercicio de su ministerio ».
(93)
En lo que se refiere a los estudios, se prestará una atención especial a la
integridad de las materias y del contenido prescrito para el sexenio filosófico-
teológico.(94) Respetando las exigencias propias de la vida religioso-
sacerdotal y de la « intrínseca unidad del sacerdocio católico », tanto secular
como religioso,(95) estos estudios deberán tener en cuenta el plan de
formación sacerdotal establecido por la Santa Sede y por la Conferencia
Episcopal del propio país,(96) proveyendo para que, en cualquier caso, se
incluya siempre un curso de teología y espiritualidad de la vida religiosa y de
teología de la Iglesia particular.(97) También en este caso el posible
reconocimiento civil no debe perjudicar o alterar el programa de los estudios
prescritos por la Iglesia.

Donde los institutos para la formación de los religiosos candidatos al


sacerdocio acogen, por motivos serios, también alumnos candidatos al
diaconado permanente, o hermanos y religiosas destinados a otras actividades
apostólicas, el programa de estudios para los futuros sacerdotes debe figurar
como una unidad plenamente reconocible y especial,(98) evitando que la
formación sea una genérica preparación ministerial común a todos. Por lo
mismo se deberán respetar las exigencias específicas de los otros alumnos,
ofreciéndoles un programa apropiado que los prepare al ministerio del
diaconado permanente o a los servicios eclesiales en consonancia con su
vocación.

d) Profesores. La validez formativa y la consistencia de las iniciativas


descritas dependen en gran parte de la competencia específica, del « sensus
ecclesiae » y de la autoridad religiosa de los profesores, además de la
organización de los programas y de la vida del instituto mismo. Los
profesores, de un modo particular, deben recordar que su enseñanza « debe
abrir y comunicar la inteligencia de la fe últimamente en el nombre del Señor
y de la Iglesia ».(99) Ténganlo en cuenta los Superiores Mayores en la
elección de los profesores. Por encima de otros cometidos pastorales sepan dar
la primacía a la preparación de las nuevas generaciones, dándoles los mejores
profesores y formadores. Se trata de una responsabilidad eclesial que no
pueden desatender, para el bien del Pueblo de Dios, de la vida religiosa y del
propio instituto, en el presente y en el futuro.

Además de la competencia académica, los profesores cuiden la capacidad


didáctica que su cometido exige. (100) Se debe tener especial cuidado en
garantizar la calidad de la enseñanza para las disciplinas que constituyen la
parte fundamental del curriculum de los estudios.

Es necesario que cada profesor de materias teológicas posea el mandato de


enseñar. (101) Los superiores competentes, antes de dar el propio
consentimiento al nombramiento de un profesor, deben estar seguros de que el
interesado posee la debida preparación, la fidelidad al Magisterio y el respeto
de la tradición necesarios, así como la capacidad de preparar sacerdotes para
el servicio de los hombres de nuestro tiempo. (102)

e) Admisión. Para la admisión al centro de estudio filosófico-teológico se


requiere que el candidato haya alcanzado el nivel de estudio indicado en los
Estatutos, teniendo en cuenta las normas canónicas así como las necesidades
de los lugares y de los tiempos. También es necesaria la presentación escrita
por parte del superior mayor o del superior de la casa de formación a la que
pertenece.

También pueden ser admitidos candidatos del clero diocesano, a petición


escrita del Obispo respectivo, el cual, según los Estatutos del centro, asume
los derechos y los deberes de los Superiores que envían estudiantes a él.

El instituto tiene el derecho de excluir de los propios programas a un


estudiante que, en el curso del año, se revele incapaz de responder a los
objetivos y a las condiciones de admisión, aunque presente elevadas
capacidades intelectuales y diligencia en los estudios. Tal dimisión no impide
que su superior pueda disponer para él otras opciones en una sede diferente.

f) Comunidad de formación y centro de estudios filosófico-teológicos. El


Superior y el equipo de formación de cada instituto religioso serán siempre los
principales responsables de la formación religioso-sacerdotal de los propios
miembros. Guiarán y coordinarán la vida comunitaria, el programa global de
formación y los cursos complementarios específicos del propio instituto,
según la propia espiritualidad y finalidad pastoral, como realidad unificante de
la formación humana, doctrinal, espiritual y pastoral. Mantendrán un contacto
periódico con el centro de estudios y se interesarán activamente por sus
programas.

En el proceso de discernimiento y en la evaluación de la idoneidad de los


religiosos candidatos al sacerdocio, los Superiores sepan consultar a los
profesores y a los colaboradores en la formación pastoral. De ello pueden
beneficiarse la comunidad formativa y también el centro de estudios, que
sentirá solicitada su responsabilidad en el camino formativo de los futuros
sacerdotes.

Finalmente, es de desear que cada instituto religioso que envía alumnos al


centro, se empeñe en contribuir con algún miembro cualificado a la enseñanza
o a la animación de la vida del mismo centro.

g) Iniciativas propias. Las iniciativas descritas de colaboración entre


institutos se distinguen de los centros filosóficos o teológicos erigidos bajo la
responsabilidad de un instituto religioso que, manteniendo su propia
autonomía, admite como estudiantes a religiosos de otros institutos. (103)
Estos centros siguen la normativa propia.

IV. COLABORACIÓN ENTRE INSTITUTOS


PARA LA FORMACIÓN DE LOS FORMADORES Y DE LAS
FORMADORAS

El servicio de la formación

23. El servicio de la formación, auténtico « ministerio eclesial » (Pablo VI), es


un arte: « el arte de las artes ». (104) Para los formadores y las formadoras
comporta el esfuerzo constante de conocer la realidad juvenil, junto con la
capacidad pedagógica y espiritual de acompañar y guiar a los jóvenes y a las
jóvenes. Su servicio es una mediación cualificada por una precisa referencia
trinitaria: « La formación es una participación en la acción del Padre que,
mediante el Espíritu, infunde en el corazón de los jóvenes y de las jóvenes los
sentimientos del Hijo ». Para ejercer esa « mediación participativa », « los
formadores y las formadoras deben ser, por tanto, personas expertas en los
caminos que llevan a Dios, para poder ser así capaces de acompañar a otros en
ese recorrido. (...) A las luces de la sabiduría espiritual añadirán también
aquellas que ofrecen los instrumentos humanos que pueden servir de ayuda,
tanto en el discernimiento vocacional, como en la formación del hombre
nuevo, para que sea auténticamente libre (...) ». (105) Este cometido exige,
pues, una seria y sólida preparación de los futuros formadores, y una entrega
generosa y total por su parte en el empeño de ser imitadores de Cristo en el
servicio a los hermanos. (106) « No obstante las necesidades apostólicas y la
situación de urgencia en la que las Familias religiosas actúan, sigue siendo
prioritario un atento cuidado en la elección y en la preparación de los
formadores y de las formadoras. Se trata de uno de los ministerios más
difíciles y delicados... Los jóvenes y las jóvenes necesitan sobre todo maestros
que sean para ellos hombres de Dios, conocedores respetuosos del corazón
humano y de los caminos del Espíritu, capaces de responder a sus exigencias
de mayor interioridad, de experiencia de Dios, de fraternidad, y capaces de
iniciarlos en la misión. Formadores que sepan educar al discernimiento, a la
docilidad y a la obediencia, a la lectura de los signos de los tiempos y de las
necesidades de la gente, y a responder a ello con solicitud y audacia en plena
comunión eclesial ». (107)

Cuidadosa elección y sólida preparación de los formadores

24. Para que una Familia Religiosa tenga a disposición miembros cualificados
en este ministerio, los superiores y las superioras mayores, como compromiso
primario suyo, elijan cuidadosamente los futuros formadores. Los criterios de
elección, las cualidades exigidas, la preparación y la actualización sean
definidos por las normas propias de cada instituto y desarrollados en la Ratio
Institutionis.

Ellos les ofrecerán programas y oportunidades que aseguren la necesaria


formación teológica y pedagógica, espiritual y también en las ciencias
humanas, así como una precisa capacitación en relación con las funciones que
han de desempeñar a los largo del itinerario de formación. Los formadores
deben ser expertos, de modo particular, en los temas que se refieren al
patrimonio espiritual del Fundador o de la Fundadora.

Este Dicasterio anima una vez más a las Familias Religiosas a proseguir en los
esfuerzos para una adecuada preparación de los responsables de la formación
inicial y permanente.

Colaboración entre institutos

25. Las experiencias de colaboración entre institutos ofrecen un amplio


panorama para la preparación de los formadores. Existen centros de nivel
universitario o parauniversitario con programas sistemáticos que ofrecen la
posibilidad de conseguir títulos académicos o reconocidos por la
Congregación para la Educación Católica; cursos intensivos, distribuidos a lo
largo de un año o de un semestre, destinados sobre todo a formadoras y
formadores al principio de su cometido y ya insertos en comunidades de
formación. Se ofrecen cursos de actualización, encuentros regulares para
formadores y formadoras empeñados en la misma fase de formación y
sesiones de estudio, de intercambio y de reflexión sobre temas educativos
concretos. Muchos de estos cursos son organizados por las Conferencias de
los Superiores y de las Superioras Mayores, otros por un Consorcio de
institutos, o son iniciativas promovidas por centros especializados o por
Facultades universitarias.

Dada la necesidad urgente de formadores cualificados, este Dicasterio invita a


intensificar la colaboración entre los institutos, poniendo unos a disposición
de otros programas, experiencias y, en cuanto sea posible, el mismo personal
más cualificado para un enriquecimiento recíproco, en beneficio de los
institutos, de la Iglesia y de su misión en el mundo. (108)

Cursos

26. Entre los criterios que guían la organización de esos cursos subrayamos
los siguientes:

a) Su orientación específica tenga como finalidad habilitar a los educadores


para la formación integral del religioso o de la religiosa en la unidad y en la
originalidad de la persona, desarrollando todas las dimensiones de la
consagración bautismal y religiosa. Por tanto, los cursos contribuyan a la
preparación doctrinal, espiritual, canónica y pedagógico-pastoral. Garanticen
sobre todo una sólida formación teológica, especialmente en los campos de la
espiritualidad, de la moral y de la vida religiosa. Ayuden, además, a los
formadores a tomar conciencia del carácter orgánico del proceso formativo y
de las finalidades específicas de cada una de las etapas.

Los cursos ayuden sobre todo a los formadores a transmitir el arte de la lectura
teológica de los signos de los tiempos (109) para que puedan así discernir la
presencia, el amor y la voluntad de Dios en todas las cosas: en la Revelación y
en la Creación, en la Iglesia, en los sacramentos y en las personas, en las
circunstancias ordinarias y extraordinarias de la vida, en el camino de la
historia; (110) sean, por lo mismo, una válida contribución para adquirir el
arte de inspirar y alimentar un profundo amor a las Personas de la Santísima
Trinidad y a la Eucaristía, como también a María, Madre de Jesús y de la
Iglesia, y a los santos Fundadores, y de guiar a una vida de oración más
profunda. (111)

La programación de los cursos dé la debida importancia a la vida fraterna en


comunidad y a la misión de los institutos (112) y ofrezca los medios
adecuados para consolidar o recuperar el espíritu de unidad y
corresponsabilidad entre los miembros, el espíritu apostólico y una actitud de
justicia, de solidaridad y de misericordia hacia los más necesitados. « Se pide
a las personas consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y
que vivan la respectiva espiritualidad como “testigos y artífices de aquel
'proyecto de comunión' que constituye la cima de la historia del hombre según
Dios” ». (113) Procúrese subrayar la dignidad de la vocación de los seglares y
del clero diocesano, promoviendo la colaboración con ellos y el compartir el
espíritu y la misión del instituto. (114)

b) Los cursos

– Ayuden además a desarrollar en los formadores y en las formadoras la


capacidad de relación, de escucha, de discernimiento vocacional y de
educación de los jóvenes y de los adultos al discernimiento y al compromiso.

– Ayuden a desarrollar la capacidad de guía espiritual y de acompañamiento


pedagógico y psicológico, cuyas finalidades y niveles de intervención se
diferencian, aunque convergen en la maduración integral de la persona
consagrada a Dios. Ofrezcan también los instrumentos para captar y saber
afrontar, con la ayuda de expertos, cuando sea necesario, situaciones
particulares y problemas personales.

– Ayuden a la lectura y a la comprensión de los diversos contextos culturales,


para favorecer una formación en consonancia con las exigencias de la cultura
de origen de los religiosos y de las religiosas, o de la cultura del pueblo en el
que trabajan. Es importante que se aprenda a apreciar los valores auténticos
que llevan la impronta del Evangelio o están abiertos a él, y a discernir
aquellos elementos que deben ser purificados o rechazados. (115)

– Sean una ayuda para conocer y responder a los desafíos que la Iglesia
encuentra en nuestros días y para asumir las prioridades pastorales que el
Santo Padre y los Obispos unidos con él proponen a la reflexión de los fieles.
« Se invita, pues, a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la
creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los
signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre
todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las
dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana ». (116)

c) Estudien los formadores cómo preparar a los miembros de su comunidad


para la tarea de la Nueva Evangelización: anunciar a Cristo, Buena Nueva del
Padre, a todos los hombres. Ello implica, en particular, la necesaria
preparación para la evangelización de la cultura, para la pastoral en favor de la
vida, de la familia y de la solidaridad, para la opción evangélica en favor los
pobres, la formación de los jóvenes, la misión « ad gentes », el compromiso
ecuménico y el diálogo interreligioso, la comunicación social, etc. (117)
Aprendan a acoger las esperanzas y los interrogantes de los jóvenes —hijos de
nuestro tiempo— que entren en las comunidades, y los preparen para que
encarnen lo mejor de la propia época y den una respuesta de santidad y de
caridad activa a las necesidades de los tiempos. Formar es siempre preparar al
servicio que la Iglesia y la sociedad necesitan en una época y en un ámbito
cultural determinado.

Una formación integral, precisamente porque tiene su eje en la educación de


la fe y en la maduración en el compromiso de la consagración-misión, debe
tener en cuenta también las nuevas formas de pobreza y de injusticia de
nuestro tiempo. En este campo los cursos de los centros de formación entre
institutos, sin caer en consideraciones reductivas, pueden ser un apoyo válido
para formadores y formadoras.

d) Los cursos para formadores y formadoras constituyan una experiencia de


crecimiento espiritual y ayuden a su formación permanente. La tarea de
acompañar a los jóvenes en su camino de crecimiento lleva consigo una
invitación constante de Cristo, Maestro y Señor, a intensificar la vida de
oración, la intimidad con Él, y a abrazar la cruz que sella el delicado
ministerio de la formación, poniendo siempre la propia confianza en su guía y
en su gracia.

La obra de la formación se desarrolla a lo largo del eje del seguimiento de «


Cristo casto, pobre y obediente —el Orante, el Consagrado y el Misionero del
Padre », (118)— y tiene su centro en el Misterio Pascual. Por lo mismo, la
preparación de los formadores y de las formadoras no puede ser sólo
intelectual, doctrinal, pastoral y profesional; es sobre todo experiencia
profunda, humana y religiosa de participación en el misterio de Cristo y en el
acercamiento respetuoso al misterio de la persona humana. En Cristo es
experiencia de filiación ante el Padre y de docilidad al Espíritu, de fraternidad
y de compartir, de paternidad y maternidad en el Espíritu: « Hijos míos, por
quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en
vosotros » (Gal 4, 19). Es útil que en esta luz los formadores puedan
encontrarse entre sí como personas consagradas, para confrontarse sobre su
camino de fe, orar juntos, dejarse interpelar por la Palabra y celebrar la
Eucaristía. Podrán enriquecerse con la experiencia de la bondad y la sabiduría
del Maestro, que, con la efusión de Su Espíritu y mediante la acción maternal
de María, continúa su obra también, y de un modo privilegiado, a través de su
mediación en la vida y en las experiencias de aquellos a quienes ayudan a
vivir como « conciudadanos de los santos y familiares de Dios » (Ef 2, 19).

CONCLUSIÓN

27. « La conciencia de la hora actual de la historia y de nuestras


responsabilidades exige asegurar a los jóvenes religiosos y a las jóvenes
religiosas una formación adecuada, lo más completa posible, en la fidelidad
dinámica a Cristo y a la Iglesia, al carisma del Fundador y a nuestro tiempo ».
(119)

El Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida


Apostólica, al ofrecer los criterios y las directrices presentados en este
documento, ha intentado valorar, ordenar y promover la amplia y múltiple
experiencia en el ámbito de la colaboración entre institutos, que ha madurado
gracias al Concilio Vaticano II y se ha desarrollado en estos años.

La colaboración entre institutos, que promueve el compartir de los dones


carismáticos, respeta la diversidad y se pone a su servicio, es una respuesta
concreta a las llamadas de la Iglesia para ayudar al religioso y a la religiosa a
formarse, realizando la unidad de la propia vida en Cristo por medio del
Espíritu. (120) En efecto, los consagrados están llamados a insertarse en el
mundo contemporáneo para ofrecer un valioso testimonio de plenitud humana
y cristiana, según la forma de vida que Cristo Señor eligió, que María, Virgen
Madre, abrazó (121) y que Él mismo propuso a sus discípulos. (122)

Los religiosos y las religiosas cumplirán así su misión, como cristianos


llamados a ser « memoria viva del modo de existir y de actuar de Jesús »
(123) y « suscitados por Dios para ser pioneros en los caminos de la misión y
en los senderos del Espíritu ». (124) Con el nuevo ardor de su vida y de su
palabra, con los nuevos métodos y las nuevas expresiones de su obra, serán
cooperadores fieles y audaces de Dios, signos de esperanza en « servir al
hombre revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo ».
(125)

El 31 de octubre de 1998 el Santo Padre ha aprobado el presente documento


de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades
de Vida Apostólica, y ha autorizado su publicación.

Roma, 8 de diciembre de 1998, solemnidad de la Inmaculada Concepción de


la Bienaventurada Virgen María.

Eduardo Card. Martínez Somalo

Prefecto

Piergiorgio Silvano Nesti, CP

Secretario

INDICE

Introducción

I. Principios fundamentales y directrices prácticas

– Principios fundamentales

a) La formación: derecho-deber inalienable de cada instituto

b) Colaboración y solidaridad en la formación

c) Centros de formación entre institutos

Directrices prácticas

– Los institutos religiosos

a) Los Capítulos y los Superiores Mayore

b) La comunidad formativa

– Los centros de formación entre institutos

a) Los centros y su constitución


b) Las responsabilidades directivas

c) Los profesores

II. Colaboración en las diversas fases de la formación . 17

– La preparación para el noviciado

– El noviciado

– La formación de los profesos temporales

– La formación permanente

III. Institutos de ciencias religiosas y de formación filosófica y teológica

– Los institutos de ciencias religiosas

– Los institutos de formación teológica y filosófica para los religiosos


candidatos al sacerdocio

a) Erección canónica

b) Autoridad del instituto

c) Programas

d) Profesores

e) Admisión

f) Comunidad de formación y centro de estudios filosófico-teológicos

g) Iniciativas propias

IV. Colaboración entre institutos para la formación de los formadores y de las


formadoras . . . . . . . 33

– El servicio de la formación

– Cuidadosa elección y sólida preparación de los formadores

– Colaboración entre institutos

– Cursos

Conclusión
NOTAS

(1) Cf. LG 7; ChL 21.24.

(2) Cf. LG 43-44; VC 1-3.

(3) Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades
de vida apostólica, Potissimum Institutioni, 2 de febrero de 1990.

(4) Cf. PC 8; c. 675.

(5) PI 98-100.

(6) PI, 72-85.

(7) Por Centros de formación entre institutos (a veces llamados


intercongregacionales) se entienden las diversas formas de colaboración entre
institutos religiosos al servicio de la formación.

(8) Juan Pablo II, Mensaje a la XIV Asamblea General de la « Conferencia


dos Religiosos do Brasil » (C.R.B.), 11 de julio de 1986: Insegnamenti, IX2
(1986) p. 239.

(9) Ib. 4, p. 242; cf. VC 53.

(10) Ib. 4, p. 242.

(11) Cf. PC 18; ET 52; VC 68.

(12) Cf. RM 2; VC 67.73.

(13) Cf. PC 1; RPH 22; ChL 18-21.32.

(14) Cf. cc. 646-653 y 659-661.

(15) Cf. MR 11.

(16) Cf. MR 14b; cf. c. 574 § 1; VC 4-5.29.33-34.

(17) VC 37.

(18) Cf. PC 1; c. 577; VC 19.47-48.

(19) MR 11.
(20) Cf. c. 586 § 2; VC 48.

(21) PI 98; cf. cc. 587 § 1. 646. 659.

(22) Cf. PI 46. 90-91; cf. c. 577.

(23) Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de la Región Nor-Este 2 de la «


Conferencia Nacional dos Bispos do Brasil » (C.N.B.B.),
11.7.1995, L'Osservatore Romano, 12 de julio de 1995, p. 5.

(24) Cf. cc. 646-653 para la formación de los novicios; cc. 659-660 para la
formación de los profesos temporales; c. 661 para la formación permanente.

(25) VC 53.

(26) PC 2; cc. 576.578.

(27) VC 3; cf. VC 29.

(28) Cf. LG 44; MR 11; cc. 576-578.587 § 1; VC 25. 35.92-95.

(29) Cf. VC 52.

(30) Cf. VC 66.93; Nuevas vocaciones para una nueva Europa. Actas del


Congreso, Roma, 10-15 de mayo de 1997, nn. 15-19.

(31) Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, IIa-IIae, q. 184, a. 4.

(32) Cf. VC 52.

(33) Juan Pablo II, Alocución a las Superioras Generales (U.I.S.G.), Roma, 18
de mayo de 1995, Insegnamenti XVIII1 (1995) p. 1323.

(34) Cf. VC 73.

(35) Cf. c. 659 § 2 § 3; PI 103.

(36) Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de la Región Nor-Este 2 de la «


Conferencia Nacional dos Bispos do Brasil » (C.N.B.B.), 11 de julio de
1995, L'Osservatore Romano, 12 de julio de 1995, p. 5.

(37) Cf. PI 99.

(38) Cf. EE 47; PI 60.

(39) Cf. PI 26-27.


(40) VFC 43.

(41) Juan Pablo II, Discurso a las religiosas. Florianopolis, Brasil, 18 de


octubre de 1991: Insegnamenti XIV2 (1991) p. 928.

(42) Cf. EE III § 12; MR 46; RPH 9; cc. 659.665 § 1.

(43) En este documento se llaman « centros de formación entre institutos » —


como ya se ha dicho en la nota 7— todas las instituciones
intercongregacionales que colaboran en la formación de los propios
miembros, sea que ofrezcan cursos complementarios o programas completos
de estudio. En cambio, los centros que imparten una formación académica
completa, en el presente documento se llaman « institutos de ciencias
religiosas » o/y de « formación filosófica y teológica ».

(44) PC 23.

(45) PI 98-100.

(46) MR 28.31; VC 46.50.

(47) Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de la Región Nor-Este 2 de la «


Conferencia Nacional dos Bispos do Brasil » (C.N.B.B.),
11.7.1995, L'Osservatore Romano, 12 de julio de 1995, p. 5.

(48) Cf. cc. 646.659-661; PDV 42-59.

(49) Cf. OT 14; VC 14-16.

(50) Cf. VC 49; cf. PI 24-25.

(51) Cf. PI 42-44.

(52) Cf. RC 4.

(53) Cf. PI 45; c. 646.

(54) Cf. cc. 646.652 §§ 2-4.

(55) Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de la Región Nor-Este 2 de la «


Conferencia Nacional dos Bispos do Brasil » (C.N.B.B.),
11.7.1995, L'Osservatore Romano, 12 de julio de 1995, p. 5.

(56) Cf. c. 652 § 2.

(57) Cf. cc. 646.648.652 § 5.


(58) Cf. VC 46.52.

(59) Cf. c. 652 § 1.

(60) Cf. PI 13.39-41.

(61) Cf. cc. 659-660; PI 58.

(62) Cf. PI 58-65.

(63) PI 60.

(64) Cf. VC 16.65.

(65) Cf. PI 35-38.

(66) VC 67.

(67) Cf. MR 18.36.37.40.56-58; cc. 675 § 3.687.680.681 § 1; VC 16.31. 54-


55.

(68) Cf. VC 102.

(69) Cf. RPH.

(70) Cf. PI 64.

(71) VC 69.

(72) Cf. PI 70.

(73) VC 70-71.

(74) Cf. VFC 43.54-57; VC 64.

(75) Cf. PI 66-71; VC 69-71.

(76) c. 661.

(77) Cf. cc. 659-660.

(78) Cf. MR 31.

(79) Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa, 1995, 55-


71.
(80) Es necesario distinguir los institutos de ciencias religiosas —de los que se
trata en el presente documento— de los institutos « superiores » de ciencias
religiosas que son erigidos por la Santa Sede y son afiliados a una Facultad
Teológica (cf. Normativa per gli Istituti Superiori di Scienze Religiose,
Seminarium 1 (1991) pp. 194-201.

(81) Juan Pablo II, Constitución apostólica Sapientia Christiana, 1979, Parte


I: Normas comunes, art. 62 § 1, y Parte II: Congregación para la Educación
Católica, Normas aplicativas de la misma, art. 47.

(82) MR 31.

(83) Cf. c. 237 § 2. Dada la falta de una norma específica al respecto, las
referencias canónicas se interpretan « por analogía ».

(84) Cf. PB 108 § 2.

(85) Cf. Sapientia Christiana, Parte I: Normas comunes, art. 62, y Parte


II: Normas aplicativas, art. 47.

(86) Cf. Sapientia Christiana, Parte I: Normas comunes, art. 24.

(87) c. 833.

(88) c. 812.

(89) MR 31.

(90) Cf. VC 50.

(91) VC 48-50.

(92) PDV 53.

(93) c. 252 § 1.

(94) Cf. cc. 250. 252-258. 1032.

(95) Cf. OT, Proemio; RFIS, I, 1-4; PI 108-109.

(96) Cf. c. 242; RFIS I, 2.

(97) Cf. VC 50.

(98) PDV 61.


(99) PDV 67.100.

(100) Cf. c. 254.

(101) Cf. c. 812.

(102) Cf. cc. 248. 253; Juan Pablo II, Constitución apostólica Ex corde
Ecclesiae sobre las Universidades Católicas, 15 de agosto de 1990, Parte
II: Normas generales, 4, 3; Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción Donum Veritatis, sobre la vocación eclesial del teólogo, 24 de
mayo de 1990, 6. 7.

(103) Cf. c. 586.

(104) RFIS V, 30.

(105) VC 66.

(106) Cf. 1 Cor 11, 1; 1 Ts 1, 6.

(107) Juan Pablo II, Mensaje a la XIV Asamblea General de la « Conferencia


dos Religiosos do Brasil » (C.R.B.), 11 de julio de 1986: Insegnamenti, IX2
(1986) p. 242; cf. Juan Pablo II, Discurso a la Plenaria de la CIVCSVA, 1 de
diciembre de 1988: Insegnamenti, XI4 (1988) pp. 1703-1706.

(108) Cf. Congregación para la Educación Católica, Directrices sobre la


preparación de los educadores en los seminarios, 1993, 79. 82; CD 5. 35; MR
31. 37; VC 53.

(109) Cf. VC 73. 94.

(110) Cf. VC 53.

(111) Cf. VC 94. 95.

(112) Cf. VC 41-42. 72.

(113) Cf. VC 46; cf. RPH 24.

(114) Cf. MR 37; VC 4. 15. 31. 56.

(115) VC 79-80.

(116) Cf. VC 37.

(117) Cf. VC 77-83. 96-99. 101-103.


(118) VC 77.

(119) Juan Pablo II, Mensaje a la XIV Asamblea General de la « Conferencia


dos Religiosos do Brasil » (C.R.B.), 11 de julio de 1986: Insegnamenti, IX2
(1986) p. 241.

(120) Cf. PI 1.

(121) Cf. LG 46; VC 18.

(122) Cf. LG 44.

(123) VC 22.

(124) Juan Pablo II, Mensaje a la XIV Asamblea General de la « Conferencia


dos Religiosos do Brasil » (C.R.B.), 11 de julio de 1986: Insegnamenti, IX2
(1986) p. 238.

(125) Cf. RM 2; VC 110.

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