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Formación ética de los estudiantes ¿Quién es responsable?

Luis Aliaga Alvarez

La educación formal, desde sus comienzos ha buscado la forma de orientar su fin a


perfeccionar el conocimiento, y por medio de diversos impulsos se nos orienta desde
pequeños a lograr este avance, camino al conocimiento absoluto. La educación es el pilar
fundamental de la sociedad, y es el mismo Hegel quien nos plantea que no existe sociedad
sin educación, pues para él el principal objetivo de la educación era formar éticamente a los
niños y jóvenes, pues esta arista de la persona humana nos permite vivir en comunidad con
otros. Pero ¿la sociedad actual le da la importancia a la formación ética de los niños y
jóvenes?

La Dialéctica hegeliana desde su base nos plantea la necesidad de aplicar principios éticos a
nuestra vida y a su vez la necesidad de cuestionarnos. Desde los inicios de la filosofía Platón
nos habla de una dialéctica que busca respuestas, y esta necesidad educativa es lo que urge
en la sociedad actual; si lo miramos académicamente, podemos darnos cuenta que a lo largo
de la historia existen múltiples planteamientos y corrientes que estudian y desarrollan la
dialéctica en diversos aspectos, pero podemos decir que el pensamiento dialéctico es la
capacidad de poder llegar a un punto final absoluto, que no es más que todo el proceso para
llegar a esa “conclusión”, y claramente la tesis, antítesis y síntesis que podemos desarrollar
en este ensayo, quizás es el mejor ejemplo de dialéctica, pues por un proceso de negación y
mediación podemos llegar a un resultado o una postura que nos permite comprender de
manera clara la idea inicial.

Para entender la ética, debemos remontarnos a la filosofía, donde podemos descubrir que se
deriva de “ethos”, es decir, costumbre, por tanto se puede comprender la ética como la
disciplina de las costumbres. Pero con el tiempo el concepto de ética se ha ido adecuando al
contexto y al entorno en el cual se desarrollan las acciones, llegando a comprenderse como
“un cuerpo de conocimientos que aborda la naturaleza de las acciones humanas en la vida
social, desde la óptica de los conceptos morales (bondad, verdad…) y los preceptos morales
(reciprocidad)”, según nos plantea Zacarías Torres.

Los principios éticos y morales que desarrolla la dialéctica hegeliana, se van formando en el
inconsciente de todos los seres humanos, pero no podemos dejar de lado el hecho de que las
relaciones entre educación y ética es algo complejo que a lo largo de la historia, y por medio
de ideologías, se integran con el fin de darle un sentido a la humanidad y formar ciudadanos
íntegros. Es imprescindible contar con una formación ética-crítica que permita fortalecer a
los ciudadanos y así los principios dialécticos de Aristóteles, de dominación sobre el otro, no
prevalecen a la hora de comprender el mundo de manera más libre.

Pero por otra parte, autores plantean que la Ética no es algo que se debe enseñar únicamente
en los colegios, sino más bien que es responsabilidad de los padres, y debe venir del núcleo
familiar. Desde siempre la familia tiene una significación positiva dentro de la sociedad y a
su vez es la estructura básica o primaria de toda sociedad, se nos plantea que la familia existió
incluso antes de las clases sociales. Es por medio de la familia que se generan los vínculos
afectivos y lazos que permiten al individuo desenvolverse en su entorno, y por consiguiente
es la familia quien debe cumplir con el rol de educar éticamente a sus hijos. Las primeras
orientaciones de valor que recibe el niño desde que es bien pequeño son aquellas vinculadas
a su propia sobrevivencia, y las primeras nociones sobre lo que se puede y no se puede o lo
que se debe y no se debe tienen el propósito fundamental de garantizar la supervivencia de
ese pequeño y frágil ser humano, según nos plantea José Ramón Fabello.

Es la familia el motor de la sociedad, y en consecuencia, es la familia quien debe entregar la


formación ética y moral a los niños y jóvenes, no los colegios. Y a medida que cada miembro
de la sociedad asume su rol y la responsabilidad que le corresponde con su entorno, es cuando
la familia se convierte en protagonista de la educación de sus hijos, generando instancias que
le permitan al individuo un desarrollo integral.

El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad
el papel que le toca desempeñar en la familia, procurando el bienestar, el desarrollo y la
felicidad de todos, pero también debemos considerar las múltiples formas y/o definiciones
de familia que existen hoy la sociedad actual, donde el proceso ético y moral no siempre es
prioridad a la hora de hablar dela formación integral de niños y jóvenes. Debido a la alta
carga laboral y el poco tiempo que los padres pasan con sus hijos, se busca la forma de
compensar el “tiempo perdido” y con ello muchas veces se dejan de lado elementos
formativos que solo deben salir del hogar, como son temas valóricos y éticos que luego se
depositan en establecimientos educacionales, los cuales no son quienes debieran entregar la
base ética y moral a los niños.

La primera educación y formación integral que recibe el niño/niña es en su hogar, donde los
padres al ser el primer ámbito social donde se desarrollan, cumplen un papel preponderante
en el desarrollo de sus hijos, por tanto la educación es responsabilidad de los padres, y
legalmente es un derecho que todos los niños puedan recibir una formación adecuada y en
un ambiente propicio, y si los padres no cumplen con la formación ética y valórica son los
padres quienes están incumpliendo con su deber, y muchas veces esta responsabilidad es
depositada en el sistema educativo, que si bien debe entregar una educación de calidad, la
formación valórica es vital que se desarrolle en los primeros años de vida, donde son los
padres quienes, por medio de un vínculo afectivo, lograr propiciar el desarrollo integral a
futuro.

En la actualidad la familia ya no es una unidad óptima, y este ambiente da pie para que los
niños y principalmente los jóvenes busquen nuevas relaciones fuera del núcleo familiar,
donde van adquiriendo nuevas costumbre o normas que no necesariamente son correctas,
pero que se presentan de manera atractiva y provocan una dependencia a la hora de entablar
relaciones; la confianza de los niños y adolescentes se vuelca hacia un grupo social o núcleo
distinto al que eventualmente no aporta ética o moralmente, pero que no es restringido por
los padres, pues estos buscan satisfacer las necesidades afectivas con recompensas materiales
que en la mayoría de los casos no hace otra cosa más que propiciar instancias de
subordinación o rebeldía con el fin de hacer un reclamo “social” por la falta de compromiso
o dedicación de los padres. Y así como dice Megallón, esto provoca que la familia
“se haya desplazado a un buen número de seguridades comunitarias y colectivas, sin que para
ello intervengan los lazos afectivos” y si no existen lazos afectivos con los padres, no se va
a generar un acompañamiento ético y moral como debiera ser.

Por otra parte al hablar del tema ético y valórico como se planteaba al inicio de este texto, si
nos referimos específicamente a la sala de clases, podemos encontrar que existe una gama
tan variada de acciones, percepciones, actitudes y otras características, que no nos permiten
generar un lazo afectivo que permita un desarrollo ético de los estudiantes, si antes no ha
existido una formación integral de parte de los padres, es decir, si los estudiantes no vienen
con principios éticos o valórico desde el hogar, es muy difícil que sea el profesional de la
educación quien, además de entregar conocimientos técnicos, pueda generar un lazo afectivo
tan profundo que permita dar directrices éticas a los estudiantes.

En la sala de clases coexisten diversos esquemas valóricos, los cuales muchas veces generan
contradicciones o inconsistencias que se ven plasmados en el actuar del estudiante, y lo cual
muchas veces se desconoce por parte de los padres, pero debido la función misma del
establecimiento educacional y debido a que se debe cumplir con contenidos mínimos, se le
da importancia a los programas académicos y se descuida el “saber actuar y convivir que se
expresa en normas de comportamiento, valores y actitudes ante sí mismo y ante los demás”.

Tal como lo plantea Freire en una de sus obras “estoy absolutamente convencido de la
naturaleza ética de la práctica educativa, en cuanto práctica específicamente humana... No
podemos asumirnos como sujetos de la búsqueda, de la ruptura, de la opción como sujetos
históricos, transformadores, a no ser que nos asumamos como sujetos éticos” y para generar
este cambio integral de los individuos, es vital que la formación ética y valórica se desprenda
de los valores éticos y morales de cada una de las familias, es decir, que los padres, desde su
deber de educar de manera integral a sus hijos, puedan ser capaces de entregar una formación
ética acorde a nuestros tiempos y según sus posibilidades le permitan.
Bibliografía

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