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aire (provocada realmente por una reacción normal de ansiedad). Su estado de pánico
se mantuvo muy alto hasta que consiguieron entreabrir ligeramente las puertas del
ascensor. En ese momento Tomás acercó la boca a la pequeña apertura y poco a poco
se fue tranquilizando. A lo largo de los siguientes 10 años, hasta comenzar su
tratamiento psicológico, Tomás desarrolló una fobia a subirse en ascensores, que se
fue extendiendo hasta abarcar cualquier espacio cerrado (farmacias, autobuses,
garajes, etc.)
Uno de los elementos que se encuentran en el origen de muchas fobias de las que
hemos tratado en consulta es el haber sufrido alguna situación en la que se haya
vivido una tensión emocional muy elevada. Como resultado se crea una conexión
entre la aversión que produce el miedo intenso y una representación mental de la
situación. Ese aprendizaje que se produce de forma automática tiene como fin el
preservar nuestra vida del peligro, activando la sensación de miedo de forma
automática ante las situaciones que ha aprendido a temer.
Este tipo de asociaciones son necesarias porque nos alejan de peligros. El problema
viene cuando el peligro está sólo en nuestra mente, y no se manifiesta en la realidad,
o, si se manifiesta, lo hace con una probabilidad infinitamente menor de la que le da la
mente de una persona fóbica.
Esperanza, una auxiliar de geriatría de 40 años, padecía fobia a los perros, hasta el
punto de que estaba empezando a dejar de bajar a la calle por miedo a encontrarse
con uno. Trataba siempre de aparcar justo delante de su puerta para caminar lo
mínimo posible por la acera, y así poder coger fácilmente el coche en el que iba a su
trabajo, en una residencia de ancianos. No conoció el origen de esta fobia hasta que
viajó a los Estados Unidos para ver a unos tíos suyos que visitaba cada cinco o seis
años. En su último viaje les contó su problema con los perros, y su tía comentó que a
Esperanza siempre le habían encantado los perros hasta que fue atacada por un perro
en Washington cuando tenía unos 12 años. Esperanza no sufrió ningún gaño grave en
el ataque, pero su madre sufrió un ataque de ansiedad. Esperanza no recordaba en
absoluto aquel evento, algo que no es raro, en función del funcionamiento de la
Utilizó a otro grupo de niños a los que no les puso la película. A ambos grupos, se les
dejó después jugar en un salón en donde había varios juguetes, entre los que se
encontraba un muñeco bobo. Bandura observó la reacción de los niños a los que se les
había puesto la película, y ellos jugaban golpeando de forma agresiva el muñeco bobo
y gritando “¡estúpido!” de una manera similar a la que habían visto en las imágenes.
Los niños que no habían presenciado la película no llevaban a cabo esta conducta y se
entretenían con otros juguetes.
De este modo, resulta muy difícil hablar del componente hereditario de las fobias. Se
han encontrado, efectivamente, muchas fobias compartidas entre padres e hijos, sin
embargo, es difícil identificar si estas fobias son fruto de un legado genético, o es más
bien el producto de diferentes experiencias en la vida en las que el niño ha visto al
progenitor reaccionar de un modo alterado ante ciertos estímulos.
He citado a los progenitores porque son los agentes de aprendizaje más importantes
durante los primeros años de vida, sin embargo entiendo que esta influencia la
desarrolla también todo el conjunto de personas que en algún momento toman
contacto con una determinada persona. Esta influencia es la razón por la que, en
consulta, aconsejo a las personas con fobias, que tengan hijos, que no manifiesten
comportamientos fóbicos ante ellos. El aprendizaje por observación resulta
particularmente intenso cuando se añaden otros elementos, como que la persona que
se observa obtenga unos resultados positivos, o bien negativos, de su acción. El
observador, en este caso, puede asociar la acción que ha observado con los resultados,
y de este modo reproducir la acción con la idea de obtener unos resultados positivos
similares, o bien evitar la acción por huir de unos resultados negativos indeseables.
Ana sitúa el origen de su fobia a estar en lugares elevados cuando ella tenía 11 años.
En esa época comenta que una de las cosas que le marcó más fue el ver a una de sus
vecinas muerta en el suelo, después de una caída desde un onceavo piso. Su vecina se
precipitó al vacío cuando estaba limpiando las ventanas de su piso. Desde ese día Ana
empezó a preferir alejarse de las ventanas de su casa, que estaba en el piso diez. Al
principio lo veía como algo que ella elegía, pero poco a poco pasó a ser algo más que
una elección, debido a que ya necesitaba alejarse sistemáticamente de las ventanas.
Con el tiempo sus padres y amigos veían cómo tampoco se acercaba a las ventanas de
las habitaciones de otros edificios, como en casa de sus primos, que vivían en un
primero. En consulta comentaba que le era imposible estar en un balcón.
Cuando una persona tiene una imaginación muy vívida y escucha una historia que le
están relatando, normalmente es susceptible de experimentar unas sensaciones físicas
muy similares a las que experimentaría si estuviese viendo directamente o viviendo
esa escena. En estas situaciones el individuo es capaz de ponerse en la piel del
protagonista del relato y hacer una imagen mental claramente definida de las
reacciones que siente en ese momento el protagonista, de tal manera que entre la
situación y las respuestas de miedo o ansiedad quede establecida una conexión bien
constituida.
En este aspecto puede tener algo que ver el umbral de ansiedad de cada persona; es
decir, se puede tener una predisposición genética, pero si no se sufre una experiencia
traumática, la persona puede que nunca llegue a desarrollar una fobia.
Ejercicio número 2
Explica, al menos, dos formas diferentes por las que podemos empezar a tener una
fobia.