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EN LA UNIVERSIDAD
Ello podría suceder debido a que muchos piensan que al finalizar un proceso
parece que lo más lógico es averiguar qué ha sucedido y, además, porque la
naturaleza selectiva que conlleva el proceso educativo asigna a esta
finalización un valor para clasificar los resultados y a las personas que los
obtienen. Ambos propósitos pueden ser plausibles en determinadas
condiciones, pero lo que se objeta es que se constituya como la única
modalidad de comprender la evaluación y que se elimine cualquiera de las
otras condiciones, posibilidades y modalidades.
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Es por eso que deben tenerse en cuenta los criterios evaluativos, su
explicitación y su negociación con los estudiantes. Siendo así, dichos criterios
pueden ser comentados conjuntamente por los profesores y los estudiantes,
para discutirlos, corregirlos, modificarlos, ajustarlos a la realidad o introducir
otros nuevos que son derivados de la interacción profesor-estudiantes. El
desconocimiento de los criterios evaluativos desconcierta y desmotiva a los
estudiantes porque constatan la arbitrariedad en establecerlos y la gran
diversidad de criterios existente entre los profesores de un mismo curso e,
inclusive, frente a un mismo tema.
Fue Tyler quien propuso las cuatro preguntas que constituyen la llamada
racionalidad técnica aplicada a la enseñanza. Ellas simplificaron lo complejo de
las decisiones y actuaciones didácticas. Consiste en la secuencia: qué
enseñar, cómo y cuándo hacerlo y preguntarse por los resultados conseguidos,
y que han ejercido también una gran influencia sobre lo que es evaluar y sobre
sus referentes. Es que No puede haber evaluación sin tener en cuenta
determinados referentes. Cuando se valora, corrige o consolida un aprendizaje
se hace en relación a determinado referente. Pese a la valía y trascendencia de
esas preguntas, se critica que dicha secuencia no interrogue sobre el para
qué, para quién o el por qué se enseña lo que se está enseñando, que son,
precisamente, cuestiones que hacen explícitos los referentes.
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significado débil e incompleto, que no se plantea en un sentido constructivo,
como una opción para revisar el proceso de enseñanza aprendizaje e influir en
la toma de decisiones en diferentes ámbitos y momentos del proceso
educativo. Esto se manifiesta cotidianamente en acciones que reafirman esta
percepción generalizada de la evaluación únicamente como un requisito formal
a cumplir y con escaso o nulo valor pedagógico.
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Entre los criterios de selección de la información necesaria y los instrumentos
de evaluación que tienden a producir importante sesgos de la evaluación
tenemos: a) seleccionar y priorizar los objetivos más fácilmente observables o
mensurables, b) enfatizar en las conductas más convencionales y los
materiales más simples, c) acentuar los logros en los niveles más básicos del
aprendizaje, como recordar información o demostrar la comprensión de lo
evaluado, y d) hacer recaer en los estudiantes toda la responsabilidad de
alcanzar los objetivos.
Cuando se solicita que los estudiantes lleven a cabo una determinada tarea es
muy importante clarificar, definir y especificar tanto lo que es un ensayo, como
un informe de laboratorio, una memoria de prácticas, un proyecto de
investigación o de experimentación, etc. En este sentido, un buen
procedimiento para que el estudiante comprenda claramente lo que se le pide
es presentarle modelos y estilos de trabajos semejantes bien realizados con
anterioridad por otros estudiantes. Es necesario tener en cuenta que cada
materia requiere distintos tipos de corrección e igualmente cuando se trata la
profundidad temática exigida, que difiere según se trate del nivel de estudios y
los objetivos que se quiere lograr.
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requieran. Hay que devolverles la información de respuesta respecto al
resultado de sus trabajos lo más pronto posible, para que tenga lugar la
retroalimentación eficaz y, además, porque los estudiantes tienen interés en
conocer la opinión y valoración que de sus trabajos hace el profesor. Hay que
evitar los efectos desmotivadores que surgen cuando la valoración es
expresada en términos totalmente negativos y que evidencian exclusivamente
los errores. Es necesario valorar en justa medida las virtudes y defectos del
trabajo y se deben dar los consejos en tonos constructivos. Hacer todo eso
mejora la motivación del estudiante y su actitud hacia el curso.
Cuando se utiliza una valoración de los trabajos efectuada por los propios
estudiantes, este tipo de procedimiento permite sopesar mejor el aprendizaje
de cada estudiante. Es necesario promover en los estudiantes la capacidad de
juzgarse a sí mismos, de valorar su propio trabajo y estimar su desarrollo
intelectual. Aunque todavía muchos profesores no lo consideran apropiado, es
fundamental la cooperación del estudiante en su propia evaluación. El profesor
debe enseñarle a desarrollar su capacidad de autoevaluación, y no sólo de los
resultados, sino, sobre todo, del proceso de aprendizaje y de su desarrollo
intelectual y social.
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b. La motivación y el estímulo en el aprendizaje de los estudiantes. Esto es
fundamental en la configuración de los procesos evaluativos.
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La evaluación conlleva una orientación reguladora que tiene como propósito
intervenir en el proceso educativo para corregirlo y ajustarlo, sea al principio
(diagnóstico inicial) o a lo largo del mismo. En el primer caso se establece un
diagnóstico de lo que el estudiante ya debería saber como requisito previo
(regulación retroactiva) para que haya aprendizaje o como lo que debería saber
respecto de lo que se vaya a plantear o introducir más adelante (orientación
pro-activa). Cabe indicar que el diagnóstico no lo es en sentido clínico o de una
persona, sino que su sentido radica en establecer las características de un
aprendizaje, de un contexto o de una situación. Por eso es que no se considera
un tipo específico de evaluación a la denominada evaluación diagnóstica.
Una idea bastante extendida es creer que los procesos de evaluación son
“neutrales” en sí mismos y en sus efectos. A partir de ello se ha dado toda una
gama de evaluaciones mediante “pruebas objetivas”, pero el hecho de
proclamarse neutral u objetiva no basta para que la objetividad se dé
realmente. Además, como se sabe, la actividad evaluadora debe tener un
criterio de justicia, pero se puede ser justo en la confección del instrumento y, a
la vez, ser parcial en todo lo demás. Entonces, hay que garantizar que todo el
proceso sea justo, no sólo en sí mismo, en su propio diseño, sino en relación
con los sujetos evaluados, con las circunstancias de su aprendizaje, con sus
progresos en el mismo y con unos criterios de referencia adecuados. Sin
embargo, el criterio de justicia, siendo importante, no es el único a considerar.
Los propósitos de la evaluación. El saber para qué se evalúa nunca debe darse
por supuesto, hay que tenerlo siempre presente:
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b. Para obtener información completa sobre su evolución, intereses y
estrategias de trabajo.
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sus posibilidades. La modalidad más visible y tradicional son las pruebas al
finalizar un proceso. Dichas pruebas son la principal (cuando no la única)
fuente de información de los profesores y estudiantes y que lleva a tomar
decisiones. Pero es necesario examinar a fondo su confección y modalidad de
uso para que la información aportada sea la que se necesita saber. No basta
con creer que una prueba es correcta, sino que debe sustentarse en los
criterios de calidad del propio instrumento. Se suele utilizar casi únicamente los
exámenes escritos, sean tipo ensayo o las pruebas “objetivas”, ambas
encaminadas a medir sólo el recuerdo o la memorización del contenido. Sin
embargo, el verdadero problema no radica tanto en el tipo de instrumento
utilizado, sino el tipo de aprendizajes que se miden a través de ellos. El tiempo
convencional (una o dos horas) que duran los exámenes, su falta de acceso en
ese momento a libros u otras fuentes de información, son una vía muy pobre
para evaluar los aprendizajes. Así, los exámenes premian la memoria, la
rapidez, la superficialidad, la tensión y la competitividad con perjuicio de la
comprensión, la reflexión, la profundización y la colaboración. Además, sus
resultados no tienen valor para predecir el rendimiento futuro de los
estudiantes.
a. El rendimiento académico.
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c. Las actitudes o predisposiciones de los estudiantes hacia las
experiencias de aprendizaje propuestas.
b. Los criterios de evaluación. Estos son aquellos elementos con los cuales
se puede realizar una comparación con el objeto de evaluación o sus
características. Son elementos de dificultosa construcción y objetables.
Esto porque, por una parte, existe el riesgo de reducir la evaluación a
una mera acción normativa en la que solo se busca establecer si se
satisfacen o no determinadas normas. Pero, por otra parte, si se
excluyen los criterios, la evaluación resulta estéril porque no es posible
realizar ningún análisis comparativo. Las discrepancias y discusiones se
presentan en torno a la legitimidad de los criterios, es decir, quién y
cómo se definen esos criterios.
Es importante resaltar que para que el proceso de evaluación sea exitoso debe
observar algunos requerimientos indispensables. Lo primero: tener en cuenta
que cualquiera sea la estrategia adoptada, constituye una forma particular de
intervención en la realidad del objeto de evaluación, el cual sufre alguna
modificación como consecuencia de la intervención. Esto se tiene en cuenta
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para no producir interferencias en el desarrollo habitual del proceso y para
ponderar la elección de las estrategias metodológicas.
Los procesos evaluativos involucran a todos los sujetos, por eso es necesario
clarificar quienes son dichos sujetos particulares y generar en ellos una base
de consenso y aceptación. Esto permite evitar la resistencia que pueden
generar estas acciones, debido en parte a la escasa y endeble cultura
evaluativa. La comunicación de las finalidades de la evaluación, los
procedimientos a utilizar, la utilización de los resultados y su difusión
promueven mayor aceptación entre los involucrados. También son importantes
tener en cuenta la relevancia y la oportunidad. La primera se refiere a la
centralidad del o de los objetos de evaluación. Esto porque la complejidad del
proceso se justifica en la medida que este se lleve a cabo acerca de
problemas, aspectos y fenómenos importantes. La oportunidad es la ubicación
temporal adecuada de la evaluación y en especial de sus resultados. Una
evaluación exitosa lo es en tanto sus resultados se encuentren disponibles en
el momento adecuado.
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UN CASO DEL EMPLEO DE LA
AUTOEVALUACIÓN, INTEREVALUCIÓN Y HETEROEVALUACIÓN
EN LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA
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