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Agustín Busnadiego
Introducción
Todo esto será bajo una premisa acerca de la justificación: que es que ésta, no es
consecuencia de una relación especial entre sujeto-objeto, sino que es el fruto de una práctica social.
Es decir, la justificación es conversacional. Subyace aquí una concepción de la verdad en términos
de “lo que es bueno creer” y no una en términos de “contacto con la realidad”.
En este marco lo que intentaremos reconstruir las lecturas de Rorty tanto de la postura de
Sellar como de Quine. Lejos de querer hacer una crítica sustancial a las distintas posiciones,
intentaremos elaborar los alcances y las consecuencias de dichas posturas.
1. Sellars
En este sentido, el saber que tengo dolor, no es cierto más que en el sentido común -no
filosófico – de que se tiene un dolor, y no se puede dudar de ello. Sellars, irá más lejos. A la
incorregibilidad, aparente, de este privilegiado sujeto que “sabe que tiene dolor”, atribuirá dicha
certeza al simple hecho de que nadie pone en duda dicho enunciado. No es porque es indubitable
que nadie duda de ese enunciado, sino al revés.
Para hacer esto hace falta entender que las sensaciones primarias no son la base de una
creencia justificada, por el hecho evidente de que no son representaciones privilegiadas. Se sigue
del planteo de Rorty que estas representaciones son sólo una forma errónea de entender el
conocimiento bajo la estructura del sujeto-objeto. Si uno no acepta dicha estructura, y entiende que
el conocimiento es una cuestión de práctica social, no debe ceder a las trampas que cae el
epistemólogo -junto con su consecuente miedo al escepticismo radical.
2. Quine
[…]debería haber dicho que los conceptos y significados son inofensivos si se postulan para
ofrecer explicaciones acerca de nuestra conducta y son nocivos únicamente si se tratan como
1 Rorty, R., La filosofía y el espejo de la Naturaleza, (material propiciado por la cátedra), Cap. IV, pág. 127.
fuente de una clase especial de verdad y de una clase especial de autoridad para ciertas
afirmaciones. 2
Ya que aunque “creer”, “significar”, etc., no tengan ningún equivalente conductista, no debería
hacerse la conclusión apresurada de Quine acerca del total abandono. De tal forma que se pudiera
persistir en la utilidad social de actividades como la traducción, sin por ello intentar justificar
epistemicamente algún tipo de concordancia entre “significados” diferentes. Pero no obstante ello
Quine insistirá en la distinción entre verdad por conveniencia y verdad por correspondencia. De
forma que las verdades sobre significados y creencias no constituyan verdades en sentido estricto,
puesto que no hablan de una concordancia con la realidad. Para Rorty dicha insistencia se debe a la
herencia, e imposibilidad de salir de, una tradición analítica, que sigue sosteniendo, aunque ello
vaya en detrimento de sus propias consecuencias teóricas, una filosofía como discplina que busca
un método correcto de búsqueda de la verdad.
3. Consecuencias
Puesto que para poder entender a la filosofía como una disciplina capaz de brindar un
método correcto en la búsqueda de la verdad, hace falta algún marco fijo, estable, que permita, a su
vez, juzgar qué representaciones son o no válidas en tanto creencias justificadas. Según Rorty, “la
mente en cuanto Espejo de la Naturaleza fue la respuesta de la tradición cartesiana a la necesidad de
este marco”4. Una vez abandonada esta mente, y también la búsqueda -injustificada sin dicho
marco- de representaciones privilegiadas, se abandona también la filosofía en tanto disciplina que
juzga las distintas afirmaciones de las otras esferas que tendrían su propio modo de legitimación
propio (la religión, la política, el arte, la ciencia, etc.). De hecho, el miedo que Rorty achaca a los
filósofos del siglo XIX, acerca de la persistencia de su discplina en tanto disciplina, no estarían
infundados según esta perspectiva; dado que una vez agotada la empresa analítica, según Rorty,
poco más le quedaría por hacer a la filosofía.