Está en la página 1de 2

En julio, se emitió un decreto que daba al Gobierno la autoridad para decidir qué grupos podían

representar a los trabajadores frente a las empresas y al Estado. Un mes después, utilizando estos
nuevos poderes, los militares decidieron tomar el control del sindicato más importante en ese
momento, la Unión Ferroviaria, que estaba liderada por dirigentes socialistas. Así, tanto comunistas
como socialistas, a pesar de tener diferencias en sus ideas y enfoques, fueron afectados por las
medidas represivas del nuevo gobierno. Esto sucedió no solo en ese momento, sino que ya venía
ocurriendo desde hace un tiempo.
LOS LÍDERES OBREROS ENTRE LA AUTONOMÍA Y LA SUBORDINACIÓN POLÍTICA
En ese momento, cuando ocurrió la Revolución de junio, no era fácil hablar de los trabajadores como
un grupo organizado a nivel nacional. Los sindicatos estaban presentes de manera desigual en
diferentes áreas, como el transporte, servicios como ferrocarriles, correo, el puerto, bancos,
comercio y gráficos. Sin embargo, su presencia era más fuerte en estos sectores que en la industria.
A partir de mediados de la década de 1930, con la expansión de la industria, hubo nuevas
oportunidades para que los trabajadores se organizaron. Los comunistas intentaron aprovechar
estas oportunidades, pero se encontraron con resistencia de los empresarios y tuvieron dificultades
para sindicalizar a los trabajadores.
Cuando se dio el golpe de 1943, solo el 20% de los trabajadores estaba sindicalizado, y además,
había conflictos entre socialistas y comunistas que llevaban a la formación de centrales sindicales
rivales. Los militantes comenzaron a tomar medidas represivas. Sin embargo, la estrategia oficial
hacia los sindicatos cambió en octubre de 1943 con la designación de Perón en el Departamento
Nacional de Trabajo.
Perón entendía que ni una masa de trabajadores desorganizada ni un sindicalismo fuerte e
independiente eran garantía de estabilidad social. Creía que el Estado debía desempeñar un papel
mediador entre capital y trabajo para evitar conflictos sociales. Para implementar esto, se distanció
de las medidas represivas del régimen y buscó el apoyo de los líderes sindicales.
A pesar de la desconfianza inicial de los dirigentes sindicales hacia Perón, eventualmente
comenzaron a colaborar. En 1944, Perón flexibilizó los controles sobre el sindicalismo, permitiendo
que los sindicatos recuperaran el control y facilitando la sindicalización. Se aprobaron numerosos
contratos entre sindicatos y empresas, y la Secretaría de Trabajo respaldó la sindicalización,
permitiendo que los líderes sindicales afiliaran a los trabajadores en las empresas. Esto llevó a la
ocupación de vacantes dejadas por la represión de los comunistas por parte de socialistas y nuevos
militantes obreros.
En ese tiempo, algo importante sucedió: el Estado se convirtió en un lugar al que los trabajadores
podían acudir para equilibrar las cosas en el trabajo. Los líderes de los trabajadores aprovecharon
esta oportunidad, pero al mismo tiempo, querían mantenerse alejados del Gobierno, al que
criticaban tanto como a los partidos políticos.
Hasta el verano de 1945, los sindicatos seguían una táctica oportunista. Pero cuando el país se
dividió y los empresarios cuestionaron las medidas de protección laboral, los sindicatos dejaron de
ser neutrales. En octubre de 1945, cuando Perón fue obligado a renunciar, los líderes sindicales
salieron en defensa de él, y eso llevó a la movilización popular del 17 de octubre.

Después de esa movilización, los líderes sindicales de diferentes orígenes fundaron el Partido
Laborista para participar en elecciones de manera independiente. Perón ganó las elecciones en
febrero de 1946, pero luego surgieron tensiones en su coalición.
Los laboristas, que habían contribuido mucho a la victoria electoral, querían un papel principal en el
nuevo Gobierno. Hubo conflictos porque Perón quería consolidar su liderazgo y disolvió los partidos
de la coalición, unificando a los simpatizantes bajo su dirección.
En noviembre de 1946, al renovar las autoridades de la CGT, hubo descontento porque no se
cumplió la promesa de dar a los líderes sindicales un papel destacado en el nuevo partido unificado.
A pesar de las tensiones, se esperaba que la CGT fuera autónoma.
Pero cuando el líder de la CGT, Luis Gay, desafió la unidad de la coalición gobernante, hubo un
conflicto con Perón. Gay presentó la renuncia debido a acusaciones maliciosas en su contra. Después
de su renuncia, la CGT cambió su papel, dejando de representar al movimiento obrero ante el
Gobierno para convertirse en representante del Gobierno ante el movimiento obrero.

También podría gustarte