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La OIT considera el trabajo infantil a toda actividad o trabajo que priva a los niños de su
infancia, su potencial y dignidad y es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. Lo
que puede significar explotación, muchas horas de trabajo, malas condiciones laborales y
pocas oportunidades de progresar.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, más conocido como Unicef.
La Línea de Política Pública para la prevención del trabajo infantil y la protección integral
al adolescente trabajador refiere, que el trabajo infantil es una violación a los derechos de las
niñas, los niños, y adolescentes, que afecta su proceso de desarrollo, genera condiciones que
vulneran el goce de los derechos y complejiza la construcción de proyectos de vida, que a su
vez inciden en el desarrollo del país.
Los niños y las niñas tienen derechos a estar protegidos contra la explotación económica y
contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación,
su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual moral o social. Tienen derecho a tener
una vida plena y decente que garantice su acceso a la salud, a la educación, al esparcimiento,
al juego y al descanso; tienen derecho a participar libremente en la vida cultural y en las artes.
En nuestro país la Ley 26.390 prohíbe que los menores de 16 años trabajen. La ley de
protección integral también prohíbe el trabajo infantil y protege al adolescente de 16 a 18
años de cualquier trabajo que pueda ser peligroso para su salud o para su desarrollo. Por lo
tanto, que un niño trabaje es ilegal.
Los datos recopilados son de 134.202 niños, niñas y adolescentes atendidos por el Programa
Proniño, de Fundación Telefónica. Los datos proceden de las ONG locales que atienden a los
participantes en el programa.
Los padres pueden decidir enviar a sus niños a trabajar, en vez de a estudiar, cuando sus
expectativas sobre su educación son muy bajos, sea por la calidad de la educación o por los
costos de la escuela. Las preferencias de los padres juegan un papel importante, quedando
expuesta su responsabilidad.
La Ley 26.390 prohíbe el trabajo infantil y eleva a 16 años la edad mínima de admisión al
empleo. El Estado argentino, como parte de la Convención sobre los Derechos del Niño de la
ONU, se compromete a proteger al niño contra la explotación económica y contra el
desempeño de cualquier trabajo peligroso o que entorpezca su educación, o sea nocivo para
su salud o su desarrollo físico, moral, espiritual o social. Por lo que en la Argentina, menores
de 16 años está prohibido y el tiempo de trabajo en adolescentes está regulado, porque los
expone a no poder ejercer su derecho a la educación, que es obligatoria hasta el ciclo
secundario.
Consecuencias físicas
Los niños que trabajan pueden llegar a desarrollar enfermedades y dolencias crónicas,
desnutrición, sufrir cortes y quemaduras por trabajar con maquinaria y herramientas
inadecuadas para su edad o sufrir abuso por parte de los adultos.
Además, los niños son más inexpertos, lo que los hace especialmente vulnerables a sufrir
accidentes laborales. Y al ser más inmaduros, son menos conscientes de los riesgos que
conllevan algunos trabajos. Cuanto menor sean el niño o la niña, serán más propensos a los
riesgos del trabajo.
Los niños trabajadores corren más riesgos en el lugar de trabajo que los adultos por ciertos
motivos como:
● Tienen menos fuerza que los adultos. Su tamaño pequeño, y al realizar tareas que exceden
su fortaleza física, puede exponerlos a riesgos adicionales.
● La menor estatura los acerca más al suelo y, por ende, absorben o inhalan toxinas con más
facilidad.
● Los niños respiran más aire por kilogramo de peso corporal, beben más agua, ingieren más
alimentos y usan más energía que los adultos. Por lo que producen, por ejemplo, una mayor
exposición a las enfermedades y a los contaminantes o sustancias tóxicas.
● Tienen poca experiencia y escaso conocimiento de los riesgos y las reacciones adecuadas
en cada caso y no son capaces de tomar decisiones fundamentadas. Tienden a reaccionar de
manera diferente ante peligros como el fuego.
●Los niños también necesitan dormir más que los adultos. Se cansan más rápido y, al
disminuir su concentración, resultan más propensos a sufrir lesiones.
● Suele asignárseles trabajo demasiado difícil o peligroso para ellos. A veces realizan tareas
que los adultos no quieren hacer.
● Pueden ser utilizados por delincuentes adultos para realizar actividades ilícitas (hurtos,
tráfico y/o comercialización de drogas).
Consecuencias psicológicas
Los pequeños pasan mucho tiempo en un ambiente hostil, lejos del amparo y protección de
sus familiares. Debido a las largas horas que dedican al trabajo, se ven obligados a dejar sus
estudios o a combinar ambas actividades. Esto trae consecuencias como estrés, angustia,
bajos niveles de autoestima y falta de esperanza en el futuro.
Los adolescentes pueden presentar comportamiento agresivo con sus compañeros y los
tutores, ser muy suspicaces y susceptibles a lo que ellos consideran amenazas, y no empatizar
con los demás. Sus emociones más características eran la ira y el miedo.
En general:
Los niños que trabajan en la agricultura son generalmente trabajadores no cualificados, corren
riesgos por utilizar herramientas inseguras para su edad. Por ejemplo, los tractores y su mal manejo
son responsables de la mayoría de los accidentes. Otros de gran riesgo son, los aparatos para cortar,
vagones pesados, picas, molinos, etc.
Pueden sufrir intoxicaciones por exposición a pesticidas u otros tóxicos por inhalación, contacto o
ingestión, ya que pueden elaborar y aplicar mezclas de estas sustancias peligrosas para fertilizar
cultivos. Que afectan al sistema nervioso autónomo y central. La exposición crónica produce efectos
a largo plazo de carácter neurológico y tumores con actividad hormonal.
El trabajo de los niños en el campo constituye habitualmente una labor fatigante con largas jornadas,
desde la madrugada hasta tarde en la noche, horarios semanales y diarios extensos, en condiciones de
clima extremas y sin la mínima seguridad; a menudo deben pasar horas agachados seleccionando los
productos y0, además de cargar pesos inadecuados para su edad.
Por el trabajo que desempeñan, el esfuerzo excesivo, o posturas y maniobras inapropiadas o los
riesgos por el contacto con sustancias tóxicas, pueden sufrir lesiones musculares, alteraciones en el
crecimiento, fracturas, mutilaciones, pérdidas de visión, enfermedades crónicas e incluso accidentes
mortales.
Esto que sufren las niñas y los niños que trabajan impactan de forma significativa su cerebro. A esa
edad, el cerebro se comporta casi como una plastilina: los estímulos del ambiente van a cambiar,
fortalecer o eliminar las conexiones entre estructuras. Aquí radica lo peligroso de la plasticidad
cerebral: si no se cuida el entorno, se afecta gravemente su construcción y desarrollo. Esto es lo que
sucede con esta población tan vulnerada.
Se ve seriamente afectado por el maltrato. Con una amígdala hipersensible a los rostros amenazadores
y a las señales de peligro; un funcionamiento reducido de la corteza anterior cingulada (ACC)
(regulación emocional y monitoreo cognitivo en los conflictos), del polo temporal y del giro frontal
medio (ambos involucrados en la empatía); y un patrón difuso en las conexiones de la corteza
prefrontal, es entendible que los adolescentes muestren conductas agresivas y se sientan amenazados
por los estímulos del ambiente. El maltrato ocasiona que el centro encargado de las reacciones de
temor e ira trabaje a mil por hora, mientras que el centro responsable de regular las emociones
funcione con desperfectos.
Para continuar disminuyendo el trabajo infantil es necesario seguir invirtiendo en políticas sociales.
Son numerosas las medidas a impulsar: los programas de transferencias condicionadas, destinados a
aliviar las restricciones económicas de los hogares; continuar mejorando la cobertura y reducción de
los costos para el acceso a la educación y mejorando su calidad; y diseñar políticas focalizadas en
aquellos niños en mayor riesgo de trabajar. Es también necesario reforzar los mecanismos de
detección y sanción de formas de trabajo infantil que, por su intensidad o por ser peligrosos, ponen en
riesgo el bienestar de los niños.