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—Jacques Derrida
utilización y manipulación de diversos elementos naturales —desde las plantas y los animales
hasta los minerales y el aire mismo— para conseguir las diversas metas que constituyen el
sofisticación de las ciencias e incluso el soporte mediático de las artes. En el ámbito del
naturaleza como un recurso dispuesto para el uso humano, lo cual establece relaciones de poder
entre el sujeto creador de cultura (usualmente entendido como masculino) y toda porción de la
naturaleza que éste juzgue útil o deseable. Hoy en día es evidente que estas relaciones, si bien
son ancestrales, sufrieron una aceleración en la era moderna, la edad del imperialismo, la
comprensión de su realidad por medio de la razón: “Only what can be objectified has a right to
be called ‘real’; everything else enters the realm of ‘culture’, the subject’s interior, or ‘mere’
image” (Franke 15). Los sujetos de la modernidad se distinguen por hacer esta división entre lo
real y lo subjetivo, la cual los deja cómo soberanos de lo racional en un mundo de objetos
términos éticos como utilitarios. Por ejemplo, una empresa maderera deberá preguntarse qué tan
renovables son sus árboles, cuál es la composición del suelo en su bosque y cuál será su actitud
hacia los incendios forestales no provocados, entre otros factores. De no hacerlo, puede haber
una devastación completa: el recurso natural se extingue y la empresa humana se hace imposible
(o por lo menos debe mudarse de lugar). Dadas sus capacidades cognitivas y de movimiento más
cercanas a las humanas, los animales son quizá el lugar más visible de estas relaciones, y el
sufrimiento es uno de los factores más importantes que la cultura humana debe negociar para el
uso y la explotación animal. ¿Tiene derecho el hombre a hacer sufrir a otras criaturas en
beneficio propio? ¿Qué tanto sufrimiento puede considerarse “humano”? Las respuestas de cada
cultura a estas inquietudes —a pesar de ser contradictorias y ambiguas— han guiado durante
milenios al pensamiento y las prácticas humanas respecto a los animales. Asimismo, las
aparentes actitudes que los animales toman ante su propio sufrimiento y su rol designado en la
cultura humana han coloreado nuestras ideas sobre la identidad y la personalidad de cada
Tanto en cuerpo como en signo, el burro es uno de los miembros más destacados en el
bestiario de nuestra civilización. Según Jill Bough, las representaciones culturales del burro se
embargo, ambas se contradicen: “The writings of Homer, Aesop and Apuleius, for
example, have been instrumental in representations of donkeys as servile, stubborn and stupid,
while biblical imagery has been influential in presenting donkeys as symbols of humility and
peace, suffering and service” (57-58). Hemos recibido, entonces, una herencia discursiva
problemática acerca del burro, quien a lo largo de los siglos ha sido utilizado de manera
inconsistente para hablar tanto de los caracteres nobles y leales como de aquellos ignorantes y
necios. Lo curioso, e incluso diría lo perturbador, es que ambos entendimientos del burro se
interpretaciones valorizadas del animal a partir los comportamientos estables que éste exhibe.
Esto va de acuerdo con la concepción derridiana del pensamiento convencional sobre el animal:
el discurso dominante del hombre en vías de hominización se imagina al animal bajo las
absoluta antes del bien o del mal, el animal sin culpa ni defecto (ésta sería su superioridad como
inferioridad) pero asimismo el animal como mal absoluto, crueldad, salvajismo asesino (Derrida
81).
evidentes, pero también debe serlo su gran punto de coincidencia: en todo caso, marcan una
frontera rígida entre lo humano y lo no humano, convirtiendo a lo segundo en un objeto del cual
Entonces, ¿qué diferentes facetas ha asumido la figuración cultural del burro para hablar
del sufrimiento como condición de la existencia? El objetivo de este ensayo es examinar la forma
en que dos obras narrativas han ligado la imagen ancestral del burro como bestia resignada y
sufriente con ciertos tipos de sufrimiento más concretos, surgidos de las relaciones de poder y las
violencias típicas que la modernidad ejerce sobre sus sujetos. La primera de estas obras es el
cuento “Rojo Malpelo” (1878), del verista siciliano Giovanni Verga, donde el personaje
Malpelo usa para entender su propio sufrimiento a manos de la industria minera. Por otro lado, el
filme Au hasard Balthazar (dir. Robert Bresson, 1966) toma una postura todavía más radical al
centrarse de lleno en la vida de un burro quien sufre distintas violencias a manos de diferentes
dueños, teniendo además una relación paralela con su primera dueña, Marie, cuya figura también
interpersonales y amorosas. Así, tenemos que la otredad del burro es utilizada para diseccionar
las formas de dominación y brutalidad que caracterizan tanto al trabajo capitalista como a las
polis. En ambos casos, la obra sucede en un lugar remoto y fronterizo, donde la violencia parece
en las fronteras donde la modernidad actualiza su propio lado oscuro; aquel sitio que Anselm
discipline… and political terror. The unreal, delirious and diabolic night of darkness created by
the empire of enlightened reason” (19). Allí se forman sujetos igualmente liminales y confusos,
cuya extrema habituación y resignación ante el sufrimiento los empareja de maneras inquietantes
con lo bestial, erosionando las líneas supuestamente claras entre lo humano y lo no humano.
Para llevar a cabo el análisis, me serviré de una corriente creciente dentro de la filosofía y
la crítica cultural de Occidente, la cual busca hacer una metacrítica de los prejuicios
convencionales que suelen separar al sujeto humano moderno del reino de “lo natural”. En
específico, propuestas como las de Derrida y Franke plantean los problemas inherentes a la
en el campo de la crítica literaria para designar una corriente que aboga por un estudio de las
representaciones textuales de animales el cual señale los puntos donde el prejuicio humano borra
o ejerce violencia sobre lo animal como tal. Estas son perspectivas que buscan pensar con el
animal en vez de sobre él, o al menos hacerse conscientes de los diversos modos en que la
reflexividad del pensamiento humano ha dibujado para nuestras mentes el espejismo de que
comprendemos al animal, de que podemos interpretarlo hasta llegar a su verdad, cuando lo cierto
es que su otredad absoluta sigue desequilibrándonos y haciéndonos temblar, como diría Derrida,
fronteras que marcamos entre lo humano y “lo otro”, las cuales afectan no sólo nuestras
relaciones con la naturaleza, sino con todo aquello dentro de la misma humanidad que resulta
II
Quizá por su historia de conquistas tortuosas y su relación ambivalente con la Italia unificada a
la que ahora “pertenece”, la isla de Sicilia ya es en sí misma un espacio fronterizo donde las
ilusiones cristalinas del progreso moderno suelen ponerse en duda, enturbiadas por la
subversividad de una concepción cíclica (quizá hasta cínica) del destino, donde “se perfecciona
la crítica de un falso progreso, de los cambios aparentes, de las mistificaciones por medio de las
cuales se perpetúa la dominación” (Di Grado 1). A esta concepción la acompaña una conciencia
exaltada de los esquemas concretos que mantienen al individuo dominado en su lugar mediante
los logros, los fracasos y hasta las simples características de sus ancestros. Quien ha nacido para
dominar, domina; quien ha nacido para servir, sirve; esto sin importar los cambios políticos
superficiales. La campaña por la unificación italiana es un ejemplo paradigmático: tras pelear por
ella en 1860 creyendo que traería cambios de fondo a su sociedad fuertemente jerárquica, los
instauró nuevos impuestos y obligaciones en la isla, como el servicio militar, mientras que las
viejas clases dirigentes pudieron mantenerse en el poder tras simplemente cambiar los colores de
sus banderas. Seis años después, Sicilia ya se alzaba en una revuelta contra los poderes del
gobierno centralizado, la cual fue reprimida brutalmente con ayuda de un bombardeo naval
(Duggan 198). La rebeldía política de Sicilia, así como las ocupaciones semicampestres y la
italiano de la isla como un lugar “salvaje” o “primitivo”, donde la vida no sólo era desigual y
congelado en un teatro de la desilusión moderna: podrán cambiar los reyes y los estandartes,
pero sin afectar el sufrimiento de la vida a nivel personal. Ya desde el siglo XIX nos
encontramos ante una sociedad consciente del fracaso del capitalismo y el imperialismo en la
Por supuesto, este terreno liminal y conflictivo constituye un campo fértil para una
uniformidad racional. La corriente literaria que respondió a tal llamado fue el verismo, con
Giovanni Verga (1840-1922) como representante principal. Diferenciado del naturalismo francés
por un menor énfasis en los “aspectos mórbidos y extraordinarios” de la vida de las clases bajas
(McWilliam 11), pero con un compromiso similar por hacer irrumpir sus experiencias y sus
voces silenciadas en el “salón de la literatura”, el verismo representa un proyecto de crítica a la
Historia de las élites, escrita siempre por los vencedores, y valoriza tanto la lengua como las
heridas vivenciales de los vencidos como aspectos generadores de conocimiento (Di Grado 1).
En la obra de Verga, quienes parecen tomar la palabra son precisamente esas masas de
campesinos y trabajadores que pelearon por Garibaldi en 1860 y fueron decepcionados, cuyas
voces no encontraban eco ni en el gobierno italiano ni en las viejas élites sicilianas. Al adoptar la
perspectiva de estas clases, el verismo revela la brutalidad y el dolor constante de sus vidas como
simples engranes cosificados en la gran maquina productora. A pesar de que los entornos de
Verga suelen ser campestres o de industria temprana, su énfasis en la perspectiva del proletariado
parece prefigurar a Georg Lukács, quien en Historia y conciencia de clase (1923) viera a los
trabajadores industriales urbanos como un grupo cuyo punto de vista subyugado haría posible un
entendimiento más profundo del proceso moderno de objetificación capitalista (Donovan 203).1
industria minera siciliana aplica sobre la naturaleza y sobre los cuerpos vivos que le otorgan su
labor. Desde las primeras líneas nos adentramos en un espacio deshumanizador, donde los seres
falta de afectos, subordinada al campo laboral: “Se llamaba Malpelo porque era pelirrojo; y tenía
el cabello rojo porque era un muchacho malo y malicioso… Por eso en la mina de arena roja
1
Efectivamente, Di Grado señala que la tradición literaria de Sicilia, en sus vertientes escépticas del progreso y
“militantes de la memoria” de los vencidos, plantea una paradoja: la de que un lugar tan geográficamente marginal e
intelectualmente desconfiado se posicione “a la vanguardia” del discurso metacrítico de la modernidad tardía gracias
precisamente a su tendencia a protegerse del exterior (8), misma tendencia que hacía de la isla un lugar “primitivo”
ante los ojos de Italia del norte. Sin embargo, tal vez esta paradoja tenga más sentido del aparente. Podría ser una
muestra de la ineficiencia de los relatos históricos que identifican la modernidad con el desarrollo de la fábrica
industrial urbana, pues ignoran los procesos de objetificación a los que campos laborales y de dominación más
tempranos, como la minería o las plantaciones coloniales, ya sometían a sus recursos (naturales y humanos).
todos lo llamaban Malpelo, y hasta su madre, oyendo que siempre lo llamaban de ese modo, casi