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Peter Strawson y su hipótesis acerca de la noción de

“Causa”

¿Deberíamos suspender sentimientos como el resentimiento y la indignación, así


como las prácticas del castigo y la recompensa en tanto éstos suponen
merecimiento y a su vez el merecimiento supone responsabilidad?
La respuesta de Strawson es contundente: no debemos suspender nuestros
sentimientos de aprobación y reprobación ni las prácticas del castigo y la
recompensa. La aprobación y reprobación moral y sus correspondientes
sentimientos y actitudes reactivas, dice Strawson, no están sujetas a cuestiones
teóricas que la razón pueda o deba determinar, sino a un compromiso más
profundo que tenemos con nuestras actitudes y sentimientos morales. Sacrificar
este compromiso en aras de una supuesta coherencia teórico-conceptual es algo
que Strawson encuentra no sólo absurdo, sino imposible desde el punto de vista
de la naturaleza humana.
Antes de empezar la discusión, Strawson aclara que no sabe en qué consiste la
tesis del determinismo. Diversos críticos -entre ellos Ayer, Bennett y Díaz-
encuentran que este es el punto débil del artículo. Intentaremos demostrar que
esta “confesión” no es más que un excelente recurso para demostrar su punto: es
irrelevante la verdad o falsedad teórica del determinismo en asuntos que
involucran el compromiso natural con nuestros sentimientos y actitudes,
especialmente el resentimiento. Sea cual fuere la tesis del determinismo, no
importa no saber exactamente en qué consiste para darnos cuenta de que no
podemos dejar de sentir resentimiento o indignación, pues esto hace parte de
nuestra naturaleza humana.
Para demostrar su tesis, Strawson revisa dos posibles respuestas a la pregunta
por el sentido de las prácticas de censura y aprobación moral en caso de aceptar
la teoría del determinismo. Una respuesta es positiva y otra negativa. La positiva
dice que las prácticas y conceptos que negarían la verdad del determinismo sí
tienen sentido y razón de ser. Esta posición corresponde al compatibilismo:
podemos estar determinados y aun ser libres y, por tanto, responsables de
nuestros actos. La negativa afirma que no hay ninguna razón por la cual, dada la
verdad del determinismo, utilicemos estas prácticas y conceptos. Esta es la
posición incompatibilista: no podemos ser libres y al mismo tiempo estar
determinados y, si estamos determinados, no se nos puede imputar
responsabilidad moral.
Tenemos entonces de una parte, un pesimista determinista radical que
fundamenta su posición en la metafísica del determinismo e intenta ser
consecuente con los conceptos y definiciones de dicha teoría. De otra parte,
tenemos al optimista determinista, un poco más flexible que, aunque reconoce la
contradicción a nivel lógico o conceptual entre el determinismo y la
responsabilidad moral, justifica las prácticas de premiar o castigar por sus
resultados y como una base adecuada para ciertas prácticas sociales con
consecuencias calculadas. No cabe duda de que éste es una suerte de utilitarista
que, aceptando la contradicción planteada por el pesimista, busca un sentido para
prácticas como el castigo y la aprobación moral por su eficacia en el control social.
Este es, de alguna manera, un incompatibilista “cómodo” que utiliza la evidencia
de los hechos (la susceptibilidad de los seres humanos al castigo y a la
recompensa) sin que esto le implique modificar la verdad teórica a la que está
suscrito. En pocas palabras, este personaje es, como lo define Strawson, un
“utilitarista tuerto”.
Para Strawson ambas respuestas malinterpretan y super intelectualizan los
hechos: “El [optimista] busca encontrar una base adecuada para ciertas prácticas
sociales con consecuencias calculadas, y pierde de vista (quizá desea perder de
vista) las actitudes humanas de las que estas prácticas son, en parte, la
expresión”. El pesimista, por su parte, recurre a la metafísica “como un amuleto
intelectualista” que usan los filósofos como amuleto contra el reconocimiento de su
propia humanidad.
Strawson intentará conciliar las dos posiciones: no caer en un indeterminismo
incomprensible, por una parte, y evitar las consecuencias indeseables del
determinismo, por otra.
Strawson distingue en su artículo tres sentimientos frente al comportamiento
propio y al de los demás: el resentimiento, la vergüenza y la indignación. Los dos
primeros son sentimientos personales en tanto que estamos directamente
involucrados en ellos. El resentimiento responde a las ofensas que recibimos y es
contrario al agradecimiento. La vergüenza se refiere al rechazo del propio
comportamiento a partir de la supuesta censura por parte de los otros. La
indignación ocurre en situaciones en las que no estamos directamente
involucrados, pero podemos sentir o imaginar las emociones del que ha sido
ofendido o maltratado; es, en últimas, “resentimiento en nombre de otros”.
Claramente, los tres sentimientos reactivos4 solo pueden surgir en las relaciones
interpersonales y es allí donde se encuentra aquello “profundo y vital” que, según
Strawson, ni el pesimista ni el optimista pueden ver.
Aunque Strawson no comparte la idea de objetivizar a las personas ni a las
relaciones interpersonales, reconoce que hay situaciones en las que inhibimos
estos sentimientos.
En nuestras relaciones interpersonales habituales le damos gran importancia a las
actitudes e intenciones de las personas. En general demandamos y esperamos
buena voluntad en el comportamiento de los demás. Mantener relaciones supone,
pues, la demanda y la expectativa implícitas de la buena voluntad de los otros y
reaccionar ante ello (ante la buena voluntad, la mala voluntad o la indiferencia que
expresan los demás). El resentimiento, la gratitud, el perdón, la culpa, la
indignación y la vergüenza son precisamente actitudes reactivas con las que
participamos en nuestro mundo social.
Consideremos el caso del resentimiento. Comúnmente nuestra actitud reactiva
natural ante una ofensa es la del resentimiento. Ante una ofensa, tendemos a
limitar nuestra buena voluntad hacia la persona que nos ha ofendido. Sin
embargo, hay circunstancias en las que, por diferentes razones, inhibimos o
suspendemos esta actitud reactiva, es decir, no sentimos resentimiento; cuando,
por ejemplo, recibimos excusas de quien cometió la ofensa: “fue un accidente”, “no
me di cuenta”, “no sabía”. Normalmente aceptamos las excusas considerando que
la ofensa fue algo de lo que no se era específicamente responsable, pero no por
ello dejamos de ver a la persona como un agente moralmente responsable. En el
momento inhibimos nuestra actitud reactiva de resentimiento ante la persona, pero
no la demanda, ni la expectativa básicas y generales relativas a su buena
voluntad, es decir, continuamos viendo al otro como un agente moralmente
responsable.
Esta situación contrasta con nuestra manera de reaccionar ante el
comportamiento de un agente inmaduro (un niño) o una persona con alguna
condición patológica (esquizofrenia, por ejemplo). En estos casos nuestras
actitudes reactivas tienden a modificarse profundamente, pues solemos también
suspender la demanda y la expectativa ordinarias generales; no consideramos al
otro como un agente moralmente responsable, esto es, como parte de la
comunidad moral; así, en lugar de una actitud participativa, adoptamos frente al
otro una actitud objetiva, como alguien que está en proceso de formación, o que
requiere tratamiento.
Estos son los hechos tal como los apreciamos, dice Strawson. Estos son los
hechos a los que apela una y otra vez para hacerle ver a quienes, en nombre de la
tesis del determinismo, pretenden que el mundo sería más racional, vale decir,
coherente con esta tesis o convicción teórica, si suspendiéramos definitivamente
todas nuestras actitudes reactivas y adoptáramos universalmente un punto de
vista objetivo. Esta actitud objetiva, insistimos, la adoptamos naturalmente en
casos en los que las actitudes participativas se encuentran total o parcialmente
inhibidas por anormalidades o por falta de madurez. Abandonamos nuestras
actitudes interpersonales ordinarias, pero no porque seamos filosóficamente
deterministas. La actitud participativa precisamente tiende a dar lugar a las
actitudes objetivas. Es decir, la posición objetiva y la suspensión de nuestros
sentimientos reactivos que hacemos ocasionalmente se debe precisamente a
nuestra actitud participativa básica en un mundo compartido.
Strawson está de acuerdo con el optimista en la idea de una forma de libertad
compatible con el determinismo: tal libertad significa “ausencia de ciertas
condiciones cuya presencia haría inapropiados a la condena o al castigo moral”6.
Tales condiciones son diversas formas de coacción, demencia o circunstancias en
las que hacer otra cosa sería moralmente inapropiado. No podemos sostener que
es responsable una persona que ha obrado por condicionamientos biológicos o
por perturbaciones psicológicas; no consideramos responsable a un loco o a
ciertos criminales.
El conocimiento de hechos está fundado en la relación causa y efecto. Esa
relación se había interpretado tradicionalmente, bajo la noción del principio de
causalidad, como uno de los principios fundamentales del entendimiento, y como
tal había sido profusamente utilizado por filósofos, tanto medievales como
antiguos, del que habían extraído lo fundamental de sus concepciones.
Recordemos, la utilización que hace Aristóteles de la teoría de las cuatro causas,
o el principio de causalidad para demostrar la existencia de Dios en las cinco vías.
¿Pero qué contiene exactamente la idea de causalidad? La relación causal se ha
concebido tradicionalmente como una "conexión necesaria" entre la noción, de tal
modo que conocida “La causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y
viceversa, conocido el efecto, la razón está en condiciones de poder suponer a la
causa que lo produce.
¿Qué ocurre si aplicamos el criterio de verdad para determinar si una idea es o no
verdadera? Una idea será verdadera si hay un hecho que le corresponde.
Si observamos cualquier cuestión de hecho, por ejemplo, el choque de dos bolas
de billar, observamos el movimiento de la primera bola y su impacto (causa) sobre
la segunda, que se pone en movimiento (efecto); en ambos casos, tanto a la
causa como al efecto les corresponde una impresión, siendo verdaderas dichas
ideas. Estamos convencidos de que, si la primera bola impacta con la segunda,
ésta se desplazará al suponer una "conexión" entre la causa y el efecto… ¿Pero
hay alguna impresión que le corresponda a esta idea de "conexión necesaria"?
No.
El impulso de una bola de billar se acompaña del movimiento de la otra. Esto es
todo lo que aparece ante los sentidos externos. La mente no percibe ningún
sentimiento ni impresión interna de esta sucesión de objetos. Consecuentemente,
no existe, en ningún caso particular de causa y efecto, ninguna cosa que pueda
sugerir la idea de poder o conexión necesaria.
¿De dónde procede nuestro convencimiento de la necesidad de que la segunda
bola se ponga en movimiento al recibir el impacto de la primera? De la
experiencia: el hábito, o la costumbre, al haber observado siempre que los dos
fenómenos se producen uno a continuación del otro, produce en nosotros el
convencimiento de que esa sucesión es necesaria.
¿Cuál es el valor del principio de causalidad? El principio de causalidad sólo tiene
valor aplicado a la experiencia, aplicado a objetos de los que tenemos impresiones
y por lo tanto, sólo tiene valor aplicado al pasado, dado que de los fenómenos que
puedan ocurrir en el futuro no tenemos impresión ninguna. Contamos con la
producción de hechos futuros porque aplicamos la inferencia causal; pero esa
aplicación es ilegítima, por lo que nuestra predicción de los hechos futuros no
pasa de ser una mera creencia, por muy coherente que pueda considerarse. Dado
que la idea de "conexión necesaria" ha resultado ser una idea falsa, sólo podemos
aplicar el principio de causalidad a aquellos objetos cuya continuación se haya
podido ver: ¿Cuál es el valor, pues, de la aplicación tradicional del principio de
causalidad al conocimiento de objetos de los que no tenemos en absoluto ninguna
experiencia? Ninguno. En ningún caso la razón podrá ir más allá de la experiencia.
Peter F. Strawson ha ofrecido una sólida argumentación en contra de la
posibilidad de aceptar cabalmente una doctrina determinista y de que dicha
aceptación se traduzca en una modificación de nuestras actitudes hacia los
demás. El objetivo de este trabajo consistirá en ofrecer un análisis, partiendo de la
matriz argumental ofrecida por Strawson. La elección de dicho modelo de lectura
responde a diversas motivaciones: en primer lugar, la importancia histórica de la
contribución de Strawson al debate acerca de la vinculación entre libertad y
responsabilidad moral, así como la sostenida vigencia de su posición. En segundo
lugar, dado que ofrece un argumento sólido e intuitivo en contra de las
implicancias éticas del determinismo. La motivación decisiva radica, sin embargo,
en el hecho de que el esquema argumental de Strawson y las categorías ofrecidas
que constituyen un modelo óptimo para arrojar luz sobre la posible solución al
problema de las disposiciones y actitudes hacia los otros, y para poner de relieve
la profunda coherencia al momento de hacer frente a las proyecciones éticas más
incómodas y contra-intuitivas de la noción de la causa.
Strawson sugiere una clasificación general de dos tipos de actitudes que pueden
ser asumidas por los seres humanos en relación con la conducta de los otros: en
primer lugar, las “actitudes reactivas”, dentro de las cuales cabría incluir, entre
otras, el resentimiento, la gratitud, el perdón, el enojo, el amor y los antagonismos
personales. Estas “reacciones humanas naturales hacia la buena o mala voluntad
o a la indiferencia de otros hacia nosotros, tal como la exhiben sus actitudes y sus
acciones” (Strawson 1996, p. 17) constituyen para Strawson el entramado último
sobre el cual se construyen necesariamente las relaciones interpersonales. El polo
contrario estaría constituido por las denominadas “actitudes objetivas”, las cuales
al contrario de la espontaneidad que caracteriza a las anteriores, son
necesariamente un proceso de distanciamiento crítico desde el punto de vista de
la cual reaccionamos ante la conducta del otro, lugar donde entra el
POSITIVISMO. Es decir; si las Actitudes Reactivas son las actitudes naturales y
las esperadas de parte de cualquier individuo que lleva cualquier relación con otro
ser humano, las Actitudes Objetivas, por otra parte explican o dan a entender un
distanciamiento teórico, una “objetivación” del otro y su forma de comportarse o
reaccionar: Adoptar la actitud objetiva hacia otro ser humano es verlo, quizás,
como un caso social; como un ser o sujeto que requiere lo que podría llamarse en
un sentido amplio; como algo que ciertamente debe de tomarse en cuenta, quizás
con precaución; como algo a ser controlado o entrenado. Las relaciones humanas
interpersonales; no puede incluir resentimiento, gratitud, perdón, enojo, o el tipo de
amor que a veces puede decirse que sienten dos adultos el uno por el otro.
(Strawson 1996, pp. 15-16)
Este tipo de actitudes causales, claramente modeladas por Strawson a partir de
casos extremos como el de las conductas de individuos “sub-normales”, exigen un
distanciamiento, una objetivación de la conducta del otro que supone suspender
provisoriamente todo vínculo emocional subjetivo. La problemática planteada por
Strawson puede ser reducida a lo siguiente: en primer lugar, ¿sería posible un
universo de relaciones interpersonales genuinas a partir del destierro de las
actitudes reactivas?; en segundo lugar, ¿sería deseable tal estado de cosas? La
respuesta de Strawson a ambos interrogantes es rotundamente negativa.

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