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SOCIOLOGÍA DEL

TRABAJO ENTREGA
FINAL
PROF. ANDREA DEL BONO/ FAHCE - UNLP

CARRARI JENIFER
LEGAJO 96761/6.
CARRERA: LIC. EN SOCIOLOGÍA
Sociología del Trabajo. FaHCE, UNLP 1

INTRODUCCIÓN: TEORIZACIONES EN CUANTO AL SIGNIFICADO DEL TRABAJO

De La Garza realiza un recorrido – del cual se hará referencia someramente- acerca de


la evolución reciente de los significados del trabajo en los enfoques contemporáneos
con una visión muy lúcida y sintética. En él, el autor explica que ya en 1950 Friedman
pregunta hacia dónde va el trabajo humano. La respuesta más común para entonces era
optimista frente a las primeras formas de automatización y sus supuestos efectos
liberadores y enriquecedores del trabajo, del control patronal de tiempos y movimientos,
así como de las rutinas enajenantes del taylorismo. Estas respuestas fueron concebidas
en un momento de estabilización capitalista. Sin embargo, estas visiones optimistas
acerca del futuro del trabajo humano fueron en gran medida sustituídas por las tesis de
Braverman acerca de la tendencia en el capitalismo a la pérdida del obrero sobre su
trabajo, como condición objetiva para cumplir su función de explotación.
Al mismo tiempo, las tesis obreristas, menos estructuralistas que las de Braverman,
buscaron abrir la posibilidad teórica de revertir el control capitalista sobre el proceso de
trabajo a través de una lucha política al interior de las fábricas. El obrerismo y las luchas
de los trabajadores desde fines de los sesenta y primera mitad de los setenta no
condujeron a la revolución sino, paradójicamente, hacia una mayor institucionalización
e influencia de los sindicatos respecto de las políticas económicas de los estados a través
de pactos neocorporativos. Es importante mencionar que aún hasta la década de los
setenta era reconocida la centralidad del trabajo como campo estructurador de las otras
relaciones sociales y subjetividades. Esta fue la época de las teorizaciones sobre la
relación entre sindicatos y Estados, las críticas tayloristas-fordistas, y los debates en
torno al sujeto central de la clase obrera y su papel aglutinador en cuanto portador de la
acción colectiva, resalta el autor.
Con la reestructuración productiva de los años ochenta se inicia un nuevo tipo de
relación entre capital y trabajo que tuvo gran impacto en mercados y procesos globales;
en sistemas industriales; y en la vinculación entre el Estado y las organizaciones y
actores productivos. Especialmente las transformaciones en los sistemas industriales y
los mercados y procesos laborales han permeado las perspectivas de los intelectuales en
el debate sobre el futuro del trabajo y de los actores colectivos que emergen de la
producción.
Entrada la década de 1990 el neoliberalismo se impone. La derrota obrera que eso
implicó, así como la profundización de la reestructuración productiva que venía desde
los ochenta, con flexibilidad y descentralización de relaciones laborales, orientó las
investigaciones hacia la fragmentación de los mercados de trabajo, el cambio
tecnológico, de organización del trabajo y las flexibilizaciones. Un poco en este
momento se recrea nuevamente el debate que se ha dado en los cincuenta –con la
proliferación de nuevos conceptos y ampliación de diversos andamiajes conceptuales-
en cuanto hacia dónde va el trabajo humano, pero esta vez el eje no está ya en el
surgimiento de sujetos colectivos de trabajo, sino en las transformaciones de las
estructuras productivas, de las relaciones laborales y de los mercados de trabajo.
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Las respuestas a estas preguntas produjeron una bifurcación. Por un lado, una posición
asume que tomará un papel liberador –igual que en los años cincuenta- y por el otro, se
denuncian sus tendencias precarizantes, polarizantes e intensificadoras del trabajo.
Desde el marxismo surgen otras interrogantes en cuanto a la centralidad del trabajo en el
nuevo contexto; ¿qué lugar ocupa el trabajo en la estructuración de otras relaciones
sociales?; ¿qué capacidad detenta la clase obrera como actor de transformación, de
convertirse en el sujeto colectivo portador de un proyecto alternativo al capitalista? Las
respuestas se entrecruzan y amplían, implicando en el debate teorías más abstractas
como las de elección racional, de competencias comunicativas y la teoría de la
posmodernidad.
De éstas, la teoría regulacionista es posiblemente la más abarcativa acerca de la
reestructuración productiva. Esta teoría fue la que reformuló conceptos claves tanto del
taylorismo como del fordismo. Los regulacionistas los volvieron a ambos -taylorismo y
fordismo- régimen de acumulación, con sus respectivos modos de acumulación, y les
añadieron por ende consideraciones más amplias sobre el sistema de relaciones
industriales y del pacto entre empresas, sindicatos y Estado. El Fordismo, en tanto
régimen de acumulación ya no sería solamente un tipo de proceso de trabajo, sino la
articulación entre producción y consumo de masas. La visión de futuro de esta teoría se
enmarca tanto dentro del diagnóstico de la crisis de productividad, o sea crisis del
proceso laboral de la organización y de las relaciones de trabajo rígidas, como del
ámbito macrosocial de las instituciones del sistema de relaciones industriales
(neocorporativismo, seguridad social, negociaciones colectivas). El futuro aquí es
entonces el de la flexibilización del trabajo, pero una flexibilidad que puede implicar -
trabajo más integrado y creativo, negociado, con algunas ganancias en términos de
control para los trabajadores.
Este evolucionismo en las teorías regulacionistas se ve mitigado por la consideración
de que en la transición hay varios modos de regulación competitivas. Además de que la
articulación entre producción y consumo no encontraría todavía sus instituciones
reguladoras de nivel intermedio. En fin, para estas teorías finalmente sujetos y
conflictos sí alteran las formas –en tanto modos de ordenamiento social general- pero en
la prueba y error se imponen las formas anticipadas por las exigencias estructurales. En
estos términos la interpretación de la derrota obrera frente al neoliberalismo quedaría
reducida a incidentes frente al reacomodo de las estructuras.
Esta corriente de pensamiento finalmente tuvo que aceptar que no había convergencia
hacia un régimen de acumulación y precisó entonces el concepto de modelo de
producción, que combina estrategia de negocios, política productiva, organización
productiva y relación salarial, pero sin un modelo unívoco mundial. Este concepto de
modelo de producción aún mantiene una gran impronta estructuralista.
Dentro de las teorías posfordistas también se encuentran el neoshumpeterianismo y las
teorías de la especialización flexible. Para los primeros lo central de la reestructuración
actual es la innovación tecnológica dura –microelectrónica, biotecnología, nuevas
fuentes y materiales de energía en los procesos productivos- esto es, la idea de la tercera
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revolución tecnológica. Desde esta perspectiva el marco institucional también tiene gran
importancia, pero es visto principalmente como de apoyo a los procesos de innovación.
Aquí el futuro del trabajo es el de la aplicación de tecnologías amplias con sus
consecuencias laborales y subjetivas para el trabajo. Esta teoría no ha prestado atención
al problema de cómo el salto productivo puede compaginarse con un incremento de la
demanda agregada – cuestión de la que sí se encargan los regulacionistas- y padece de
dificultades para definir períodos tecnológicos generales y generar análisis de
instituciones más allá de las vinculadas con la innovación tecnológica. Han vinculado
los procesos de innovación con los de aprendizaje, procurando incorporar teorías de la
pedagogía y del interaccionismo simbólico.
Por último, la teoría de la especialización flexible; a partir de la cual nace el interés por
los encadenamientos productivos como ventaja comparativa. En sus inicios incluía la
suposición de que se asistía al fin de la producción en masa estándar basándose en que
el cambio se debía a un viraje en las preferencias de los consumidores, definiendo una
nueva economía de consumidores y no ya de productores. El futuro del trabajo humano
para esta teoría no era sino la de un nuevo artesanado laborando en PyMES de alta
calidad y competitividad (articulando tecnología barata y cambios en preferencias). Sin
embargo, no logró comprobar que hubiera una decadencia en la gran corporación o que
éstas fueran, debido al tamaño, menos innovadoras que las PyMES. La producción en
masa no tendió a desaparecer y sobretodo buena parte de la continuidad de las medianas
empresas es en relación de dependencia con las grandes, funcionando como
subcontratistas de las grandes empresas, pero con peores salarios y condiciones de
trabajo que aquellas.
Las teorías sobre la Sociedad y Economía del Conocimiento/Información fueron una
última novedad, concentrándose en la producción intensiva en conocimiento y abriendo
más problemas que cerrándolos. Entre ellos; si existen realmente bases para afirmar que
la prosperidad general vendrá de la aplicación intensa de conocimientos de la
producción o si sólo es una nueva y efímera etapa.
POSFORDISMO Y FIN DEL TRABAJO; CONFIGURACIONES IDENTITARIAS

En general, las teorías del postfordismo tienden a ser optimistas acerca del futuro del
trabajo humano, ninguna profetiza el fin del trabajo en sí sino una transformación
desalienante del mismo, y sostienen que la lucha capital vs trabajo no será ya el
conflicto central. Frente a estos postulados surgen preguntas y críticas; ¿las tendencias
acerca del futuro del trabajo están determinadas por el mercado de trabajo o los
procesos de producción?; ¿o bien éstas dependen también de las acciones de los sujetos
y de contextos locales, como instituciones, que difieren internacionalmente?; ¿han
cambiado tanto las relaciones laborales hacia la flexibilidad? ¿ésta es compatible con la
eficiencia productiva? ¿el toyotismo llegó al límite -incluso en Japón-?
En el debate sobre la automatización, se ha sostenido desde algunas visiones que no se
puede reducir a cero la incertidumbre en el control de tiempos y procesos de trabajo, sea
cual fuera el proceso productivo, por lo que se impone en la práctica una negociación
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del orden. En y desde esta incertidumbre pueden aflorar intereses y re-semantizaciones


diferentes de las reglas, desencadenando conflicto/s. Es ahí, en este potencial
desencadenante de desorden/conflicto, que el management no podría tener la clave del
futuro de la producción de una manera total, pues aún existe la posibilidad de que surjan
consecuencias inesperadas a estrategias empresariales, aún contra todo evolucionismo y
estructuralismo de las formas de producción.
De la Garza agrega que entre el determinismo estructuralista y la contingencia de lo
local puede replantearse el problema de cuál es el espacio de posibilidades para la
acción en la coyuntura, delimitada por posiciones polares pero definible en concreto en
el juego entre estructuras, subjetividades y acciones. Recordando la dialéctica implícita
en el concepto de habitus bourdieano. O sea, el futuro del trabajo no podría realmente
estar ligado a una sola tendencia debido a la posibilidad siempre abierta de virajes y la
incapacidad de las estructuras para anticiparse a los cambios. Por lo pronto, resume, el
futuro del mundo del trabajo se inscribe dentro de dos parámetros: globalización y
neoliberalismo. En este marco de actuación, las presiones del mercado sobre las
empresas para ganar en competitividad son superiores al pasado, además, los Estados
siguen políticas de apoyo a las empresas con inducción de flexibilidad del mercado
laboral y de las relaciones laborales con debilitamiento de los sindicatos. Ante
semejantes presiones del mercado no hay una única estrategia empresarial de
reestructuración del trabajo y de las relaciones laborales, resalta el autor.
Por otro lado, en cuanto a las teorías del fin del trabajo, no presentan como hasta aquí
un estudio de las transformaciones del trabajo sino el fin de las relaciones de trabajo,
especialmente en cuanto al conflicto central capital vs trabajo como campo estructurante
de las otras relaciones sociales. Es el fin del trabajo como actividad estructurante de la
identidad colectiva y es, por ende, el fin de la clase obrera como potencial opositora de
la sociedad del capital y como portadora de proyectos colectivos alternativos. Lo
latinoamenrciano atraviesaEstas teorías también van en contra de la posibilidad de
constitución de identidades amplias que partan del trabajo. Los argumentos pueden
resumirse así: debido a la heterogeneidad de intereses entre los trabajadores hay ruptura
de identidades.
Sus continuadores fueron los para postmodernos, quienes toman de la modernidad el
concepto de fragmentación y lo aplican al trabajo. De las teorías de reestructuración
productiva y de los mercados de trabajo retoman un concepto simplificado de
flexibilidad, reducido al de fugacidad de las ocupaciones que se traduce en trayectorias
laborales líquidas y tránsito entre ocupaciones muy disímiles. Retoman también
investigaciones empíricas que demuestran las dificultades de creación de empleos
típicos de tal forma que el trabajo aparece hoy como frágil, inseguro, flexible.
Existen aquí igualmente algunas tendencias derrotistas en cuanto al futuro, pues esta
misma desestructuración de la trayectoria laboral implicaría una desestructuración de las
relaciones en el trabajo, en las familias y en general en las relaciones de la vida, aún
hasta las del propio carácter. El trabajo se volvería entonces un collage de fragmentos
de experiencia, que impediría el arraigo a un grupo social en particular, promocionaría
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la fragmentación del conocimiento acumulado, la superficialidad de todas las relaciones


sociales, el desprecio por la antigüedad laboral, hasta el mismo espacio y tiempo
sociales se desestructurarían. El capitalismo procuraría legitimar la nueva situación
social apropiándose de las críticas a la vida rutinaria del fordismo y transformaría la
precarización de las nuevas flexibilidades en necesidad de autocontrol del trabajador y
en una exaltación del riesgo permanente; la crítica a la explotación sería declarada como
anticuada y obsoleta.
Las tesis del fin del trabajo en su variante posmoderna proclaman el fin de los grandes
sujetos, de grandes proyectos, de grandes organizaciones, en especial la estructuración
de los otros mundos de vida a partir de la centralidad del trabajo. Dentro de éstas, para
Offe, la desestructuración se debe a la pérdida de centralidad del mundo del trabajo en
el imaginario de los trabajadores. El trabajo quedaría relegado así frente a los mundos
del ocio y del consumo. Para la vertiente de flexibilidad en el trabajo, representa la
pérdida de seguridad en el puesto de trabajo y pérdida de importancia del salario,
entendidos como movilidad interna dentro de la empresa. También se resalta la
subcategoría de precarios, donde hallamos la pérdida de biografías y carreras
ocupacionales por el zigzag de empleo/desempleo. Hablamos entonces una mano de
obra sin identidad profesional, nómada, sin identidad geográfica, colectiva o personal.
De La Garza –nuevamente- aclara el panorama; la relación entre estructuras,
subjetividades y acciones puede plantearse de forma estática o dinámica para dar lugar a
diferentes construcciones de identidad. Si la relación es concebida de forma estática,
entonces nos ubicamos dentro de las teorías holistas, estructuralistas y de elección
racional. Si, del otro lado, la relación es concebida de forma dinámica, la identidad, aún
con incoherencias, contradicciones y discontinuidades, surgiría en ciertos espacios de
acción como forma de la subjetividad en tanto sentimientos de pertenencia colectiva. Lo
cierto y nodal es que la flexibilización no desarma el conflicto básico de capital vs.
trabajo; eje central que constituye el motivo principal en torno del cual nace la identidad
colectiva. La construcción de la identidad es inescindible de todos estos debates. La
identidad colectiva supone –en el grupo- un proceso de abstracción que pone en juego
situaciones estructurales, pero no depende mecánicamente de ellos; las presiones
estructurales sufren la mediación del proceso de creación de sentidos y el razonamiento.
De esta manera, otros espacios de relaciones sociales extralaborales y los
acontecimientos políticos y económicos pueden influir de manera importante, tanto
como las biografías y trayectorias ocupacionales. También podrían conformarse
trayectorias heterogéneas pero tipificables que estuvieran asociadas de forma específica;
las trayectorias ocupacionales podrían complejizarse con los trayectos de vida, el trabajo
sería solamente un espacio entre varios de los importantes, y se podría considerar la
biografía como trayectoria de espacios relacionales, incluyendo los del trabajo, con
articulaciones diversas, a modo de tejido complejo, de tal forma que más que pura
fragmentación de la identidad, nos dice De La Garza, la identidad se conformaría en la
trayectoria.
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Lo que no es posible sostener es que el espacio del trabajo, contínuo o discontínuo,


territorializado o no, tenga que ser siempre la clave de la formación de la identidad
colectiva: el juego entre estructuras, sentidos subjetivos y procesos sociales puede ser
diverso. De La Garza explica así la dialéctica de la acción humana.
Tampoco se puede afirmar que el mundo del trabajo sea siempre irrelevante en la
constitución de identidades y acciones colectivas. La eficacia identitaria tendrá que ser
probada en cada tipo de trabajador sin suponer que lo laboral es marginal o que las
identidades laborales son imposibles. Es que la identidad no se da en abstracto, sino que
es construida con respecto a determinados problemas, significados, conflictos, espacios
de relaciones sociales. A un concepto ampliado de trabajo debe seguirle otro, concluye
el autor, de sujetos laborales ampliados.
CAMBIOS EN LOS PROCESOS DE CREACIÓN Y APROPIACIÓN DEL VALOR

El concepto de trabajo ha cambiado históricamente, y se ha repasado hasta aquí de


forma breve, las principales tendencias y debates en cuanto a su significado e impactos
en la conformación de identidades laborales. Para De La Garza, el trabajo asalariado no
tiene en realidad origen alguno, sino que es una actividad social objetivable; la
apropiación del tiempo de trabajo por parte del capitalista es la verdadera fuerza
política y social bajo la que surge la noción moderna de trabajo, esto es, la separación de
una serie de operaciones objetivables (trabajo como fuerza objetiva) vs la capacidad
humana de realizarlas (fuerza de trabajo subjetiva). En el debate sobre el nuevo
capitalismo mundial, la perspectiva –ya nombrada- del capitalismo cognitivo o
informacional concibe la ruptura histórica en términos de un cambio en la naturaleza de
este proceso de acumulación respecto de la época del capital industrial.
Míguez y Stzulwark sostienen que el cambio, en específico, se da en el proceso de
creación de valor, donde se produce una ruptura en el rol del conocimiento, que es
clave para explicar esta gran transición capitalista mundial. Así también, en el nuevo
capitalismo, dadas las particulares condiciones de reproducción del conocimiento -
cuando se objetiva en un soporte electrónico-informático- y el creciente grado de
diferenciación de los bienes, el problema de la conversión del valor creado en el
proceso de producción en una renta de innovación asume un carácter estratégico. Este
nuevo tipo de acumulación se refiere al conocimiento y se enfoca sobre la creatividad,
es del tipo donde la fuente de productividad está en la tecnología de la generación del
conocimiento, el procesamiento de la información y la comunicación de símbolos. Aquí
entonces el conocimiento participa del proceso de creación de valor a través de su
renovada incorporación en los dos componentes fundamentales; trabajo objetivo/muerto
y trabajo subjetivo/vivo; en el primero su lugar sería el de almacenamiento y
transmisión de información y en el segundo el de la comprensión, creación,
comunicación.
La realización del valor o apropiación iría asociada con el grado de diferenciación del
conocimiento objetivado en las mercancías y la factibilidad técnica e institucional de su
reproducción. Ya desde el taylorismo la innovación tecnológica era progresivamente
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eliminada de la fase de producción-ejecución y el trabajo intelectual se volvía


prerrogativa de un componente minoritario de la fuerza de trabajo especializada en la
concepción y generación del conocimiento. Los operarios cada vez más descalificados
se ocupaban de tareas manuales con mucho menos contenido intelectual.
Con las nuevas tecnologías de la información -que no sólo son herramientas que aplicar
sino procesos a desarrollar- el conocimiento se aplica a aparatos de generación de
conocimiento y procesamiento de información, en un círculo de retroalimentación
acumulativo entre la innovación y sus usos, dando lugar a una ruptura en el modo de
producir; es decir entre la mencionada párrafos más arriba clásica relación entre trabajo
y medios de producción, ya que todos los nuevos medios se traducen en datos
almacenables. Esta es la ruptura del rol del conocimiento en el proceso de creación de
valor. La pregunta es cómo impacta este cambio digital global en todas las esferas de
producción, apropiación y circulación de valor de las mercancías. Y de allí a otros
círculos relacionales.
En el capitalismo cognitivo la centralidad del conocimiento se halla en una
organización de la producción que es producción social. Esto constituye a las claras una
inversión a la tendencia de la polarización de saberes típica del capitalismo industrial. Y
cambia la medida de la productividad, pues existe un desacople entre el tiempo de
trabajo y el de producción. La productividad no puede ser por lo tanto y como antes
objetiva –sostiene esta perspectiva- sino que lo que mide la productividad es un
conjunto de factores que caracterizan el espacio socio regional y que trascienden al
trabajador aislado, permitiéndole ser creador de riqueza en tanto miembro de una
colectividad. El desarrollo y difusión de modos de producción electrónico-informáticos
y el devenir cognitivo del trabajo son los elementos centrales en esta ruptura del papel
del conocimiento; en la instancia de creación de valor durante la transición al nuevo
capitalismo.
Este carácter crecientemente simbólico de la producción hace que la realización
monetaria de los productos del nuevo capitalismo esté asociada con la construcción de
imaginarios que impulsan determinados estilos de vida, panorama configurado por un
agregado complejo de condiciones particulares, entre ellas; el consumo aparece más
ligado a convenciones cada vez más precisas y dinámicas y el carácter cognitivo
diferenciado de los bienes tiene que ver con un carácter especializado, pero también
reflexivo (reflexividad inherente a un radical fortalecimiento de la individuación);
sucede además que el conocimiento codificado puede ser reproducido a un costo
prácticamente nulo, por lo que tienen valor de uso, pero no valdrían como referente para
valor de cambio o costo de reproducción.
En verdad, dicen Míguez y Stzulwark, el conocimiento no es un bien. Los bienes
informacionales contrastan con los bienes típicos del capitalismo industrial en los que
contenido y soporte constituían una unidad inseparable. En el nuevo capitalismo el
problema de la apropiación es otro gran punto crítico en el proceso de valorización
capitalista, conformando uno de los elementos de ruptura más evidentes respecto al
capitalismo industrial.
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TENDENCIAS EXCLUYENTES: VALORIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO Y PRECARIZACIÓN DEL


TRABAJO

Sin embargo, Antunes sostiene que al contrario que una retracción o descompensación
de la ley del valor, lo que se ha venido dando en el mundo contemporáneo es una
ampliación significativa de sus mecanismos de funcionamiento.
En efecto, un análisis del capitalismo contemporáneo lleva a entender que las formas
actuales de valorización de valor conllevan nuevos mecanismos generadores de trabajo
excedente, al tiempo que expulsan de la producción a multitud de trabajadores que
pasan así a ser elementos sobrantes, descartables, desempleados. La funcionalidad en la
detracción de las condiciones del mercado de trabajo de esta masa de reserva es tan
clara como capitalista y perversa.
En plena eclosión de la más reciente crisis global, que afecta fundamentalmente a los
países del norte, este panorama parece agudizarse, haciéndonos asistir a una corrosión
aún mayor del trabajo contratado y regulado, de matriz tayloriano-fordista, que había
venido siendo dominante durante el siglo XX. Así, al tiempo que aumentan estos
grandes contingentes de trabajadores que se precarizan de forma intensa o pierden su
empleo se asiste de la misma manera a la expansión de nuevas formas de extracción de
plusvalor o plustrabajo, articulándose maquinarias altamente informadas como son el
caso de las tecnologías de la comunicación y la información, que ha invadido el
universo de los bienes de consumo. Estas actividades, dotadas de mayores
“calificaciones” o “competencias”, suministran un mayor potencial intelectual (aquí
entendido en el sentido restringido que le atribuye al mercado) integrándose en el
trabajo social, complejo y combinado que añade efectivamente valor.
En “los dueños de internet” la autora sostiene que lo que crea la rentabilidad hoy son
los algoritmos que analizan los datos muy personalizados y los convierten en servicios.
Es decir, una forma de la economía que profundiza el principal conflicto de nuestro
tiempo: la brecha de la desigualdad. A modo de recomendación y con el propósito de
esbozar claramente el alcance del papel de la información en el capitalismo actual, la
autora sostiene que; “Todos los datos de un país, por ejemplo, podrían recaer en un fondo
nacional de datos, copropietario de todos los ciudadanos (o, en el caso de un fondo
paneuropeo, de europeos). Quien quiera construir nuevos servicios con esos datos tendría que
hacerlo en un entorno competitivo y muy regulado mientras paga una parte correspondiente de
sus beneficios por usarlo. Tal perspectiva asustaría a las grandes firmas tecnológicas mucho
más que la perspectiva de una multa”. Es como si todos los espacios existentes de trabajo
se convirtiesen potencialmente en generadores de plusvalía, tanto los que aún mantienen
lazos de formalidad como los que se rigen por la informalidad abierta, al margen de que
las actividades sean marcadamente ‘intelectuales’ o ‘manuales’. Asistimos, siguiendo a
Antunes, a una totalmente nueva morfología del trabajo.
En este universo, caracterizado por la sumisión del trabajo al mundo mecánico –tanto
por la vigencia de la máquina-herramienta en el siglo XX como por la máquina
informacional-digital del siglo XXI- el trabajo estable regulado heredero de la fase
tayloriano-fordista está siendo sustituído por los más diversos y variados modos de la
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informalidad, entre los que encontramos el trabajo atípico, el trabajo tercerizado en


todas sus variedades, el cooperativismo, el emprendedurismo, el trabajo voluntario y
“autónomo”, etc. Además de incluir los distintos modos de ser de la informalidad, se
han potenciado nuevos mecanismos generadores de valor, aunque bajo la apariencia del
no-valor, haciendo uso de nuevos y viejos mecanismos de intensificación y auto-
explotación del trabajo.
Este proceso multitendencial que describe Antunes puede escindirse en dos grandes
tendencias; una “negativa” a la informalización y precariedad y otra “positiva” hacia la
intelectualización. Así, en la cúspide de la pirámide social del mundo del trabajo, -en su
nueva morfología- encontramos los trabajos ultracualificados que actúan en el ámbito
de la información y el conocimiento. En la base, aumentan la informalidad, la
precarización y el desempleo, como elementos todos ellos estructurales. Y en el medio,
la hibridez, el trabajo cualificado que puede desaparecer o verse erosionado, como
consecuencia de las mutaciones tempo-espaciales que afectan las plantas productivas de
todo el mundo.
La informalización del trabajo, concluye Antunes, con su diseño polimórfico, parece ir
poco a poco convirtiéndose en un rasgo constitutivo de la acumulación de capital.
Expresiones destacadas –y disfrazadas- de esta ‘era de precarización estructural’ son; la
erosión del trabajo contratado y regulado y su sustitución por distintas formas de
trabajo atípico, precarizado y voluntario; la creación de falsas cooperativas que buscan
dilapidar aún más las condiciones remuneratorias de los trabajadores, erosionando sus
derechos y aumentando los niveles de explotación de su fuerza de trabajo; el
emprendedurismo, que se configura como forma oculta de trabajo asalariado haciendo
proliferar distintas formas de flexibilización salarial, de horarios, funcional y
organizativa y por último la degradación aun mayor del trabajo inmigrante.
Antunes resalta que entenderlos es vital para comprender mejor el papel que
desempeñan estas modalidades de trabajo en relación con la ley del valor y con su
valorización. Otro grupo especial en expansión es el info-proletariado o cyber-
proletariado; el contingente de trabajadores que se desempeñan en el campo de las
tecnologías de la comunicación y la información que abarcan desde actividades en
empresas de software, call center’s, telemarketing, etc. Y que cada vez son parte
integrante de la nueva ordenación del trabajo global. Los estudios sobre este sector lo
señalan como un asalariado del sector servicios, un proletariado no-industrial sujeto a la
explotación de su trabajo, desprovisto de control y de la gestión de su labor y que viene
creciendo de manera exponencial desde que el capitalismo avanzó con la llamada era de
los cambios tecno-informacional-digitales.
AHÍ DONDE LA TEORÍA NO LLEGA: OFENSIVA FLEXIBILIZADORA Y PLATAFORMAS
DIGITALES

¿De qué forma se conectan estos múltiples cambios con la creación de valor?
Castells señala que las nuevas tecnologías de la información, que no son sólo
herramientas que aplicar, sino procesos a desarrollar, el conocimiento se aplica a
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aparatos de generación de conocimiento y procesamiento de la información, en un


círculo de retroalimentación acumulativo entre la innovación y sus usos. Es decir, los
usuarios innovan creando tecnología al apropiarla y redefinirla y no sólo usándola,
como en etapas anteriores. La innovación tecnológica en este contexto no es un
acontecimiento aislado, sino que refleja un estado determinado de conocimiento, un
entorno institucional e industrial particular, una cierta disponibilidad de actitudes para
resolver un problema técnico y resolverlo, y una red de productores y usuarios que
puedan comunicar sus experiencias en forma acumulativa, aprendiendo al utilizar y
crear.
Las nuevas tecnologías de la información constituyen así nuevos medios de
producción. Si estos son, ante todo, mediaciones entre el hombre y la naturaleza, entre
sujeto y objeto, los nuevos medios de comunicación e información son mediaciones de
nuevo tipo que alteran mucho más nuestra experiencia del mundo. Lev Maniovich, autor
de esta visión, sostiene también que esto se trata de una verdadera revolución que
supone el desplazamiento de toda cultura hacia formas de producción, distribución y
comunicación mediatizadas por la computadora; excelente forma de describir las
plataformas digitales. Para comprender el modo de funcionamiento de éstas –donde la
uberización no es más que, por decirlo así, una variante–, debemos iniciar denunciando
la noción de «economía del compartir» o «economía colaborativa» tan defendida en
estos ámbitos, que supone el uso colectivo/colaborativo de las plataformas.
Es importante lograr entender cómo en estas formas capitalistas del trabajo es mayor la
asimetría entre el poder socializado de la máquina (la plataforma) y los individuos
divididos, separados, que es constitutiva de las relaciones de producción. Uber, por
ejemplo, utiliza un software para ejercer un control sobre sus conductores
independientes muy superior al que lograría un “manager” humano en una organización
compuesta por asalariados. En las plataformas digitales la gestión algorítmica va mucho
más allá de programar y dirigir el trabajo, pasando a controlar prácticamente todas las
dimensiones del acto de trabajar. En el corazón de una plataforma radica el poder del
algoritmo. Möhlmann y Zalmanso, al respecto, han presentado cinco características de
la gestión algorítmica: 1) seguimiento continuo del comportamiento de los trabajadores;
2) evaluación constante de su desempeño, de las evaluaciones del cliente, y de la
aceptación o rechazo que éstos tienen del trabajo realizado; 3 ) implementación
automática de decisiones, sin revisión humana; 4) interacción de los trabajadores con un
“sistema” que los priva de oportunidades de retroalimentación, discusión y negociación,
y un último elemento de importancia central, 5) la baja transparencia.
En este sentido, la revolución de los medios informáticos afecta a todas las fases de la
comunicación; captación; manipulación; almacenamiento y distribución; así como a los
medios de todo tipo, ya sean textos, imágenes fijas y en movimiento, sonido o
construcciones espaciales. La retroalimentación creativa con los usuarios es creciente y
da lugar a una ruptura en el modo de producir del capitalismo, una nueva relación
trabajo/medios de producción pues todos los nuevos medios se traducen en datos
numéricos a los que se puede acceder y configurar a través de una computadora. La
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nueva generación de tecnologías digitales genera entonces una cantidad de datos sin
precedentes que constituyen una herramienta clave para la gestión ultraflexible del
factor trabajo.
Lo paradójico es que mientras estas plataformas crecen en un sistema económico
desregulado propio del liberalismo y con grandes inyecciones de capital financiero,
producen economías sumamente concentradas/planificadas. Es decir, suponen una
“centralización buena”, mientras que en el resto de la economía la planificación es
considerada mala, como si la planificación centralizada y orquestada por computadoras
y algoritmos pareciera no molestarle a nadie, pero la gestión de planificación de la
economía estatal sí.
Hoy, las grandes plataformas tecnológicas son monopolios que dominan el mundo.
Unos pocos jugadores controlan gran parte de la actividad en cada sector. Google lidera
las búsquedas, la publicidad y el aprendizaje automatizado. Facebook controla gran
parte del mercado de las noticias y la información. Amazon, el comercio en gran parte
de Occidente, ya está avanzando en producir y distribuir también sus propios productos.
Uber no solo quiere intermediar y ganar dinero con cada viaje posible, sino que también
busca convertirse en la empresa que transporte los bienes del futuro, incluso sin
necesidad de conductores, a través de vehículos autónomos. De la tecnología al resto de
nuestras vidas, estas empresas están comenzando a conquistar otras grandes industrias,
como el transporte, el entretenimiento, las ventas minoristas a gran escala, la salud y las
finanzas. Además, la opacidad del funcionamiento de las apps es parte de un nuevo
modelo de negocio que ha reescrito las reglas de la competencia. En todo caso, y sobre
todo, coinciden o se parecen bastante a distintas formas precarias de trabajo, con la
única diferencia de hacer uso de la herramienta digital.
Al respecto, desde la corriente del capitalismo cognitivo, el elemento fundamental a
considerar es la generalización y centralidad que tiene el conocimiento dentro de una
“organización de la producción tiende cada vez más a superar los límites de las
empresas y a convertirse en producción social”. Eso implica que, como mencionamos
en el debate sobre el valor, las claves de la productividad y del desarrollo de riqueza
social, esto es la generación de valor, se halla cada vez más atrás de la esfera del trabajo
asalariado y del universo mercantil, para residir en la sociedad. Se desprende, de la
disociación entre tiempo de trabajo y tiempo de producción, un desvinculamiento de la
medición del valor de parámetros objetivos. Lo que mediría entonces la productividad
sería un conjunto de factores que caracterizarían el espacio socio-regional trascendiendo
pues al trabajador aislado, el cual es creador de riqueza en tanto que miembro de una
colectividad.
Para Gorz y los autores de la perspectiva informacional que sostienen estos postulados,
el saber se habría convertido en la más importante fuente de creación de valor, pues está
en la base de la innovación de la comunicación y de la auto-organización creativa y
continuamente renovada. Surge así la intangibilidad del valor-trabajo, pues el
conocimiento, a diferencia del trabajo social general, no se puede traducir ni medir en
simples unidades abstractas. Gorz sostiene que la heterogeneidad de las actividades del
Sociología del Trabajo. FaHCE, UNLP 12

trabajo denominadas cognitivas, así como de los productos inmateriales que crean y de
las capacidades y saberes que implican, hacen inmensurables tanto el valor de las
fuerzas del trabajo como el de sus productos. El autor llega a la misma conclusión que
quienes defienden la pérdida de referencia de la teoría del valor, pues sostiene que la
crisis de la medición del tiempo de trabajo engendra inevitablemente la crisis de
medición del valor. “Cuando el tiempo socialmente necesario para una producción se
hace incierto, esa incertidumbre no puede dejar de repercutir sobre el valor de cambio
de lo que se produce. El carácter cada vez menos mensurable del trabajo acaba
cuestionando las nociones de plustrabajo y plusvalía.”
La crisis de medición del valor cuestiona la definición de la propia esencia del valor. Si
ya no hay posibilidad de medir el valor y la ciencia informacional acaba sustituyendo al
trabajo vivo, parece inevitable la desmedida del valor, reforzada por la inmaterialidad
del trabajo. Antunes nota que estos postulados, al convertir el trabajo inmaterial en
factor dominante y determinante del capitalismo actual –desvinculándolo de la
generación de valor-, terminaron obstaculizando la posibilidad de comprender las
nuevas modalidades y vigencias de la ley del valor, presentes en el proletariado de
servicios, pero parte constitutiva además de la creación de valor en todos los trabajos
materiales. Y contrapone a ello que la tendencia creciente al trabajo inmaterial expresa,
en un marco de abigarrada complejidad, distintas modalidades de trabajo vivo y por
ende también partícipe en mayor o menor medida del proceso de valorización de valor.
No sólo estas teorías –aclara- a menudo olvidan al tercer mundo hiperdimensionando el
peso del trabajo inmaterial global, sino también, y ya más en sentido analítico, en ellas
se omite que la potencia creadora del trabajo vivo, la única generadora de plusvalía,
asume tanto la forma de trabajo material como inmaterial, puesto que es el trabajo
humano el que transfiere en parte sus atributos subjetivos al nuevo equipamiento,
objetivando actividades subjetivas. Antunes cita aquí al mismo Marx diciendo que “son
órganos del cerebro humano logrados por las manos humanas”.
Y concluye que la reducción del trabajo vivo no significa entonces pérdida de
centralidad del trabajo abstracto en la creación de valor, -como en la revolución
industrial la maquinaria no dejó de significar explotación- puesto que hace mucho éste
dejó de ser resultado de una agregación individual del trabajo, para convertirse en
trabajo social, complejo y combinado, características todas que se exacerban con el
avance tecno-informacional-digital, hasta impregnar todas las esferas de vida. ¿Cuántas
decisiones toma un algoritmo? ¿hemos llegado a la Jaula de Datos –versión de la de
hierro- Weberiana?

A MODO DE REVIRAJE

Las plataformas se autodefinen como “empresas de tecnología”: proveedoras de una


herramienta informática -una base de datos para conectar clientes con prestadores de
servicios individuales- para encubrir cualquier relación de dependencia y sortear el
cumplimiento de las protecciones propias de la legislación laboral. La cobertura de un
Sociología del Trabajo. FaHCE, UNLP 13

seguro de salud, la protección en materia previsional, el derecho a descanso, a un salario


mínimo, no llegan ni a contemplarse, dado el vacío regulatorio y legal en el que se
desarrolla la actividad. Si durante la Revolución Industrial el cambio tecnológico
necesitó establecer contratos para una sociedad más justa, hoy también necesitamos
poner límites al poder de la tecnología. O, en términos weberianos, determinar fines
para esos medios. Las matemáticas lo merecen y los pueblos y la democracia lo
reclaman con sudor y hambre.
Parafraseando a Galeano, ¿estaremos dispuestos a dejar de sacrificar la justicia en los
altares de la eficacia y la inmediatez? La respuesta, de nuevo, es política –y colectiva.

BIBLIOGRAFÍA

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