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Brutal Precious - Sara Wolf (Lovely Vicious #3)
Brutal Precious - Sara Wolf (Lovely Vicious #3)
patriiiluciii
Smile18
Malu_12
Mokona
Lucia Hunter
Sinopsis
Prólogo
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Cuando tenía nueve años de edad, papá recogió sus cosas y se fue. Era un día
claro y soleado. Yo vestía un mono y el aire olía a moras, lo vi hasta que se metió en
el taxi y se alejó a toda velocidad. Traté de correr tras él, un poco, pero mis piernas
eran demasiado pequeñas.
Me enseñó algo muy importante ese día.
Cuando las cosas se ponen difíciles, la gente se va. No es que los culpe. Las
cosas duras son realmente difíciles de lidiar, disminuyen tu energía, tiempo y
atención. Así que la gente se va porque es más fácil, pueden usar ese tiempo y
energía en otro lugar, en algo que no sea tan difícil. Papá se fue debido a que mamá
se molestaba demasiado, porque estaba estresada por criarme y constantemente
necesitaban dinero para mi crianza. Era estresante para ambos. Pero eso fue por mi
culpa. Mayormente fue mi culpa. Habrían sido felices si no me hubieran tenido.
Nunca he tenido las agallas para decirle a ambos que lo lamento.
Pero ahora voy a la universidad. Soy más madura. No los necesito
absolutamente, nunca más. Soy diferente de la niña que trató de correr detrás del
taxi.
El sol intenta sofocar mis globos oculares. Despertar a las 2:00 a.m. todos los
días significa que soy una estrella de rock. O un zombi. Posiblemente ambas. Las
estrellas de rock consumen cocaína y la cocaína es básicamente polvo zombi, ¿no?
Correcto. Sé mucho sobre las drogas. Voy a la universidad y sé mucho acerca de las
drogas. Voy a estar bien.
—¿Isis? —Hay un golpe en la puerta y la voz de papá se filtra—: ¿Por qué estás
murmurando acerca de drogas? ¿Estás fumando hierba, señorita?
Salto de la cama, me pongo un pantalón corto y suavizo mi camiseta arrugada.
Abro la puerta. El rostro en negación de papá me observa fijamente, cabello oscuro
y con mechas plateadas, los ojos del mismo marrón cálido que yo.
—Oh sí, me fumé tres marihuanas enteras —anuncio—. 4:201. Enciéndela.
Algo de Bob Marley.
El rostro de papá no se ve divertido. Lo abrazo y doy saltos hacia la planta
baja, pasando docenas de retratos familiares. Las paredes son limpias y blancas, las
alfombras de felpa. Las barandillas de madera brillan y el tramo de escaleras que
conduce abajo es enorme, como algo sacado de la Cenicienta.
—¡Ahí estás, Isis! Buenos días.
—Y ahí está la malvada madrastra —murmuro. En realidad no es malvada. En
la escala de Angelical a Malvada, es definitivamente un cuatro, lo cual es como
distraídamente egoísta o algo así. El mismo nivel que los maestros suplentes y los
chicos que encienden el bajo de su auto demasiado alto cuando estás tratando de
dormir. Solo la llamo malvada porque me hace sentir bien. Buena malvada.
Kelly levanta la mirada desde el vestíbulo, rubia y de ojos azules, con las
muñecas como un arbusto espinoso y maquillaje suficiente para ahogar a un
transformista. Nunca la he visto sin maquillaje y desarreglada, ni por la noche, ni
siquiera los domingos. Tiene casi siete meses de embarazo, pero aun así se ve como
si hubiera salido de un catálogo de Sears. Tengo la sospecha de que es un androide,
pero aún no he encontrado su cargador de baterías.
—Hay cruasán para el desayuno e hice tus favoritas, ¡tortitas de crema batida!
Son tus favoritas, ¿verdad? Tu padre dijo que lo eran.
—Síp. Me encantaban. Cuando tenía, eh, cuatro años de edad. —Sonrío hasta
que se vuelve raro. Papá no sabe nada sobre cómo soy ahora—. Mira, ¡muchas
gracias por hacer todo ese esfuerzo, Martha Stewart! Pero tengo otros planes para
el desayuno.
—No, no los tienes —dice a la ligera.
—Uh, sí, los tengo. Con amigos.
—¿Qué amigos? No tienes amigos aquí en Georgia.
—Te haré saber que tengo amigos en todo el continuo espacio-tiempo.
Algunos de ellos tienen telepatía y poderes para hacer bolas de fuego. ¿Te gustan
las bolas de fuego? Espero que sí. Debido a que no les agrada la gente que me llama
sin amigos.
El perfecto rostro de porcelana de Kelly se endurece. Es familiar, desde las
dos semanas que he estado aquí, hace esa cara cada maldita vez que algo sale de mi
boca. Odia lo que digo y lo que soy. Puedo decirlo. No encajo en su perfecto molde
de lo que debería ser una adolescente. Quiere decirme que soy ridícula o exagerada,
pero antes que nada, quiere agradarme. Paso junto a ella, agarro mi bolso y llaves
de la mesa en la sala.
—¿Qué tal unas compras? —ofrece Kelly cuando estoy a mitad de camino
hacia la puerta—. ¡Podríamos ir a donde quieras! Hay un gran lugar en el centro…
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4:20 o 4/20: es un término empleado generalmente en Norte América para referirse
discretamente a la marihuana.
—¿Qué tal un no? —digo—. ¿Con un no, gracias?
—Eso es muy malo. —Kelly fuerza una sonrisa—. En realidad me gustaría
conocerte.
—¿De verdad quieres conocerme? ¿Qué quieres saber, que me cagué el
pantalón en tercer grado? ¿Que me gusta la música pop mala, carruseles y el color
naranja?
—¡Ese es un buen comienzo! —dice.
—Quieres agradarme. No te preocupas por lo que soy, lo que quieres es
agradarme. Pero no funciona así. Esto no sucede durante la noche.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta papá, asomándose sobre las escaleras—
. ¿Y por qué estás usando ese tono de voz con Kelly, Isis?
—¿Qué tono? —Medio me río, medio me burlo.
—Ahí está otra vez. No utilices ese tono conmigo, soy tu padre.
Un nudo caliente se abre camino en mi garganta.
—Lo siento. Es un poco difícil recordar eso cuando no has estado cerca
durante ocho años.
Golpeo la puerta detrás de mí. La grava cruje bajo mis pasos furiosos. Kelly
imprudentemente me dio el uso gratuito de su “viejo” BMW negro que es
prácticamente prístino. Tiene cinco de ellos, todos en diferentes colores, con
diferentes descapotados y neumáticos mejorados. Entro y cierro la puerta de golpe,
arrancando y alejándome del césped y palmeras ajardinadas en filas señoriales.
Incluso la casa de juegos para niños en la parte trasera es de mármol, con su propia
pequeña fuente.
Esta es una vuelta a la pista de lujo y estoy sentada en él como una quejica, en
un centro comercial de Santa.
Me lleva todo el trayecto a la playa para calmar mis nervios furiosos. Estuve
de acuerdo en venir para el verano porque papá sonaba como si en realidad me
extrañara y quisiera verme antes de la universidad. En algún lugar del gran y
fabuloso laberinto que es mi cabeza, un timbre de juego se apaga. Biip. Mal. Papá
solo me quería aquí porque se siente culpable y está tratando de compensar la gran
cantidad de tiempo perdido. Pero no puede. A diferencia de mamá, nunca regresó
por mí. Kelly no ha cambiado, yo lo he hecho. No puedo soportarla más. Ahora soy
una persona diferente. Hace dos años, la última vez que lo visité, estaba tranquila.
Estaba triste. No peleé o discutí. Estaba en medio de lidiar con Sin Nombre. La
última vez que vine aquí, fue justo antes de…
Niego.
La última vez que vine aquí, era pura. Simple. Y limpia.
Papá todavía piensa que soy esa niña de hace dos veranos, por eso me trata
así. Como si debiera respetarlo. Como si debiera preocuparme por lo que dice.
Pero no lo hago.
Porque me dejó. Dos veces.
No obstante, no le puedo decir eso nunca a la cara. Eso estropearía la poca
dinámica familiar que me queda. Dejar caer la noticia de que no iba a Stanford no
ayudó a mejorar su visión de mí tampoco. Ya había conseguido una estúpida
camiseta de “MI NIÑA VA A STANFORD” y todo. ¿Quién tiene esas, de todos
modos? Los turistas y las personas que no tienen sentido de la moda. Papá no
sabría de moda si lo mordiera en su culo de profesor de historia, y definitivamente
era un turista pasando por mi vida por solo un par de semanas a la vez, quejándose
cada vez que algo no era perfecto como lo era en las revistas Macy.
Exhalo un suspiro y me estaciono. La playa Goldfield es pequeña, dunas
ondulantes entre olas suaves de arena gris. El agua hoy está agitada y oscura, como
si una bruja realmente cabreada hiciera una Pócima Para Matar A Algunos
Turistas. Es el Atlántico, el Atlántico donde crecí. El olor de la sal y las piedras
bañadas por el sol llena mi nariz. Las gaviotas se gritan entre sí por pedazos de
cangrejo. El océano es grande y realmente no importa el tono de voz que uso, si voy
de compras o elijo el Estado de Ohio sobre Stanford.
Pateo mis zapatos y corro. El correr y yo nos divorciamos después de que
perdí suficiente peso. Pero en este momento, correr es lo mejor. Incluso el BMW
tiene hedor de Kelly por todas partes. Correr es la única manera de poder dejar
realmente los problemas atrás.
Es una experiencia divertida y única. Hay un montón de arena. Me tropiezo
con una roca y me golpeo el dedo del pie con tanta fuerza que posiblemente, ahora
tengo extraños pies deformes de hobbit2. Siento ganas de vomitar. Una gaviota casi
se caga en mi brazo.
—¡Está bien, amiga! —Protejo mis ojos y miro hacia el cielo—. Por suerte para
ti, soy increíblemente guapa y benevolente. ¡Te perdono!
Deja caer una caca en mi hombro en señal de gratitud.
Suspiro. Podría ser peor. Podría estar rodeada de gente. En la luna. Y una de
esas personas podría ser Jack Hunter.
Mi estómago se retuerce como un prodigio de yoga. Ojos carámbano llenan mi
mente y convoco lo que queda de mi fuego para derretirlos. Ahora no.
Nunca más.
Estoy muy lejos del auto. Sus elegantes faros alemanes no pueden verme
contemplar la vida de la manera increíblemente melancólica pero también sexy por
la que soy famosa. Infame. ¿Si quiera voy a ser infame? En East Summit dejé mi
marca, pero en el Estado de Ohio voy a ser nada. Seré el chicle en el zapato de una
ocupada dama de Nueva York. ¡Menos que eso! ¡Voy a ser un pedazo de pan que
nadie come, ya que solo tiene una cara abierta y siempre está algo rancio, no
importa cuándo lo compres!
No me había dado tiempo de preocuparme por una nueva escuela. Pero ahora
que falta menos de una semana, estoy empezando a enloquecer. ¡Soy casi una
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Hobbits: son una raza ficticia de seres antropomorfos que pertenece al legendarium del escritor
británico J. R. R. Tolkien.
maldita estudiante de primer año de universidad! ¡Voy a tener una residencia de
estudiantes, una compañera de cuarto y clases reales, donde los grados realmente
importan! Definirán el resto de mi corta carrera de vida, mis cortas perspectivas
futuras con Johnny Depp. Tengo que empezar a tomar las cosas medianamente en
serio, ¡ahora! ¡Uf! Solo la palabra envía escalofríos por mi espalda. Serio.
Seeeeeerio. Seri-o. Los Trix son para los niños. La universidad no es para los niños.
La universidad es para los adultos.
No me siento como una adulta.
Estoy preocupada por mamá más que nada, pero planeamos visitas de fin de
semana y conducir allí todos los miércoles. Incluso su terapeuta dice que está
mejor, sobre todo desde el encarcelamiento de Leo. En el aeropuerto Colombus
cuando me vio fuera, el color de sus mejillas estuvo de vuelta y sonrió más en una
semana de lo que la había visto en toda mi vida.
O tal vez solo se estaba esforzando por mí.
Recojo una roca lisa plana y trato de hacerla saltar. Se hunde en su lugar.
El Instituto East Summit como que se marchitó después de que Sophia murió.
Nadie va a salir y decirlo, por supuesto, excepto yo. Avery venía a la escuela
cada vez menos y finalmente dejó de venir por completo. Nos enteramos el día
antes de la graduación que estuvo en un hospital psiquiátrico, sometiéndose a
terapia intensiva. El baile estaba fuera de discusión. El orden social de East Summit
fue lanzado en la licuadora y vertido en chicas que escarbaban para llenar el vacío y
tomar la corona de la reina de baile. Sin embargo, Avery se presentó a la
graduación, se acercó al podio cuando dijeron su nombre y obtuvo su diploma. Se
veía pálida y ojerosa, sus padres se hallaban en la multitud dándole vacías sonrisas
de aliento. Me dio la sensación de que la enviaron al manicomio para mostrar, para
conseguir que “mejorara” de forma rápida y sin preocuparse realmente por su
bienestar. Antes de que cualquiera de nosotros pudiera parpadear, fue llevada a
una universidad privada en Connecticut, en lugar de la universidad de California
como había planeado. Incluso si era una perra, mantenía la esperanza de que
terminara bien. O al menos más feliz. Pero Sophia fue su redención, su ídolo, su
amiga. Si yo perdiera esas tres cosas, también estaría rota.
Wren fue el primero en llorar en el funeral y el último en dejar de hacerlo.
Kayla lo ayudó a atravesar lo peor de todo, visitando su casa todos los días y
permaneciendo con él en la oficina de la enfermera en la escuela cuando se
derrumbó. Eso rompió su corazón y mi corazón por ver a Wren tan horriblemente,
aviesamente triste. Le recordé comer llevándole burritos y empanadas, y cuando no
podía comer, le enviaba un mensaje de texto para recordarle dormir.
Probablemente no ayudó mucho. Probablemente podría haber hecho más. El baile
vino y se fue pero ninguno de nosotros asistió. Lo pasamos en la tumba de Sophia,
en su lugar.
Para la graduación, Wren estaba aprendiendo a sonreír de nuevo. El Instituto
Tecnológico de Massachusetts todavía era una cosa muy real para él y se fue antes
en el verano para ganar algunos créditos extra, o para escapar de la muerte de
Sophia. Ambas probablemente. Kayla estuvo decepcionada por ello, pero como va a
la escuela en Boston en septiembre de todos modos, está un poco menos dolida.
Ellos se volvieron más cercanos después de la muerte de Sophia. No sé si habían
hecho algo serio. Kayla más que nada solo lo abrazaba. No besos que yo pudiera ver
y Kayla se negó a compartir lo que hacían, más por respeto que por vergüenza. Ha
crecido mucho ayudándolo. Ahora solo habla de Vogue una vez a la semana.
Suelto otra roca. Vuela sobre las olas y salta dos veces antes de hundirse.
Voy a extrañar a Kayla. Ya lo estoy haciendo.
El verano era sobre todo ella y yo, teniendo las últimas fiestas de pijamas y
últimas botellas de vino en las tranquilas pasturas de vaca mientras mirábamos las
estrellas. No fuimos a los partidos. No me apetecía. Ella no había sido amiga de
Sophia, pero aun así fue una muerte que afectó a sus amigos más cercanos. Nos
prometimos enviarnos mensajes de texto todos los días. E Instagram. Un tweet. Y
Facebook. Básicamente, nos hicimos una promesa de hablar. Bastante. Podríamos
no vernos la una a la otra tanto, pero una cálida manta de comodidad se asienta
sobre mi corazón cuando pienso en ella. Ella tiene mi espalda. Yo tengo su perfecto
trasero.
Jack Hunter no lloró en el funeral.
Debería, pero no lo hizo. Se puso de pie en la esquina, con su madre quien
lloraba suficiente por los dos, su vestido negro y su traje negro mezclados mientras
se inclinaba sobre él para mantenerse en pie. Su cabello había sido gelificado en el
lugar perfecto, su rostro era una máscara opaca del hielo más oscuro que había
visto. La piel debajo de sus ojos estaba herida por el cansancio y sus pómulos
parecían de alguna manera más nítidos. Me estremecí al mirarlo. Estaba puesto en
el acto sin vida, sin emoción. Solo estaba sin vida. Estaba vacío. La chispa de sus
ojos fue absorbida, dejando conchas pálidas detrás. Todo su cuerpo, toda su
presencia física parecía una cáscara, una ilusión hecha de espejos y de escarcha
quebradiza que se romperían al menor contacto. Era escalofriante verlo, como algo
que no debe estar viviendo todavía, o aún en movimiento. Un maniquí. Una
marioneta zombi.
Lo intenté una vez. Traerlo de vuelta. En el velatorio, en la funeraria cargada
con olor a moho, galletas de tristeza y pasteles tristes, le dije algo referente a Sophia
mientras el sacerdote decía que era una chica desinteresada y hermosa cuando en
realidad no la conocía en absoluto. Jack había estado sosteniendo un vaso de agua,
con la mirada fija en él mientras permanecía de pie en una esquina lejos del ruido y
el llanto de la gente. Me miró, tomó mi cara roja de mi propio llanto y cerró los
ojos.
—Se acabó —dijo muy tranquilamente.
—¿Qué? —pregunté, mi estómago revuelto.
Se apartó de la pared y se fue con una última palabra:
—Todo.
Dejó de venir a la escuela después de eso. Hablé con el director Evans sobre él
y me dijo que Jack se dio de baja. Harvard no había revocado su aceptación, y Jack
todavía podía teóricamente ir incluso con F directa de sus dos últimos trimestres.
Pero los dos sabíamos que no iba a ir. No le importaba, nunca más.
Cuando llegó abril, a los casi dos meses de su ausencia iba a buscarlo. Quería.
Joder, realmente quería. Luché para no hacerlo. Pensé que necesitaba espacio,
pensé que sería de gran ayuda. La última cosa que lo ayudaría sería verme. Tener a
la chica loca que una vez fue su enemiga localizándolo sería estresante, incluso para
el Vulcano más practicado. Además, no sabría cómo ayudar. Solo complicaría más
las cosas. Diciendo la cosa equivocada. Haciendo las cosas mal.
Pero cuando la señora Hunter llegó a mi puerta una tarde llorando y
rogándome para que lo encontrara, sabía que tenía que empezar a buscarlo.
Esperé hasta las vacaciones de primavera. Y entonces empecé a perseguir a un
fantasma.
La Sra. Hunter me dio la nota que dejó Jack, era simple y en papel blanco
normal. Dijo que se iba, que no llamara a la policía y que la amaba. La Sra. Hunter
en su desesperación, logró que el banco le entregara la información de su cuenta. El
dinero para la cirugía de Sophia que había sido devuelto a él lo había regalado, la
mayor parte a alguien, tomando unos meros cuatro mil para sí mismo. Cuatro mil
era suficiente para vivir un poco, seguro. Pero casi tres meses era mucho.
También dejó todas sus cosas en su habitación. Lo único que tomó fue la caja
de cigarros de su padre con las letras de Sophia en el interior. Busqué cualquier
rastro de él en la tumba de Tallie. Nada. Una rosa que había sido dejada en la
tumba de Sophia, marchita. Tenía que tener semanas. Si hubiese vuelto después de
eso, habría puesto una flor fresca.
Comprobé el hospital. Mira y James dijeron que Jack llegó a verlos el 2 de
marzo, el día después del funeral de Sophia. Les dijo que se iba por un largo tiempo
y le dio a cada uno un oso nuevo a estrenar como regalo de despedida. Habían sido
amigos de Sophia, pero eran más que eso. Sophia los amaba. Eran como Tallie para
ella, la bebé Tallie que pudo tener y nunca tuvo, y Jack lo sabía. Jack los trató así.
Llamé al Club de la Rosa como último intento. El operador insistió en que
Jaden no iba desde hacía meses.
Y eso fue todo. Todos mis potenciales, muertos de repente. Jack se escapaba
de mis manos como la arena de medianoche.
Y entonces alguien llamada Lily me llamó. Había escuchado la conversación
del operador del Club de la Rosa conmigo. Era amiga de “Jaden”, lo que en mi
locura dudé porque el único amigo que Jack se deja tener es su reflejo y/o su propio
cerebro tonto masivo. La dejé charlar en mi oído y acordamos encontrarnos en una
cafetería de Columbus.
Lily era rubia y hermosa, de casi metro ochenta. Por su bolso y perfume caro,
la llamé al instante como una acompañante. No lo negó, lo que hizo que me
agradara aún más. No estaba desperdiciando mi precioso tiempo mientras trataba
de salvar a Jack.
¿Salvar?
Niego y miro la niebla salina del océano empapar una roca. Salvar es la
palabra equivocada. No puedo pensar así. No puedo salvarme a mí misma, por no
hablar de otra persona. Pero durante un tiempo quería. Tenía muchas ganas. Jack
de todas las personas merecía ayuda. Pensé que podría ayudar un poco. Pensé que
podría por lo menos hacer eso para él.
Me río y tiro una roca, sin molestarme en hacerla saltar.
Era una idiota.
La vieja Isis no habría renunciado cuando Lily me dijo que Jack vino a
visitarla antes de salir de la ciudad. No le dijo a dónde iba, pero le dio una carpeta
de manila y le dijo que si una chica llamada Isis comenzaba a husmear en el Club,
se la diese a ella. Y así lo hizo.
—Realmente debes gustarle —dijo Lily, inspeccionando sus uñas mientras
ponía la carpeta en mi bolso.
—Sí, bueno. Como también las cobras feroces. De lejos. En lados separados
por cercas eléctricas.
—No, escucha —Lily se inclinó y puso una mano fría sobre la mía—, he
conocido a muchos hombres, ¿de acuerdo? También he visto todo tipo de personas.
Jack… Jack es algo especial. Lo negará, pero también quiere a alguien con todo su
corazón o no. No hace las cosas a medias. Las personas en las que se molestó para
dejarle cosas de despedida, son las personas importantes para él en su vida. Eres
una de ellas.
Mi corazón se sentía como si hubiera sido aplastado por un luchador de sumo.
Traté de respirar para decir algo, pero cada respiración picó. No quería creerle.
¿Cómo podía creerle después de que él desapareció de esa manera?
Lily se fue poco después, dejándome mirar el sobre.
La vieja Isis no habría renunciado después de ver lo que había dentro.
No me dejó una nota, o un oso de peluche gigante. Me había dado un boleto
para París, con las palabras “lo siento” garabateadas en su ordenada, gran letra.
Los ojos me ardían. Estaba tratando de deshacerse de mí.
No, vamos Isis, no seas dramática. Nada bueno sucede cuando la gente es
dramática. Ejemplo: Amanda Bynes, esos conejos que mueren cuando su corazón
late demasiado rápido, cada episodio de Lost. ¿Jack pudo haber sido cruel, pero
también fue...? También qué. Definitivamente no se preocupó por mí. Ni siquiera
me dijo adiós en persona y ahora me estaba enviando este boleto. Era evidente que
no estaba en París pidiéndome que me uniera a él. Eso era casi estúpidamente
romántico. Jack es un montón de cosas, pero tonto y romántico está en el fondo de
su lista de atributos, junto con “bueno” y “generalmente tolerable”.
Le dije varias veces a Kayla que quería ir de mochilera por Europa, sobre todo
en tono de broma. Él estuvo cerca para oírlo, sin embargo, fue cuando ellos estaban
saliendo. Debe haber visto a través de la broma y se dio cuenta de que realmente
quería ir. Parece.
Saco el billete de mi bolsillo. Está viejo y arrugado y el avión fue hace seis
días, pero no podía tirarlo a la basura ni utilizarlo. Utilizó el dinero de la cirugía de
Sophia para comprármelo, después de todo. De ninguna manera podría jamás
aceptar (o rechazar) algo así. Así que lo guardé. La Isis valiente lo hubiera utilizado.
La Isis culpable no lo hubiera utilizado.
Si cierro los ojos, puedo recordar cuando fui a la habitación de Jack para
buscar pistas en cuanto a dónde se fue. La playa se desvanece y estoy acostada en
su cama, mirando al techo y preguntándome dónde está en este agujero de culo
infernal que llamamos Tierra. Y si está seguro. Feliz es demasiado pedir. Pero
mientras que esté a salvo y se mantenga seguro, un día puede ser feliz de nuevo. O
al menos eso creo. En realidad no lo sé a ciencia cierta. Soy muy arrogante,
diciendo estas cosas como si estuviera segura. Nunca he tenido a nadie a quien que
he amado y se haya muerto. Jack ha tenido a tres.
Nunca podría ser feliz de nuevo.
Podría estar roto para siempre.
Su habitación se desvanece y el océano se vuelve. El nudo en mi garganta
regresa con una venganza.
—Espero que estés a salvo, idiota —le susurro a las olas.
Todo lo que puedo hacer es esperar y seguir adelante. No puedo esperar.
Tengo mi propia vida para vivir. Solo deseo que las cosas hubiesen sido diferentes,
eso es todo. No como nosotros saliendo. Porque eso sería horriblemente,
estúpidamente, egoístamente imposible frente a la muerte de Sophia. Solo me
preocupo por él. Como némesis. Como un rival. Como la única persona en el
mundo que me puede desafiar, quiero que esté aceptablemente sano y funcionando
para que podamos reunirnos y luchar de nuevo un día. Debido a que la lucha era
divertida, he aprendido mucho y crecí mucho de ello. Solo los combates. Eso es
todo lo que echo de menos. Eso es todo.
Mi corazón da un pequeño apretón estremeciéndose. Me pongo a llorar. Para
remediar esto, me quito la camisa y limpio la caca de gaviota en el capó del BMW
de Kelly. Me echo a reír.
Y es genial, excepto por la parte en que me pongo a llorar más fuerte.
Fue la sonrisa torcida del chico lo que lo delató.
Sonrió de esa manera especial que tienen los chicos cuando están a punto de
hacer una travesura. Posiblemente violenta y dolorosa. También posiblemente
ilegal y sin duda, probablemente divertida para ellos. No tan divertida para la
persona en que era hecha.
Es por eso que lo sigo. Porque conozco esa sonrisa. La conozco como conozco
las partes de mi propia alma. Esbocé esa sonrisa una o dos veces en mi vida,
cuando era un chico más enojado y más estúpido, quien había perdido a su padre y
tuvo que desquitarse con el mundo. Esbocé esa sonrisa antes de levantar el bate
contra Leo. Esbocé esa sonrisa una vez mientras escoltaba a una mujer que
encontraba los escenarios de violación terriblemente, horriblemente sexys.
Vomité por una hora después de esa sesión y traté de quitármela, traté de
quitar la maldad de mi interior, de la humanidad.
Nunca funcionó.
Sigo al chico y me lleva a otros dos muchachos. Estudiantes de primer año en
la secundaria, probablemente. Delgados, con pantalones ajustados y auriculares
colgando de sus bolsillos. Sin músculos. Sin experiencia. Sin coraje. Es por eso que
están en la esquina de un hombre indigente, entre un contenedor de basura y una
pared garabateada con grafitis color caramelo que se han desvanecido a marrón en
los bordes. Asqueroso. Se ríen y lo empujan. Lleva una camisa y pantalón sucio,
sacudiendo las manos que agarran un plátano a medio comer que sacó de la basura.
Su barba gris ha bajado hasta su pecho y está con nudos, su rostro quemado por el
sol. El hombre balbucea en voz baja, tan baja y rápida que suena como un canto, o
una maldición. No quiere morir. Pasa todos los días tratando de no morir.
—¿Qué es eso, hijo de puta loco? —Un chico se inclina, sosteniendo la mano
en su oreja en un movimiento exagerado—. Habla, no podemos oír ni una mierda si
no lo dices.
El segundo chico saca un teléfono y lo levanta.
—Tengo esto. Estoy grabando, así que hazlo.
El tercer chico frunce el ceño.
—De ninguna manera, hombre, alguien va a ver.
—Nadie va a ver —espeta el segundo chico—. Tenemos su espalda. —Se giró
hacia el primer chico—. Tenemos tu espalda. ¡Vamos!
El primer chico vacila y ahí es cuando lo sé. El primer chico no es la verdadera
amenaza. Tampoco el tercer chico, quien se ve incómodo, como si estuviera a punto
de salir corriendo en cualquier momento. Es el segundo chico, el que tiene la
cámara, quien es el verdadero cobarde. Escondiéndose detrás de un objetivo, al
igual que Wren lo hizo esa noche. Pero a diferencia de Wren, él está sonriendo.
Wren nunca sonrió. Wren parecía estar en coma, con muerte cerebral. Wren a
diferencia de él ponía su alma en algún lugar lejos, muy lejos para escapar de la
violencia. El chico de la cámara por otro lado está instigando, incitando, instando
con todo el pequeño y enfermizo poder que tiene en su desgarbado cuerpo
adolescente.
Antes de que golpee la cámara de sus manos, agradezco brevemente a lo que
sea que Dios está escuchando. He vivido el tiempo suficiente para saber las
diferencias entre la gente simplemente mala y la gente verdaderamente terrible.
Algunas personas nunca aprenden eso y salen lastimadas.
Al igual que Isis.
Al igual que Sophia.
Mi corazón se contrae dolorosamente y golpeo de nuevo, esta vez en su rostro.
El chico de la cámara se tambalea, la nariz sangrando a través de sus dedos. Sus
amigos saltan, respaldándolo rápidamente. El hombre indigente chilla y se
acurruca en un rincón, cubriéndose la cabeza con sus delgados brazos.
—¿Quién diablos eres? —grita el segundo chico.
—¡Nadie golpea a Reggie! —El primer chico se agacha en posición de pelea.
—Lárguense de aquí —digo—. O ustedes dos son los siguientes.
—¡Vete a la mierda! —El primero me ataca, me agacho hacia un lado y tiro sus
brazos detrás de su espalda en un movimiento fluido. Lucha tratando de patear y
golpear, pero mi agarre es fuerte.
—Oye, tú —le digo al tercero—. Ayuda a tu amigo a levantarse y váyanse.
Cuando estén en la esquina, dejaré a tu amigo de aquí irse.
El tercero está sudando profusamente, sus ojos disparándose entre su amigo
ensangrentado y el inmovilizado. Finalmente toma la decisión correcta y levanta al
chico de la cámara. El chico de la cámara busca a tientas su teléfono y se tambalea
por la esquina con su amigo, maldiciendo vibrantemente. Espero cien segundos y
empujo al primer chico hacia adelante. Retrocede, señalándome con una expresión
furiosa y retorcida.
—¡Te haré pagar por esto, pedazo de mierda!
—No —digo fríamente—. No lo harás.
Esto hace que algo en él explote, su orgullo tal vez. Me ataca de nuevo y esta
vez soy obligado a no mostrar piedad. Le hago un agarre y cuando deja de agitarse,
lo pongo suavemente en el suelo. Le extiendo mi mano al hombre indigente.
—Deberíamos irnos. Sus amigos van a volver.
El indigente se desenrosca, sus ojos azules llorosos conectándose con los
míos. Asiente lentamente y utiliza mi mano para ayudarse a levantar. Lo hago
caminar delante de mí, cuidando su espalda hasta el final del callejón y de vuelta a
la parte delantera del centro comercial, donde hay autos y demasiados testigos para
que los chicos intenten otra cosa. El paso del indigente es fuerte y verdadero, pero
una cojera lo obstaculiza. Un veterano probablemente, que ha caído en tiempos
difíciles.
—Gracias —chilla el hombre.
Niego y abro mi billetera, sacando dos billetes de veinte.
—Ve a conseguirte algo de comida de verdad.
—Que Dios te bendiga. Que Dios te bendiga —dice, tomando el dinero y
caminando por el bulevar.
Lo hizo. Dios me bendijo, pienso mientras lo veo alejarse. Y luego se lo llevó
todo lejos.
Aparto ese pensamiento. Estoy mucho mejor que la mayoría de la gente. Pero
ese mismo privilegio es el que me enferma. Tengo dieciocho años de edad. Soy, por
todos los cargos de nacionalidad, caucásico. Hay algo de italiano en mí por parte de
mamá y de ruso por parte de papá. Pero definitivamente soy blanco. Y un hombre.
No soy feo a la vista, ni mi cerebro está paralizado por la idiotez general. Mamá y yo
nunca necesitamos dinero. Soy afortunado. Soy privilegiado.
El indigente cojeando por el bulevar es quien necesita la ayuda de Dios más
que yo.
Sophia necesitaba ayuda más que nadie.
Y la decepcioné.
Le fallé.
El tráfico se vuelve ruido blanco en mis oídos, callando todo a mi alrededor.
La gente pasa, sus rostros desenfocándose confusamente. Nada parece real, es un
mundo atrapado en un globo de nieve. Los colores del centro comercial son
apagados en lugar de brillantes. Huele a poliestireno y madera, en lugar de sol,
suciedad y comida rápida grasienta. Nada está bien. No estoy bien.
Pero supe eso desde hace mucho tiempo. No estoy bien. Destaco demasiado.
Soy demasiado frío. No soy como el resto de los rostros en la multitud. No siento
tan profundamente como ellos. No vibro con tanta emoción como ellos lo hacen.
Si fuera más como ellos, más cálido, ¿habría sido capaz de decir lo que Sophia
estaba a punto de hacer? ¿Habría sido capaz de entenderla mejor? ¿Habría sido
capaz de ver su desesperación y detenerla?
Si fuera más como Isis, ¿habría sido capaz de salvarla?
Eso es lo que haces, su voz hace eco. Proteges a las personas.
Mis dedos se contraen, los nudillos ensangrentados. Me doy vuelta y me dirijo
al auto.
Vine a encontrarme con mi nuevo jefe, Gregory Callan de Vortex Enterprises.
Este pequeño viaje al centro comercial era para poder sacar dinero de un cajero
automático. Me desvié por el hombre indigente.
El sofocante aire de septiembre me rodea, los grillos cantan canciones
solitarias en las altas hierbas doradas al lado de la carretera. Es la última ola de
calor, el último grito moribundo del brutal verano que golpea una vez en un siglo a
Ohio. La ciudad de Columbus nunca se ha visto más seca o más grande. El cielo es
de un pálido color blanco-azul y sigue para siempre. Mi camisa de vestir blanca se
pega a cada grieta manchada de sudor de mi cuerpo y el traje oscuro sobre ella es
incómodamente caliente.
No debería estar aquí.
Debería estar en Cambridge, Massachusetts.
Debería estar en Harvard instalándome en un mediocre dormitorio
residencial y aprendiendo a tolerar al idiota que será mi compañero de cuarto
durante un año. Debería estar tomando clases ahora, tomando notas en el
ordenador portátil que mamá me compró. Pero devolví el ordenador portátil y mi
habitación en la residencia. Lo devolví todo. Volví a redactar mi matrícula, cerré
mis cuentas bancarias, empaqué una mochila negra y dejé una nota en la encimera
de la cocina que le decía a mamá que no se preocupara.
Luego me fui.
Ese mundo, la pequeña pecera inocente que a los jóvenes angustiados les
gusta llamar universidad, no es para mí. Soy mayor que ellos. Siempre lo he sido.
Soy más inteligente que ellos. Siempre lo he sido.
Estoy sorprendida de que logres sacar tu cabeza de la almohada por las
mañanas.
La voz suena, clara y brillante en mis oídos. Pero ahora soy mejor en
ignorarla. Se ha vuelto más débil. No la he visto en medio año y sin embargo, su voz
se aferra en mi cerebro. Es increíble. Increíblemente molesto. Ya sea una prueba de
su personalidad exasperantemente persistente o una prueba de mi falta de
voluntad por dejar ir los últimos momentos de mi vida en los que recuerdo ser
verdaderamente feliz. ¿Feliz? No estoy seguro si alguna vez fui feliz, incluso con
ella. Es un revoltijo de recuerdos borrosos y momentos robados de cariño, todo
mezclado con el borde punzante de culpa que es el rostro de Sophia.
Tal vez fui feliz. Pero es inútil. No hay un verdadero valor en ser feliz.
No hay un verdadero valor en algo que no dura.
Giro a la derecha en las carreteras de desvío a Columbus, donde los camiones
se reúnen en cinco lugares y los contenedores de Matson obstruyen la polvorienta
área cercada con lotes. Dos enormes grúas reorganizan ruidosamente bloques de
contenedores cargando y descargando con una diligente y chirriante lentitud. Los
hombres con chalecos anaranjados y cascos se entrelazan entre los contenedores
comprobando el contenido, marcando las cosas en portapapeles y gritándose
obscenidades entre ellos sobre el caos ordenado. Gregory, un hombre alto de
hombros anchos con un impresionante bigote blanco y un traje, se encuentra en un
gran lote casi vacío. Un hombre más bajo, pero de alguna manera incluso más
robusto está a su lado, vestido con un traje oscuro como yo. Su postura es tensa
pero relajada, su cabello puntiagudo y sus ojos oscuros. Un tatuaje de dragón se
enrosca por su cuello. Es Charlie Moriyama, mano derecha de Gregory y el
guardaespaldas más confiable, aparte de mí.
Al otro lado de ambos está una mujer con el cabello negro atado en un moño.
Evita la falda de negocios por el traje de una mujer, pero en su lugar luce muy
profesional. No obstante, una profesional de la que no puedo decir mucho. No hay
un bulto de arma evidente en ella y las joyas que la marcarían como traficante de
drogas o tatuajes que la marcarían como miembro de una pandilla están bien
escondidos, si es que existen. Ni siquiera usa maquillaje. Extraño, considerando
que la mayoría de las mujeres que contratan los servicios de Gregory suelen ser
amas de casa adineradas con una venganza.
Gregory me ve llegar y me saluda. Interpreta al viejo alegre casi demasiado
bien, pero sirve para ocultar al empresario vicioso, soldado marchito y maestro de
cinturón negro que hay debajo.
—¡Jack! Vanessa y yo hablábamos sobre ti.
Me deslizo al lado de Charlie, quien se cruza de brazos y gruñe:
—Te tomaste demasiado tiempo.
—Tuve que hacer un desvío —digo—. Construcción de carreteras.
Charlie resopla.
—¿Sí? ¿Es la misma “construcción de carreteras” que te puso en las noticias la
semana pasada?
—Charlie, vamos. —Gregory sonríe—. Por lo menos vamos a tratar de fingir
ser amigos cuando estén frente a… —Se da vuelta y le ladea una ceja a la mujer,
como si le preguntara qué es ella.
—Por ahora, vamos a llamarme cliente potencial —dice Vanessa. Sus ojos
azules son feroces y están fijos en mis nudillos.
Trato de limpiar la sangre en mi pantalón.
—… frente a un cliente potencial —finaliza Gregory—. Además, Jack tiene
derecho a sus cinco minutos. Si no te conociera mejor, diría que estás celoso.
Charlie se burla:
—¿Celoso? Sí, jefe, en realidad estoy celoso del aspirante a Batman aquí.
Ascendí en los rangos más rápido que nadie en Vortex. El propio Gregory me
entrenó. Por supuesto que Charlie está celoso. Ha estado en el negocio por años, a
pesar de que no puede tener más de veintidós años de edad. Tuvo que abrirse
camino por sus padrastros. Cree que soy mimado y malcriado.
—No era consciente de que lo que hiciera en mi tiempo libre fuera de tu
criterio —digo.
Charlie me da una mirada.
—Es de mi criterio cuando decides utilizar tu entrenamiento para vencer a los
chicos que roban piruletas de 7-11.
—Agredieron a una mujer —contrarresto sin problemas.
—¡Eran pequeños idiotas cometiendo un pequeño crimen! —gruñe Charlie—.
Pero tu pequeño complejo de salvador tenía que perder el tiempo en esos idiotas
estúpidos.
—Mi tiempo. No el tuyo. No te concierne.
—¡Nos metiste en las noticias, idiota! Somos Vortex, ¡no un maldito Walmart!
—Nunca consiguieron su nombre, o una foto de él —interviene Gregory—. En
realidad, Charlie, puedes relajarte. No estamos aquí por una cacería de brujas,
estamos aquí por el cliente. Cálmate.
Charlie se vuelve de color rojo hasta sus zapatos con púas. Echo un vistazo a
Gregory y a pesar de su sonrisa, estrecha ligeramente los ojos. Debió decirle a
Charlie que se callara hace tiempo. Dejar que balbucee delante de un cliente era la
manera de Gregory dejar que Charlie se avergonzara. Es el tipo sutil de trampa
mental que a Gregory le encanta jugar. La mayoría de los jóvenes que contrata son
demasiado estúpidos como para esquivarla. Salvo para mí.
—Vanessa —comienza Gregory—, ¿harías los honores?
Ella asiente y saca una identificación de su chaqueta.
Siento mi respiración disminuir. CIA.
—Jesús, jefe. —Charlie chasquea los dientes—. ¿Qué demonios hacemos
hablándole a los federales?
—Soy Vanessa Redgate —dice la mujer—. Rama de Seguridad Cibernética. Le
ofreceremos al señor Callan un contrato.
—Fuera de la aprobación de la CIA, ¿supongo? —pregunto y me muevo—.
Teniendo en cuenta la zona de encuentro poco ortodoxa.
Vanessa asiente.
—Somos un pequeño grupo de élite de piratas informáticos que han barajado
fondos para el mayor mercado negro en internet.
—El Spice Road —digo.
Vanessa asiente de nuevo.
—Estoy impresionada. No era consciente de que los agentes Vortex
sobresalieran en algo más allá de sus músculos.
Gregory se ríe y me da una palmada en el hombro.
—Jack es un caso especial. Por favor, continúe.
—De todos modos, estos hackers trabajaron para el Spice Road. Se hacen
llamar los Guardias. El consejo de comisiones de la CIA ha decidido por
unanimidad prohibir el uso de terceros mercenarios…
—… contratistas —interrumpe Gregory, con una sonrisa—. Preferimos el
término “contratistas”.
Vanessa lo mira con recelo, pero se corrige.
—… decidieron prohibir el uso de terceros contratistas. Pero mi supervisor y
un gran número de agentes en el proyecto, han trabajado durante años para
rastrear a los Guardias. Por fin tenemos una ventaja, pero el consejo de comisiones
no quiere correr el riesgo de implementar un equipo y asustarlos y que se
escondan. El entrenamiento de los agentes especiales para esta misión en
particular es simplemente no rentable y para el momento en que terminemos de
entrenarlos, puede haberse terminado.
—Así que aquí es donde entramos nosotros —digo.
Asiente.
—Tenemos una fuerte evidencia de que dos personas estrechamente
vinculadas a Los Guardias se trasladaron recientemente a la universidad estatal de
Ohio como estudiantes de segundo año. El objetivo sería mantener la vigilancia
sobre estos dos sin sospecha. El objetivo final sería el de reunir pruebas,
preferiblemente copias impresas y registros electrónicos de sus actividades de
hackeo o sus correspondencias con los propios Guardias.
—¿Hasta cuándo? —gruñe Charlie.
Vanessa levanta una ceja.
—¿Disculpa?
—¿Cuánto tiempo duraría el contrato?
—Por todo el tiempo que sea factible mantener su cobertura en la universidad.
—Así que, por tiempo indefinido —digo.
—O hasta que reúnan las evidencias sólidas que consideremos suficientes
para incriminar a los dos, sí.
Miro a Gregory, quien se encoge de hombros.
—Charlie y tú son los mejores candidatos para el puesto de trabajo. Eres lo
suficientemente joven como para estar en la universidad. Diablos, podemos
falsificar los papeles de Charlie y hacerlo un año más joven. Los pondremos en la
misma habitación de la residencia.
—¿Nos estás pidiendo que nos sentemos y vayamos a la universidad con un
grupo de frikis privilegiados por un año? —pregunta Charlie—. ¿Está bromeando,
jefe? ¿Sabe lo aburrido…?
—Se pagaría la matrícula. Tendrían que soportar un espectáculo de asistir a
clase y mantener las calificaciones lo suficientemente decentes para continuar su
inscripción —interrumpe Vanessa—. Pero su principal preocupación será la
vigilancia y el secreto. Nadie tiene que saber por qué están allí.
—Dos de los Guardias son estudiantes universitarios —reflexiono—. ¿Tienen
nombres?
—Ninguno que pueda revelar a la intemperie. Enviaremos los expedientes una
vez se hayan firmado los contratos y ustedes dos estén en su lugar.
—¿Y tenemos que hacer esto por un largo tiempo? —protesta Charlie—. Jefe,
no quiero volver a la universidad, me uní para permanecer fuera de ella.
—Es el comienzo del año escolar. Van a mezclarse bien —dice Gregory con un
borde de dureza en su voz—. Sé que ustedes dos pueden hacer esto. En especial tú,
Charlie. Tienes el carisma para ello. Siempre lo tienes.
—Pero prefiero estar con usted, jefe. Aramon…
Gregory jala el brazo de Charlie y me hace señas para que me incline.
—Aramon no va a ninguna parte. Estos Guardias sí. Escucha, podría no
parecer difícil, muy glamoroso o emocionante, pero es un buen puesto sólido y van
a pagar bien. La CIA va a pagar, por el amor de Dios. Va a ser bueno tenerlos en
deuda con Vortex. ¿Lo entiendes? Nos gustaría mucho tenerlos en deuda con
nosotros, sobre todo cuando se trata de Aramon en el futuro.
Los ojos de Charlie brillaron con lento entendimiento.
Lucho contra el impulso de rodar los míos.
—¿Cuándo saldremos, señor? —pregunto.
Gregory se encoge de hombros.
—Tan pronto como sea posible, supongo. Les voy a reenviar los detalles
cuando los consiga. Todo lo que tienen que hacer es aprobar el contrato.
—Estoy de acuerdo en eso, señor —digo.
Charlie inhala, inflando el pecho.
—¡Yo-yo también estoy de acuerdo, jefe! —dice rápidamente, mirándome—.
No voy a dejar que Batman lo arruine.
—Tengo un nombre —digo arrastrando las palabras.
—Jack, correcto. Jackman. Jackoffman —corrige.
Los insultos son tan familiares que pican con un dulzor amargo, pero los
ignoro.
—Suficiente con las payasadas y juegos infantiles. —Gregory se endereza, y le
sonríe a Vanessa, extendiendo su mano—. Mis chicos dicen que lo harán.
—Fabuloso. —Toma su mano y la sacude—. Voy contactarlos con los detalles.
Ahora, si me disculpan.
Solo pasa un segundo antes de que se haya ido detrás de un contenedor
Matson. Se movió tan rápido que apenas pude seguir su paso. Debió haber
planeado su salida con minutos de antelación.
Charlie tiembla un poco.
—Malditos espías del gobierno.
—No parece tan mala —digo.
—Por supuesto que no parece mala para ti. Ya eres prácticamente uno de
ellos, todo robótico y feroz. Apostaría que matarías a tu novia si el jefe te lo pidiera.
Mi mano se dispara hacia su traje de solapas antes de que pueda detenerme.
El mundo se vuelve de un horrible blanco estático de nuevo, borrando el rostro de
Charlie, distorsionando la voz de Gregory que intenta convencerme de que lo deje
ir. Lo presiono contra el contenedor Matson, el olor a polvo, sudor y acero se vuelve
cenizas en mi nariz. No es más que una persona ignorante. Una marioneta. Podría
aplastarlo con tanta facilidad, quitarle la vida como lo hice con el hombre de esa
noche en el lago, como casi hice con Leo, como hice con Sophia.
Porque después de todo, la dejé morir.
La maté.
Hay miedo en los ojos marrones de Charlie, es lo único que impide que el
rugido consuma mi cerebro. Lo aparto de un empujón y paso de nuevo al auto.
Gregory me sigue, haciendo un gesto para que baje la ventanilla del conductor. Lo
hago de mala gana.
—Mírame —dice Gregory, su voz de repente oscura y dominante. De mala
gana encuentro su mirada—. ¿Vas a ser capaz de hacer esto? ¿O tenemos que
revisar nuestro entrenamiento?
Mi cuerpo se estremece por instinto, el recuerdo físico de las sesiones de
entrenamiento con Gregory. El recuerdo de la sangre que rezuma de mis oídos y
mirar hacia la madera rota enterrada profundamente debajo de la tierra, el olor de
la suciedad y la oscuridad en mi nariz. No. Nunca quiero someterme a ese tipo de
formación de nuevo.
—Tengo a la bestia bajo control, señor —digo lentamente.
Gregory mira a través de mí, luego asiente y acaricia el capó de mi auto.
—Empaca, entonces. Tienes una universidad a la que asistir.
Volvemos al motel que Gregory paga para que nos alojemos, dos camas
individuales, cucarachas en el microondas, manchas de sangre posiblemente de
hace años en la pared, pero mejor que dormir en nuestros autos. Mejor que la grava
en la que me hizo dormir durante el entrenamiento. Charlie se queja con
obscenidades y salta en la ducha inmediatamente. Ordeno comida china y abro mi
ordenador portátil. Gregory, siempre puntual y con ganas de empezar, nos remitió
los expedientes. Las dos caras de los Guardias me miran desde sus archivos del
FBI. Uno de ellos es bronceado, atlético, con un rostro apuesto y ojos oscuros como
los de un gato. Kyle Morris. El otro, bien parecido, cabello castaño y un rostro
simétrico con ojos como el acero congelado.
Will Cavanaugh.
3 años
44 semanas
2 días
Me parece que a la gente vieja realmente le gusta decirte que disfrutes tu vida
mientras eres joven. Dichas personas son usualmente de cuatrocientos nueve años
de edad y manejan Volvos. No es que haya nada malo con los Volvos, pero
definitivamente hay algo malo con ser de cuatrocientos nueve años de edad. Esto se
debe principalmente a tener demasiada experiencia para hacerte aburrido y plano
como una soda de hace semanas vencidas
Anexo A: Jack Adam Hunter.
Anexo B: Vampiros inmortales, probablemente.
Anexo C: Abuelos.
Excepto mi abuela. Mi abuela es tremenda. Lo sé porque cuando tenía dos
meses de edad me llevó a dar un paseo en la canasta atada a su Harley Davidson.
Estoy ligeramente positiva sobre esa experiencia llena de viento y de escape, y me
grita a mano en la heroína gallarda que soy hoy. Mamá y papá la enviaron a una
casa para ancianos, ya que supongo que tomar a su nieta bebé para dar una vuelta
con su pandilla en moto es el primer signo de demencia o algo así. Pero ahora que
estoy en Georgia al menos nos reunimos. Hubo lágrimas y tejidos mocosos. Eso
duró aproximadamente cinco minutos, ahora hay todo un montón de locura.
—No soy nadie para cuestionar la validez de hacer las cosas interesantes —
digo mientras le doy a abue otro puñado de fuegos artificiales—. Pero si fuera ese
tipo de persona que, ya sabes, alguien realmente aburrido, patético y
definitivamente no yo, mi pregunta podría ser a lo largo de las líneas de qué
demonios estamos haciendo en este techo a las 4:00 a.m., signo de interrogación.
Al menos cuatro signos de interrogación irían después de eso. Y al igual que, un
emoji muy preocupado.
Abue hace un ruido tut-tut y mete el resto de los fuegos artificiales en la boca
de la chimenea. Hay tantos que ya no puedo ver más el ladrillo oscuro interior.
Corrimos un fusible a través de la chimenea hace una hora, y ahora abue ata el
enorme fusible combinado con todos los fuegos artificiales. Se sienta sobre sus
talones y se aparta de los ojos su escaso cabello teñido de verde. Dirigiéndome una
malvada sonrisa.
—Como presidenta del comité de Bienvenida y Despedida de la casa de
ancianos Silverlake, es mi deber darles aquí a las chicas y chicos una adecuada
despedida. Nada de este cortejo fúnebre, aburrido sacerdote sin sentido. Viola era
una buena mujer, con mucho amor por la vida. Ella nunca querría una despedida
aburrida, pero sus hijos están obligándola. ¡Incluso después de que está muerta!
—¡El horror! —jadeo en sintonía con ella.
—Exactamente. —Abue me señala. Sus ojos son de mi color marrón rojizo, del
color marrón rojizo de papá—. Horror. Horrible. Las cosas que la gente hace en
estos días para faltarle el respeto a los muertos son simplemente horribles. Así que
vamos a respetar a mi amiga muerta correctamente.
—Por el relleno de la chimenea llena de fuegos artificiales.
—¡Por el relleno de la chimenea llena de fuegos artificiales! —concuerda—.
¡Cuando la enfermera venga por la mañana y encienda el fuego, encenderá todo
este maldito lugar! Viola hubiera conseguido una buena risa de eso.
Sonrío y ayudo a abue a bajar las escaleras de incendio. Está tan alta y en
forma para tener setenta años de edad, pero sigue siendo delgada y frágil con sus
muñecas y dedos diminutos. Cuando estamos de vuelta en tierra firme y
caminamos por el césped hacia su edificio, abue lanza un brazo alrededor de mi
cuello.
—¿Qué sobre tu funeral? ¿Eh? —pregunta.
—¿Quieres decir lo que nunca va a suceder? Porque voy a reunir las siete
esferas del dragón y desear la vida eterna.
Se ríe.
—Sí, eso. ¿Qué quieres para él?
Medito todo por unos seis segundos y medio.
—Fiestas. Bailando desnuda. Tal vez un pastel. —Abue me sonríe mientras
caminamos por las escaleras blancas—. ¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Por qué me estás
dando la mirada?
—Oh, nada. Haz crecido tanto, es todo. Dijiste: fiesta, sin volverte de cinco
tonalidades de purpura.
—Sí, bueno, ahora soy una persona adulta responsable, muy madura, y puedo
hacer cosas como hablar de mis pruebas y tribulaciones con calma.
—Mmm-Jumm —dice abue expectante.
—Tal como besarse. Realmente me besé con alguien. —Abue espera—. Quiero
decir, le di un puñetazo antes de que se lo correspondiera. Pero era un golpe
maduro.
Abue se ríe, lleno y ruidoso.
La señalo mientras abre la puerta de su habitación y se sienta sobre su cama.
—No te atrevas a empezar a nombrar cosas que quieres en tu funeral. Porque
sé que es un hecho, cuando los ancianos dicen cosas, por lo general se hacen
realidad y si mueres estaré excepcionalmente desanimada.
—Se hacen realidad porque somos sabios, querida.
—Se hacen realidad porque ustedes tienen extraños poderes cerebrales
impresionantes que parecen hacer todo lo posible, pero que conceden la
inmortalidad. Y los dientes.
Abue se ríe, sacándose sus zapatillas y acostándose en la cama.
—Ven acá.
Me embrollo en la cama y me siento.
Toma mi mano y la acaricia lentamente, mirándome directo a los ojos.
—Mucha gente en tu vida te va a decir cómo piensan que deberías vivir.
Algunos podrían no decirlo abiertamente. Algunos podrían simplemente
convencerte sin decir nada de lo que necesitas para vivir de una determinada
manera. —Mira por la ventana oscura salpicada de estrellas, sonríe y luego mira
hacia atrás para mí—. Escúchame cuidadosamente, dulce niña. No vivas de otra
manera que en la forma en que te hace feliz. Si no eres feliz, deja a tu amante. Si no
eres feliz, deja el trabajo. Si no eres feliz, haz algo más para ser feliz. Porque eres la
única que puede hacerte feliz.
Abro la boca para discutir, pero me calla.
—Lo sé. Sé que otras cosas y otras personas te harán sentir feliz. Pero no van a
hacerlo. Eso viene de ti, viene de tu propio corazón. Dejar que la felicidad crezca en
ti viene desde todo el interior. Algunas personas nunca aprenden eso. Algunas
personas nunca dejan entrar la felicidad, o la dejan entrar demasiado tarde.
Algunos nunca la dejaron entrar porque tenían miedo. Pero eso es lo peor que te
puedes hacer a ti misma. Eso es castigarte a ti misma. Mucha gente ni siquiera sabe
lo que hacen. Así que, quiero que sepas que quiero que trates de ser feliz, por ti
misma.
Siento mis ojos llorosos, pero trato de detenerlos. Si lloro ahora, nunca podría
parar.
—Había una chica —digo—. Una amiga. Algo así. Ella nunca… nunca la dejó
entrar.
—¿Y dónde está ahora? —pregunta Abue pacientemente.
—Ella… —Aprieto mi puño en la mano de abue—. Se suicidó. Y fui la última…
Fui la última en hablar con ella, abue y yo…
Los fuertes y delgados brazos de abue me engullen, el olor a canela y ropa
mohosa flotando arriba de ella.
—Podría haber… debería haberlo visto, debería haber…
—No había nada que pudieras haber hecho. —La voz de la abue es fuerte.
—Pero yo… estaba con ella y la conocía, sabía lo triste que estaba…
—Debió haber sido muy infeliz.
—¡Todos sabíamos eso! pero… pero pensamos…
—¿Y qué pasa ahora? ¿Piensas que todavía es infeliz?
—Está… muerta.
—Donde quiera que esté ahora, es más feliz que cuando estaba aquí.
Me alejo.
—¡No lo está! Solo está muerta. No puede sentir nada. Si ella... si siguiera viva,
podría tener la oportunidad de ser feliz de nuevo, aquí, con todo el mundo…
Los ojos de abue son sombríos, pero brillan.
—Eso suena muy parecido a otra persona diciéndole a una chica cómo vivir su
vida.
Mi boca se abre con una réplica, pero la cierro.
Abue mueve sus brazos y me abraza más cerca, arrastro mi cabeza en su
pecho y la dejo. Es como volver a casa.
—Llora por ella, dulce niña, no por lo que hizo o no hizo. Y luego levántate.
Encuentra lo que te hace feliz —murmura—. Y sé feliz. La vida es demasiado larga
para estar tan triste, estoy segura de que ella quiere que seas feliz.
Todas las torcidas, enojadas caras de Sophia se componen en mi mente.
—No creo eso —digo.
—Pero dijiste que era tu amiga.
—Sí, pero… la herí. Hice cosas para hacerle daño.
—¿Fue a propósito?
Mi respiración se atrapa antes de que pueda decir que sí. Reflexiono sobre mi
beso con Jack. Nuestra guerra. La risa, la ira justificada y la licitación, momentos
cariñosos. Los recuerdos pican, como el jugo de limón en un Papercut.
—N-no. Solo estaba tratando… ¿de ayudar?
Abue levanta una delgada ceja.
Sacudo mi cabeza.
—Eso es lo que era al principio. Intentaba ayudar a Kayla. Pero entonces...
pero luego empecé a quererlo de verdad. Estaba haciéndole daño a Sophia
porque él me gustaba. Cada segundo que me gustaba era más daño para ella. Así
que, lo tomé de regreso. No estaba tratando de ayudar. Estaba siendo egoísta.
—Suena como si estuvieras tratando de ser feliz con este muchacho.
Me burlo.
—Pero le dolía. La heríamos mucho. Estaba entre ellos. Yo… Probablemente
sintió que no tenía nada que perder, con él siguiendo adelante. Así que ella… ella…
El vestido blanco sobre el césped verde parpadea en mi mente. Los ojos azules
de Sophia, vacíos, con el cabello como un estandarte de barba de maíz y luz de la
luna, cubierto de sangre, donde la cabeza se estrelló con el suelo. La minúscula
pulsera de plata que decía Tallie brillando hacia mí.
Había perdido todo. Y tomé a la última persona en su vida. Lo hice sin
siquiera pensar, sin siquiera considerar cómo podría hacerle daño. Solo seguí
hacia delante e hice lo que quería porque era egoísta. Porque quería ser feliz.
Porque quería amor cuando sabía que no lo merecía.
Y ahora, nunca lo voy a merecer.
Soy la cosa mala.
Soy el más oscuro dragón que se comió a la princesa más triste.
Mis pensamientos son groseramente interrumpidos por el dedo de la abue
agitando mi frente.
—Puedo oír los engranajes de tu cerebro dando vueltas. No vayas por ese
camino. Eso es arrogante. Piensas demasiado de ti misma y tu efecto en las
personas. Si ella se fue y se mató lo hizo porque su vida era miserable, y había
pensado en ello durante mucho tiempo, no porque hiciste una pequeña cosa.
—Pero contribuí. Yo…
Abue se recuesta en su cama y hace rabietas, tirando de la cubierta sobre ella.
—No voy a discutir contigo cuando estás toda envuelta en la autocompasión,
¿me oyes? Vuelve cuando estés pensando con claridad. Quiero hablar con mi nieta,
no con un mártir tonto que está tratando de tomar toda la culpa.
Me voy tranquila.
Abue debió darse cuenta de lo raro que es esta ocasión, porque suspira.
—Lo siento, chica. Sé que es difícil. Pero lo estás haciendo más difícil para ti
misma. —Se inclina y me besa en la mejilla—. Vuelve a las 9:00 a.m. La enfermera
encenderá el fuego entonces.
Una pequeña y sombría sonrisa tira de mis labios.
El regreso a casa es todo oscuro y pálido, con una luna menguante dorada
blanquecina acostada en el horizonte. El mismo color que el cabello de Sophia.
Oigo su voz claramente en mi cabeza.
“Intentaste ayudar. Intentaste ayudar, y por eso nunca podré agradecer lo
suficiente”.
***
***
3
Tourette: El síndrome de Tourette es un trastorno neuropsiquiátrico heredado con inicio en la
infancia, caracterizado por múltiples tics físicos (motores) y vocales (fónicos).
—Uh, Ohio. O quiero decir de, no. ¡Florida! Síp, eso es. Crecí ahí y me mudé
aquí en mi último año. ¿Qué hay de ti? Oooh, déjame adivinar. Diablos, eres del
Infierno.
—Definitivamente soy del Infierno. Infierno, Kansas.
—Me gustan los fideos sin cocinar y manejar como una maníaca —continúo.
—Odio todo excepto el tocino y los pepinillos. Y no manejo.
—Una vez en tercer año me metí dulces en la nariz para impresionar a un
chico. Adelanto: no se impresionó.
Yvette se ve impresionada, después mira por la ventana.
—Comencé a fumar porque es el primer año de universidad y ya sé que la voy
a abandonar.
Y es su honestidad lo que me mata. Es la forma en que lo dice —toda franca,
no dramática, solo honestidad modesta. Algo que nunca he tenido. Algo que
debería tener. Algo que, si hubiese tenido, habría salvado la vida de alguien, quizás.
—Mi amiga se mató —digo. Yvette mira encima de mí por un segundo, un
segundo que se estira por lo que parece una hora y nunca quiero que termine,
porque me está mirando en vez de ver a través de mí como todos en este lugar.
Yvette abre la puerta y caminamos, señala a su cama.
—Esta es mi mitad. Esa es tu mitad.
Asiento y sonríe, su cabello rosa brillando desde atrás por el sol.
—Vamos a conseguir algo de jodida comida.
***
4
Shangri-La: es el topónimo de un lugar ficticio descrito en la novela de 1934 Horizontes
perdidos.
padecer a cualquier alma de cualquier ser humano mortal. Excepto a Beyonce,
porque todos sabemos que no es mortal del todo y también porque tiene a Blue Ivy,
a quien ODIO porque es muy injusto, pues se suponía Beyonce que fuera mi mamá.
—La música de Beyonce es terrible —dice Yvette mientras vamos a cenar.
—Ah, sí —digo—. Permíteme marcar eso en esta pequeña lista que tengo
titulada como “Las 25 razones por las que te unirás a mí en la Eternamente
Agonizante Lava Pit Portion del Reino de Belcebú”.
—Te hablas a ti misma demasiado. ¿Es como un defecto de nacimiento?
—Es un efecto secundario de los residuos radiactivos con los que mi madre
me bañaba de vez en cuando, cuando estaba embarazada de mí, sí.
Yvette abre la boca para decir algo más, luego, la cierra y se vuelve del color de
un sándwich de salsa de tomate —blanco en los bordes, rojo en el centro. Sigo su
mirada hacia un grupo de chicas, pero antes de que pueda determinar qué dama
voladora tiene su atención, Yvette aparta la mirada, aclarándose la garganta y
agarrando un tazón de sopa.
—Como sea —dice con mucha dificultad—. Hay un espectáculo de música en
Emel Hall. Mayormente son tíos sudorosos tonteando con tambores y cubiertas de
Alice In Chains. Deberías venir y educarte sobre la verdadera música.
—Espera, vaya, ¿solo vamos a ignorar el hecho de que tú…?
Yvette de repente usa una gran cantidad de sopa como limpiador de pisos.
—¿Que yo qué? —dice bruscamente.
—Uh, nada. No importa. Sí, iré. ¿Hay que pagar algo o qué?
Se relaja visiblemente.
—Es gratis. ¿Nos vemos a las 7:00 p.m., entonces?
Respondo haciendo un movimiento como de tocar la guitarra, sonríe y se va.
Como mi rebanada de pizza en la terraza, donde el sol moribundo pinta todo en
colores oro pálido y plateado. Las sombras de los árboles crecen mucho,
enredándose con las sombras de los transeúntes y desenredándose de nuevo.
Y ahí es cuando lo veo.
Me esfuerzo por no verlo. De verdad lo hago. Mi cerebro da un chisporroteo, y
me olvido de cómo tragar. Mi piel hormiguea, caliente al principio, luego tan
terriblemente fría que bien podría estar en Alaska. Empiezo a sudar, y mis ojos se
mueven en busca de todas las salidas de la terraza —las escaleras, las escaleras de
atrás, por la cafetería y por la puerta. Ni siquiera pienso en ello, solo lo hago. Estoy
reaccionando en lugar de pensar cuando recojo mi plato y lo vacío en un flash de
dos segundos, dos segundos y el terror tiene un asimiento completo y total sobre mí
mientras me lanzo al interior de la cafetería y lo observo acercarse a través de la
ventana.
Rizado cabello castaño oscuro cae sobe sus ojos. Ojos del color del acero, un
azul tan oscuro que no puedo ver luz en ellos. El color de las espadas y el océano,
ambos aterradores, ambos fuertes, ambos pueden matarte. Mató una pequeña
parte de mí. Sus cejas son gruesas y su boca agradable, y si lo pensaras podría estar
en una banda de chicos británicos, tal vez, posiblemente. Las pecas en su nariz
todavía están allí, las pecas por las que había escrito poesía estúpida. Es más alto de
lo que recuerdo —más alto que la mayoría de los chicos aquí y sus bíceps son
enormes, ha estado levantando pesas y eso haría a cualquier chica desmayarse,
pero a mí simplemente me da ganas de vomitar. Todo lo que quiero hacer es
vomitar, aquí, en toda la maceta detrás de la que me estoy escondiendo. Pero por
encima del pánico que está convirtiendo mi cerebro en puré, otra parte de mí grita
en silencio.
¡Qué. Mierda. Está. Haciendo. Sin Nombre. Aquí!
Aquí, de todos los lugares, aquí, de todas las malditas universidades. Tiene
que ser una broma. Ha de estar visitando a un amigo o algo así. No puede estar
matriculado aquí, aprendiendo aquí, durmiendo dentro de los mismos diez
kilómetros que yo. No puede ser. Simplemente no puede. He venido aquí para
evitarlo. Me mudé a todo un estado para dejarlo atrás, y ahora me encontró de
nuevo. No, mierda, no hay manera de que esté aquí solo por mí. Es una
coincidencia. Su mierda de los correos electrónicos amenazantes a principio de año
no eran más que un último esfuerzo por burlarse, su forma de… de… de ¿qué? En
algún lugar en el fondo de mi mente, las sesiones con el Dr. Mernich me golpean, el
ardor oscuro y duro. Hacerme estallar. Su manera de hacerme estallar. Quería que
recordara. Y ahora va a verme recordar. En persona.
—O-Oye, ¿estás bien?
Levanto la mirada. Una chica con el cabello color miel y grandes ojos grises
detrás de gafas parpadea hacia mí. Huele un poco a rosas y almizcle. Mis poderes
estelares de observación me alertan sobre el hecho de que tiene las tetas más
grandes que Kayla y un grueso, suave vientre, aunque eso apenas se registra a
través de mi bruma de pánico.
—Definitivamente no estoy bien —digo, mi voz débil y alta.
—Sí, te ves como la mierda. —La muchacha cubre su boca, luego susurra—:
Mmm, no en general. Pero ahora te ves enferma, eso es todo. Mal, enferma. No,
mmm. Rara, enferma.
Rara, enferma. Puedo sentir literalmente las estrellas comenzar a brillar en
mis ojos mientras la historia se despliega y descubro a la única persona en el
planeta Tierra que puede haberme impulsado, a mí, Isis Blake, a hacer juegos de
palabras estúpidos. Y tiene curvas fabulosas. Y olor a rosas. Pero entonces recuerdo
que he estoy en medio de sufrir un ataque de pánico leve.
—Eres muy linda y todo —digo rápidamente—. Pero ahora mismo estoy
enfrentando el hecho de que mi ex novio viene a esta universidad, lo cual es una
grosería extrema. Es probable que no quieras quedarte por algo que está al mismo
nivel de asqueroso que una cubeta de la baba de Nickelodeon, así que si pudieras
irte para que pueda volver al estado de ánimo aterrorizado y paralizado de antes te
lo agradecería.
La chica de las gafas frunce el ceño y busca en la multitud.
—¿Te aterroriza? No estoy nada de acuerdo con eso. ¿Cuál es?
—Oh, es el que tiene el aura infernalmente amenazante apenas oculta bajo
una máscara vaga de tendencias antisociales y abdominales, ahora mismo está
entrando a esta sala y oh, dios mío me tengo que ir. Al espacio.
Me lanzo por la puerta trasera mientras Sin Nombre entra en la cafetería.
Trago el aire crepuscular y mis pasos son tan grandes y frenéticos que casi me
caigo. La chica de gafas me estabiliza agarrando mi codo.
—Oye, mmm, en serio, ¿quieres que te lleve a la enfermería?
Lo considero por un largo momento.
—Sabes, eso sería precioso. Pero primero vomitaré en tus zapatos, por lo que
probablemente no querrás hacer eso o incluso ser remotamente amable conmigo
nunca más.
—Bueno.
Sin contemplaciones vomito en sus zapatos. Cuando ya no estoy haciendo
atractivos ruidos, la chica se ríe.
—Soy Diana. Estos son los zapatos de mi compañera de cuarto. Ella es una
perra.
—Oh, hombre. —Me limpio la boca—. Me encanta echar a perder los zapatos
de una perra. Lo he hecho tantas veces. Mayormente a este chico bastante estúpido.
Y ahora a ti. No es que seas un lindo chico estúpido. Porque tienes tetas, no un
pene. Obviamente. Mmm.
Hay una pausa reflexiva. Diana parece perfectamente informada de su propio
género.
—Soy Isis.
—Encantada de conocerte, diosa egipcia de la fertilidad. —Diana sonríe.
—Ella estaba llena de conjuros mágicos y casi siempre andaba desnuda, lo
cual es genial excepto porque probablemente había arena en su Hooha, pero me
gusta eso de casarme con mi propio hermano (nota al pie: asqueroso), y si tuviera
los poderes mágicos de Isis (juego de palabras totalmente previsto) estaría
hechizando tipos, no sexeando con ellos, y definitivamente no me quedaría aquí
durante cuatro años para averiguar qué no me importaría hacer para ganar dinero
hasta que me muera y oh Dios, necesito morir.
Yo también. En la acera. Diana me mira con una inconfundible curiosidad
morbosa.
—Tu charco de vómito está justo al lado de tu cabeza. —Señala amablemente.
Arrugo la nariz y me arrastro cinco metros de lado en la hierba. La hierba se
convierte en una colina y estoy rodando, huele a tierra y a nuevos brotes verdes y
frescos, y cuando el mundo se detiene, deja de girar y yo me dejo de mover, Diana
se tambalea por la colina preguntándome si estoy bien, trayendo ese olor suave de
rosas con ella, y me echo a reír.
Todo el terror en mi pecho quedó fuera por la caída. Rompió el duro y frío
agarre de Sin Nombre. El olor de la tierra calentada por el sol y la sensación de
hierba cosquilleando mi trasero me recuerda que pasará. Él pasará. Morirá
también, algún día, y entonces voy a ser realmente libre, pero ahora no es el fin del
mundo. Él está aquí. Yo estoy aquí. Pero ahora somos personas diferentes. Soy más
fuerte debido a todo lo que pasó. Gracias a él y al dolor. Pero mayormente gracias a
Sophia, Jack, Kayla y Wren.
Quiero ser feliz. Feliz como Sophia lo es ahora. Feliz como quiero que Jack sea
ahora.
Incluso si los dos se han ido. Incluso si todos se han ido.
Incluso si estoy sola.
Diana me mira reír, sonriendo, y se sienta a mi lado. Es entonces que
confirmo mis sospechas —solo un total bicho raro sería capaz de seguir pasando el
rato con alguien que vomitó en sus zapatos, luego rodó por una colina como un
hámster con alto nivel de azúcar y entonces se rió de eso. Diana podría ser una
asesina en serie. O una persona verdaderamente agradable. Como el tipo de
persona que no debería estar merodeando a tu alrededor.
—Estás llorando —dice con brusquedad, recogiendo un diente de león y
soplando la pelusa.
Me limpio el rostro.
—Lo he estado haciendo mucho últimamente. Porque, ya sabes, el llanto es
divertido. Si piensas en ello como un Splash Mountain para tus ojos.
Diana se ríe.
Me pongo de pie, quitando la hierba de mis esculpidos abdominales.
—De todos modos, ha sido divertido, pero tengo que ir a contemplar el hecho
de que podría estar perdiendo mis putas canicas.
Diana se encoge de hombros.
—Creo que solo tienes miedo. Da miedo. La universidad. Podemos hacer
cualquier cosa. Podemos fallar, reprobar, beber, fumar o tener relaciones sexuales y
a nadie le importa. Ya no somos niños. No hay padres aquí. Pase lo que pase en el
futuro, sucederá por las elecciones que hagamos ahora. Eso da verdadero miedo.
Miro su rostro.
Ella abraza sus rodillas.
—Y ver ex a los que no has visto en mucho tiempo, también da miedo. —
Pierdo toda voluntad de irme y me echo a su lado. La última cosa que quiero hacer
en este momento es estar sola. Vemos el atardecer pasar a través del cielo con fuego
y terciopelo—. Los chicos son extraños —concluye Diana sabiamente.
—No sé nada acerca de chicos excepto por qué a veces hacen ruidos extraños
—digo.
—Eso se llama hablar.
—Oh.
Diana mira de reojo hacia mí.
—Si hizo algo malo, puedo golpearlo por ti.
—¿Generalmente vas por ahí ofreciendo mercenariamente golpear a la gente?
—Tengo cuatro hermanos pequeños. Sería un desperdicio dejar que mis
talentos se marchiten.
Es mi turno de reír. Voces me hacen saltar. Disparo un cuidadoso vistazo
hacia la colina, pero es solo una multitud de chicas ruidosas chillando a medida que
pasan.
—En realidad no quiero vivir mirando constantemente por encima de mi
hombro de nuevo. —Suspiro—. Fue una mierda en la Florida y va a ser una mierda
aquí.
—Diría que lo ignores, pero supongo que eso es más fácil decirlo que hacerlo,
¿eh?
Asiento.
Diana recoge una brizna de hierba. Estoy a punto de decir algo profundo y
posiblemente cambia-vidas cuando la clara y fuerte voz de Yvette corta entre
nosotras. Una funda de guitarra está atada a su espalda, su cabello rosa a juego con
la puesta de sol.
—¡Oyeeee! ¿Vienes al espectáculo o qué, nueces locas?
Me pongo de pie temblorosamente. Disparo una última mirada hacia la
cafetería. La gargantilla de espinas alrededor de mi cuello se ha ido ahora. Él se ha
ido. Estoy a salvo. Por ahora. Diana está conmigo y le sonrío.
—En una escala de uno a obvio, ¿cuánto te gusta la música?
3 años
47 semanas
1 día
***
Ella es fuego e ira, con todas las garras extendidas, su cabello balanceándose a
su alrededor en un suave viento de noche de verano y sus ojos canela ardiendo con
la luz del pasillo. Brilla en la oscuridad de terciopelo, un poco más delgada de lo
que la recordaba y un poco más triste, pero ardiendo de igual forma. Siempre
ardiendo. Me caliento con su furia, abrazando la sensación cálida y dulce de su ira y
toda la vibrante vida detrás.
Está aquí, está a mi alcance. Es real y corpórea y está enfadada conmigo. Tal
vez nunca haya estado no enfadada conmigo, y es por eso que se siente correcto.
Siempre hemos estado en desacuerdo. Siempre hemos colisionado. Después de
meses de sentirme mal, esto —mirar a mi diablillo (¿mío? No, desaproveché la
oportunidad de llamarla mía.)— es lo único que se ha sentido bien. Los planetas
están alineados, el último engranaje encaja en su lugar, y el mundo comienza a
girar otra vez, como es justo y necesario.
—Pensaba que ibas a ir a Stanford —intento.
Se enfurece.
—No cambies de tema, grano en el culo.
—Deberías haber ido a Stanford. Habría sido un reto para ti.
Habrías sido más feliz ahí. Habrías doblado el mundo a tu voluntad. Habrías
conocido a chicos más inteligentes y buenos ahí. Chicos que no son yo.
—Vaya. —Frunce el ceño—. No pensaba que fuera posible, pero de alguna
manera te has vuelto mejor en cabrearme. Llama al Papa porque tenemos un
jodido milagro de buena fe en nuestras manos campesinas.
A través de la ira puedo ver sus hombros temblando. No pensé que fuera ella,
en primer lugar. Estaba tan quieta, todos sus mechones púrpura desvanecidos.
Pero reconocí a Will Cavanaugh. ¿Cómo podía no hacerlo? Estudié su rostro en el
expediente durante noches sin fin, memorizando cada línea y curva, planificando
dónde y cómo lo lastimaría más. La chica dócil hablando con Will no podía haber
sido Isis. Pero entonces vino la patada a su bazo, salvaje, furiosa y todo reacción,
sin premeditación, y supe de inmediato que era ella. Aquí, de todos los lugares. Mi
corazón tartamudeó, el color y la calidez fluyendo a donde meses de entrenamiento
y culpa los habían drenado hasta grises y negros.
—¿Qué hay de ti? —escupe cuando no digo nada—. ¿Harvard se puso
demasiado presumido para ti? A quién estoy engañando, la reina de Inglaterra es
menos esnob que tú.
—He sido trasladado aquí. Nunca fui a Harvard.
—Entonces. ¿A. Dónde. Demonios. FUISTE?
Sus palabras son veneno lento, sus ojos están entrecerrados. No puedo
decírselo. No lo entendería. No, sí lo haría. Lo entendería mejor que todos, y por
eso no puedo decirle. Eso me acercaría más a ella. Estuve encantado de aceptar este
trabajo al principio, aunque solo fuera por mi venganza planeada a Will, pero ahora
que ella está aquí, me arrepiento. Esta escuela nos acerca.
Tan cerca. Lo suficientemente cerca como para que la lastime otra vez,
haciéndole daño hasta un punto de no curación, como hice con Sophia.
Saboreo los cortes que su furia me hace, el dolor que me deja saber que sí,
todavía estoy vivo.
Incluso después de tratar de matar al viejo yo, el hijo de puta que hace daño,
de dejarlo atrás enterrado en culpa al lado de Sophia y Tallie, una sola llama de los
labios de Isis me recuerda nuestra guerra, nuestras palabras, nuestro vínculo.
Quiero besarla. Quiero besarla mientras me convierte en cenizas. Quiero que me
mate como si yo no hubiera tenido el valor de hacerlo.
Pero está temblando. Así que me conformo con palabras.
—Pensé que nunca te vería de nuevo —digo.
Se burla. Su armadura está mostrándose con toda su fuerza, más resistente y
más quisquillosa que nunca, gracias a mí. Gracias a Will. Gracias a bastardos como
nosotros dos.
—Aprendiste esa línea en una de las novelas románticas de pacotilla de
Sophia… —Cubre su boca al instante, pero es demasiado tarde. El nombre de
Sophia resuena en el espacio abierto, desgarrando los puntos de nuestras heridas.
Pero donde el dolor detiene a la mayoría de las bocas, enciende la de Isis—. Te odio,
Jack Hunter.
Quiero abrazarla hasta que ya no pueda detenerme, hasta que no pueda
escapar a algún lugar más seguro. Algún lugar sin mí.
Asiento en su lugar.
—Lo sé.
—No. No lo sabes. Crees que esa guerra inmadura era odio. Pero esto… esto
es… —Cierra sus ojos apretadamente—. Me dejaste. Me dejaste como a todos los
demás, y no puedo perdonarte por eso.
—No tienes que hacerlo —digo—. No me debes nada.
Se ríe, su severa fachada rompiéndose por un momento, su antigua
personalidad derramándose a través de las grietas.
—Y no me debes nada, obviamente. Ni siquiera una llamada. Ni siquiera un
maldito mensaje de texto diciendo, oh, no sé, “no estoy descomponiéndome en un
río en algún lugar después de tirarme de un puente, todavía estoy respirando, no
esperes por mí”.
Y ahí es cuando lo veo. No es ira porque le haya hecho daño. La ira de Sophia
era siempre porque le había hecho daño. Ésta ira más pura, más brillante, es
porque hice preocupar a Isis. Porque pensó que estaba muerto, o más bien, porque
no sabía si estaba vivo o no. Es demasiado amable, demasiado maternal para que
esta furia sea por algo más que un instinto de protección negado. Tuve ese tipo de
ira una vez, también. La desaté sobre Isis después de que la hubiera atrapado en mi
habitación mirando mis cartas —en mi mente, tratando de llegar a Sophia.
He conocido a Isis el tiempo suficiente (no, casi un año, pero se siente como
siglos) como para saber que cuando tiembla, ha ido demasiado lejos. Cuando
tiembla, su pasado está alzando la cabeza, arrojando sombras sobre su mente.
Siempre he considerado abstenerme de tocarla, de volverlo peor, y aunque me grito
a mí mismo para permanecer de esa manera, no puedo.
No puedo.
Doy un paso hacia ella, envolviendo mis brazos alrededor suyo débilmente y
apoyando mi cabeza en su cuello.
—Ya no puedo hacerlo —digo en voz baja—. Traté y traté, Dios, traté de ser el
más fuerte. De hacer las cosas bien para todos.
Isis se pone rígida, y por un segundo me doy cuenta de lo que estoy haciendo
y trato frenéticamente de alejarme. Algo desesperado y oscuro está carcomiendo mi
centro, frenado por el brutal entrenamiento de Gregory y mi propia contención y
negación. Pero, como la bomba que es, simplemente ver a Isis de nuevo provoca
grietas en esa presa, y va a ver a través de las grietas al verdadero yo, me va a ver
como nadie más lo ha hecho, como estoy fingiendo no estar, roto y muerto por
dentro, y tengo que irme, serenarme, pero no me deja alejarme, envolviendo sus
brazos apretadamente alrededor de mi cintura y manteniéndome presionado
contra ella, contra su calidez, olor y silenciosa comprensión.
—Lo i-intenté —susurro—. Traté de protegerla a ella y a ti, y a todo el mundo.
Pero lo único que hice fue matarla. Fallé. Fallé y la maté, y te lastimé.
Aprieto mis ojos cerrados, caliente humedad agrupándose en ellos.
—No merezco vivir…
Sus brazos se aprietan, sacando el aire de mí.
—Para —dice Isis.
—Es la verdad…
—Noticia de última hora, no todo lo que cae de tu hermosa y tonta boca es la
verdad. —Hay una pausa—. Ah, mierda. Acabo de llamarte hermoso. Ahora tengo
que cometer seppuku5.
—No te atrevas —murmuro en su cuello.
—¿Ves? Eso es lo que se siente. Eso es lo que se siente cuando dices que no
mereces vivir. Nueva regla: nadie va a hablar de suicidio nunca.
Una lágrima se me escapa, y la entierro en el cuello de su camisa.
Pone una mano sobre mi cabeza, acariciándola.
—Si realmente piensas que eres tan malo —dice—. Entonces vive. Vive y sufre.
Vive con los recuerdos de todas las cosas malas que has hecho. No tomes el camino
más fácil.
Hay una pausa conmovedora. Luego agrega:
—… idiota.
El insulto es una pequeña inyección de realidad, de luz. Las grietas en mí
alivian la presión del año pasado, del año antes del último, el agua fluyendo a
través de ellas poco a poco mientras mi respiración sale de mis pulmones. Levanto
la mirada y acuno su rostro.
—Solo voy a decir esto una vez, así que escucha con atención.
Sus ojos están muy abiertos, sus labios separados y sus mejillas rojas. Sus ojos
también, me doy cuenta, están más que un poco llenos de lágrimas.
—Tienes razón —termino—. Por una vez, tienes razón, Isis Blake.
Entonces sonríe, y por el más breve medio segundo antes de que sus amigos
salgan apresuradamente del vestíbulo y le griten, todo en el mundo es justo,
brillante y mejor. Nos separamos, mis brazos ya extrañando su calor, y ella los
mira.
Todo sucede todo el tiempo para siempre, y esto sería un concepto aterrador
si no estuviera tan iluminada y en sintonía con las fuerzas naturales del universo,
que incluyen pero no se limitan a: A. Ensalada de taco, B. taco ensalada y C. mi
propio culo glorioso (glorio-trasero). Que aumenta de tamaño de manera
directamente proporcional a la cantidad de ensalada de taco en el área. La ciencia
ha llegado tan lejos.
Independientemente de qué tan grande es mi culo, no va a ser lo
suficientemente grande como para aplastar la enorme cabeza de grasa de Sin
Nombre. Además, no lo tocaría con cualquier parte del cuerpo que no haya sido
disparada y/o rociada con el veneno de la serpiente americana mamba negra.
Ahora que va a mi escuela, tengo que idear formas para librarme de él que no sea
recurrir al homicidio. Tal vez, un agujero negro fortuito.
Pero primero, tengo que hacer un berrinche. Es un área en la que tengo gran
experiencia.
—¿Acaso quiero saber lo que estás haciendo? —Yvette baja la mirada mientras
me aferro a su pierna en el segundo en que camina en la habitación.
Gimo atractivamente.
—Estoy tomando tiempo para reconsiderar tu plan de "abandonar la
universidad en el primer año”.
—Oh, para. —Yvette tira la bolsa de su ordenador portátil en la cama. Arrastra
sus pies al escritorio—. Mientras estás ahí abajo, desata mis zapatos por mí.
—Como estaba diciendo —los desato con gusto—, recientemente he
descubierto que alguien que realmente no me agrada estudia aquí.
—¿Ese tipo con el que estabas hablando la otra noche? ¿Modelo
McFartington?
—¿Lo he llamado así? Eso suena como algo que yo diría.
—Dices mucho. En tus sueños.
—¡Yvette! —gimo—. No es modelo McFartington. Hay otra persona en mi lista
de mierda. Modelo McFartington está en la lista de mierda, también, pero no es el
número uno, y él también tiene un montón de líneas onduladas de color rojo a
través de su nombre, porque a veces lo saco de la lista y a veces lo añado de nuevo.
Yvette levanta una ceja.
—Es complicado —resumo—. Abandonemos.
—No —dice simplemente.
—¿POR QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ? —pregunto con delicadeza.
—Tenemos que experimentar los nueve metros de la agonía de la universidad
antes de abandonar los estudios. Tenemos que beber un montón, maldecir a los
hombres para siempre, fallar un montón de clases y probar cocaína. Eso son al
menos siete valiosos meses de trabajo.
—¿Quién lo dice?
—Lo dice cada conmovedora película de nuestra edad.
—¡Uf! —Me suelto de su pie y ruedo debajo de mi cama. Veo una polla mohosa
tallada en madera en el colchón, ruedo inmediatamente de vuelta—. Puf.
—Mira, siento lo de este tipo, ¿de acuerdo? O... dos tipos, o lo que sea que
estés pasando. Dime quiénes son y voy a arruinarlos con tanta fuerza que
vomitarán lo que queda de sus almas. Pero en este momento, tengo que acabar este
ensayo de química o estoy jodida. Metafóricamente. En realidad no he conseguido
arruinarlo desde hace tiempo.
Estas son sus famosas últimas palabras, porque cuando voy a cenar y regreso
llena de burrito, y la llamo para que me deje entrar hay un gemido que emana de la
puerta y oigo demandar a Yvette por algo “más duro” me tropiezo con una partícula
de polvo con alarmante gracia mientras camino a aguas más tranquilas. Jack abre
su puerta con el cabello revuelto de sueño y sin camisa y es entonces que me doy
cuenta de que estas aguas son casi tan tranquilas como las personas que ganan
autos gratis en Oprah.
—Mi compañera de piso está siendo asquerosa, así que ahora vivo aquí —digo
mientras empujo más allá de él.
—No puedes. —Señala.
—También le dijeron eso a Colón y mira lo que pasó allí. —Caigo en su cama.
Sé que es suya porque está perfectamente hecha, cubrecamas solo un poco
arrugado por el sueño. La cama de su compañero de cuarto es un nido
misericordiosamente vacío de mantas sucias. Jack saca una camisa y bosteza,
sentándose a mi lado.
—Tienes lágrimas de sueño. —Señalo a sus ojos.
Los frota vigorosamente.
—Puedes quedarte aquí si quieres —dice, todavía frotándose un ojo. Es un
movimiento drásticamente humano y vulnerable que nunca lo he visto hacer antes.
—Pero me voy dentro de quince minutos.
—Te ves como un niño pequeño. —Me río—. Con problemas en los ojos.
—Cállate —gruñe y se frota con más fuerza. Sus mejillas sonrojadas por el
sueño y su cabello se pega para arriba en todas direcciones.
—Sigues teniendo el estilo de cabello de culo de pato, ¿eh?
—Todavía tienes los insultos más infantiles como mecanismo de defensa, ¿eh?
—Por lo menos no es el trasero de un animal.
—Los sonidos son similares.
Lo empujo con ambas manos y contesta apoyándose contra la pared y
cerrando los ojos. El crepúsculo rosa del cielo se cierne fuera de la ventana, la
puesta del sol inclinada y la pintura de las paredes blancas de melocotón a rayas.
—¿Qué quieres saber en primer lugar? —pregunta Jack finalmente.
Mil preguntas entran en erupción, pero escojo la menos conflictiva.
—¿Adónde vas en quince minutos?
—Un amigo invitó a mi compañero de cuarto a una barbacoa. Me está
arrastrando con él.
—¿Quién es tu compañero?
—Charlie. Un idiota, pero un idiota apasionado. He oído que eso cuenta para
algo.
—Uh, estás viendo a la prueba viviente de eso justo aquí. —Señalo mi pecho.
Jack sonríe y enfoca sus ojos abiertos para mirarme, el hielo azul en ellos se
derrite para colapsar en púrpura por el sol rojo.
—No eres una idiota, Isis.
—Lo sé. Obvio.
—Eres una tonta. —Se corrige y cierra los ojos otra vez, cayendo a dormir en
su lado. Debato los méritos de quitar sus dedos uno por uno y decido que son
demasiado bonitos para ser eliminados. Por ahora.
Abrazo mis rodillas y trato de recordar cómo respirar bien, como la gente
normal. Las personas que no son perseguidas por fantasmas. O en este caso,
perseguidas por sádicos ex novios. Y así mientras me pongo en una espiral hacia la
oscuridad, donde vive el monstruo, respira y roe, Jack llega y me tira hacia abajo,
me grita y estamos acostados en su suave cama, él detrás de mí, yo como la
pequeña cuchara. Su calor y peso contra los contornos de mi columna vertebral, el
olor de la menta y miel me rodea como un manto. Es el olor que anhelaba en las
noches más oscuras, pensando en la guerra, y sus manos, como sería el besarlo,
duro y de verdad y tal vez más, porque tal vez, solo tal vez, es la única persona en el
mundo que podría besar mis estrías en vez de llamarlas feas.
—Para —murmura en mi cabello.
—¿Parar qué?
—Para de verte tan triste todo el tiempo.
Levanto mi cara y acaricia mi cuello. Mi corazón decide de repente que es un
astronauta e intenta hacer volteretas desde atrás en lo que se siente como gravedad
cero.
—¿P-por qué vas a esta universidad? —pregunto.
Jack exhala.
—Trabajo.
La gravedad cero se corta, reemplazada con melaza, plomo y picos.
—Obviamente. Por supuesto, es tan obvio, chicos de la fraternidad que
simplemente no se detienen, las chicas universitarias necesitan un director de
funeraria agradable y experimentado en las vajayjay6 para aliviar el estrés, porque
todo el mundo está obsesionado con el sexo, por lo visto.
—No soy un escolta —dice pacientemente—. Trabajo para alguien más.
Haciendo otras cosas.
—Vaya. Eso es tan específico. Siento como si hubiese extraído mucha
información valiosa y específica de esta conversación.
—¿Te acuerdas de los tipos que estaban en ese bosque? ¿El tipo en un traje de
rayas? ¿Los que te persiguieron?
—Sí, pero…
La puerta se abre en ese momento. Jack y yo nos sentamos a toda prisa.
Entra el tipo vestido con el traje de rayas, él de correr-detrás-de-mí-en-el-
oscuro-bosque-de-Ohio-porque-su-jefe-le-dijo-que-lo-hiciera. Su cabello negro
está levantado, piel color ámbar.
Se congela, ojos oscuros enfocados en mí.
—¡Tú! —gruñe y me señala.
—¡TÚ! —grito—. ¿Cómo es que estás vivo? ¡Patee tus bolas!
—¿Qué diablos está haciendo aquí? —le gruñe a Jack.
Jack suspira.
—Isis Blake, conoce a Charlie Moriyama.
—Ya lo hice —dijimos Charlie y yo al mismo tiempo.
Lo observo. Se limita a estrechar sus ojos aún más.
—Mira, no tenemos tiempo para esta mierda. —Charlie mira a Jack—. Se
suponía que íbamos a estar allí hace cinco minutos. No vamos a arruinar esto, ¿de
acuerdo?
Jack suspira y sopesa la situación, mirándome.
—Vuelvo más tarde. Hablaremos luego.
—Claro, sí, solo trabaja con los chicos malos. Como si me importara.
***
Kayla entiende todo porque no sabe nada. Es como una esponja seca a la que
le echo cubos de agua. Aunque a veces el agua va con vinagre.
Es una vista hermosa después de una semana de textos esporádicos —ella en
Skype y yo en Skype, ambas pintándonos nuestras uñas de los pies y hablando al
mismo tiempo.
—Isis, me estás matando —gime Kayla.
—No literalmente, espero. A menos que quieras ser un zombi. Puedo agradar
por ser la única chica en el mundo que tiene una zombiamiga.
—No estoy realmente muerta. Lo que estoy es decepcionada. No puedo creer
que Jack y tú no son... como...
Levanto una ceja, desafiándola a seguir adelante. Aspira indignantemente y
luego casi vuelca la botella de esmalte verde con su repentino puño de rabia.
—Se fue, te fuiste, ahora están juntos en el mismo lugar y te lo dije y ¿por qué
no estás tomando esto como una muy evidentemente predestinada oportunidad
para conectarse como monos locos?
—Porque, dulce Kayla, hay más en la vida que ser un mono loco. Extraño, lo
sé.
—Mira, solo quiero decir. —Aprieta los dientes y añade cuidadosamente una
franja de color verde en su dedo gordo del pie—. Solo quiero decir, incluso si está
haciendo algunas cosas extrañas, ¡eso nunca te detuvo antes! Estabas golpeándolo
constantemente.
—Golpeándolo realmente. Con mi puño —corrijo.
—Cuando estaba en el Club de La Rosa, pero ahora de repente se ha acostado
con una chica por información y ¿estás enojada con él?
—Yo-yo —farfullé concisamente—. ¡Eso fue antes!
—¿Antes de qué?
—Antes de que…
Kayla mira expectante.
Gimo.
—¡Sabes lo que voy a decir!
—Dilo de todos modos —exige.
—¡No!
—¡Sí! —grita.
—Presenta un argumento convincente.
—¡Isis, no te pongas lista conmigo!
—¡Bien! Me gusta. Me gusta, ¿de acuerdo?
—Así que te gusta. —Se reclina—. Quieres hacerle el almuerzo y abrazarlo
platónicamente una vez al año.
—No, porque entonces estaríamos en el siglo diecisiete en Inglaterra.
—Eso es gustar. —Kayla continúa—: Gustar es así. En realidad no significa
nada. Como, ¡como tú y yo! No me gustas. Te amo.
—Mmm.
—Gustar es algo así como que no te agrada tener tu pantalón puesto, asco. Te
amo y me amas y también amas a Jack. En una manera diferente.
—Kayla —digo a modo de advertencia.
—En la forma excitante.
—No.
—En la “abrázame hasta que me quede sin aliento” manera.
—Equivocada.
—En la “invádeme con tu pene” manera.
Chillo como un horrorizado murciélago de fruta y cierro la tapa de mi
ordenador portátil. Puedo oír mi propio nervioso y enojado jadeo. Levantó la tapa
de nuevo y argumento hacia la pantalla.
—No hay pensamientos de genitales invasores sucediendo aquí.
—¿En serio? —pregunta Kayla alegremente, limándose las uñas—. Porque te
puedo garantizar que Jack piensa al respecto. En repetidas ocasiones. Mientras lo
sacude.
—¡Kayla! Cuando te volviste tan… tan…
—¿Impresionante? Todo gracias a tu influencia.
Estoy en silencio y mirando.
—Y, la de Wren —cede—. Es muy informativo y metódico. Una vez llegué a
escuchar una lección de historia del condón mientras lo estaba poniendo.
—Puf. —Tuve arcadas—. No sé qué es más milagroso, el hecho de que solo
hizo eso una vez, o que Wren de todas las personas en el universo concebible te ha
convertido en una Sexperta.
—Todo lo que estoy diciendo es —Kayla resopla—, si quieres que Jack salga
contigo.
—¡No quiero! —insisto—. No quiero, no quiero, no quiero, no quiero. No voy a
salir con nadie nunca más.
—Si quieres que Jack duerma contigo —me corrige.
—NO QUIERO. ¿Por qué la gente aún dice “dormir con”? ¡No hay dormir
involucrado! Dormir es tranquilo y agradable y el sexo es como... lo contrario de
eso.
—No puedes decir eso —argumenta Kayla de nuevo—. Nunca lo has hecho.
—Lo hice una vez. —Me defiendo, repentinamente agotada.
—Eso no fue sexo y tú y yo lo sabemos.
—Mira, es muy bueno que estés toda entusiasta sobre el sexo entre Jack y yo.
—Suspiro—. Pero te estás olvidando de la parte en la que nunca tocaré un tipo de
nuevo. Y ninguno me tocara. Además, a Jack ni siquiera le gustaría tocarme.
—Le gustaría.
—Soy gorda.
—Eres sorprendentemente no-gorda.
—No soy tan bonita como... como cualquier otra chica que él podría
conseguir. Has visto su rostro. Te consiguió. Podría conseguir a la maldita Scarlett
Johansson si realmente quisiera.
—Y estoy segura de que el Estado de Ohio está repleto de chicas parecidas a
Scarlett. En bikinis negros.
Kayla suspira.
—Es difícil, lo entiendo. Después de todo lo que pasó... No sé cómo es, pero
tiene que ser duro. Y lo siento. Pero realmente le gustas, Isis. Y a ti realmente te
gusta. Son como, realmente interesantes juntos y se encienden el uno al otro de una
manera extraña, simbiótica. La vida es corta. Sophia nos enseñó eso. Y creo que
mereces una oportunidad antes de desechar completamente el martirio
equivocado.
—Vaya. “Martirio”. Puedes ser la única en el universo prestando atención en
la universidad.
—Cállate. —Se ruboriza y se inclina para cerrar su ordenador—. Y no me
llames de nuevo hasta que por lo menos lo hayas besado.
Golpeo mi rostro en el teclado de mi ordenador portátil y la ruedo alrededor,
gimiendo. Yvette elige ese momento exacto para entrar por la puerta y colapsar en
la cama, también gimiendo.
—Mi vida ha terminado.
Me levanto y colapso a su lado en la cama.
—Finalmente. Es hora de morir.
Hay un largo silencio mientras solo respiramos en las almohadas,
experimentando con nuestras propias sofocaciones. Yvette se mueve primero,
subiendo jadeante por falta de aire.
—He estado durmiendo con alguien —confiesa.
—Lo sé. —Levanto la mirada—. Escuché.
Yvette se pone tan roja como sus pendientes de cráneo.
—Lo siento. Quiero decir, mierda, no me arrepiento. Fue muy bueno.
—¿Te importa si pregunto quién?
—Sí, en realidad. Extremadamente sí.
Doy la bienvenida a la distracción.
—Es Steven. De Socio.
—Vaya. —Yvette aplaude—. Diez puntos por decir la mierda más estúpida que
he escuchado.
—Brett con las extrañas camisetas.
—Sí, porque quiero convertir mi vagina en un laboratorio de cultivo de
gonorrea.
—Dame una pista. Como, por lo menos setecientas pistas enteras. En forma
de ensayo, con citas y notas al pie.
Yvette arruga su cara como si estuviera adolorida y es entonces cuando atrapo
un olorcito de algo inconfundible. Algo almizclado, dulce y floral. Rosas.
—Dia…
—Soy lesbiana. —Yvette suspira, interrumpiendo como si alguien aterrorizado
escuchará en la seguridad de nuestra propia habitación. Nos miramos la una a la
otra en silencio, luego sonrío y golpeo su hombro.
—¿Diana? ¡Suertuda pedazo de mierda!
Los ojos de Yvette se ensanchan, como si estuviera esperando algo peor.
Gritería, tal vez ira. Sus ojos se llenan de gratitud y en la manera típica de Yvette,
mete su cara en la cama, así no la veo.
Me paro.
—Vamos, vamos a ir por un helado para celebrar.
No se mueve. Tironeo su bota. Gime.
—Levántate —insisto.
—¡No puedo levantarme! —La voz de Yvette está amortiguada por la
almohada—. ¡Soy lesbiana!
—Vas a pagarlo si no te levantas en los próximos cinco segundos, lesbiana.
Yvette se aleja de la almohada, viéndose como un niño asustado.
—No le he dicho a mis padres.
—No tienes que hacerlo —contesto—. No de inmediato. Todavía tenemos seis
meses antes de salir. Cuando te pregunten por qué tiraste sus veinte mil dólares por
el inodoro, diles que es porque eres lesbiana. Confía en mí. Van a estar más
molestos por el dinero que por tu novia.
Yvette sonríe, limpiándose la nariz.
—O, o podrías lanzar la bomba ahora, por teléfono. Tira todas las bombas.
Explota tu propia casa.
Yvette se ríe y me golpea débilmente en la rodilla. Luego compartimos un
helado y por un tiempo no soy la única con problemas. La valentía de Yvette me
recuerda eso. No soy la única que piensa que el amor y el sexo son algo extraño,
difícil y aterrador.
Si Yvette pudo confesarme que es lesbiana, si pudo superar esa confusión y la
revelación cambia-vida, todo por su cuenta, entonces puedo superar lo que me
pasó.
No puedo ser tan fuerte, pero puedo intentar.
Me lo debo a mí misma, y a todo el mundo que me ama, o que por lo menos
ha tratado jodidamente de hacerlo.
Visito a mamá el fin de semana. El viaje es largo, pero el amor es mucho. Sale
con una sonrisa y los brazos abiertos que me abrazan cerca, preparó la cena por
una vez. Pasta. La casa está limpia. Las ventanas están abiertas y el aire en el
interior de cada habitación es fresco en lugar de húmedo. La piel de mamá se ve
saludable, sus ojos están brillantes. No puede dejar de hablar del trabajo, de un
nuevo grupo de amigas que conoció en yoga, y solo estoy sentada en mi silla
comiendo tranquilamente y absorbiendo todo, toda su felicidad, todo su cambio.
—¿Estás bien, cariño? Lo siento, he estado parloteando, es solo…
—No, estoy bien. No lo sientas. Estaba realmente hambrienta.
—¿Estás comiendo bien en la escuela?
—Tres comidas al día. Compuestas de donas y pesar.
Se ríe y le sonrío a un fideo.
—Ha sido terriblemente silencioso sin ti alrededor —dice mamá—. Así que he
estado tratando de salir más. Hacer más cosas, conocer a más gente.
Me estremezco.
—Lo siento. Siento ya no estar aquí, siento no haber venido el fin de semana
pasado, estaba…
—Está bien. No quiero escuchar excusas. Pero, era una promesa, Isis.
Me prometiste que vendrías cada fin de semana. Sé que estás ocupada y es la
universidad, pero soy tu madre. Y quiero verte, necesito verte.
—¡Lo siento! —Aprieto mi tenedor—. Lo siento mucho.
Mamá se levanta, deslizándose para acariciar mi cabeza y me calla con
susurros suaves.
—No, cariño. Lo siento. Lo siento por necesitarte tanto. Deberías ser libre,
tengo que dejarte volar lejos de mí en algún momento. Otros chicos de tu edad,
otros padres de mi edad han aprendido a irse y dejar ir pero... pero es más difícil
para mí. Y eso hace que sea difícil para ti.
Trago saliva.
Mamá me mira a los ojos.
—A veces pienso en cosas malas, cosas oscuras. Y voy a ver al doctor Torrand
y trato de no pensarlas tanto. Pero me mantienen despierta en la noche. Y no
duermo. Entonces empiezo a odiar a todo el mundo, tu padre, Leo, incluso a ti. Y es
horrible. Soy horrible.
Abrazo su espalda, solo apretado.
—No somos horribles —susurro—. Solo somos personas.
***
***
***
En toda la historia del planeta Tierra, nadie ha sido más idiota que yo.
Excepto Dios, o el Big Bang, o como sea que quieras llamarlo, ya que hizo este
lugar, y a nosotros. Y eso fue, obviamente, una muy mala jugada.
De todos modos, Dios y yo estamos empatados en los Imbéciles más grandes
del Universo porque hice algo igualmente estúpido, que iba a hacerme daño.
Durante años. Al mantener un secreto desagradable dentro de mí.
Pensé que era más fuerte que el traumático evento, el cual es del todo cierto,
excepto por la parte en que olvidé admitir que fue un evento traumático, para
empezar, porque, como me dijo Jemma después de que me desmayé en una de las
camillas en su oficina y desperté con el canto de los pájaros y café en una taza de
espuma de poliestireno que ella me entregó, no importa lo que pasó, o por cuánto
tiempo, todavía pasó. El hecho de que no fuera prolongado o con penetración no
quiere decir que no fue violación.
Aun así me sujetó y se masturbó encima de mí.
Aun así fue violación.
Jemma me invita a ir la próxima semana para hablar un poco más cuando me
cambie mi vendaje nuevo, y estoy de acuerdo. No es una terapeuta, y no le estoy
pagando para hacerlo, pero está tomando un pedazo de su tiempo libre para
escucharme hablar, y estoy agradecida. También, adolorida, cansada y
mentalmente agotada de volver a vivir todo el evento en una noche, pero sobre todo
agradecida y lista para nueve pizzas.
Pero camino diferente, ahora, como que todo el espacio en mi cuerpo fue
reemplazado por helio durante la noche. Mis hombros se sienten más ligeros, mi
cabeza se siente más ligera. Le doy la vuelta a mi cabello dramáticamente a medida
que una pareja me pasa y me doy cuenta de que en realidad no albergo la urgencia
de acabar con ellos nunca más.
Sin Nombre, no obstante, es una historia diferente.
Me agacho en la oficina y tomo una taza de agua, el parloteo de las señoras de
la oficina siguiéndome hasta la puerta
—¿Summers? Eso es imposible. Él parece un hombre bastante agradable. —
Una señora suspira.
—Bueno, uno de los estudiantes lo hizo —dice otra señora—. Y tuvimos esa
denuncia de acoso contra Summers hace un año, esa que el decano se negó a
escuchar, ¿recuerdas? La pobre muchacha se retiró.
—¿Entonces crees que es verdad?
—Los estudiantes universitarios hacen bastantes cosas tontas —dice la
primera dama—. Pero no suelen escribir “'pervertido” con sangre falsa en las
puertas a menos que tengan una buena razón para hacerlo.
—Si él ha sido inapropiado con las estudiantes, ayúdenme, voy a…
—La seguridad del campus está entrevistando a sus estudiantes ahora, ya
sabes, y están mirando todas las cámaras, pero no hay material de archivo...
Las puerta se cierran y sus voces son cortadas, pero la palabra de mis hazañas
no se detiene. Se filtra en torno a unas cuantas personas comiendo bollos de crema
en las escaleras del edificio de Ciencias Culinarias.
—Asco, ¿sangre? —Una chica arruga la nariz.
—Merecía ser escrito en mierda —se burla un chico.
—Siempre he pensado que era demasiado agradable —otro chico niega.
—¿Por qué un tipo con su aspecto necesita acosar a las chicas? Eso es
jodidamente ruin —se burla el chico de nuevo.
Sigo caminando. Un grupo de chicos de fraternidad ven a Summers cruzar el
césped y lo abuchean, y, sorprendido, el guapo, alto, un poco barrigón profesor deja
caer su cuaderno de nota y lucha para recogerlos. Las miradas sarcásticas y
susurros de duda son la prueba de que he vuelto la universidad en su contra. Es
una prueba de que todavía tengo la magia, el dulce toque de Isis que provoca temor
en los corazones de los malvados hombres en todas partes….
—¡Isis! —Kieran corre hacia mí, una mueca en su rostro—. ¡Te dije que no
hicieras nada!
—Sí, bueno, las órdenes y yo no nos llevamos exactamente bien. Quiero decir,
alardeamos, pero no es suave y agradable a la vista.
—Te van a atrapar. Tienen cámaras, ya sabes.
Mi estómago se retuerce desagradablemente, pero lo sacudo.
—No temas, espontáneamente combustionan a causa de mi esplendor.
—¡Nada está combustionando espontáneamente, y vas a lograr que te
expulsen!
—Entonces tenemos que conformarnos con el poco tiempo que tenemos.
—Isis… —Siento su mano en mi muñeca, tocándome suavemente. Me giro,
planto mis pies y aclaro mi garganta.
—Sé que ese beso fue agradable —digo—. Y nos besamos mucho para ser dos
personas que se conocieron al lado de un hombre sin camisa vomitando sobre
algunas petunias, eres un chico muy agradable y te pareces a Welsh, lo cual siempre
es una buena cosa, las damas aman las faldas kilts, no yo específicamente, pero la
mayoría de las “damas”, comillas en el aire, denotando más o menos el setenta por
ciento de las mujeres de dieciocho a treinta y ocho años de edad, sé que piensas que
me gustas como persona, que quieres salir conmigo y nos llevaríamos bien pero
aquí estoy, volcando tus esperanzas y sueños: no quiero salir con nadie. O eso no es
cierto, en realidad, el idiota que quiero no quiere salir conmigo. Así que... Solo
estaba tratando de superarlo. Y estaba usando tus labios para superarlo como una
terrible persona lo haría en una película, un villano, pero siempre he sido el villano
o el dragón y lo siento. Lo siento mucho. Soy un dragón y quemo todo a mi paso, lo
siento.
Los ojos oscuros de Kieran se abren con sorpresa, y su agarre se afloja. Me
alejo y dejo atrás a otra persona que lastimé, y lo siento por él, pero no voy a
golpearme por ello. No me gusta caminar por ahí con ojos negros en mi corazón
todo el tiempo.
Me alejo tan duro que ni siquiera noto cuando Diana me pasa. Ella chilla, se
vuelve y me alcanza.
—¡Isis! ¡Ahí estás! Hemos estado buscándote por todas partes….
—Ahora no, diosa de la luna, tengo unos chicos a los que enfrentar.
Diana se ríe, y ralentiza.
—¿Qué pasa con la feria del condado de esta noche? Dijiste que querías ir…
—¡Voy a estar allí! —grito, y empujo a través de la puerta del dormitorio de los
chicos. Tomo las escaleras de dos en dos y llamo duro en su puerta. Hay tres
segundos de silencio, y luego se abre. Jack se ve como si hubiese tomado una
sacudida ocasional en una trituradora, si dicha trituradora solo tritura las almas de
los chicos guapos.
—Hola —digo secamente—. Quiero que me ayudes a matar a Will Cavanaugh.
Los fríos ojos como el hielo de Jack se agrietan un poco con la sorpresa
cuando digo el nombre completo de Sin Nombre en voz alta por primera vez en
cuatro años. Recuerdo de repente mis prioridades.
—Oh, pero en realidad podemos poner eso de lado por un tiempo. En primer
lugar, quiero que vengas conmigo a la feria del condado de esta noche, y si tu nueva
novia Hemorroides no quiere, puede ir a explotar en un bazo para lo que me
importa.
Espero a que se niegue o se enoje, pero sus ojos se arrugan en el exterior, la
versión de Jack de una sonrisa.
—De acuerdo.
—Voy a conducir.
—De acuerdo.
—Nos vemos en el edificio Warrick a las 9:00 p.m.
Asiente y abre la boca para decir algo más, pero rápidamente doy la vuelta y
me alejo. No puedo tener más palabras con él, no hasta que haya practicado lo que
quiero decir. Seis horas y una oleada de incursiones al armario es todo lo que se
interpone entre pensar y yo. Yvette me mira con el casual interés de un observador
de huracanes cuando me pongo los calcetines, pantalón y camiseta por encima de
mi hombro.
—¿Sin embargo, dónde estabas, de verdad? —pregunta finalmente—. Diana y
yo pensamos…
—Estaba hablando con una señora agradable —digo—. Me ayudó a entender
algunas cosas. Contrariamente a la creencia popular, es agradable divulgarle a los
extranjeros tus secretos desesperadamente desagradables.
Sostengo la blusa rosa, e Yvette hace un ruido de arrullo.
—Oooh, esa.
La Isis de hace un día habría arrugado la nariz y arrojado a un lado. La recojo
y me quito la camisa, reemplazándola con la blusa. Es fresca y ventilada en mi piel,
los pliegues parpadeando con cada uno de mis movimientos. Yvette me ayuda a
escoger uno pantalón corto, y me presta una vieja y andrajosa chaqueta de ejército,
es perfecta para el clima frío de otoño. Yvette recoge el cabello de mi cuello, y lo
pone en una cola de caballo para mí.
—Te ves mucho más sexy así —dice.
—Solo quiero que la gente me mire y piense: “Quiero darte un millón de
dólares en efectivo”.
—¿Por qué estás tan obsesionada con el dinero?
—Debido a que con él se pueden comprar cosas y también las cosas.
Yvette ríe y niega.
—Quiero darte tal vez un diez. Y un centavo, un solo centavo.
Extiendo mi mano, expectante y ella rebusca en su cartera por un solo
centavo. Lo meto en mi sostén para la buena suerte.
Practico lo que quiero decir en mi cabeza, una y otra y otra vez, a través de
todas las posibles lagunas de conversación que podría crear contra los argumentos,
bromas, y el más fino de los halagos, pero todos ellos se drenan de mis oídos
cuando veo a Jack esperándome cerca del estacionamiento. Está recostado contra
un árbol de durazno, el cabello peinado, pero todavía de alguna manera
desordenado, con pantalón oscuro y una franela roja. Sus piernas son tan largas,
los hombros tan amplios, su rostro orgulloso y fino como el de un león. Me golpea
justo en ese momento, está envejeciendo. Yo me estoy haciendo mayor. El tiempo
no está esperando. Pasé cuatro años de mi tiempo llorando por alguien que nunca
valió la pena para empezar.
Pero este chico. Este estúpido y maravilloso chico solo podría valer la pena.
—No es un carnaval de leñadores —digo mientras me acerco.
Mira su franela, luego habla sin darse la vuelta:
—Me gusta la franela.
—A ti y a toda la población hipster de Seattle —digo. Jack sonríe, y me sigue
hasta el auto. Nos dirigimos en completo silencio, pero el silencio es no-extraño,
hasta que las tiendas de campaña del carnaval y la punta de una montaña rusa
neón sobresalen—. Tengo las entradas —digo cuando entro en la playa de
estacionamiento y salimos—. Así que tienes el honorable privilegio de comprarme
toda la comida que yo quiera.
—¿Toda la comida que quieras? Mujer, quieres el equivalente aproximado de
la ingesta mensual de un país del tercer mundo.
—¿Eso me hace gorda o malvada?
—Ambas —ofrece, y toma las entradas que le entrego. Hace una pausa bajo el
arco del carnaval, el sol del atardecer haciendo que cada árbol sea negro y cada
nube bermellón. Las luces de la noria, la montaña rusa y el barco faraón hacen
señas, el olor de grasientas palomitas de maíz y perros calientes se mezcla con el
olor seco y crujiente de las hojas en otoño—. La última vez que vine a uno de estos
estaba con Sophia —dice finalmente.
Mi corazón se convierte en una tonelada de plomo y aterriza como una pesa
sobre la cabeza de un personaje de dibujos animados, excepto que la cabeza del
personaje es mi plexo solar.
—Mierda. V-Vámonos —digo rápidamente—. No tenemos que hacer esto. No
quise decir que….
Los cálidos dedos de Jack rodean mi muñeca, y me sostiene allí. No es un
agarre áspero, como el de Kieran. Es suelto. Podría alejarme de un tirón si quisiera,
pero no quería.
—Quiero —dice Jack, con voz suave pero inflexible cuando se encuentra con
mis ojos—. Quiero ir a este, contigo.
Me derrito un poco en los bordes, pero recuerdo quién soy, saco mi lengua y
salto bajo el arco, dirigiendo el camino.
—No digas que no te lo advertí.
Hago que me compre un helado, un perro de maíz, y un slurpee. Mi lengua es
de color azul y duele con toda la bondad de pureza azucarada de una fábrica de
explosión de Peeps, Jack dice que voy a morir y le digo que mi fuerza de voluntad
es más fuerte que la diabetes, se ríe de mí, pero luego me río de él cuando vamos al
faraón y parece como si fuera a cagarse entre más altura cogemos. Elevo mis brazos
y grito cuando alcanzamos la cima, nuestros estómagos se levantan fuera de
nuestros abdómenes, él maldice brillantemente y pone su brazo sobre mi pecho
como un cinturón de seguridad a pesar de que ni siquiera lo necesita porque ya
tengo uno grande y negro sobre mi regazo.
—¡Le tienes miedo a las alturas! —exclamo sin aliento a medida que bajamos.
Jack se tambalea un poco y agarra el borde de un cubo de basura cercano.
—¡No tengo miedo! —espeta, verde alrededor de las mejillas—. Tengo un
recelo perfectamente válido de estar suspendido a quince metros por encima del
suelo en un péndulo salvajemente oscilante.
—La física nos protege. —Le acaricio la espalda, frotando con simpatía—. La
única forma en que habríamos muerto es si el eje central estuviera flojo. O si todos
pesáramos como 181 kilos.
Cojo un algodón de azúcar de un stand y lo observo expectante a que pague.
Se queja pescando un billete de cinco en su cartera.
—Por la forma en que vas, vas a estar en unos cuatrocientos en muy poco
tiempo.
—Y voy estar igualmente de atractiva como lo estoy ahora —resoplo con
altivez y muerdo un trozo de algodón. La sonrisa de Jack regresa, y se inclina tan
cerca de mi rostro que por un segundo creo que me va a besar y todo se ralentiza a
nuestro alrededor, las luces parpadeantes en medio tiempo, las voces de la gente
disminuyen y se distorsionan, pero toma un bocado de algodón y se aleja, el tiempo
vuelve a correr. Decido castigarlo y me dirijo hacia la montaña rusa. Jack da un
gemido enorme, pero sigue obedientemente.
Después de que se detiene de casi-vomitar en otro bote de basura, me apiado
de él y vagamos hacia el callejón de juegos. Goldfishing, lanzamiento de globos de
agua, campos de tiro, este lugar lo tiene todo. Jack camina detrás de mí.
—Oye, baja la velocidad —dice.
—Tu solicitud ha sido examinada cuidadosamente por el consejo de mí, y
negada.
—Realmente deberías de haber traído aquí a Kieran —presiona.
—¿Por qué? ¿No te gustan los carnavales?
—No, él es…—Jack frunce el ceño—. ¿Él y tú no están...?
—No. Él está bien, como un amigo. Pero no. Demasiado convencional. Lindo,
pero aburrido. Y a la larga, ser aburrido es un gran no-no. Junto con, ya sabes, ser
un asesino en serie, pero aburrido es como, el número dos, número uno de un
punto cinco.
Puedo sentir a Jack mirando fijamente mi rostro, y hace que alguna parte
profunda de mí se retuerza incómodamente, por lo que escojo una galería de tiro en
rifle y apunto a su frente. Se ve apropiadamente aterrado.
—Camino equivocado —dice inexpresivo.
—No, no, este es el camino correcto —insisto.
—Señora, por favor, los objetivos están detrás de usted —dice nerviosamente
el chico de secundaria que maneja el stand. Me doy vuelta y lo fulmino con la
mirada, luego observo al signo, y al enorme oso panda de peluche que es un premio
para los cinco objetivos. Es perfecto. Es como la Sra. Muffin pero enorme. El Sr.
Muffin. Lo quiero.
—Dame un poco de las balas que estás sudando —le digo al chico del stand. El
chico se ahoga y se transmite en sus oscuras axilas.
—¿Perdone, señora?
—Seis disparos no es suficiente —aclaro—. Dame más.
—Seis disparos es bastante —interviene Jack, entregándole el chico algunos
billetes y tomando el rifle de mí—. Mira y aprende.
—Oh, esto va a ser bueno, y por bueno me refiero a hilarante. —Me apoyo en
la cabina y lo observo posicionarse, entrecerrando un ojo. Aprieta el gatillo, el tiro
navegando limpiamente en el centro de la diana de la primera meta y explotando
en pintura de color rosa. Jack se vuelve hacia mí levantando una ceja en un “te lo
dije”, y me burlo.
—¿Y eso qué? Has practicado un poco con algunas pistolas de agua. Gran
Campeón.
Jack se mueve al siguiente, y acierta, al tercero y cuarto, cada uno teniendo un
solo disparo y cada uno perfectamente en el centro. El chico del stand silba y
entrecierra los ojos mucho, como si pensara que es una alucinación, y Jack me mira
antes del quinto objetivo.
—La escuela de espías ha sido buena para ti —admito—. O eres en realidad un
asesino en serie.
—Tengo talento para herir cosas. —Jack posa el rifle en su cadera, y es tan
insufriblemente arrogante que quiero empujarlo en la piscina de pelotas junto a
nosotros y cortarlo o besarlo furiosamente—. Pero siempre supimos eso, ¿no?
Se ríe, y es desesperante, sus ojos son un poco fríos, y me arrepiento de alguna
vez traer a colación el comentario asesino, pero antes de que pueda pedir disculpas
él se posiciona y acierta en el quinto objetivo. El chico del stand le ofrece los
premios, y se debate por medio segundo antes de decidirse por el panda gigante.
Jack se da vuelta, me lo entrega y mis ojos sobresalen.
—Qué estás…
—Te vi babeando por él. Es tuyo.
—No. —Lo empujo de nuevo en sus manos—. Entrégaselo a Hemorroides. Es
tu novia.
—Nunca estuvimos realmente saliendo. —Lo pone sobre mi cabeza, las
piernas tapando mis ojos—. Y le dije ayer que no quería verla nunca más.
Sofoco las semillas de emoción que corren por mis venas y asumo una
expresión apropiadamente noble.
—Tsk tsk. Es casi como si utilizaras a estas mujeres y las tiraras a la basura
como basura.
—Históricamente, la mayoría de las mujeres me han utilizado —dice
sombríamente.
Abrazo al oso panda a mi pecho y trato de no pensar en el dolor en su voz.
Siempre lo ocultó tan bien, pero ahora puedo oírlo claramente. Realmente estamos
volviéndonos viejos.
—¿Alguna vez piensas en eso? —pregunto, trotando a lo largo del callejón de
juegos en un intento de mantenernos en movimiento, mantenernos en la luz—.
¿Que tal vez ser escolta te afecto más de lo que quieres admitir?
—Te lo he dicho antes y te lo voy a decir una vez más, eso no significaba nada
para mí, no sentí nada…
—Te sentiste utilizado —interrumpo—. Estabas renuente, no importa cuánto
insistas en que fue un acuerdo comercial recíproco. La renuencia no es
consentimiento, es renuencia. —Está callado. Señalo la rueda de la fortuna y sonrió
hacia él—. Vamos. Es lento, y si no bajas la mirada es casi como si no estuvieras
suspendido a mil seiscientos metros en el aire.
El compartimiento de la rueda de la fortuna se balancea y Jack se ve un poco
mareado, pero las luces del carnaval de abajo son demasiado hermosas, incluso
para que él lo ignore. Vemos los arcos de puntos rosados y verdes, el parpadeo azul
y blanco encendiendo y apagando a medida que ascendemos, la música cada vez
más débil. Nuestras rodillas casi se tocan.
—¿Cómo está tu brazo? —pregunta Jack.
Miro la curita y me encojo de hombros.
—No voy a convertirme en un zombi, así que esa es una buena cosa.
—Estaba preocupado —dice tentativamente—. No es que tenga el derecho de
estar preocupado por ti por más tiempo. Pero estaba muy preocupado y no pude
evitarlo. Me alegro de ver que esté haciéndolo bien, que lo estés haciendo bien.
—¿Lo estoy haciendo bien? —Me río—. No puedo decirlo más.
—Te ves mejor —dice—. Algo en tu cara no es tan oscuro, no más.
Miro por la ventana. Ardo para decirle, también, pero no es el momento
adecuado. Contarle lo que pasó traería a Sin Nombre en la rueda de la fortuna con
nosotros, y en este momento solo quiero que seamos él y yo, nadie más.
—Si entornas los ojos, el carnaval parece casi una galaxia desde aquí arriba —
digo—. Menos los conductivos volcanes.
Jack sonríe.
—Oh, no lo sé, los carritos de helado se ponen bastante fríos.
Si esto fuera una película, la rueda de la fortuna se atascaría o algo, o los
fuegos artificiales iniciarían, pero solo se hace una pausa en el vértice, una breve
pausa, Jack mira mi rostro otra vez y mi estómago se siente como si estuviera
marchitándose y creciendo, todo a la vez, debería decir algo, este es el momento en
que debo decir algo, cada película siempre me ha dicho eso, pero el momento pasa,
y la rueda de la fortuna comienza a ir hacia abajo, pero no puedo dejar que nada se
interponga en mi camino ya, especialmente no una gigante rueda de hámster
LED…
—Isis, estás hablando en….
—Te amo —dejo escapar—. Lo siento. Lo siento por decirlo, pero te amo. Y no
tienes que... no tienes que hacer nada, ni decir nada, quiero decir, podría llevarte a
tu casa justo después de esto si nunca quieres volver a hablar conmigo, entiendo,
porque las chicas que dicen que te aman es algo que consigues mucho y lo odias,
apuesto, pero me di cuenta de muchas cosas últimamente y lo más importante es
que, probablemente, te quiero, no estoy segura, pero creo que es así, y esto no es
muy romántico o confidente como para no estar segura, pero apenas sé qué es el
amor, solo aprendí un poco de la definición, pero sé que lo que siento por ti se
ajusta a esa pequeña cantidad, y quiero aprender más, creo que podrías ayudarme a
aprender, pero también te amo, ningún espeluznante y extraño aprendizaje
involucrado, solo te quiero, a ti estúpido e idiota, así que si podrías, solo si me
podrías amar también, eso sería muy muy bueno, pero si no puedes, quiero decir,
entiendo, es difícil, y yo también soy difícil y no soy tu tipo, sería demasiado trabajo
para una persona rota, así que tal vez podrías fingir que me amas, y no trabajar tan
duro, y esa podría ser una buena distracción para ti, o podrías utilizarme para ... no
sé, sexo, o mantener tu mente fuera de cosas o estar menos roto tal vez, y no me
importaría , siempre y cuando finjas…
Jack se inclina y esta vez, es un beso, y no quema mi alma o hace que me
maree como dicen los libros, sino que puedo saborearlo y olerlo y me está besando,
a mí, a mí de todas las chicas, y cuando se aleja está sonriendo con el tipo de
sonrisa que solo le he visto darle a Sophia, excepto que ahora es para mí, toda
dorada, dulce y sincera mientras descansa su frente sobre la mía, y esa sonrisa es
mejor que fuegos artificiales.
—Idiota. No habría necesidad de fingir —dice—. Porque también te amo.
Me congelo, temblando, sin atreverme a creerlo.
—¿L-Lo... lo dices en serio? —susurro—. ¿Lo dices realmente en serio?
Porque... porque no quiero hacerme ilusiones una vez más, solo… no podría
soportar si se vieran frustradas otra vez, ¿sabes? Duele.
Me río, al borde de las lágrimas, y Jack acuna mi rostro entre sus manos, ojos
helados fijos en los míos, claros y brillantes.
—Te amo —dice—. Desde esa noche en la habitación de mar, he querido
amarte. He querido aparatar el dolor, abrazarte, protegerte, hacerte reír, sonreír, y
enseñarte lo que es el amor. He querido mostrarte durante tanto tiempo que eres
digna de ser amada, por exactamente quién eres. Traté de negarlo, traté de
convencerme que... que no era lo suficientemente bueno, que no iba a hacerte nada
más que daño. Y lo hice. Lo siento. Tenía miedo. Tenía miedo de amar a alguien tan
delicada, hermosa y única como tú. Sabía que solo tenía una oportunidad, tenía
miedo de hacer un lío de ello y solo te volví más triste, más convencida de que eras
indigna de ser amada. Tenía miedo de mis propios defectos, y por eso te hice daño.
—Aspiro, y Jack seca con su pulgar una lágrima que se me escapa—. Lo siento
mucho —susurra—. Te amo, y lo siento mucho.
Agarro la franela de su cuello, y lo beso una y otra vez, él pasa las manos
arriba y abajo de mi espina dorsal y ahueca mi mejilla suavemente, nunca he
querido nada más en este momento que jamás se detenga, pero quiero que se
detenga, porque quiero más, más que esto, tengo hambre y estoy vacía, quiero estar
llena y el encargado de la noria abre la puerta cuando llegamos al suelo y empujo a
Jack lejos, riendo, dejando que el viento seque las lágrimas de felicidad en mis ojos
mientras medio corremos, medio tropezamos de nuevo hacia el auto,
deteniéndonos para besarnos contra una cabina de dardos y un stand de rosquillas,
el olor del azúcar y el sudor en nuestro cabello, en la oscuridad del estacionamiento
trato de abrir la puerta mientras él besa mi cuello y le doy un codazo para que se
detenga, se ríe y se pone en el lado del pasajero, y en todo el viaje de vuelta a los
dormitorios me hace cosquillas en el interior de mi palma con los dedos.
***
—¡Esto podría arruinarlo todo! Puede que no seamos capaces de ser amigos
después de esto en la concebible historia de siempre. Todavía hay tiempo —dice Isis
mientras salimos de su auto y lo bloquea. Doy vuelta y alcanzo su mano. Ella la
aprieta, sonrojándose intensamente—. Solo podemos ser amigos, todavía. O
enemigos. Podemos volver a las cosas como estaban.
Mi pecho se hincha, y antes de poder detenerme enredo mis dedos en su
cabello y tiro de ella hacia mí, besándola duro. Su sorpresa se derrite en avidez,
dulce aliento y poco profundo, claramente ella contra mi boca, me alejo.
—Te quiero, Isis. No como amiga. No como enemiga. Sino como la mujer más
hermosa que he conocido.
Hay una pausa, un hilo suspendido y torcido en el viento. Y entonces sonríe.
Medio tira de mí y medio me arrastra, los dos nos reímos cuando casi me
estrello contra una puerta de cristal de su dormitorio. Ella juega con sus llaves y
abre la puerta, dice que su compañera de cuarto está quedándose en el dormitorio
de alguien más. La idea de tenerla toda para mí, en una habitación cerrada con una
suave cama, envía calientes ondas de anticipación por mi espina dorsal. Me besa de
nuevo, pateando fuera sus zapatos mientras yo pateo los míos, tirando de mí hacia
la desordenada cama con estampado en cachemir. Es inexperta como siempre, pero
su fuego y audacia quema más brillante, abrasando cada pensamiento de mi
cerebro. Sus dedos se extienden sobre mi pecho, y me quito la chaqueta para darle
un mejor acceso, para sentirla más agudamente. Muerdo su labio y ella me muerde
de regreso, una chispa casi-dolorosa me empuja mucho más cerca de la dulce orilla.
Sus manos son insistentes, vagando por mis hombros, espalda, deslizándose a mi
ombligo…
—Isis… —Agarro sus manos y la miro a los ojos—. Escúchame, no puedo... no
puedo darte todo lo que quiero. Estoy empezando a reconstruirme. Esta es tu
última oportunidad. Deberías encontrar a alguien que no esté tan roto.
Frunce el ceño, y se apoya en mi pecho, murmurando:
—Eso suena tan aburrido.
—Lo digo en serio, Isis, te mereces algo mejor…
—¡Y así soy yo! —Levanta la mirada, con ojos resplandeciendo y el labio
inferior fijado tercamente—. No me importa lo que puedas o no puedas darme. Solo
te quiero a ti. Incluso si estás roto. Nadie más. Solo Jack.
El repentino aumento de emoción hacia mi corazón ante sus palabras es poco
menos doloroso. Me derrumbo como un castillo de arena seca contra su ola, la
sujeto abajo sobre la cama con fuerza apresurada. Me congelo y me siento, con
miedo de que esté enojada, asustada y temblando, pero se ríe y sostiene sus brazos
en su lugar.
—Vamos, cabeza de chorlito.
Su cabello está extendido contra las almohadas y su blusa se elevó hacia
arriba, mostrando una porción desnuda de su cremosa cadera. Con suave lentitud,
me inclino y beso su cadera expuesta, empujando la blusa más arriba con mi nariz
y besando el camino. Se ríe, pero rápidamente se convierten en satisfechos gemidos
mientras llego al borde de su sujetador. Me levanto y la miro a los ojos, tirando de
él.
—Esto se va.
Arquea una ceja y se sienta derecha, agarrando el dobladillo de mi camisa.
—Lo mismo sucede con esto. Solo lo justo.
Me la quito en un movimiento rápido, y veo sus ojos iluminarse cuando me
toma. Apoya sus labios contra mi piel, besando cada contorno y marca del músculo,
cuando llega a la parte más baja de mí no puedo suprimir que mi audible
respiración se atasque, o el sutil espasmo en mi pantalón.
—Isis…
Entierra su nariz en mi piel y olisquea.
—Huele bien. Hueles bien, como la miel.
Gruño y la empujo suavemente sobre las almohadas.
—Y tú —inhalo su muñeca, su cabello, entre sus pechos, lo que me gana un
chillido y un golpe como pago en la cabeza—, hueles como el verano y la canela.
Podría comerte. Voy a comerte —agrego.
Isis se ruboriza.
—Yo… si hubiera sabido que estabas en el canibalismo, n-no habría aceptado
esto en primer lugar.
—Demasiado tarde. —Sonrío, lamiendo su cuello—. Ahora eres mía. Buen
provecho.
Isis da un pequeño suspiro, tensando su hombro cuando se pone demasiado
cosquillosa. Nos reímos, y tiro de su blusa, poco a poco, tentativamente. No puede
mirarme, sus ojos lanzándose de un lado a otro para evitar mi mirada mientras la
tomo.
—¿Puedo? —pregunto.
Asiente, los labios fijados tercamente de nuevo. Paso los dedos por encima de
su estómago, delicada y suave, con líneas más pálidas corriendo en vertical
alrededor de su ombligo.
—Son asquerosas —determina—. Las estrías. Lo siento.
Me inclino y las beso, cada una, beso hasta las cicatrices de quemaduras en su
muñeca, beso cada cicatriz que puedo ver, y ella da un grito suave, sus brazos de
repente se lanzan para tirar de mí y me besa ferozmente, necesitada y excitada, más
ansiosa que nunca antes, y entonces está encima de mí, besando mi clavícula y
cuello, brazos, pecho, y hasta mi ombligo de nuevo en un torbellino de labios
suaves y cálido aliento.
—Isis, tú…
—Silencio, arriba —dice con rapidez, desabrochando mi pantalón con
alarmante habilidad y tirando de ellos hacia abajo hasta mis tobillos. Sonríe ante
mis bóxers negros y la evidente tienda en ellos, entonces me mira.
—Eso es totalmente obra tuya —ofrezco. Solo tararea alegremente y frota su
mano contra ella en respuesta. Me desvanezco. Me he imaginado esto, una y otra
vez, pero nada se puede comparar a lo real, a la Isis real, sonriendo, sonrojada y
medio desnuda, jugando conmigo a través de mis bóxers. Son todas mis sucias
fantasías llegando a la vida, toda la dolorosa necesidad por su toque culminando en
un momento.
Pero no. Así no es como debería ir nuestra primera vez. Nos doy la vuelta, y
ella chilla, un mohín en sus labios. La beso entre murmullos.
—Habrá... un montón de tiempo... para que me provoques —digo, un largo
beso por cada pausa—. Pero esta noche... esto es para ti... y lo que puedo hacer por
ti.
—Puedes yacer ahí y dejarme averiguar de qué se trata todo ese alboroto
acerca de las pollas —resopla.
—Como he dicho, habrá tiempo para eso. Pero ahora quiero que te sientas
cómoda. Y luego hacer que te corras. En ese orden.
Chilla y esconde su rostro detrás de sus manos.
—No digas mierda estúpida como esa, idiota.
Sonrío y desabrocho su sostén, moviéndolo poco a poco a un lado.
—¡O-oye! —protesta, cruzando los brazos sobre su pecho—. ¡No mires!
—Tú conseguiste ver lo mío —lamento.
—Eso es porque lo tuyo es pequeño y patético.
—Es cierto. —Echo un vistazo a mis labios a través de la fina piel por encima
de su pecho, trazando sus venas—. En comparación con lo que está escondido
debajo de tus brazos, lo mío es muy decepcionante.
—Y blando —añade, más que nada por despecho. Está muy tonificado.
—Y blando —accedo.
Se relaja lentamente, tan lentamente, y, finalmente, su borde duro se evapora,
un rubor reemplazándolo cuando apresuradamente pone sus antebrazos sobre sus
ojos.
—Está bien. Mira.
La persona ordinaria pasaría por alto sus considerables activos, porque eso es
exactamente lo que ella quería que hicieran. Sus ropas eran siempre un poco
holgadas, una talla demasiado grande a propósito. Pero yo había atrapado
suficientes atisbos para adivinar la verdad, y ahora lo confirmo. Suaves, redondos,
y perfectamente en forma de gota, con el seno derecho apenas notablemente más
grande que el izquierdo. Tiemblan, y es entonces que me doy cuenta de que está
temblando.
—Oye —digo—. Isis, ¿qué pasa?
Niega.
—Son raros.
—Mírame, Isis.
Mira a escondidas sobre sus brazos.
—¿Podemos estar de acuerdo en que he visto muchos pechos en mi vida? —
pregunto.
Frunce el ceño y suspira.
—Lo sé, lo entiendo. Son muy raros en comparación con los cientos de otros
más perfectos que has visto…
—Son hermosos.
—Solo estás diciendo eso por decirlo.
—No, no lo estoy. —Me inclino y beso la curva de uno—. Son los pechos más
adorables que he visto nunca. Y me están convirtiendo en algo feroz, todo tu cuerpo
me tiene en punto. Pero estoy seguro que puedes ver eso.
Sonrío, y ella se retuerce deliberadamente, sus dedos escarbando por su
pantalón corto. Suelto el botón superior para ella, y entonces me detiene.
—Mmm. Envuelve tu polla. Mmm. Antes de comportarte como un chico.
Me río entre dientes antes de girar y hurgar en mi chaqueta descartada. Saco
un condón de mi bolsillo.
—Siempre llevo uno conmigo —digo—. Hábito.
Frunce el ceño, sin duda disgustada ante el pensamiento de las otras que
ayudaron a que formara ese hábito. Me inclino y beso su cuello, moviéndome a su
oído y murmurando:
—Oh, preciosa. No me vengas con esa cara. Durante meses ahora eres la única
en la que he pensado acerca de usar uno.
Se sonroja y se retuerce, una buena señal, y lamo la concha de su oreja.
—Eres la única. Dios Isis, eres la única que he deseado durante tanto tiempo…
Me interrumpe y me besa, su lengua se lanza hacia fuera y la mía con ganas se
encuentra con la suya. Me alejo, dedos bailando por su tenso estómago. Me ayuda a
quitarle su pantalón corto, cuando los arroja y aterrizan en su ordenador ambos
reímos. Me detengo en el dobladillo de su ropa interior —blanco con una cinta
verde— y levanto la mirada. No está temblando, lo cual es positivo. No está rígida o
tensa.
—Si alguna vez te sientes incómoda, házmelo saber.
—Está bien. —Traga.
—Lo digo en serio. Si no quieres seguir con esto, en cualquier momento, dime.
Y voy a detenerme.
Asiente, y suspiro, me apoyo, poniendo mi frente contra la de ella.
—Por favor, Isis. Promételo. Prométeme que vas a comunicarte conmigo.
Puedo ver las pistas visuales, pero no soy psíquico.
—Lo sé. —Suspira—. Lo siento. Bueno, está bien. —Toma una respiración
profunda, la dura determinación en sus ojos—. Lo prometo. Ahora cállate, bésame
y quítate esos tontos bóxers de Batman.
***
Y lo hace, pero ignora la cosa que sale de él, algo rosa e insistente y alto, y
prefiere hundir su mano por debajo de mi ropa interior en su lugar. Es incómodo,
pero de repente golpea algo que siempre he tratado de golpear y estoy haciendo
ruidos que no sabía que podía hacer.
—Oh-oh mierda —siseo.
—¿Estás bien? —Levanta la vista, asustado.
—Haz eso otra vez —exijo.
Y lo hace, una y otra vez con un poco más de fricción hasta que mis brazos se
enrollan alrededor de él, mis muslos están prácticamente aplastando su mano y sus
dedos son diferentes de los míos, son más largos y más delgados y pueden llegar a
todos los lugares a los que yo nunca podría, todos los lugares que me hacen jadear y
retorcer y por último, finalmente, explotar sin hacer ruido. Quedo sin fuerzas, pero
nunca me da tiempo para recuperarme, deslizando su lengua en mi estómago,
sobre mis muslos, y peligrosamente cerca de…
—¡O… oye! —Me cubro—. N… No hagas eso. Es asqueroso ahí abajo.
Levanta la mirada, su rostro herido. Pero rápidamente lo enmascara,
asintiendo agradablemente.
—Está bien.
—Quiero decir… —Muerdo mi labio—. Es asqueroso. ¿Cierto? Tiene que serlo.
—Para algunas personas, lo es. No para mí personalmente, no. Y hueles muy
bien.
Arrugo la boca con incredulidad.
—¿Estás mintiendo? Debido a que históricamente, eres algo bueno en eso.
—No. —Besa la cara interna de mi muslo—. He renunciado a la mentira. Es
demasiado trabajo y te mereces algo mejor. Pero vamos a centrarnos en otras
cosas…
Se mueve para levantarse, pero empujo sus hombros hacia abajo.
—Inténtalo de nuevo.
—Isis, si no quieres hacer esto…
—He cambiado de opinión. Inténtalo de nuevo.
—Está muy exigente, su alteza. —Sonríe.
—Una emperatriz debe gobernar con convenci…
Nunca llego a terminar la frase de la mejor manera, y es entonces que me doy
cuenta exactamente lo que el Club de la Rosa le estaba pagando, y una semilla de
celos brota al pensar que le ha hecho esto a muchas otras. Pero es eclipsado
rápidamente por el gran hecho de que me lo está haciendo a mí ahora, para mí,
respondiendo a cada uno de mis temblores y gemidos con cantidades crecientes de
habilidad y delicadeza, justo antes de los fuegos artificiales tengo el sentido de
detenerlo, tirando de su cabello ligeramente.
—O-Oye, idiota.
Se endereza, limpiándose la boca con el dorso de su mano.
—¿Qué es?
—¿Qué hay de ti? —murmuro, y alcanzo su polla. Es duro como una piedra y
caliente debajo de mi mano.
Sisea.
—Ese es un juego muy peligroso el que estás jugando.
—Dice el chico con la cabeza entre mis piernas por los últimos veinte minutos.
—Sonrió.
—¿Me puedes culpar? Eres muy placente… —Sus siseos aumentan cuando
aprieto mi agarre y experimentalmente muevo arriba y abajo. El hielo de sus ojos es
casi un manantial ahora, una niebla suave y placentera cuando deslizo mi mano
más rápido. Lanza su cabeza hacia atrás, y beso su cuello expuesto, de repente estoy
abajo sobre las almohadas de nuevo, sus manos sobre mis hombros y su flequillo
oscureciendo sus ojos. Lame un camino por mi cuello, mis pechos, y me arqueo
cuando siento su boca envolver la punta de uno. Débilmente, oigo el crujido de
plástico y una presión repentina, debería tener miedo o estar más dolida, mi
cerebro y mi pasado me dicen que esto debe doler y ser aterrador, pero me siento
segura y todo es tan húmedo que se desliza con facilidad, se hunde hasta el fondo
con movimientos lentos y cuidadosos.
Estoy llena, y un poco incómoda, pero está desapareciendo y no quiero decirle
por el momento. No cuando su expresión es tan dolorosamente satisfecha como
eso. Me da un poder-de-locos, una especie de emoción al ver qué tan alto está en el
sentimiento. Su gemido es ronco cuando la última parte se aloja dentro, y él llena
mi cuello en besos.
—L-lo siento. ¿Estás bien? Debería haber preguntado, debería haberte
advertido que…
—Está bien —insisto—. En serio. No me dolió en absoluto.
Parece dudoso, sonrío y muerdo el brazo cerca de mi cabeza juguetonamente.
—Estoy diciendo la verdad.
—¿Lo prometes? —pregunta.
—Lo prometo —digo—. Solo... tal vez no te muevas en absoluto. Por un
tiempo. Es una especie de nuevo territorio.
—Territorio virgen es el término que creo que estás buscando. —Sonríe. Lo
golpeo con mi dedo meñique. Nos quedamos así, su respiración y mi respiración y
me acostumbro a la sensación de alguien más en mí. Finalmente, la presión
disminuye. Uso la oportunidad para hacer lo que Kayla me aconsejó. La reacción de
Jack es un jadeo de sorpresa que se las arregla para tragar a medio camino, y me
fulmina.
—Eso es... e-eso no es justo. ¿Dónde aprendiste eso?
—Tengo amigas —digo con aire de suficiencia—. Quiénes son las chicas.
Se ríe y lo hago de nuevo, esta vez gruñe, mordiendo mi cuello ligeramente.
—Detén. Eso.
—¿Por quééé? —digo cantarina.
—Porque soy… estoy…
Lo hago por tercera vez, y Jack me besa, duro, jadeando cuando nos
separamos.
—Ya estoy cerca de perderlo, debido a tu traviesa parte del trabajo. Si
queremos que esto dure más allá de unos pocos minutos, vas a tener que dejar eso.
Extiendo mis manos y corro mis dedos por su cabello.
—Pensé que eras, como, el experto resistente. ¿No era tu trabajo?
—Lo era. Estoy muy fuera de práctica. No ayuda que he tenido una cosa por ti
durante meses, ahora.
—¿Qué significa eso?
—Significa —se mueve con una serie de embestidas lentas y experimentales—,
eso significa...
Sus palabras se pierden cuando lo siento, por primera vez, de verdad, y gimo.
—Jack, ah…
—Dilo otra vez.
—Jack. —Me curvo en torno a él, mis piernas elevándose por su propia
voluntad, uniéndose alrededor de su espalda.
—Oh, demonios —gime en mi hombro—. Te extrañé. Te extrañé, Isis. Se
siente tan jodidamente bueno escucharte decir mi nombre.
Lo digo muchas, muchas veces más. En voz alta y de manera involuntaria.
0 años
0 Semanas
1 Día
***
***
El único vestido que traje conmigo a Ohio State es un vestido plisado verde
que compré para la graduación pero nunca usé. Pasé la graduación en la tumba de
Sophia, comiendo comida china fría y haciendo coronas de flores. Cosas que ella
nunca va a llegar a hacer. Jack usa una camisa blanca y pantalón con botones, que
de repente se me hace paranoica.
—Te ves hermosa. —Sonríe, y hago una reverencia.
—¿Es un lugar muy lujoso? —pregunto. Caminamos a su auto sedán, acomodo
mi falda arriba y me acomodo en el asiento del pasajero con la gracia de una gallina
borracha con enormes nalgas.
—No especialmente. —Sale del estacionamiento.
—¿Me echaran por derramarme la sopa encima? Porque me gusta mucho
derramarme la sopa encima, mejora mi experiencia de vida en general de ser una
vaga.
—Siempre y cuando no grites acerca de los extraterrestres, todo irá bien.
—¿Qué? ¡Esa es mi oración tradicional a los dioses del postre!
Me da una larga mirada que básicamente se traduce como: “por favor no
grites sobre extraterrestres”.
—Uf, bien. —Hago una rabieta—. Voy a fingir ser normal. Eso sí,
no actúes sorprendido cuando me desplome y muera de una embolia pulmonar.
Causa: puro aburrimiento.
Tira de mi mano con la que tiene libre y la besa, sonriendo.
El restaurante es un edificio pequeño, negro de cristal encajado al final de la
calle principal. Jack abre la puerta para mí y me deslizo, la anfitriona nos recibe
con una sonrisa brillante y a Jack una aún más brillante. Jack pide la mesa de
Vanessa, y la anfitriona nos conduce a través de filas de mesas de madera oscura
iluminadas con velas a una cabina. Una mujer con el cabello castaño y corto y un
vestido de seda azul de lujo está sentada allí, revolviendo un té helado. Se levanta y
hace una rara sonrisa forzada cuando se inclina para abrazarme.
—¡Ha sido tanto tiempo! —Se ríe, y abraza a Jack a su vez. Nos sentamos
todos, excepto mi trasero que está un poco más desconcertado que el de ellos.
—Mmm. Hola —digo—. Soy Isis, y estoy confundida.
—Jack me ha hablado mucho de ti. —Vanessa sonríe. El camarero llega, y ella
levanta la vista—. ¿Ustedes quieren algo de beber?
—Agua va a estar bien, gracias —dice Jack, y me mira.
Me retuerzo.
—Mmm, una Coca-Cola sería bueno.
El camarero asiente, y Vanessa y Jack lo miran retirarse con los ojos tan
fuertes que estoy sorprendida de que su espalda no empiece a sangrar.
—¿Es un informante? —pregunta Jack en voz baja, buscando el menú sin
mirar a Vanessa.
—No. —Vanessa niega—. Pero me siguió desde el hotel, así que debemos estar
alerta.
—Vaya, espera, ¿ese tipo? —siseo—. Se ve normal.
Vanessa me sonríe.
—Los mejores siempre lo hacen. Vamos a echarlo fuera con un poco de
conversación bulliciosa, ¿de acuerdo? ¿Cómo te va en la escuela, Isis? —Levanta un
poco la voz, juego su juego y la imito.
—Estoy fallando en quimi. —Suspiro—. La odio tanto, pero vale mil veces la
pena. Además, me tiré un pedo durante el examen, y estoy bastante segura de que
el profesor Brown sabía que era yo porque arrugó la nariz, olfateó mucho y me dio
una C- por “exposición incorrecta”, y fue por el pedo, estoy bastante segura.
Vanessa se ríe.
—Bueno, al menos sabes en lo que no te vas a especializar, ¿mmm? —Sus ojos
permanecen en mí, pero baja la voz y apunta a Jack en el mismo aliento—. ¿Tienes
la grabación?
—Yo, por el contrario, disfruto de la química —dice Jack, su voz más fuerte
también—. Pero nunca perseguiré un título. Se vuelve mucho más complicado para
tercer año, así que estoy pensando en algo más sencillo en ciencias. —Su voz se
reduce de nuevo—: Está en una USB en la servilleta.
Vanessa asiente con simpatía.
—Cuando tenía tu edad, cambié mi especialidad de biología a física.
Menos células repulsivas, más números limpios y claros. Mucho más fácil.
Ella se tambalea, dejando caer su servilleta en el suelo y arruga la nariz.
—Oh, maldición.
—Toma —Jack le desliza su servilleta—, usa la mía.
Vanessa sonríe y se la lleva a su regazo.
—Gracias. ¿Estás lista para los exámenes, Isis? —continúa sin problemas.
—Honestamente estoy más preparada para los langostinos rebozados. —
Señalo el menú.
—¡Por supuesto! Deben estar muriéndose de hambre. ¡No es que el Estado no
sirva buena comida! Al contrario, he oído que tienen una selección maravillosa.
—Es más que nada burritos, pero no me quejo. Sin embargo, mis intestinos lo
hacen a veces. Hablando de eso, tengo que hacer pis. ¿Dónde está el…?
Vanessa apunta hacia la parte de atrás y sonríe.
—A tu izquierda.
Me deslizo pasando a Jack, quien agarra mi mano y la aprieta.
—¿Estás bien?—pregunta.
—Uh, estoy a punto de comer alimentos. Estoy todo tipo de bien.
Sonríe y me deja ir, voy hacia el baño. Tomo un vistazo de nuestro camarero
que me mira, pero cuando nuestros ojos se encuentran rápidamente mira hacia
otro lado. Manera de ser hombre sutil, tipo sospechoso.
Incluso los baños son de lujo, encimeras de mármol y jabones que no huelen
como una película de teatro. Me quedo mirándome en el espejo, mi maquillaje
menos como un mapache y más como un gato, y me doy cuenta que he crecido. No
mucho. Pero un poco.
No mucho, pero es un comienzo.
***
J,
No te molestara de nuevo. Me ocupé de ello.
V.
***
A la mañana siguiente, intento con todas mis fuerzas que parezca que no estoy
haciendo cosas de espías. Me pongo una falda de color amarillo brillante y una
camiseta sin mangas con flores en ella (el mundo puede ver mis cicatrices, no lo
ocultaré más) y sonrío y saludo a todos, incluso a Heather, hasta a los siete chicos
con lo que pude o no pude haberme besado. Los espías no son amables. Nadie
sabrá nunca que estoy haciendo cosas de espías.
—¿Estás haciendo cosas de espías?
—Jesús H Christo! —grito, y giro para a ver a Charlie mirándome—. ¿Cómo…
cómo hiciste…? —Me inclino y susurro—: ¿Puedes leer la mente?
—Estabas hablando en voz alta —dice inexpresivo—. Uf, y que el amarillo es
horrible. Un consejo, si quieres ser un espía, usa negro.
—¡No soy un espía! —Las personas miran fijamente. Bajo inmediatamente mi
voz—: No soy un espía. Simplemente... tiré un papel importante. Por accidente, sí.
—Charlie mira mi mano enterrada en el bote de basura, y luego se queda
mirándome fijamente—. Muchos papeles —corrijo—. Todo un cuaderno. Lleno de
papeles.
—Aquí —gruñe, metiendo su mano y tirando de la bolsa de papel, limpiando
la piel de plátano fuera de él—, rara. Si deseas drogas, puedes conseguirlas como la
gente normal e ir a recogerlas de un camello. De esa manera, no tienes que cavar
alrededor en la basura. Todo el mundo gana.
—Correcto. Mmm, graciasadiós.
Me alejo lo más rápido que puedo. Corro contra la puerta de cristal de mi
dormitorio y denuncio al diablo fuerte, frotando mi dolorida frente.
—Chica, realmente apestas para hacer las cosas sutiles —dice Charlie detrás
de mí. Me escondo detrás de un pilar.
—Vete —siseo—. ¡Shoo!
—¿Tienes un trastorno bipolar o trastorno de personalidad múltiple o algo
así? Porque eres generalmente mucho más habladora que esto.
—No, pero consigo un dolor de cabeza cuando la gente me dice muchas cosas
tontas, todos a la vez.
—Sabes, gracias a ti, no tuvimos tanta información como podríamos haber
sacado de Brittany. Sedujiste a Jack y medio arruinaste todo nuestro plan. Íbamos
a hacer que ella plantara un dispositivo en el ordenador de Will. Ahora tenemos
que hacerlo de la manera difícil.
—¿Cuál es la manera más difícil?
—Furtivamente. Puf. Odio meterme a escondidas.
—Fuiste bastante mierda en eso en el bosque —concuerdo.
—Te estaba persiguiendo.
—Bueno, no se sentía como una persecución, así es como apestabas.
—Gritaste.
—Todos cometemos errores a veces.
Rueda los ojos, y planto mi pie.
—Mira, es muy bueno que estés aquí, y hagas cosas como respirar, pero
realmente tienes que irte.
Tomo las escaleras de dos en dos, dejándolo atrás para reflexionar sobre el
error de su vida cada vez que me hablo. Abro la bolsa de papel en mi habitación, el
USB era un pequeño plástico negro del tamaño de la uña del pulgar.
—¿Eso es un pedazo de caca?
Giro alrededor y escondo el USB entre mis dedos. Yvette está sentada en su
cama, pintándose las uñas en su habitual alegre negro muerte-vampiro.
—Es una moneda de cambio para mi alma —digo—. ¡Estoy jugando un juego
de altas apuestas en contra de Satanás! Es en realidad un poco de vigorizante.
¿Quieres ayudar?
Yvette me lanza una mirada dudosa.
—Al igual que, ¿cuernos y piel roja, el gran atemorizante tenedor de Satanás?
—Algo así. Piensa en más cabello y menos cosas puntiagudas pero
exactamente el mismo nivel del maldad.
—Por lo tanto, un chico.
—Sí. Tengo que entrar en su habitación y plantar algo en él, pero no quiero
que me atrape. Porque él quiere atraparme allí si puede ayudar, ya que disfruta
viéndome retorcerme.
—Jodido sádico —escupe Yvette—. Está bien, entonces tú vas allí, y yo te saco.
¿Verdad?
—Sutilmente.
—¿Qué significa eso? —Arruga la nariz.
—Esto significa que en lugar de tumbar hacia abajo su puerta y alertarlo sobre
el hecho de que he planeado esto y que me estoy metiendo con su mierda, lo que
tienes que hacer es una distracción.
—¿Quién va a hacer una distracción? —pregunta Diana cuando entra—. ¿Y
puedo ayudar?
—Estás contratada. —La señalo. Yvette le informa mientras busco en mi
armario un traje de batalla apropiado. Algo lindo, pero no demasiado lindo. Quiero
recordarle lo que arruinó, distraerlo con sus propios “triunfos” el tiempo suficiente
para cegarlo un poco. Tomo mi pantalón skinny oscuro y una camisa apretada, a
pesar de que me hace sentir mal del estómago pensar en desnudar alguna de mis
curvas delante de él. Esto es para Jack. Esto es para que no termine en la cárcel.
—Podríamos tirar de la alarma de incendio —dice Diana—. Los dormitorios de
los chicos se vaciaran con bastante rapidez, y dudo que incluso alguien como este
tipo vaya a querer quedarse con la sirena en su oído.
—Perfecto. Dios, eres un genio. Mi novia es un genio. —Yvette la besa en la
mejilla.
Diana se sonroja.
—Oh, detente.
Yvette se acerca a la ventana y la abre, gritando.
—¡MI NOVIA ES UN GENIO!
Mi boca es una feliz “O” abierta cuando miro a Diana, cuyo rubor ahora está
congelado en su rostro conmocionado. Es un movimiento valiente lleno de coraje y
de amor, y es tan diferente de la Yvette que conozco, quien me susurró su secreto
desde una almohada hace más de dos meses. Diana se levanta y empiezan a
besarse, me aclaro la garganta solo cuando vislumbro pedazos de lengua.
—¡Ejem! ¡Brigada de Venganza, atención!
Ambas se ríen, tratando de separarse y girar hacia mí en un saludo a la vez,
pero chocan narices y piernas, luego todas estamos riendo en el piso, y sé sin un
ápice de duda que voy a estar bien.
Pase lo que pase después de esta noche, voy a estar bien.
Yvette y Diana están de acuerdo en tirar de la alarma contra incendios
exactamente siete minutos después de que entre en el dormitorio. Eso me da dos
minutos para subir las escaleras, y cinco minutos para charlar con Will lo suficiente
para distraerlo y plantar la USB. Pero si jodo esto…
Niego. ¡No voy a joder nada! No en el menú. Ahora no, nunca. Nunca lo fue.
Joder, estos son los palitos de pescado en la carta del restaurante opciones de la
vida, nadie lo ordena, y a nadie le gusta. Si lo ordenas, fue un accidente y te
arrepientes por siempre.
Me apresuro a subir las escaleras y con fuerza recupero el aliento fuera de la
habitación de Will. Aliso mi cabello y trato de lucir como si no acabara de correr los
tres pisos. Me tiemblan las manos. Siento que voy a vomitar.
Y entonces mi celular suena.
Me apresuro a responder antes de que alerte a Will.
—¿Hola? —susurro, alejándome de la puerta.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —gruñe Jack, sonando como si
estuviera caminando muy rápidamente—. ¡Sal de ahí, en este momento!
—No te acerques aquí —exijo—. Lo digo en serio, Jack. Mantente alejado.
Cómo incluso…
—Charlie me dijo que estabas actuando extraño. Isis, no puedes entrar ahí con
él. Necesitas permanecer malditamente lejos de esto. ¡Es mi trabajo! ¡No el tuyo!
¡Podrías salir herida!
—Vale la pena —digo—. Si hago esto, estarás bien. Entonces. Solo déjame
hacerlo. Por favor.
—¡No! No, voy a ir por…
—Jack —siseo con toda la fuerza que puedo reunir—, huiste después del
funeral de Sophia porque necesitabas hacerlo. Tengo que ir allí ahora. Sola. Es lo
mismo.
Jack está en silencio, y luego deja escapar un gruñido salvaje de frustración.
—No.
—Sí.
—No, Isis, por favor, no.
—No me va a lastimar esta vez.
—¡No sabes eso!
—No. Tienes razón. No sé nada. No sé si el sol saldrá mañana, o si voy a
contraer alguna enfermedad horrible o ser atropella por un auto, o si Will puede
lastimarme. No sé dónde voy a estar dentro de tres años, y jodidamente segura que
no sé dónde voy a estar en diez. ¡No sé si alguna vez terminara Juego de Tronos!
No sé si alguien que amo va a morir pronto, y no sé si va a caer un meteorito e
incinerarnos a todos. No sé si el mundo va girar su eje, lanzarse al espacio y nos
vamos a congelar lentamente. No sé si voy a tener huevos para el desayuno de
mañana o no. —Me río—. Pero lo que sí sé es que te amo. Eso es... esa es realmente
la única cosa que sé.
—Isis…
—Por favor, Jack. Déjame hacer esto. Voy a volver de una pieza. Lo prometo.
—Lo prometes —dice, con la voz desesperada, pequeña y dura.
—Te lo prometo, idiota.
—Te amo —dice—. Dios, te amo maldición.
Jack cuelga primero. Cuelgo después, y enfrento la última puerta. Excepto que
no hay puerta. Solo está el pecho de Will Cavanaugh en frente de mi cara.
Retrocedo de forma rápida, y se ríe.
—¡Isis! Es tan bueno que hayas venido. Oí tu voz y estaba preocupado, así que
vine a comprobar, y he aquí, ¡aquí estás! ¡Qué agradable sorpresa!
Guardo mi expresión, tratando de hacerla ilegible.
—Quiero hablar contigo, en privado.
—Por supuesto que sí. —Sonríe—. Vamos. Mi compañero de piso salió a
conseguir la cena.
Me dirige a su habitación y cierra la puerta detrás de mí.
—No le pongas seguro —digo, fingiendo un toque de terror en mi voz. Pero lo
hace de todos modos, controlando la cerradura doble, y sonriendo.
—No puedes salir corriendo ahora, ¿verdad? ¡Tenemos cosas importantes que
discutir!
Will aplaude y se sienta en la cama, me hace señas para que me siente en la
silla cerca de su escritorio y su computador. Bingo.
—¡Así que! —dice—, deberías comenzar, ¿o lo hago yo? ¿O vas a sentarte allí
muda como siempre lo haces y dejarme caminar sobre ti de nuevo?
—Eso sería bueno para ti, ¿no es así? —gruño.
Hace un ruido: “oooh”.
—Así que otra vez tienes un poco de chispa en ti, ¿eh? Y yo que pensaba que
me había librado de todo. Es una pena.
—No eres digno de la respiración que tomaría para hablar contigo —digo—.
Pero voy a hacerlo de todos modos, porque esto es algo que debería haber dicho
hace mucho tiempo.
—¡Oh, déjame adivinar! ¿Es uno de tus rotundos “jódete”? Los amo tanto.
Echo de menos aquellos, ya sabes. Escucharlos de una gorda y desagradable foca
como tú era realmente entretenido.
—¿Eso es todo lo que te importa? ¿“Estar entretenido”?
Se golpea ligeramente la barbilla, pensativo, luego asiente.
—¡Sí! Las cosas divertidas son las únicas cosas importantes en el mundo. Si no
puedes tener ninguna diversión con él, entonces es inútil y debe ser desechado
rápidamente. Eso es justo.
Will se levanta, me rodea, entonces agarra mi mano. Me alejo, el pánico
haciendo mis músculos tensos, pero abre mis dedos y agarra la USB de ellos.
—Bueno, ahora, ¿qué es esto? —Se ríe. La esperanza es sacada de mí en una
sola y dura ráfaga.
—Es n-nada —tartamudeo—. Solo un pedazo de tierra….
—Es una USB. ¿De verdad crees que no lo sabía? Te vi y al repugnante
arrastrado caminando por ahí, besándose y haciendo estúpidos y jodidos rostros el
uno al otro, y sabía que te estaba metiendo en esto. Está detrás de mí, y su
compañero de mierda también y ahora tú estás detrás de mí. Pero no va a
funcionar, porque… —Rompe la USB en dos, sonríe ampliamente—. Soy mucho
más inteligente que tú.
Me quedo mirando los restos fracturados de mi esperanza cuando Will salta
en la cama otra vez y suspira.
—Sin embargo, nunca podría ser tan entretenido como tú, cerdita.
—¿Eso es todo ... .eso es todo lo que fui para ti? —Me ahogo—. ¿Entretenida?
¿Nada acerca de nosotros, ni una sola vez fue porque te gustaba?
—Oh, no me malinterpretes. Me gustabas mucho. —Sonríe—. Pensé que lo
sabías.
—Pero tú… no te puede gustar alguien e insultarlo. No te puede gustar alguien
y…
—¿Sííí? —dirige—. Vamos, dilo.
Tomo una respiración, respirando profundamente. Lleno mis pulmones con
fuerza, con el olor de Jack, los recuerdos de su risa y sus manos, de Diana y la risa
de Yvette, de la sonrisa llorosa de Kayla. Miro a Will en los oscuros ojos y mantengo
mi mirada allí.
—No te puede gustar alguien y violarla.
—Pero se puede —protesta—. ¡Es realmente una lástima que pensaste en ello
como violación! ¡Trataba de tener sexo contigo! ¡Me gustabas tanto!
Mi instinto es cerrar los ojos, para bloquear los recuerdos, pero me obligo a
mirarlo sin pestañear, a través de él.
—Te dije que te detuvieras. Lo dije claramente muchas veces.
—Es cierto. Lo hiciste. Pero las chicas no saben realmente lo bueno que es, por
lo que dicen que pare. Pero eso en realidad no significa lo mismo. Por eso me enojé.
Es por eso que tuve que hacerlo… porque seguías diciendo que parara. Debido a
que eras una niña estúpida que había cambiado su mente y no sabía lo que quería.
Sus palabras se convierten en un silbido, su ira refrescante. Este es el
verdadero él, el que se esconde detrás de la ruidosa risa, el genial buen-chico y las
sonrisas falsas.
—No era estúpida —digo lentamente—. Simplemente no te quería.
Se pone de pie de una vez, alto y explotando de la cama.
—Lo hiciste.
—No. —Sonrío—. No lo hice.
Will no tiene control sobre sí mismo. Solo pone una pantalla de seda sobre su
fea cara y espera que la gente no vea o husmee demasiado duro. Pero yo fisgoneé
con más fuerza. Lo apuñalé donde más le duele, lo profundo de su ego, y su
hermoso rostro se convierte en una fea burla, una gárgola, un vampiro de edad.
—¡Maldita perra! —Estrella sus manos sobre su escritorio. El ordenador
traquetea—. ¡Eras una gorda, una maldita fea puta! ¡Tuviste suerte de que incluso
te dejara estar a mi alrededor! ¡Eras tan jodidamente afortunada de que yo incluso
quisiera tocar tu grasoso y apestoso cadáver! Nadie más lo hizo. Nadie más lo hace.
Ni siquiera ese puto niño bonito. Solo te folla porque te compadece. ¡Ve lo patética
y fea que eres, y le tiene piedad a tu gordo culo!
Me siento inmóvil, traspasando mis ojos en su rostro, no lejos de él. Siempre
solía mirar hacia otro lado, demasiado temerosa de que su cara, cada uno de sus
dedos, o sus ojos trajeran recuerdos. Will pone su roja y furiosa cara en la mía, y es
todo lo que puedo hacer para no correr y lanzarme a través de la ventana abierta
lejos de él.
—¡Te tuve por primera vez! —Echa humo—. ¡Él obtuvo mi basura, mi comida
desechada, mi puta basura! No eres nada. No eres nada sin mí. Tengo amigos,
tengo la popularidad, te enseñé cómo fumar y beber, robar y no ser una puta y
perdedora patética. ¡Eres mía! Eres mía, y para cualquier otra persona eres una
perra inútil y vacía. Jodida. Inútil. Basura.
Con todas sus palabras algo muy dentro de mí empieza a aflojarse. Esta
endurecido y oscuro, como el viejo ámbar en la piel de un árbol, y poco a poco es
libre. Will se ríe, un sonido demente.
—Te gusto. Ya sé que te gusto, puta.
Y con eso la cosa oscura queda libre, fuera de la corteza de mi interior, flota
hacia arriba y lejos, fuera de mí, fuera de la cima de mi cabeza, y de repente me
siento tan ligera y agotada.
Cualquier cosa que solía haber en mis recuerdos, todo lo que me había hecho
en el pasado, de repente deja ir su control sobre mí, y desaparece en el aire.
—Nunca me amaste —digo con voz ronca—. Y lo odiaba.
—Me odias. —Sonríe, maniático—. Siempre me vas a odiar.
—No. —Me levanto, y suspiro—. Siento pena por ti.
Sucede tan rápido que pierdo mi equilibrio y caigo, Will se lanza a por mí y
me atrapa en el suelo con sus rodillas. El miedo cae por mi espalda, mi espina
dorsal, mi cara, como las garras heladas de un monstruo terrible hecho de hojas de
afeitar.
—Quítate —grito—. ¡QUITATE DE ENCIMA DE MÍ!
—¿Crees que eres mejor que yo? —Se burla, saliva aterriza en mis ojos. Agarra
mis muñecas y las clava en el suelo, también—. ¿Crees que tienes el maldito
derecho a sentir lástima por mí? Voy a mostrarte la lástima. Voy a hacer que
lamentes más que lo que siempre has…
Escupo en su cara. Esto le golpea en la ceja y gotea hacia abajo, se ve
horrorizado por una fracción de segundo antes de que las rodillas me pateen en las
costillas. Lloro y trato de retorcerme lejos, tratando de darle una patada y
puñetazo, pero no hay nada que patear y golpear, todo está lastrado por un pesado
y furioso cuerpo.
Va a suceder de nuevo.
Va a suceder de nuevo.
Va a suceder de nuevo y no puedo detenerlo.
No.
NO.
¡Puedo! ¡Puedo detener esto. Tengo que parar esto de una vez por todas!
Giro mi cuerpo alrededor y pateo con fuerza, mi pie encuentra un poco de
suave carne repugnante entre sus piernas, Will grita y se curva lejos de mí. No es
mucho, su terquedad aferrándose a mi cuerpo, pero es suficiente para darme el
apalancamiento que necesito para patearlo como la sanguijuela que es y corro hacia
el interruptor.
—¡No! —grita, la habitación inundándose con una oscuridad total. La única
luz es la débil farola desde la ventana, se arrastra para sentarse en su cama y
directamente en el pequeño cuadrado.
—¡Perra! —espeta Will, temblando—. ¡Puta zorra! Te voy a matar cuando te
encuentre. ¡Yo… si te acercas a mí te voy a matar!
Me quedo bajo, como una pantera. Las cosas han cambiado. Soy el
depredador, la cosa salvaje en la oscuridad que ronda sus pesadillas. Tengo el
poder, y estoy borracha en él, en plena ebullición con una sonrisa que apenas puede
contener mi risa.
—Eres patético —digo.
Will se lanza de inmediato por mi voz, pero le esquivo y cuando sus dedos
tocan el vacío retrocede de nuevo a la luz.
—Eres un ser humano repugnante.
Lo eludo de nuevo, más atrás, y golpea salvajemente en la nada.
—¡Vete a la mierda! —grita.
—Me compadezco de ti, porque nunca sabrás lo que se siente al ser amado —
Me río, oscura y ronca—. Tu padre nunca te enseñó, te enseñó lo contrario. Y con
esa actitud desagradable, nadie en el mundo va a tratar de enseñarte de otra
manera.
—¡Cállate! ¡Cierra la puta boca!
—Vas a estar podrido para siempre —susurro—. Vas a tener miedo de la
oscuridad para siempre, la oscuridad real, la oscuridad dentro de ti. Está ahí para
siempre. Y nadie va a cuidar de ti lo suficiente como para tratar de sacarte. Nunca
te preocuparas por ti mismo lo suficiente para tratar de salir.
El rostro de Will se arruga en la penumbra, y sonrío.
—Te compadezco, Will Cavanaugh.
La puerta detrás de mí se abre, la luz inundando desde el pasillo. Jack, sin
aliento y furioso, entra en la habitación, toma una mirada de la situación, y avanza
hacia mí, sosteniéndome en sus brazos.
—¿Te toco? —Ahueca mi cara, mirando fijamente con la intención suave de un
médico.
—No. —Le sonrío—. No por mucho tiempo, de todos modos.
Jack se tensa, ojos solidificándose hacia la temperatura bajo cero que ya había
visto. La habitación en sí parece ponerse fría cuando fija sus icebergs gemelos en
Will. Los ojos de Will se lanzan alrededor, centrándose en la salida detrás de
nosotros, y se levanta en una carrera loca, pero nunca lo hace, porque las piernas
de Jack lo hacen tropezar y en dos segundos tiene a Will atrapado en el suelo, con
el brazo torcido detrás de él y sus gritos haciendo eco.
—¡Mierda! ¡Vete a la mierda, maldito bastardo! ¡Déjame ir!
Jack levanta la vista, y se levanta sobre el brazo de Will, utilizando a Will
como un taburete para llegar a la luz en el techo. Tira de la bombilla, lanzándola
contra la pared. Está se astilla en fragmentos de vidrio.
—Isis —dice Jack con calma—. La lámpara.
Me obligo, pasando por encima de Will y tal vez arrastrando mi pie un poco
para que llegue a su rostro. Él maldice, pero maldice aún más fuerte cuando le doy
un tirón de la lámpara por el cable. Estoy a punto de tirarlo a la pared cuando Jack
me detiene.
—No. La cama. Lo sostendré, utiliza el cable y átalo a ella.
—¡No! ¡Mierda, mierda, mierda, no! ¡No puedes hacer esto! ¡No me puedes
hacer esta mierda! ¡Isis, no dejes que haga esto!
Ignoro sus ruegos llorosos mientras Jack fija sus brazos alrededor de la pata
de la cama de hierro hundido en el suelo. Ato la cuerda dos veces, y Jack la asegura
por tercera vez, tirando de él comprobando lo ajustado.
—Deben faltan cerca de siete horas hasta la salida del sol —dice Jack—. Y
estoy seguro de que podemos convencer a tu compañero de cuarto para que pase la
noche en otro lugar. En algún lugar... más tranquilo.
—La ventana —digo a la ligera—. Debería estar cubierta.
—¡NO!
—Sabes, en realidad debería estarlo —concuerda Jack, sonriendo mientras
saca el edredón de la cama y lo tira sobre barra de la cortina de la ventana,
bloqueando toda la luz del exterior.
—¡Isis! ¡I-Isis por favor! —jadea Will, lágrimas y mocos goteando por su
nariz—. ¡No puedes hacer esto! ¡Me gustabas! Me preocupaba por ti…
Jack le da un puñetazo tan fuerte que oigo el chasquido de sus huesos. Se
inclina, agarrando el cuello de Will y burlándose en su rostro.
—Nunca vas a hablar con Isis de nuevo.
—¡Isis! Por fa….
Me aparto justo a tiempo para evitar ver el segundo golpe. Pero luego miro
hacia atrás, porque me lo merezco tanto. Su sangrienta nariz gotea por la barbilla y
la boca, él jadea, una fina capa de sudor en su rostro aterrorizado mientras Jack y
yo nos retiramos.
—La broma está en ti, Will. —Me río—. La USB que aplastaste era una falsa
que hice de una botella de refresco. No puedo creer que pensaste que yo era lo
suficientemente estúpida como para solo tener una. Planté el real cuando cerraste
la puerta, cuando entramos. Y ahora estás jodido. Muy, muy jodido.
—¡NO! ¡NO!
—Ah, el ruido —dice Jack. Hurga a través de un armario cercano y saca una
camisa, entregándomela—. ¿Debo hacer los honores?
—Lo haré —digo. Rasgo el endeble algodón por la mitad y camino hasta el
patético muchacho que solía amar. Will lloriquea, la amenaza de otro golpe
impidiéndole hablar—. Dime por qué —digo, en cuclillas a su nivel—. ¿Por qué me
violaste?
Will mira a Jack, que solo asiente. Will intenta una sonrisa.
—¡P-porque, Isis! ¡Me gustabas!
Lucha débilmente cuando fuerzo el paño en su boca. No su garganta, porque
no quiero matarlo. Pensé que lo quería, pero realmente no. Quiero que viva. Sufra
como yo lo hice.
Camino de vuelta a Jack, el amortiguado grito de Will es lo último que
escucho antes de cerrar la puerta.
***
FIN
Sara Wolf es la autora de Lovely Vicious, un oscuro Young Adult sobre la
guerra entre una chica fogosa y un chico de hielo, ambos igual de dañados.
Actualmente está trabajando en el segundo libro de la serie Lovely Vicious. Entre
sus otros libros está la serie Arrenged; dos libros sobre un matrimonio concertado
entre universitarios, y su novela. Es adicta a Crónicas Vampíricas, le encanta el
chocolate y la angustia romántica, y no se cansa de los héroes dañados.
Para más libros, noticias, teasers y sorteos, visítala en
sarawolfbooks.blogspot.com o facebook.com/sara.wolf.3304