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Estilos y tipos de apego: Cuáles son, sus

consecuencias, y cómo generar correctos vínculos


afectivo
Cuántos estílos de apego existen, cómo se desarrrolla cada uno de
ellos, qué consecuencias tiene el tipo de apego en nuestra vida adulta,
por qué es importante un correcto vínculo afectivo en nuestros
primeros años de vida.  

Tipos de apego: Guía completa


La teoría del apego, descifró la necesidad humana de establecer
vínculos profundos y duraderos con nuestros coetáneos para así
asegurar nuestra supervivencia. Bowlby, explicó las cualidades que un
cuidador debía tener para vincularse sanamente con la figura
dependiente, a saber:
 Empatía: esto es, capacidad para ponerse en el lugar del otro y
percibir como si se fuera el otro pero con la distancia suficiente
como para sentir que el problema es del otro y no de uno.
 Sensibilidad: entendida ésta como la habilidad para captar incluso
las señales menos perceptibles del menor, que subyacen a una
necesidad.
 Disponibilidad: para poder satisfacer sus necesidades de forma
adecuada. La presencia o ausencia de estos elementos en el
conjunto de interacciones entre el menor y sus cuidadores, son los
ingredientes que determinan los modelos operativos internos, es
decir, los organizadores intrapsíquicos que determianrán las
formas de relaciones futuras  del menor, y por ende, el tipo de
apego que tenderá a construir en su relación con los otros.
Siguiendo las investigaciones de J. Bowlby, Mary Ainsworth junto con
su grupo de investigación en Baltimore, lograron dilucidar tres tipos de
apego enmarcables en dos grandes grupos de tipos de apego: Apego
Seguro y Apegos Inseguros (apego evitativo y apego ambivalente), a
través de lo que denominaron la “situación extraña”, que consistía en
exponer al menor a una situación carente de familiaridad, con la
finalidad de conocer cómo era su reacción cuando su madre marchaba
de la habitación y éste se quedaba a solas con un extraño (un miembro
del grupo de investigación) y cuáles eran los comportamientos que
exhibía en el momento del reencuentro. Finalmente, gracias a otro
grupo de investigación, se añadió a los tipos de apego inseguros, el
apego desorientado-desorganizado.
Quedando por tanto, la clasificación de los tipos de apego, del
siguiente modo:

¿De qué color verá el mundo? -me pregunto alguna vez cuando me


encuentro frente a un paciente e intento dilucidar las “telarañas
neuronales” que se interconectan para dar sentido a todo cuanto le
ocurre- ¿Qué impresión suele tener de los otros? ¿Se protege
aislándose, o por el contrario, muestra una actitud abierta ante la
vida?– son otras de las preguntas que concurren por mi cabeza
mientras relatan sus historias y trato de dilucidar los tipos de apego
que predominan en esa historia. Veamos a continuación unas
pinceladas de cada uno de los tipos de apegos:

Tipos de apego: El Apego Seguro


“Es vivir con la certeza de que tras de mí, hay personas a quienes
mirar sabiendo que me darán aliento cuando lo necesite, sonreirán
cuando me vean sonreír y se lamentarán al verme llorar. Pero siempre
que lo necesite, sé que estarán ahí, ofreciéndome sus manos.”
Ainsworth, definió la seguridad del apego como un estado de ausencia
de preocupación por la disponibilidad de una figura de apego. En la
situación extraña, observó cómo los niños que habían consolidado
un tipo de vínculo seguro con su cuidador, exploraban el entorno
con curiosidad y alegría. Y cuando el progenitor desaparecía de la
sala, manifestaban su malestar con lloros y gestos de preocupación;
pero fácilmente se consolaban una vez regresaba su figura de apego.
Los niños con apego de tipo seguro, son niños más felices cuyos
padres han sabido satisfacer sus necesidades en las diferentes etapas
evolutivas, haciéndoles sentir queridos e integrados en el sistema
familiar, a través de la empatía, la disponibilidad y la sensibilidad.
En cada encuentro, entre padre e hijo, éste último ha podido regular las
emociones del otro, desde el afecto y la aceptación incondicional,
aunque ello conllevara dolor, lágrimas y malestar. Sintiendo que el
bienestar de uno es satisfacción para el otro.
En consecuencia, en cada interacción dada, el menor ha ido matizando
una representación del otro (y de los otros) como predecible y
optimista; y definiéndose a sí mismo con parámetros como: digno
de ser amado, autoestima positiva, confianza en sus habilidades y
en su valía, y facilidad para comunicar sus estados emocionales.
Así, crecen con la idea de que el mundo es un lugar seguro y confiable,
vivenciando las experiencias que les interpone la vida, como retos
estimulantes de los que adquirir, cuanto menos, un nuevo aprendizaje
sino una oportunidad.
Los niños que han tenido un apego de tipo seguro, en su vida adulta,
tienden a ser personas emocionalmente más estables y coherentes,
con narrativas de sus vidas bien integradas; que confían en sí mismos
y en los otros; y que acostumbran a establecer vínculos de apego
profundos, y en general, a relacionarse con naturalidad, haciendo uso
de la empatía e interpretando las experiencias y las acciones de los
otros, desde un prisma más optimista y positivo.
En mi opinión, son aquellas personas que uno encuentra en su camino
y que le hacen sentir bien acogido y aceptado, transmitiendo una buena
imagen del otro e interpretando sus acciones y sus palabras desde un
foco más optimista, de tal manera que, uno tiene la sensación de que
nada cuanto se diga o cuanto se haga, será distorsionado con segundas
intenciones que amenazarán la estabilidad del vínculo.

Tipos de Apego: Los apegos Inseguros


¿Qué sucede cuando los cuidados parentales no son del todo
satisfactorios, cuando no se ha dispuesto de alguno de los ingredientes
esenciales para procurar un vínculo sano? Es entonces cuando
hablamos de tipos de apego inseguros, es decir, de lazos afectivos
profundos, generadores de malestar, a consecuencia de la falta de
empatía y de sensibilidad hacia las necesidades del menor, y que
cristalizan en la internalización de una representación del mundo
como poco confiable y predecible.
En el mejor de los casos, son niños cuyos padres ejercen sus labores
de crianza con empatía y preocupación, pero fracasan en el entender
de sus necesidades y en el despliegue de las estrategias resolutivas. Por
lo que cada intento de búsqueda de calor emocional, seguridad y
entendimiento, han podido desembocar en un mayor ahondamiento del
dolor e intensificación del sentimiento de extrañeza y confusión hacia
el entendimiento del mundo.
Imaginemos por un momento que aterrizamos en otro planeta, un lugar
que nos es totalmente desconocido y extraño, y que a nuestro
alrededor, hay seres de ese planeta que no saben leer en nuestro rostro
el temor que estamos sintiendo al encontrarnos frente a ellos. Algunos,
quizá se acerquen en busca de satisfacer su curiosidad y miren con
detenimiento cada parte que compone nuestro cuerpo. Otros, quizá
ignoren nuestra presencia. Posiblemente, tendremos tanto miedo que
no sabremos qué hacer ni a dónde ir, tratando de entender el sinfín de
estímulos desconocidos que accederán a nuestra conciencia.
Miraremos ese mundo con desconfianza y desconcierto.
Los niños con un apego de tipo inseguro, desde la infancia han
vivenciado sus relaciones con los otros con insatisfacción, ya fuera por
haberse sentido ignorados o porque aun habiéndoselos tenido en
cuenta, sus cuidadores han adoptado pautas educativas
inconsistentes, dependientes de sus estados de ánimo y de sus
propias necesidades. Son aquellos padres que desde lejos parecen
estar preocupados por las necesidades de sus hijos, pero que cuando se
someten sus conductas a un análisis más detallado, se evidencian
motivaciones internas que responden al egocentrismo.
En consecuencia, estos niños que experimentan un apego de tipo
inseguro crecen internalizando modelos operativos impregnados de
una carga emocional negativa que a menudo desemboca en elevados
niveles de ansiedad. Sus historias de apego, les han llevado a concluir
que en la interacción con el otro, uno obtiene más dolor que beneficio,
por lo que no es de extrañar, que desarrollen estrategias defensivas
como el aislamiento, la retracción o la evitación, en un intento de
evadir el dolor que les comporta la interacción con los otros. Así
mismo, en cada interacción dada con sus significantes, se le ha
intensificado un sentimiento de incomprensión, ignorancia y desvalía,
que le han conducido a la construcción de una de identidad poco
definida y fragmentada, revestida de tristeza y fuertes
sentimientos de soledad.
En la adultez, acostumbran a ser personas con un bajo concepto de sí
mismo, que esperan poco de la vida, y que en la interacción con los
otros, inicialmente, se muestran reticentes y desconfían de su buen
hacer. Viven arraigados a la seguridad, temiendo la su autonomía e
independencia, y fácilmente experimentan episodios de ansiedad
cuando creen estar siendo amenazados los vínculos que satisfacen su
apego.
Algunos, huyen del malestar que les generan las relaciones, otros en
cambio, en un intento de deshacerse del temor al desapego y de los
profundos sentimientos de soledad, establecen múltiples vínculos
indiscriminados con muchas personas, pero ninguno de ellos,
constituido por esa sensación de “conexión profunda” que diferencia el
apego.
En las líneas anteriores, he hecho mención de una descripción general
de los tipos de apego inseguro. Sus características, así como su
gravedad, pueden variar en función de las particularidades de las
relaciones de apego que haya habido en la historia de la persona.  En la
situación “extraña”,  Ainsworth pudo detallar aún más la especificidad
de estos tipos de apego inseguro:
 Apego de tipo Evitativo: niños que no lloran ni dan muestras
claras de disgusto ante la ausencia de la madre. Y a su regreso,
evitan la proximidad con ella y ocultan sus sentimientos de
malestar y de necesidad, previendo que no le van a ser satisfechos.
 Apego de tipo Ambivalente: niños en quienes coexisten
sentimientos ambivalentes, por un lado, buscan el consuelo
materno a su regreso, pero al mismo tiempo, sienten un dolor tan
profundo que manifiestan a través de la rabia y que les convierte
en niños sumamente irritables y muy difíciles de consolar.
 Apego de tipo Desorientado-Desorganizado: sin lugar a dudas,
es el más grave de todos. Son niños traumatizados desde edades
muy tempranas. En la situación extraña, no tienen un patrón claro
de comportamiento, sino que tan pronto manifiestan una conducta
de apego muy fuerte, como buscan la evitación o se quedan
paralizados como en un estado de congelación. Oscilan entre la
angustia, la búsqueda de respuesta emocional en su madre, el
enfado, la evitación y el alejamiento. Perciben a sus padres como
figuras atemorizantes e impredecibles, ya que éstos, adoptan
estrategias de cuidado totalmente incoherentes. En consecuencia,
el menor interioriza una representación del mundo como caótico y
desorganizado; y en un intento de protegerse de él, manifiesta
comportamientos aparentemente inconexos y faltos de sentido, que
no son sino, más que estrategias defensivas para combatir el dolor
asociado a aquellas figuras que deberían tranquilizarlo y aliviarlo.
Los niños que experimentan este tipo de apego, crecen teniendo
grandes dificultades en regular sus estados emocionales y en
mantener relaciones sanas. Sin lugar a dudas, de los tipos de
apegos inseguros, este es el que más se ha asociado al desarrollo
de cuadros psicopatológicos.
Consejos: ¿Cómo construír un apego de tipo
seguro ?
¿Qué hacer para vincularnos sanamente y crear un apego de tipo
seguro? Como “dadores de cuidados”, tenemos la misión de asegurar
un sano desarrollo de nuestro hijo. Y como bien deducirá el lector tras
leer estas páginas, el vículo, es quizá la piedra angular que engrana el
resto de la maquinaria psíquica. Por ello, no quiero dar fin a este breve
artículo sobre los tipos de apegos, sin clarificar algunas claves que
pueden contribuir a crear y fortalecer un vínculo sano y duradero.
Veamos algunas de ellas:
 Establecer normas y límites bien definidos. Los niños necesitan
normas, el mundo funciona a través de normas, algunas de ellas
infranqueables. Por ello, es importante que dentro de nuestro
esquema educativo, incorporemos el establecimiento de estas
normas, y que el cumplimiento de alguna de ellas, puedann
negociarse en conjunto con nuestro hijo. Este artículo propone
interesantes técnicas de modificación de conducta que puedes
probar.
 Mantener altos niveles de comunicación. Nada debe hacerse
“porque sí” ni “porque yo lo digo”, no sin antes haber explicado y
dialogado las motivaciones de la norma o la regla. Es importante
incitar al menor a reflexionar acerca de su comportamiento, sobre
cómo se siente, etc. Y nosotros, podemos ayudarle poniendo
palabras a las sensaciones confusas que nos intentará transmitir. El
diálogo es parte esencial de una educación con valores. Incluso en
los momentos en los que su comportamiento no es adecuado,
encontrar un lugar donde hablar y reflexionar acerca de lo
ocurrido, puede resultar en una experiencia de gran aprendizaje. Es
en esos espacios donde padre e hijo, intercambian puntos de vista y
vivencias, de las que aprenden y se dan a conocer el uno al otro.
Una buena comunicación requiere de una escucha
ACTIVA. Dejemos hablar al otro, transmitamos interés en lo que
nos dice y respetemos su opinión aunque no estemos de acuerdo
con ella. No se trata de imponer nuestra verdad o un conocimiento,
sino de ayudarle a que sea él mismo quien llegue hasta allí
dotándole de alguna herramienta de utilidad. “No hay verdades
irrefutables, tan sólo historias, luego, ¿Por qué no escuchar su
historia? y en el caso de haber fragmentos de ella que hayamos
vivido con él o cuando nuestros conocimientos nos lo permitan,
aportémosle nuestro fragmento a su historia para completarla”.
 Que no falte el calor emocional. Algo tan necesario, incluso más
que el alimento, es recibir altas dosis de afecto a través de palabras
y gestos. Un buen desarrollo afectivo, caricias armoniosas,
palabras que alimentan la autoestima del niño, miradas en cuyos
ojos uno percibe la grandiosidad y la aceptación con las que el otro
le mira. Incluso cuando interponemos un límite o sancionamos una
conucta, debe estar impregnada de calor emocional y de
aceptación. ¿Cómo podemos manejar la frustración en niños?
 “Sancionamos conductas, no a personas”. Uno debe sentir que
es lo que ha hecho, aquello que está mal. Sin que ello genere una
calificación negativa hacia su identidad. Para ello, debemos
clarificar el comportamiento que no nos has gustado. Nuestro
poder en la relación con el otro, es a veces tan imperceptibe que no
nos damos cuenta de las repercusiones que pueden tener nuestras
palabras acompañadas de nuestros gestos. Es muy diferente decir
“no me ha gustado que le tiraras la pelota de esa manera a tu
hermana” con tono firme, que suscita malestar por la acción; que
decir “eres malo, la pelota no se tira así”, mientras emociones de
rabia, dolor y rechazo acompañan a nuestras palabras. La primera,
sanciona una conucta, la segunda, estigmatiza a una persona “eres
malo”. Hasta cuando castigamos, no debemos olvidarnos de la
comunicación, el afecto y la aceptación.
 Cicatricemos nuestros traumas. Uno tiene presente su presente,
pero también tiene presente parte de su pasado, y es que ante todo,
somos memoria y nos guiamos a través de ésta para entender
nuestro presente y nuestro porvenir. Sanar nuestras heridas
emocionales del pasado, es un elemento esencial para poder
interpretar las vivencias presentes sin verse asociadas a un
sufrimiento pasado. Los patrones de apego tienden a ser
intergeneracionales, esto es, se transmiten de padres a hijos
mediante la imitación, el modelado, etc. Un niño que no ha
conocido la empatía por parte de sus progenitores, aun habiendo
sufrido por ello, puede convertirse en un padre carente de esta
herramienta con la que educar a su hijo, haciéndole sentir
incomprendido a su hijo e imposibilitando la consolidación de un
tipo de vínculo saludable. De otro modo, miedos irracionales y
patológicos de un padre o una madre, puedes ser transferido a su
hijo mediante la interacción con éste. De ahí, la importancia de
conocernos y pulir nuestros malestares.
Pero ante todo, que no falten los ingredientes necesarios: empatía,
sensibilidad y disposición. Ellos, son los que van a permitir que
desarrollemos un correcto tipo de apego, y que podamos ver al otro
como una “personita” con su forma particular de entender el mundo, y
con unas necesidades que nada tengan que ver con las nuestras, y
puede que ni tan siquiera, con las que nosotros teníamos a su edad.
Reconocer esas necesidades y satisfacerlas a lo largo de su historia, es
posiblemente el mejor el aliciente que promueve el vínculo sano.
Como hemos podido ver, las personas, no desarrollan una única
tendencia a relacionarse de determinada manera, sino que pueden
establecer vínculos seguros con unos e inseguros con otros; más aún,
pueden consagrar un vínculo seguro con una persona, y éste
evolucionar hasta convertirse en inseguro en un momento histórico
diferente. Lo que es ineludible, es que las experiencias tempranas
tienen un peso inigualable en el desarrollo de nuestro cerebro, de ahí
que haya huellas de memoria adquirida en la infancia prácticamente
imborrable, pero que no por ello conducen de forma indefectible a
todo un porvenir.
Quizá, tras leer estas palabras entiendas mejor cómo es tu relación con
los otros. Quizá, ahora te toque a ti preguntarte… ¿de qué color veo el
mundo? ¿qué impresión tiendo a tener de los otros nada más
conocerles?, ¿me protejo aislándome o evitando el contacto con los
otros, o por el contrario, muestro una actitud de estar abierto a la vida?
Muchas gracias por leer. Si te has quedado con alguna duda sobre los
tipos de apego, puedes preguntarme dejando un comentario a
continuación. También te animamo a compartir tu caso o realizar
alguna otra aportación.

Samuel Facius Cruz


Psicólogo Clínico y Forense, con formación cognitivo-conductual y
psicoanalítica. Muy interesado en conocer la etiopatogenia de los
trastornos psicopatológicos y las motivaciones que subyacen al
comportamiento violento. En la actualidad, dedica gran parte de su
tiempo al estudio de la infancia y sus cuidados, y su relación con los
trastornos psicopatológicos futuros. Con ansia de saber y dedicado a
ayudar.

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