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Mandrini
El sistema funcionaba, pero no podía ocultar sus lados oscuros. Las desigualdades sociales eran
notorias y el progreso económico sólo alcanzaba a ciertos grupos y regiones. Solo una parte de
la población participaba políticamente en un estado donde solo un grupo reducido manejaba
el aparato político. El crecimiento económico había propiciado el desarrollo de sectores
sociales medios, inmigrantes.
Luego de la constitución del estado nacional hubo resistencias internas en las provincias,
diferentes intereses locales y la guerra contra Paraguay.
Hacía mediados de la década de 1870 estaban dadas las condiciones para encarar el problema
de los límites definidos del nuevo estado, una cuestión geopolítica, con el fin de expandir la
economía agroexportadora de acuerdo con el proyecto liberal. La incorporación de nuevas
tierras resultaba importante. El problema de las fronteras indias seguía siendo una cuestión
pendiente.
La situación más grave era la de la frontera del sur, el conflicto se había acentuado tras la caída
de Rosas. Los problemas continuaron. La frontera limitaba la expansión del proyecto
agroexportador que reclamaba más tierras.
El plan elaborado por el ministro de Guerra, Adolfo Alsina, destinado a ocupar tierras de
pastoreo del oriente de Bs. As. Pero la muerte de Alsina hizo que el plan se disuelva. El coronel
Julio A. Roca, designado como sucesor, recibió de Avellaneda instrucciones de continuar el
avance de la frontera interior. Roca preparo la campaña militar que, se llevó a cabo entre 1878
y 1879, culmino en las orillas del río Negro frente a la isla de Choele-Choel.
Los territorios del interior chaqueño eran un mundo muy poco conocido para la sociedad
criolla. Las resistencias de las comunidades aborígenes crearon la imagen de una tierra árida,
difícil y hostil poblada de “salvajes”, luego conocida como “El Impenetrable”.
La ocupación del territorio y el control de sus pobladores originarios fueron muy lentos, y
nuevas expediciones militares debieron penetrar el territorio entre 1885 y 1910. Los indígenas
siguieron resistiendo. En 1911 se puso fin a la ocupación de la región.
En las llanuras del sur y la cordillera el impacto demográfico de la invasión fue profundo y puso
en riesgo la supervivencia de la población originaria. Muchos indígenas murieron en combates,
otros fueron capturados por las fuerzas. Algunos pudieron huir cruzando la cordillera. Los que
no murieron terminaron en campos de prisioneros, durmiendo al aire libre, sin abrigo ni
alimento. Victimas del frío, el hambre y las enfermedades, pocos sobrevivieron, quienes
terminaron siendo sirvientes de las familias más ricas de las elites.
Pocos escaparon, muy pocos grupos quedaron en sus tierras, pero ya no eran sus dueños sino
una minoría marginada y sometida. El ideal de una Argentina “sin indios”, de un país “blanco”
y “europeo”, soñado por la elite, parecía a punto de cumplirse en 1910. Sin embargo, las
comunidades aborígenes no desaparecieron.
El espacio chaqueño
Aquí la integración de las comunidades originarias tuvo características distintas. Esto por el
interés de las elites. El Chaco había sido considerado desde la época colonial como un
reservorio de mano de obra y como espacio para la expansión de algunas haciendas dedicadas
a una ganadería extensiva y al cultivo de la caña de azúcar.
El frente oriental era una zona de refugio para fugitivos y marginados que escapaban del
control del Estado.
Con el ingreso del Chaco al estado argentino y el ingreso de población de Corrientes y Santiago
del Estero, se dio un importante desarrollo de la economía agropecuaria. Desde 1920 y por
varias décadas, el algodón fue el sostén de la economía chaqueña.
Como en las pampas, los pueblos originarios chaqueños debieron elaborar estrategias para
sobrevivir, algunos llegaron a formar levantamientos como el de Nepalí en 1924.