En la actualidad, en una sociedad atravesada por las nuevas oleadas
de movimientos juveniles, ambientalistas y feministas, en un contexto geopolítico cada vez más adverso, con las nuevas tecnologías cada vez más sofisticadas, se ha producido un lógico y natural cambio en la cultura –y en las culturas– que han impactado en la formulación de políticas públicas que enfatizan cada vez más en la influencia del capital cultural en el comportamiento individual y comunitario.
Este reposicionamiento de la cultura, la que en definitiva significa la
reconstrucción del concepto cultural de una sociedad, hace hincapié en los determinantes del capital social y cultural de la toma de decisiones y en la forma en que éstas interactúan con factores como la disponibilidad de información o los incentivos financieros a los que se enfrentan las personas para impulsar las diversas formas culturales.
En esta nueva forma de ver y percibir la cultura, el Estado municipal
considera fundamental la simbiosis con las familias, las organizaciones sociales, las escuelas y lugares de trabajo, las comunidades y los barrios, y hoy más que nunca, las nuevas tecnologías, las redes sociales y la influencia de los medios de comunicación.
Así es como en los museos municipales podemos ver más claramente la
visión que el Estado municipal ha adoptado en pos de los nuevos contextos sociales y políticos, donde nuestros Museos se erigen como espacios de encuentro y construcción, donde se entrecruzan personas, sensaciones, ideas, historias y distintos objetos, significados, sentimientos e interrogantes. Este espacio de aprendizaje es movilizado, especialmente, por el intercambio de saberes y experiencias entre quienes transitan por él. Constituye, además, un lugar de disfrute, de contemplación, de refugio y de referencia, más allá de lo patrimonial que nos comunica. La imagen de los museos como simples guardianes del pasado, limitados a exponer en sus entrañas vestigios esterilizados de épocas pretéritas, viene desvaneciéndose lentamente en los últimos años.
En la actualidad, nuestros museos son cada vez más instituciones
dinámicas que van abriéndose a sus territorios, asumiendo nuevas funciones sociales y convirtiéndose en espacios de diálogo democrático. Por esa razón hoy impulsan actividades que propician el reconocimiento de la diversidad cultural, abren ámbitos de intercambio sobre problemáticas ambientales y se incorporan a los debates sociales contemporáneos, como los movimientos juveniles y feministas.
Las relaciones que establecieron con las sociedades de cada época y
región estuvieron marcadas por las fuerzas de los sectores más poderosos. A veces el poder religioso, a veces el poder político. Los primeros museos argentinos fueron creados en el siglo XIX en una clara vinculación con los contextos socio políticos de cada momento.
Aunque no todos los museos han adoptado esta perspectiva es
indudable que hay una tendencia creciente a la búsqueda por ser relevantes para las comunidades en la que se insertan. Hoy, una gran parte de ellos desarrollan actividades públicas basadas en el reconocimiento de la diversidad cultural, responden a las problemáticas ambientales, modifican instalaciones y programas para ser más inclusivos, incorporan los debates sociales contemporáneos, realizan exposiciones que dan cuenta de situaciones sociales conflictivas.
El desafío es complejo ya que implica adoptar posturas abiertas, críticas,
reflexivas y respetuosas de las diferencias, lo que no está exento de polémica tanto en el ámbito interno de los museos como en el dialogo que intenta sostener con la sociedad.
Es ese el principal desafío que el Estado municipal decidió abordar en su
visión de la cultura. El “giro social” de los museos –y, en definitiva, la cultura– los convierte en espacios de referencia y de mediación imprescindibles para producir las transformaciones sociales necesarias en nuestra Ciudad, nuestra Provincia y nuestro País.