Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Por
1
Así se señala en las Conclusiones de la Presidencia del Consejo Europeo de
Tampere (punto 33).
contra el crimen. En efecto, aunque desde hace algunas décadas se vienen
dando los pasos para la consolidación del denominado “espacio judicial
europeo”2, con fundamento en el reconocimiento de que el espacio de libertad
ha de ser también espacio de seguridad3, es en la década de los 90 cuando
empiezan a producirse avances significativos en este ámbito: primero, con el
Tratado de Maastricht (1991) y, más tarde, con la entrada en vigor del
Tratado de Ámsterdam (1996), donde se señala como objetivo prioritario de
la UE el establecimiento de un espacio de libertad, seguridad y justicia,
concretado en un amplio programa político elaborado por el Consejo Europeo
de Tampere de 1999 y desarrollado en el Tratado de Niza (2001). Se parte de
la necesidad de cooperación entre Estados en materia penal –policial y
judicial, Título VI TUE- pero con el ambicioso objetivo de superar su
entendimiento tradicional en favor de la consecución de un “sentido común de
la justicia en la Unión”4.
Alcanzar, sin embargo, ese sentido común de la justicia no es tarea fácil en
un espacio en el que cada vez son más los Estados que lo integran y en un
ámbito en el que los Estados se han mostrado tradicionalmente reticentes a
perder competencias por entender se trata de cuestiones íntimamente ligadas
al concepto de soberanía. Por ello, desde la UE se han venido dando pasos a
fin de lograr este objetivo desde perspectivas diferentes como la delimitación
de los ámbitos de actuación (art. 29 TUE) o la adopción de medidas tendentes
a favorecer la vigencia y desarrollo del principio de reconocimiento mutuo de
las resoluciones judiciales, cuya eficacia se condiciona, entre otros
parámetros, a la protección de los derechos y garantías de los afectados –
activa o pasivamente- en estas causas, así como a la definición de normas
mínimas comunes que faciliten el reconocimiento mutuo5, entre otras. Con
este fin se han adoptado en la UE algunas de las medidas para favorecer la
cooperación judicial6, así como la efectividad del principio de reconocimiento
mutuo, bien buscando la aproximación de legislaciones en materia de
2
Expresión acuñada por Giscard D’Estaing en su declaración realizada en el
Consejo Europeo de Bruselas, celebrado los días 5 y 6 de diciembre de 1977
3
MARTÍN Y PÉREZ DE NANCLARES, José, “La cooperación policial y judicial
en la Unión Europea: primeras reflexiones en torno a lucha contra el
terrorismo y la euroorden”, en ZÚÑIGA/MÉNDEZ/DIEGO DÍAZ-SANTOS, El
Derecho Penal ante la globalización, Madrid, Colex, 2002, pp. 171-191, esp.
pp. 174 y ss.
4
Según la definición de la comisión de la expresión “espacio de libertad,
seguridad y justicia”, en su Comunicación COM (1998) 459 final, 14 de julio
de 1998, “Hacia un espacio de libertad, seguridad y justicia”.
5
Según se establece respectivamente en los parámetros 3 y 4 del Programa
de medidas del Consejo destinado a poner en práctica el principio de
reconocimiento mutuo de las resoluciones en materia penal (DOUE n.º C 12,
de 15 de enero de 2001).
6
Así el Acto del Consejo de 29 de mayo de 2000 por el que se celebra el
Convenio Europeo relativo a la asistencia en materia penal (DOCE, serie C, n.
197, de 12 de julio de 2000) y su Protocolo de 2001 o la Decisión Marco del
Consejo de 13 de junio de 2002, sobre equipos conjuntos de investigación y la
Recomendación del Consejo de 8 de mayo de 2003 relativa a un modelo de
acuerdo por el que se crea un equipo conjunto de investigación.
protección de los derechos de la víctima7, de los imputados o acusados en el
proceso penal8, en la lucha contra el terrorismo9 o tratando de eliminar los
obstáculos y simplificar los procedimientos de colaboración en materia penal
como sucede en el caso de la orden de detención europea10 o en la reciente
iniciativa de la República Helénica con vistas a la adopción de una Decisión en
el marco del Consejo relativa a la aplicación del principio “ne bis in idem”11.
No obstante, la eficacia de la actuación comunitaria en materia de justicia
penal depende no sólo de declaraciones más o menos ambiciosas sobre cómo
debe alcanzarse ese sentido común de la justicia en la Unión, sino
fundamentalmente de la forma jurídica que se le otorgue. Y en este aspecto,
la UE debe superar importantes obstáculos en la consolidación del espacio
europeo de justicia penal como, sin ánimo de exahustividad, la necesidad de
modificar el complejo régimen institucional y de instrumentos jurídicos de
decisión en este ámbito; la coordinación del espacio judicial europeo con el
marco jurídico del Consejo de Europa, evitando duplicaciones normativas
innecesarias o la integración y coordinación de los espacios de cooperación
reforzada en ese espacio judicial europeo. Estos aspectos han sido atendidos
en el Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para
Europa –en adelante PTCE- que, en principio, puede suponer un paso decisivo
en la construcción europea y, consecuentemente, en la mejora y
reforzamiento del espacio europeo como espacio de libertad, seguridad y
justicia.
7
Por Decisión marco del Consejo de la UE relativa al estatuto de la víctima
en el proceso penal, de 15 de marzo de 2001.
8
Libro Verde de la Comisión sobre garantías procesales para sospechosos e
inculpados en procesos penales en la UE, de 19 de febrero de 2003.
9
Decisión Marco del Consejo de 13 de junio de 2002, sobre la lucha contra
el terrorismo.
10
Decisión Marco del Consejo, de 13 de junio de 2002, relativa a la orden
de detención europea y a los procedimientos de entrega entre los Estados
miembros (DO L 190/1, de 18 de julio de 2002).
11
Decisión en el marco del Consejo, relativa a la aplicación del principio “ne
bis in idem”, de 28 de marzo de 2003 publicada en el DOUE C 100/24, de 26
de abril de 2003 y aprobada por el Parlamento Europeo en el marco del
procedimiento de consulta en sesión plenaria del 2 de septiembre de 2003.
democracia, la transparencia y la eficacia de la UE; presenta las medidas
necesarias para mejorar la estructura y reforzar el papel de cada una de las
tres instituciones de la UE. El objetivo último es, sin duda, la construcción de
un futuro común para los ciudadanos y Estados europeos, que conducirá
también a la progresiva implantación de un sentido común de la justicia.
Por lo que se refiere al denominado espacio judicial europeo, el PTCE inicia
los preceptos dedicados a este ámbito (Sección 1 del Capítulo IV de la Parte
III) con una importante declaración; “la Unión constituye un espacio de
libertad, seguridad y justicia en el respeto de los derechos fundamentales y
atendiendo a las distintas tradiciones y sistemas jurídicos de los Estados
miembros” (art. III-158.1). Se anuncian así las claves para la construcción de
ese espacio judicial europeo que dejará de ser una “acción común” de los
Estados de la Unión (art. 29 TUE), para convertirse en una competencia
compartida de la Unión y los Estados miembros (art. 13 PTCE), cuyo
desarrollo se llevará a cabo guardando el equilibrio entre el Derecho de la
Unión y los sistemas jurídicos de los Estados miembros, siempre en el respeto
a los derechos fundamentales. El objetivo es garantizar un alto grado de
seguridad a través de medidas de prevención y de lucha contra la
delincuencia y contra el racismo y la xenofobia, medidas de coordinación y
cooperación entre autoridades policiales y judiciales penales y las demás
autoridades competentes, así como mediante el reconocimiento mutuo de las
resoluciones judiciales penales y, si fuere necesario, la aproximación de las
legislaciones penales (art. III-158).
12
ANDRÉS SÁENZ DE SANTA MARÍA, Paz, “Hacia una Constitución Europea:
comentarios sobre los trabajos de la Convención”, en Revista General de
Derecho Europeo, n.º 1, iustel.com, Portal Derecho,
http://www.iustel.com/revistas.
13
Así, las decisiones son adoptadas por el Consejo –a propuesta de
cualquier Estado miembro o de la Comisión- por unanimidad, salvo en los
pocos casos en los que se permite la mayoría cualificada (art. 34 TUE), si bien
se generaliza la consulta previa al Parlamento Europeo, salvo excepciones
los casos y la utilización de instrumentos jurídicos sin efecto directo14,
llevaron al Parlamento Europeo, así como al Grupo X encargado de los
asuntos relativos a “Libertad, seguridad y justicia”, a postular la eliminación
del sistema del Tercer Pilar y, en consecuencia, a solicitar la inclusión de las
cuestiones relativas al espacio judicial en el que debiera ser su destino
natural, el marco jurídico general de la UE, participando de los instrumentos
de decisión y de ejecución comunes a cualquier otro sector del Derecho de la
UE, aunque respetando las particularidades de este ámbito15. Junto a ello, el
Grupo X proponía que se elaborara un programa plurianual que definiera un
marco general para la acción de la Unión en relación con la legislación y
colaboración operativa. De esta forma, se vería cumplido además un segundo
objetivo, cual es el de dotar de coherencia y claridad a las políticas operativas
y legislativas en el ámbito del espacio de libertad, seguridad y justicia, al
margen de consideraciones estrictamente de política nacional o de prioridades
mediáticas16.
El resultado de estas propuestas se ha visto reflejado en el PTCE en el que
se han establecido unos instrumentos jurídicos únicos para el desarrollo de las
El desarrollo del espacio europeo de justicia penal está asentado sobre dos
grandes elementos fundamentales: la cooperación y las garantías mínimas de
la justicia. El primero de ellos supone una conjunción de la actividad judicial y
policial. La cooperación judicial se basa en el principio de reconocimiento
mutuo de las sentencias y resoluciones judiciales e incluye la aproximación de
las disposiciones legislativas y reglamentarias de los Estados miembros en los
ámbitos relacionados con la justicia penal expresamente mencionados en el
PTCE (art. III-171-1 PTCE), mientras que la cooperación policial tiene como
objetivo el desempeño de funciones coercitivas especializadas en la
prevención y en la localización e investigación de los hechos delictivos (art.
III-176 PTCE). Las que hemos denominado “garantías mínimas de la justicia”
se refieren a los derechos, libertades y principios que, en este ámbito,
aparecen expresamente sancionados como tales en la Parte Segunda del PTCE
relativa a la Carta de los derechos fundamentales de la Unión.
17
Estos ámbitos son: el terrorismo, la trata de seres humanos y la
explotación sexual de mujeres y niños, el tráfico ilícito de drogas y de armas,
el blanqueo de capitales, la corrupción, la falsificación de medios de pago, la
delincuencia informática y la delincuencia organizada, así como aquellos otros
ámbitos determinados, en su caso, por el Consejo de Ministros mediante
decisión europea (art. III-172.1 PTCE).
fundamento en la protección de los derechos humanos y en el consenso
internacional sobre la penalización de determinadas conductas18.
El PTCE contempla y desarrolla esta doble dimensión de la cooperación
operativa y la realización de normas mínimas comunes de Derecho penal
sustantivo y procesal, tal como se había apuntado ya desde el Tratado de
Maastricht, con el objetivo de lograr la simplificación y agilización de la
cooperación y ello se comprueba en todo el articulado dedicado a esta materia
donde se hace referencia al reforzamiento y mejora de la cooperación entre
los órganos judiciales; al principio de reconocimiento mutuo de las decisiones
judiciales y a la armonización aproximación de las legislaciones de los Estados
(art. III-171.1 PTCE).
En cuanto al primero de los aspectos, la cooperación queda definida como
“cooperación operativa” entre los órganos judiciales y de la Administración de
Justicia y entre los órganos policiales. Para ello, el PTCE, tal como se venía
haciendo especialmente desde el Tratado de Ámsterdam, incide por un lado
en la necesidad de mejora de la estructura de los órganos de la
Administración de Justicia y de las fuerzas policiales que han de colaborar,
promoviendo el fomento de su formación en el tratamiento de casos
transfronterizos (arts. III-171.1c) y III-176 PTCE), así como la facilitación de
la cooperación entre los mismos (arts. III-171.1d) y III-176.3 PTCE)19. Por
otro lado, se busca reforzar esta cooperación a través de la consolidación de
estructuras propias de la Unión como Eurojust (art. III.174 PTCE)20, al objeto
de apoyar e intensificar la coordinación y cooperación entre las autoridades
nacionales encargadas de la persecución de la delincuencia grave que afecte a
dos o más Estados miembros o que perseguirse según criterios comunes; la
Fiscalía Europea (III-175 PTCE), para combatir la delincuencia grave que
tenga una dimensión transfronteriza, así como las infracciones que lesiones
los intereses de la Unión21 o Europol (III-177 PTCE)22, para apoyar e
18
HÖPFEL, Frank, “Nuevas formas de cooperación internacional en materia
penal”, en BACIGALUPO ZAPATER, Enrique, El Derecho Penal Internacional,
Cuadernos de Derecho Judicial VII-2001, Madrid, Consejo General del Poder
Judicial, 2001, pp. 225-250, esp. p. 228
19
Se sigue así la línea seguida en las Acciones Comunes de 22 de abril de
1996, adoptada por el Consejo para la creación de un marco de intercambio
de magistrados de enlace que permita mejorar la cooperación judicial entre
los Estados miembros (DOCE serie L, n. 105, de 27 de abril de 1996) y la de
29 de junio de 1998, adoptada por el Consejo por la que se crea una red
judicial europea (DOCE, serie L, n. 191, de 7 de julio de 1998) o en el Acto
del Consejo de 29 de mayo de 2000 por el que se celebra el Convenio relativo
a la asistencia en materia penal entre los Estados miembros de la Unión
Europea (DOCE, serie C, n. 197, de 12 de julio de 2000).
20
Creada por Decisión del Consejo de 28 de febrero por el que se crea
Eurojust para luchar contra las formas graves de delincuencia.
21
Sobre los antecedentes cfr. el Libro Verde presentado por la Comisión
sobre la protección penal de los intereses financieros comunitarios y la
creación de un Fiscal Europeo, de 11 de diciembre de 2001.
22
Creado por el Acto del consejo de 26 de julio de 1995, relativo al
establecimiento del Convenio por el que se crea una Oficina Europea de Policía
(Convenio Europol). (DOCE, serie C, n. 316, de 27 de noviembre de 1995).
intensificar la actuación de las autoridades policiales y demás servicios con
funciones coercitivas de los Estados miembros, así como su colaboración
mutua en la prevención y lucha contra la delincuencia grave que afecte a
varios Estados miembros, el terrorismo y las formas de delincuencia que
lesionen un interés común.
El principio de reconocimiento de las resoluciones judiciales es la piedra
angular de la cooperación judicial, y por tanto, un elemento clave en la lucha
internacional contra la criminalidad. En virtud del mismo, un Estado va a
reconocer las decisiones que emanan de los órganos jurisdiccionales de otros
Estados miembros que, en su caso, servirán de base para la futura
intervención de sus propios órganos jurisdiccionales, bien para va colaborar
en la ejecución de dichas resoluciones –el ejemplo paradigmático lo
encontramos en la orden de detención europea-, bien para impedir el doble
enjuiciamiento de unos mismos hechos atribuidos a un mismo sujeto –como
consecuencia de la vigencia transnacional del principio de “ne bis in idem”23- o
bien incluso para que pueda posibilitarse tener en cuenta todos los
antecedentes penales del delincuente en otros Estados miembros. La vigencia
de este principio presupone la existencia de confianza de los Estados en sus
respectivos sistemas de justicia penal, y precisamente en este aspecto es
donde pueden existir problemas debido a las diferencias de regulaciones
penales –sustantivas y procesales- de los Estados miembros. El hecho de que
todos los Estados miembros son Estados democráticos de derecho, que
respetan los derechos fundamentales y los derechos humanos en general, y
que están obligados por el Convenio Europeo de Derechos Humanos justifica
sobradamente para algunos la existencia de confianza, por lo que las
decisiones judiciales de otros Estados miembros deben reconocerse de forma
automática y sin someterlas a examen, en cuyo caso se equipara el principio
de reconocimiento al “principio de asimilación”24. Sin embargo, la existencia
de confianza para otros requiere una actuación positiva de armonización y
aproximación de legislaciones.
Ésta parece ser la línea marcada en el PTCE donde se hace referencia a la
necesidad de aproximación de las disposiciones legislativas y reglamentarias
de los Estados miembros en este ámbito (III-171 PTCE) a través de la
formulación de marcos jurídicos o de normas mínimas comunes, como
elemento esencial de la cooperación. Con esta previsión se alcanzan dos
objetivos de gran importancia: lograr la simplificación de la cooperación
operativa en los casos concretos y contribuir al deseo de llegar a conclusiones
comunes sobre cuál ha de ser el tratamiento adecuado a determinados
23
Esta idea ha sido puesta de manifiesto recientemente por el TJCE en su
Sentencia de 11 de febrero de 2003 y en la Iniciativa de la República Helénica
con vistas a la adopción de una Decisión marco del Consejo relativa a la
aplicación del principio “ne bis in idem”, citada.
24
Sobre estos aspectos y la crítica al principio de asimilación, cfr. VOGEL,
Joachim, “¿Supresión de la extradición? Observaciones críticas en relación con
la reforma de la Legislación en materia de extradición en la Unión Europea”,
en BACIGALUPO ZAPATER, Enrique, El Derecho Penal Internacional,
Cuadernos de Derecho Judicial VII-2001, Madrid, Consejo General del Poder
Judicial, 2001, pp. 171-198, esp. pp. 185 y ss.
fenómenos delictivos25. Se trata, en definitiva, de favorecer el
establecimiento, en el territorio de la UE, de una coordinada política criminal
que inspire la formulación de un marco jurídico que elimine la tradicional
desconfianza de los Estados en sus respectivos sistemas de justicia penal,
favoreciendo con ello el mejor reconocimiento mutuo de las decisiones
judiciales y, en consecuencia, la colaboración entre Estados.
Asimismo se mantiene, en la futura construcción de este espacio europeo
de justicia penal, la posible existencia de ámbitos de colaboración reforzada
entre algunos de los Estados integrantes de la UE (arts. III-322 y siguientes
del PTCE). La implantación de estos espacios ha sido positiva, ya que ha
servido en algunos aspectos de motor de aceleración de la integración en este
ámbito, como ha sucedido con el espacio o ámbito de Schengen26, en el que
participan un núcleo muy representativo de Estados de la UE27, aunque a la
vez se favorece la implantación de un espacio judicial de dos o más
velocidades, lo que a la postre puede suponer un cierto desequilibrio para su
consolidación.
25
Sobre estos aspectos de la cooperación internacional, cfr. HÖPFEL, Frank,
“Nuevas formas de cooperación ...”, op. cit., pp. 228 y ss.
26
En la actualidad integrado entre el primer y tercer pilares por el Tratado
de Ámsterdam mediante un Protocolo anejo al TUE y al TCE. Las operaciones
de ventilación del acervo de Schengen fueron extremadamente complejas que
finalizaron en dos decisiones del Consejo de 20 de mayo de 1999, en las que
se define, por un lado, el acervo Schengen (Decisión 1999/435/CE) y, por
otro, se determina la base jurídica de cada una de las disposiciones o
decisiones de ese acervo (Decisión 1999/436/CE).
27
El origen del sistema Schengen está en el Acuerdo de Schengen de 14 de
junio de 1985 sobre la supresión de controles en las fronteras comunes entre
los Estados del BENELUX, Francia y Alemania, así como el Convenio de
aplicación firmado por dichos Estados el 19 de junio de 1990. Al mismo se
han sumado posteriormente Italia (1990), España y Portugal (1991), Grecia
(1992), Austria (1995) y Dinamarca, Suecia y Finlandia (1995). Desde esta
última fecha, Noruega e Islandia ostentan la condición de Estados asociados.
y en armonía con las tradiciones constitucionales comunes de los Estados
miembros (art. II-52.4), sin que en ningún caso las disposiciones de la Carta
puedan interpretarse como limitativas o lesivas de los derechos humanos y
libertades fundamentales (art. II-53), ni rebasarse la prohibición del abuso de
derecho (art. II-54). Los principios, sin embargo, sólo podrán aplicarse
“mediante actos legislativos y ejecutivos adoptados por las instituciones y
organismos de la Unión y por actos de los Estados miembros cuando apliquen
el Derecho de la Unión, en el ejercicio de sus competencias respectivas. Sólo
podrán alegarse ante un órgano jurisdiccional en lo que se refiere a la
interpretación y control de la legalidad de dichos actos” (art. II-52.3).
Es destacable, dentro del listado de derechos fundamentales, la inclusión
en el Título VI, de algunos de los derechos y garantías fundamentales del
ámbito de la justicia como el derecho a la tutela judicial efectiva y a un juez
imparcial (art. II-47), la presunción de inocencia y derechos de la defensa
(art. II-48), los principios de legalidad y de proporcionalidad de los delitos y
las penas (art. II-49) o el derecho a no ser acusado o condenado penalmente
dos veces por el mismo delito (art. II-50).
No obstante, este listado necesariamente habrá de completarse con otros
derechos y principios que, sin duda alguna, también tienen incidencia en el
ámbito de la justicia penal, aunque se encuentren garantizados en otros
apartados de la Carta, como el derecho a la vida (art. II-2) y a la integridad
de la persona (art. II-3); la prohibición de la tortura y de las penas o de los
tratos inhumanos o degradantes (art. II-4); el derecho a la libertad y a la
seguridad (art. II-6); el respeto de la vida privada y familiar (art. II-7); el
principio de igualdad y la interdicción de la discriminación (arts. II-20 y
siguientes); o la libertad de circulación y de residencia (art. II-45), entre
otros.
La conveniencia de incluir o no en el Proyecto de Constitución un catálogo
de derechos y garantías fundamentales es una disyuntiva en la que se ha
movido la UE28 ya desde la aprobación de la Carta de derechos fundamentales
de la UE29. Por un lado, no se puede negar su carácter positivo al consolidar el
reconocimiento de los mismos en el ámbito de la Unión, otorgando además
seguridad jurídica y el mismo valor jurídico. No obstante, el hecho de que
estos derechos ya estuvieran previamente consolidados y garantizados en
otros Tratados o Convenios de carácter internacional, especialmente en el
Convenio Europeo para la protección de los derechos humanos y de las
libertades fundamentales, vinculante para todos los Estados miembros de la
Unión en tanto que integrantes del Consejo de Europa, lleva a preguntarse
por la justificación o no de esta reiteración normativa, más aún si se toma en
consideración la necesidad de que su sentido y alcance sean “iguales a los que
se les confiere en dicho Convenio” (art. II-51.3 PTCE) y la prohibición de que
las disposiciones de la Carta sean interpretadas como limitativas o lesivas de
los derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos, en particular,
en el CEDH (art. II-53 PTCE)30. Además, hay que tomar en consideración el
28
Sobre estos aspectos, cfr. FERNÁNDEZ TOMÁS, Antonio, La Carta de
derechos fundamentales de la Unión Europea, Valencia, Tirant lo Blanch,
2001, pp. 54 y ss.
29
DOCE, serie C, n. 364, de 18 de diciembre de 2000.
30
Este mismo asunto de la relación entre el CEDH y el establecimiento de
un catálogo de derechos y libertades fundamentales de la UE, ya fue objeto
hecho de que la jurisprudencia del TEDH mantiene vivos y dinámicos los
derechos y garantías consagrados por el CEDH, dotándoles de un carácter
expansivo al extender y actualizar su contenido, fuerza y alcance.
Estas mismas dudas sobre la mera adhesión al CEDH o la necesidad de
establecer garantías propias en el ámbito de la UE se han suscitado ya
específicamente en la adopción de normas mínimas comunes de protección de
los derechos de los individuos en el ámbito de la justicia penal. Así sucedió en
el seno de la Comisión durante la elaboración del Libro Verde sobre garantías
procesales para sospechosos e inculpados en procesos penales en la Unión
Europea31, cuyo objetivo último es conseguir la adopción de una Decisión
Marco en esta materia. Así, la Comisión llega a la conclusión de que el
reconocimiento de unos derechos o garantías fundamentales en este ámbito,
aunque sean coincidentes con los ya consagrados en el CEDH, tiene como
finalidad garantizar que los derechos definidos se aplican de manera más
coherente y uniforme en todo el territorio de la Unión, evitando de este modo,
las discrepancias en cuanto a los niveles de las salvaguardias operativas en
los diversos Estados miembros.
En todo caso, los derechos y libertades fundamentales en el ámbito de la
justicia reconocidos en la Carta deben ser consideradas como “garantías
mínimas” desde un doble sentido: de un lado, porque el propio PTCE
establece la posibilidad de su ampliación, por ejemplo, a partir del
establecimiento, mediante leyes marco europeas, de normas mínimas
relativas a los derechos de las personas implicadas y de las víctimas en el
procedimiento penal (art. III-171.2 b) y c) PTCE); de otro lado, porque ello no
es óbice para que los Estados miembros mantengan o introduzcan un mayor
nivel de protección en este ámbito (art. III-171.2 PTCE)
La aplicación de estas disposiciones se llevará a cabo por las instituciones,
organismos, agencias de la Unión, así como por los Estados miembros,
“únicamente cuando apliquen el Derecho de la Unión” (art. II-53.1 PTCE), de
modo que la Carta no amplía el ámbito de aplicación del Derecho de la Unión,
ni crea ninguna competencia o misión nuevas para la Unión, ni modifica las
competencias y misiones definidas en las demás Partes de la Constitución
(art. II-51.2 PTCE).
III. CONCLUSIÓN