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FENÓMENOS PSICOLÓGICOS (segunda parte)

Las alucinaciones son comunes

Un tercio de las personas reportan experimentar


alucinaciones en algún momento de su vida.
Del mismo modo, la gente corriente a menudo
tiene pensamientos paranoicos. El cerebro
actúa así para rellenar la falta de información.
El problema es cuando eso ocurre muy a
menudo, porque puede ser una alarma de
problemas en ciertas regiones del cerebro.

Se sabe que cuando los esquizofrénicos tienen alucinaciones, es porque


realmente se activa la región que se encargaría de enviar el mensaje. El
sonido, las imágenes o los olores que perciben, realmente existen para
ellos, a pesar de que no hay ningún estímulo que los desencadene.

El efecto Placebo

Ocurre cuando el sujeto cree que una droga o un medicamento tiene un


efecto sobre él, aunque dicho efecto no tenga fundamentación
fisiológica. Ejemplos de placebo son muchos productos de «efectos
mágicos y milagrosos» de venta en farmacias, pulseras energéticas,
etcétera.

Los investigadores han encontrado algunas curiosidades como:

❖ Cuanto más grandes son las pastillas, más curan


❖ Curan más dos pastillas que una sola
❖ Las azules curan más que las rojas
❖ Los placebos en píldoras curan más que ciertas pastillas
❖ Las inyecciones curan más que las píldoras
❖ También hay pruebas placebo: rayos X, escáneres…

La obediencia a la autoridad

Numerosos estudios muestran como las personas en el poder pueden


controlar nuestros comportamientos y llevarnos a hacer cosas que no
queremos hacer. En el famoso estudio de Stanley Milgram, el 63% de los
participantes siguió dando descargas eléctricas a otro ser humano sólo
porque alguien con autoridad les decía que así lo hicieran.

¿De qué se trataba el experimento?

Ideó una interesante situación experimental: empleó voluntarios a


quienes hizo creer que participarían en un experimento psicológico sobre
aprendizaje, memoria y dolor; a unos les tocaba el papel de
“evaluadores” y dejó a un segundo grupo de “cómplices” de Milgram
como “evaluados”.

El trabajo consistía en evaluar a un sujeto que, estando en una sala


contigua, debía responder por micrófono a una serie de preguntas de un
test. Cuando el evaluado cometía un error, el “evaluador” debía aplicar
–vía un dispositivo mecánico– una descarga eléctrica que iba desde
intensidades pequeñas hasta grandes voltajes. La descarga iba directo a
la mano del “cómplice”, que se quejaba del dolor causado. Por supuesto
que no se enviaba ninguna descarga eléctrica, todo era simulado, pero
los participantes lo ignoraban.

Lo que quería estudiarse era hasta qué punto una persona continuaba el
experimento aplicando como castigo descargas eléctricas que iban
aumentando peligrosamente de intensidad, inclusive con señales de
peligro en el tablero de mando, tan solo porque una autoridad –en este
caso, un psicólogo– se lo solicitaba.

Previamente, los participantes habían sido entrevistados para descartar


a personas con problemas psicológicos, pues es entendible que alguien
con rasgos sádicos o psicopáticos bien podía hasta gozar de un ejercicio
así. No. Las personas eran individuos, digamos, normales. Los participantes
eran personas de entre 20 y 50 años, con diferentes niveles de educación.

Antes de realizar el experimento, Milgram consultó a especialistas en


psicología qué porcentaje de personas podrían continuar el experimento
hasta el final, es decir, hasta aplicar descargas muy altas como castigo
(hasta 450 voltios). Se estimó que, de pronto, lo harían entre 1% y 5% o,
como máximo, 10%. Grande fue la sorpresa cuando más de la mitad de
los participantes terminaron el experimento, claro que no muy a gusto.
Sobre este último punto, Milgram narra que veía cómo gente adulta
titubeaba, le hacían preguntas sobre el sujeto en la otra habitación, se
mostraban ansiosos, se demoraban en seguir el experimento, volteaban,
estaban inquietos, pero finalmente seguían la orden dada por él y esto a
pesar de que eran voluntarios y no estaban obligados, por ninguna razón,
a continuar hasta el final. Cierto es que una buena parte de los voluntarios
se detuvo y dio por terminado el ejercicio antes de llegar a enviar castigos
con voltajes altos, pero más de la mitad siguió –a pesar de la
incomodidad– con la intención de cumplir la orden dada.

Este experimento demuestra que, a pesar de la incomodidad o un criterio


diferente, mucha gente puede cumplir órdenes que van en contra de lo
que considera correcto o apropiado, siempre y cuando una autoridad
(respetada, admirada o temida) lo solicite.

No debemos suprimir pensamientos

Frenando pensamientos en realidad se consigue pensar aún más en ellos.


Es una de las estrategias que más usan las personas que sufren el Trastorno
Obsesivo Compulsivo, y la mayoría asume que esa táctica pocas veces
les ha ayudado.

Fantasear reduce la motivación


Pensar que ya hemos tenido éxito en el pasado puede reducir nuestra
motivación. Además, podríamos dar por válido el argumento según el
cual pensar en el éxito nos lleva indefectible a crear las condiciones para
que éste acontezca, pero en realidad esto resulta más bien
contraproducente.

Elecciones mediadas por las emociones

No somos muy buenos ni en la toma de decisiones ni en la comprensión


de por qué tomamos esas elecciones. Como dice el divulgador científico
Eduard Punset, “nos han enseñado a ser muy lógicos y razonables
tomando decisiones, pero resulta que no hay una sola decisión razonable
que no esté contaminada por una emoción. No hay un proyecto que no
empiece por una emoción. Y no hay un proyecto que no termine por una
emoción”.

Además, cuando tomamos una decisión, incluso si la decisión no es


buena, tenemos la tendencia a racionalizar el por qué esa decisión es la
mejor opción. El Marketing Emocional se encarga de reunir esos
conocimientos y aplicarlos para seducir nuestras emociones y lograr que
compremos un producto en concreto.

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