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CAPITULO 9

EL SIGLO XVII. LA HEGEMONÍA FRANCESA

La consolidación de la monarquía francesa -camino al absolutismo- comenzó a gestarse durante el


reinado de Francisco I, y especialmente en sus luchas contra el emperador Carlos V. En el siglo XVI
Francia había padecido las llamadas "guerras de religión" entre hugonotes (calvinistas) y católicos, que,
unidas a problemas sucesorios, terminaron con la llegada al trono de Enrique IV de Borbón, hugonote
que abjuró de sus creencias y se convirtió al catolicismo. Pero se rodeó de calvinistas, que generaron la
"atmósfera" de un París escéptico -y libertino-, ajeno -y hasta opuesto- a la nobleza del resto de Francia.
Por el edicto de Nantes otorgó una prometida libertad de culto a los protestantes, logrando la
pacificación que necesitaba para iniciar el fortalecimiento de su reino. Al morir asesinado le sucedió Luis
X111, durante cuya minoría de edad el verdadero poder fue pasando lentamente al obispo y consejero
Armand du Plessis. luego cardenal de Richelieu. Fervoro-so defensor del fortalecimiento del poder real
como garantía de la paz político-religiosa, en política interior fomentó la unidad y sumisión de la
nobleza, colocando los cimientos que aseguraron el absolutismo real en Francia, en el momento mismo
en que, al otro lado del canal, Inglaterra establecía, a costa de revoluciones y sangre, el gobierno
parlamentario. A su vez, convencido de la necesidad de disminuir el dominio de los Habsburgo, tomó
parte activa en la política europea, inclinando la balanza en la "guerra de los treinta años", mientras
preparaba a Francia para convertirse en la potencia hegemónica de Europa en el siglo XVII.

Las permanentes guerras civiles -de raíz religiosa- que sacudieron a Francia durante el siglo XVI
provocaron una reacción tolerante en las generaciones siguientes -aproximadamente desde al-rededor
de l5913- y un grupo de políticos (los politiques) no comprometidos con las facciones en lucha -y
después del asesinato de dos reyes- trabajaron con la pluma y la política activa a favor de la tolerancia y
la paz. Uno de sus representantes más importantes fue Jean Bodin, defensor de la teoría de la soberanía
para fortalecer el poder al rey y evitar las "luchas entre facciones”. Para Bodin -en Seis Libros de k
República-el monarca -"imagen de Dios"- "debe poner de acuerdo a sus súbditos, unos con otros, y a
todos con él mismo", puede "dar leyes a sus súbditos sin su consentimiento" y "no tiene que rendir
cuentas a nadie más que a Dios"; es soberano.

Para él -y sus colegas-el monarca absoluto' era un soberano -no un tirano- que debía garantizar los
derechos (¿hoy privilegios?) de cada uno de los estamentos -no individuos- que poblaban su reino. "No
le estaba permitido usurpar los derechos de los súbditos, y los más preciosos derechos de los súbditos
eran sus libertades, concebidas como privilegios de estamentos, de cuerpos, de provincias, de villas o de
personas ...".

Esta concepción estamental —de raíz medieval— fue claramente expresada por otro autor francés (Guy
Coquille), quien en 1588 afirmó: "el Rey es el jefe, y el pueblo de las tres órdenes son los miembros, y
todos juntos forman el cuerpo político y místico, cuya unión y ligadura es tan inseparable, que cuando
una parte sufre un dolor, repercute con intensidad en el resto de la sociedad"3.

Es importante destacar que toda la estructura estamental —y la monarquía misma— descansaba sobre
la familia ("los antepasados"). Así lo aclaraba el citado Bodin al escribir "el rey trata a sus súbditos y les
administra la justicia, como hace un padre con sus hijos" y lo confirmaba Moreau, en su Discurso sobre
la justicia dedicado al Delfín: "Las primeras sociedades fueron las familias y la primera autoridad fue la
que ejercieron los padres sobre los hijos. Los reyes ejercieron sobre las naciones la misma autoridad que
tuvieron los padres en las primeras familias".

Antes de la mudanza de la nobleza a Versalles "el jefe de la familia recuerda al paterfamilias antiguo.
Manda al grupo que se forma en tomo suyo y que lleva su nombre, organiza la defensa común, reparte
el trabajo conforme a la capacidad y a las necesidades de cada uno. Reina —esta palabra la encontramos
en textos de la época— como amo absoluto. Se llama sire. A su mujer, la madre de familia, la llama
dame (domina). La familia vive en su residencia fortificada. El hombre padece, ama, trabaja y muere en
el lugar donde ha nacido. El jefe de la familia es a ratos guerrero y a ratos agricultor. Como los héroes de
Homero. Las tierras que cultiva se concentran alrededor de su vivienda"5. "... Sin la familia, el hombre
no podría subsistir. Así se han formado los sentimientos de solidaridad que unieron entre sí a los
miembros de la familia, sentimientos que, bajo el impulso de una tradición soberana, irán
desenvolviéndose y concretándose. La prosperidad de un hombre decidirá también la de su parentela; el
honor de uno de ellos será también el de los demás y, asimismo, la vergüenza de uno recaerá sobre
todos los miembros del linaje"6. Pero el "paterfamilias" asimismo es la garantía del patrimonio familiar y
asegura la herencia de los bienes —y de las tradiciones—, como también la herencia de los "oficios" (ver
documento 2)7 que preservan el buen funcionamiento del orden social. Por ello en esos tiempos "la
unión matrimonial —que parece ser hoy la fusión de dos individuos— era, principalmente, la unión de
dos casas". De manera parecida, cabía al primogénito garantizar la continuidad de esa "casa", que
conforma, de alguna manera, más que la familia mono-nuclear —pareja e hijos— la "gran familia
patriarcal".

Esta concepción "nobiliaria" de la familia no era exactamente igual en el ambiente rural que en la vida
cotidiana y la moral cristiana. "En una sociedad que siguió siendo profundamente rural hasta el siglo
pasado, la tierra madre era el origen de todo tipo de especie humana. Todos los años la naturaleza
representaba la misma obra; las estaciones se seguían sin tregua, y el mundo era arrastrado por este
movimiento sin fin. En este universo en constante renovación, no había nada más grave que la
esterilidad de la pareja, porque interrumpía el ciclo y quebraba la solidaridad del linaje. Cada miembro
de la familia dependía de los demás; sin ellos, no era nada. Los adultos en edad de tener hijos
establecían el vínculo entre el pasado y el futuro, entre una humanidad pasada y una humanidad
venidera. Romper el hilo era una responsabilidad insensata. Y puesto que la mujer era quien llevaba en
su seno al niño, quien lo alumbraba y quien seguidamente lo alimentaba, desempeñaba un papel
esencial; era ella la depositaria de la familia y de la especie. De ahí los ritos de la fecundidad a los que se
sometía en los 'santuarios de la naturaleza', cerca de las piedras de fecundidad, de los manantiales y de
los árboles fecundantes, como si la semilla de niño se hallara en la naturaleza, cerca de ciertos lugares
privilegiados".

Richelieu -que supo aprovechar los frutos de las semillas dejadas por esos politiques- llevó adelante una
política agresiva y firme contra la antigua nobleza, arrasando sus plazas fuertes y reemplazando los
poderes locales por enviados del Rey -los intendentes- que pasaron a controlar la policía, la justicia y las
finanzas. Paralelamente difundió "un culto al Rey" concebido como "la imagen viviente de la Divinidad",
de acuerdo con la teoría que perfeccionó el obispo Bossuet.
Éste, a mitades del siglo XVII -en su Política sacada de las Sagradas Escrituras- expuso la versión católica
de la teoría del "derecho divino de los reyes", justificatoria del absolutismo real. En párrafos
significativos del Libro III escribió: "Ved a un pueblo inmenso reunido en una sola persona: ved este
Poder sagrado, paternal y absoluto; ved la razón secreta que gobierna todo el corazón del Estado,
encerrada en una sola cabeza: en los reyes veis así la imagen de Dios y tenéis la idea de la majestad real"
y "Oh reyes, ejerced, pues, rectamente vuestro Poder pues es divino y saludable para el género humano;
pero ejercedlo con humildad... Porque, en el fondo, os deja débiles, os deja mortales, os deja pecadores,
y os carga delante de Dios con una cuenta mucho mayor... ". Asimismo, con motivo de su designación
como educador del heredero al trono -el futuro Luis XIV- escribió unas no menos sugestivas Memorias
para la instrucción del Delfín.

Señala un autor que "no es aventurado afirmar que el apoyo a la monarquía por derecho divino formaba
parte de una visión del mundo, coherente y consecuente, según la entendían muchos hombres también
en la Inglaterra de después de la restauración. Lo que sostenía la ideología del orden era el deseo
interno, muy firme, de encontrar un fundamento universal e inmutable del derecho de la autoridad
establecida y la obligación de la obediencia. También satisfacía la necesidad de encontrar un orden
político y social que fuera más allá de la mera conveniencia, que superara el tiempo y la circunstancia y
que no dependiera de los procesos históricos particulares y las características nacionales".

A la muerte de Luis XIII le sucedió su hijo Luis XIV, menor de edad, bajo la regencia de su madre Ana de
Austria, y el "gobierno" del cardenal Mazarino, instruido para reemplazarle por el propio Richelieu.

Después de la rebelión de la Fronda, y dada la impopularidad de Mazarino, Luis XIV, apenas llegado a la
mayoría de edad, se hizo cargo del poder y ejerció el gobierno de Francia hasta su muer-te. Más que
ministros tuvo funcionarios y entre ellos sobresalieron Colbert -impulsor de la práctica económica del
mercantilismo12, de las primeras industrias (de lujo) y constructor de una poderosa marina comercial- y
Vauban, organizador del primer ejército "profesional".

Luis XIV llevó a su máxima expresión la práctica absolutista sintetizada en la célebre frase "el estado soy
yo", continuando y profundizando la política implementada por Richelieu de controlar a la nobleza,
mientras se rodeaba de burócratas seleccionados entre los burgueses. Esta política fue secundada por el
dictado de una gran cantidad de ordenanzas -verdaderos códigos- destinadas a reglamentar las líneas de
acción.

De este modo se fue conformando una nueva forma política -la monarquía absoluta-, en la cual "el
Estado queda reducido a una máquina todopoderosa capaz de mantener a los hombres en paz”. En ella
el poder se sustenta en "el ejército, la bolsa, la burocracia y la corte", que se fortalecieron en esos
tiempos hasta convertirse en los cimientos de nuestro "estado moderno".

Un monarca absolutista como Luis XIV evidentemente también quería controlar a la Iglesia, al menos la
de su reino". En materia religiosa el rey revocó el mencionado edicto de Nantes, provocando el éxodo de
muchos hugonotes —más de 50.000 familias de militares, hombres de letras, artesanos— que fueron
recibidos como desterrados (emigrés) por persecuciones religiosas en Holanda, Inglaterra, Brandeburgo
y luego Norteamérica y aún Sudáfrica, adonde llevaron —junto a sus ideas de libertad y tolerancia
religiosa y su habilidad técnica— los aspectos más significativos de la "cultura francesa". Al mismo
tiempo lograba la condena de las ideas de Jansenio, cercano al protestantismo.

La posición del monarca facilitó que la Iglesia en Francia se fuera convirtiendo "cada vez más un
organismo eclesiástico autónomo y la cultura francesa separóse progresivamente de la cultura barroca
de la Europa católica...". Precisamente uno de los pilares del Antiguo Régimen (el Ancien Régime) fue la
vinculación entre el Trono y el Aliar, que Luis XIV —y especialmente sus sucesores—fomentaron,
creando un modelo que copiaron todas las monarquías de la Europa "absolutista".

Una de sus medidas más conocidas fue la construcción de un palacio en Versalles, y al trasladar allí su
corte, logró que la nobleza dejara sus posesiones provinciales en manos de "mayordomos", mientras los
territorios pasaban a ser administrados por funcionarios reales, los intendentes. Entretanto los nobles se
convirtieron en cortesanos frívolos, despreocupados de los asuntos políticos y alejados de sus
campesinos, generándose, poco a poco, el "caldo de cultivo" para la Revolución Francesa.

Mientras los artistas de toda Europa intentaban edificar nuevos Versalles, los artistas franceses
construyeron el Gran Trianon, los Inválidos y el Louvre, por citar los más conocidos.

En 1664 la corte allí residente "estaba compuesta por unas seiscientas personas: la familia real, la
nobleza más alta, los representantes extranjeros y el personal de servicio. En la plenitud, Versalles creció
hasta las diez mil almas, esta cifra incluía a notables que acudían ocasionalmente, a todos los
animadores y criados y a los artistas a quienes el rey había querido recompensar".

"El esplendor de la corte estribaba en parte en el lujoso mobiliario de las habitaciones, en parte en la
suntuosidad de los espectáculos, en parte en la fama de los hombres y la belleza de las mujeres atraídas
allí por los imanes del dinero, la reputación y el poder". "Para impedir que todos estos caballeros y
damas se aburrieran (...) se contrataba a artistas de todas clases para que organizaran diversiones:
torneos, cazas, tenis, billares, baños, paseos en barca, banquetes, danzas, bailes, masca-radas, óperas,
conciertos y representaciones teatrales...".

Versalles generó el clima —cultura, arte, costumbre, modales— que se contagiaría a toda Europa, "pues
Versalles y París dictan, si no las ideas, al menos casi todas las modas". En la corte "los hombres estaban
aprendiendo de las mujeres la gracia del comportamiento y del lenguaje: hablaban clara y
correctamente, eludían el estilo sentencioso y la pedantería; abordaban todos los temas, por profundos
que fueran, con alegre levedad de espíritu y expresión. Era mala educación discutir con vehemencia. Los
modales en la mesa estaban mejorando". La corte hace del imperio de la apariencia su regla social. El
respeto de la etiqueta, el vestido, la palabra y también la presentación del cuerpo obedecen a esta
misma exigencia de reconocimiento colectivo. El perfume, los polvos y la peluca producen un cuerpo
adecuado, por fin, a las expectativas de la mirada social". No debe extrañarnos que, analizando estas
costumbres, frente al célebre retrato de Luis XIV, los historiadores no hayan resistido la tentación de
señalar un amaneramiento de la sociedad.

Pero como era lógico en ese ambiente "la moral de la corte consistía en cl adulterio decoroso, el
derroche en cl vestido y el juego y apasionadas intrigas en procura de prestigio y puestos, todo ello
llevado a un ritmo de refinamiento exterior, modales elegantes y alegría obligatoria...".
Después de una lectura de las crónicas no pueden quedar muchas dudas de que el siglo XVII "fue la
sociedad más alegre y corrompida de la historia"'.

A su vez la construcción de Versalles formó parte de la confección de una nueva "mística política",
verdadera "ideología" destinada a promover el culto al monarca. Luis XIV fue conocido como el "rey Sol"
(Roi Soleil) y el literato Racine sintetizó esta creencia al escribir: "Todas las palabras del lenguaje, y hasta
las sílabas, nos parecen preciosas porque las consideramos como otros tantos instrumentos con qué
servir la gloria de nuestro augusto protector"26 y la propia prima del rey afirmaba: "Él es Dios... hay que
esperar sumisamente su voluntad y esperarlo todo de su justicia y de su bon-dad, sin impaciencia, con el
fin de tener por ello más mérito".

Durante el Barroco —como vimos—, la nobleza —refugiada cada vez más en las cortes— trataba de
asegurarse la continuidad de la estructura socio-política vigente, resguardando los valores y costumbres
o reelaborándolos con escasas transformaciones de fondo. En la corte de Luis XIV, aun los rasgos de las
cortes del Barroco se tomaron más exquisitos y afectados. Entretanto, en las crecientes ciudades, los
burgueses —secularizadores— modificaban pausadamente todos los aspectos de la "cosmovisión" de la
Cristiandad, surgida mayormente en los ambientes eclesiásticos.

Una mentalidad burguesa

Ya en la Florencia de fines del siglo XV pudimos advertir la aparición de un horno novus que comenzaba
a diferenciarse notablemente de su antecesor "medieval". La tradición —más allá de lo acertado del
apelativo— le ha apodado "burgués" y su característica más importante fue la secularización en todas
las manifestaciones de su vida cotidiana. Y probablemente haya sido el dinero —como señala un autor—
el elemento desencadenante del proceso de cambios; "el dinero, que todo lo transforma, trae al mundo
una gran inquietud y le pone en constante cambio. Todo el ritmo de la vida acelera su intensidad. Se
impone el concepto moderno de tiempo, como un valor, como una mercancía útil. Se percibe que el
tiempo es algo fugaz, algo que escapa, y se trata de retenerlo"». En él se encuentran las raíces del
llamado "espíritu capitalista" que, además del afán de lucro —ajeno a la concepción medieval opuesta al
negocio (neg-otium)29—, encierra una serie de cualidades psíquicas y nuevos valores, infravalorados en
los siglos precedentes. Entre éstos, podemos agregar al individualismo "antropocéntrico" ya citado y a
una mentalidad calculadora, el afán de lucro (ambición de ganancia), la laboriosidad (el trabajo que
permite construir este mundo), la frugalidad (el ahorro), la respetabilidad (honestidad, prestigio) y, por
qué no, la búsqueda del ascenso en la escala social (status)». Así surgió un tipo humano burgués distinto
al caballero medieval, y se fue perfeccionando hasta prácticamente lograr imponer —en el plazo de tres
siglos— una nueva cosmovisión.

Su concepción de vida —fortalecida por la doctrina calvinista— condujo en los países "protestantes" —
donde la burguesía se impuso con mayor facilidad— a una preocupación —quizás excesiva— por el
aprovechamiento del tiempo en el trabajo (ver documento S)-convertido en la mayor de las virtudes— y
su consecuente enriquecimiento; éxito premiado por Dios. "Al precepto de no gastar más de lo que se
ganara no tardó en seguir otro aún más importante: gastar menos de lo que se ganara, es decir, ahorrar.
Con ello hacía su aparición en el mundo la idea de ahorro"31.

Estos valores se fueron convirtiendo en las virtudes propias de los siglos siguientes: "Hay que vivir
'correctamente': esta frase se conviene ahora en norma suprema de conducta para todo hombre de
negocios que pretenda ser eficiente. Se debe evitar todo vicio y no mostrarse en público más que en
compañía de gente decente. No se debe ser borracho, jugador ni mujeriego; la asistencia a la santa misa
y al sermón de los domingos es obligada; es una palabra, también en el comportamiento de cara al
exterior hay que ser un buen 'burgués', y ello por razones comerciales, pues toda conducta moral eleva
el crédito".

Pero a medida que los burgueses comprobaron que el trabajo realmente les producía riquezas y
mejoraba su posición en la sociedad -y ante Dios- comenzaron a convencerse -ayudados por los
pensadores de las "nuevas ideas"- que ello era solamente mérito de sus esfuerzos -y habilidad- persona-
les; Dios comenzaba a resultar innecesario en la vida cotidiana y tal vez el mundo fuera sólo "un objeto
del trabajo humano, de previsión, de ordenación, y conformación". "Pero el hombre nuevo no se dejará
arrebatar el mérito de sus obras. Es ésta una de las bases de la visión burguesa de la vida. No es Dios
quien da el bienestar y la pobreza, sino que ambos dependen del hombre mismo. El nuevo hombre eco-
nómico proclama, cabe decir, su independencia frente a la divina Providencia. Trabajo, fruto, riqueza,
forman un conjunto cerrado en sí. Ya no se necesita aquí de explicaciones trascendentes, de
intervención de un poder divino. En la vida económica no hay milagros, sino sólo trabajo y cálculo"". La
acentuada preocupación por este mundo fue oscureciendo el interés en el otro (el celestial).

Los valores y las costumbres "barrocas" y "burguesas" intentaron plasmarse en una síntesis. Como
resultado, en "el siglo XVII se había forjado un tipo ideal de hombre: el honnéte homme, el hombre de
bien, en quien reconocemos al hombre de mundo, al caballero y al humanista, pero también al cristiano.
Tipo perfectamente equilibrado, en cl cual los elementos racionales y los elementos afectivos
armonizaban a la perfección. El honnéte homme estaba animado por el amor hacia lo gran-de, el gusto
de lo heroico y una fuerte inclinación hacia lo novelesco. Poseía, además, el sentido de la mesura y de
las conveniencias. Había establecido en sí mismo el reino de la razón. Estaba hecho para la sociedad de
la cual era producto. Su tiempo se repartía entre aquella sociedad, la corte y la ciudad, y el servicio del
rey, el servicio de Francia. Era, pues, sociable; no individualista. Era psicólogo y moralista. Buscaba el
mejor conocimiento de sí mismo y el de los demás. El bono& homme es el modelo que se dio una
minoría selecta entre cuyas filas Francia reclutaba sus jefes, en momentos en que le era necesario
reconstruirse por sí sola y hacer la guerra sobre todos los frentes. Constituyó también el modelo de la
Europa entera, de aquella que se ha dado en llamar 'la Europa france-sa"'34. Aunque todavía parecía
reflejar el modelo del "cortesano" de Castiglione, muchos clérigos comenzaron a advertir que se alejaba
del hombre cristiano. Un siglo más tarde "la religión ya no desempeña ningún papel en la vida del
burgués: ya no determina sus decisiones. Lo que hace y lo que omite depende de motivos puramente
propios del más acá. El burgués quiere pasar ante todo por un hombre honrado (honnéte homme). Pero
lo que mienta cuando habla de honradez tiene un carácter absolutamente profano. Ya no le interesa lo
más mínimo, dicen los ministros de la iglesia, pasar por un varón piadoso. Le basta gozar de la
consideración de sus vecinos como burgués honorable"". Así lo manifiesta en uno de sus sermones el
renombrado cura de Gap: "Cuando se quiere hacer el elogio de una persona, se suele decir: es un
hombre honrado; en cambio, no se dice, no se osa decir: es un buen cristiano; exactamente como si la
condición de ser un buen cristiano tuviera en sí algo deshonroso".

Pero así como el burgués -que había descubierto el ascenso social- intentaba identificarse con el noble,
cl resto de la población -el campesino, más tarde aceptado como "pueblo"- no era bien visto por el
honnéte homme; un testigo de la época nos muestra la visión -presumiblemente algo exagerada- que
tenía un burgués de los campesinos: "Hay diseminados por el campo ciertos anima-les, machos y
hembras. Son oscuros, lívidos, están quemados por el sol y atados al suelo que labran con obstinación
invencible. Pero parecen emitir sonidos articulados y al ponerse en pie dejan ver un rostro humano: y,
en efecto, hombres son"37. Es muy probable que este enfoque diferente -y peyorativo— respecto al
campesino se relacione con el extraordinario crecimiento de la diferencia económica de los grupos
sociales, con motivo de las consecuencias de las guerras y rebeliones, epidemias, ruptura de las
relaciones sociales feudales con el traslado de la nobleza a las cortes, alzas de precios por crisis
económicas y aumento de tasas fiscales que azotaron a los campesinos, mientras los burgueses se
enriquecían aceleradamente por la extensión del comercio y de la banca; como también por la compra
de tierras. "El lujo en el vestir y el desarrollo de la moda —ésta nació en Europa en el siglo XVI—
contribuyeron a aumentar la distancia entre ricos y pobres"38.

Pero en esos tiempos al burgués evidentemente no le preocupaban los campesinos, sólo pretendía
vincularse a la nobleza; "si quiere aprender gramática, música y danza, no es para hablar bien francés,
escuchar el clavencín y presentarse en la Corte. Nuestro hombre sabe hacer sus cuentas, lo tiene sin
cuidado la música y no desea acercarse al rey sino porque es la fluente del poder, la última cosa que
todavía no ha conquistado. Todo lo demás lo posee, puesto que posee el dinero. El burgués es rico, y los
demás no lo son. Con el tiempo ha aprendido a lograr que fructifique su fortuna. Los personajes de ese
mundo lo adulan por cl placer de burlarse de él, pero, sobre todo, porque financia su juego. Y él, por su
parte, se presta a este juego con pequeños servicios, como aproximarse todavía un poco más a los
verdaderos poderosos, a fin de cambiar con ellos dinero por poder. Por el poder que es lo que está
tomando en sus manos el burgués gentilhombre. La Corte, que ni se entera, seguirá riéndose de sus
sandeces, incluso cuando los diputados de los Estados Generales se encaminen (un siglo más tarde),
todavía sin plena conciencia del alcance de su paso, hacia Versalles"39 (ver documento 6). En cuanto a la
actitud que adoptó gran parte de la nobleza frente al avance de este nuevo burgués tenemos una
acertada frase de un contemporáneo: "Si el negociante no acierta, los cortesanos dicen que es un
burgués, un don nadie, un palurdo; pero si triunfa, le piden la mano de su hija".

En otro aspecto los burgueses consiguieron que la Iglesia justificara como legítima (¿honesta?) la
ganancia obtenida en los negocios, modificando, en parte, sus teorías sobre la usura'', a la vez que
aceptaba las nuevas "virtudes burguesas" como coincidentes con la moral cristiana. Bien señala
Groethuysen: "Cabe imaginarse perfectamente un tipo de burgués que se deje guiar en sus actividades y
aspiraciones por los principios de la iglesia. Todo en su vida está perfectamente regulado. Se levanta a
una hora determinada y pone término al trabajo diario en el momento prefijado. Tiene de-terminadas
horas para trabajar y otras en que se dedica al descanso. Evita los esfuerzos excesivos, habiéndose
impuesto de una vez para siempre límites precisos que no traspasa jamás. Tiene sus principios y hábitos.
Un día ha de ser como otro, y toda perturbación del curso regular de su vida le es odiosa de raíz. Su
trabajo es para él una parte integrante del orden de su vida. No se justifica por un fin especial, sino que
es inherente a su vida, que carecería de toda consistencia sin un trabajo determinado. La Iglesia no
puede hacer sino aprobar totalmente su conducta. Tal tipo de burgués existió seguramente en Francia
entonces y más tarde. Se le encuentra preferentemente en las oficinas, pero también en la pequeña
burguesía industriosa. Este pequeño burgués cumple sus deberes religiosos y profanos porque es
desafecto en general a toda irregularidad. La ambición le es en general extraña: le basta la conciencia de
haber cumplido con su deber".

Pero la ya mentada crisis de la "conciencia religiosa" —que producía la secularización— comenzó a


comprobarse cada vez con mayor intensidad, primero en los países adonde no llegó la reforma
tridentina. Aunque los templos seguían siendo lugar de reunión, eran un lugar cada vez menos sacro; el
cardenal veneciano Gasparo Contarini describía a los hombres que pululaban en las iglesias "...hablando
entre ellos sobre el comercio, las guerras e incluso en numerosas ocasiones del amor".

En Francia, en otro aspecto, en el siglo XVII se aprecia con mayor claridad la preocupación de los
burgueses por vincularse con la nobleza, y así mejorar su status social y económico. En primer lugar, en
la búsqueda de cargos públicos u oficios eclesiásticos que permitan adquirir el rango de noble; así surgió
la nobleza de toga (noblesse de robe) que fue asumiendo el poder político y judicial en Francia, sin
abandonar algunos valores que le eran propios.

A su vez, mientras los jesuitas —cada vez más combatidos— se preocupaban por la educación de las
elites, la Iglesia no se despreocupó del resto de los estamentos sociales, en leve ascenso. No podemos
dejar de mencionar, a modo de ejemplo, en Francia, la importante labor educativa cumplida por los
Hermanos de las Escuelas Cristianas. De no menor importancia fue la preocupación por los pobres, que
aumentaban en las florecientes ciudades por la peste y la desocupación. En este campo debemos citar a
Vicente de Paúl y la creación de los hospices, antecedentes de nuestros modernos hospitales. Como
observa un autor "en las postrimerías del Ancien régime, ya se habían fundado en Francia unos 2.185 de
estos establecimientos de beneficencia, aunque alguno únicamente tenía media docena de asilados. El
ejemplo cundió rápidamente por toda la Europa católica”.

El siglo XVII, a la vez que separaba en los palacios a la nobleza de sus campos —y su gente—generó, en
las florecientes ciudades, grandes espacios geométricos —de estilo clásico— (avenidas), que permitían
los desfiles y espectáculos públicos para patentizar el poder y pequeños espacios de esparcimiento y
exhibición (parques, caminos arbolados, jardines) para que la nobleza pudiera pasear en sus carruajes —
o a caballo— encontrándose, al menos en los días festivos, después de misa45, con integrantes de los
restantes estamentos de la población. ¡Nacía la ciudad moderna!

Si intentáramos fijar una fecha irreversible para marcar el triunfo de la mentalidad burguesa, no fue la
actitud de Lotero sino la derrota de la Armada española frente a los holandeses en 1639. A partir de esa
fecha el protestantismo avanzó con rapidez —y casi sin obstáculos— en gran parte de Europa mientras
"las nuevas ideas" facilitaron su apoyo al proceso de secularización, que más lenta-mente se propagó en
los reinos católicos.

Fue precisamente Holanda (las Provincias Unidas), independizada de la Corona española en 1581 y
convertida en una nación de marinos y comerciantes (burgueses), quien inició el avance de la burguesía
protestante en Europa, a la vez que recibía a todos los perseguidos políticos de las naciones católicas,
quienes ayudaron a su fortalecimiento mercantil. Desde tiempos antiguos se la consideró "una barca en
la estela del navío británico" y terminó traspasando su poder a la Inglaterra "isabelina" y, más
precisamente, cuando su estatuder Guillermo se convirtió en rey de Inglaterra (1688). Como bien
observa un historiador, "los Síndicos de Rembrandt son el primer testimonio visual de la democracia
burguesa... Significan que un grupo de individuos puede reunirse y asumir una responsabilidad conjunta;
que puede permitirse el lujo de hacerlo porque disponen de cierto tiempo libre; y que disponen de
cierto tiempo libre porque tienen dinero en el banco"46. De allí surgió la nueva elite que gobernó
Europa en los siglos siguientes, y a ello ayudaron las "nuevas ideas" que se fueron incubando de manera
paralela al proceso que analizamos.

Las nuevas ideas


Mientras los humanistas daban forma a un nuevo modelo de "hombre culto", construido sobre los
saberes y valores de la redescubierta —y reconstruida— Antigüedad, los "hombres prácticos"
trabajaban sobre "nuevas ideas". La aparición de éstas se vio favorecida por la crisis teológica, filosófica
y política del siglo XIV, generando "una clara preparación, lenta y gradual, de lo que después se llamará
el pensamiento moderno, en una mezcla en la que no siempre es fácil discernir lo antiguo de lo nuevo,
en la que no hay una sistematización madura de las ideas, ni rigor metodológico"47. Estas "nuevas
ideas" se fueron gestando lentamente y maduraron en una nueva "cosmovisión", recién en pleno siglo
XVII.

Este cambio fue profundo pues reemplazó, inclusive, la idea aristotélico-tolemaica y medieval de un
mundo geocéntrico y celeste finito, por la idea copernicana de un sistema heliocéntrico de un

mundo celeste infinito en el espacio. Todas las creencias sobre las que se asentaba el saber del hombre
entraron en crisis y fueron reelaboradas y modificadas. El mundo estable ingresó en un proceso de
cambio, de movimiento, indetenible... hasta hoy.

Pero este largo proceso tuvo lugar mediante pasos lentos. En primer lugar, un monje polaco, Nicolás
Copérnico, esbozó una teoría —conocida como heliocéntrica— según la cual "el sol es el centro del
universo" y entonces los planetas no giran alrededor del eje de la tierra, como se creía hasta entonces
(ver documento 7). Sus ideas —opuestas al saber de la época— fueron aceptadas y difundidas por
Galileo Galilei, quien afirmó que "todo está escrito en el universo con letras matemáticas" (ver
documento 8). Éste "establecía la unidad física del inundo y, en ella, la unidad de la ciencia sobre el
mundo; una única ciencia podría explicar el cielo y la Tierra; esa ciencia, en adelante, no tendría
directamente nada que ver con lo religioso, será una ciencia autónoma, apoyada en la observación y en
el cálculo matemático. Los teólogos perdían su primacía omnipotente. El cosmos empezaba a aparecer
como una gran máquina. Galileo "... acertó plenamente cuando descubrió el método preciso y exacto
para comprender y dominar la naturaleza. No tuvo culpa de que espíritus menos avisados extrapolaran
cl método y quisieran hacer con él Filosofía (ver documento 9). Esa fue la desgracia’’.

Casi paralelamente, en Inglaterra, un lord, Francis Bacon, sostuvo en su Novum Organum, la necesidad
de aplicar —contra la tradicional filosofía aristotélica— un método inductivo, consistente en observar
primero, inducir después una teoría y comprobar o desechar la teoría por vía experimental (ver
documento 10). A su proposición ayudó, indudablemente, la necesidad de "una astronomía y unas
matemáticas actualizadas para navegar, desaguar minas y medir tierras con precisión" y no solo para
especular sobre los principios "teológicos" del cosmos. Al agregar que "a la naturaleza no se la vence
sino obedeciéndola" fomentó la inclinación hacia el "dominio de la naturaleza", que se fue expandiendo
a todos los campos del saber y del hacer.

Pero prontamente fueron las matemáticas el saber que despertó mayor interés —y fascinación—en el
siglo XVI, hasta convertirse en una especie de "religión de los mejores espíritus de la época: el medio de
expresar una creencia en la posibilidad de unir experiencia y razón"52. Al precedente de Galileo (1564-
1642) —y de Bacon (1561-1626)— pronto se agregaron, entre muchos otros, el francés Renato
Descartes (1596-1650) y algo más tarde el inglés Isaac Newton (1642-1727).
Descartes —conocido como el fundador del racionalismo- pretendió explicar la existencia de Dios "por
vía matemática more matemático, aplicando principios "racionales" (como el "pienso luego existo") al
saber filosófico; partiendo de verdades evidentes por sí mismas —axiomas— dedujo otras proposiciones
que llamó teoremas o tesis. Así —a partir de la duda— pretendió establecer verdades evidentes ("claras
y distintas"), convirtiendo la pregunta por el origen de las cosas en una respuesta sobre "nuestras ideas"
de las cosas. Su Discurso del método se convirtió en un catecismo de las "nuevas ideas". A partir de él "la
literatura, el arte, el teatro, la oratoria, la ética, la política, hasta la teología será sometida al espíritu
racional y geométrico".

"En este panorama de la modernidad no es excusable pasar por alto el papel que la ciencia y la filosofía
de Descartes jugaron en la configuración de la época. Su contribución científica decisiva fue la creación
de la geometría analítica que correlaciona el álgebra al espacio convirtiendo a la matemática en
instrumento para escrutar los secretos de la realidad. Es precisamente el espacio, la extensión, la
dimensión esencial de la naturaleza, vaciada ahora de hálito divino, de esquemas finalistas y vista como
máquina movida por fuerzas físicas y ya no por fuerzas espirituales. 'Dadme extensión y movimiento y
construiré el universo', decía Descartes, acuñando la fórmula fundamental del mecanicismo moderno,
camino que había de transitar la ciencia en los siglos subsiguientes".

"El cartesianismo" ingresó lentamente en las Universidades y desplazó progresivamente a la escolástica,


como también la 'supremacía de la razón' y de '10 racional' se impuso, en el siglo XVII, en todas las
manifestaciones de la socicdad"56. El racionalismo tuvo importantes propagadores en el hispano-
holandés Baruch Spinoza (1632-1677) —quien propuso en su enea la matematización total del universo
moral—, Nicolás Malebranche ( 1638-1715) y Godfred Leibniz (1646-1716), quienes no vacilaron en
aplicar su método, inclusive, a la teología.

Estas concepciones teóricas produjeron nuevos saberes empíricos —mecánicos, de los fenómenos
físicos—hasta que Isaac Newton logró —con su Philosophie naturalis principia mathematica (1687)—
una síntesis coherente del sistema copernicano y de la mecánica galileana, proporcionando una base
matemática a la ciencia moderna, que se consideró infalible hasta el siglo XX.

La física de Newton "estaba en condiciones de proporcionar una descripción matemático-física de todo


el universo que parecía tener el carácter de evidencia. En la práctica todo el cosmos era en-tendido
como una sola gran máquina, sujeta a las leyes de la gravedad universal; máquina operante con leyes
matemáticas aplicadas a eso (como era propio de la física)".

Por otra parte "después de Descartes y los cartesianos, ya nada sería igual en la cultura europea. La
supuesta razón pura, convertida en razón instrumental, caminará hacia el desarrollo matemático-
técnico de la naturaleza y de la sociedad por el hombre moderno. La razón se antepone a la fe. Queda
en el ambiente la convicción de que la razón explicará todos los enigmas y la técnica nos dará la
felicidad". Curiosamente el avance de la ciencia se vio acompañado —y no por casualidad— por el
escepticismo religioso —especialmente en el más allá— y por un crecimiento notable de la magia y la
astrología. A partir del siglo XVI "la naturaleza pasa a ser una cosa que el hombre debe dominar para
utilizarla en provecho propio. Queda desacralizada".
Los graves interrogantes que produjo en el siglo XVII la "puesta en duda" de la cosmovisión vigente —
que un autor llamó "crisis de la conciencia europea"— pueden percibirse en un poema de la época:
"Ciertamente no hay hoy apenas nadie / que sepa qué aprobar o rechazar; / todo se entre-mezcla, nada
es inmutable. / Todo está, como en el refrán, patas arriba... / Donde el infierno es ciclo, y el ciclo sc ha
vuelto infiemo"62.

El desarrollo de las "nuevas ideas" fue paralelo a los descubrimientos prácticos (inventos) que se
multiplicaron aceleradamente en esos tiempos; se requerían instrumentos de observación apropiados.
En este ambiente fueron construidos lentes, relojes de péndulo, microscopios, telescopios, barómetros
y termómetros, como también se encontró aplicación práctica al astrolabio, la brújula y a las tablas de
declinación solar, que mejoraron las cartas de navegación y permitieron adentrarse en el "tenebroso
océano". Para llevar adelante la observación de los "ciclos" se fundaron observatorios como el de
Greenwich, en Inglaterra63. Literalmente "con el telescopio, los hombres vieron, nuevos mundos".

Uno de los primeros instrumentos —más importantes y eficaces— fue la imprenta, probable-mente
armada en Maguncia, hacia 1450, cuando el artesano Juan Gutemberg construyó por primera vez unos
tipos movibles de madera que permitían la réplica de letras (romana y bastardilla). Ésta con su
perfeccionamiento favoreció la impresión de libros cada vez más bellos y costosos, pero también con su
difusión masiva, una verdadera "revolución ideológica". Ya en el siglo XVI encontramos millones de
impresos (biblias6s, autores clásicos, almanaques, panfletos y también exquisitos libros de caballería).
Holanda se convirtió prontamente en el centro de publicación de las "nuevas ideas", entonces
prohibidas en el resto de Europa. Es de observar también que "los libros de contabilidad bien llevados,
los balances de fin de año contribuyeron, por lo menos, tanto como los tratados de física y los sistemas
de los filósofos a destruir el viejo mundo del milagro".

Entretanto a partir del siglo XVII "las generaciones jóvenes cultas fueron educadas por los jesuitas —que
poseían más de un centenar de colegios sólo en Francia y unos cincuenta mil alum-nos—, cuyos
docentes estaban impregnados en las ideas cartesianas y de los 'filósofos modernos" 67. Esta enseñanza
"llevó por todas partes el espíritu de duda y de libre examen. Desencadenó muy en contra del
pensamiento original de su autor, una ola de incredulidad que ignoró las fronteras. Pudo así hablarse
verdaderamente de la apertura de una 'crisis de la conciencia europea"'.

Paralelamente, la "ola de escepticismo" y la orientación pragmática que tomaba "el mundo" llevó a
muchos jóvenes a preferir las "ciencias", antes que la teología o la filosofía. ! Los clérigos se convirtieron
en científicos! A su vez el saber práctico —criticado en las Universidades— llevó a estudiar fuera de
ellas. Éste fue uno de los orígenes de las Academias "privadas" —financiadas por mercaderes y
artesanos—, claramente orientadas hacia el método inductivo. Uno de los ejemplos más eficaces fue la
Royal Society, fundada en Londres en 1645, con el apoyo de emigrados protestantes holandeses y
hugonotes, y que se convirtió en la base teórico-práctica de la revolución industrial y del expansionismo
británico. Uno de sus socios más significativos fue Newton, pero también Pedro Bayle, quien en 1697
editó un Diccionario histórico y crítico, primera enciclopedia del pensamiento "moderno", de "las nuevas
ideas".

La cultura en el siglo de Luis XIV

Retornando al reinado de Luis XIV, éste no se limitó a contener a la nobleza, fortalecer su poder político
y emprender importantes conquistas militares sino —como sus grandes antecesores— desarrolló una
importante labor cultural, por la cual Voltaire erigió un "siglo de Luis XIV".

El Rey Sol continuó las líneas emprendidas por Richelieu protegiendo a poetas, literatos, pinta res y
músicos que "ensalzaron" en la Corte —y luego en los salones— la "grandeza de Francia", y la suya;
convirtiendo al francés en el idioma culto de Europa, en reemplazo del latín.

En un breve periodo de alrededor de treinta años (entre 1660 y 1690) —conocido como "clásico"— se
dieron a conocer las obras más importantes de la literatura francesa. Los gramáticos de la abadía de
Port-Royal y los académicos siguieron los pasos del racionalismo de Descartes y el francés clásico
esbozado por Blas Pascal en las Provinciales y en Pensamientos (1656); Bossuet escribió las más bellas
Oraciones fúnebres y pronunció sus insuperables Sermones, mientras Jean de La Fontaine daba a
conocer sus Fábulas, se editaban las Máximas de Francois La Rochefoucauld y el Arte poético y las
Sátiras de Boileau, junto a la —casi novedosa— literatura femenina expresada en la novela de Mme. de
la Fayettte o las no menos célebres Cartas de Mme. Sévigné. Pero, fundamentalmente, se difundían las
obras maestras de Corneille —El Cid, Medea, Andrómeda—, Jean Racine —Andrómaca, Fedra, Atalía— y
Moliere —el Tartufo, El festín de piedra, El burgués gentilhombre, El médico a palos y El mi

sántropo—. El clasicismo también se expresó en pintura, donde tuvo su representante más importante
en Poussin (1594-1665).

Pero no debemos suponer que estas obras eran de lectura multitudinaria, ya que era relativa-mente
escasa la gente que sabía leer y "la poca gente que sabía hacerlo leía, en suma, literatura religiosa (y,
dentro de ella, libros de piedad o escatología), además almanaques y calendarios, también —se ha
resumido alguna vez— literatura moralizante y breves relatos de crímenes y novelas"". El resto se leía
casi exclusivamente en la corte.

Como bien define Pillorget "el clasicismo es, ante todo, un impulso vital, una fuerza interior, una pasión,
una irresistible necesidad de crear, una voluntad de Poder. Si fuera menos dueño de sí mismo, el
escritor o el artista 'clásico' se convertiría en un barroco (...) Pero su fortaleza de alma es demasiado
grande para que se deleitase en un cierto desorden interior. No empobrece sus pasiones. No las calma.
Las orienta hacia un plan que él se concreta: la realización de una obra... literaria, filosófica o plástica,
debe ser un todo, vivo, en el cual cada detalle debe estar subordinado al conjunto. Un conjunto cada
uno de cuyos elementos deberá concurrir a un plan único: crear emoción en el lector, en el oyente o en
el espectador, demostrar una verdad, suscitar una reflexión... La obra clásica debe responder a una
lógica interna, componerse de una idea general, de un tema único, del cual derivarán —o al que
afianzarán— las ideas, los temas secundarios... No hay que recargar el relato, la representación, el
discurso, el cuadro o la fachada, con detalles inútiles. Nada de acumulación ni de exuberancia. La obra
debe presentar una progresión regular de argumento en argumento. El pensamiento debe ser metódico,
impecables sus encadenamientos, como unas ecuaciones".

A la tarea de difusión de la cultura francesa ayudó notablemente la fundación de las Academias (de
Inscripciones y de Bellas Letras, de Ciencias, de Arquitectura y de Música), emprendida por el ministro
Colbert.

París se convirtió en el centro artístico-cultural de Europa y conservó este papel privilegiado al menos
hasta entrado el siglo XX. Como decía orgulloso La Bruyére, entonces se nacía "francés y cristiano" y así
como "el francés reemplazó al latín como lengua internacional (y lengua de los tratados), y el clasicismo
francés sustituyó al exuberante barroco. Todo quedó dominado por la geometría, que se convirtió
prácticamente en algo característico de la época: el estado visto como una máquina racionalmente
construida, desde la edificación de las ciudades, las fortificaciones y la arquitectura de los jardines hasta
los ejercicios, la música y la danza"73. Gracias a ello "... la cultura

clásica francesa y las nuevas ideas 'filosóficas' se difundieron a la vez de un extremo al otro de Eu-ropa, a
través de la sociedad cosmopolita de las cortes y los salones"" (ver documento 13).

Pero cabe resaltar que en el siglo XVII todavía "se vivía a la manera de los antepasados; 'Los viejos lo
hacían así'. La 'costumbre', las 'costumbres', he aquí la ley, una ley duradera indiscutida"". "Se nota
siempre la misma preocupación dominante en las costumbres más profundamente arraiga-das en el
alma popular: asegurar la integridad, la estabilidad y la perpetuidad de la familia en sus usos y
costumbres y en sus tradiciones"". Era el tan comentado "Antiguo Régimen" (el Ancien Régime). La
revolución —el cambio— se produjo a fines del siglo XVII con el pensamiento —y la acción— de la
Ilustración.

No cabe duda que la nobleza francesa disfrutó de esta vida —del savoir-vivre— como bien lo reflejó
Talleyrand: "Quien no haya vivido en los años próximos al 1789 no sabe lo qué es el placer de vivir"

. El largo reinado —setenta y dos años en el trono"— de Luix XIV suele descollar en los textos por sus
importantes conquistas militares —favorecidas por la fabricación de los cañones Gribeauval—tendientes
a consolidar las "fronteras naturales" de su reino, la "razón de Estado" o el interés de Francia. El siglo
XVII acentuó las modificaciones en el mapa europeo del siglo anterior: desapareció Polonia, surgieron
Suecia y Prusia, apareció en escena Rusia y decayó el Imperio Turco.

El domingo 1° de septiembre de 1715 Luis XIV, rey de Francia y de Navarra, murió, en Versalles. En las
calles y callejas se oía canturrear: "Por fin el gran Luis ha muerto; ¡qué esfuerzo el de la Parca!; ¡Madre
mía!, ¡Madre mía! Acaba de cortar su vida, Europa está pasmada"". Le sucedió su bis-nieto Luis XV,
quien debió luchar —sin éxito— contra el desprestigio adquirido por la nobleza en los últimos años del
reinado de su predecesor. ¡Estaba madurando la "Revolución"!
Pero es preciso agregar que mientras la nobleza se entretenía en Versalles con los mencionados placeres
de la vida cortesana, los burgueses en ascenso brillaban en los salones de París, entidades que les
permitían "codearse" con los representantes del Antiguo Régimen (ministros y amantes) y enterarse de
las novedades de la Corte y especialmente del mundo de la Bolsa y los negocios. Fueron las mujeres —
como Mme. Geoffrin o Mme. Du Deffand— las que dieron origen a "los salones", estos nuevos centros
de reunión de las elites francesas" donde se gestó —y propagó— la "ideología" y el "clima" de la
Revolución Francesa.

A su vez, así como "la mayoría de las dinastías europeas estaban fascinadas por Versalles" y copiaron los
modales de la Corte, y luego de los salones, "..cuando en 1715 muere el 'Rey Sol', el espíritu laico se
derrama incontenible primero por Francia, luego por Europa, más adelante por América"81. Ello se
aprecia también en el arte: "los temas profanos suceden a los religiosos en la pintura y en la escultura; la
belleza arquitectónica que un tiempo levantó las magníficas catedrales, ahora eleva palacios lujosos de
los grandes según el modelo universal que impone Versalles. En suma, que, en esta segunda etapa de la
Edad Moderna, que se inicia en la paz de Westfalia, Europa se encuentra sometida a un proceso
creciente de laicización. Culminará en el siglo XVIII y en lo que llamamos Ilustración".

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