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PROSPECTIVA Y PLANEACIÓN.
La vida es una sucesión de elecciones, de nosotros y de otros; es, como dijera José
Ortega y Gasset, decidir lo que vamos a ser; es futurición, lo que aún no es. Nuestro
presente no es sino producto de nuestras elecciones pasadas; y el futuro será resultado
de las que hoy hagamos. A fin de cuentas, somos lo que somos por haber elegido lo que
elegimos; y de ahora en adelante siempre podremos elegir algo diferente buscando ser
una de las múltiples posibilidades que se abren frente a nosotros. La vida es, regresando
a Ortega y Gasset, “una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que
hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”. Los futuros son así un horizonte de libertad;
si bien en parte dependen del pasado y el presente, son, sobre todo, el territorio de lo
posible, de los deseos y la voluntad. En las imágenes del futuro no hay verdades; sólo
opciones. Todas nuestras decisiones son, en esencia, elecciones sobre futuros
alternativos en competencia, que imaginamos en función de nuestras ideas acerca del
mundo, de nuestras creencias sobre las relaciones entre causa y efecto, y de nuestros
deseos y expectativas, de lo que juzgamos mejor o peor.
Si la vida es futurición, resulta natural que el interés del hombre por el futuro sea
tan antiguo como el hombre mismo. Sin embargo, el estudio sistemático y riguroso de
las imágenes de futuro, la prospectiva, es una disciplina del conocimiento relativamente
joven. Nació como tal apenas a mediados del siglo pasado. En la medida en que el
hombre cobró conciencia de su creciente capacidad para moldear y tallar su futuro
creció su necesidad de reflexionar sobre éste. Cuando el futuro dejó de ser repetición del
pasado en un recorrido cíclico o destino predeterminado por un Ser superior y pasó a ser
elección y posibilidad del hombre, nuestras imágenes del futuro se convirtieron en tema
obligado de estudio. Parece tratarse de una disciplina curiosa, pues su objeto de estudio,
el futuro, está siempre por existir, ausente, y, cuando finalmente llega, es porque ha
dejado de ser futuro y, por tanto, deja de ser de su interés. Pero ello no es más que una
paradoja aparente, pues en realidad no es el futuro lo que se estudia, sino nuestras
imágenes del futuro. Su preocupación son las ideas que nos formamos sobre lo que
podría venir, cómo las generamos, con base en qué las elegimos, cómo y para qué las
usamos, cómo las hacemos competir.
Nos resulta útil reflexionar sobre el futuro porque siempre algo está cambiando,
algo puede cambiar o algo debe cambiar. Son los cambios, algunos suaves e
imperceptible, otros abruptos y sorpresivos, los que nos hacen reconocer el tiempo y las
Ponencia presentada en el Seminario Internacional “Experiencias de Planeación en América Latina y el
Caribe”, Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN), Lima, Perú, noviembre 3-4, 2011.
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diferencias entre el antes, el ahora y el después. El hombre es siempre actor y sujeto del
cambio. El pasado no puede cambiarse, pero el futuro, al menos parcialmente, parece
estar todavía en nuestro poder. Tomando prestado de Shakespeare (o de Schopenhauer,
a quien también se le atribuye la idea), el pasado y el presente son los que barajan las
cartas, pero somos nosotros quienes las jugamos buscando un futuro mejor.
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El tiempo se está comprimiendo, pero las horas se están alargando. Un estudio de J W Wells de
Universidad de Cornell, Estados Unidos, sobre corales fósiles ha permitido estimar que hace 600 millones
de años la duración del día era de menos de 21 horas (la rotación de la Tierra alrededor de su eje es cada
vez más lenta). Véase Whitrow, G J, What Is Time?, Oxford University Press, 1972 (edición de 2003, con
introducción de JT Fraser, 170 pp.), pp. 62-63.
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A pesar de la incertidumbre que todo ello genera, y a pesar del gran número de
factores que están fuera de nuestro control, tomar decisiones sobre el futuro, imaginarlo
y planificarlo, tiene sentido sólo si se piensa que se pueden lograr ciertos resultados
específicos. Ningún decisor aceptaría estar dando palos de ciego al actuar. Ninguno
propondría un camino de acción a sabiendas de que con él difícilmente se conseguirá lo
deseado, o sin creer que sabe como conseguirlo. Tomar decisiones, planificar, en
condiciones de alta incertidumbre es una actividad riesgosa. En un ambiente de alta
incertidumbre la planificación tradicional falla; no sólo porque cambia el entorno, sino
porque dicho cambio modifica incluso los objetivos hacia los que orientamos los planes.
La sociedad del riesgo, la nuestra, necesita otros instrumentos de anticipación (la
prospectiva) para guiar la acción; sin ellos, el futuro deseado puede convertirse en una
utopía permanentemente inalcanzable. Responder al corto y mediano plazos sin tomar
en cuenta el futuro de largo plazo no sólo es inconveniente sino peligroso. Cuando la
ausencia de la imaginación del futuro de largo plazo es sustituida por la preocupación
del instante, cuando lo fundamental es sustituido por lo urgente, el futuro se vuelve cada
vez más azar y menos un propósito alcanzable. Las sociedades que no se preparan para
el futuro, que no ejercen el poder de su imaginación y se contentan con administrar su
presente, están condenadas a vivir más de lo mismo.
El hombre, aún el más primitivo, ha aprendido que dejando las cosas al azar, rara
vez el futuro es el deseado. La mejor manera de incrementar la probabilidad de lograr
sus objetivos es actuar con sentido proactivo; esto es, planificar. La planeación tiene que
ver directamente con la solución de problemas. Se elabora un plan cuando la situación
actual difiere de la deseada (objetivos) y, en algunos casos, los menos frecuentes,
cuando se desea que las cosas no cambien (el estado actual es el deseado). El plan
incluye un conjunto de acciones que suponemos nos conducirán al puerto deseado.
Dicho conjunto de acciones es una solución al desencuentro entre el presente o el futuro
que prevemos como probable y el deseado (o una solución para el no cambio si estas
dos visiones coinciden); el plan es el antiazar. (lucha contra el azar) El plan presupone
un objetivo futuro. Dado éste, diseña las acciones para conseguirlo, instrumenta los
mecanismos para implantarlas y les asigna los recursos necesarios para realizarlas.
eventualmente nos habremos de topar, sino algo que está por construirse. Es una manera
de enfocarse y concentrarse sobre el porvenir, de cobrar conciencia de un futuro que es
a la vez determinista y libre, sufrido pasivamente y deseado activamente. Es un intento
por explorar lo que aún no es, y por inventar lo que sería preferible. Es imaginar hoy lo
que podríamos vivir en un mañana relativamente lejano. La prospectiva es una especie
de instrumento de navegación que pretende ayudar a anticipar posibles tormentas y
arrecifes o vientos favorables, y a fijar el rumbo. Ser prospectivo es ser precavido; es
analizar medidas para evitar daños futuros y aprovechar oportunidades en el porvenir.
Anticipar las posibilidades del porvenir alarga el tiempo entre el presente y el futuro y
mejora las oportunidades para actuar.
En general los gobiernos hablan del largo plazo pero actúan con visión de corto
plazo. Los planificadores públicos (elaboradores de políticas) tienen incentivos
poderosos para pensar en el corto plazo. La aversión a la incertidumbre es natural y
crece con el horizonte de tiempo de la planeación. La incertidumbre es mayor cuando se
cuenta con menos datos duros sobre lo planificado. Los ciclos políticos a menudo
implican cambios en las agendas públicas y en las prioridades y objetivos (por ende
cambios de dirección en los planes). Los ciclos presupuestarios limitan los recursos
disponibles para realizar los planes a períodos todavía más cortos (y suelen ser
negociados entre más actores con una mayor diversidad de objetivos; por ejemplo
poderes ejecutivos y legislativos). Complejidad e incertidumbre (riesgo) suelen además
crear resistencia institucional al cambio y a posponer acciones. Se implanta una
tendencia a obtener más datos, más información (idealmente más conocimientos) para
reducir la incertidumbre antes de actuar. Ello se exacerba en la medida en que se
establecen mayor vigilancia y controles más detallados (y con ello se hacen más
complejas las reglas de aplicación de recursos) sobre los decisores públicos
Pensar en el futuro tiene un valor pragmático. La mayor parte de las veces solo
tomamos en cuenta la historia y los agobios del presente. A nadie se le ocurriría manejar
un auto hacia delante empleando sólo el espejo retrovisor. No imaginar el futuro es el
equivalente. Tomar decisiones sólo a partir de lo acontecido en la historia y de un
diagnóstico de actualidad, sin elaborar posibles futuros, es manejar empleando sólo el
espejo retrovisor. Hacerlo pensando sólo en el futuro de corto plazo es manejar en la
oscuridad con las luces largas apagadas. Anticipar el curso de las cosas, más allá de una
curiosidad natural sobre lo que podría venir después, tiene así un valor práctico.
Reflexionar sobre el futuro, además de ser útil, es una necesidad moral y ética. Lo
es porque, no hacerlo, es ignorar que podemos estar cancelando las oportunidades de
nuestros hijos y sus descendientes. Si lo que se prepara, elige o crea en el presente
construye el porvenir, tenemos una responsabilidad moral y ética frente a las
generaciones futuras. No debemos seguir convirtiendo al futuro en un basurero del
presente, hipotecando socialmente el tiempo que está por llegar (Daniel Innerarity, El
futuro y sus enemigos). Debemos, en otras palabras, las de Séneca, “disfrutar de los
placeres presentes sin herir los futuros”.
Según Kant, hay que pensar en el futuro, primero porque se debe (en el sentido de
una ética del futuro) y segundo porque se puede. Y en efecto se puede. A pesar de su
corta vida, la prospectiva ha ido construyendo un amplio y diverso abanico instrumental
que facilita explorar imágenes del futuro de manera sistemática. Buena parte de sus
métodos y herramientas no son sino adaptaciones de las disponibles en otros campos del
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Hoy nuestra relación con el futuro colectivo no es, dice Daniel Innerarity, de
esperanza y proyecto, de prospectiva, sino más bien de precaución e improvisación.3
Thomas Hobbes escribió que el infierno es la verdad vista demasiado tarde. Pues bien,
hoy, verla demasiado tarde es no anticiparla.
La prospectiva pretende aclarar los objetivos que pueden y deben perseguirse, explorar
caminos alternativos, especular y conjeturar sobre posibles cambios, evaluar las
posibles consecuencias de nuestras acciones (o de no actuar); en otras palabras, abrir
opciones posibles, probables o deseables para el futuro y reducir la probabilidad de que
este nos sorprenda. La planeación pretende ordenar las actividades para alcanzar un fin,
un objetivo dado; esto es, cerrar las opciones de futuro para que sólo el preferido se
convierta en realidad.
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Innerarity, Daniel, El futuro y sus enemigos: Una defensa de la esperanza política, Paidós, Barcelona,
2009.
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Es fundamental, ya que, las decisiones que conllevan tu presenta son después resultados
de tu futuro.
Si, ya que tienes cierta visión de cómo es algo, o será. Pues es un pronóstico ya que no
está 100% seguro que así será el resultado de lo que sucede.
La prospectiva como la planeación van muy a la mano, creo que jamás estaremos 100%
seguros de planear algo si no llevamos una prospectiva en el camino y es muy diferente
una que otra más sin embargo se complementa. Nuestras acciones siempre tienen un
resultado y están basadas en decisiones, aunque si bien dicen que un futuro es “incierto”
es también resultados de nosotros mismos.