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SE DENOMINA HEGEMONÍA
Los diversos territorios operan dentro de un marco general de reglas, unas son
generadas por el Estado o por los acuerdos internacionales que el propio Estado
decide acatar y aplicar, otras se insertan en el conjunto de reglas formales e
informales que se producen en el territorio; por otro lado, los territorios resultan
afectados por los movimientos de bienes, servicios, personas, conocimientos,
información, códigos y símbolos culturales, producidos dentro o fuera de él.
Las clases sociales se forman a medida que los individuos de una sociedad se
agrupan según una serie de criterios compartidos con respecto a lo social y
económico como: riqueza, ingresos monetarios, ocupación laboral, acceso a la
educación, poder político, poder adquisitivo, creencias, valores, hábitos de
consumo, entre otros.
Partiendo de estos criterios se establecen las clases sociales, se evidencian las
diferencias y similitudes que existen entre los individuos, así como las
oportunidades para alcanzar una mejor calidad de vida y escalar de una clase
social a otra.
La lucha hegemónica
Es un fenómeno social cíclico en el que una fuerza se vale de diversos
instrumentos para establecer su dominio. De acuerdo con Laclau, la hegemonía se
entiende como un tipo de relación política que inviste provisoriamente de poder a
un grupo a fin de guiar o establecer un liderazgo moral, político e intelectual,
logrando que sus intereses se impongan sobre los demás (como se citó en
Ramírez, 2011). Este tipo de fenómeno ha ocurrido de manera constante a lo largo
de la historia, como es el caso de los sumerios, los egipcios y los griegos, entre
otros. Por otra parte, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos
de América (EE. UU.) y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
compitieron por asumir el rol de hegemon, creando un mundo bipolar. Dicha
competencia, conocida como la guerra fría, no solo impulsó el avance tecnológico,
sino también generó el establecimiento de alianzas para la protección de sus
intereses. Tras la caída de la ex-URSS, los EE. UU. asumieron el liderazgo del
poder político, económico, militar y tecnológico, constituyéndose en el país
hegemon.
El poder local
Foráneo
es un adjetivo que hace referencia a lo extranjero o ajeno. El término puede aludir
a una persona, a un objeto, a una costumbre, etc.
IDEOLOGÍA
LA LUCHA IDEOLÓGICA
esta última se manifiesta en el potencial bélico que posee una nación en cuanto
Hegemonía cultural
obligar a una clase social subordinada a que satisfaga sus intereses, renunciando a su
identidad y a su cultura grupal, sino que también la primera ejerce control total en las
Este proceso sería acelerado una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, a
partir de la cual soviéticos y norteamericanos impondrían sus respectivos intereses
a la sociedad internacional a través del poder económico y/o militar. Mientras los
Estados europeos occidentales (vencedores en lo militar aunque derrotados y
aniquilados en lo económico) se subordinaron al poderío norteamericano, las
naciones del Centro y Oriente de Europa hicieron lo propio ante el enorme poderío
rojo. Para cuidar esta estructura organizativa funcional a sus respectivos intereses,
Estados Unidos impulsó la firma delTratado del Atlántico Norte (OTAN) el 4 de
abril de 1949, como un sistema de defensa colectiva frente al peligro comunista.6
Así se consolidó la primera alianza militar celebrada en tiempos de paz para
garantizar el dominio y justificar la hegemonía norteamericana. La réplica de la
Unión Soviética fue la constitución del Tratado de Amistad, Colaboración y
Asistencia Mutua (mejor conocido como Pacto de Varsovia) el 14 de mayo de
1955. Entre una y otra organización, se constituyó una estructura bipolar. Así,
junto a los dos sistemas socioeconómicos modernos que rivalizaban, se crearon
sendos campos militares y políticos antagónicos que se vieron obligados a
coexistir 'pacíficamente'.
Este proceso, sin embargo, no dejó de tener sus dificultades. Cuando lo jefes de
Estado de la OTAN propusieron a las nuevas democracia de Europa central optar
por la "pertenencia a la OTAN por la paz" (Bruselas, 11 de enero de 1994), lo
hicieron en calidad de estatus provisional más que legal. Ello amenazó con abrir
un frente que la Federación de Rusia intentaba cerrar. El peligro estaba en sus
inmensas fronteras en plena mutación, en su legalidad tambaleante y en la
disolución su propia identidad. No estaba amenazada ni por Europa ni por Estados
Unidos, sino por la complejidad de los acontecimientos que se estaban gestando
en Asia central y en sus relaciones con China, Turquía e Irán. Ello explicaba su
complicada situación y su comportamiento ambiguo con respecto de sus fronteras
y de sus zonas de influencia estratégicas; lo que se palpó en las negociaciones
dentro de la guerra de Kosovo. Su razón era clara, no podía debilitarse más sin
intentar fortalecerse.
En este ambiente, el caso de Iraq resultó patético. Si bien era loable el deseo de
democratizar el país árabe, resultaba flagrantemente contradictorio el hecho de
querer hacerlo por la imposición, el engaño, la fuerza. Los sistemas democrático–
liberales exigen una infraestructura mínima de orden cívico, un determinado grado
de desarrollo de la riqueza social y una cultura de compromiso, de cooperación y
colaboración así como de solidaridad entre sus miembros, procesos que implican
un lento aprendizaje a largo plazo. Resulta, pues, irrisorio el querer implantar un
régimen democrático 'por decreto'. Las sociedades tradicionalistas, como las que
existen en el mundo árabe, están aún navegando en un proceloso mar con islas
de modernidad en el cual las élites monárquicas disfrutan de sus bondades,
mientras la gran mayoría continúa hundida en un oscurantismo parecido al que
Europa tuvo en la Edad Media. La democratización de la región en general, y de
Iraq en particular, requerirá 'algo' más que violencia.
En los casos de Rusia y China, los lazos de colaboración con Estados Unidos
también se han ido estrechando. La primera de ellas ha requerido, por parte de
norteamericanos y europeos, de un trato especial dado su poder en recursos
naturales y su aún inmenso poderío militar, especialmente en lo concerniente al
arsenal nuclear y de armas químicas y biológicas. En este marco, resulta
interesante subrayar la importancia del Acta Fundacional sobre las Relaciones
Mutuas de Cooperación y Seguridad entre la OTAN y la Federación Rusa, del 27
de mayo de 1997, hecho imposible de imaginar siquiera antes del derrumbe del
"socialismo real", ya que el documento sancionaba el derecho de todo Estado a
elegir a sus socios en materia defensiva. Con esta acción, Rusia trataba de
hacerse acreedora a la ayuda financiera europea (con la que aplacarían, en algo,
sus males) y negociar el mantenimiento de su infraestructura nuclear a corto plazo
para tenerla a buen recaudo. En esta negociación, la UE tuvo un peso definitivo al
brindarle a Rusia decidido apoyo; de hecho, gracias a este 'espaldarazo', Estados
Unidos se vio obligado a dar su anuencia para hacer efectiva el Acta, lo que
significó un mayor compromiso de cooperación para Rusia dentro de la alianza
unilateral con la OTAN. Así, poco a poco, Rusia está reincorporándose hábilmente
en el escenario del poder mundial, lo que no deja de ser altamente positivo si lo
que se desea es ejercer un contrapeso real a la superpotencia norteamericana.
Los instrumentos bajo los cuales los imperios, una vez establecidos, llevan a cabo
los diversos procesos de expansión a otros territorios, por lo general son de
carácter impositivo y colonizador. Los casos de los Imperios Británico y
Estadounidense, durante los siglos XIX y XX en Suramérica, tienen unas
características diferentes, a pesar del poder que se vivía con la salida del Imperio
Español y el Imperio Portugués por los procesos de independencia de principios
del siglo XIX. Aunque Estados Unidos en ese periodo aún no contaba con la
fortaleza y capacidad económica, naval y política que tenía el Imperio Británico, sí
tenía intenciones futuras de fijar su posición en el continente americano. En su
mensaje anual ante el Congreso en 1823 el presidente James Monroe determinó,
lo que un siglo después concretaría el Presidente Roosevelt en su política del
Buen Vecino, tratando de aminorar las acciones estadounidenses de principios de
siglo en la política interna de países vecinos como Cuba, Colombia, Haití,
República Dominicana y Nicaragua.
¿Cómo fue y cómo se hizo esa transición?, ¿cómo los estadounidenses relevaron
a los ingleses su posición económica dominante? Son preguntas que
habitualmente no se plantean sino que se responden con el simple proceso de
asumir el cambio. El propósito de este documento es revisar cómo se configuraron
los imperios británico y estadounidense en Argentina y Brasil, cómo se dio su
participación en la estructuración económica y política de los nuevos Estados y
cómo se gestó ese cambio hegemónico en la época más sobresaliente de las
exportaciones y su vinculación a la economía mundial, punto de partida de los
avances económicos e industriales del siglo XX. Y establecer si fue un cambio de
prioridades y estrategia de los directores de las estructuras imperiales, o
simplemente el ascenso de otro imperio que veía en Argentina y Brasil un lugar
indicado para forjar su interés nacional y su intención hegemónica; factores que
transformarían profundamente la estructura económica y política de
Latinoamérica, así como los cimientos de las relaciones internacionales con las
potencias mundiales durante el siglo XX.
Dentro de los instrumentos que propone Gramsci para llevar a cabo este objetivo,
se encuentra el uso de mecanismos políticos y culturales que permitan
implementar una dialéctica entre coerción y consenso a fin de legitimar un orden
particular de la sociedad, en este sentido la cultura y la educación cobran un valor
mucho más importante que las posturas economicistas de la historia y la política.
Así, la hegemonía jamás puede renunciar a la coerción y la violencia, pero estas
deben estar mediadas por fórmulas de aceptación del poder y dominación
voluntaria o consensual de los subalternos, encargados de otorgar legitimidad al
sistema que desea validarse o imponerse, para que pueda consolidarse una
interacción fluida entre dominados y dominadores bajo las reglas de los primeros.
Además, “el pueblo dominante hace prevalecer sus intereses ante los pueblos
dominados sin que se dé sojuzgamiento y en particular, el que se obtiene con la
ocupación militar del territorio” (Klauer 2003: 36). En esta teoría de las relaciones
hegemónicas no se intenta desarticular los aparatos estatales de los pueblos
dominados, recurriendo a esta medida solo en casos específicos que tienen un
carácter de contingencia.
La hegemonía puede darse por lo tanto en aspectos estructurales o cotidianos,
que en mayor o menor medida configuran el actuar de otra sociedad (Morales
2014). Para Estados Unidos, la hegemonía militar solo cumplía un papel
instrumental a la hora de abrir las fronteras comerciales, mantener el derecho a
comerciar de los neutrales, obtener buenas condiciones para la explotación de
materias primas, derribar aranceles o construir infraestructuras transcendentales
para el desarrollo económico estadounidense. Actuar que se ve reflejado en el
apoyo a la secesión panameña de Colombia, cuya concreción significó unir las dos
costas de Norteamérica en un tiempo hasta entonces record que revolucionaria el
comercio internacional (Galvis 1920).
Desde el comienzo, Estados Unidos fue consciente de que para crecer era forzoso
mantener controlada su área de influencia inmediata, su lema América para los
americanos, simboliza su aspiración a ser la potencia que encabezaría el
desarrollo del continente. Pero este postulado no guardaba únicamente un sentido
moral y civilizador, para Immanuel Wallerstein en su libro “La decadencia del
poder estadounidense” (Wallerstein 2003), la hegemonía se entiende como
“mucho más que el liderato, pero menos que un imperio en el sentido estricto del
término.
Los eventos que cambiarían todo fueron la Primera Guerra Mundial y en especial
la Segunda Guerra Mundial, donde Estados Unidos se posicionó en un rol
hegemónico bastante predecible al observar su evolución económica desbordada
a finales del siglo XIX e inicios del XX, que culminó con su participación en la
creación de un sistema-mundo capitalista después de 1945.
Ana Esther Ceceña, explica con gran claridad el efecto de estos organismos
internacionales al afirmar que: “la hegemonía es una categoría que se ha ido
formando de sentidos y contenidos diversos” (Ceceña 2004 :34), lo que “lleva a
concebir la hegemonía: como la capacidad para generalizar una visión del mundo”
(Ceceña 2004 :35). En esta concepción se basó la firme creencia de que
Latinoamérica y el Caribe constituían una especie de área de exclusividad, donde
los estadounidenses desplegarían todo su potencial material y espiritual en
oposición a la envejecida Europa.
En pocos años este texto logró influir en la política interior norteamericana, que fijó
su objetivo en la construcción de una fuerte marina mercante y de guerra,
respaldada por la posesión de plazas estratégicas alrededor del mundo. Para el
almirante, la carencia de enclaves coloniales o militares en el exterior, se traduciría
en que los barcos de guerra en una situación de conflicto no serían más que
pájaros terrestres, incapaces de volar lejos de sus propias costas. Poseer lugares
de aprovisionamiento donde los barcos pudiesen realizar escala, ser reparados y
abastecerse de carbón, municiones y hombres, sería una tarea urgente para
cualquier gobierno que se propusiera consolidar el poder nacional en el mar.
Rápidamente la mayor parte de la opinión pública guiada por los medios de
comunicación, se manifestó favorable a las posturas de los llamados imperialistas
y sus máximas intelectuales derivadas del darwinismo social y de obras como las
del almirante Mahan, que divulgaban las necesidades estratégicas de la
expansión. Sectores productivos entre los que se podrían mencionar empresarios
y agricultores, al poseer grandes inversiones e intereses en el exterior y después
de un periodo inicial de escepticismo, terminaron por aceptar estas doctrinas
intentando tomar partida de las campañas intervencionistas emprendidas por el
Estado.
Cuestión que preparó el escenario para que los grandes gremios económicos
presionaran al gobierno para cambiar las políticas comerciales, en pos de propiciar
la apertura de mercados en ultramar en un esfuerzo que no siempre podía ser
llevado a cabo con acciones pacíficas o diplomáticas. De modo que el deseo de
tener las Puertas Abiertas en China y monopolizar los mercados latinoamericanos,
inscribió activamente a los Estados Unidos en la política y el gobierno mundial,
aumentando sus exportaciones siete veces entre 1860 y 1914 pero siendo poco el
abandono de su tradición proteccionista.
Por estas razones, Estados Unidos se dirigía a paso firme a convertirse junto con
Japón en una de las grandes potencias extraeuropeas emergentes a comienzos
del siglo XX, pues mientras el sistema europeo se hacía cada vez más global la
preponderancia internacional de sus países decaía o era enfrentada por nuevas
fuerzas en acenso.
Situación agravada por los severos daños a sus infraestructuras civiles, viales e
industriales, además del endeudamiento excesivo con potencias extranjeras que
proporcionaron el capital que movilizó a sociedades enteras a tierra de nadie. Al
concluir, la guerra había costado al Viejo Continente unos 260 mil millones de
dólares, que según expertos equivaldría a “casi seis veces y media la suma de
todas las deudas nacionales acumuladas en el mundo desde final del siglo XVIII
hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial” (Kennedy 2006: 432).
¿Pero cómo se iba a pagar esta desmesurada cantidad de deuda?, cuestión más
que complicada si se tiene en cuenta que la producción manufacturera mundial,
había decrecido a un tercio de lo que era antes de la Gran Guerra. Países como la
Unión Soviética contaban con tan solo un 13 % de su capacidad industrial
preliminar; mientras que Alemania, Francia, Bélgica o la mayoría de Europa del
Este conservaban el 30 % (Kennedy 2006: 433).