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LA POLÍTICA

Es el conjunto de actividades que se asocian con la toma de decisiones en grupo,


u otras formas de relaciones de poder entre individuos, como la distribución de
recursos o el estatus. También es el arte, doctrina o práctica referente al gobierno
de los Estados, promoviendo la participación ciudadana al poseer la capacidad de
distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común en
la sociedad.

SE DENOMINA HEGEMONÍA

Al dominio de una entidad sobre otras de cualquier tipo. En el mismo significado:


un bloque de naciones puede tener hegemonía gracias a su mayor potencial
económico, militar o político, y ejerce esa hegemonía sobre otras poblaciones,
aunque estas no la deseen. Por «hegemonía mundial» se entiende el dominio del
mundo por parte de una sola nación o un grupo de naciones. En la antigua Grecia
(s. VIII a. C. - s. VI d. C.), la hegemonía denotaba el dominio político-militar de una
ciudad-estado sobre otras ciudades-estado, en las que el estado dominante es el
hegémono

La teoría territorial del desarrollo, menciona Vázquez 1999 , tiene exponentes


relevantes como Stöhr y Todtling, además de Sach, Friedman y Weaver, quienes
comparten el mismo concepto de territorio que presenta el desarrollo local
endógeno. Ambas perspectivas consideran que cada territorio es el resultado de
una historia en la que se ha ido configurando el entorno institucional, económico,
organizativo; lo que le otorga una identidad propia y le permite dar respuestas
estratégicas a los desafíos que se presentan.

Consideramos en el marco analítico que cada nación está constituida por un


conjunto de territorios que operan como un sistema, donde cada territorio genera
una serie de procesos económicos, sociales y culturales, que componen una red
de relaciones entre los actores sociales que lo habitan. Asimismo partimos de que
el ámbito nacional está constituido por un sistema de territorios interconectados,
donde cada uno tiene procesos endógenos que le afectan e influyen al resto del
sistema, a la vez que están siendo perturbados por los otros elementos.

Los diversos territorios operan dentro de un marco general de reglas, unas son
generadas por el Estado o por los acuerdos internacionales que el propio Estado
decide acatar y aplicar, otras se insertan en el conjunto de reglas formales e
informales que se producen en el territorio; por otro lado, los territorios resultan
afectados por los movimientos de bienes, servicios, personas, conocimientos,
información, códigos y símbolos culturales, producidos dentro o fuera de él.

La posibilidad de generar desarrollo en los territorios depende en gran parte de la


capacidad que tiene la sociedad de liderar aquellos procesos que desarrollen
habilidades y competencias de los agentes del territorio, que les permitan
estructurar un conjunto de reglas que impulsen la cooperación y el desarrollo de
infraestructura para generar ventajas competitivas, internalizando en las empresas
estas condiciones exógenas, mejorando los procesos de distribución del ingreso,
incrementando los niveles de salud, educación, así como el disfrute pleno de los
derechos políticos y civiles en el marco de reconocimiento de la diversidad.

LAS CLASES SOCIALES

Son un tipo de clasificación socioeconómica empleada para establecer los grupos


en los que se divide la sociedad tomando en cuenta las características que tienen
en común los individuos.

La estratificación de las clases sociales surgió a partir de la Revolución Industrial,


de allí que sea un término de uso común en los países industrializados modernos.

Las clases sociales se forman a medida que los individuos de una sociedad se
agrupan según una serie de criterios compartidos con respecto a lo social y
económico como: riqueza, ingresos monetarios, ocupación laboral, acceso a la
educación, poder político, poder adquisitivo, creencias, valores, hábitos de
consumo, entre otros.
Partiendo de estos criterios se establecen las clases sociales, se evidencian las
diferencias y similitudes que existen entre los individuos, así como las
oportunidades para alcanzar una mejor calidad de vida y escalar de una clase
social a otra.

No obstante, en cuanto a las castas y estamentos se refiere, las personas no


tienen la posibilidad de modificar su estatus porque su posición social depende de
los títulos de la nobleza o de las herencias familiares.

La lucha hegemónica
Es un fenómeno social cíclico en el que una fuerza se vale de diversos
instrumentos para establecer su dominio. De acuerdo con Laclau, la hegemonía se
entiende como un tipo de relación política que inviste provisoriamente de poder a
un grupo a fin de guiar o establecer un liderazgo moral, político e intelectual,
logrando que sus intereses se impongan sobre los demás (como se citó en
Ramírez, 2011). Este tipo de fenómeno ha ocurrido de manera constante a lo largo
de la historia, como es el caso de los sumerios, los egipcios y los griegos, entre
otros. Por otra parte, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos
de América (EE. UU.) y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
compitieron por asumir el rol de hegemon, creando un mundo bipolar. Dicha
competencia, conocida como la guerra fría, no solo impulsó el avance tecnológico,
sino también generó el establecimiento de alianzas para la protección de sus
intereses. Tras la caída de la ex-URSS, los EE. UU. asumieron el liderazgo del
poder político, económico, militar y tecnológico, constituyéndose en el país
hegemon.

El poder local

Es la correlación y articulación de las distintas fuerzas que interactúan en un


espacio geográfico común, la cual es delimitada por factores sociales,
económicos, culturales y políticos. Es la capacidad que tiene la ciudadanía de un
territorio para apropiarse de su propio destino.

Foráneo 
es un adjetivo que hace referencia a lo extranjero o ajeno. El término puede aludir
a una persona, a un objeto, a una costumbre, etc.

IDEOLOGÍA

Es cuando una idea o conjunto de ideas determinadas interpretadoras de lo real


son consideradas como verdaderas y son ampliamente compartidas
conscientemente por un grupo social en una sociedad determinada.

La ideología es el conjunto de ideas que componen el conocimiento, como


resultados de condiciones sociales y las relaciones de producción vigentes,
dependiendo de los hábitos, costumbres, tradiciones y concepciones que se
divulgan y enseñan a través de los medios de comunicación, en los hogares,
centros de estudios, medios de producción, centros religiosos, sindicatos, frente
de masas, etcétera.

LA LUCHA IDEOLÓGICA

Es un enfrentamiento de ideas sobre la visión del mundo y el comportamiento, no


militar; aunque se pueden presentar agresiones, violencia verbal y escrita. Son las
más peligrosas, por sus efectos a corto y largo plazos, silentes, imperceptibles,
causan un daño terrible.

TIPOS Y FORMAS DE HEGEMONÍA

Puede tratarse de hegemonía política, económica, cultural o militar, siendo que

esta última se manifiesta en el potencial bélico que posee una nación en cuanto

armamento, contingente, municiones, etc.

Hegemonía cultural

Según Gramsci, la hegemonía existe cuando la clase dominante no sólo es capaz de

obligar a una clase social subordinada a que satisfaga sus intereses, renunciando a su

identidad y a su cultura grupal, sino que también la primera ejerce control total en las

formas de relación y producción de la segunda y el resto de la sociedad.

¿Cómo se forma la hegemonía?


Es decir, un grupo o actor concreto con unos intereses particulares es hegemónico
cuando es capaz de generar o encarnar una idea universal que interpela y reúne
no sólo a la inmensa mayoría de su comunidad política sino que además fija las
condiciones sobre las cuales quienes quieren desafiarle deben hacerlo.

HEGEMONIA ESPAÑOLA-PORTUGUESA HASTA EL TERCER CUARTO DEL


SIGLO XIX

Poder, dominio y hegemonía

Para evitar equívocos y mejor centrar la problemática abordada, vale la pena


aclarar y acotar conceptualmente lo que se entiende por "poder", "dominio" y
"hegemonía" a fin de entender las luchas entre los dos bloques mencionados y
analizar las contradicciones inherentes a tal enfrentamiento para poder, entonces,
señalar, hipotéticamente, los posibles desenlaces de aquéllas.

Cuando se remita al "poder"1 en este trabajo, se estará destacando una acción


netamente política, una relación o un conjunto de relaciones políticas que se
despliegan, específicamente en este caso, entre Estados Unidos y el conjunto de
los 27 Estados que conforman la UE2 (integrados por voluntad explícita de sus
pueblos con el fin de recuperar su papel protagónico en el concierto mundial,
posición perdida a partir de 1945 por sus afanes imperialistas y su excesivo
patrioterismo).

El dominio y la hegemonía son, a su vez, atributos inherentes a potencias que han


buscado imponer sus propias reglas al juego internacional, ya sea en lo
económico, en lo político o en lo militar. En este sentido, descuellan Estados
Unidos y la Unión Soviética por ser las dos superpotencias que dominaron el
escenario internacional a partir de la segunda posguerra, ora mediante la
imposición de la fuerza y la violencia (dominio)3 ora mediante la influencia de sus
respectivas ideologías (hegemonía). Para lograr tales imposiciones, las dos
superpotencias utilizaron estos recursos de diferentes maneras y niveles de
acuerdo a sus necesidades y circunstancias. Así, el convencimiento y la
persuasión intelectual y moral fueron ejercidos mediante la propaganda y el
adoctrinamiento ideológico intentando imponer su peculiar "visión del mundo"4 e
inculcando su cultura; cuando esto no fue suficiente, utilizaron gradualmente el
dominio directo, la violencia, valiéndose de la policía y el ejército, especialmente
para subordinar a los Estados nacionales.

Estas relaciones políticas asimétricas se fundamentaron en su poderío económico


y en sus fuerzas armadas. En efecto, ambas potencias, antes de la Segunda
Guerra Mundial, ya habían acumulado un enorme poder económico gracias al
desarrollo industrial y tecnológico que la primera y segunda revoluciones
industriales impulsaron. De allí que no fue nada difícil mantener al mismo tiempo
su desarrollo económico y su poderío militar en los espacios directos de influencia
y, de modo indirecto, en el ámbito mundial.

Forma de dominación de los poderes es pañol y portugués en la epoca

En el caso de la potencia capitalista y del imperio soviético, la hegemonía y el


dominio por ellos desplegados no fueron resultado de la posesión o de la
apropiación de los recursos naturales (como el colonialismo clásico hacía) de
naciones más débiles, sino del uso y el despliegue de la ciencia y sus aplicaciones
tecnológicas. El llamado "progreso técnico" –cuyos impactos visibles afectaron las
relaciones políticas, militares, culturales y económicas de ambas potencias–,
generó fuertes tensiones entre ambos bloques desde, prácticamente, la Primera
Guerra Mundial, al tratar de garantizar a los Estados bajo su dominio el despliegue
del progreso material y social a la par de las más amplias libertades y una mejor
vida. En este contexto, Estados Unidos ofrecía, bajo el libre juego de las fuerzas
del mercado, desarrollo y paz para el disfrute individual; la Unión Soviética una
acción estatal racional y planificación que garantizara el libre acceso a los bienes
materiales y sociales logrados mediante el trabajo cooperativo y solidario, para
que todos los integrantes de su sociedad pudiesen disfrutar de paz y libertad.5

Este proceso sería acelerado una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, a
partir de la cual soviéticos y norteamericanos impondrían sus respectivos intereses
a la sociedad internacional a través del poder económico y/o militar. Mientras los
Estados europeos occidentales (vencedores en lo militar aunque derrotados y
aniquilados en lo económico) se subordinaron al poderío norteamericano, las
naciones del Centro y Oriente de Europa hicieron lo propio ante el enorme poderío
rojo. Para cuidar esta estructura organizativa funcional a sus respectivos intereses,
Estados Unidos impulsó la firma delTratado del Atlántico Norte (OTAN) el 4 de
abril de 1949, como un sistema de defensa colectiva frente al peligro comunista.6
Así se consolidó la primera alianza militar celebrada en tiempos de paz para
garantizar el dominio y justificar la hegemonía norteamericana. La réplica de la
Unión Soviética fue la constitución del Tratado de Amistad, Colaboración y
Asistencia Mutua (mejor conocido como Pacto de Varsovia) el 14 de mayo de
1955. Entre una y otra organización, se constituyó una estructura bipolar. Así,
junto a los dos sistemas socioeconómicos modernos que rivalizaban, se crearon
sendos campos militares y políticos antagónicos que se vieron obligados a
coexistir 'pacíficamente'.

En términos generales, esta estructura político–militar negociada entre ambas


potencias, (bautizada también como la del "equilibrio del terror") devino en
estabilidad, seguridad y paz para las naciones del oeste europeo, al tiempo que
les facilitó e incrementó los intercambios mercantiles así como el propio proceso
de integración entre ellas, genial estrategia que les permitiría crecer, fortalecerse y
desarrollarse conjuntamente para así recuperar el poderío e influencia que otrora
habían gozado. La OTAN y el Pacto permitieron, además, desplegar ejercicios
militares en lo relativo a las armas convencionales y nucleares, situación que creó
un escenario continuo de sobresaltos y tensiones en toda Europa y el resto del
mundo: la carrera armamentista.

Los intentos de autonomía dirigidos por Francia

Las viejas potencias mundiales europeas, para demostrar formalmente su


soberanía claramente hollada, crearon la Unión Europea Occidental (UEO), nacida
de la Unión Occidental (UO) que se dio entre Francia, Gran Bretaña, Bélgica, los
Países Bajos y Luxemburgo la cual se refrendó mediante el tratado de Bruselas en
1948. Francia, que era la que más resentía la subordinación a Estados Unidos,
intentó crear un organismo netamente europeo de defensa, la Comunidad
Europea de Defensa (CED), a fin de reivindicar cierta autonomía. Sin embargo,
debido a las dificultades que la nación gala experimentaba causa de la guerra con
Argelia que le constreñía a tener una política exterior modesta y prudente, aquel
organismo fracasó. Así entonces, la UEO quedó en realidad como el único
organismo exclusivamente europeo competente en materia de defensa, aceptado
inclusive por

El desmoronamiento de la Unión Soviética y los esfuerzos de la Comunidad


Europea por obtener mayor autonomía e independencia en el campo militar

La situación de Europa a principios de los 90 cambió radicalmente con respecto a


la vivida en los años anteriores. El desmoronamiento del bloque soviético y el fin
de la Guerra Fría (conjuntamente con las instituciones que caracterizaban la
hegemonía comunista como el Consejo para la Mutua Asistencia Económica
(COMECON) y la estructura del Pacto de Varsovia), le permitió ampliar y
consolidar sus perspectivas de integración, al tiempo que Estados Unidos perdía
su principal motivación ideológica para mantener a la OTAN. Incluso los países de
Europa central y oriental, conocidos como los PECOS, hasta la misma Rusia,
miraron hacia Europa occidental tanto para pertenecer a ella como para demandar
su ayuda.

El éxito del proceso de integración económica, manifestado en la fortaleza de la


Comunidad,18 fue sin lugar a dudas la causa de esa atracción. Tan era así, que
Estados Unidos, sintiendo amenazada su propia influencia económica en las
zonas de su control directo, como América Latina, y en aras de recuperar su
dominio comercial amenazado por la penetración comercial de la CEE, decidió
entonces adoptar una estrategia económica similar a la utilizada la Comunidad. Es
en este marco que habría que leer la firma del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) entre los gobiernos estadounidense, canadiense y
mexicano,19 el 1° de enero de 1994, y su posterior expansión hacia el resto de los
Estados americanos (con excepción de Cuba) a través del Acuerdo de Libre
Comercio de las Américas (ALCA), en diciembre de ese mismo año. Con estos
acuerdos, se pretendía realizar el viejo sueño hegemónico norteamericano de
"una zona de libre comercio hemisférica que se extendería" desde el puerto de
Anchorage hasta la Tierra de Fuego",20 por un lado, y equilibrar sus fuerzas y
consolidar su poder económico vis á vis la expansión y consolidación de la Unión
Europea (cabría acotar que el ALCA ha resultado ser, a la postre, un fracaso, por
lo que la búsqueda del equilibro entre ambos bloques de poder económico aún no
termina), por el otro. Como complemento a estas iniciativas, Estados Unidos se
aprestó también a 'actualizar' su propaganda ideológica haciendo de la llamada
"globalización", que no es más que la expansión a nivel mundial de sus empresas
corporativas, la panacea para curar todos los males.

La nueva correlación de fuerzas y el fortalecimiento de la hegemonía


compartida de la UE y Estados Unidos

Si bien la desaparición del sovietismo le dió mucho mayor juego a la OTAN, la


importancia estratégica de Rusia no fue, sin embargo, pasada por alto. Por
razones tácticas y estrategias, los atlantistas nunca dudaron de su peso en la
arena internacional. Lo anterior explica la creación, en 1991, del Consejo de
Cooperación del Atlántico Norte (COCONA) en el que los antiguos miembros del
pacto de Varsovia se aliaron junto con los de la OTAN en un acuerdo de mutua
asistencia, cooperación y colaboración comprometiéndose a respetar las fronteras
de los Estados miembro. La cocona tendió, sin duda alguna, a equilibrar el juego
de fuerzas entre una potencia en declive, Rusia, y la OTAN,24 equilibrio que
resultaba esencial, especialmente en el marco de la integración de la Alemania
oriental con la Federal.

Este proceso, sin embargo, no dejó de tener sus dificultades. Cuando lo jefes de
Estado de la OTAN propusieron a las nuevas democracia de Europa central optar
por la "pertenencia a la OTAN por la paz" (Bruselas, 11 de enero de 1994), lo
hicieron en calidad de estatus provisional más que legal. Ello amenazó con abrir
un frente que la Federación de Rusia intentaba cerrar. El peligro estaba en sus
inmensas fronteras en plena mutación, en su legalidad tambaleante y en la
disolución su propia identidad. No estaba amenazada ni por Europa ni por Estados
Unidos, sino por la complejidad de los acontecimientos que se estaban gestando
en Asia central y en sus relaciones con China, Turquía e Irán. Ello explicaba su
complicada situación y su comportamiento ambiguo con respecto de sus fronteras
y de sus zonas de influencia estratégicas; lo que se palpó en las negociaciones
dentro de la guerra de Kosovo. Su razón era clara, no podía debilitarse más sin
intentar fortalecerse.

La cuestión de la seguridad y el armamentismo fue otro de los tópicos a vencer. A


pesar de los deseos de la Unión Europea y de algunos de sus miembros de
fortalecer sus esferas de defensa y seguridad militar con mayor autonomía con
respecto de la OTAN, el ambiguo y contradictorio comportamiento de Estados
Unidos en el campo político, estratégico y militar –así como su obstinación en
trasladar gran parte del peso de lo que significa la defensa del continente a los
europeos– contribuyó a dificultar este anhelado equilibrio. En el marco de la
colaboración intereuropea, el uso ilimitado del poder armado, desde el punto de
vista objetivo, resultaba (aún lo hace) una aberración, una psicosis obsesiva que
podía poner en peligro el propio liderazgo de Estados Unidos. Esta situación había
sido ya descrita claramente por el que fuera secretario de Estado norteamericano,
Henry Kissinger: "Los Estados Unidos no pueden arreglar todos los problemas del
mundo pero no están dispuestos a renunciar a su papel de una potencia mundial
indiscutible" que pueda regir al mundo apoyada en el nuevo equilibrio de fuerzas
que está representado actualmente por la UE, Rusia y China que, además, son
aliados entre sí y pueden neutralizar o morigerar su poder y defenderse, si es el
caso.

En este ambiente, el caso de Iraq resultó patético. Si bien era loable el deseo de
democratizar el país árabe, resultaba flagrantemente contradictorio el hecho de
querer hacerlo por la imposición, el engaño, la fuerza. Los sistemas democrático–
liberales exigen una infraestructura mínima de orden cívico, un determinado grado
de desarrollo de la riqueza social y una cultura de compromiso, de cooperación y
colaboración así como de solidaridad entre sus miembros, procesos que implican
un lento aprendizaje a largo plazo. Resulta, pues, irrisorio el querer implantar un
régimen democrático 'por decreto'. Las sociedades tradicionalistas, como las que
existen en el mundo árabe, están aún navegando en un proceloso mar con islas
de modernidad en el cual las élites monárquicas disfrutan de sus bondades,
mientras la gran mayoría continúa hundida en un oscurantismo parecido al que
Europa tuvo en la Edad Media. La democratización de la región en general, y de
Iraq en particular, requerirá 'algo' más que violencia.

En todo caso, y a pesar de las protestas de no pocos países europeos en contra


de la invasión, la UE no ha tenido más remedio que aceptar la superioridad militar
de Estados Unidos en todos los planos y seguir permaneciendo fiel a la alianza
atlántica que les es, y les seguirá siendo, altamente beneficiosa para sus intereses
nacionales y regionales. A pesar de este reconocimiento, Alemania y Francia han
colaborado mutuamente en el reforzamiento de Europa y la consolidación de una
política común de seguridad y defensa que los vaya conduciendo a una mayor
autonomía con respecto a su gran y poderoso socio. Así, en el Tratado de
Maastricht (firmados el 7 de febrero de 1992) una y otra intentaron impulsar el
"pilar de la defensa europea", esto es: sin renunciar y poner en entredicho la
preeminencia de la presencia norteamericana en el sistema global de seguridad
política y militar paneuropeo, galos y germanos debían buscar las vías para una
mayor autonomía de la Unión dentro de la OTAN, con lo que se estaría avanzando
en la consolidación del pilar de la de la Política Exterior y de Seguridad Común de
la UE, paso primordial en el proceso de reforzamiento interno y expansión futura
de la ella.

En los casos de Rusia y China, los lazos de colaboración con Estados Unidos
también se han ido estrechando. La primera de ellas ha requerido, por parte de
norteamericanos y europeos, de un trato especial dado su poder en recursos
naturales y su aún inmenso poderío militar, especialmente en lo concerniente al
arsenal nuclear y de armas químicas y biológicas. En este marco, resulta
interesante subrayar la importancia del Acta Fundacional sobre las Relaciones
Mutuas de Cooperación y Seguridad entre la OTAN y la Federación Rusa, del 27
de mayo de 1997, hecho imposible de imaginar siquiera antes del derrumbe del
"socialismo real", ya que el documento sancionaba el derecho de todo Estado a
elegir a sus socios en materia defensiva. Con esta acción, Rusia trataba de
hacerse acreedora a la ayuda financiera europea (con la que aplacarían, en algo,
sus males) y negociar el mantenimiento de su infraestructura nuclear a corto plazo
para tenerla a buen recaudo. En esta negociación, la UE tuvo un peso definitivo al
brindarle a Rusia decidido apoyo; de hecho, gracias a este 'espaldarazo', Estados
Unidos se vio obligado a dar su anuencia para hacer efectiva el Acta, lo que
significó un mayor compromiso de cooperación para Rusia dentro de la alianza
unilateral con la OTAN. Así, poco a poco, Rusia está reincorporándose hábilmente
en el escenario del poder mundial, lo que no deja de ser altamente positivo si lo
que se desea es ejercer un contrapeso real a la superpotencia norteamericana.

La República Popular China, a su vez, al flexibilizar su régimen interno, ha sido


aceptada poco a poco por Estados Unidos como una nación confiable; inclusive
fue apoyada por éste para ingresar a la OMC en diciembre de 2001 (con la
condición de que siempre se atuviese a las reglas del juego). Sin embargo, en la
actualidad, la desbordante actividad comercial china, el déficit que representa para
los norteamericanos y la enorme reserva en dólares que tiene el Estado comunista
asiático, ha resultado ser peligrosa para la economía estadounidense, misma que
experimenta hoy por hoy una fuerte desaceleración.

El poderío económico de Estados Unidos y su desgaste hegemónico


Es innegable que Estados Unidos ha impulsado la economía mundial desde
prácticamente 1945 (aunque no ha sido el único. De hecho, la Unión Europea, al
consolidarse y ampliarse, ha contribuido considerablemente a este respecto, al
igual que otros países meta europeos como Japón. Por su lado, China ha tenido
un explosivo crecimiento y su expansión comercial mundial en la actualidad es un
reto aún para la economía de Estados Unidos). Sin embargo, hoy por hoy, la
economía norteamericana está en aprietos y su crisis actual resulta peligrosa para
el mundo. En efecto, después de la recesión del 2001 Estados Unidos ha visto
decrecer su Producto Interno Bruto (PIB): en 2003 fue de 2.5%; en 2004 aumentó
a 3.10% para alcanzar un máximo de 4.40% al siguiente año. En 2006, el
decrecimiento volvió a aparecer con un 3.20% y logró mantenerse tal cual para
2007 para volver a descender en 2008 a un bajo 2.20%.32 Lo que ha seguido es
simplemente la debacle: debido a la quiebra económico–financiera de 2007–2008
(la llamada crisis de las hipotecas subprime devendría luego en las crisis
bursátiles mundiales de enero y octubre de 2008 y, de ellas, a la crisis del euro
para terminar en una ampliada crisis económica mundial)33 –aunada a los altos
precios del petróleo, a un déficit ya enormemente abultado34 y al incremento de
los cuantiosos gastos militares para aplacar el nacionalismo iraquí–35 el
crecimiento norteamericano se colapsó36 en 2009 al descender su PIB a un
histórico (por lo bajo) 1.1% de crecimiento. Estos vaivenes han demostrado, entre
otras cosas, que la tan cacareada globalización no es más que "la
americanización del mundo", cuestión que implica muchos más riesgos que
ventajas y despierta suscitando con ello grandes dudas y preocupaciones sobre el
futuro de la economía mundial.

¿Hacia la hegemonía compartida?

Las iniciativas unilaterales en política exterior así como la descabellada doctrina


de la guerra preventiva desplegadas por el gobierno de George W. Bush,
contribuyeron a debilitar su peso político en la arena internacional.39 La
arrogancia y el empeño norteamericano para mostrar su dominio y doblegar a sus
aliados europeos que se habían opuesto a la ocupación de Iraq, resultó ser a la
postre el error más grande de la estrategia militar norteamericana desde su
intervención en Vietnam.40 Las consecuencias políticas de estos errores no
tardaron en aparecer: las presiones de los demócratas y de algunos republicanos
al gobierno para que reconociera el rotundo fracaso de su intervención en Iraq, la
exigencia de salir de aquel atolladero, el enorme déficit del presupuesto
norteamericano, la pérdida de la habilidad política de Washington en cuanto a
política exterior y el consecuente deterioro de su hegemonía mundial,41
devinieron finalmente en el debilitamiento del partido republicano y en el ascenso
a la presidencia del demócrata Barack Obama a inicios de 2009.42

A su vez, la sagacidad, el realismo político, la persuasión, la negociación y la


acción diplomática efectiva utilizados por varios de los miembros de la UE con
respecto al caso iraquí, abonaron para convertirla en factor clave del tablero de la
política mundial.43 Ejemplo de lo anterior, es la política más flexible que Francia y
Alemania han liderado, y que Rusia y China han respaldado, con respecto a los
casos iraní, pakistaní y afgano, en los cuales han logrado morigerar los impulsos
belicistas norteamericanos.

En este marco, si algo positivo se pudo haber derivado de la catástrofe de Iraq, es


la posibilidad, cada vez más sólida, de una colaboración estrecha entre la UE y
Estados Unidos; en otras palabras, la compartición de la hegemonía mundial... ¿a
partes

HEGEMONIA INGLESA DESDE EL ULTIMO CUARTO DEL SIGLO XIX

Los procesos imperiales han diferido unos a otros; su evolución se ha gestado en


diferentes momentos históricos, determinando sus características, avances,
derrotas y caídas. Los últimos imperios, el británico y el estadounidense, los
primeros imperios anglosajones y anglófonos (Ferguson, 2004, p.63), han
mostrado cierta cercanía en sus características; sin embargo, es bastante
llamativo el proceso de desvanecimiento del Imperio británico y el inmediato
reemplazo del mismo por los Estados Unidos, pues esta transición se dio en un
periodo de tiempo muy corto, en el que el contexto político y económico
norteamericano se había definido principalmente durante el siglo XIX. Situación
algo similar a lo experimentado por el Imperio Británico en el siglo XVIII, durante la
expansión capitalista, comercial y marítima del Imperio Holandés, que le permitió
su consolidación política y económica para lograr una posición hegemónica
durante el siglo XIX.

Los instrumentos bajo los cuales los imperios, una vez establecidos, llevan a cabo
los diversos procesos de expansión a otros territorios, por lo general son de
carácter impositivo y colonizador. Los casos de los Imperios Británico y
Estadounidense, durante los siglos XIX y XX en Suramérica, tienen unas
características diferentes, a pesar del poder que se vivía con la salida del Imperio
Español y el Imperio Portugués por los procesos de independencia de principios
del siglo XIX. Aunque Estados Unidos en ese periodo aún no contaba con la
fortaleza y capacidad económica, naval y política que tenía el Imperio Británico, sí
tenía intenciones futuras de fijar su posición en el continente americano. En su
mensaje anual ante el Congreso en 1823 el presidente James Monroe determinó,
lo que un siglo después concretaría el Presidente Roosevelt en su política del
Buen Vecino, tratando de aminorar las acciones estadounidenses de principios de
siglo en la política interna de países vecinos como Cuba, Colombia, Haití,
República Dominicana y Nicaragua.

El gran beneficiado de la retirada española y portuguesa de Suramérica fue el


Imperio Británico que, manteniendo los lineamientos o parámetros de la Santa
Alianza, la intención de establecerse en estos territorios y las palabras desafiantes
de los estadounidenses, logró consolidar una estrategia de puertas abiertas con la
que buscó enlazar su fortaleza económica con los avances políticos y económicos
de los Estados nacientes, donde se podía aplicar con rigor el término de estado en
el sentido europeo (Hobsbawn, 1987, p. 31).

Aunque los británicos pudieron beneficiarse y hacer un acompañamiento durante


parte importante del siglo XIX en los negocios, empréstitos, nuevos proyectos y,
en ocasiones, en decisiones políticas en la llamada periferia del Imperio, para la
primera era de la globalización ya se empezaba a ver la incipiente influencia
francesa, posteriormente alemana y, por último, estadounidense. El gran poder
económico y político que reinó durante el siglo XIX fue el del Imperio Británico, que
sería relevado por el Imperio Estadounidense entrado el siglo XX de una forma
rápida y sencilla, de tal manera que este hecho se registró con poca notoriedad y
trascendencia en el continente, pero que, en últimas, significó una reconfiguración
de la hegemonía económica en tierras americanas.

Acciones como la guerra contra España, la llegada estadounidense a Cuba, el


avance en Puerto Rico y República Dominicana, la construcción de un territorio a
cualquier precio y la posterior influencia en la política y la democracia
suramericana durante el siglo XX, muestran un imperio con unas estrategias y
acciones diferentes a las del Imperio Británico, el cual, durante el siglo XIX, había
tenido una estrategia enfocada hacia lo económico y al beneficio de los negocios
financieros y productivos, y no hacia la penosa necesidad de intentar anexar
territorios americanos en cualquier espacio y ante cualquier oportunidad. Ya en el
momento en que Estados Unidos tiene la capacidad para continuar con la anexión
de territorios como cualquiera de los imperios pasados, se iniciaría una nueva era
imperial.

Suramérica sería entonces el lugar en el que los imperios desarrollarían los


procesos productivos necesarios para alcanzar sus objetivos económicos,
diferente a lo que sucedía en África y en Asia, donde la colonización y la
imposición fue la estrategia de la carrera imperial europea de finales del siglo XIX,
al punto que la fiebre del imperialismo se adueña de los gabinetes europeos
progresivamente (Mommsen, 1969, p.137). Aunque los británicos y americanos
estuvieron interactuando en todo Suramérica, la profundización de las relaciones
financieras y productivas más importantes se dieron, para el caso británico, en
Argentina y Brasil, principalmente, seguido de Chile y Perú. Estos espacios serían
abordados tímidamente por los estadounidenses, hasta el momento en que se
involucraron en toda Latinoamérica con acciones contundentes como la
separación de Panamá del territorio colombiano, la agresividad de los procesos
productivos de la United Fruit Company no sólo en Colombia, sino en gran parte
de Centro América, la imposición económica y fiscal en algunos territorios
bolivianos, el desplazamiento de los empresarios chilenos en la consolidación de
los procesos productivos de su país y en otras acciones que demostraban la
intención de establecer su poderío a cualquier precio en Suramérica y en todo el
continente americano.

¿Cómo fue y cómo se hizo esa transición?, ¿cómo los estadounidenses relevaron
a los ingleses su posición económica dominante? Son preguntas que
habitualmente no se plantean sino que se responden con el simple proceso de
asumir el cambio. El propósito de este documento es revisar cómo se configuraron
los imperios británico y estadounidense en Argentina y Brasil, cómo se dio su
participación en la estructuración económica y política de los nuevos Estados y
cómo se gestó ese cambio hegemónico en la época más sobresaliente de las
exportaciones y su vinculación a la economía mundial, punto de partida de los
avances económicos e industriales del siglo XX. Y establecer si fue un cambio de
prioridades y estrategia de los directores de las estructuras imperiales, o
simplemente el ascenso de otro imperio que veía en Argentina y Brasil un lugar
indicado para forjar su interés nacional y su intención hegemónica; factores que
transformarían profundamente la estructura económica y política de
Latinoamérica, así como los cimientos de las relaciones internacionales con las
potencias mundiales durante el siglo XX.

El documento se divide en cuatro secciones; una primera donde se revisa la


configuración y el avance temporal y espacial de los imperios británico y
estadounidense, partiendo de un esquema teórico; en una segunda sección las
características y elementos propios de Argentina y Brasil como un destino
imperial; en una tercera sección se analizará la forma como se estructura ese
cambio hegemónico y, finalmente, una sección de conclusiones.

HEGEMONIA ESTADOUNIDENSE DESDE EL ULTIMO CUARTO DEL SIGLO


XIX

En contraste con el imperialismo ejecutado por las potencias europeas en siglos


anteriores, cuyo procedimiento se basaba en establecer, por medio de conquistas,
colonias o factorías en lugares comúnmente alejados de su metrópolis, en Estados
Unidos se podría hablar de una geopolítica del imperio que no consistía en la
expansión territorial, sino en la ampliación e ingreso del capital financiero en
especial del sector privado a diferentes países.

Como resultado, las multinacionales sirvieron de punta de lanza en lugar del


ejército, pero gozaron de pleno apoyo de las fuerzas armadas y políticas del país,
sin embargo, Estados Unidos sí vivió un momento inicial de expansionismo
directo, durante el cual arrebató a México la mitad de su territorio, estableció un
protectorado en Puerto Rico, Cuba y Filipinas, se anexó Hawái, Guam, Samoa
Americana y compró diferentes territorios a países europeos como Luisiana y
Alaska.
Este expansionismo respondía a dos objetivos principales: en primer lugar avanzar
hacia su zona de expansión natural que iba desde el Atlántico hasta el Pacifico,
encontrándose con mexicanos y nativos indígenas a los que consideraban
ciertamente inferiores y un sacrificio necesario para la misión civilizadora
estadounidense. Por otro lado, su presencia en el Pacífico y el Caribe responde a
la necesidad de poseer bases de avanzada para sustentar su floreciente comercio
y mantener su capacidad militar activa, con miras a responder a cualquier agresión
o negativa de algún pueblo no deseoso de mantener relaciones comerciales.

Ejemplo de esto fueron las acciones intimidantes de la flota al mando del


comodoro Matthew C. Perry entre 1853-1854, al puerto japonés de Okinawa para
obtener una concesión minera y privilegios comerciales. El mismo caso se repite
en 1859 en China para proteger intereses estadounidenses en Shanghái, y en
1860 durante la rebelión indígena en Kissembo contra Portugal, que ponía en
riesgo la vida y propiedad de nacionales radicados en Angola. Lo mismo podría
decirse de sus intervenciones en Argentina, Nicaragua, Haití, Uruguay, Republica
Dominicana etc., mostrando que la prioridad del país a ser controlar puntos
estratégicos que le permitiesen desplegar su potencia de manera clara y
contundente en cualquier coordenada (Fonseca 2013).

¿Pero qué se entiende por Hegemonía?, para responder esta pregunta es


imprescindible analizar los aportes teóricos realizados por el italiano Antonio
Gramsci en textos como “Cuadernos de la cárcel” (1932), donde proporciona
herramientas conceptuales que permiten explicar en el transcurso de la historia las
dinámicas ejercidas por los grupos o clases sociales prominentes parar validar su
dominación sobre otros.

Dentro de los instrumentos que propone Gramsci para llevar a cabo este objetivo,
se encuentra el uso de mecanismos políticos y culturales que permitan
implementar una dialéctica entre coerción y consenso a fin de legitimar un orden
particular de la sociedad, en este sentido la cultura y la educación cobran un valor
mucho más importante que las posturas economicistas de la historia y la política.
Así, la hegemonía jamás puede renunciar a la coerción y la violencia, pero estas
deben estar mediadas por fórmulas de aceptación del poder y dominación
voluntaria o consensual de los subalternos, encargados de otorgar legitimidad al
sistema que desea validarse o imponerse, para que pueda consolidarse una
interacción fluida entre dominados y dominadores bajo las reglas de los primeros.

En concreto, la hegemonía consiste en convertir los valores y cosmogonías


propias de los entes dominantes en una especie de sentido común compartido por
los dominados, que terminan por aceptar sus condiciones como algo necesario o
útil, justificando así la presencia y poder de los centros hegemónicos.

De aquí que para Gramsci las instancias superiores articulan su dominación no


solo con el poder material, sino por el uso de una serie de estrategias culturales,
institucionales y cotidianas que aseguren la cohesión indispensable para
conseguir las metas planteadas desde los grupos sociales, países u
organizaciones hegemónicas. Esto no quiere decir que no existan conflictos, sino
que de aparecer pueden ser tramitados mediante el aprovechamiento de aquellos
parámetros sociales que no amenacen la continuidad del estatus quo (Gruppi
1978).

Como concepto la hegemonía ha sufrido múltiples mutaciones que se han


alimentado de pensadores de la talla de Alfonso Klauer, quien la definió de la
siguiente manera: “Hegemonía es el dominio (permanente o transitorio) que ejerce
un pueblo, nación y/o Estado (hegemónico) sobre otro u otros pueblos, naciones
y/o Estados (dominados), y a través del que aquél hace prevalecer sus intereses
(territoriales, económicos, culturales, etc.)” (Klauer 2003 :36).

Además, “el pueblo dominante hace prevalecer sus intereses ante los pueblos
dominados sin que se dé sojuzgamiento y en particular, el que se obtiene con la
ocupación militar del territorio” (Klauer 2003: 36). En esta teoría de las relaciones
hegemónicas no se intenta desarticular los aparatos estatales de los pueblos
dominados, recurriendo a esta medida solo en casos específicos que tienen un
carácter de contingencia.
La hegemonía puede darse por lo tanto en aspectos estructurales o cotidianos,
que en mayor o menor medida configuran el actuar de otra sociedad (Morales
2014). Para Estados Unidos, la hegemonía militar solo cumplía un papel
instrumental a la hora de abrir las fronteras comerciales, mantener el derecho a
comerciar de los neutrales, obtener buenas condiciones para la explotación de
materias primas, derribar aranceles o construir infraestructuras transcendentales
para el desarrollo económico estadounidense. Actuar que se ve reflejado en el
apoyo a la secesión panameña de Colombia, cuya concreción significó unir las dos
costas de Norteamérica en un tiempo hasta entonces record que revolucionaria el
comercio internacional (Galvis 1920).

En contraste, la hegemonía económica trae consigo mejores réditos y puede llegar


a mermar los costos sociales y económicos en comparación con la conquista
militar, aunque seguiría teniendo una consideración antidemocrática y asimétrica,
donde se evidencia la arbitrariedad y el abuso bien sea de forma descarada o sutil.
En este sentido, el adelanto significativo de los Estados Unidos en temas
científicos, técnicos y tecnológicos, le ha brindado una ventaja extraordinaria
frente a los países que lo rodean y aun en paridad con las naciones más
desarrolladas.

Esta superioridad le ha permitido aplicar con bastante eficacia sus progresos a


sectores indispensables para la economía internacional como la industria, la
educación, las telecomunicaciones, la propaganda, el comercio, las finanzas, etc.,
convirtiéndose con el tiempo en una autoridad global al momento de establecer
regulaciones o tomar decisiones a nivel planetario. Sin mencionar que aseguró la
dependencia tecnológica de continentes enteros, convirtiéndolo en el socio
comercial por excelencia para el hemisferio americano en una condición
providencial.

Desde el comienzo, Estados Unidos fue consciente de que para crecer era forzoso
mantener controlada su área de influencia inmediata, su lema América para los
americanos, simboliza su aspiración a ser la potencia que encabezaría el
desarrollo del continente. Pero este postulado no guardaba únicamente un sentido
moral y civilizador, para Immanuel Wallerstein en su libro “La decadencia del
poder estadounidense” (Wallerstein 2003), la hegemonía se entiende como
“mucho más que el liderato, pero menos que un imperio en el sentido estricto del
término.

El poder hegemónico impone sus reglas en el sistema internacional, creando un


nuevo orden público” (Wallerstein 2003: 32). El proyecto de hacer del mundo
Inglaterra cedió su puesto a la americanización de las sociedades, meta que se
emprendió de manera tímida en unos orígenes marcados por grandes intervalos
de aislacionismo.

Los eventos que cambiarían todo fueron la Primera Guerra Mundial y en especial
la Segunda Guerra Mundial, donde Estados Unidos se posicionó en un rol
hegemónico bastante predecible al observar su evolución económica desbordada
a finales del siglo XIX e inicios del XX, que culminó con su participación en la
creación de un sistema-mundo capitalista después de 1945.

La creación de organizaciones internacionales fue otro de los métodos políticos


usados por los Estados Unidos, para perpetuar un control hegemónico sobre
muchas naciones. Los países Latinoamericanos (aunque esto incluye a todo el
tercer mundo y las potencias medias) sumidos en el atraso económico, industrial y
de infraestructura, sumado a profundas crisis de legitimidad o guerras internas y
externas, recurrían y recurren, a costa de su autonomía, a préstamos, asesoría o
reconocimiento de organismos orquestados o influenciados por Estados Unidos
como: la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional y la Organización del Tratado de Atlántico Norte.

Ana Esther Ceceña, explica con gran claridad el efecto de estos organismos
internacionales al afirmar que: “la hegemonía es una categoría que se ha ido
formando de sentidos y contenidos diversos” (Ceceña 2004 :34), lo que “lleva a
concebir la hegemonía: como la capacidad para generalizar una visión del mundo”
(Ceceña 2004 :35). En esta concepción se basó la firme creencia de que
Latinoamérica y el Caribe constituían una especie de área de exclusividad, donde
los estadounidenses desplegarían todo su potencial material y espiritual en
oposición a la envejecida Europa.

El éxito de la política exterior estadounidense radicó en la comprensión de que


para construir y mantener su hegemonía, debía conservar su ventaja más
importante, el acceso privilegiado a los recursos naturales de Latinoamérica y
progresivamente del globo terráqueo. Esto repercutió en una buena organización
militar y el aprovechamiento ideológico de su ascendencia anglosajona, que le
dotó de justificación moral para ejercer una dominación efectiva desde las bases
ideológicas del capitalismo. Su maquinaria industrial dependía del correcto
ejercicio de esta hegemonía, al requerir de un flujo imparable de materias primas,
mano de obra y mercados dispuestos a consumir sus excedentes productivos, que
podían ser amenazados por gobiernos nacionalistas, izquierdistas o potencias
rivales.

Del mercado interno al comercio internacional

Luego del fin de la guerra de secesión estadounidense, se presentó un aumento


desmesurado en la producción industrial y agrícola en el país, que pasó a cubrir
una demanda interna creciente debido a aspectos que van desde la colonización
del Oeste, la construcción de infraestructuras, hasta la implementación de nuevas
tecnologías. Desde el inicio su economía no dependió demasiado de naciones
extranjeras, salvo tal vez del ingreso de algunas materias primas. Pese a esto, a
finales del siglo XIX se temía que la súper productividad de las fábricas y fincas,
no pudiese venderse recurriendo únicamente al gigantesco mercado doméstico,
obligando a los políticos y empresarios a mirar hacia afuera.

En esta atmósfera de cambio surgieron teorías como las de Frederick Jackson


Turner, quien afirmó que la particularidad del pueblo estadounidense se
fundamentaba en la existencia de tierras sin colonizar en las que podía
respaldarse el desarrollo del país (Turner 1987). El modo de vida americano pasó
a sustentarse en la posibilidad de anexionar fronteras al territorio nacional, por lo
que la culminación de la conquista del Oeste amenazaba con anular su espíritu
emprendedor.

Se comenzó a pensar en la inevitabilidad de buscar alternativas de expansión que


mantuviesen la tan querida superioridad norteamericana. Políticos como Brooks
Adams publicaron ideas acerca de la ley de la civilización y la decadencia, donde
se esbozaba el hecho de que sólo “la expansión podía restituir las reservas de
energía que el país necesitaba” (Jiménez 2006: 81). A su vez, se presentó un
cambio de filosofía que modificaría tradiciones políticas entre las que se encuentra
la Doctrina Monroe, que pasó de una función defensiva a un Corolario Roosevelt
cuya meta era servir de instrumento justificativo de la intervención estadounidense
en América Latina.

Obras como la de Alfred Thayer Mahan “Influencia del poder marítimo en la


Historia, 1660-1783” (Thayer 1890), comenzaron a tener una gran influencia al
defender la tesis de que el auge y caída de todos los imperios del pasado, podía
analizarse a través del dominio que ejercían en los mares, argumento que tuvo
una acogida y repercusión absoluta dentro de los Estados Unidos, pero también
en las principales naciones europeas.

En pocos años este texto logró influir en la política interior norteamericana, que fijó
su objetivo en la construcción de una fuerte marina mercante y de guerra,
respaldada por la posesión de plazas estratégicas alrededor del mundo. Para el
almirante, la carencia de enclaves coloniales o militares en el exterior, se traduciría
en que los barcos de guerra en una situación de conflicto no serían más que
pájaros terrestres, incapaces de volar lejos de sus propias costas. Poseer lugares
de aprovisionamiento donde los barcos pudiesen realizar escala, ser reparados y
abastecerse de carbón, municiones y hombres, sería una tarea urgente para
cualquier gobierno que se propusiera consolidar el poder nacional en el mar.
Rápidamente la mayor parte de la opinión pública guiada por los medios de
comunicación, se manifestó favorable a las posturas de los llamados imperialistas
y sus máximas intelectuales derivadas del darwinismo social y de obras como las
del almirante Mahan, que divulgaban las necesidades estratégicas de la
expansión. Sectores productivos entre los que se podrían mencionar empresarios
y agricultores, al poseer grandes inversiones e intereses en el exterior y después
de un periodo inicial de escepticismo, terminaron por aceptar estas doctrinas
intentando tomar partida de las campañas intervencionistas emprendidas por el
Estado.

Cuestión que preparó el escenario para que los grandes gremios económicos
presionaran al gobierno para cambiar las políticas comerciales, en pos de propiciar
la apertura de mercados en ultramar en un esfuerzo que no siempre podía ser
llevado a cabo con acciones pacíficas o diplomáticas. De modo que el deseo de
tener las Puertas Abiertas en China y monopolizar los mercados latinoamericanos,
inscribió activamente a los Estados Unidos en la política y el gobierno mundial,
aumentando sus exportaciones siete veces entre 1860 y 1914 pero siendo poco el
abandono de su tradición proteccionista.

Tras el boom del capital financiero progresivamente se fortaleció la posición


interna y externa de los Estados Unidos, quien no redujo su influencia sobre la
industria, el comercio y los transportes, al tiempo que diversificó sus intereses con
la actuación de sus multinacionales y proyectos de carácter global entre los que se
encuentran: La construcción del Canal de Suez en 1869, el Canal de Panamá y la
exportación de capital a los países del tercer mundo, bajo la forma de la inversión
productiva y de préstamo. Su política exterior se empezó a concentrar en una
propagación del capitalismo industrial y financiero, que conllevó el emprendimiento
de expediciones de intervención y persuasión que terminaron entre otros con el
modelo semifeudal japonés (Reyes, 2004).

Periodistas como W. T. Stead hablaban en 1902 de la americanización del mundo,


mientras que el Káiser Guillermo y otros líderes europeos, señalaban la necesidad
imperante de establecer un frente común en contra del desleal coloso comercial al
otro lado del Atlántico (Kennedy, 2006). Poder industrial y comercio global
agresivo se combinaron con una actividad diplomática mucho más intensa
semejante a la Welpolitik alemana, que rodeaba a Norteamérica de un aura moral
que la distinguía de todos los pueblos de la Tierra y otorgaba a su política exterior
una condición superior a la europea. Así mismo, argumentos extraídos del
socialdarwinismo y teorías raciales, apoyaban sus intervenciones en países a los
que consideraba bárbaros que podía y aun debía civilizar.

Uno de los primeros desafíos estadounidenses al imperialismo europeo fue la


Guerra Hispano-estadounidense en 1898, cuyas consecuencias abarcaron el fin
de la España Imperial con la perdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y la
perturbación de las relaciones interamericanas, a causa de un viro en la
percepción de los países latinoamericanos hacia el titán del norte al que
consideraban imparable.

Ahora no se le daba el carácter de hermano mayor protector, al observar en su


poderío una amenaza latente para las soberanías nacionales del continente. Aun
así, este hecho no bastaría para ascender a EE.UU. al nivel de potencia mundial,
por lo que habría que esperar a su entrada en la Primera Guerra Mundial para
confirmar la consolidación del país en una potencia no solo económica sino
también militar, capaz de enfrentar a los antiguos poderes imperialistas.

Con respecto a su otrora metrópolis, las contramedidas más importantes de


Estados Unidos consistieron en generar lo que se dio en llamar Doctrina Monroe y
Destino Manifiesto, en un intento de reemplazar la pax británica y su imperialismo
liberal basado en el control de las rutas de comercio marítimas, por una
hegemonía continental a la americana (Lorusso, 2007). Para Alain Rouquié, en su
libro “América latina: introducción al extremo occidente” (Rouquié 1989), la
relación entre Estados Unidos y América Latina, encarnó el ocaso del mundo
liberal pero también de la hegemonía británica, al permitir a la creciente nación
convertir al Caribe en su patio trasero con los enormes beneficios que esto había
significado para las potencias coloniales de Europa durante siglos.
La instauración de una especie de mare nostrum similar al Mediterráneo, otorgó
un comercio casi exclusivo a Estados Unidos con un continente completo y reforzó
sus ideas de excepcionalidad y destino. Igualmente su expansión por el Pacifico
culminó de forma exitosa cuando se garantizó la política de Puerta Abierta en
China, aunada al corolario de Theodore Roosevelt de la política del “gran garrote”,
usada para justificar ideológicamente la intervención norteamericana en América
Latina. Modelo que se combinaba con la “diplomacia del dólar”, con la cual el
gobierno asumió la responsabilidad de proteger las compañías que operaban en el
extranjero, y ejerció un escrupuloso control sobre los gobiernos americanos
financieramente “irresponsables”.

Por estas razones, Estados Unidos se dirigía a paso firme a convertirse junto con
Japón en una de las grandes potencias extraeuropeas emergentes a comienzos
del siglo XX, pues mientras el sistema europeo se hacía cada vez más global la
preponderancia internacional de sus países decaía o era enfrentada por nuevas
fuerzas en acenso.

Con todo, considerando la posición de Norteamérica desde un punto de vista


político-estratégico, su presencia estaba muy reducida al continente americano y a
ciertas posiciones en el Pacífico que aún no dejaban ver la importancia arrolladora
que tendría en el futuro (Islas Hawái y el archipiélago filipino, adquiridos ambos en
1898).

Primera Guerra Mundial, Estados Unidos una potencia a tener en cuenta

La Primera Guerra Mundial fue un acontecimiento histórico sin precedentes en la


historia de la humanidad, que marcó el inicio de una nueva forma de concebir la
política y diplomacia internacional al derribar los últimos cimientos que mantenían
erguidas a las entidades políticas de Antigua Régimen.

En el transcurso de cuatro años y medio sangrientos, las pérdidas humanas y


económicas habían superado las que anteriormente se produjeron en las
constantes luchas por la soberanía en Europa. Ocho millones de hombres
muertos, siete millones con incapacidades permanentes y quince con heridas de
distintos niveles de gravedad, generaban un panorama escalofriante para unas
naciones arruinadas por el esfuerzo de guerra (Kennedy 2006: 432).

Situación agravada por los severos daños a sus infraestructuras civiles, viales e
industriales, además del endeudamiento excesivo con potencias extranjeras que
proporcionaron el capital que movilizó a sociedades enteras a tierra de nadie. Al
concluir, la guerra había costado al Viejo Continente unos 260 mil millones de
dólares, que según expertos equivaldría a “casi seis veces y media la suma de
todas las deudas nacionales acumuladas en el mundo desde final del siglo XVIII
hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial” (Kennedy 2006: 432).

¿Pero cómo se iba a pagar esta desmesurada cantidad de deuda?, cuestión más
que complicada si se tiene en cuenta que la producción manufacturera mundial,
había decrecido a un tercio de lo que era antes de la Gran Guerra. Países como la
Unión Soviética contaban con tan solo un 13 % de su capacidad industrial
preliminar; mientras que Alemania, Francia, Bélgica o la mayoría de Europa del
Este conservaban el 30 % (Kennedy 2006: 433).

No obstante, a pesar de la deprimente exposición de datos arrojados, la guerra


siempre tiene una doble cara en donde el declive de unos se traduce en el
beneficio de otros. En términos políticos y económicos, muchas naciones
alrededor del mundo obtuvieron grandes réditos del comercio y la influencia que
significaba la dependencia de Europa a las mercancías y capitales extranjeros.

Aquellas naciones cuyo auge tecnológico se encontraba mejor posicionado


dispararon su industria a niveles inusitados, atendiendo a la inacabable necesidad
de bienes que implicó el conflicto y la reconstrucción del continente. Estados
Unidos, Canadá, Australia, Sudáfrica, India y partes de América del Sur,
observaron sus economías crecer aceleradamente por la demanda de mercancía
de los vencidos y victoriosos de una guerra de desgaste, siendo la consecuencia
más marcada para Europa el traslado de las fuentes de hegemonía (industria,
comercio y centros financieros) a potencias emergentes.

La aparición de la Sociedad de Naciones fue otra de las innovaciones vitales para


entender el periodo de entre guerras, en su seno se confió la resolución pacífica
de los conflictos entre las grandes potencias en el futuro. Sin embargo, el
aislacionismo de los Estados Unidos, la infravaloración de los japoneses, la
negativa de Francia de aceptar a Alemania en esta instancia internacional y el
caos en la Unión Soviética, redujeron sus esfuerzos a un ir y venir de los intereses
anglo-franceses que no siempre eran concordantes. Contexto que de manera
artificial permitía pensar que el centro del mundo aun giraba alrededor de Europa,
pero que no podía ocultar el hecho de que Estados Unidos desempeñaba un rol
determinante en cualquier decisión de carácter planetario.

En paralelo con las alianzas militares se intensificó una ardua diplomacia


financiera, tendiente a solucionar las complejas dinámicas derivadas de las
compensaciones de guerra y las deudas nacionales de todos los países
implicados en la guerra. El protagonista de esta actividad diplomática sin duda fue
Estados Unidos, quien para 1918 se había convertido en el mayor prestamista
mundial y que ahora deseaba recuperar su dinero.

Compromisos financieros como el plan Dawes en 1924, Locanto en 1925 o Young


en 1929, intentaron mitigar el descontento y la inestabilidad que trajo consigo la
deuda externa, pero no detuvieron la degradación de la vida cotidiana que
sufrieron las masas europeas y que permitió el ascenso de corrientes fascistas y
nacionalistas en la entre guerra. Con el fin de las hostilidades y la progresiva
reconstrucción de la vida civil y productiva, se presentó un problema aún más
importante que el declive de la producción europea.

Ahora, sectores competitivos como los astilleros, la agricultura o los bienes


manufacturados, se encontraban con un exceso de oferta tras la recuperación de
algunos sectores económicos en Europa. En un momento dado, hubo demasiados
amarraderos navales con respecto a la demanda requerida, el acero sufría
reducciones dramáticas en su precio y la agricultura se direccionaba a una
competencia de precios que le haría perder cualquier beneficio considerable.

Es crucial hacer referencia a estos problemas económicos, porque muy


rápidamente se convirtieron en problemas políticos de una complejidad nunca
antes vista. A excepción de Gran Bretaña y Estados Unidos todos los países
implicados en la conflagración, recurrieron a la deuda en vez de a los impuestos
para financiar la guerra, creyendo que sería el perdedor quien asumiría la totalidad
de los créditos más los costos de reconstrucción, como le había sucedido a
Francia en 1871.

Ahora bien, la expansión internacional de estas empresas traía consigo el


problema de asegurar sus intereses, en países cuyo común denominador era la
inestabilidad política o que poseían niveles abismales de inconformidad producto
de la actividad de las multinacionales. Po lo que en los años treinta y cuarenta
cuando Europa se precipitaba a una nueva guerra, ciertos sectores del gobierno y
la industria norteamericana optaron por una nueva relación con los países del
continente, basada en un multilateralismo respaldado por la Sociedad de
Naciones.

Dicho periodo estuvo acompañado de la diplomacia del dólar, donde se


presentaron fluctuaciones de bonanzas acompañadas de episodios de corrupción
y sobornos. La hegemonía económica se evidenció en la influencia de Estados
Unidos a la hora de elaborar políticas financieras, pues de no ser aceptadas las
condiciones ofrecidas seria negada toda petición de financiación para los
gobiernos latinoamericanos, aumentando su dependencia económica pero
insertándolos en el sistema internacional.

En consecuencia, los años veinte estuvieron dedicados a la americanización de


Latinoamérica, la profundización de las conexiones económicas entre el Sur y el
Norte, crear una imagen favorable del sueño americano mediante el cine y en
concreto a mantener y aumentar la hegemonía estadounidense en el continente.

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