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CLÍNICA I COGNITIVA

Caso Clínico para Terapia Centrada en Esquemas Maladaptativos Tempranos J.Young

Virginia
La abuela paterna de Virginia era una dama de clase alta que había endiosado a su hijo y
humillado sistemáticamente a su hija. Es que él, además de varón, era físicamente
atractivo, sumamente inteligente y de exquisitos modales, mientras su hija era feúcha y
torpe. La hija no se casó y permaneció junto a la madre hasta que ésta murió, sufriendo
resignadamente sus burlas y desprecios. El folklore familiar decía que la hija no se había
casado porque era demasiado alta, “grandota” y sus manos y pies, demasiado grandes.
El padre de Virginia, luego de graduarse en la universidad con mucho éxito, se casó con
una hermosa chica de corta estatura, proveniente de una familia más pobre y mucho
menos lustrosa. Al parecer, la madre de Virginia -una mujer cálida, modesta, encantadora-
sintió que debía demostrar su eterno agradecimiento por haber sido aceptada en tan
selecto entorno e hizo suyas las concepciones de su suegra respecto a la superioridad de
su marido. Jugó, entonces, en el matrimonio un papel de subordinada y admiradora que
transmitió a sus hijos: papá es brillante, especial, sabe todo, no tiene defectos, no se
puede criticarlo. Papá, en realidad, era un narcisista y un sádico: creía en su
superioridad, en que no estaba obligado a respetar los derechos ajenos, en que su mujer
debía obedecerlo y satisfacer todos sus caprichos y en que sus hijos existían solo para
aumentar su brillo. Hablaba con tono despreciativo de cualquiera que no coincidiera con
su detallado reglamento de cómo debían ser las cosas, no aceptaba a sus hijos como
personas únicas, se burlaba de ellos, no los apoyaba y organizaba ceremonias en las
cuales -varita en mano- castigaba físicamente al que había cometido un error en
presencia de sus hermanos y de la madre, que sufría muchísimo pero trataba de disimular
para avalar la autoridad del “padre de familia”.
El brote de la pubertad transformó a Virginia de niña alta en adolescente altísima. Era muy
linda, vivaz, buena alumna, tenía amigos que la querían, adoraba a su madre…pero su
padre nunca la había elogiado ni estimulado, sino todo lo contrario. Por ejemplo, Virginia
se destacaba por su inteligencia espacial y por su talento artístico, o sea, no brillaba en el
área lógico-matemática que era la única valorada por su padre. Esta diferencia no sólo no
era bienvenida sino que generaba en él comentarios fastidiados y despreciativos: “Virginia
la distraída”, “Virginia la mente poco ordenada”, “Virginia la habladora hueca”. Por si fuera
poco, consideraba a las mujeres ciudadanos de “segunda” y dejaba muy en claro que era
el hijo varón el depositario de sus expectativas.
La adolescencia fue una tortura para Virginia: se sentía terriblemente avergonzada por su
altura y por el tamaño de sus pies y manos; aunque le iba bien en la escuela se
consideraba tonta; aunque sus compañeros la querían, le servía de muy poco.
Al final del secundario, por determinadas circunstancias familiares, comenzó a trabajar
junto a su padre y siguió haciéndolo mientras estudiaba en la facultad. Esa fue la peor
época de su vida: trataba de complacerlo, se esforzaba al máximo, cumplía largas
jornadas pero nada le satisfacía; nunca un elogio, un estímulo. Sí, en cambio, muchos
comentarios ácidos y burlones. Entre más se esmeraba Virginia, peor se sentía, su
amargura se incrementaba. Tan insostenible se volvió su estado psicológico que en un
momento de lucidez decidió darse por vencida: dejó de trabajar junto a su padre y se
dedicó a pleno a su carrera. Salió en grupo con amigos de su edad, rumbeó en las
discotecas. “Fui joven por primera vez”, dice. Pero esta etapa, lamentablemente, no duró
lo suficiente: se graduó en corto tiempo y muy pronto conoció a quien sería su único novio
y, poco después, marido.
A los 30 y pico a Virginia ser una profesional muy exitosa, tener dos hijos sanos y capaces
y un marido muy bueno, excelente proveedor y que la adora, le sirve de muy poco para
ser feliz. Sufre de depresión crónica.
Es que Virginia tiene normas inalcanzables con respecto a lo que debería ser su
desempeño laboral y su apariencia física. Desprecia a su marido por no alcanzar una
estatura de prócer como su padre y critica duramente a su hija quien por alta, artística y
sentimental le hace acordar mucho a ella misma. Cuando el reciente brote de desarrollo
puberal la volvió “enorme”, la depresión crónica de Virginia empeoró. Está endiosando a
su hijo varón, un niño muy brillante que diserta como un pequeño profesor. Al mismo
tiempo, se castiga duramente por maltratar a su marido y a su hija. Se considera mala
madre y mala esposa.
Dice que su éxito profesional, sólo se explica porque sus clientes no se han dado cuenta
todavía de que ella no sabe nada, pero ya la descubrirán. Estudia poco porque estudiar es
enfrentarse a todo lo que uno no sabe y no saber es insoportable. Posterga pasar un
presupuesto porque teme que sus clientes le cuestionen el monto; evita reclamarles un
pago pendiente porque podrían expresarle insatisfacción con respecto a su trabajo; no
responde a sus llamados pensando en la posibilidad de recibir alguna crítica. Para
mantenerse flaquísima –única forma de no parecer “grandota” si uno es muy alta- se mata
de hambre, lo cual la hace sentir aún más tensa, más desdichada. Gasta horas en
arreglarse antes de salir a la calle para así ponerse a salvo de las críticas de las demás
mujeres. Cuando pasa a recoger a sus hijos a escuela a la que asisten, lo hace
furtivamente para evitar encontrarse con las madres super arregladas y elegantes de los
otros chicos.
Ha intentado, sin ningún éxito, mejorarse recurriendo, en ocasiones, a la medicación

psiquiátrica y, otras veces, a tratamientos psicológicos de los que huyó al poco tiempo. Al

preguntársele, dice que las psicólogas “eran unas charlatanas”. Está desesperanzada y

manifiesta que si no fuera por la responsabilidad que tiene para con sus dos hijos niños,

ya se habría suicidado.

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