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CASO 1:

El Sr. Q de 51 años de edad, director de un colegio estatal, acude a consulta por la insistencia de
su esposa, a raíz de un enfrentamiento en el consejo escolar que ha puesto en peligro su puesto
de trabajo. Su esposa refiere que ahora su situación matrimonial es insostenible y que si su esposo
no deja de pelearse con todo mundo, se verá obligada a abandonarle.
En la primera entrevista, el Sr. Q. admite que, aunque siempre ha sido una persona suspicaz,
últimamente esta característica se le ha ido de las manos. A pesar de este comienzo, continúa
diciendo que los miembros del consejo escolar están conspirando con el personal administrativo y
con un grupo de padres descontentos para expulsarle del puesto. Piensa que los profesores y el
personal administrativo le “están ocultando algo” y no le dicen lo que va a ocurrir en el colegio, de
manera que lo tiene mal y acabará perdiendo su puesto de trabajo. Afirma que el hecho de que su
esposa insista tanto en que se le realice una evaluación psiquiátrica, en realidad forma parte de la
conspiración que el consejo escolar está tramando para quitarle su cargo, porque su mujer es una
buena amiga de uno de los miembros del consejo escolar, y el Sr. Q sospecha que ella no le es
totalmente fiel. Asegura que el presidente del consejo le dijo recientemente que, desde su ascenso
a director, hace 2 años, se estaba comportando como un loco con todo el mundo. El paciente
insiste en que ha tratado de hacer su trabajo de la mejor manera posible y que lo que le dijo el
presidente del consejo es fruto de los celos y de la determinación del consejo escolar de librarse
de él, “porque seguramente quieren poner a uno de sus compañeros en el cargo”. En cambio,
cuando se le pregunta con más detalle, el Sr. Q admite que es posible que sus propias reacciones
sean desmesuradas que quizás algunos aspectos de su comportamiento no son adecuados. Por
otra parte, el paciente afirma que constantemente le tratan de mala manera y que eso interfiere
con su capacidad de llevar a cabo sus obligaciones en el colegio.
Su esposa, en una entrevista aparte, asegura que su marido siempre ha mostrado cierta
suspicacia a los demás y una tendencia a guardar para sí sus sentimientos y pensamientos,
aunque desde que ascendió a director estos rasgos han empeorado mucho. Afirma que ha tenido
frecuentes discusiones con él cuando le dice que es él mismo quien se crea sus propios problemas.
Según su esposa, el Sr. Q constantemente se muestra irritable y suele discutir con ella y con los
profesores y administrativos que tienen a su cargo. Está preocupada también por varios incidentes
que han ocurrido últimamente en el colegio. Por ejemplo, acusó al personal de cocina de malgastar
la comida deliberadamente para hacer imposible ofrecer un buen servicio con el presupuesto
estipulado. Cuando el jefe de cocina le enseñó los números, demostrando que el funcionamiento
de la cafetería de la escuela era tan bueno o mejor que cualquier otra del sistema, el Sr. Q le acusó
de mostrarle cifras falsas.
La encargada del personal de cocina se quejó entonces a la oficina central, solicitando el traslado,
que le fue concedido. En otra ocasión, el Sr. Q llegó a estar completamente convencido de que un
profesor en privado, pasaba informes negativos sobre él a un inspector escolar, que era amigo
personal de dicho profesor. En varias ocasiones, el paciente, llamó a este profesor a su despacho
y le reprendió por haber “traicionado su confianza”. El Sr. Q no le creía por mucho que el profesor
le asegurara que su relación con el inspector era estrictamente social y que en tal situación, nunca
se había planteado comentar nada sobre el Sr. Q a sus espaldas. El conflicto finalmente se volvió
tan insostenible que este profesor solicitó traslado a otro colegio. Después de este incidente, el
presidente del consejo le dijo que si las cosas continuaban igual, llegaría un momento en que sería
imposible conseguir suficientes funcionarios para su centro.
La causa del último enfrentamiento con el consejo escolar fue resultado de la insistencia del Sr. Q
en quejarse de que no se le hubiera tenido en cuenta para un aumento de sueldo justo. Pese a
que el administrador encargado del presupuesto le aseguró que ningún otro director en una
posición comparable a la suya y con un nivel de experiencia similar había recibido un aumento
superior al suyo, el Sr. Q insistió en presentar su caso a una sesión cerrada del consejo escolar.
El amigo que la Sra. Q tenía en el consejo escolar le informó, en privado, acerca del
comportamiento y las acusaciones de su esposo en esa reunión, que estuvieron tan fuera de tono
y tan lejos de lo que el consejo escolar esperaba de un director, que ella comenzó a preocuparse
seriamente por él y por la posibilidad de que perdiera su trabajo. Tras esa conversación, la Sra. Q
insistió en que su marido fuera a ver a un psiquiatra, con la condición de que si no lo hacía, le
abandonaría.
Su esposa dice que el Sr. Q no habla con sus suegros porque está convencido de que ellos
piensan que no es lo bastante bueno para su hija. Según él, están tratando de persuadirla para
que le abandone, algo que la Sra. Q niega. El paciente intenta además, que su esposa y sus hijos
no tengan ningún tipo de contacto con los padres de la Sra. Q porque, según dice, siempre que
ella ve a sus padres muestra falta de lealtad y de apego hacia él.
Cuando el psicólogo entrevista a los dos hijos del Sr. Q. una mujer de 12 años de edad y un varón
de 15 años, la queja principal que alegan es que su padre dirige la casa como si fuera una base
militar, controlando todos sus gastos, sus amigos y sus fiestas. Siempre les exige un itinerario
completo de dónde piensan estar a cada minuto. Su hija va a la escuela de la que es director su
padre, y este la somete a constantes interrogatorios para saber lo que dicen los demás chicos
sobre él. La familia del Sr. Q admite que tiene razón cuando se queja de que le ocultan cosas. A
consecuencia de su vigilancia excesiva, su esposa y sus hijos han dejado de explicarle casi a todo;
aún así, son frecuentes las explosiones de ira cuando le responden con evasivas o medias
verdades.
Cuando se le pide que se describa a sí mismo, el Sr. Q dic estar orgulloso de ser un tipo de persona
capaz de detectar las farsa y falsedades de los demás. Comenta con todo lujo de detalles que
proviene de una familia muy pobre, que siempre ha tenido que trabajar contra la desigualdad, que
acabó la carrera con buenos resultados y que logró su cargo actual pese a las circunstancias
adversas y a los impedimentos de muchos profesores y jefes hostiles.
CASO 2:
La Sra. T es una mujer de 53 años de edad, con tres hijos veinteañeros que son quienes insisten
para que acuda a consulta. Hace un año su esposo, con quien estuvo casada 30 años, le fue infiel
con una mujer más joven y terminó la relación, abandonando el hogar. Desde entonces no se
siente con fuerzas para nada. Constantemente tiene miedo y es incapaz de tomar decisiones sobre
lo que ha de hacer en cualquier aspecto de su vida (P. ej. Continuar viviendo en su casa, buscarse
un trabajo, administrar dinero e incluso qué ropa comprarse). Siempre pide consejo a sus hijos y
el apoyo emocional que antes le proporcionaba su marido. Sus hijos la quieren y entienden su
difícil situación, pero cada vez se sienten más molestos porque ella no puede valerse por sí misma.
Los amigos que anteriormente habían sido cariñosos con la Sra. T también se han alejado de ella
a causa de sus constantes demandas de ayuda y han comenzado a evitarla.
Muchos de sus amigos y conocidos no pueden entender por qué se ha quedado tan desolada tras
el abandono de su esposo, quien siempre había sido infiel, incapaz de complarcerla y muy estrictos
con los gastos. Sin embargo, había tomado por ella, todas las decisiones importantes: como
ganarían e invertirían su dinero, dónde vivirían, cuánto y dónde irían de vacaciones, cuándo y
dónde irían a comer fuera, qué películas verían, con quién saldrían, a qué colegio irían los niños,
e incluso qué carreras deberían escoger los hijos. El Sr. T siempre iba de compras con ella e
incluso le ayudaba a elegir su ropa. Después de dejarla, la Sra. T se derrumbó, se sentía incapaz
de hacer nada y cayó en un estado de indefensión.
El Sr. T, era abogado de la madre de la señora T. y notario del testamento, se hizo cargo de todos
los papeleos de la Sra. T después de la muerte de la madre de ésta y pronto se convirtió en su
consejero y confidente. La Sra. T se sintió aliviada cuando él le pidió que se casaran porque ella
había comenzado a depender de él para llenar el vacío dejado por la muerte de su madre.
CASO 3:
Obligado legalmente a buscar asistencia especializada, Ron mostró gran reticencia desde el
primer momento, a pesar de que se garantizó que la confidencialidad es una parte importante de
la relación terapéutica. Adoptó una postura defensiva, con los brazos cruzados, zapateando
furiosamente y con la mirada fija en los ojos del entrevistador, sin perder en ningún momento el
contacto visual. Todo ello indica una firme actitud hostil.
Hace alrededor de un año, Ron se negó a pagar a su ex esposa la manutención de sus hijos.
Aunque refiere que su situación actual es “deplorable”, se resiste a responder a preguntas
específicas. En ocasiones desafía al terapeuta o se limita a proporcionar información marginal.
Cuando se le pregunta por qué se muestra tan evasivo, hace una pausa, dirige una mirada
fulminante al entrevistador y afirma: “porque nunca sabes si las cosas te rebotarán para
perjudicarte”. Sin duda sospeche que el terapeuta y el juez tienen motivos ocultos. Las respuestas
que da siempre le sitúan en el papel de víctima.
Finalmente, refiere que su esposa le ha sido infiel y que incluso sospecha que sus hijos, de 7 y 12
años, no son suyos. Cuando se le pregunta por qué cree que su esposa le ha sido infiel, se pone
más a la defensiva. No aporta ningún argumento concreto, pero cree que ella y su antiguo mejor
amigo han estado teniendo una aventura. “Puedo verlo en sus ojos cuando estamos juntos”, dice.
Parece que la mera creencia es prueba suficiente. Aunque admite que sus hijos se parecen a él,
también afirma indignado que tanto sus hijos como su amigo tienen el pelo castaño. El hecho de
que su esposa sea castaña no tiene importancia. Sostiene que no se le tendría que obligar a
ayudar a una mujer que le ha traicionado y que ha hecho que su vida sea insoportable.
Ron también está teniendo problemas laborales. Señala que sus compañeros han estado
manipulando el reloj registrador de manera que hacen trampas quitándole el dinero y añadiéndolo
a sus propios cheques. “No puedo probarlo todavía, pero sé que algún día se equivocarán. Tengo
los ojos bien abiertos. Están intentando humillarme ante la sociedad haciéndome imposible
mantener a mi familia. “Quieren ensuciar mi buen nombre ante la comunidad”. Admite que su
familia está teniendo problemas económicos, aunque los atribuye a sus compañeros de trabajo.
Cuando se le pregunta por qué cree que están sucediendo estas cosas, Ron se agita e interpreta
una simple petición de información como un escepticismo descarado e insultante. Desde ese
momento, examina con suspicacia cada gesto e inflexión. Ron prosigue con una retahíla de
comentarios que no solo calumnian a su esposa, sino también las motivaciones del terapeuta y el
juez. Refiere que cree ser la víctima de una maquinación, y que es posible que sus presuntos hijos
sean también conspiradores además del resto de los implicados. Asimismo, añade: “Nunca
perdonaré las injusticias que me han hecho, y nunca las olvidaré. “Tengo buena memoria y me
aseguraré de que los me han hecho daño la paguen, puede estar seguro de ello”. Antes de
marcharse lanza otra mirada hostil al terapeuta.

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