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Caso #1

Se trata de una mujer de 32 años, madre de una hija de 15 y un varón de 13. Consulta
por depresión y nos es mandada por el Servicio de Psicología. Su hija había consultado
por las consecuencias de un aborto provocado. Al intentar ésta saber quién había
embarazado a su hija adolescente le contestó: “No lo diré, no quiero destruir tu
matrimonio”. Entró en una depresión profunda, adjudicándose toda la culpa de lo
ocurrido, ya que ella, por trabajar fuera de casa, no había podido cuidar a su niña. En las
primeras sesiones nos decía repetidamente: “Pobre, mi marido, él no es responsable. Sé
crió en un orfanato, no sabe lo que es una familia. ¡Qué destino!!”. Rompía en llanto y
realimentaba su culpa. “No puedo separarme..., aunque para todos mi hija será una
vergüenza”.

María Elena había cursado la primaria hasta tercer grado. Debido a las serias carencias
sufridas en su infancia intentó en la estructuración de su familia reparar todas aquellas.
Su esposo era un joven de treinta y cuatro años, obrero muy querido en la villa por su
actitud colaboradora y reivindicatoria de las necesidades de sus habitantes.

Al principio fue necesario medicar a María Elena con un mínimo de antidepresivos, no


para negar su depresión sino para posibilitarle la comunicación y la creación de nuevos
vínculos en el grupo, ya que la culpa y la vergüenza la inundaban.

Desde pequeña había espiado la relaciones sexuales de su madre. En este contexto era
importante que María Elena comprendiera que su historia no era el resultado de su
“maldad pecaminosa”, sino de múltiples determinaciones, incluyendo sin duda las
condiciones paupérrimas en que se había criado.

Teniendo dos habitaciones, María Elena compartía a menudo una recámara con su hijo
y el esposo la otra con su hija.
La labor del grupo con ella fue intensa. Lejos de provocar rechazo y horror, María Elena
despertó sentimientos de compasión y simpatía.

María Elena permaneció hasta el final en el grupo y evolucionó muy favorablemente;


superó la grave depresión, lo que le permitió, al año, prescindir de toda medicación. En
la misma época se separó de su esposo y se fue a vivir a otro barrio, donde no conocían
su penosa historia. Al final intentaba rehacer su vida, estableciendo un nuevo vínculo
amoroso.”

Caso #2

Paula, de 31 años, soltera, nació y vivió en una ciudad en el norte de México, hasta los
18 años. Luego, entra a estudiar Medicina en otra cuidad, por lo que se traslada y viaja
constantemente a visitar a su familia. Una vez licenciada, ingresa a trabajar como Médico
General de Zona a un hospital por cuatro años. En 2004 postula a la beca de Pediatría y
a principios del 2005 se traslada a Pachuca. En esta ciudad vive sola en un departamento
que renta en las cercanías del hospital en el que realiza su internado.
En Pachuca, Paula no ha desarrollado relaciones cercanas significativas. Si bien se
relaciona con sus compañeros de beca y con los médicos docentes, no ha establecido
vínculos fuera de lo estrictamente formal. No tiene amigos, ni pareja. Ella describe como
cercanos a una tía paterna, su hermana y su padre, todos viviendo actualmente en el
norte del país. Su madre falleció siete años antes de la consulta conmigo.

Paula señala como principal motivo de consulta una permanente sensación de angustia
frente a distintas situaciones. Refiere que esta sensación la ha acompañado a lo largo
de toda su vida, sin embargo, en este último año la beca de pediatría y el traslado a
Santiago han sido particularmente difíciles para ella. “Pánico que me vaya mal, yo veía
que me echaban… váyase no sirve. (…) No ha sido fácil. Yo me imaginaba que me iba
a gustar estar sola, pero creo que yo ya pasé ese tiempo. Los escucho hablar de sus
familias (compañeros de beca) y yo vivo con las cortinas… vivir con uno es difícil. (…)
Tengo la sensación de que nunca he hecho lo que quería, ni siquiera lo que estudié. (…)
Tengo miedo a quedarme sola”.

Finalmente, también se puede entender como posible detonante, la edad de Paula y el


no haber tenido nunca pareja. “Nunca he bateado, nada de nada”. Le pregunto si ha
besado alguna vez y responde: “Nada, nada. Es complicado, este ha sido un tema toda
mi vida. (…) El no tener experiencia igual uno se cuestiona… te quería preguntar, ¿puede
esto tener algo que ver con mi identidad sexual? A mi no me gustan las mujeres, pero
me lo he preguntado ya que cómo a mi edad no he estado con ningún hombre”.
Paula describe su infancia como un “constante estado de pánico”. Agrega: “Yo creo que
mi mamá era bipolar, de verla no más, mi pánico viene de ahí. (…) La imagen que tengo
de mi mejor expresión de pánico es el estar sentada en la casa de mi abuela paterna,
ella me cuidaba en las tardes mientras mis papás trabajaban, sentada al lado de ella en
su máquina de coser y yo con mucha angustia porque mi papá no llegaba a buscarme y
con pánico porque mi mamá se iba a enojar… en el fondo yo le tenía terror a ella. Yo
todo lo hacía por miedo, estudiaba por miedo… todo. (…) Lo peor era su inconsecuencia,
podía retarme y enojarse mucho y a los dos minutos como si nada”.

Cuenta que la madre durante sus crisis gritaba, rompía platos y golpeaba al padre, a las
hijas nunca las tocó. Con respecto a esto, señala: “Ella le pegaba a él. Me acuerdo una
vez que le dejó toda la cara rasguñada, ella dijo que quería marcarlo. (…) Mi mamá era
atroz, yo no sé cómo mi papá la aguantó. Ella a mí me contó que mi papá le ponía el
cuerno… ¡no es justo!, no me correspondía, yo era adolescente”. La imagen que me voy
formando es de una madre borderline y de Paula asustada por los estallidos de aquella.

Caso #3
Este es un hombre mayor, profesional universitario, de origen humilde, que está casado
y que sufre por una relación de enamoramiento que tiene con otra mujer hace más de 8
años. Se ha impuesto terminar con esta relación, pues al evaluar racionalmente la
situación, se da cuenta que ha hecho muchos esfuerzos y no ha sido correspondido, y
que ella no es tan fabulosa como se la imagina. Pero a pesar de sus intentos por alejarse
y olvidarla, sigue anhelándola y periódicamente insiste en buscarla.

A esta mujer la conoció en su trabajo, después de casarse, en el contexto de haberse


propuesto tener una aventura, pues no se sentía satisfecho con su matrimonio. Alguien
le había advertido que esta mujer era lesbiana, pero al conocerla se enamoró
inmediatamente. Por insistencia y a pesar de la renuencia de ella, logró establecer una
relación que ella aceptó aparentemente sin mucho interés, una relación de amigos, en
que él constantemente le hacía favores como llevarla al trabajo, invitarla a tomar algo y
ella “se dejaba querer”, permitía cierta cercanía pero no le corresponde en sus
pretensiones amorosas. Su atracción hacia ella la objetiva en ciertos rasgos físicos (color
de piel y ojos) y en su apellido europeo. Relata que el mero hecho de estar con ella, de
ser visto con ella, aunque “no pase nada” entre ellos, le hace sentirse parte de cierto
glamour, de un ambiente de valoración y riqueza, contrario a la sensación de pobreza,
deterioro y suciedad que experimenta respecto a su propia casa.
Durante estos años, en algunas pocas ocasiones su pretendida ha accedido a acostarse
con él, pero en tales ocasiones el ha fallado en su rendimiento sexual a pesar de las
ganas previas. No ha podido penetrarla y/o ha perdido su erección, lo que en ocasiones
ella ha coronado con comentarios sarcásticos respecto a su pene o del tipo “¿para esto
me querías?”.

En la última ocasión que lo intentó, como asociación colateral, comunicó el temor de


tener algo malo en sus genitales o próstata. Al pedirle que precisara, habló de un mal
olor, de una posible infección genital y lo relacionó con una infección vaginal que ella
acusó después del encuentro sexual: al contarlo se ubicó en posición causante de la
infección vaginal del ella pero la forma en que lo planteó dejó abierta la ambigüedad
respecto a quien podría haber infectado a quien. Anteriormente había expresado
preocupación por tener mal aliento, como algo que podría causar el rechazo de ella al
intentar besarla.

Por otro lado, en su matrimonio, caracteriza a su mujer como fea y vulgar, la desprecia
abiertamente. Reporta no tener inhibiciones sexuales con ella, tampoco con otras
mujeres a quienes apenas les da importancia. A pesar de no gustarle, con su mujer se
siente en confianza, se siente parte de lo que ella representa, algo pobre, de poco valor,
deteriorado. Asocia el estado de su propia casa con este mismo sentimiento. En cambio,
con su pretendida se siente tenso, a prueba, siente que tiene que impostar actitudes de
seguridad o demostrar un valor que no siente para poder lograr que ella lo ame.

Intervino su mujer para desbaratar esta relación, habiéndole dado él suficiente
información para hacerlo. Su pretendida se alejó y él se siente culpable de haberlo
provocado, por lo que ahora se recrimina y experimenta intensos sentimientos de
desánimo, desgano y falta de gusto por su vida, siente que la vida perdió sentido sin ella,
no tiene brillo, que la vida queda reducida a una rutina tediosa y árida de lidiar con los
problemas de la realidad, con las exigencias de su trabajo, de sus acreedores, que lo
único que lo impulsa a seguir es cumplir con sus compromisos, sostener su casa y darle
estudio a sus hijas.

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