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Este conjunto de habilidades se combina para ofrecernos flexibilidad psicológica.

La flexibilidad psicológica es la capacidad de sentir y de pensar con apertura mental, de asistir


voluntariamente a la experiencia del momento presente y de avanzar en las direcciones que
son importantes para nosotros, al tiempo que forjamos hábitos que nos permiten vivir de un
modo congruente con nuestros valores y aspiraciones. Se trata de aprender a no evitar lo que
nos resulta doloroso y a aproximarnos al sufrimiento, para poder vivir una vida llena de
sentido y de propósito.

Espere un momento. ¿«Aproximarnos» al sufrimiento? Sí, eso he dicho. La flexibilidad


psicológica nos permite acercarnos al malestar y a la inquietud con apertura, curiosidad y
amabilidad. Se trata de observar, sin juzgar y con compasión, las facetas de nosotros mismos
y de nuestra vida que nos duelen, porque las cosas que nos pueden causar el mayor dolor
son, con frecuencia, las cosas que más nos importan. Los sistemas de defensa más tóxicos
ocultan los anhelos más profundos y las motivaciones más potentes. Con frecuencia, tenemos
el impulso o bien de intentar negar el dolor, ya sea reprimiéndolo o automedicándonos, o bien
de quedarnos atrapados en él, rumiando y preocupándonos, lo que le permite tomar las
riendas de nuestra vida. La flexibilidad psicológica nos permite aceptar el dolor y vivir la vida
tal como deseamos vivirla, y con dolor cuando hay dolor.

Creo que la flexibilidad psicológica pone a nuestro alcance la liberación del ser humano; es el
contrapeso que necesitamos para poder afrontar los retos cada vez más grandes que nos
plantea el mundo moderno….

Probablemente no le sorprenda que el mensaje básico de que debemos aproximarnos al dolor


resuene en otros enfoques, como la literatura acerca de la conciencia plena, desarrollada a
partir de tradiciones espirituales, o el énfasis en la exposición de la terapia cognitivo-
conductual. Sin embargo, la nueva ciencia de la flexibilidad psicológica no se limita a imitar
temas ya conocidos; preguntando una y otra vez por qué funcionan esos métodos, ha llegado a
una comprensión más profunda acerca de la importancia de las habilidades que conducen a la
flexibilidad y de cómo desarrollarlas y consolidarlas. Debemos esta nueva comprensión a una
comunidad de científicos que abrieron una línea de investigación nueva y que ha dado lugar a
métodos nuevos y más integrados para que nuestra vida sea más feliz y más saludable.

casi parece injusto pedir a las víctimas que aprendan maneras nuevas de
sostener su dolor (y sería injusto si la comunidad de la ACT no estuviera
buscando también maneras de detener la perpetración de la violencia y de los
abusos, algo de lo que hablaremos en un capítulo posterior), pero debemos
hacerlo en interés del amor y de la vida; el precio que se paga por no hacerlo
es demasiado elevado. Pagamos un precio no solo en términos de ansiedad,
depresión, abuso de sustancias, aislamiento social y soledad. La evitación
experiencial produce otros resultados a largo plazo que son tanto o más
perturbadores. Si estamos cada vez más decididos a no sentir las emociones
negativas, al final tenemos que empezar a evitar también las positivas.
Todd Kashdan, psicólogo de la Universidad George Mason, fue uno de los
primeros que lo demostró con claridad. Pidió a personas con ansiedad social
que registraran en sus móviles qué hacían y cómo se sentían a lo largo del día.
Los resultados mostraron con claridad que las personas ansiosas no están
ansiosas todo el tiempo.

Tienen periodos de alegría y de felicidad, por ejemplo, cuando reciben un


elogio, las invitan a un evento social, sacan buenas notas, etcétera. Sin
embargo, Todd descubrió que las personas que presentaban niveles superiores
de evitación experiencial no podían mantener esos picos emocionales durante
tanto tiempo como las demás. Cuando les sucedía algo bueno, se sentían bien,
pero las emociones positivas se desplomaban rápidamente. Si no estamos
dispuestos a sentir dolor, no podemos arriesgarnos a sentir demasiada alegría.
Al fin y al cabo, cuanto más alto lleguemos, mayor será la caída. Es mucho
mejor anestesiarse.

Si nos desconectamos de las emociones, perdemos capacidad para sentir. Y

Frank Bond, pionero de la investigación sobre cómo aplicar la ACT al entorno


laboral, desarrolló una metáfora que me gusta mucho: piense en usted como
en un fregadero y en las fuentes de estrés como en los grifos que vierten estrés
en usted. Cerrar los grifos sería una manera de reducir el nivel de estrés, pero
quitar el tapón y dejar que el estrés fluya sería igualmente efectivo.

PASAJEROS DE AUTOBÚS INDUCTORES DE ESTRÉS


Una de las metáforas más utilizadas en la ACT es la de «los pasajeros del
autobús». Imagine que es el conductor de un autobús llamado «Mi vida». Al
igual que cualquier autobús, va recogiendo pasajeros a medida que avanza en
su trayecto. Sus pasajeros son los recuerdos, las sensaciones corporales, las
emociones condicionadas y las redes cognitivas. Cuando hay pasajeros
estresantes, como la ansiedad ante la posibilidad de ser criticado, si les presta
atención tendrá que desviar la mirada de la carretera. Es natural que quiera
expulsarlos del autobús, pero para ello tendrá que detenerse y retrasar la
llegada a su destino. Además, hay pasajeros tan desagradables que se niegan a
apearse.
Ahora ya está en plena pelea. La alternativa más saludable es seguir
conduciendo y mantener la mirada en la carretera. Para transformar esta
metáfora en un ejercicio, haga una lista con sus pasajeros estresantes y apunte
sus nombres en tarjetas que llevará consigo durante la próxima semana. Cada
vez que se acuerde del ejercicio, toque el lugar donde lleve las tarjetas, como
si quisiera darles la bienvenida a ese autobús de la vida llamado «Usted» y
recuerde que es el conductor. Quizá no pueda elegir a sus pasajeros..., pero sí
puede elegir el camino que va a seguir.

«Oración de la serenidad», (ligeramente modificada en el programa de


Alcohólicos Anónimos) “serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar,
valor para cambiar lo que sí podemos cambiar (nuestra conducta y las
situaciones influidas por la misma) y sabiduría para reconocer la diferencia
entre lo primero y lo segundo.” La ACT usa la ciencia para guiarnos a la hora
de hacer esa sabia distinción.

La flexibilidad emocional es vital para el compromiso con el nuevo curso de


vida basado en valores que nos hemos trazado. Todos los métodos para la
aceptación que plantea la ACT se basan en tres principios básicos:
1. La evitación causa dolor. El primer gran paso hacia la aceptación es tomar
conciencia de lo peligrosa que es la evitación. La ACT se vale de varias
estrategias para transmitir con potencia ese mensaje.

Una de ellas es la metáfora de las arenas movedizas. Si caemos en unas arenas


movedizas, parece que lo más lógico sería levantar una pierna para intentar
dar un paso adelante y salir de allí. Sin embargo, levantar el pie es lo último
que debemos hacer, porque reduce a la mitad el área que soporta nuestro peso.
Adivine en qué dirección iremos si sucede eso: exacto, hacia abajo. Lo que
debemos hacer es intentar tendernos horizontalmente sobre el barro e intentar
avanzar progresivamente hacia terreno firme. Esta metáfora ayuda a las
personas a entender que, en realidad, es mucho más seguro aumentar el
contacto con lo que tememos en lugar de luchar para «escapar».

2. La aceptación está al servicio de una vida que merece la pena ser


vivida. Una de las modificaciones más importantes que la ACT aplicó a la
exposición fue añadir la instrucción de que debía estar al servicio de una
acción valiosa para la persona interesada. No se trata de ir al centro comercial
con el único propósito de exponernos a la ansiedad que nos provoca la
situación. Se trata de ir al centro comercial para comprar un regalo para un ser
querido. Si estamos evitando pensar acerca de la muerte, no se trata de visitar
la tumba de un ser querido para vencer el miedo, sino para honrar el amor y el
respeto que sentimos por la persona que ha fallecido. De hecho, uno de los
regalos que nos ofrece la aceptación es profundizar en el conocimiento de
nuestros valores
…Hay muchas maneras de hacer que la exposición resulte significativa e
incluso placentera. Por ejemplo, si visitar el centro comercial fuera un
ejercicio de exposición para usted, además de hacerlo para comprar regalos
(¡comprar regalos una vez tras otra puede ser muy caro!), podría centrarse
también en observar a los demás, lo que a su vez es una manera de desarrollar
habilidades para el ahora, es decir, de aprender a prestar atención al momento
presente en lugar de enredarnos en pensamientos y emociones evitativos.
Cuando estoy en un centro comercial con alguien que padece agorafobia,
espero hasta que parece estar presente y le pregunto:
«Fíjate en ese de ahí. ¿A qué crees que se dedica?» o «¿Quién lleva el peor
peinado?». No se trata sencillamente de distraerlo de su ansiedad. Se trata de
demostrarle que puede reorientar la mente incluso cuando tiene ansiedad. Por
eso espero siempre a que parezca presente, para reforzar el valor de la
aceptación que está demostrando. Si lo hace desde la conciencia de que el
propósito es la aceptación, no la evitación, puede tener efectos muy positivos.
También puede incluir otras actividades valiosas, como ayudar a alguien con
discapacidad a cruzar una puerta o conversar con un dependiente para
alegrarle el día. Incluso comer algo que le guste cuenta como actividad
valiosa.

3. Aceptar no significa controlar. Con frecuencia, se entiende la aceptación


como si se tratara de una llave inglesa con la que podemos ajustar cuánto
abrimos la válvula de las emociones. Queremos controlar el proceso. Es un
deseo comprensible, pero errado.
La aceptación supone abandonar el control consciente: nos limitamos a abrir
la válvula en circunstancias seguras. Tenemos que dejar que la emoción sea lo
que
es. Hay quien intenta bloquear parcialmente las emociones durante la
exposición. Esto interfiere significativamente con la capacidad para acceder a
sus beneficios, y cuando esas personas necesiten aceptar las experiencias más
difíciles, descubrirán que las habilidades no están ahí.
Los límites más habituales que intentan imponer son, por un lado, un umbral
de
intensidad para el miedo o el dolor que están dispuestos a aceptar y, por el
otro, la negativa a enfrentarse a cuestiones concretas. Un ejemplo de lo
primero es: «Estoy dispuesto a practicar la aceptación siempre y cuando no
me provoque demasiada ansiedad». Eso nunca sale bien. ¿Por qué no? Porque
en cuanto la ansiedad se intensifica lo más mínimo, la mente empieza a
preocuparse por la posibilidad de que pueda seguir aumentando y que supere
el umbral que nos hayamos fijado. Eso no hace más que alimentar la ansiedad
y, voilà, ya estamos «demasiado ansiosos».
Esto no significa que no podamos establecer límites de otro tipo. Por ejemplo,
podemos delimitar temporalmente la exposición («Estaré en el centro
comercial cinco minutos») o qué situaciones o emociones queremos abordar.
Podemos ir poco a poco y dar pasos graduales. No tenemos un velocímetro
pegado a la frente. Abrumarnos intentando abordar desde el principio las
emociones más difíciles siempre es contraproducente. Empecemos por
emociones, recuerdos y experiencias actuales que sean menos intensos. El
resto puede esperar hasta que hayamos desarrollado más flexibilidad.
Usamos la metáfora de dar un salto, pero no desde un acantilado, sino desde
una silla o, quizá, el techo. Podemos controlar las circunstancias de la
aceptación y, por lo tanto y hasta cierto punto, limitar de forma natural a
cuánta emoción nos exponemos. Sin embargo, es así porque provocamos
menos emociones, no porque las reprimamos o intentemos mitigarlas. Un
salto es un salto, aunque sea desde una banqueta. Cuando decidimos aceptar,
tenemos que lanzarnos del todo o no obtendremos los beneficios.
Empezar con fuentes de miedo o de dolor menos intensas no significa que
podamos olvidar la necesidad de enfrentarnos a ciertas cuestiones en algún
momento. Imaginemos que decidimos no enfrentarnos nunca a nuestra historia
de abusos sexuales y, entonces, conocemos al amor de nuestra vida, pero no
podemos abrir un espacio de intimidad verdadera porque ese espacio nos
recuerda los abusos sufridos. O imaginemos que no queremos enfrentarnos a
la muerte de nuestro padre y, entonces, nuestra madre contrae una enfermedad
terminal y no podemos acompañarla. Todos estamos obligados a «recibir el
regalo que se nos ofrece» en el seno de alguna tragedia increíble. Si hemos
trabajado para aceptar nuestras experiencias más difíciles, estaremos mucho
mejor preparados para afrontar estas situaciones.
De todos modos, es mejor esperar a haber desarrollado todos los procesos para
la flexibilidad antes de abordar las experiencias más difíciles. Nuestra
creciente flexibilidad psicológica nos orientará sobre cuándo debemos abordar
los retos siguientes. Por ese motivo, en este capítulo solo presento los métodos
iniciales. En los Capítulos 12, 13 y 14, que combinan las habilidades de
aceptación con las de presencia, valores y acción, presentaré métodos
avanzados adicionales.

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