(2014) La clase: ese juego planificado, flexible y creativo
¿Un lugar para interrogar críticamente la realidad o para aceptarla pasivamente? Págs.51 a 56
Una gran aventura: convertir el aula en escenario de la comunicación
oral
¿Qué es eso de convertir el aula en escenario de la comunicación oral?
Parece algo contradictorio, pero no lo es. De hecho la clase tendría que ser un ámbito en el cual se desarrollara la comunicación oral. Si rastreamos nuestra biografía escolar seguramente en nuestra memoria resuena una palabra: “silencio”. Ese silencio para acallar nuestras voces externas y muchas veces las internas (las de nuestra imaginación, la de nuestras dudas, las de poner en duda la palabra del maestro). Si nos ponemos a pensar juntos posiblemente encontremos múltiples factores para explicar esta “herencia cultural”. ¿Cuál es la necesidad de silenciar al otro; por qué no reconocer las otras voces, las otras posiciones; cuál es el temor? Cuando escucho mis pensamientos me doy cuenta de que tiene que ver con no reconocer la diversidad, con no querer darle otro papel al error, con la “pérdida de poder”. Quizá por eso se le dio y, todavía, se le da un mayor valor a lo que queda escrito. Para convertir el aula en un escenario de la comunicación oral hay que superar obstáculos externos y obstáculos internos. ¿Cuáles son estos obstáculos? En el caso del docente, por ejemplo: el temor al “desorden” (a no ser escuchado) o a no saber qué decir. Por otro lado, el adolescente tiene sobre todo el miedo al ridículo. Tanto unos como otros tendremos que utilizar instrumentos que nos ayuden a resolver estas dificultades. Lo primero que debemos tener en cuenta es que hay que hacer consciente estrategias que forman parte del proceso que, con mayor o menor soltura, todo hablante medianamente experimentado utiliza (no hay que dar por sentado que todos las conocen o que si las conocen son conscientes de ello). En todo escenario dialógico escuchamos y hablamos alternativamente, a veces predomina un aspecto sobre otro. Para escuchar hay que preparase para atender atentamente lo que dice el otro para así poder inferir más allá de lo que explícitamente se dice. Si a esto le sumamos la posibilidad de anticipar lo que el otro va a decir, ya habíamos dicho que en cierta forma debemos “estar en la cabeza” del hablante. Por último, desarrollar la capacidad de retener lo que escuchamos, no para repetirlo como un robot, sino para poder refutarlo o acordar a partir de comprender e interpretar. Hablar no significa solamente emitir sonidos, articular palabras e incluso emitir un discurso. El discurso como tal en una situación comunicativa va de la mano del contexto en el cual se emite, entendemos por contexto no solo el ámbito físico sino también la audiencia a la que va dirigido. En relación con la audiencia es primordial hacer un diagnóstico previo, con mayor o menor profundidad, según nos lo permitan las circunstancias. Otro aspecto, a veces dejado de lado, por creer que se domina el tema sobre el cual se va a hablar, es la planificación del discurso. En esta planificación debemos tener en cuenta cómo vamos a organizar y jerarquizar las ideas que queremos explicitar, qué registro vamos a utilizar, incluso si es pertinente realizar algún cambio en el registro. Si pensamos que el nerviosismo nos va a jugar una mala pasada podemos armar un PowerPoint (es interesante que no esté escrito todo lo que vamos a decir y que nuestra explicación no se reduzca a una lectura del PowerPoint) o tener un esquema en una ficha. Aunque parezca reiterativo no dejar de lado y tener en cuenta lo que se trató en el apartado: La comunicación verbal y la comunicación no verbal.