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Oratoria
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Los componentes del discurso
oral
El discurso oral tiene una serie de componentes que lo hacen más o menos
interesante, más o menos claro. Pensemos en algún discurso que nos haya
emocionado: además del contenido, ¿qué cosas nos llegaron? Ahora
pensemos en un discurso muy aburrido, que nos haya provocado sueño y
ganas de irnos. En cada uno hay características diferentes en cuanto a
velocidad, ritmo, volumen y proyección, intención y énfasis.
Velocidad y articulación
A la hora de expresarse oralmente, cada persona tiene una velocidad para
hablar, la cual depende de la personalidad, del lugar de procedencia o de la
edad, entre otros. A su vez, cada individuo tiene una determinada
articulación, correcta o incorrecta.
La velocidad con la que se enuncia el discurso también tiene que ver con
los estados de ánimo, ya que no vamos a tener la misma velocidad para
hablar cuando estamos aburridos que cuando estamos ansiosos por
contarle a alguien algo importante que nos pasó.
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Ritmos y silencios
Pensemos en el discurso como en una melodía: para que sea interesante,
debe poseer distintos acordes, silencios y velocidades; si una melodía es
monótona, aburre. Sucede lo mismo con el discurso: si el orador habla
siempre con el mismo ritmo y no deja silencios o deja muchos silencios o
no marca transiciones cuando pasa de un momento a otro, el discurso se
vuelve monótono y aburrido.
El interés que el discurso suscite tiene que ver con el contenido en sí, con la
elección del tema adecuado al público, con la velocidad, la entonación y,
sobre todo, con los ritmos y silencios que el orador utilice.
Volumen
Las personas tienen un determinado volumen de acuerdo con ciertas
características físicas o con la situación, según sea intimidante o no. Por
ejemplo, algunas personas en sus casas o con sus amigos hablan mucho, de
un modo muy desinhibido y en un volumen altísimo, y ante situaciones que
son incómodas bajan notablemente el volumen de la voz, aspecto
fundamental para ser escuchadas y entendidas por el auditorio.
Muletillas
Las muletillas son los sonidos o palabras que surgen, en una presentación
oral, cuando estamos pensando; expresan duda. Entre las más frecuentes,
encontramos: eh, este, digamos, o sea, así que, y, nada, no, no sé, bueno,
entre otras. Estas palabras son muletillas cuando se utilizan de manera
reiterada y su uso no tiene que ver con el sentido de la oración; se utilizan
sin ningún significado.
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Un ejercicio conveniente para eliminar las muletillas es grabarte de 3 a 5
minutos diciendo un discurso que no hayas practicado y que tampoco sea
leído; puede ser una historia, un cuento, una anécdota, etcétera. Luego
debes escucharlo y tratar de detectar qué muletillas tuviste. También
puedes pedirle a alguien que lo escuche y cuente las muletillas que dijiste.
El primer paso para eliminarlas es saber que las tienes. Luego, a lo largo de
la práctica, deberás tomar conciencia sobre cuándo las usas y, de esta
manera, ir evitándolas. Cabe destacar que, mientras más seguridad tengas
respecto a lo que vas a decir, menos muletillas aparecerán.
El estilo
En una comunicación entre un individuo y grandes grupos, los recursos
expresivos (no verbales o extralingüísticos) son aquellos que imprimen vida
y colorido emocional a lo que se dice.
La lengua hablada tiene sus propias leyes, que no son las mismas que las de
la lengua escrita. El lenguaje oral permite y, más aún, necesita repeticiones,
suspensos, interrogaciones, exclamaciones y toda una serie de
procedimientos que son bastante desaconsejables en la composición
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escrita. Ander Egg (2006) afirma que, si hablamos del estilo, hemos de
recordar que este no es algo accesorio; en el fondo, es una expresión de
uno mismo. Sería enfermizo o ridículo estar totalmente pendiente de las
triquiñuelas de la oratoria para lograr un estilo. Ander Egg (2006) cita a
Georgin, que afirma: “el estilo, en definitiva, es la mejor manera personal
de expresarse”.
Para ello, el lenguaje ha de ser preciso, concreto, de tono natural, con calor
y vida. Ander Egg (2006) se apoya en Folliet para hacer algunas
consideraciones acerca del estilo que más conviene a los discursos o
conferencias.
Claro.
Fuerte.
Variado.
Ritmado.
Adaptado.
Directo.
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Un estilo claro
Un discurso claro tiene más posibilidades de comunicar un mensaje y de
enseñar, persuadir o convencer que un discurso poco comprendido a causa
de su falta de claridad. Esto es absolutamente necesario para que el
mensaje llegue al receptor y pueda ser entendido e interpretado sin gran
esfuerzo. Por ello, todo orador debe esmerarse y trabajar duro en
beneficio de la claridad.
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ya sea como finalidad pedagógica o como efecto estilístico, sirve para
aclarar, resaltar o profundizar en determinadas ideas.
Un estilo fuerte
Si un discurso reúne la cualidad de la claridad, pero carece de vigor, el
auditorio, casi inevitablemente, tenderá hacia la somnolencia colectiva o a
la dispersión en pequeños grupos. Cuando se habla en público, se ha de
partir del supuesto de que los oyentes, en su gran mayoría, siguen la
conferencia con cierta propensión a la distracción. El conferenciante u
orador ha de tener en cuenta todo esto, procurando captar con fuerza y
energía la atención de los oyentes.
No hay que confundir hablar con fuerza con hablar alto. La energía y la
vivacidad se imponen no tanto por el volumen de la voz, sino por el estilo y
el dinamismo, expresados por la totalidad de la persona que habla. Y esto
va desde la inflexión de la voz hasta los gestos que utiliza.
No hay que confundir hablar con fuerza con hablar alto. La energía y la
vivacidad se imponen no tanto por el volumen de la voz, sino por el estilo y
el dinamismo, expresados por la totalidad de la persona que habla.
Hay que hablar con vida y con bríos, irradiar vitalidad y animación. Si en
este punto hubiera que dar un consejo, podría resumirse en lo siguiente:
Sé entusiasta y muéstralo.
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Cuando no se pone entusiasmo, el discurso se hace pálido, mortecino, sin
dinamismo, frío, sin pasión ni sentimiento; es más difícil llegar al público.
Por el contrario, animación y buen humor siempre logran resultados más
positivos que presentarse con cara austera, fría, desagradable y hastiada.
Todo lo anterior abarca aspectos del estilo que ayudan a dar fuerza, pero lo
esencial de un discurso se centra en el modo de decir quizás más que en el
contenido.
Un estilo variado
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A la claridad y vigor del estilo tenemos que unir la vivacidad. Esto se logra
por la variación. Hacerse entender y llamar la atención del auditorio no
basta. A la atención hay que retenerla, cuidarla y recrearla. Para ello, lo que
hay que evitar a toda costa es la monotonía, y esto se logra alternando el
ritmo, cambiando el registro de la voz y, sobre todo, usando un tono que
dé colorido al discurso.
Las muletillas, que nada significan, atentan contra la armonía del lenguaje y
el oído del auditorio, además de evidenciar nuestra falta de fluidez en el
manejo de la lengua.
Al respecto, se sugiere:
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distender psicológicamente al que escucha y, contados con
oportunidad, amenizan en gran manera cualquier tipo de comunicación
sin afectar su seriedad.
Un estilo ritmado
Variación y ritmo del estilo son dos recursos expresivos estrechamente
ligados entre sí. Ambos son medios eficaces para evitar la monotonía, que
es el peor enemigo de la oratoria.
Un estilo adaptado
Cuando hablamos de adaptación del estilo, hacemos referencia a dos
cuestiones: la adaptación al tema y la adaptación al auditorio.
Adaptación al tema
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Como recuerda Folliet, “cada género tiene su ley”, y el orador la debe
respetar bajo pena de incurrir en uno de los peores castigos que pueden
afligirlo: el ridículo. Es obvio que el estilo será diferente si se trata de una
oración fúnebre o de un brindis; si se habla de un héroe muerto o de un
vencedor deportivo. Y, dentro del desarrollo del tema, hay que ir
adaptándose a lo que se va diciendo.
Adaptación al auditorio
En una charla íntima, el estilo debe ser simple, familiar, sin afección y sin
adornos. Se acerca a lo que es el lenguaje coloquial, tiene una cierta
semejanza a una charla amena, solo que no hay respuesta (como en una
conversación), aunque en algunos casos la misma índole de la
exposición y su modalidad permitan la participación del auditorio.
En una conferencia, ante un público de entre 50 y 200 personas, el estilo
permanecerá simple, pero se hará más sostenido, más preciso y más
riguroso.
En un discurso, el estilo es más solemne, pero sin llegar a ser ampuloso;
ya lo dijimos: “lo barroco” es todo lo contrario del estilo moderno.
Un estilo directo
En determinados momentos del discurso, el estilo debe hacerse directo,
como si se hablase de persona a persona, aun cuando se trate de un
público amplio.
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Para lograr un estilo con estas características, mencionamos algunas
sugerencias que pueden ser útiles:
Cuando más directo sea el estilo, más dará la impresión de ser una persona
que le habla humana y fraternalmente a otras y mejor ocasión tendrá que
las palabras sean eficaces.
Frases cortas.
Vocabulario sencillo.
Sentido de lo práctico.
Reflexión personal.
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Referencias
Ander Egg, E. y Aguilar, M. (2006). Como aprender a hablar en público. Buenos
Aires, AR: Lumen.
Di Bartolo, I., Bustamante, A., Henry, E. L., Llabrés, C. G., Malatesta, N. O.,
Vilches, M. A.,… y Di Bartolo, I. (h). (2009). Para aprender a hablar en público.
Buenos Aires, AR: Corregidor.
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