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LC HISTORIA

D’ALTROY 2022.6.A

AUNQUE LOS ESTUDIOSOS han debatido el carácter de la dominación


1
imperial y sus efectos en la vida política subordinada durante décadas,

no parece probable que lleguen a un acuerdo en el futuro cercano. Los

primeros análisis de los inkas planteados por los cronistas españoles (v.

gr. Cobo 1956, Garcilaso 1960) y las aproximaciones más modernas de

estudiosos que se han basado en estos relatos generales (v. gr. Métraux

1969, Katz 1972) han descrito el imperio como una unidad política bien

integrada. A menudo sus trabajos abordan la estructura del gobierno y

las políticas de dominación como si hubieran sido coherentes en toda la

extensión del imperio y durante sus cien años de existencia. Entre las

visiones modernas están aquellas que ven el imperio como una utopía

socialista (Bauden 1928), una monarquía benévola o feudal (Schaedel

1
1978) o un Estado asiático (Godelier 1974, Espinoza Soriano 1978, cfr.

Patterson 1985, 1986).1

En parte, las iniciales perspectivas monolíticas procedían de una


2
falta de información sobre la diversidad de las sociedades que los inkas

conquistaron e incorporaron al imperio. La investigación más reciente

sobre los grupos étnicos que formaron la población sometida está

redefiniendo las actuales perspectivas (Diez de San Miguel 1964; Ortiz

de Zúñiga 1967, 1972; Murra 1975, 1980; Rostworowski 1977a, 1978).

Ahora es evidente que las diversas relaciones políticas y económicas

entre estas sociedades y las que entablaron con los inkas contribuyeron

a un clima político inestable a fines del siglo XV e inicios del siglo XVI.

La naturaleza dinámica del Estado mismo intensificó la inestabilidad de

las relaciones políticas. Incluso tomando en cuenta el carácter

mitologizado de la historia inka, las fuentes antiguas implican

1 Una revisión de los primeros estudiosos se encuentra en Rowe 1946, Moore 1958,
Pease 1978, Murra 1980 y Porras Barrenechea 1986.

2
claramente que cada sucesión al liderazgo supremo se caracterizó por

una letal lucha de facciones inka. El conflicto por el trono de Wayna

Qhapaq que llevó a la guerra civil entre Waskhar y Atawallpa en la

década de 1520 puede haber sido solo el último eslabón de una cadena

de luchas fratricidas.

Hasta hace poco, el trabajo arqueológico parecía sustentar la visión


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de los cronistas de un paisaje político fraccionado en la sierra sur

precisamente antes de la expansión imperial (Rowe 1944, Dwyer 1971;

véase Bauer 1990: 98-102).2 Pese a la presencia de fortificaciones de la

fase Killke preimperial fuera del valle del Cuzco, una prospección de

Dwyer sugiere que el área puede haber sido “un oasis de tranquilidad”

en la sierra destrozada por la guerra. Bauer (1990) sugiere, no obstante,

que los inkas pueden haber empezado a desarrollar una amplitud

desusada de control regional doscientos años antes de sus conquistas

2 Agradezco a Brian Bauer por haberme proporcionado un ejemplar de su tesis (1990)


apenas terminada, la cual me ha aclarado en gran parte el carácter del Cuzco y la
región de Paruro antes y durante la época imperial.

3
del siglo XV. Los datos de prospección del área de Paruro a unos 60 km

del Cuzco muestran una continuidad en el patrón de asentamiento desde

la fase Killke hasta la imperial, combinada con una falta de

emplazamientos fortificados a fines de la prehistoria. Advirtiendo que

la población de Paruro compartía el estilo de cerámica Killke con los

habitantes del Cuzco, Bauer sostiene que los inkas preimperiales habían

integrado un área extensa en un solo reino. Si esta integración implicó

la presencia de una entidad política de nivel estatal queda por ser

confirmado, pero el argumento propone más tiempo para el desarrollo

estatal inka que el sugerido por trabajos anteriores.

Para comprender el dominio imperial, sin embargo, es esencial


4
reconocer que los inkas desarrollaron buena parte de su aparato

administrativo como resultado de una necesidad de controlar los

territorios imperiales recién obtenidos. Las variaciones en el dominio

inka se originaron inicialmente en el carácter de la sociedad inka en el

momento de las primeras conquistas. Las sociedades con capacidades

4
más semejantes a las de los inkas fueron más rápidamente asimiladas,

mientras que aquellas que eran notoriamente más o menos complejas

presentaron problemas administrativos. La interacción política entre los

inkas y sus subordinados por tanto iba desde las relaciones patrón-

cliente con las élites de sociedades de pequeña escala y periféricas (v.

gr. Pasto en el norte de Ecuador) a relaciones mediadas por tratados o

estatus de favor con algunas unidades políticas internas (v. gr. Chincha

y los lupaqas) y la asimilación intensiva mediante una burocracia bien

desarrollada (v.gr. la región nuclear en torno de Cuzco y, en un menor

grado, la región del valle del Mantaro). En cambio, el Estado chimú de

la costa norte del Perú fue descentralizado en unidades políticas basadas

en los valles debido a la amenaza que planteaba una unidad política

mayor a la estabilidad imperial (véase Netherly 1978 y Ramírez 1990;

cfr. Pease 1978).

En suma, el sistema administrativo en las provincias fue concebido


5
para supervisar los proyectos regionales asociados con la expansión

5
estatal, el apoyo militar, la consolidación política, la seguridad y el

mantenimiento del personal estatal temporal y permanente. 3

Proporcionaba una superestructura global y, con frecuencia, invadía el

sistema local creando puestos en las comunidades, por debajo de los

niveles superiores de la autoridad nativa existente (v. gr. Toledo 1940a,

Cock 1977). Debido a que el Estado dependía mucho de los señores

locales, el aparato de gobierno se modeló para utilizar la autoridad de

los jefes étnicos sobre su propio pueblo. Recíprocamente, las

estructuras políticas locales se modificaron para facilitar el dominio

estatal.

La evidencia de variaciones políticas requiere cautela en la


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aplicación de modelos administrativos específicos a una provincia

determinada. Este problema es particularmente grave cuando la

información sobre las estructuras estatales o subordinadas es de por sí

3 Sobre los amplios estudios de las estrategias administrativas globales, consultar Rowe
1946, Moore 1958, Zuidema 1964, Wachtel 1977, Schaedel 1978 y Rostworowski
1988.

6
sumamente fragmentaria, tal como ocurre en esta zona de estudio.

Además, los métodos gubernamentales que se basan totalmente en la

autoridad nativa –aplicados brevemente tras la conquista– se

transformaron a medida que las sociedades subordinadas se fueron

integrando más estrechamente en el imperio. Sin embargo, pese a su

diversidad, el gobierno inka no era un asunto improvisado que se

organizaba poco a poco a medida que avanzaba la conquista. Antes

bien, los inkas parecen haber desarrollado políticas sistemáticas,

adaptadas para dar cabida a las instituciones sociales, políticas y

económicas existentes.

Las políticas estatales sugieren que los inkas intentaban equilibrar


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dos objetivos políticos potencialmente conflictivos: coordinar las

organizaciones políticas locales y reducir la posibilidad de una

resistencia aliada. Inicialmente debieron establecer una administración

que pudiera dirigir los asuntos del Estado en ausencia de un personal

leal adecuado. A la inversa, el potenciar las capacidades organizativas

de los grupos subordinados y el poder de los señores subyugados

7
ampliaba las potenciales amenazas internas contra el imperio. 4

Schaedel (1978: 308) ha sugerido por tanto que un principio central

inka fue desarrollar el control del Estado central sobre las provincias

individuales a la vez que desalentaba que entablaran vínculos

horizontales entre ellas. El ejercicio del gobierno estaba orientado

verticalmente, pues el control político se confería jerárquicamente a los

puestos ocupados por inkas étnicos y de privilegio y por los señores de

los grupos conquistados. Ciertas políticas implican que limitar las

relaciones interétnicas puede haber sido inicialmente la clave del

dominio inka, porque desalentó las alianzas en contra del Estado. La

reubicación interna forzosa, mediante el programa de los mitmaqkuna,

fue una de las principales estratagemas. Los inkas también alentaron el

4
Este tipo de dilema se ha descrito anteriormente para el imperio romano (Luttwak
1976), donde el apoyo de los soberanos clientes creaba poderosas sociedades de
frontera que se transformaban en amenazas para la estabilidad del imperio. La
solución más expeditiva, en la situación romana, fue convertir a los clientes en
provincias y a sus habitantes en ciudadanos imperiales potenciales. Esto daba al
núcleo imperial un mayor control sobre los clientes a la vez que las nuevas provincias
se interesaban más en la estabilidad imperial. El costo principal de esta
transformación, desde la perspectiva romana, era una demanda mayor sobre los
recursos centrales para asegurar la paz.

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uso de recursos localizados por múltiples grupos étnicos, lo que

minimizaba la dependencia de los subordinados en la especialización y

el intercambio entre grupos. Para gobernar el imperio efectivamente,

sin embargo, los inkas encontraron a menudo necesario conferir a los

señores conquistados la ejecución de asuntos estatales –una política

seguida en el valle del Mantaro.

(. . .)

FICHA BIBLIOGRÁFICA

D’ALTROY, T. (2022). El poder provincial en el imperio inka. Cap. 6:


«La organización política. La administración imperial», pp. 277-284.
Lima: Banco Central de Reserva del Perú e IEP, 536 págs.

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