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SOMETIENDO A LENA
Novata Rebelde para un Amo
Experimentado

Por Lecxia Fenrira


 
© Lecxia Fenrira 2022.
Todos los derechos reservados.
Publicado en España por Lecxia Fenrira.
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1
—¿Te veré de nuevo? —preguntó Kramer, con una sonrisa
que rivalizaba por completo con todas las cosas que hizo
mientras me tenía atada.
—No lo sé —sonreí, suponiendo que podría parecer un poco
más interesante, darme a desear más.
Pero Kramer no se dejó sorprender por eso. Su semblante
no cambió, su sonrisa seguía igual de confiada que al
principio, y en sus ojos se notaba que, sin que se lo dijera,
ya sabía la respuesta a esa pregunta: «sí iba a volver»
porque estaba realmente ansiosa por hacerlo.
Me despidió con un apretón de mano, como si no me
hubiera azotado con un látigo horas atrás. Sin embargo,
pese a esa realidad, yo le apreté de vuelta, con la confianza
que habíamos creado en nuestro encuentro improvisado.
Estaba segura de que, si volvía, me rendiría a sus pies como
lo hice a penas lo vi. Es curioso porque me olvidé de todo,
incluso de la persona con la que estaba.
—¡Joder! —dije, deteniéndome unas cuantas calles después
— ¡Carl!
Carl había sido mi cita de la noche anterior, y fue él quien
me invitó al club de BDSM, con la esperanza de ser él quien
me atraía a una equis de madera exactamente igual a las
que se veían en las películas de Hollywood cuando
torturaban a alguien. Me sentí extremadamente culpable en
ese momento.
Tarde pero seguro, cogí mi móvil para escribirle: «Carl, lo
siento. Me distraje, no sé qué pasó, ¿estás bien?»; hice lo
que pude, estaba segura de que no me respondería, no
después de abandonarlo de esa forma tan irrespetuosa.
—Pero ¿cuándo pasó? —inquirí.
Traté de hacer memoria mientras que caminaba hacia mi
trabajo (ya que aquel encuentro azaroso con Kramer duró
toda la noche; al día siguiente tenía que retomar mi rutina),
con la intención de encontrar el momento exacto en el que
me separé de Carl. Quería aclarar las cosas con él antes de
verlo en persona, porque si era de otra forma, sería
realmente incómodo.
Comencé a recapitular todo lo que hice desde la mitad de la
tarde del día anterior. Antes de eso, Carl por fin se había
llenado de valor para invitarme a salir —cosa que me
encantó mucho porque, desde hace meses estaba
esperando que diera el primer paso—, cuestión que yo
acepté encantada; me vestí
Luego de buscarme y estar en su coche esperando a que la
luz del semáforo que estaba cerca de mi casa cambiase de
color y nos permitiera pasar, Carl hizo la pregunta que una
nunca quiere esperar escuchar cuando la invitan a salir
—¿Qué quieres hacer? —me preguntó.
«¿Acaso no tenías todo planeado desde un principio?»
Ciertamente no era algo que me molestase, pero los
pequeños detalles cuentan; no lo culpo, también estaría un
poco nerviosa si fuera él... de hecho, me atrevería a decir
que incluso estaba intimidado. 
—No lo sé, ¿qué tienes planeado?
Creo que en parte esa es una de las razones por las cuales
me sentí tan mal después de que lo abandoné a mitad de la
noche tan de pronto. Carl sacudió la cabeza y puso de
nuevo su mirada en el camino; el semáforo había cambiado.
—Estaba pensando... tal vez podríamos ir a comer —dijo
Carl—, y tal vez, no lo sé, ver cómo van las cosas.
Fue ese el momento en que decidió mostrarme lo que al
final me haría alejarme de él. Luego de decirme a dónde
íbamos a comer, Carl comenzó a preguntar sobre mi vida.
Aunque, él siempre fue interesante para mí. Lo veía todo el
tiempo en el trabajo esperando el momento adecuado para
acercarme y hacer mi jugada; pero siempre estaba en su
mundo, ocupado en su oficio como la persona responsable
que era.
Por ello, cuando me confesó cuales eran sus planes, no
esperaba que fuera la misma persona que me tenía tan
intrigada.
—¿Qué piensas de la asfixia erótica?
Me tomó por sorpresa, para ser honesta.
—¿Qué? —exclamé, casi escupiendo el bocado que me
acababa de introducir.
—Es solo que… como no sabía qué hacer en nuestra cita,
tuve que preguntarles a tus amigas qué cosas te gustan.
«Con que así son las cosas», pensé, mientras me limpiaba el
labio con el borde de la servilleta, imaginándome alguna
forma de vengarme de ellas. Me las imaginé riéndose en
ese momento al decirle esas cosas a Carl.
—Y me dijeron que eras una de esas personas que le
gustaba experimentar cosas nuevas… pensé que tal vez...
—¿Y pensante que era buena idea preguntarme qué
pensaba acerca de que me asfixiaran mientras me follaban?
—para ese punto, dado la calidad de su pregunta, supuse
que habíamos desechado todo tipo de sutilezas.
Carl se mostró un poco avergonzado, era obvio que no
estaba del todo convencido de hable al respecto.
—No lo estoy tomando a mal —agregué—, solamente no
esperaba que me dijeras eso en la primera cita.
—Lo siento —respondió.
—Descuida.
—Ellas fueron las que me sugirieron que lo dijera —se
defendió.
—No lo dudo.
Carl se mantuvo en silencio por unos segundos, preso de un
silencio incomodo que estuviera mal interpretando; sí, me
tomó por sorpresa su pregunta, pero jamás dije que no
estuviera interesada.
—¿Y no quieres saber qué pienso? —insinué.
—¿A qué te refieres?, ¿a lo que me dijeron tus amigas?
Me oculté detrás de una sonrisa traviesa para que él mismo
descubriera lo que estaba pensando. Unos segundos
después, su semblante cambio por completo; luego de
entenderlo, su manera de verme ya no era la misma.
De pronto, sentí que ni siquiera estaba hablando con el
sujeto que me pidió con mucha pena que saliera con él esa
tarde.
—¿Entonces si te gusta? ¿Lo has hecho? ¿Qué piensas al
respecto? —bombardeó.
Podía sentir que no solamente estaba interesado, sino que
había despertado algo en él. Pero como la verdad no me
importaba, le respondí a cada una de sus preguntas.
—Sí me gusta; sí lo he hecho; no me parece mal; no lo haría
con cualquiera y, sí, por si quieres saber, ellas tenían razón
—aludí a mis amigas, ya que no sé cuál de todas le
aconsejaron que dijera eso—, sí me gustan las cosas poco
convencionales.
Carl sonrió, como si hubiera encontrado algo especial en mí.
A partir de ahí nuestra conversación cogió el rumbo que nos
llevó hasta la puerta de aquel club de BDSM.
—¿Estás seguro de que es aquí? —inquirí preocupada, luego
de notar que estaba a unas cuantas calles de mi trabajo—
¿de verdad es aquí?
Durante todo el camino puse en duda que Carl estuviera
diciendo la verdad porque, para ser honesta, me parecía
demasiado conveniente todo aquello.
—Sí, no te preocupes —respondió él con una confianza que
no tenía en el restaurante ni cuando me invitó a salir—,
claro que sí es real; vengo casi todas las noches y...
—Pero es que… —miré a mi alrededor y las cosas que
siempre veía todos los días de camino al trabajo, estaban
exactamente en el mismo lugar, con los mismos colores,
pero bañados con la luz de los faros—, es que…
Carl me cogió de la mano actuando como si entre nosotros
existiera tal confianza; intenté recogerla para soltarme, pero
él me apretó con fuerza y jaló hacia el interior de aquel
lugar —la verdad no sé por qué no le dije lo que pensé en
ese momento; la curiosidad, supongo—, no obstante, no fue
sino hasta después de eso que la noche en realidad
empezó. Luego de atravesar la recepción y de dejar
nuestros móviles allí, mi vida dio un giro de 180º.
 
***
 
Acercándose por detrás muy silenciosamente, deslizó sus
manos por mi cintura atrayéndome a él con fuerza,
obligándome a palpar algo que no esperaba sentir de una
persona que acababa de conocer. «Esto es lo que querías»,
me dije, apreciando cómo su miembro firme se estrellaba
contra mis nalgas.
—Sígueme —me susurró.
Un escalofrío me recorrió la nuca y se deslizó por mi espalda
hasta desaparecer en mi cintura, justo en donde sus manos
me sujetaban con tanta firmeza.
—Pero… —intenté razonar, a pesar de que en ese momento
ya no hubiera espacio para la razón.
Curiosamente me sentía desnuda a pesar de que aún
estaba vestida; sus manos atravesaban la frontera que
dibujaba la tela sobre mi piel de tal manera que no sentí
que fuera necesario desnudarme, frente a él, ya estaba
desnuda.
—Sé que es tú primera vez —dijo Kramer, asumiendo que
era una principiante—, pero, creí haberte dicho que, si
querías hacer esto, no debías hablar.
—Es que...
Kramer aclaró su garganta con rudeza, intentando
intimidarme para que me callara. Mi primer impulso fue
decirle que no era necesario que me hablara de esa forma
«yo no soy ninguna tonta», pensé en decirle luego de sentir
que estaba pretendiendo saber más que yo, no obstante,
estaba en lo cierto: yo acepté estar en esa situación con los
términos que él me había planteado.
—¿No es eso lo que querías hacer? —preguntó de pronto—,
tú dijiste que querías intentarlo ¿cierto? Entonces, haz lo
que te digo y no vuelvas a hablar, ¿entendiste?
Su rudeza, su forma tan firme de hablar; aunque estaba
intimidada, no dejaba de excitarme aún más. Su postura y
su manera de mover… cualidades dignas del hombre que
estaba viendo. Era un sujeto adulto; a pesar de que no me
había dicho su edad, era obvio que me llevaba años de
ventaja.
—Est… —intenté responder, pero recordé que no tenía
permiso para hablar.
Asentí con la cabeza y él sonrió en aprobación.
—Muy bien —respondió con la sonrisa—, ahora, sígueme.
Retomando nuestra conversación inicial, caminé detrás de
él.
—No quiero hacer nada que no quieras tú, sin embargo, me
pediste que te trajera hasta aquí y que hiciera contigo lo
que yo quisiera. Para serte honesto es algo tentador,
hacerte todo lo que se me ocurre hacer contigo, sin
embargo, no creó que estés preparada. 
«No tiene por qué tratarme como una niña», pensé,
manteniendo mi distancia. Insinuaba que no iba a ser capaz
de tolerar lo que fuera a hacerme; afortunadamente, los
nervios y la anticipación no me dejaron actuar como
normalmente lo haría porque, de ser así, habría descubierto
antes de tiempo de lo que él era capaz.
En lo que terminó de explicarme lo que iba a hacer
conmigo, Kramer levantó un látigo de flequillos —lo que
parecía una mesa de operaciones con todos los
instrumentos necesarios que podría necesitar en nuestro
encuentro— con la que azotó su mano derecha al mismo
tiempo en que se dio la vuelta y enterró sus ojos en los
míos.
—Pero eso no quiere decir que no haya algo que podamos
hacer ahora.
Apretó los flecos con tanta fuerza que, el cuero de que
estaban hechos rozó entre, sí chilló con un sonido ahogado,
dejándome con la impresión de que no se iba a contener
cuando me azotara con eso.
—No tengo problemas con que me peguen —recordé en ese
momento que le respondí antes de que me llevara hasta ese
lugar.
—¿Eso es todo? —preguntó Kramer.
El hombre que me invitó a entrar era completamente
diferente al que estaba sosteniendo el látigo en su mano.
Cuando le mencioné que no me importaba ser azotada,
sentí que estaba demostrando que aquel mundo no me
intimidaba, no obstante, el tono de su pregunta, tan
despreocupado y casi decepcionado, me hizo suponer que
había algo que no estaba viendo. «¿Eso es todo?», resonó
en mi cabeza de tal manera que me hizo sentir como una
principiante cualquiera.
«¿Qué es lo que espera que le diga?», me pregunté,
mientras lo veía a los ojos esperando por mi siguiente
restricción. Era obvio que, en su mundo, azotarse,
solamente era el principio de la diversión, tal vez ni siquiera
era lo que mejor sabía hacer, no obstante, yo no sabía qué
más decirle. Vacilé un poco y encontré unas que otras que
cosas que, justo en ese momento, recordé haber visto en
vídeos de Internet:
—Tampoco me preocupa que me aten —respondí con
fluidez, para no demostrar lo nerviosa que estaba—, que me
pellizquen los pezones…
Cada una de las cosas que decía, comenzaron a sonar
menos interesantes de lo que pudieron haber sonado en mi
cabeza antes de decirlas. Su semblante no cambiaba; mi
intención era demostrarle que yo no era una principiante,
no obstante, mientras más hablaba, eso era lo que sentía
que estaba haciendo, demostrarle lo poco versada que era
en aquel tema.
Kramer no respondió; su mirada no vaciló y su sonrisa a
medio dibujar nunca se borró.
—Que me azoten, que usen dildos o vibradores, que me
masturben hasta hacerme desesperar y no se detengan
incluso si se los suplico; no me importa si me desnudan o si
me pides que cometa alguna locura, yo… 
—¿Qué son «locuras», para ti?
—Este… —vacilé, no esperaba esa pregunta—, como que…
no lo sé, solo… solo digo que podrías, no sé, pedirme que te
lama o que...
—Ah… sí —dijo Kramer y, con tan solo esas dos palabras
consiguió desanimarme por completo.
En ese instante estuve a punto de levantarme, decirle que,
si no me iba a tomar en serio, no había ningún motivo para
que yo estuviera ahí, pero, cuando menos lo esperaba, él se
levantó, se acomodó la corbata carmesí que estaba usando
y, luego de aclarar su garganta me dijo:
—Sígueme.
Algo había logrado convencerlo de hacerme su sumisa ese
día y, lo que se convirtió en mi propósito de la noche,
estaba a punto de volverse en una realidad. Mientras
caminábamos, Kramer comenzó a explicarme sus reglas
personales:
—Primero que todo necesito que me digas que estás de
acuerdo con lo que te voy a decir, de lo contrario, no
podemos hacer nada de lo que esperas hacer.
—Está bien —dije, aceptando a sus términos y condiciones
sin siquiera haberlos leído—, voy a hacer todo lo que me
digas —agregué, con una confianza muy fuera de lugar.
Kramer resopló, desaprobando mi repentina interrupción.
Bajé la mirada al darme cuenta de que no debí haberme
adelantado. «Joder, pero qué delicado es este sujeto»,
recuerdo haber pensado al notarlo.
—No hables si no te pido explícitamente que lo hagas —
comenzó a decir, sin siquiera darse la vuelta—, ya me dijiste
que son las cosas que te gustan, así que no quiero que me
interrumpas al decirme que quieres más, que te gusta
mucho, que te haga algo en específico; de nuevo —hizo una
pausa—, a menos que te pida muy claramente que hables y
me lo informes.
Al caminar detrás de él no pude evitar notar varias cosas. La
primera: ese lugar era enorme; parecía que no dejaríamos
de caminar dejando puertas atrás en ningún momento,
porque no dejaba la impresión de tener final. Lo segundo: su
porte de hombre sofisticado que combinaba perfectamente
con su manera tan elegante de vestir no hacía más que
emocionarme, «¿de qué es capaz un hombre como él?».
La anticipación me desesperaba, quería conocer sus
secretos, llegar al fondo de todo, pero, en vez de eso,
seguía explicándome las reglas.
Kramer se detuvo en frente de una puerta, dándome la
impresión de que era esa a la cual nos dirigíamos, se dio
media vuelta y agregó:   
—Ahora, sé qué te dije hace unos segundos, pero, es bueno
saber si estás de acuerdo con todo lo que acabo de decir.
—Sí —respondí sin siquiera pensarlo.
Necesitaba saber qué era lo que estaba detrás de esa
puerta y por qué Kramer era la eminencia en aquel lugar.
—Vale —dijo Kramer.
De pronto, sus manos sobre rodeando mis muñecas me
trajeron de nuevo a la realidad. Atada en una gran equis de
madera, Kramer me ató, dejándome completamente
indefensa.
Me hallaba completamente emocionada, llena de emociones
que no esperaba encontrar en un lugar como ese ni mucho
menos de la manera en que sucedió en ese momento.
Atada, viéndolo a los ojos sosteniendo el látigo con el que
pensaba azotarme y la mirada penetrante en sus ojos, me
hizo sentir tan deseada, como nunca lo había sido en toda
mi vida.
A penas y me había tocado una vez y ya estaba
completamente húmeda, deseando que me desnudara ahí
mismo para hacerme suya. Para mi sorpresa, todo lo que
hizo conmigo fue con la ropa puesta.
—Primero, vamos a jugar con tus pezones —dijo, moviendo
el látigo en círculos muy rápidamente.
Cerré los ojos por miedo a que me fuese a dar en el rostro;
estaba preparada para lo que fuera, pero mis reflejos
actuaban por sí solos.
—Ábrelos —ordenó—, no dije que pudieras cerrarlos.
—Pero es que...
Pero antes de que pudiera hablar, un fuerte latigazo dio
contra mi abdomen, obligándome a abrir los ojos de
inmediato.
—Tampoco dije que pudieras hablar.
Aunque me dolió un poco, no sentí que no pudiera
soportarlo una segunda vez.
—Solamente vas a hablar, gemir, cerrar los ojos cuando yo
te indique que lo hagas —agregó.
No sabía cómo sentirme; mi entrepierna húmeda y mi
corazón agitado me decían una cosa mientras que la
evidente tensión en el ambiente me hacía sentir otra.
No sabía qué esperar de eso; no obstante, hasta el
momento lo estaba disfrutando.
—Ya va… ¿dónde estoy? —me pregunté.
Las calles ya no eran las mismas, las paredes habían
cambiado de color y, luego de bajar mi mirada hacia mi
mano, descubrí que sostenía la llave de mi casa. Tardé unos
segundos en darme cuenta de que había caminado de
regreso a mi departamento mientras que intentaba pensar
en el momento que me alejé de Carl.
—Joder, ¡voy tarde!, no puedo faltar hoy, no… tengo que
hablar con...
En ese instante, mi móvil sonó. Me detuve a buscarlo
desesperada en mi bolsa al mismo tiempo en que hacía un
recorrido mental del camino más corto hasta el trabajo.
- ¿Sí? —respondí a la llamada sin siquiera ver quien era.
—¿En dónde estás? ¿No vas a venir? —preguntó la voz de
una mujer.
—¿Qué?
—Amiga… que en dónde estás ¿me escuchas? —dijo Sara,
suponiendo que no había recepción.
«Es Sara», pensé, reaccionando al sonido de su voz.
—Este… —miré a mí alrededor tratando de descifrar si podía
llegar a tiempo y si debía decirle la verdad.
«Seguro no me va a creer», pensé, con un poco de razón.
—Estoy en mi casa —respondí, tras entender que no había
otra cosa que pudiera decirle.
—Entonces no vas a venir —respondió ella, como si hubiera
esperado esa respuesta.
—No, yo...
—Ami —esa forma tan peculiar en la que ambas solíamos
decirnos «amiga»— ¿no estás viendo la hora?
Aparté el móvil de mi rostro para averiguarlo: «10:00 h»
—¡Joder! —dije—, las diez de la mañana —exclamé y
comencé a caminar con apremio—, ¡ya voy para allá!
—¡Ey! —llamó mi atención—, ¿cómo que vienes para aquí?
No tiene sentido ¿qué vas a hacer a esta hora aquí? ¿Sabes
qué? —vaciló—, mejor quédate, di que estás enferma o
algo...
—Pero es que; la señora…
—Olvídate de ella, yo me encargo —respondió con
complicidad, como si solo nosotras dos supiéramos acerca
de un secreto en particular.
—¿De qué te vas a encargar? —inquirí preocupada sin saber
por qué me lo dijo de esa forma.
—Tranquila, Ami, disfruta de tu hombre.
Algo no andaba bien.
—Te quiero mucho, cuídate… bye, bye.
—¿De qué hablas, Sa…?, —dije, hasta que Sara terminara
repentinamente la llamada—, pero ¿qué? —dije frustrada.
Vi de nuevo la hora, pero esta vez había aceptado que en
ninguna circunstancia iba a poder llegar.
—¿Ahora qué hago? No puedo simplemente ir y… —dije
para mis adentros—, si tan solo no hubiera...
Y recordé la razón por la cual no había prestado atención del
camino. La imagen de Kramer acomodándose el miembro
por encima del pantalón mientras me azotaba los pechos
con su látigo de flecos de cuero, se incrustó entre mis ojos,
colocándose por encima de todas las demás cosas que
estaba viendo.
—Kramer —suspiré como una tonta, mientras que retomaba
mi paso hasta la puerta de mi edificio.
La marca de su pene por encima de su pantalón entallado,
su camisa blanca con los primeros cuatro botones sueltos;
las mangas recogidas hasta los codos y el vapor de su
cuerpo que calentaba la habitación me tenían embriagada.
Estaba ansiosa por expresar lo que sentía, rebelarme ante
su petición de no decir nada o de siquiera gemir; pero es
que, sin mucho esfuerzo, acertaba con el látigo en los
lugares adecuados. Kramer parecía conocer todas esas
partes de mi cuerpo que me hacían sentir bien; sabía más
que yo acerca de mí.
«Pero si lo acabo de conocer» pensé, mientras que me
mordía los labios para no gemir. Estaba al borde del frenesí;
me decía: «¿por qué no gimes?, solo hazlo», pero por alguna
razón desobedecía mis instintos más básicos. Sabía muy
bien que yo no era así, no obstante, me estaba dejando
dominar por un completo desconocido.
Su latido tocaba mis pechos y yo suspiraba con fuerza
porque era lo único que me dejaba hacer. Mis pezones
estaban cada vez más sensibles, mis bragas estaban
húmedas y mi corazón agitado; quería poder sentir que todo
lo que tenía en frente estaba bajo mi control, pero no era
así.
—¿Te gusta? —preguntó de pronto, luego de azotarme en el
abdomen.
Lo miré a los ojos, sin saber si podía hablar o no. Sin
embargo, mi ignorancia le enojó un poco.
—¡Te hice una pregunta! —espetó antes de azotarme de
nuevo con el látigo, aunque no de una forma erótica.
—¡Sí! —grité, entre adolorida y encantada.
—¿Eso es todo? —exclamó de nuevo y me azotó una
segunda vez.
Si no estaba conforme con lo que decía simplemente me
azotaba; no era la primera vez que alguien intentaba
dominarme, aunque esta vez sí estaba dejando que hicieran
conmigo lo que él quisiera. Había algo en su voz, en su
forma de ser, en la manera en la que me estaba azotando a
la que no le podía huir. Quería que siguiera, sin importar
qué.
—¡No! —dije, pero él me volvió a azotar.
No sabía qué quería que le dijera, pero tampoco estaba en
contra de que me azotara.
—¿Te gustó? —me abroncó— ¿Qué tanto te gustó? —con
cada pregunta el látigo atezaba sobre mi cuerpo,
obligándome a gemir más; no sabía por qué me estaba
gustando tanto—. Te dije que hablaras cuando te lo pidiera.
¿Ahora no quieres decir nada? —y de nuevo, otro azote.
Esta vez contra mis muslos.
—¡Ay! —gemí.
—¿Te gusta, zorra?
—¡Sí, me encanta! —grité con los ojos cerrados, esperando
el siguiente azote— ¡me encanta que me azotes!, ¡sí!
—Así me gusta —suspiró Kramer.
Cuando abrí mis ojos, Kramer estaba de nuevo en frente de
la mesa de operaciones eligiendo su siguiente instrumento
de tortura. Por fin pude respirar un poco, utilizando esos
cortos minutos como una pausa de descanso. Quería
preguntarle hasta cuando pensaba hacer eso, si en
cualquier momento dejaría de interpretar el papel de
hombre malo y me follaría de una vez.
Fue en ese preciso instante en el que me di cuenta de que
estaba ansiosa; quería que me follara cuando tan solo me
había azotado unas cuantas veces con su látigo.
—No creí que fueras a durar tanto —dijo Kramer, aun con la
vista puesta sobre los objetos que tenía en la mesa—, pensé
que ibas a decir algo o que comenzarías a hablar.
«¿Acaso quiere que le responda?»
—No te estoy haciendo una pregunta —agregó de
inmediato, como si hubiera leído mis pensamientos—, no te
he dicho que puedas hablar.
Suspiré de alivio mientras pensaba: «¿qué habría pasado si
le respondía?»
—Cuando te presentaste en el bar me di cuenta de que no
eres una mujer cualquiera —continuó, levantando y
colocando de nuevo objetos al azar en la mesa—, tan
segura de ti misma; decidida, dispuesta a lo que fuera —
hizo una pausa—, entraste a este lugar sin anunciarte, sin
considerar siquiera el estilo de cosas que te encontrarías…
—vaciló— no te preocupes, las personas que entran de esa
forma son las mejores.
De pronto, cogió dos objetos de la mesa como si hubiera
encontrado lo que se ajustaba a su criterio e hizo un gesto
de aprobación; no supe cómo reaccionar, no mientras
siguiera atada y a la merced de un hombre como él. Quería
pensar lo que él pensaba, ver lo que él veía; necesitaba
saber de qué se trataban aquellos dos objetos sin
identificar, pero, en el momento en que se dio media vuelta,
dijo:
—Y lo que vamos a hacer ahora te va a encantar.
No necesité más que eso para entender que iba a sentirme
increíble. Ni siquiera masturbándome había llegado a tales
limites como a los que él me llevo esa noche. El simple
recuerdo de sus juguetes apretando mi clítoris por encima
del pantalón como si supiera todo lo que había que saber de
anatomía; la manera en que mis pezones y mi cuerpo
reaccionaba a su forma de tocarme…
Mis dedos intentaban imitar lo que él hizo; pero ni siquiera
encontrándome libre de las ataduras de las telas de algodón
que presentaron un problema estando con él —a pesar de
que habíamos acordado nada de desnudos—, no se sentía
igual. Apretaba mis senos y era como si estuviera jugando
con unos guantes llenos de agua; mi clítoris era un botón
cualquiera; mi piel una superficie rugosa que no generaba
ningún placer.
—¡Ah! —grité frustrada— ¿por qué?
Me levanté furiosa de la cama; tal vez porque había entrado
a mi habitación, me quité lo que estaba vistiendo y me tendí
sobre el colchón como si estuviera intentando compensar
algo que no tuve la noche anterior… no. Desnuda, caminé
hasta la cocina buscando algo para desayunar antes de
acostarme a dormir «no he dormido en toda la noche»,
pensé, interiorizando que estuve a punto de ir a trabajar de
esa forma.
Era algo sumamente obvio, que no debí siquiera de haber
olvidado, pero mientras intentaba pensar en otra cosa, más
recordaba todo lo que hice con Kramer.
Suspiré mientras intentaba coger el cereal.
—Ya, Lena, olvídalo —me exigí.
Sacudí mi cabeza en contra de las recomendaciones de mi
médico y continué con la labor de servirme el desayuno.
—¿Te veré de nuevo? —me dije, recordando las palabras de
Kramer a la perfección—, bueno…
Comencé a tener un dialogo interno; porque siempre hacía
eso.
—¿Cuándo quieres que nos veamos? —respondí de vuelta a
mi Kramer imaginario—, ¿quieres que sea pronto?
«Ojalá le hubiera dicho eso», dije para mis adentros para no
interrumpir la importante conversación con mi hombre
imaginario.
—¿Quieres que te lleve a tu casa?
Mientras la conversación ficticia avanzaba yo masticaba sin
ganas el cereal con leche que me había servido. Actuaba
por puro reflejo; Kramer había secuestrado todas mis
capacidades mentales. Cuando terminé de comer, aventé el
plato en el lavado y caminé de regreso hasta mi habitación,
cerré las cortinas y me tendí sobre la cama.
Decepcionada por no poder darme placer del mismo modo
en que él lo hizo, renuncié de inmediato a la idea que
estaba proponiendo mi mano traviesa al moverse
involuntariamente sobre mis pechos dejando que mis dedos
apretaran mis pezones. Estaba en trance ¡necesitaba
placer!
Y solamente había una persona que era capaz de dármelo.
—Tengo que llamarlo —aseveré, dejándome vencer por el
sueño—, tengo que hacerlo.
No pensé en otra cosa hasta que simplemente perdí el
conocimiento. Cuando lo recuperé, cogí mi móvil casi
agotado de batería y observé la hora: «21:00 h».
—Joder…
Tenía cosas que hacer, listas qué preparar, personas qué
llamar…
—Pero hoy es viernes —interioricé de pronto—, no tengo
nada qué hacer.
Con el corazón agitado y a punto de sacudirme el sueño del
cuerpo, volví a abrazar la almohada y pensar en seguir
durmiendo. «Total, no tengo más nada qué hacer», me
justifiqué. Pero, mientras más intentaba quedarme dormida
de nuevo, más recordaba lo que había pasado.
Como si tan solo se hubiera tratado de unos cuantos
minutos y no el resto del día, la imagen de Kramer se aferró
a mi memoria de tal manera que, él era lo único que veía al
cerrar los ojos. «¿Te veré de nuevo?»; quise haberle
respondido que sí a pesar de que él hubiera entendido mi
indirecta, pero ¿qué habría pasado si hubiese sido la misma
mujer directa de siempre? Para ser honesta, es en sí era una
pregunta tonta porque ya sabía muy bien que mientras
estaba con él no podía ser yo misma.
¡Y eso que solamente fue una noche que tuvimos juntos! En
fin, solamente pude repetir una y otra vez esos últimos
minutos juntos como si no hubiéramos hecho más nada y,
como un rayo que cae sin avisar sobre el pavimento
mojado, dije:
—No… olvídalo —aludiendo a seguir recordando
infructíferamente—, lo voy a llamar.
Aproveché la poca batería que me quedaba y marqué su
número. El tono de llamada me llenó de anticipación;
ninguna célula de mi cuerpo podía creer lo que estaba
sucediendo: ¡lo estaba llamando! Las preguntas me
invadieron de inmediato, dejando de lado esa seguridad
repentina que se apoderó de mí al marcar su número. No
sabía qué decir ni cómo comenzar a hablar; dudaba incluso
si era capaz de emitir algún sonido. Hasta que, el tono
calmado que alimentó mis nervios se calló.
—Sabías que ibas a llamar —dijo Kramer, con su gruesa y
elegante voz.
2
Eran las tres de la tarde; la última conversación que tuve
con Kramer duró un poco más de dos horas; tanto que me
calentó la oreja de tan solo tener el móvil sujeto a ella. ¿Qué
más podía hacer? Era inevitable.
—¡Tienes que contarme todo! —dijo Sara, apareciendo de
un costado.
Aún me dolía la cabeza, ya eran dos días en los que no
dormía bien y el insomnio forzado comenzaba a afectar mi
cuerpo.
—¡No grites! —supliqué, apretándome el entrecejo con el
índice y el pulgar.
—¿Cómo qué no? Tienes que contármelo todo —insistió con
mucho entusiasmo.
—¿Qué tengo que contarte? No tengo que contarte nada.
—¡Claro que sí! —Sara se acercó más a mí y, con un tono de
voz plasmado de misterio y dudas, agregó susurrando—:
¿con quién estuviste anoche?
Extrañada por el motivo de su pregunta, en lo menos que
quería pensar con la terrible jaqueca que me estaba
matando, era en Kramer. Incapaz de encontrar la relación
que había entre la noche anterior, él y Sara, no supe qué
responder. Levanté los hombros con indiferencia y dejé que
su insistencia hiciera el resto del trabajo.
—¡Cómo que no vas a saber! —inquirió ofendida—, sabes de
qué hablo.
—No tengo idea —repetí—… no grites ¿por qué tienes que
gritar?
—Sé que no estuviste con Carl hace dos noches —aseguró
—, así que dime ¿con quién estuviste anoche?
Tras haber llegado al fin a mi cubículo, me senté en la silla
más incómoda del mundo y reposé mi cabeza entre mis
brazos y sobre mi escritorio, esperando poder soportar el
dolor de esa forma. Sin embargo, Sara se tomó la molestia
de superar la intensidad de mi jaqueca.
—Yo creí que estuviste con Carl toda la noche, pero no… —
exclamó de manera exagerada—, ¿de qué me entero
cuando veo que no estás aquí y después de que, tan
amablemente, inventé una excusa para que no tuvieras que
venir? Que el pobrecito de Carl tuvo que devolverse solo a
su casa anoche porque desapareciste a mitad de la cita sin
avisarle a nadie.
«Con qué así sucedió», pensé, luego de que recordé mi
pobre intento de revivir los eventos pasados para terminar
distrayéndome al darle toda mi atención a Kramer, un poco
similar a como sucedió en la realidad.
—Hum… —me quejé entre dientes, esperando que
entendiera que no quería que siguiera hablando.
—No puede ser que hayas sido capaz de hacerle eso a Carl
¿por qué lo hiciste? —continuó Sara, completamente
abstraída en su propio discurso—, tú me dijiste que querías
que te invitara a salir ¿en serio? ¿para eso? Si ibas a dejarlo
solo a mitad de la noche y desaparecer hasta un día
después… ni siquiera le habría dicho qué podía hacer en su
cita contigo. Me decepcionas amiga…
—De eso te quería hablar —levante la mirada, recordando el
consejo inapropiado que le dieron a Carl— ¿no se les pudo
haber ocurrido otra cosa para decir?
—¿Sí te lo dijo? —inquirió, sorprendida mientras sostenía a
duras penas una carcajada.
—¡Sí! Y fue muy extraño —me quejé.
Sara comenzó a reírse desmedidamente aumentando el
dolor que ya sentía.
—¡Ay! Pero él no me dijo nada de eso…
—¿Él? —reaccioné, olvidando qué días venía él para el
trabajo— ¿cuándo hablaste con él? ¿Fue hoy? ¿Está aquí?
La angustia me atacó de pronto, no sabía de qué forma
enfrentaría a Carl luego de que lo abandoné aquella noche
por irme con un completo desconocido.
—¿Qué te contó?
Sara no pudo más que encontrar hilarante mi preocupación,
presumo, porque no era capaz de entender lo complicado
que era estar en esa situación. «Nunca tengas una relación
casual con alguien que ves todos los días», suele decir ella,
y cuánta razón tiene.
—No me dijo más nada —respondió tras acabar de reírse—,
nada aparte de que estaban los dos juntos y de pronto no
estabas tú. Que desapareciste, que te fuiste, que no
estabas, que te marchaste para nunca volver —estaba
poniendo a prueba mi paciencia mientras se burlaba de mí.
La sonrisa traviesa en su rostro se fue dibujando hasta que
no pudo más y continuó riéndose. No podía entender su
nivel de cinismo: un sujeto había intentado salir conmigo y
yo lo dejé solo sin siquiera decirle por qué.
—¿Por qué eres así?
—Por favor, Lena… —respondió, quitándole interés a mi
comentario— como si fuera la primera vez que haces algo
así… ¿ahora qué? ¿Me vas a decir que ahora si te importa lo
que les sucede a todos los hombres a los que has dejado
solos a mitad de la noche?
—¡Oh, vamos! Tampoco digas eso; nunca he dejado a nadie
solo en mi vida.
—Sí claro —dijo ella, irónicamente. Las dos sabíamos que
era verdad.
Sara no dijo más nada por los siguientes veinte segundos,
tiempo suficiente para que yo pudiera recostar de nuevo mi
cabeza entre mis brazos y pensar que la conversación ya se
había acabado.
—Pero sí me dijo para donde fueron… —agregó de pronto,
como si se tratara de un secreto oscuro.
De inmediato levanté la mirada con la intención de decirle
que bajara más la voz, pero, antes de que pudiera decirlo,
Sara ya me había dado dos palmadas en el hombro, dado
media vuelta y dicho:
—Luego me vas a contar qué fue lo que hiciste… ¿me
escuchaste? —mientras se alejaba a su cubículo.
La idea de Carl comentándole a Sara que me había llevado
a un club BDSM y, peor aún, que lo dejé completamente
solo sin siquiera despedirme, me hizo suponer que ella, sin
más datos que esos, pudiera descifrar qué fue lo que
sucedió en realidad —aunque no era del todo importante—,
definitivamente sería incómodo. Sara no era el estilo de
persona que dejara de lado algo tan interesante; estaba
segura de que me obligaría a recordarlo el resto de mi vida.
—Grandioso —resoplé, colocando de regreso la cabeza entre
mis brazos.
En ese momento quería tantas cosas que, en medio de
cientos de cubículos, de teléfonos sonando, de personas
hablando entre sí tan absortos en sus vidas que no se daban
cuenta que yo, aquí, con la cabeza entre los brazos, los
odiaba porque el sonido de sus voces me estaba
molestando. Y continuaba deseando no estar ahí, en ese
instante tan preciso mientras que las cosas sucedían;
porque la verdad, lo único que realmente importaba era yo
y el insoportable dolor.
—¡Cállense!
Antes de darme cuenta, ya me había levantado de mi silla y
gritado a toda la oficina que se callara con todo el aire de
mis pulmones. ¿Por qué simplemente no dejaban de hacer
lo que estaban haciendo y se iban al demonio?
—¿Por qué no se callan un momento? —exclamé de nuevo,
esta vez, tratando de negociar.
Los que alcanzaron a escucharme dejaron lo que estaban
haciendo, no porque yo tuviera el poder de hacerlos callar,
sino porque de pronto, una mujer que a duras penas
conocían, le gritó a toda la oficina. Era de esperarse que
muchos de ellos no entendieran lo que estaba sucediendo,
pero, en ese instante, a mí no me importó nada. Al ver que
uno que otro dejó lo que estaba haciendo —que, para
tratarse de un lugar bastante ocupado, que se detuvieran
por mí era decir demasiado—, dejé caer los hombros, cogí
mis cosas y dije:
—No... con ustedes no puedo... no se callan.
Caminé furiosa al elevador, con la mirada sobre mis
hombros de aquellos que aún se preguntaban qué acababa
de suceder.
—¡Quítense! —dije a un par de personas que estaban
aguardando el elevador—, ¡fuera! —agregué, sacudiendo las
manos como si se trataran de perros callejeros.
Y, logrando apartarlos, me encerré en el elevador tras
pedirle amablemente a aquel aparato —al enterrarle el dedo
pulgar al botón— que me llevar a la azotea. Respiré
profundo, tratando de no pensar en más nada al tiempo en
que me concentraba en el sonido del violonchelo que
calmaba el ambiente. Cuando las puertas se abrieron
caminé hasta el mismo lugar en dónde siempre me sentaba
a fumar y contemplar cómo las pequeñas hormigas a
cientos de metros de distancia hacían su vida sin prestar
atención a cómo las veía, tan llena de mí misma.
—Por fin, un poco de paz —suspiré, estirando mi brazo hasta
detrás de una de las grandes cajas de aluminio que
enfriaban todo el edificio tratando de alcanzar la caja de
cigarrillos— ¿por qué siempre tengo que dejarlos aquí?
Joder...
—Porque siempre que los tienes se te olvidan —dijo una voz
de mujer de pronto a mis espaldas.
—¡Maldita sea! —salté del susto.
Al darme la vuelta, ahí estaba Sara, con los brazos
cruzados, a contraluz, viendo cómo me arrastraba por unos
cuantos gramos de nicotina.
—¡Por qué demonios tienes que hacer eso! —inquirí, con el
corazón en la boca.
—Eso es justamente lo que iba a preguntarte.
—¿Y por eso tienes que venir y asustarme? —inquirí
mientras me sacudía las rodillas— ¡Ey!
Sara me arrebató el paquete de cigarrillos de la mano sin
siquiera avisarme.
—¿Qué te sucede? ¿Estás loca? —intenté cogerlos de vuelta,
pero no pude.
—Pero qué coincidencia ¡justamente eso iba a preguntarte!
Sara Me miró fijamente a los ojos mientras que esperaba
que yo me diera cuenta de qué estaba hablando. No había
secreto alguno entre nosotras dos ni algo que no
supiéramos de la otra, pero, por alguna razón —no sé si fue
por el dolor de cabeza o por la falta de sueño—, no entendí
qué intentaba decirme con todo eso.
—¿Me vas a decir o no? —insistí, luego de que el silencio
comenzó a tornarse más desagradable y ella ni siquiera se
inmutaba.
—¿Qué tienes? —dijo al fin.
No quería hablar de eso, no mientras el dolor de cabeza me
estaba matando; necesitaba fumar. Estaba al tanto que no
era la mejor medicina, pero, en situaciones así, eso era lo
único que podía calmarme. Suspiré y me recosté de la gran
lata en la cual había escondido tan efectivamente mi
paquete de cigarrillos.
—No es nada —resoplé, cruzando los brazos.
—Sí, claro... porque pedir a gritos que todos se callaran en
medio de la oficina no es nada.
—Solo me duele la cabeza —dije, mirando a los pies del
edificio.
Sabía que no era lo suficientemente tonta como para saber
que estaba sobre simplificando la situación. Definitivamente
algo me sucedía. Desde la última llamada de Kramer las
cosas no estaban yendo muy bien y no quise contarle nada
de eso a Sara, porque seguramente pensaría que estaba
comenzando a sentir algo por un simple desconocido. Más
que todo después de enfrentarme por haber dejado a Carl
completamente solo, si le comentaba que todo aquello
había sucedido por la misma persona, ella iba a enloquecer.
—¿Cuándo nos veremos? —preguntó Kramer, por cuarta
durante la llamada.
Ya no tenía ganas de seguir hablando al respecto, me
angustiaba la idea por sí sola. No estaba ni física ni
mentalmente preparada para vernos de nuevo.
—Ya dije que no quiero hablar de eso —respondí,
soportando cada vez menos su insistencia.
De cierto modo, a pesar de que me estaba comportando
groseramente con él, sentí que no debía demostrarle que de
verdad me interesaba verlo. Ya había sido la primera en
llamarlo, lo que significaba que estaba realmente interesada
en él; el mensaje era claro: si pretendía tener la ventaja en
aquella relación, entonces no podía simplemente
demostrarle lo que en realidad me hacía sentir; de lo
contrario ¿cómo habría de quedar yo?
Era una cuestión simple de resolver: tenía que mostrarme
como una persona difícil de alcanzar para que él no se diera
cuenta que, con tan solo una noche, ya estaba rendida a sus
pies.
—¿No es eso lo que querías hacer?
—Ya dije que no tenía muchas ganas de hacerlo ahora… —
vacilé— estoy… indispuesta —jugué la carta más valiosa
que tenía en mi mano.
—Claro —dijo él, como si no hubiera significado nada.
Pero cuando creí que estaba ganando la partida, Kramer
demostró haber jugado ese juego muchas otras veces.
—Está bien, si quieres hacerlo así, no te digo nada —agregó,
cambiando por completo su tono de voz a uno más serio—,
no voy a insistir más. Estaré esperándote en el mismo lugar
de siempre; espero verte pronto. Adiós.
La llamada se canceló en ese momento. «¿Qué acaba de
pasar?», me dije, viendo al vacío como una tonta mientras
sostenía el móvil contra mi mejilla. Creí que tenía la
delantera, que no iba a pasar nada si le decía que no podía
ir porque me superaba; «¿acaso se dio cuenta que estaba
mintiendo?», no había otra explicación.
Desde aquella llamada, Kramer no respondió ninguno de
mis mensajes ni llamadas; era como si no existiera para él
y, de cierta forma, sentía que él nunca había existido para
mí. Me costó concentrarme en otras cosas después de esa
llamada.
El resto de mi historia, la persona por la cual dejé solo a Carl
y todo lo que me llevó a gritar no le pareció suficiente. Sin
embargo, aquella discusión con Sara, lo que sucedió en la
oficina y el no haber dormido últimamente por culpa de
estar al tanto de mi móvil esperando que Kramer hiciera la
primera llamada después de aquella última vez, me hicieron
sentir que no era capaz de resolver absolutamente nada.
«¡Claro que quiero verlo! —dije para mis adentros— pero si
lo hago… —entré en pánico—, tal vez vaya a creer que soy
una mujer fácil… no puedo hacer que crea eso ¡Tengo que
hacerme desear más!» Parte de mi necesitaba verlo, otra
parte, simplemente deseaba que nada de eso hubiera
sucedido; significaba tanto problema el solo pensar en ello
que, sin siquiera darme cuenta, se apoderó de todas mis
capacidades. Estaba al borde de la locura cuando, de un día
para el otro, él llamó.
—Quiero verte —dijo, sin saludar, sin explicaciones ni entrar
en contexto—, ¿quieres?
Me hice exactamente la misma pregunta porque
simplemente no sabía qué decirle; sabía muy bien lo que
quería, el problema era como me iba a dejar eso en frente
de él. Sin embargo, antes de darme cuenta, las palabras
salieron solas de mi boca.
—Sí quiero.
—Quiero conocerte mejor; ¿te parece que vayamos a
comer?
—¿Una cita?
—Si quieres llamarlo así, no tengo problema.
—¿Por qué? ¿Para ti no es una cita?
—Nunca dije que no lo fuera, sin embargo, solo te estoy
diciendo que comamos; un encuentro casual para
conocernos. No quiero decirte el día, la hora, el lugar…
—Con que eres un puritano de las palabras entonces —me
burlé—, sigue siendo una cita.
—¿Quieres que te diga en dónde y cuándo?
—¡Claro! —espeté—, ¿cómo nos vamos a encontrar? —
suspiré, tomando la iniciativa—, solo dime en dónde y
cuándo y listo; sea una cita o no, lo voy a disfrutar; te dije
que quiero verte ¿verdad?
—Ya que insistes —dijo él; por su tono de voz, imaginé que
estaba sonriendo.
En ese momento pensé que tal vez estaba haciendo lo que
él quería. Me sentí manipulada; no obstante, ya era muy
tarde.
—¿Quieres que comamos cerca del club? —su pregunta
apareció de pronto, fuera de contexto; aunque estábamos
hablando de eso, se sentía diferente.
—Este… no lo sé; ¿qué dices tú?
—Lo que tú quieras, si quieres comer en otro lugar, no tengo
problema. Estoy con lo que tú decidas.
—¿Tengo que decidir yo?
—Te estoy dando a elegir. ¿Quieres que elija yo?
—¿Cuál lugar es mejor?
En aquella conversación sucedieron dos cosas. La primera:
dije más de lo que debía; la segunda: Kramer jugó conmigo.
Cuando me di cuenta de eso, estábamos comiendo en el
restaurante que él había mencionado al principio. No estaba
mal, claro: un ambiente ligero, buena atención, colores
brillantes y vibrantes, música agradable… era ese tipo de
restaurantes en el que solo podía comer cuando Mau —mi
jefa— me invitaba para hablar del trabajo o porque algún
hombre —con el que estuviera saliendo en ese momento—
quería demostrarme que era capaz de pagar la cuenta sin
problema; no lo sé, tal vez intentaban cortejarme de esa
forma. No obstante, este era completamente diferente.
Kramer no intentaba presumir ni esperaba que yo le diera
algo a cambio. Aquello no parecía una transacción ni el pago
de algún favor o una cita de negocios. Sentía que estaba
comiendo con un amigo de toda la vida, sin compromisos ni
nada que nos obligara a estar ahí más que le simple deseo
de vernos; era como si todo aquello que me hizo sentir
mientras estaba atada: la forma en que me azotó, cómo me
masturbó y su manera de dominarme nunca hubiera
pasado.
Kramer era el mismo y no se notaba.
—Entonces tu trabajo es auditar… —respondió Kramer.
Siempre he dicho: «si comienzas a hablar del trabajo,
cambia de tema cuánto antes»; los ojos de Kramer estaban
iluminados por un interés inocente en lo que hacía para
ganarme la vida. Para muchos no era el empleo más
interesante y, en ese instante, mientras seguía
interrogándome acerca de mi oficio, parecía que sí.
—Hago muchas cosas como auditora…
—¿Y te gusta?
Levanté la ceja derecha por un reflejo; «cómo detesto esa
pregunta», pensé, mientras controlaba el resto de mis
expresiones para que no se notara lo obvio.
—Sí… —vacilé.
—No parece que te guste —agregó—, ¿en serio lo hace?
—Sí —vacilé de nuevo—, claro que lo hace, me encanta
resolver problemas… sí sé que no es lo único que se hace
en mi línea de trabajo —comencé a explicar mientras que
recogía del plato lo que me iba a comer después de hablar
—, ya me lo han dicho mucho: qué no es el tipo de trabajos
que esperan que alguien como yo tenga o que lo que hago
es lo más aburrido que han escuchado en sus vidas..
—Yo no he dicho eso —interrumpió, en un gesto de
distinguirse de los demás.
—Lo sé, no estoy diciendo que lo hayas hecho —continué,
luego de terminar de masticar—, pero eso es lo que dicen…
—No hablemos de eso y ya… no es importante.
—O sea —ignoré por completo su sugerencia—, soy buena
en lo que hago, supongo que por eso aún no me despiden.
No quería levantar la mirada, sabía que la conversación
definitivamente estaba muriendo mientras más ahondaba
en el tema, pero por alguna razón sentía que debía seguir.
Estaba calmada a pesar de querer desahogar mis angustias;
segura de lo que estaba diciendo a pesar de vacilar con la
mirada. Era el lugar, él, la situación… lo que habíamos
compartido; todo.
—Lo que más me gusta de mi trabajo es que puedo resolver
los problemas tan obvios que nadie parece verlos sea en
cuentas, en sus operaciones, en sus sistemas… en lo que
sea; tengo tanto poder sobre ellos, necesitan de mí así no lo
sepan y eso me encanta… 
—Hum… —rezongó Kramer.
«Demonios, lo sabía»
—Hum… lo siento, no quise aburrirte con mi aburrido
empleo —me quejé, interpretando de la manera adecuada
su gesto de desprecio.
—No dije nada —se defendió.
—No necesitabas hacerlo… fue suficiente con eso.
Comencé a empujar con fuerza el tenedor sobre el plato
hasta escucharlo chillar, apretando el cubierto como si se
tratara de un puñal que atravesaba su pecho firme.
«Imbécil», pensé, mientras que comía en silencio evitando
el contacto visual esperando que se diera cuenta.
—No lo hice; no tienes por qué tomar esa actitud —me
sermoneó sin apartar su mirada penetrante de mi—, no
tengo razones para mentirte ni espero que me creas.
A pesar de que intentaba no verlo a los ojos, sentía la
presión de los suyos mientras me perforaban sin mucho
esfuerzo. Su presencia era intensa y ni siquiera estaba
haciendo algo para demostrarlo. «Tal vez soy yo», intenté
justificarlo, pensando que yo era quien le atribuía ese poder
que tenía sobre mí.
—No evites mi mirada —dijo, con un vocabulario fuera de lo
ordinario, pero con severidad.
Sin siquiera pensarlo, levanté la mirada.
—No tienes por qué enojarte conmigo; si mal interpretaste
algo de lo que digo o hago, dímelo y yo te haré saber si
estás en lo cierto o no.
Decidí no decir más nada, no tenía permiso para hablar. De
pronto, me sentí del mismo modo en que me sentía cuando
me tenía atada o simplemente estábamos desnuda: sumisa,
dominada. Esa sensación embriagante de la que tanto
disfruté, esta vez me empujaba contra el suelo como si la
gravedad hubiese aumentado solamente en ese lugar,
frente a él, por su culpa. Cerré los ojos y mi cabeza hizo el
resto.
Kramer no dijo más nada y yo no quise interrumpirlo. «No es
el momento —pensé—, mejor sigo comiendo» y eso hice.
Mientras lo veía comer en silencio, tratando de
concentrarme en mi propio platillo, el olor del cuero, la
sensación de la cuerda apretada sobre mi piel; el sonido de
cada azote, golpe y gemido comenzaron a hacer ruido, a
hacerse presente en mi mente como si se tratara de una
canción que no me podía sacar de la cabeza. Divagaba
sobre el recuerdo de sus manos apretando el látigo,
azotándome con él como si estuviera haciéndome un favor.
—¿Te gustó? —preguntó, recordándome que estaba en un
restaurante en frente de él.
—¿Qué? —estaba todavía perdida en mis propios
pensamientos.
«Contrólate, Lena...», me dije, esperando poder actuar como
una persona normal en frente de él, «Vas muy bien; no lo
vayas a arruinar», era un sentimiento fuerte que no lograba
entender ¿por qué estoy tan obsesionada con quedar bien
en frente de él? En ese momento no lo sabía.
—La pasta ¿te gusta? —repitió.
Kramer no estaba consciente de lo que estaba sucediendo.
—Ah... eso —dije, tratando de parecer casual—, sí. Está
deliciosa.
—Qué bueno... —sonrió él.
Me estaba sintiendo perdida; creía que en cualquier
momento estaría en una de esas situaciones en las que
reina un silencio incomodo por no tener qué otra cosa
conversar. Pero, dada la persona que él era, eso no sería
posible.
—¿Kramer? —preguntó Sara.
Las personas en la calle se veían tan pequeñas que, por un
momento, se hicieron de toda mi atención, logrando que
olvidara sobre qué estaba hablando e incluso lo que
acababa de decir tan solo unos segundos atrás. 
—Sí... pero ¿por qué gritas?
—Como no vas a saber quién es...
—Sé quién es; te dije que lo conocí cuando salí con Carl
¿verdad? 
—Sabes que no es eso a lo que me refiero. Kramer es uno
de los hombres más ricos del país —Sara suspiró
decepcionada, se llevó una mano a la cintura y otra al
entrecejo—, no puede ser que no sepas... tú —suspiró de
nuevo—, olvídalo. No importa.
—¿Pero ahora qué hice...? —intenté defenderme y decirle
que el hecho que ella hurgara todo el tiempo la vida de los
demás por su móvil, yo no tenía que hacer lo mismo.
—Cuéntame, ¿por qué no lo quieres ver?
Sara se acercó a mí y me entregó el cigarrillo por el cual fui
hasta allá, no obstante, el que me entregó, ya estaba pre
fumado.
—¿En serio?
Riéndose de la coincidencia, respondió:
—Te juro que no lo sabía.
—Sí, claro —respondí, encendiendo lo poco que quedaba de
mi cigarrillo. Inspiré el humo caliente y me relajé mientras
me imaginaba cómo llenaba mis pulmones, matándome
lentamente, pero embriagándome de una sensación
placentera que no podía encontrar en otra cosa—, no es que
no quiera salir con él —respondí a su pregunta.
—¿Entonces qué es?
—Qué ni siquiera sé si aún quiere salir conmigo —confesé—,
no me ha respondido las llamadas todas estas noches; sé
que durante el día está ocupado, pero... cuando siempre
hablábamos, ya no está para mí.
- ¿Desde cuándo están hablando por llamada?
—Creo que unos cuatro días, más o menos.
Comencé a contarle de qué hablábamos y por qué, de entre
todas las personas con las que había salido, él era diferente.
«¡Claro que va a ser diferente! —Dijo ella de pronto—, tiene
más dinero que la mitad de nosotros. Obviamente va a ser
diferente. ¿Qué esperabas? ¿Qué fuera como Carl?». Sara
era la persona menos sutil que conocía. Al final, mi historia
no pareció importarle demasiado.
—¿Y eso que tiene que ver con tu grito? —preguntó Sara,
interrumpiendo.
Suspiré, decepcionada de su falta de imaginación y
paciencia; si importar lo mucho que intentara elaborar mi
relato, a ella solamente le importaría el punto final, la razón
del por qué estaba contándole todo eso.
—Que estoy harta —concluí, sin llegar a la parte que quería
contarle.
—¿Por qué?, ¿acaso no quieres verlo?, ¿qué tiene que ver
eso con que grites y que no vengas a trabajar?
Hice un mohín con el rostro y aparté la mirada, esperando
que ella misma respondiera a su pregunta.
—Porque si no estás —continuó— interesada en él, ¿por qué
tanto drama?, ¿no es más simple ir a dónde quiere que
vayas y hagas lo que quieres hacer?
—¡Es que no es tan fácil!
—Ya es hora de que te comportes como una adulta, Lena, no
es como que vayas a estar todo el tiempo…
—Ay, no… —reproché con desdén—, ¿en serio vas a
empezar de nuevo con ello?
—Estoy tratando de ser honesta contigo; no puedes
simplemente…
—¡Claro que sí! —me erguí, intenté una última vez de
arrebatarle la caja de cigarrillos mientras estaba distraída,
pero no lo logré—. Yo puedo hacer lo que me venga en
gana…
Como no pude quitarle los cigarrillos, decidí irme de aquel
lugar con mi orgullo y dignidad intactos; no iba a escuchar
otra vez el sermón de ser una mujer madura y adulta.
—¿Sabes que si te vas así me estás dando la razón?
—¡No me importa, Sara! Mira cómo me voy —grité,
levantando mi mano mientras le daba la espalda para
señalarla con el dedo medio.
Juro que en ese instante la escuché gruñir de frustración;
reconozco que puede ser un poco difícil lidiar conmigo, pero
¿qué importaba? Mientras caminaba, recordé exactamente
lo mismo que evoqué en el momento en que veía a Kramer
comenzar la conversación por la cual me llevó hasta esa
cena: «¿por qué estoy haciendo todo esto?»
—No te voy a mentir —comenzó él—, pero la verdad quiero
estar contigo más de una vez.
—Podemos comer una que otra noche; no hay problema... sí
tan solo...
—Sabes que no es eso a lo que me refiero —aclaró.
Para ser honesta, no lo sabía, de hecho, sí creí que hablaba
de la comida.
—¿Entonces a qué? —dije con completa honestidad.
—¿Te gustó lo que hicimos la otra noche?
De nuevo, el recuerdo me golpeó como un cometa,
borrando por completo el rastro de cualquier otra cosa en
mi cabeza para dejarme tan solo con lo que sucedió aquella
noche.
—Claro que sí —respondí casi por instinto.
—¿Quieres repetirlo?
—Sí —dije, de igual forma.
—Solo quiero hacer lo que tú quieras, si no, esto no
funcionará para nada.
—Lo sé —aseveré, creyéndome una experta en el tema por
haber googleado unas cuantas palabras sobre lo que él
hacía para no sentirme como una tonta—, es consensual y...
—Quiero hacer de todo contigo, pero, si tú no quieres, no
tiene sentido que las haga.
Su forma de hablar me llenaba de anticipación.
—Sí quiero —dije, sin siquiera terminar de escuchar qué
tenía que decir.
—No... —interrumpió—, quiero que lo disfrutes; si no lo
disfrutas no me gusta; si no me gusta, no tiene sentido.
Quiero que seas capaz de disfrutar lo que te voy a hacer sin
importar lo que haga. Pero no lo lograré si no estás
dispuesta o comprometida. En el club me dijiste todo lo que
te gusta; ahora quiero que sepas todo lo que me gusta a mí.
—Está bien —dije, apretando el tenedor tras haber olvidado
que estábamos en un restaurante, vestidos y sin ser capaz
de hacer todo eso que él estaba insinuando.
Ni siquiera tuvo la necesidad de especificarlo, tan solo con
la firmeza de su mirada, sus palabras claras y su manera de
ser, no me cupo duda alguna de que lo que estaba
proponiendo era una forma diferente de ver la vida. Ahora,
observándolo en retrospectiva, tal vez no estaba del todo
segura de lo que quería; sin embargo, en ese momento,
recuerdo que acepté sin vacilar por el placer de la
experiencia.
Kramer era un hombre adulto, elegante, millonario —
aunque no tuviese nada que ver con lo que me quería
hacer, era una parte importante en su personalidad; así no
lo quisiera, lo definía como persona—, regio y autoritario. Su
tono de voz se comparaba con el de un locutor de radio
grueso, varonil, vibrante e intimidante. El verlo a los ojos
era suficiente para caer bajo sus encantos; fueron esos
mismos ojos lo que me obligaron a apartarme de Carl.
Mientras hablaba, describiendo todo lo que quería hacerme
(como si se tratara de una conversación completamente
normal en medio de un lugar como aquel), comencé a frotar
mis muslos apretando sutilmente mi entrepierna, sintiendo
cómo me escurría, imaginándome todo aquello que él me
decía y lo que no. El estar tan expuestos lo hacía incluso
más excitante.               
—Y no quiero esperar más por ello —continuó—, por eso te
pedí que comiéramos aquí.
«Lo supuse», me dije, para luego preguntarme qué tan lejos
estábamos de aquel club ya que, sí él no me invitaba a ir, lo
haría yo.
—Quiero hacerte mía de todas las maneras que conozco y,
si me lo permites, nos vamos a ir ahora mismo a hacerlo.
—Kramer... —aclaré mi garganta, aprovechando de pensar
un poco más lo que estaba por decir.
—¿Qué dices?
Las propuestas directas iban de la mano conmigo. Siempre
había odiado a las personas que hablan con rodeos para
decir que quieren algo; Kramer sabía qué quería y eso me
gustaba de él. La mejor parte era que, dentro de aquello
que deseaba, estaba yo. No lo pensamos mucho después de
eso: nos levantamos, caminamos hasta su coche y él
condujo directo hasta el club. Durante el viaje no dijo ni una
sola palabra o hizo algún sonido.
En lo que le respondí que sí estaba dispuesta, él cambió por
completo su actitud, recordándome al hombre del látigo. Por
esa misma razón yo tampoco hablé; tal vez eso significaba
que también debía adoptar la misma postura que aquella
noche: callada, sumisa. Estaba sorprendida por lo
emocionada que me sentía esa noche, recordando las
palabras en el restaurante, mi entrepierna húmeda y la
necesidad de sentirme bajo su domino.
De pronto, comencé a temer lo peor: «¿y si tampoco me
desnuda hoy?», ciertamente había disfrutado lo que me hizo
aquella noche, pero, ese día no tenía la intención de
dejarme puestas las ropas. De tan solo pensar en eso
recordé que me había depilado por completo, «tengo que
desnudarme», además de que, el estar desnuda, significaba
verlo a él sin ropa.
Lo miré de reojo, él conducía completamente en silencio,
sosteniendo el volante de su coche con mucha comodidad.
Regio, imponente y seguro de sí mismo; «¿cómo se vería
desnudo?», me pregunté, tratando de que no se notara que
lo estaba viendo. Pero no me pude contener de bajar la
mirada, desnudarlo con los ojos e imaginarme su piel
expuesta, preguntándome si estaba cubierto de vellos, si
era de tez suave, si tenía algún tatuaje o una cicatriz que
temiera mostrar y, lo que ocupó la mayor parte de mi
atención durante el viaje: de qué tamaño lo tendría, a qué
sabría, como olía, qué tan grueso era y como se sentiría
entre mis manos, mis labios o mis piernas.
Estaba idiotizada con algo que ni siquiera había visto,
haciendo preguntas que no era capaz de responder en ese
momento y que tan solo servían para alimentar más la
ansiedad que me estaba estremeciendo. Mi respiración
agitada comenzaba a ser más evidente en el espacio
confinado de aquel coche; «no pierdas el control», me dije,
consiente que a Kramer podría no estar esperando que
nada de eso estuviera sucediendo.
—¿Por qué insiste? Te dije que no estaba nerviosa —mentí.
Kramer negó con la cabeza con cierto aire de decepción
como si mis palabras no estuvieran enviando el mensaje
adecuado.
—Antes de que lleguemos, quiero que estemos de acuerdo
con lo que va a suceder de ahora en adelante.
«¿De ahora en adelante? ¿Qué, acaso haremos esto por
siempre?»
—¿A qué te refieres con ello? —inquirí.
—¿Qué tanta experiencia tienes con el kink?
—Este...
En situaciones como esas, normalmente afirmo con la
cabeza y digo: «sí, claro», para fingir que sé de lo que
hablo, pero en esa ocasión, estaba segura de que Kramer se
daría cuenta si lo hacía. Decidí quedarme callada.
—No mucha, por lo que veo... tenemos que hablar —agregó
Kramer, luego de aclarar su garganta.
3
Con las muñecas atadas en frente de mí con unas esposas
de terciopelo, mientras que una bola con orificios no me
dejaba cerrar la boca, observaba como Kramer se
preparaba, lo que me dio tiempo de repasar mentalmente
las reglas que habíamos pautado antes de empezar. 
«Son simples» dijo él, con mucha seguridad; tal vez,
queriendo contagiarme con esa misma actitud positiva de la
que rebosaba. Incrédulamente pensé que podría recordarlas
sin mucho esfuerzo si tan solo intentaba entenderlas; no
obstante, eran demasiadas. Ya no podía preguntarle, ni
siquiera podía abrir mi boca ¿cómo se supone que iba a
decirle que no me acordaba de nada?
—¿Estás lista para empezar? —preguntó Kramer, dando un
poco de tiempo antes de introducirse en su papel.
«¿Cómo se supone que le iba a responder?»; afirmé con la
cabeza a pesar de que «estar lista», no eran más que
palabras vacías para mí; no estaba para nada lista ¡¿cuáles
eran las reglas?! Con el corazón en la boca junto con la
mordaza de plástico y mis manos atadas, no podía pensar
en otra cosa que no fuera arruinar ese momento. Tanto que
lo habíamos hablado antes de empezar y, a tan solo unos
minutos de comenzar definitivamente, me olvido por
completo de lo que me dijo.
No obstante, no me dio tiempo de seguir recordándolo.
—Te dije que si te atrapaba robando en mi casa ibas a pagar
las consecuencias —comenzó a decir Kramer, interpretando
perfectamente su papel.
Un hombre millonario —como si no se le diera muy bien
representar ese tipo de personajes—, encuentra a su criada
hurgando entre sus cosas. ¿Qué decidió hacer? Atarla,
amordazarla y convertirla en su juguete sexual. Ahora me
tocaba a mi demostrar que estaba desesperada por
demostrarle que no intentaba robar nada.
—Yo no lo hice —balbuceé, aunque las palabras no salieron
de mi boca del modo en que debían.
—¿Qué estás diciendo? —inquirió, rodeándome—, ¿intentas
darme excusas? ¿Acaso crees que soy tonto? ¡Claro que
estabas robando!
Kramer daba vueltas a mí alrededor mientras que se
golpeaba la mano de manera amenazadora e intimidante
con un mazo de madera; una paleta enorme con un mango
para sostenerla, sin apartar la mirada de mí. El disfraz de
criada se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Poco a poco
me sentía más inmersa en el papel. Y lo hice más cuando,
de pronto, sentí el azote punzante de su tabla.
—¡Lo siento! —grité, tratando de que se pudiera entender
con aquello en mi boca.
—¿Qué dijiste? —inquirió, antes de darme otro azote.
Gemí de placer, dejando que mis instintos más salvajes
respondieran por mí. Kramer no dijo más nada, tan solo me
azotó de nuevo para luego agregar con una furia infundada
en su personaje:
—¿No es lo que querías? ¿qué te azotara?
No sabía que responder —aparte del hecho de que la verdad
no había manera de que pudiera decir nada con claridad—
porque, sin esperar más, me azotó de nuevo. Con cada
golpe entraba cada vez más al papel de criada; aquel
disfraz se volvía parte de mí, haciendo más emocionante
algo que ya de por sí me tenía ansiosa.
—Con que así son las cosas —agregó como una nota al pie,
luego de darse cuenta de algo importante—; ¿te gusta?,
¿verdad?
Instintivamente negué con la cabeza, se supone que no
debería estar disfrutándolo, no obstante, los labios húmedos
que empapaban mis bragas decían otra cosa. Sus azotes,
por algún motivo, me excitaban sin mucho esfuerzo; no sé si
era porque golpeaba tan cerca de mi vulva que la hacía
temblar o porque simplemente me encantaba que lo hiciera.
—No te escucho —exclamó, azotándome de nuevo— ¡habla!
—¡No!
—Entonces, no te gusta —masculló—, que bien, porque, ¿de
qué... —me azotó de nuevo—... sirve que... —otro azote—...
te guste... —un azote más—... el castigo?
Con cada uno de ellos, gritaba, gemía, me estremecía de
placer. «Mientras no rompas las reglas, no te tienes que
preocupar de nada —dijo Kramer antes de empezar—, si
haces algo que te saque del papel o que, en el mismo rol,
no debas hacer... te castigaré de verdad —agregó,
mirándome con ternura y firmeza al mismo tiempo—
¿entendiste?». Segura de mí misma y consciente de que
nadie me iba a azotar a menos que yo lo quisiera, afirmé
con la cabeza desbordando de confianza. Pero ¿qué eran las
cosas que no podía hacer?
—¡Joder! —exclamé, antes de sentir el azote que marcó la
diferencia.
Junto con él, regresaron a mi memoria, las muy específicas,
palabras de Kramer: no digas groserías. «Demonios —pensé
—, lo arruiné».
—¡Grosera! —gritó, dando otro golpe con la tabla— ¿qué fue
lo que dijiste? —inquirió, con un tono de voz desafiante.
—¡Lo siento! —intenté decir, pero la bola en mi boca no me
dejaba modular con claridad.
El dolor era diferente; me ardía y quemaba. Aquel golpe
sobre aquellos que calentaron mi cuerpo, que endurecieron
mis pezones y humedecieron mi entrepierna, se sintió tan
diferente que, en cuestión de segundos, convirtió aquello en
algo completamente diferente. Pero, el recibir el castigo no
era la peor parte, sino el saber que me lo merecía.
—Dije que sin palabrotas —espetó, azotándome de nuevo—;
¿crees que esto es un burdel? ¿En el que puedes estar
maldiciendo como te dé la gana?
—Yo... no...
—¡Silencio! —y me azotó de nuevo.
Kramer respiró profundo, soltó el mazo sobre la mesa y se
dio media vuelta mientras que se enrollaba las mangas de
la camisa. Mirándome directamente a los ojos mientras que
la saliva se deslizaba por mis labios, dijo:
—No vuelvas a maldecir o si no lo lamentaras ¿entendiste?
En ese momento me pregunté: «¿Quién se cree él para
hablarte de esa manera? ¿Por qué dejas que te ate, te azote
y te trate de esa forma? ¡Vamos! ¡Dile lo que quieres
decirle! ¡Envíalo al demonio, insúltalo! ¿Qué estás
esperando?» La mujer en mi interior, la que me había
llevado hasta ese momento de mi vida y con la que había
atravesado tantas experiencias, me estaba diciendo que no
podía dejar que un sujeto como él me sometiera, no
obstante, eso era lo que yo quería.
—Sí... mi señor —respondí, como la criada que era.
Mi cuerpo completo se estremeció con el escalofrío que me
recorrió desde la cabeza hasta los pies. Me sentí tan ajena a
mí misma, que no había nada en este mundo que me
ayudara a recuperar la dignidad que había dejado caer en
ese momento. Pero, se sentía tan bien que, en aquel
instante, no me importó en lo absoluto. «Soy su criada —
repetí para mis adentros— tengo que obedecer a mi amo».
—Así me gusta —aprobó Kramer, deslizando su mano por mi
espalda hasta detenerse en mis nalgas rojas las cuales
comenzó a masajear mientras hablaba—, muy obediente,
tan decente; que no maldice y que le gusta todo lo que le
hacen... porque, sí te gusta ¿cierto? —inquirió él y yo afirmé
subiendo y bajando la cabeza—. Pero eres una chica mala;
no puedes robarme sin recibir un castigo por eso ¿verdad?
—afirmé de nuevo.
Su dulce voz que enmascaraba una intención sádica y
erótica me hacía temblar, me excitaba; sentía cómo mi
entrepierna palpitaba tan solo de sentir como su mano
acariciaba mis nalgas rojas, mi espalda sudada y me
susurraba al oído como si estuviera consolándome. La
verdad, no me importaba cuál era su intención, solamente
me interesaba sentirlo.
—Qué trasero tan hermoso tienes. Es tan perfecto —fijó su
mirada en él—, tan suave... —de pronto, me dio una
palmada, estremeciéndome por completo—... pero hay que
hacerle saber quién es el que manda —dijo, mordiéndose
los labios y apretando mis nalgas fuerza—... ¿tú sabes quién
manda?
Respondí moviendo mi cabeza, afirmando con todo mí ser
que sí sabía quién era la persona a cargo.
—¿Quién?
—Usted —balbuceé, sin pudor, dejando que la saliva se
escurriera hasta mi barbilla. Ya no me importaba nada;
estaba completamente idiotizada por él.
Su mano siguió deslizándose entre mis piernas hasta llegar
a mi ingle, en donde, como si hubiera encontrado algo
completamente desconocido, comenzó a hurgar,
abriéndome para su deleite sin apartar la mirada de mis
ojos.
—Pero ¿qué tenemos aquí? —dijo, fingiendo asombro—,
vaya... a alguien le gusta que la castiguen ¿o no? ¿Por eso
querías robarme? ¿Era eso lo que estabas buscando?
Mientras más hablaba, más se adentraba en mi sexo;
jugaba con mis labios empapados, apretaba mis muslos y
me tentaba pretendiendo penetrar mis muros con alguno de
ellos. Negué con la cabeza ante su acusación tan absurda;
yo no estaba robándole, solamente intentaba ordenar su
closet, porque ese era mi trabajo.
—¿No me estabas robando?
—No... —dije, ahogada.
—¿En serio? —dijo con dulzura.
—Sí... —supliqué, deseando profundamente que terminara
de introducirme el dedo... ¡qué tanto estaba esperando!
—Porque, si me estabas robando... —agregó Kramer,
apretando los dientes antes de introducir salvajemente tres
de sus dedos en mi vagina—, porque si es así, lo vas a
lamentar —amenazó.
Sin contemplaciones, comenzó a sacudir su mano,
masturbándome como nadie nunca lo había hecho. Sabía en
donde empujar a pesar de que me encontraba boca abajo.
Sus dedos se movían de la forma correcta, saliendo y
entrando; recogiéndose y estirando entre mis paredes,
acariciando mi interior como si intentara sacar un tesoro de
mi vagina. Quería gemir, gritar, pero mientras más me
contenía, mejor se sentía.
«No gimas, si no te lo pido», dijo Kramer, cuando me
comentó sobre las reglas de nuestra nueva relación. Y de
eso sí me acordé; no quería que se detuviera a castigarme,
no después de hacerme sentir tan bien. «Una buena chica
recibe recompensas», y yo era la mejor chica que él podría
tener.
—¿Te gusta? —preguntó, aumentando el ritmo con el que
movía sus dedos— ¿ah?
—Humju —dije, con un sonido nasal, apretando mis labios y
sacudiendo mi cabeza de arriba abajo aguantando las ganas
de gemir.
—¿No vas a volver a robar?
—Hum... hum —negué, de nuevo, utilizando la nariz porque,
si abría mis labios, iba a gritar de placer.
Kramer no dejaba de moverse ni de respirarme en la mejilla
mientras que sus dedos perforaban mi interior. Esperaba
ansiosa a que me diera la orden de gemir porque
necesitaba gritarlo, decirle a todo el mundo que me sentía
increíble; mi cuerpo así lo demandaba; con cada ir y venir
de sus dedos, mi cuerpo temblaba de placer, alucinando con
el momento preciso en el que mi sexo estallaría sobre su
mano. Pero, como si él supiera lo que estaba por suceder, se
detuvo.
—Pero eres una chica mala —dijo con pesar— y las chicas
malas no pueden tenerlo todo —agregó, levantándose y
dejándome en medio del placer y la desesperación.
Reprimí las ganas de suplicarle que no se marchara con la
intención de prevenir que me castigara de nuevo. Tras
detenerse en frente de mí y luego de observarme por un
instante completamente destruida, con la saliva
escurriéndose de mis labios; temblando y deseándolo con
todo mi cuerpo... comenzó a desvestirse. No comprendí al
instante qué intentaba hacer porque mi mente estaba
dando vueltas alrededor de una sola idea: tener ese manjar
en frente de mí.
No lo había visto desnudo, pero cuando lo abracé para
saludarlo y la forma en que su ropa se ajusta a la perfección
a su cuerpo, es de suponer estaba detallado como escultura
de pies a cabezas. Intentaba no demostrar lo ansiosa que
me tenía desearlo sobre mí, con su pene sudado
recorriéndome la espalda mientras que me recita al oído
todo lo que quería que hiciera.
Kramer deslizó su mano derecha, suavemente por sobre su
abdominales; intentaba demostrarme qué era aquello de lo
que me estaba perdiendo, como si se tratara de un fruto
prohibido e imposible de encontrar.
«No es la gran cosa», pensé, tratando de no demostrar que
estaba completamente idiotizada. En el momento todo se
demostraba de otra forma; tenía mis ojos fijos sobre su
pecho, su abdomen y el resto de su cuerpo que lentamente
se iba desnudando.
—A las chicas malas —continuó Kramer— se les castiga con
mano dura —dijo, desajustándose el pantalón.
Cuando comenzó a bajarlo, mis ojos hicieron lo mismo,
siguiendo el movimiento de sus manos hasta que llegó a sus
rodillas y los dejó caer. En ese momento, estaba ansiosa por
levantar la mirada y encontrarme con lo que estaba
esperando. Mi cuerpo temblaba de deseo, mi entrepierna
húmeda y estimulada hasta el punto de la desesperación,
añoraba con fervor sentirlo de alguna u otra forma.
Fuera entre mis manos, en mi boca, en mi cara, sobre mis
muslos o dentro de mi vagina; no me importaba mientras
estuviera sintiendo la totalidad de su polla, de su ser, de lo
que se ocultaba detrás de sus pantalones aquella primera
vez que me hizo llegar a la gloria.
—Y sé exactamente qué usaré esta vez para castigarte —
agregó, sosteniéndose el pene, aun un poco flácido, pero
aun grueso y viril, como si tuviese la intención de azotarme
con él.
Sobre mí, soltó el velcro de mi mordaz luego de decir:
—Pero primero tenemos que quitarte esto —a lo que le
agregó—: ¡para darte un poco de esto!
Y sin darme tiempo de siquiera tragar la saliva que
escapaba de mi boca, introdujo impetuosamente su verga.
Sentí cómo la punta de su polla llegó hasta mi garganta y el
modo en que se iba haciendo cada vez más grande y grueso
mientras lo empujaba sin darme respiro alguno. «¿Qué es lo
que más te gusta que hagan contigo durante el sexo? —
inquirió Kramer antes de que empezáramos con nuestro
juego de rol—, pero que hagan contigo, no que te hagan a
ti». Pregunté a qué se refería, a lo que él respondió: «Qué te
gusta que una persona haga contigo, cómo te gusta ser
usada...».
Durante toda mi vida había hecho un sin fin de cosas
alocadas que fui adaptando a mi rutina diaria gracias
a una adolescencia descabellada. Intenté cualquier
tipo de locura con todos los tipos de personas en el
mundo, sin siquiera estar segura de sí lo que estaba
haciendo era lo correcto porque, en ese momento,
solo me interesaba disfrutar al máximo y, una de las
cosas que aprendí a amar fue:
—Oral...
—Creo que no estás entendiendo; ¿qué es lo que te
gusta que hagan contigo...? —insistió Kramer a una
repetición más de perder la paciencia.
—Ya dije: oral —reiteré.
—¿Te gusta hacer oral?
—Sí... —afirmé con la cabeza con entusiasmo—, no —
corregí—, bueno, lo que me gusta es hacer garganta
profunda.
—Claro... —asintió Kramer—, ahora sí —dijo,
sonriendo encantado. Me sentí alagada.
Tal vez no me acordaba de todas las reglas, pero sí
recordaba con claridad haberle comentado todo lo
que me gustaba del sexo. La garganta profunda, por
lejos, era mi actividad favorita para hacer con un
pene, después de ser follada. Por alguna razón, sentir
cómo una polla se apodera de mi boca hasta no
poder entrar más y comenzar a asfixiarme era una
experiencia increíble que me encantaba sentir;
además de que a todos los hombres con los que
estaba les encantaba que lo hiciera.
Eso se convirtió en un bono adicional. En ese
momento, atada y con la verga en la boca, sentí que
intentaría sondear el terreno y entender qué tanto
me gustaba que me follaran el rostro, no obstante, no
pareció importarle.
—Eres una mala chica —continuó diciendo Kramer
mientras empujaba más y más su polla hasta el
fondo de mi garganta—, tienes... qué... aprender a
no... meter las manos... en donde no debes...
Mientras me ahogaba con su verga, sostenía mi
cabeza para que no me escapara —como si quisiera
hacerlo—, empujando salvajemente sus caderas
hacia el frente y mi rostro en contra de su ingle,
obligándome a desear cada vez más poder respirar.
Era tan salvaje, tan intenso y perfecto que sentía
como mi vagina palpitaba de placer. ¡Era increíble!
Kramer no estaba conteniéndose en lo absoluto; yo
no era más que un simple juguete para su disfrute
—¡No... vas a volver... a robar más... nunca!
¿Entendiste?
Pero no respondí ¿cómo se supone que lo iba a
hacer?
La saliva salía de mi boca cada vez que él retraía su
pene y entraba de nuevo convertida en espuma cada
vez que lo empujaba de vuelta adentro.
—No te escucho —agregó sin detener sus caderas ni
sus manos— ¿qué no quieres volver a robar? ¿Eso es
lo que estás diciendo? —dijo, poniendo palabras en
mi boca.
A duras penas podía escucharlo hablar ya que el
sonido de mi garganta se apoderaba de la habitación.
Me sentía tan dominada, tan frágil y vulnerable que
no podía contener la emoción. Me jalaba el cabello a
la vez que enterraba mi nariz contar su abdomen
empujando incluso más mi rostro como si fuera capaz
de introducir más su verga. Pero, al igual que una
montaña rusa, tenía que bajar para poder elevarme.
—¡Ah! —dije, dando una gran bocanada de aire.
—No te escuché —insistió— ¿vas a volver a robar?
—No... —aclaré mi garganta tragando la saliva que no
se escurría por mi mejilla—, mi señor... no volveré a...
—No te creo... pienso que debo darte un poco más de
escarmiento...
En ese instante me sentí tan puta y descarada
porque, en lo que dijo eso, abrí de nuevo mi boca
sonriendo descaradamente. Estaba segura de que lo
volvería a introducir, pero, olvidé algo importante:
era él quien determinaba lo que se haría. Como una
novia en el altar, me quedé esperando con los ojos
cerrados creyendo que obtendría lo que quería, no
obstante, Kramer decidió hacer otra cosa con mi
cuerpo. «¿Y a ti qué te gusta hacer? —pregunté yo,
evitando que todo eso girara en torno a mí— o no sé
—vacilé— ¿qué te gusta que te hagan?», antes de
conocerlo, juraría que Kramer era un hombre cerrado,
casi como una bestia salvaje que solo le encantaba
dominar, tener todo bajo control y hacer sufrir a sus
víctimas. 
Sus zapatos pulidos, su traje de encaje y su postura
intimidante enviaban exactamente ese mensaje; no
obstante, me encontraba terriblemente equivocada;
por lo menos en parte. Sí, Kramer era una bestia en
el sexo, su forma de asfixiarme con la polla lo decía
todo, pero, lejos de ese mundo, era otra cosa.
—Me encanta hacer sentir bien a los demás… —
respondió Kramer.
Me reí en su cara, encontrándolo completamente
absurdo.
—¿Qué es tan gracioso? —inquirió confundido.
—¿Cómo va a ser eso que más te guste? ¿No te gusta
que te hagan nada o algo por el estilo? Te acabo de
decir que me gusta que me hagan garganta
profunda, por lo menos, esperaba algo parecido de ti.
—¿Qué me ahoguen con una polla? ¿Eso es lo que
quieres que te diga? —se burló de mí.
—Hum —me quejé, apretando los labios, un tanto
ofendida—, no me parece gracioso.
—No importa… —relativizó—, eso es lo que me gusta.
No lo sé, encuentro placer en darle placer a otros.
Sentir que tengo la capacidad de hacerlos sentir bien
con mis propias manos mientras me piden más;
escucharlos gritar, verlos retorcerse de goce y luego
ser parte de ese momento; eso es lo que me
encanta; sin embargo, me temo que eso no responde
a tu pregunta.
—Sí… —respondí bruscamente—, te pregunté qué es
lo que te gusta que te hagan.
—Me gusta que me supliquen.
—Ah…
Kramer era muchas cosas, pero, mentiroso, jamás.
De cierta forma me había parecido tierno que a él le
gustara hacer sentir bien a otros, no obstante, la
segunda respuesta, directa y sin vacilar, me hizo
entender que: se notara o no, era un sujeto
intimidante.
«¿Qué debía hacer? ¿Suplicarle?». Sus dedos
recorrían mi espalda sudada como si estuviera
trazando un camino sobre la arena mientras que
susurraba: «eres una chica mala» y hacía sonidos de
negación al chocar la lengua con el paladar. Me tenía
que resistir porque no tenía idea alguna de qué era lo
que sucedía cuando él recibía lo que quería.
«Es una pregunta estúpida, Lena», me dije;
obviamente sabía qué iba a suceder.
—Una persona siente la necesidad de ayudar a otra
—comenzó a decir Kramer, mientras seguía
deslizando su dedo sobre mi piel—, le da todo lo que
necesita, le ofrece un techo, un sueldo, comida sobre
su mesa y una vida digna… pero ¿qué obtiene uno
cuando confía demasiado en alguien?
Su dedo húmedo de sudor pasaba sobre mis glúteos
y entre ellos; ahora, lleno de otro tipo de fluidos, lo
deslizaba por mis muslos, detrás de mí rodilla y mi
pierna, cubriéndome de mí, de aquella esencia que
se escapaba de mi cuerpo gracias a todo lo que él
hacía conmigo. Pero no era suficiente, Kramer estaba
esperando por algo más.
Me cogió por los tobillos y abrió mis piernas, dejando
expuesta mi vulva para luego dejarme de tocar por
unos segundos.
—¡Y eso no lo puedo permitir! —gritó, regresando casi
al instante e introduciendo con ímpetu un objeto de
goma en mi interior.
—¡Ah! —grité de vuelta, sintiendo como me llenaba
por completo.
No era lo que quería, pero se sentía casi igual.
—¡Y vas a lamentarlo de alguna u otra forma! —dijo,
mientras que sacudía, sacaba e introducía de nuevo
aquel objeto invasivo— y me vas a suplicar que te
siga castigando, que te dé con más fuerza, con algo
más grande, con algo más duro…
Su mano parecía poseída; mientras hablaba, aquello
daba la impresión de que se movía por sí sola. Quería
gemir, maldecir, gritar a los cuatro vientos que se
sentía increíble, pero una sirvienta puta que robaba a
su amo no tenía el derecho de hablar… no obstante,
tampoco quería suplicarle, quería resistir y
demostrarle que no era cualquier mujer que se
derritiera con facilidad.
Aquel objeto que, más tarde logré identificar como
una verga de plástico que se asemejaba al pene de
algún demonio o animal —porque, anqué nunca
había visto alguno, no se parecía a ningún otro pene
que hubiera tenido entre mis piernas— que
claramente era la exageración de algún fabricante de
juguetes sexuales, se abría paso entre mis labios
expandiendo mi vagina como si estuviera entrando
un batallón de vergas a follarme. Me mordía los
labios aprovechando que ya no estaba amordazada
para no gemir lo bien que se sentía. Bruscamente me
penetraba, como si estuviera haciéndole honor a esa
polla de goma. Me tenía entre sus manos,
escurriéndome como si fuera un grifo abierto,
dejando escapar todos mis fluidos sobre el sofá con
curvas en el que estaba acostada.
Kramer sabía lo que hacía, aunque pareciera que solo
introducía y sacaba un objeto cualquiera. Empujaba
contra mis puntos más sensibles; rozaba mi clítoris
con el meñique cada vez que enterraba todo el
juguete en mi interior y, no conforme con eso, con el
pulgar apretaba la entrada de mi ano,
estimulándome por todos lados. Estaba a su merced,
pero aún no había perdido; seguía sin suplicarle que
me siguiera torturando.
Estaba a punto de llegar a mi limite, de dejarme caer,
de experimentar el mejor orgasmo de mi vida; tal vez
el segundo o el tercero. No importaba, iba a acabar al
fin.
«¡No! —Espeté para mis adentros—, ¿por qué?»,
estaba tan cerca…
—No creas que te voy a dejar acabar —dijo
maliciosamente tras sacar, sin vacilar, la verga de
juguete—, ¿quieres más? Tendrás que ganártelo.
Nalgadas, penetraciones interrumpidas a punto de
llegar al orgasmo —cada una con intervalos entre las
ellas porque sabía que así reiniciaría el estímulo—;
susurros al oído; me jalaba el cabello, me penetraba
la garganta con brusquedad y, de nuevo, volvía a
masturbarme con un juguete diferente. Apretaba mis
pechos como si quisiera arrancarlos o le daba
palmadas como si fueran un balón de voleibol.
Vibradores, penes de plástico, de goma; látigos, me
ahorcaba con sus enormes manos mientras que me
penetraba con cualquier objeto que tuviera en la
mano mientras que me decía: «si quieres llegar,
tienes que suplicármelo», pero yo era más fuerte de
lo que parecía y no me dejaría dominar.
Sin embargo, una cosa era lo que yo decía y otra lo
que exigía mi cuerpo. Aunque no estuviera dispuesta
a suplicarle, mis caderas perdían a gritos que las
cogieran de nuevo, invitándolo a penetrarme con lo
que él quisiera siempre y cuando me permitiera
alcanzar el clímax. Estaba al borde de la
desesperación y mi mente no hallaba en qué
aferrarse.
—Sé que lo quieres —continuó Kramer— sé que lo
deseas tanto que no puedes controlar tu propio
cuerpo; no tienes que resistirte, yo te voy a hacer
sentir bien si solo me lo pides —me apretó
suavemente el trasero intentando reconfortarme—,
solamente tienes que pedírmelo.
Me mordía los labios, apretaba los dedos de mis
manos y pies y aguantaba las ganas de gemir como
nunca lo había hecho; ni siquiera cuando me
masturbaba a escondidas en mi habitación o en
algún lugar público en donde debía controlarme,
aguanté tanto la necesidad imperante de gritar.
Kramer estaba sacando lo peor y lo mejor de mí al
mismo tiempo.
—¿Con que no lo vas a hacer? —dijo, sorprendido y a
punto de hacer más difícil aquello por lo que me
estaba haciendo atravesar—, veamos qué tan fuerte
eres si hago esto…
Y, como si no hubiera siquiera utilizado la mitad de
sus herramientas o habilidades, cogió un aparato y lo
puso entre mis piernas. Hice mi mayor intento para
ver de qué se trataba, pero, antes de que pudiera
identificarlo, comenzó a vibrar sobre mi clítoris.
Sensible, hinchada y a punto de morirme de placer;
aquel vibrador sacó lo peor de mi —¿o es que ya no
quería controlarlo más? —
—¡Ah! —grité— ¡Sí! Por favor, ¡hazme sentir mejor!,
¡déjame acabar, por favor!, ¡fóllame con tu enorme
polla!, ¡hazme tuya! ¡Te lo suplico!
Todo lo que quise decir a lo largo de la noche, escapó
como si de una olla de presión se tratase. Estaba
gritando todo lo que mi cuerpo y mi ser querían y,
tan solo a falta de eso, Kramer dejó escapar una risa
satisfactoria para luego agregar:
—Así es como me gustan mis perras… obedientes.
—¡Sí! ¡Soy tu perra! ¡Por favor, amo, hazme sentir
bien!
—¿No me vas a volver a robar?
—¡No! Nunca más mi señor, nunca más voy a hacer
nada que no quiera que haga; soy suya.
Y, como última instancia del juego de rol, Kramer me
puso de nuevo boca abajo dejando que mi trasero
quedara en la parte más alta del sofá, abriendo mis
piernas, me penetró como la perra que era.
—Gímeme —ordenó Kramer.
—Sí, mi señor —obedientemente comencé a gemir.
Con ambas manos abría mis nalgas al mismo tiempo
en que empujaba con fuerza su verga en el interior
de mi vagina. Era como si me estuviera asfixiando;
con la misa fuerza y entusiasmo, Kramer empujó
todo su ser en la totalidad de mi sexo, llevándome a
experimentar la sensación más increíble de la vida:
ser follada por un amo como él.
Sentía como se hacía cada vez más grande en mi
interior, sacudiendo mis ideas, mis sentidos; mi pobre
concepción de la vida antes de ese momento. Estaba
envuelta en una marejada de sensaciones
alucinantes que me obligaban a pedir más, a
suplicarle que me penetrase con más fuerza porque
eso que hacía no era suficiente para mí. Quería el
paquete completo de la bestia que me estuvo
torturando por tanto tiempo; deseaba sentir lo que
significaba ser la criada puta de un hombre como él.
En ese instante incluso consideré la posibilidad de
dejar mi empleo e ir a su casa a robarle vestida de
sirvienta tan solo para que me atara a la cama y me
hiciera suya. Ser domada por Kramer había sido la
mejor experiencia de mi vida. Y, mientras sentía
como me abría por completo, como se apoderaba de
mi cuerpo que ya no era mío. Me dejé vencer por el
placer. El orgasmo que por tanto tiempo estuve
esperando vino acompañado de una carga espesa de
semen al que previamente le había dicho que sí: «sí,
me encanta cuando me acaban adentro y me llenan
toda de leche», respondí ansiosa, porque para ese
punto ya habíamos pautado prácticamente todo lo
que se podía y no se podía hacer; me encontraba
excitada por tanto hablar de sexo.
Kramer no decepcionó en lo absoluto y, mis piernas
temblorosas y mi vagina empapada de fluidos de los
dos, lo podían confirmar.
4
Durante muchas etapas de mi vida me encontré con
personas que intentaban dar el siguiente paso
conmigo. Muchos insistían en que era la mujer de sus
vidas, que nadie los había hecho sentir como yo; que
era hermosa, que era perfecta… una que otra
babosada cursi acerca del amor a primera vista o el
encuentro de dos mundos completamente diferentes
colisionando en una perfecta armonía: ellos y yo.
Encontrándolo tan absurdo y ridículo como podía ser,
me negaba rotundamente. Hubo un tiempo en el que
les explicaba que tener una relación no estaba entre
mis planes y que no había nada en el mundo que
pudiera atarme a una vida de repeticiones, de
costumbres, de compromisos tontos y muchas otras
necedades de las que, por mucho tiempo, estuve
huyendo.
Eso fue al principio.
Luego de escucharlo cientos de veces, entendí que
no le debía ninguna explicación a nadie; la idea de
ser libre para hacer lo que me viniese en gana era
esa: hacer lo que me viniese en gana y no dar
explicaciones a ningún idiota que quisiera casarse
conmigo solamente porque lo dejé follarme por el
culo. Era obvio que ninguno de ellos sentía una
conexión astral; solamente habían visto que no tenía
límites y querían ponerme uno: ser solo de ellos. Esa
no era la vida que quería para mí.
Así que, comencé a decirles las verdades que no
quería escuchar:
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Imbécil! No quiero nada contigo.
Los miraba a los ojos con completa seriedad:
—Deja de molestarme y piérdete.
Después de que dejó de importarme lo que ellos
querían, comencé a sentirme mucho más libre en
comparación a como me sentía antes. Era una nueva
yo.
—No tienes por qué ser tan mala —me dijo Sara una
vez.
—Ellos no tienen por qué esperar que quiera
compartir mi vida con ellos cuando a penas y los
conozco —respondí con desdén.
—¿Y si alguno de ellos es tu alma gemela?
—¿Acaso parezco el estilo de persona que busca
tener un alma gemela? Eso es lo que menos me
importa; lo que quiero es disfrutar la vida, hacer todo
lo que pueda hacer mientras haya tiempo para
hacerlo.
Sara resopló porque sabía que no podía ser de otra
forma; no importaba cuantas veces me dijera que
estaba mal que los rechazara, que no tenía por qué
ser tan cruda o desconsiderada con ellos o cualquier
necia ternura que la motivara a criticarme; ella no
era muy diferente a mí por lo que sus palabras vacías
no nos llevaban a ningún lugar.
—¿Entonces cuando vas a dejar de utilizar al pobre de
Mike? ¿Ah?
—Eso no tiene nada que ver…
—Sabes que le gustas; no tienes por qué ser así con
él, tan mala y desconsiderada.
—Por lo menos no estoy siendo grosera y mala
persona.
—Yo soy honesta, no soy mala y… si me quieren
como soy, entonces que me quieran grosera.
En ese momento nunca pensé que atravesaría en
algo como esto; nunca me imaginé que estaría
cuidando mis palabras o si quiera guardándolas para
no molestar. Es curioso cómo dejé que eso que tanto
había evitado, sucediera.
—¿A qué hora hoy? —pregunté ansiosa.
—¿No me dijiste que sales a las cuatro de la tarde? —
respondió Kramer.
—Sí, eso hice —respondí mientras jugaba con la
cuerda que salía del teléfono fijo de mi oficina.
—Entonces a esa hora —confirmó—, y si quieres,
puedo mandar a alguien para que te busque.
—Vale —respondí.
—Está bien, nos vemos.
Ensimismada con la llamada, le envié unos besos
esperando —ridículamente— que viajaran cientos y
cientos de kilómetros a través de cables y señales
para que él los recibiera sobre sus labios, sus
mejillas, su cuello y cualquier otra parte de su cuerpo
en la que deseara tener mi boca. No me di cuenta en
lo absoluto de lo tonta que me veía.
—No es gran cosa, dijo Lena; esto es pasajero, dijo
confiada… —relató Sara de pronto, a mis espaldas,
luego de escuchar mi conversación o por lo menos la
parte vergonzosa de esta.
—¡Diablos, me asustaste!
—¿Diablos? —preguntó sorprendida—, ¿en serio vas a
seguir diciendo eso?
—¿Qué cosa? —vacilé, luego de darme cuenta de a
qué se refería—, ¿vas a seguir molestándome por
eso?
—Ah no —cambió su tono a uno más juguetón;
burlándose entre dientes de mi forma de hablar. Se
sentó en la mesa de mi cubículo—, yo me quejé
primero.
—¿Qué quieres?
—No mucho, solamente estaba pasando por aquí y te
escuché enviándole besitos y abrazos a tu novio.
—¡Joder! ¡No es mi novio!
—¡Aja! —se levantó y me señaló con el dedo,
reaccionando a algo que estaba esperando—, ¡lo
dijiste!, ¡sabía que no ibas a poder resistirte!
—¡Ya cállate! —luego bajé la voz—, nos van a
despedir…
—Ay sí —dijo con desdén—, ¿desde cuándo te
importa lo que hagan aquí?
Tenía razón. Ni siquiera habían transcurrido cinco
minutos desde que empezamos a hablar y no sonaba
como yo. Al poco tiempo me di cuenta de que era
algo que sucedía cuando estaba con Kramer o
después de hablar con él —como en ese caso— y, de
cierta forma, sin darme cuenta, estaba comenzando
a afectarme.
—No estoy haciendo algo, deja de molestarme —
sacudí mi mano como si se tratara de un molesto
mosquito.
—Sí, claro, nada —se quejó—, ahora soy yo la loca.
—Sí —asentí—, eres tú. Yo estoy tranquila trabajando
y viniste a molestar. ¡Eso fue lo que sucedió!
—Hum… sí, claro —agregó, descontenta—, la señorita
que más trabaja.
No estaba pensando en lo que hacía, solamente lo
estaba haciendo, concentrándome por completo en
mi encuentro con Kramer de esa noche. Se podría
decir que estaba funcionando en modo automático.
—No puedes decirme que no te estás portando
extraño desde que te ves con ese tipo.
—¿Y eso qué? No estoy haciendo nada malo.
—No es eso —insistió Sara—, sabes que no es eso de
lo que estoy hablando.
—No, no lo sé.
Sara resopló por la nariz, se notaba que intentaba
encontrar la manera de decir lo que estaba pensando
porque, cada que intentaba abrir la boca, se detenía
en seco y lo dudaba un poco; repitió aquella acción
hasta que simplemente habló.
—¿No te das cuenta de que estás cambiando por
completo por ese sujeto?
—No estoy haciendo nada —respondí.
—¿Cuánto tiempo tienes viéndolo? ¿Cuándo piensas
presentármelo?
—¿Tengo qué?
—Claro que tienes qué —espetó, casi ofendida—, es
tú obligación presentármelo. ¿Cómo se supone que
voy a saber si vale la pena o no? Ni siquiera me has
dicho su nombre.
—Te dije que no importaba, no es como que te diga
los nombres de todos con los que me he acostado.
—¡Porque con ninguno te has acostado por tres
meses seguidos!
Sara elevó tanto la voz que toda la oficina se quedó
en silencio por unos segundos, como si intentaran
ponerse al día con un asunto que no les importaba:
mi vida. Irritada, me levanté de la silla.
—¿Tienes que gritarlo? —susurré, pero aún estaba
muy furiosa— ¿quieres que todo el mundo se entere?
Sara me miró a los ojos, con una confianza que no
tenía mientras hablaba segundos atrás y, sin vacilar,
me dijo algo que no esperaba escuchar:
—Querida, ya todo el mundo lo sabe; es obvio que
estás saliendo con alguien desde hace tiempo; no
dejas de hablar de eso.
Muchas cosas me tomaron por sorpresa en ese
momento y, de cierta forma, me llevaron a chocar
con la realidad de tal manera que no podía creerlo.
Sara tenía toda la razón y eso, aunque extraño para
ella, me molestaba como nada nunca lo hizo. Luego
de que me comentara todo lo que tenía que decirme,
las cosas que juraba que había hecho por mucho
tiempo y que me habían llevado a cambiar tanto,
fueron demostrándome que, de alguna u otra forma,
Kramer se estaba volviendo precisamente en lo que
no necesitaba que se volviera.
—Hoy lo voy a ver —dije, preocupada, como si se
tratara de una entrevista muy importante de trabajo
— ¿qué le voy a decir? ¿qué pasa si digo algo
estúpido?
La ansiedad me estaba matando.
—Sí que eres rara, amiga —suspiró levemente con
una sonrisa sutil en sus labios—, hace un momento
estabas furiosa porque te diste cuenta de que estás
saliendo con un sujeto y ¿ahora te preocupa qué le
vas a decir? ¿Quién hace eso? —se rio.
—Es que… —vacilé—, no sé por qué las cosas
terminaron así; no se supone que estuviera en… no
es lo que…
—Ah, por favor…
De nuevo, Sara tenía razón, era algo tonto siquiera
pensar en eso. Por ello, respiré profundo, sacudí mi
cabeza y, levantando la mirada, dejé de vacilar.
—Sí, tienes razón —inhalé con fuerza, sonando mi
nariz—, es tonto.
—Hum... claro que lo es —asintió Sara—, no tienes
por qué preocuparte.
—Voy a decirle que no quiero verlo más…
Me senté en mi silla, cogí el teléfono por el que,
media hora atrás, hablé con él y me dispuse a marcar
su número de móvil.
—¡Ey! No… —exclamó Sara— ¿qué o qué? ¿Por qué
vas a terminar con él? ¿En serio? ¿Ni siquiera me vas
a decir quién es?
—Ya no importa, amiga, ya voy a acabar con esto —
dije, mientras que apretaba cada número con
determinación—, eso es lo que voy a hacer.
Sara comenzó a balbucear palabras sin sentido hasta
que, tras darse cuenta de que no estaba escuchando
su voz sino el tono de la llamada mientras esperaba a
que él me atendiese, extendió su brazo y la canceló.
—¿Por qué lo hiciste? —exclamé.
—No vas a terminar con él.
—¿Acaso no es eso lo que querías? —espeté, para
luego ver cómo su semblante cambiaba.
Sí, era eso lo que quería, pero, de pronto, como que
no del todo.
—No… bueno… no lo sé —vaciló.
—¿Entonces? Decide: o lo llamo o no…
Sara levantó la mano pidiendo una pausa; un
instante para poder pensar en lo que estaba
sucediendo. Ya no estaba tan segura de lo que quería
y eso se reflejó en su mirada.
—Vamos, amiga, dime qué quieres que haga… ¿para
qué me dijiste todo eso si no quieres que termine con
él?
Hubo un silencio corto; Sara seguía procesando la
información. Mientras esperaba a que dejara de
meditar, comencé a ver a mi alrededor en un gesto
de ansiedad para no pensar de nuevo en Kramer,
quien seguramente estaría preguntándose por qué
no seguí llamando. El tiempo pasaba y más pensaba
en eso —aunque intentara no hacerlo—. Lo
imaginaba mirándome a los ojos, sentado frente a mí
en esa cena que tanto insistió en que tuviéramos.
Tuvimos tanto tiempo follando en el club sin pensar
en otra cosa y comiendo lo que servían en el lugar —
lo que la verdad no se sentía en lo absoluto como una
cita; ha de ser por eso que no me di cuenta antes—,
que, según él, necesitábamos otro ambiente.
—¿Qué otro ambiente quiere que tengamos? —
pregunté, desafiante; tenía la necesidad de levantar
mi voz luego de una sesión intensa de sexo.
No sabía por qué, pero encontraba frustrante tener
que adoptar todo el tiempo la postura de sumisa. Sí,
lo disfrutaba tanto que no me daba cuenta al
momento; de hecho, ni siquiera me molestaba. Pero
en lo que terminábamos, necesitaba desafiar al
mundo… no lo sé, tal vez necesitaba demostrar que
no era así. Aunque, de todos modos, la mayor parte
del tiempo lo hacía inconscientemente. A Kramer no
parecía molestarle.
—Quiero invitarte a comer a uno de mis
restaurantes… —dijo él.
—¿Tienes restaurantes? —exclamé.
La noticia me tomó por sorpresa. Sí sabía que Kramer
tenía dinero, pero no «qué tanto».
—Sí… cinco, en total.
—¡Demonios…! —espeté sorprendida.  
—Y… de verdad me gustaría que fuéramos a comer.
—¿Por qué insistes tanto? Te dije que no tengo tiempo
para hacerlo.
—Puede ser después de que salgas del trabajo,
podemos no venir o simplemente venir más tarde…
total, el lugar es mío.
Me sentí increíblemente estúpida ese día,
descubriendo tantas cosas sobre él después de tanto
tiempo —que la verdad no estaba notando del todo;
lo que para todos habían sido tres meses, para mí se
sintieron como un par de semanas—, no obstante, no
pude ocultar mi sorpresa. No lo grité, pero mi rostro
lo dijo todo.
—¿No lo sabías? —dedujo Kramer.
—No, bueno… sí sabía que eras importante aquí, pero
no que esto fuera tuyo.
Kramer sonrió como si encontrara tierna y graciosa
mi ignorancia.
—Sí, bueno, tampoco preguntaste —se justificó—, y
tampoco te lo dije, así que…
—Sí… es que nunca se dio el momento —asentí.
Kramer me miró a los ojos y me pidió de nuevo que
fuéramos a comer; estuvo planeando aquella velada
por días y que, en serio —muy seriamente—, quería
hacerlo. No lo encontré extraño porque ya estaba
acostumbrada a sus peticiones extrañas, pero, ahora,
con Sara recalcando todas aquellas cosas de las que
no me di cuenta; comencé a verlo todo de otra
manera. 
—No quiero que termines con él —dijo ella al fin,
luego suspiró como si hubiera acumulado una gran
cantidad de valor para decirlo.
—¿Por qué no quieres que termine? Me acabas de
decir que…
—No era eso lo que quería —recalcó—, lo que quería
era que me dieras un poco más de atención, eso es
todo.
—¿Atención? Eso suena ridi…
Pero antes de poder terminar de decirlo, me di
cuenta de que no lo era. Habían pasado tres meses...
ni siquiera me había dado cuenta de eso, mucho
menos de que no le hablé durante todo ese tiempo.
—Es que, cuando por fin logro tener un momento
contigo en el que no estás haciendo nada o
apresurada para irte, estás hablando con un sujeto
que no conozco y que no me quieres presentar y,
ahora… por mi culpa y luego de que estabas tan feliz
con tun nueva vida… —tragó saliva por unos largos
segundos—… quieres terminar con él… —su vos se
comenzó a cortar, anunciando una fuerte
precipitación en sus ojos.
Sara era una mujer sensible, honesta; fuerte y directa
cuando debía serlo y frágil cuando no podía más con
la presión. ¿Por cuánto tiempo pensó en esto para
estar llorando de esta forma? Me sentí terrible, ¿qué
clase de amiga hace eso?
—Amiga, lo siento… no quise…
—No se trata de mí —interrumpió—, no necesitas
estar conmigo todo el día o decirme el nombre de tu
novio…
Reprimí las ganas de decirle que no era mi novio, que
no tenía por qué llamarlo así, pero, en ese momento,
mientras que la veía y escuchaba desahogarse
pensé: «Bueno… ¿De verdad no es mi novio?»,
aquella conversación comenzaba a ser catártica.
—Se llama Kramer —dije— Kramer Schweizer.
Y, como si todo hubiera dado un giro de ciento
ochenta grados, Sara abrió los ojos con sorpresa, de
hecho, era mucho más que eso. Sus parpados
subieron tanto que parecían haber desaparecido, su
voz se cortó de inmediato; su boca quedó abierta en
medio de una palabra sin terminar mientras que su
ceño quedó fruncido dejando en su rostro una
expresión de confusión. Tiesa como una estatua, no
dijo más nada por unos segundos más. Cuando por
fin habló, olvidó por completo de qué estaba
hablando.
—¿Estás loca? —gritó desesperada— ¿quieres
terminar con Kramer?
La forma en que dijo su nombre me dio la impresión
de que lo conocía de mucho tiempo; que entre los
dos existía una confianza de la que nunca, ninguno
de los dos, me había hablado.
—¿Lo conoces? —la sorpresa que había detenido su
rostro antes comenzó a invadirme.
—¡Todo el mundo lo conoce, Lena! ¿Cómo demonios
no sabes quién putas es? 
 
***
¿Qué tanto se puede llegar a conocer a alguien con
una búsqueda en internet? Antes de ese día, aquella
pregunta nunca me molestó. Sí, sabía que muchas
personas dejaban expuesta su información personal
de tal manera que, si alguien experimentado de
pronto se levantaba de su cama con la idea de
arruinarle la vida a otra persona, podría descubrirlo
todo. El problema era que yo no soy una persona
experimentada y, la verdad, tampoco me levanté con
ganas de arruinarle la vida a alguien —aunque, de
cierto modo, eso fue lo que conseguí: arruinarme la
vida—, entonces ¿por qué lo sé todo de Kramer
ahora?
Durante tres meses estuve dejando que un completo
extraño me amordazara, me atara, me azotara, me
jalase el cabello, me introdujera su lengua en el ano
—mientras yo hacía exactamente lo mismo—, me
penetrara con todo tipo de objetos, me dijera que era
suya, me obligara suplicarle que me follase más duro,
que me azotara con más fuerza y que me penetrara
con todo tipo de cosas sin siquiera saber quién era,
de donde sacaba su dinero, dónde vivía, con quien se
había casado o de qué era dueño… ¡Nada!
Todo el país —y capaz todo el mundo—, conocía a
Kramer ¿por qué yo no? Ofendida por alguna razón
absurda que no logro comprender, le dije lo que
siempre le digo a todas las personas cuando intentan
empezar una relación conmigo:
—No quiero tener ninguna atadura en este momento;
discúlpame, por favor. No eres tú, soy yo…
Bueno, eso es lo que le debería decir a los demás
para no lastimarlos, pero, esta vez, sí lo hice y, por
alguna razón, no sentí que lo estuviera lastimando.
Kramer no dijo nada ni me detuvo ni le pidió a su
guardaespaldas que me siguiera. No corrió detrás de
mí, no me llamó de nuevo o les preguntó a mis
amigos o a mis padres sobre mi…
Casi todos los hombres —exceptuando aquellos que
tenían muy claro que, sin importar lo bien que la
pasaron conmigo, no íbamos a empezar una relación
— que juraban estar enamorados de mí, hicieron, de
alguna u otra forma, eso para llamar mi atención.
Kramer no.
«No pienses en eso», me dije, tratando de no pensar
en eso —obviamente—, pero fracasando de tal
manera que, sin siquiera intentarlo, me hallaba como
una tonta pensando en él. Era absurda la manera en
la que, en tan poco tiempo, había logrado hacerme
sentir de esa forma; desearlo tanto.
Y es que, sí, lo deseaba demasiado.
Como todo lo que intento resolver en mi vida,
comencé otra relación. Sara me dijo: «Amiga, creo
que estás obsesionada con tener una relación; como
una adicción poco sana que te lleva a desesperarte si
no tienes una relación». Y yo le respondí: «Le dicen:
adicta al sexo», orgullosa de tener una adicción. «No
—insistió—, al sexo no, a las relaciones»; me miró a
los ojos, me cogió por los hombros y agregó:
—Adicta… —vaciló—, no lo sé… ¿obsesionada? Por
tener a alguien a tu lado para que te ayude a borrar
cualquier problema que tengas y con quien puedas
compartir lo que sea: comida, drogas, sexo, licor… no
importa —me soltó los hombros, aclaró su garganta y
continuó—. Lo curioso es que, del mismo modo en
que las buscas desesperadamente, también huyes de
ellas.
Sara, a veces, en muy contadas ocasiones, decía
cosas como esas. Fuertes, claras y directas.
—No seas estúpida —respondí, obviamente sin ver el
punto.
—¡Y lo estás negando! ¿En serio no lo ves?
—No, no veo nada... no tiene sentido nada de lo que
estás diciendo; no sé por qué siempre coges la
misma actitud cuando salgo con alguien ¿por qué no
me dejas hacer lo que quiero y ya? —respondí,
disgustada por recibir tanta presión—, o ¿es que
ahora resulta que no puedo salir con nadie sin que te
molestes conmigo? 
Sara, respiró profundo y gruñó de la frustración.
—Sabes que no es eso de lo que estoy hablando,
Lena; ¿por qué cambias de tema?
—Porque eso es lo que estás diciendo; ves que estoy
saliendo con otra persona y de inmediato me abordas
con alguna de tus palabras rebuscadas para decirme
que no está bien y, cuando te digo que no es nada
serio ¡me abordas de nuevo para decirme que tengo
que estar con alguien! ¡Pero no es nada serio!, ¿por
qué necesitas tanto que tenga una relación con
alguien cuando no quiero? Estoy bien así, no tienes
por qué molestarme todo el tiempo —expuse, sin
detenerme ni siquiera para respirar
Sara insistía todo el tiempo con temas como esos, no
obstante, yo continuaba ignorando su punto dándole
mi atención al siguiente candidato de mi interés.
—¿Todo bien? —preguntó Bruce, recostado de su
coche en frente de mi trabajo.
Tenía una actitud fresca que intentaba llamar la
atención de los demás, pero que siempre pasaba
desapercibida porque, la verdad, a los demás no nos
importa qué te sientas bien contigo mismo.
—¿Segura? —insistió, luego de que le respondí con un
«sí», seco y me monté en su coche—, sí tú lo dices.
—Sí, yo lo digo ¿nos vamos?
Bruce encendió el motor de su coche y, lentamente,
lo fue sacando de donde lo tenía aparcado, con una
sonrisa, de nuevo, muy fresca como para que a
alguien le importe.
—¿Por qué sonríes tanto? —pregunté con desdén.
Él evadió mi pregunta riéndose como si hubiera sido
un chiste y haciendo otra pregunta:
—¿Para dónde quieres que vayamos?
—No lo sé, para donde tú quieras.
—Quiero ir para donde quieras ir tú —respondió, sin
apartar la mirada del camino.
—Que no lo sé, solo quiero hacer algo —insistí;
definitivamente no le iba a decir para donde iríamos,
no me correspondía a mi hacerlo.
—¿Por qué no me quieres decir? ¿Acaso no querías
hacer algo?
—Sí, eso dije, pero no sé qué; estoy abierta a lo que
sea... —respiré profundo, controlando mi estado de
ánimo. Fingí una sonrisa y agregué—: dime tú qué
quieres hacer.
Bruce sonrió de nuevo. Sus lentes de sol, su postura
fresca; la manera absurda en la que cogía el volante
de su coche como si estuviera conduciendo un
convertible en un comercial de coche genérico en el
que todos siempre conducían de esa forma, porque
hacerlo era un símbolo de estilo y naturalidad. No se
veía nada natural para mí. Pero lo que más me
irritaba era su sonrisa tan fresca ¿por qué era así? Y
¿por qué fresca? No era soberbia, no era indiferente o
de alguien que estaba demasiado alegre con la vida a
pesar de todas las desgracias que golpean a diario al
planeta... no; no había otra manera de decirlo que no
fuese fresca.
Su sonrisa me hizo suspirar del asco.
—Bueno, si quieres vamos a comprar comida y
después a mi casa ¿te parece? —dijo, emocionándose
antes de que le respondiera—... vemos unas películas
y pasamos la tarde tranquilos ¿quieres? 
«No puede ser —pensé, incapaz de creer que fuera
tan genérico y básico—, ¿ni siquiera se va a
esforzar?»; Carl por lo menos intentó sorprenderme
con algo diferente, pero ¿él? Él ni siquiera fue capaz
de decirme que lo único que quería era coger. No
podía imaginarme una persona menos creativa que
este sujeto.
—Está bien —respondí, sin ánimos de decirle que era
un idiota.
«No eres la misma —pensé, imaginándolo con la voz
de Sara y su peculiar tono de preocupación que suele
utilizar cuando sabe que tiene la razón—, tú no eres
así... has cambiado»; de nuevo, me sentí como una
tonta al darme cuenta de que estaba confirmando lo
que ella había dicho. Sin embargo, no podía creer que
fuera cierto —no del todo—, porque, la última vez
que lo mencionó, estaba con Kramer y, desde
entonces, he hecho todo exactamente igual a como
lo estuve haciendo toda la vida.
No obstante, no le dije lo estúpido que me parecía su
plan. ¿Será que sí he cambiado un poco? Tratando de
ignorar aquello en lo que estaba pensando, intenté
distraerme con las ridiculeces de Bruce, sin
analizarlas demasiado y obligándome a sonreír
cuando parecía que decía algo gracioso que, al final
del día, no lo era en lo absoluto. Dispuesto a
mantener su plan, fuimos al supermercado a comprar
todo tipo de cosas: dulces, botanas, caramelos,
bebidas gaseosas... lo que hizo que me preguntase si
en verdad pretendía ver una película conmigo... en su
casa.
«Si en realidad pretende traerme a este lugar porque
(por alguna estúpida razón le parece la mejor cita del
mundo) tiene la intención de hacer exactamente lo
que dijo que íbamos a hacer... lo voy a matar... en
serio», me dije, mientras esperábamos nuestro turno
para pagar. No tenía razones reales para estar
furiosa, pero, de verdad que lo estaba. De camino a
su casa, Bruce no dejó de hablar acerca de todas las
películas que podríamos ver; explicándome por qué
me iba a gustar tal género en específico, con ese
determinado actor o actriz, de un director
desconocido, de una producción que, a duras penas,
proyectaron en su país natal.
—Te va a encantar —decía al terminar cada
recomendación—, en serio. Es lo mejor de lo mejor.
Nadie sabe esto, pero esa película inspiró...
De vez en cuando miraba a través de la ventanilla
fingiendo que lo escuchaba mientras me distraía con
cualquier otra cosa o me perdía en algún
pensamiento tonto que resultaba mucho más
interesante que eso que él intentaba decirme. «Creo
que, si vamos a ver una película», dije de pronto,
empañando el vidrio con un suspiro, convencida de
que sería la cita más aburrida de mi vida.
No podía creer que, de todas las personas que había
rechazado para salir con él ese día, Bruce resultara
ser mi peor opción. «Diablos... ¿qué fue lo que vi en
él?», me dije, consciente de que sí, era un sujeto
apuesto que iba al gimnasio y tenía un lindo coche,
un porte elegante y una sonrisa bonita. «O sea, no
está tan mal —me justifiqué—, tal vez solo estoy
molesta por lo que me dijo Sara, eso es todo»;
ignorarlo hablar me resultó terapéutico. Me dio una
razón para pensar que, tal vez si veía todo a través
de otro cristal, podría disfrutarlo como él,
obviamente, lo estaba haciendo.
En una situación similar, con Kramer, estaría
conversando sobre qué cosas haríamos ese día, de
qué forma me gustaría que me follara, qué cosa
quería probar; por qué eso en específico y todo lo
que debía saber sobre determinada práctica. Con él,
durante tres meses, aprendí tanto que sentía que no
había forma de ser sorprendida de nuevo hasta que,
en nuestro siguiente encuentro, llegaba con una
sorpresa increíble.
De alguna forma u otra, estaba predispuesta a
discutir qué cosas haríamos y de qué forma. Quería
saber qué cosas tenía para mí porque, la
comunicación lo era todo en una relación así.
Debíamos tener claros nuestros roles para disfrutar al
máximo lo que íbamos a hacer, todo de manera
consensual.
Aunque, ahora que lo pienso, con Kramer todo
siempre fue sexo. ¿No hay otra cosa qué ofrecer?
Bruce por lo menos quiere ver una película.
—Bruce, ¿por qué me invitaste a salir? ¿qué quieres
hacer conmigo hoy? —pregunté, de pronto, sin razón,
sin filtro e interrumpiendo lo que me estaba diciendo
acerca del cine bielorruso.
—¿Por qué lo preguntas? —dijo Bruce, sonriendo de
nuevo, encontrando curiosamente graciosa mi
pregunta.
—No lo sé, solamente quería saber por qué de pronto
me invitas a salir para después llevarme a tu casa a
ver una película ¿qué es lo que quieres hacer? ¿Cuál
es tu plan?
Lentamente, su sonrisa se fue borrando. Ya no me
estaba viendo directamente a los ojos, de hecho, ni
siquiera me estaba viendo. Su mirada se encontraba
completamente fija en el camino a excepción de esos
esporádicos y cortos instantes de tiempo en los que
se giraba para verme, aún, sin hacer contacto visual.
—¿Qué o qué?... ¿por qué?... —dijo vacilante y
preocupado—, ¿no quieres hacerlo?
El sujeto confiado que se encontraba hablando con
una mujer como yo —porque mi reputación en la
oficina me precedía de algún u otro modo— sobre
cine extranjero, local y las mejores películas del
mundo; de pronto desapareció para darle paso a un
chico inseguro que no podía soportar las preguntas
directas. En ese momento, me di cuenta de que
estaba llevando aquello un poco más lejos de lo que
debería. Debido a ello, sacudí mi cabeza y fruncí el
ceño con indiferencia mientras sonreía para calmar
las aguas que acababa de perturbar, tan solo para
decirle que no importaba, que lo olvidase.
«Tal vez Sara sí tiene razón —pensé—, sí cambié un
poco».
A los pocos minutos llegamos a su casa en donde, de
hecho, sí intentamos ver una película. Luego de un
rato, más calmado y con una confianza renovada,
Bruce colocó su brazo sobre mi hombro después de
fingir estirarse como lo hacían en las películas —
tengo la impresión de que hacía muchas cosas de esa
forma, lo cual se podía deducir partiendo de su amor
natural por ellas—, y, como no tenía motivos para
rechazarlo, lo permití, e incluso, me recosté sobre su
pecho y coloqué mi mano sobre su muslo, muy cerca
de su entrepierna.
No era mi intención, ciertamente, no del todo. Solo
quería hacerlo para recordarle que, ese día, estaba
dispuesta a lo que fuese si él quería intentarlo.
Después de todo, estábamos en una cita. Luego de la
conversación en el coche y de mi momento de
reflexión, comencé a ver a Bruce a través de otro
cristal. En realidad, se trataba de un sujeto dulce que
estaba esforzándose en ofrecerme una cita
entretenida al hacer lo que más le gustaba.
Pero, a pesar de que le había dado una señal muy
clara al dejarlo colocarme el brazo al rededor del
cuello, de recostarme sobre su pecho, colocar mi
mano sobre su entrepierna, de acomodarme el
cabello «porque tenía calor» para que se viera mejor
mi pecho semidescubierto y ¡de apretarle de vez en
cuando la misma pierna!, no parecía entenderlas. Por
otro lado, tampoco quería ser muy directa; después
de la actitud que adoptó cuando le hice aquella
pregunta en el coche, no creí que estuviera
preparado para nada.
Debía ser consensual para que pudiéramos hacerlo,
de otro modo, no sería lo mismo. Esa fue mi intención
en el coche, pero, ese momento me di cuenta de que
no era lo mismo. De repente, haciendo cualquier cosa
menos ver a la pantalla del televisor, un vacío
repentino me invadió el pecho porque había pensado
en algo, en alguien... estaba pensando mucho en eso.
«Pero ¿por qué ahora?» dije para mis adentros.
Respiré profundo y concluí que, si seguía intentando
disfrutar aquella película, más pensaría en eso.
«Qué se joda... es ahora o nunca» y, cogiendo las
riendas de la cita, subí mi mano y le apreté el pene
sobre el pantalón. No sabía qué cosas estaba
pensando, si lo había reconsiderado o si se estaba
tomando su tiempo, pero, la verdad, yo no podía
seguir esperando. Bruce se estremeció un poco,
cortando su respiración en un sonido fuerte y
repentino.
—Lena... —dijo sorprendido.
—¿Quieres hacerlo? —levanté la mirada y lo vi
directamente a los ojos para estar segura antes de
hacer cualquier otra cosa.
Bruce mantuvo firme sus ojos sobre los míos, en
silencio, como si estuviera evaluando lo que íbamos a
hacer y, en cuestión de unos minutos, hizo lo que
tanto estaba esperando.
—Claro que quiero.
Me cogió por los hombros y yo seguí sus pasos. Nos
comenzamos a besar con intensidad, como si
intentara quitarme le rostro con los labios. Estaba
emocionada porque, desde que acepté su invitación,
esa era mi intención: estar con él, sentirlo, entregarle
mi cuerpo.
Era la mejor terapia para olvidar.
Mientras me apretaba los pechos y buscaba mis
pezones sobre la tela de mi camisa, intentaba
desnudarme tan rápido que me dejó con la impresión
de que quería hacerlo antes de que yo cambiara de
parecer; como si no creyera que eso estaba
sucediendo. Intenté no darle importancia a ello y me
concentré en sus besos apresurados, en sus manos
curiosas y su verga que cada vez se hacía más
grande.
La apretaba con mayor fuerza sobre el pantalón,
esperando el momento correcto para sacarla y
comenzar a mamársela, porque, si no me
equivocaba, eso era lo que siempre hacía de primero.
Desde hace tiempo no tenía sexo con más nadie y,
estando con Kramer, dejaron de ser iguales de una
manera tan drástica que, la palabra «sexo», cambió
por completo para mí.
Lo que quería era que me dominara, que me cogiese
por el cuello y me tumbase de espaldas en el sofá
mientras me arrancaba la ropa a la fuerza. Aunque,
no se lo había dicho. «Sea lo que sea que suceda
estará bien», pensé y me di cuenta de que estaba
esperando demasiado de él y que, lo mejor, sería
actuar como acostumbraba antes: primero una
mamada, después dejar que me comiese el coño; ver
qué era lo que le gustaba, disfrutarlo y luego follar
como bestias salvajes.
Ese era el procedimiento, la forma correcta de follar...
o eso creía.
—Eres increíble —dijo, jadeando entre besos.
Parecía que corríamos un maratón.
—Eres perfecta —continuó él, interrumpiendo entre
intervalos el beso que yo estaba intentando disfrutar
—, me encantas... no puedo creer... que estemos...
haciendo esto.
—Yo tampoco —mentí.
«Aunque ¿para qué demonios me invitó a salir si no
esperaba acostarse conmigo?», una intriga salvaje
comenzó a invadir mi atención.
—Eres demasiado hermosa —dijo, luego de cogerme
por los hombros, apartarme un poco e interrumpir el
beso por completo.
Me sentí alagada y un tanto incomoda dado que no
entendía por qué, de pronto, sintió la necesidad de
hacer eso. Sonreí nerviosamente tratando de que
pareciera natural, esperando que no volviera a
hacerlo si le demostraba que me había gustado. ¿No
se supone que vamos a follar? No necesita decirme
ese tipo de cosas; literalmente estoy dispuesta a
acostarme con él.
Después de decir ello, parecía que no sabía qué más
hacer. La bestia se había calmado. La intensidad de
sus besos bajó y yo no tenía idea de si debía tomar el
control o no; en ese momento me pregunté ¿qué
haría Kramer? Tras reconocer que fue una pregunta
estúpida porque ahora estaba pensando en él
mientras me encontraba con otro, encontré la
respuesta.
—¿Nos saltamos todo esto? —pregunté, aludiendo a
los preliminares.
—¡No! —respondió de inmediato—, no es eso... —bajó
la mirada—, es que no sé si...
—¿No sabes qué hacer? —me apresuré a decir.
—Yo no...
—Si quieres te puedo decir qué hacer y lo hacemos
¿está bien?
—Pero es que... no quiero que creas que no sé... es
solo que...
—¿Qué cosa?
—Yo quiero que tú disfrutes y no sé qué te gusta...
«Yo quiero que tú disfrutes», resonó con tanta fuerza
en mi cabeza que el rostro de Kramer apareció con
ímpetu frente a mí; «con qué él no es el único». Esta
vez no sentí la necesidad de burlarme ni lo encontré
absurdo. Pero, ahora que me había dicho eso, me
dejaba en una encrucijada: ¿le decía qué tipo de
cosas me gustaba o le mentía para que me hiciera
algo con lo que se sintiera cómodo?
Pero, no conocía qué tipo de cosas lo hacían sentir
cómodo a él. Kramer nunca me puso en esta posición
porque él siempre estaba dispuesto a todo.
—¿Quieres hacer lo que yo quiero o lo que tú quieres?
—pregunté; luego me di cuenta de que la pregunta
no tenía sentido.
—¿Qué te gusta a ti? —dijo, ignorando prácticamente
lo que yo había dicho.
—No creo que...
—Solo dime —insistió.
Respiré profundo, cayendo en cuenta que Bruce no
iba a dejar de insistir y, si lo que quería era follar en
paz, tendría que decírselo, aunque, no pretendía ser
muy específica.
—Me gusta rudo —simplifiqué—, que me domen.
—¿Te gusta que te peguen? —parecía que intentaba
entender qué tan rudo me gustaba.
—Me encanta...
Por unos segundos parecía estar analizándolo todavía
hasta que una sonrisa se asomó sutilmente en su
rostro acompañada de una pregunta que, hasta el
momento, casi todos los hombres con los que había
estado me han hecho.
—¿Te gusta todo? 
A veces solía decir que no me gustaba algo cuando
no tenía ganas de hacerlo a pesar de que sí me
gustase, pero, esta ocasión era especial: quería
olvidar. Y, por como las cosas iban, no lo estaba
logrando. Necesitaba deshacerme de todo.
—Dispuesta —hice una pausa corta para mayor
intensidad— a… todo... —dije con lujuria y una
mirada lasciva.
Me acerqué a su rostro y tente una mordida en sus
labios.
—¿Lo hacemos ahora? —preguntó indeciso, pero
ansioso por empezar.
—Cuando tú quieras, tigre... —dije, lamiéndome los
labios.
Bruce recuperó el valor que había demostrado
minutos atrás y comenzó a besarme de nuevo
mientras me apretaba los pechos con fuerza. No era
suficiente, por lo que supuse que aún no estaba del
todo seguro.
—Más fuerte —le dije.
Y de inmediato aumentó la presión de su mano. A
pesar de todo, se sentía bien y eso era lo que
importaba. Poco a poco comenzó a probar cosas
diferentes, aun sin saber a qué me referí con «todo».
Con razón Kramer siempre hablaba conmigo antes de
tener sexo; este tipo de inseguridades lo arruinan
todo.
Luego de lograr desnudarme, comenzó a apretar mis
pechos tan fuertemente como podía, a pellizcarme
los pezones, a abrirme las piernas e introducirme los
dedos aprovechando lo empapada que estaba. Le
dije que me gustaba rudo y se esforzó por parecerlo.
—Te quiero sentir —le dije— ahórcame —agregué,
cogiendo la mano que tenía sobre mi pecho y
colocándola en mi cuello—, quiero que me hagas
sentir tuya.
Bruce estaba emocionado. Lentamente fue
aumentando la presión en mi cuello, aunque no lo
suficiente como para hacerme sentir que estaba
perdiendo el aire. Ahora, cogí la mano que estaba
entre mis piernas y lo fui guiando en el camino
correcto.
—Más fuerte —le dije, refiriéndome a todo.
Aumentó el ritmo, la presión, la fuerza, el agarre...
me besaba como si estuviera intentando atravesar mi
rostro con su cabeza; me apretaba los pechos como
si quisiera sacarles el relleno; me masturbaba como
si intentara abrirme más de lo que ya estaba y me
asfixiaba como si en realidad intentara hacerme
perder el conocimiento.
—Sí... ¡así! —grité, sintiendo un escalofrío que me
recorría el cuerpo.
No me había dado cuenta de lo mucho que
necesitaba eso; que me follaran, que me hicieran
sentir con vida. No importaba si era simple o si no era
como lo había acostumbrado los últimos meses, lo
que me importaba era que me hicieran experimentar
la gloria de ser follada como una puta.
Aunque, no sabía si las putas follaban así, pero si yo
fuera una, definitivamente sería mi modo de hacerlo.
Sus dedos entraban y salían, mojando mi vulva,
empapando el sofá, sus manos, mis piernas, mi
mente... me estremecía de placer sintiendo como
intentaba arrancarme los pezones o el modo en que
me mordía los labios cuando me besaba. «Lo está
entendiendo», pensé, y ni siquiera le tuve que
explicar que era lo que quería que hiciera.
Un escalofrío invadía mis extremidades; sudaba sin
control, gemía con locura mientras que mi cuerpo
pedía más de esa sensación tan poco familiar; no era
como lo acostumbraba a sentir, no era como me
encantaba experimentarlo. Me asfixiaba, pero no me
faltaba el aire como me gustaba, me masturbaba,
pero el placer no era el mismo. Su forma de
respirarme sobre el rostro mientras que intentaba ser
más sucio, más erótico, no era como tanto me
gustaba.
Me preguntaba qué era eso que tanto le faltaba; sí,
se sentía bien, solo que no lo suficiente. «No pienses
más, solo disfrútalo» me dije, porque si no lo hacía,
iba a perder en mi propio juego. Gime así, muévete
de esta forma; si lo finges, tal vez se vuelva real. 
—Te quiero hacer sentir bien —le dije, tratando de
cambiar el resultado final.
—Pero yo...
—Cállate y acuéstate —demandé.
Bruce cedió, sacó sus dedos de mi vagina y se
acostó. No sabía qué otra cosa hacer más que todo
aquello que Kramer me enseño.
—¿Estás dispuesto a «todo»? —esperaba que
entendiera mi insinuación... todo, significaba todo.
«No digas que sí», le supliqué para mis adentros.
—Sí... —respondió con una seguridad dudosa.
—¿Seguro?
—Sí...
Levanté los hombros con indiferencia, aceptando que
no tenía más opción y me arrodillé frente a él. Sin
preguntarle más nada cogí su verga y comencé a
masturbarlo con rudeza; «los hombres no saben
cómo masturbarse —dijo Kramer una vez— si
aprietas con fuerza y jalas rápido, acabarán pronto;
así están acostumbrados». Bruce comenzó a
retorcerse de placer, lo que confirmó aquellas
palabras. Pero quería que lo disfrutara.
Abrí mi boca y me lo introduje completo, para sentir
que me ahogaba, para demostrarle que si quería
tener una oportunidad conmigo debía ser fuerte.
Mientras que me tragaba su polla, apretaba sus
testículos, masajeaba su periné, incursionaba hasta
su ano y jugaba con él. Con cada movimiento de
cabeza, Bruce apretaba los dedos del pie, levantaba
las caderas o intentaba cogerme por el cabello para
empujar más.
—Ahógame —le pedí y continué con lo que estaba
haciendo.
Bruce me cogió al fin del cabello y comenzó a
empujar mi rostro contra su ingle. Yo jugaba con su
ano, lo iba acariciando lentamente, poco a poco. No
estaba listo y no podía hacerlo de pronto sin avisar.
Pero no dijo nada ni se inmutó. «Está dispuesto a
todo», me dijo una voz en la parte de atrás de mi
oreja. «Todavía no», respondí.
Me levanté de pronto, puse mi trasero sobre su rostro
y le dije:
—Cómeme. 
Continué auto asfixiándome con su verga, esperando
que, así, todo cambiara. Su lengua suave y húmeda
comenzó a desplazarse por mi pierna; apretaba mis
muslos y mis nalgas como si se hubiera dado cuenta
en ese momento que las tenía. Las abría y jugaba
con ellas mientras que respiraba y me calentaba el
culo. Estaba esperando que me comiese, que me
enterrara la lengua en donde mejor le pareciera. Pero
no lo iba a hacer.
Consciente de ello, me senté sobre su rostro,
sintiendo su nariz en mi ano y sus labios debajo de
los míos. Esperando que hiciera algo, continué
acariciando su ano y tragándome su polla. Se sentía
increíble, definitivamente se sentía mejor. Movía mis
nalgas mientras me masturbaba con su rostro,
esperando que tomara la iniciativa y me penetrara
con la lengua. Cuando por fin lo hizo, sentí como su
índice se acercaba curiosamente a uno de mis
orificios. La anticipación me estaba matando.
¿Qué iba a hacer?, ¿cuál iba a elegir? No se decidía y
yo quería que lo hiciera.
—¡Métemelo de una vez!
De inmediato, enterró su dedo en mi ano a penas
lubricado por los fluidos de mi vagina; casi nada, pero
era un comienzo. Me quejé un poco del dolor, pero
aguanté para que continuara jugando conmigo. Su
lengua consiguió el camino a mi vagina, la cual
comenzó a mover en mi interior.
Su verga en mi garganta, su dedo en mi ano, su
lengua en mi vagina... ahora si se sentía un poco más
familiar. Kramer solía atarme de cabeza de forma
diagonal y me penetraba por los mismos lugares;
mientras que me ahogaba con su verga, dos juguetes
de su preferencia entraban y salían, lubricados, llenos
de espuma, fluidos y placer. Era lo más parecido que
tenía aquel recuerdo.
—¡Sí! ¡Sí, joder! —grité, sacándome el pene de la
boca—, no te detengas por favor.
Bruce me lamía como a un helado que se estaba
derritiendo y me hurgaba el ano como si estuviera
tratando de alcanzar algo al fondo. Mientras más me
lo metía más ganas me daban a mí de introducirle le
dedo, de penetrarlo y hacerlo acabar de inmediato.
Pero estaba duro, listo para penetrarme; quería
esperar.
—¡Ahí, ahí!
Se iba acercando tanto y tanto que antes de darme
cuenta, ya estaba acabando por toda su cara,
empapándolo con todo lo que salía de mí. A Kramer
le encantaba cuando hacía eso y más veces me
llevaba a hacerlo.
—¡Sí, joder! —grité desesperada, cayendo del sofá
mientras me temblaban las piernas.
—¿Estás bien? —dijo, preocupado y secándose el
rostro con su camisa.
—Sí... —suspiré— ¿y tú?
—No lo sé...
5
Las personas no me conocen como «Lena la puta»
pese a decir que mi reputación me precedía. Lo que
todos saben de mi es que voy de pareja en pareja y
que, desde que salí con el conocido de alguien de la
oficina —pese a lo enorme que es esta ciudad—, que
me gustan ciertas cosas que ellos encuentran
interesantes y curiosas. Aquel sujeto con el que salí
una vez —cuyo nombre ni rostro recuerdo—, no lo
sabía todo de mí, y fue uno de esos a los que les dije
que me gustaba una cosa, pero no otras, pero con
eso fue suficiente para que muchos empezaran a
intentar seducirme o llamar mi atención.
Bruce no era la excepción, sin embargo, no lo hizo
solo por eso.
—Es en serio, solo quería ver una película contigo —
me dijo, días después de humillarme en su casa.
—Yo creí que tú...
—No tenía idea de que eso era lo que querías —
continuó él—, como un día en la cafetería me dijiste
que te gustaban las películas... pensé que tal vez
podíamos ver una, pero tampoco te iba a pedir de
primera para hacerlo, así que solo pregunté si
querías tener una cita conmigo.
—Pero es que como siempre... —traté de justificarme
pese a que era obvio que a él no le importó.
Bruce sonrió con su particular frescura —que esta vez
no me enfureció— y dejó escapar una risa sutil que
dejó en claro que no tenía más nada que perder, que
lo encontraba gracioso y que, no debía preocuparme.
—Nada de eso —interrumpió—, solo quería estar un
rato contigo —tragó saliva—, pero salió mejor de lo
que esperaba —se ruborizó muy, pero muy
sutilmente.
Me costaba creer que en realidad eso era lo que
quería; lo único que tenía era su palabra y había un
50-50 de que fuese cierto o no. ¿Qué más podía
hacer? Dispuesta a confiar en él después de aquello
por lo que lo hice pasar, sonreí y me levanté de la
mesa pare regresar a mi cubículo. No esperaba que
tuviéramos ese tipo de relación después de lo que
pasó
«Tal vez estoy haciéndolo porque me siento un tanto
culpable» pensé, caminando a mi cubículo sin dejar
de mirar a mi alrededor porque, aun en ese
momento, luego de varios días, continuaba creyendo
que Bruce le había contado a todo el mundo lo mala
que había sido en el sexo. Me oculté en las cuatro
paredes de ese material hueco que limitaba mi
oficina a revivir, de nuevo, lo que había sucedido.
Una muy mala costumbre que tengo cuando siento
que he arruinado todo.
Cuando me caí del sofá, aún sentía que la noche
apenas estaba comenzando, que ahora solo faltaba
que Bruce se levantara, me cogiera de los hombros y
me follara como una bestia salvaje, exactamente del
modo en que había planeado que lo haría.
Desgraciadamente, las cosas no sucedieron de esa
manera.
En el suelo, jadeando y con las piernas temblorosas,
su respuesta dubitativa y su mirada vacilante me
dieron el mensaje que no esperaba recibir.
—No lo sé... —respondió él.
Pero ¿qué era eso que no sabía? No tuve el tiempo
para deducir el motivo oculto de sus palabras porque,
en lo que levanté mi mirada, Bruce ya se había
recostado en el espaldar del sofá, sosteniendo la
camisa, ahora mojada, con la que se había secado el
rostro. Estaba derrotado, viendo al vacío con los ojos
sin vida. Comencé a preocuparme de que en
cualquier momento me pidiera que me marchase y
dejara todo ahí, que no nos volviéramos a ver y que,
de todas las mujeres con las que había estado, era la
peor.
En el hipotético caso de que eso sucediera, sería un
gran golpe a mi moral; al registro de todos los
hombres que había complacido con tan poco luego
de conseguir que ellos me complacieran a mí. Nunca
había fracasado en hacer acabar a alguien y mucho
menos después de la mamada que le había dado.
Pensé: «acaso... no lo sé... ¿será que no lo hice bien?
O ¿será que olvidé cómo hacerlo?», la parte positiva
es que, aquel fatal error había logrado lo que
necesitaba: dejar de pensar en Kramer.
Claro, ¿cómo no lo iba a hacer? La desgracia de mi
fracaso era mucho más grande que mis ansias de
verlo de nuevo. Me sentí como una tonta, vacía,
inútil, incapaz de hacer aquella cosa en la que me
creía excelente.
Busqué refugio a mi alrededor, pero no estaba en uno
de esos lugares en donde me sentía segura: mi casa,
en alguna de esas habitaciones genéricas de hotel a
las que nunca más volvería después de visitarlas una
sola vez, la casa de Sara o la sala en la que Kramer y
yo nunca fracasamos en satisfacer al otro.
—Eso... fue...
Me preparé para el golpe inminente de una verdad
que no quería escuchar. Ya no odiaba a Bruce porque
mi pobre desempeño había tomado su lugar. Cerré
los ojos y me dije: «ahí viene...»
—No esperaba que pudieras hacer squirt... creí que
era un mito...
No era la respuesta que me esperaba, no en ese
momento. En otras situaciones, solían decírmelo; los
hombres tenían una obsesión extraña con que las
mujeres hiciéramos eso —cosa que, por lo menos yo,
juraba que se debía al porno y a la falta de
información—, incluso Kramer lo disfrutaba. Sin
embargo, pensé que mi desempeño era el centro de
atención.
Y, para mayor confusión, agregó:
—Fue increíble.
Afortunadamente no fue la única vez de aquella
noche en la que pudimos disfrutar el uno del otro. La
segunda ronda —que pusimos en marcha media hora
después, esta vez sobre su cama— fue un poco
mejor. Le pedí que hiciera todo lo que él quisiera
porque ahora era su turno de sentirse bien.
Sin embargo, no fue suficiente para lavar la culpa de
mi alma.
—Eso... fue... espectacular —dijo, jadeante, luego de
follarme sin control.
El vacío en mi pecho continuaba perturbándome
incluso después de demostrarle que era capaz de
más. Y, ese es el mismo vacío que sentí mientras
intentaba trabajar y no seguir pensando en eso. «Ya
pasaron varios días, Lena... supéralo ya», me dije,
pero fueron palabras insignificantes; pasaron de largo
como cualquier otra cosa lo habría hecho en una
situación semejante si se tratara de pagar deudas, de
resolver algún problema, de enfrentar a alguien que
no quería... siempre pensaba de más en aquellas
cosas en las que no debería porque no eran tan
importantes.
Pero hice mi mayor esfuerzo para no dejar que ello
me superar; intenté concentrarme en otra cosa que
pudiera liberar mi mente, aunque fuera un instante;
si me daba un respiro sería suficiente. A los pocos
minutos Bruce se acercó por detrás y dijo:
—¿Quieres salir hoy? —con una voz suave, tierna;
derretiría a cualquier de esa forma.
Me estremeció por un instante, no me acostumbraba
a su repentina forma de ser, tan confiada y familiar
cuando estaba cerca de mí. Aclaré mi garganta y,
luego de pensarlo varios segundos, respondí
decidida:
—Sí... claro que quiero —con una sonrisa en el rostro
para imprimir mayor interés.
Estaba convencida de que necesitaba una mejor
distracción para todo: lo que sucedió en su casa, lo
que estaba atravesando con Kramer y el hecho de
que no le había dirigido la palabra a Sara después de
nuestra última conversación.
—¿Cuándo salgamos del trabajo?
—Sí, cuando salgamos del trabajo —reiteré.
Una culpa repentina me invadió por estar haciendo
eso con él y no con Carl. En ese instante levanté la
mirada por encima de mi cubículo y lo busqué
rápidamente, no era importante ni siquiera
necesitaba buscarlo, pero en ese momento estaba
desesperada por encontrar una excusa para sentirme
peor. Y ahí estaba él, trabajando sin prestarme
atención «¿aún me odiará?, ¿seguirá molesto
conmigo por dejarlo solo para estar con Kramer?»,
me pregunté a pesar de que había pasado mucho
tiempo desde aquello.
—Ya deja de pensar en tontería —me dije—, supéralo
ya.
Sacudí la cabeza e intenté despejar mis ideas con
unos golpes en las mejillas. A las pocas horas de eso,
estaba con Bruce, bajándome del coche, yendo a una
subasta de artículos y cosas del cine. ¿Quién va a ese
tipo de reuniones? Estoy segura de que había otros
lugares a los que podría ir con alguien que no fuera
una exposición-subasta, pero, luego de nuestra
primera cita, aprendí a no juzgarlo.
—¿Segura que quieres hacer esto? —insistió por
tercera vez mientras nos dirigíamos a la entrada.
—Te dije que sí, no es para tanto ¿acaso no querías
hacerlo?
—Sí, pero me dijiste que no te gustan estas cosas...
—Es solo una cita... ya deja de preguntar y vamos;
antes de que me de hambre y tengamos que irnos.
Los planes que teníamos para ese día consistían en ir
a la exposición-subasta, comprar algo valioso,
después a un restaurante y, tal vez, si se daba la
ocasión, ir hasta su casa para terminar el día con un
encuentro especial. Una excusa que me impuse para
reivindicarme después de aquel terrible sexo. La idea
giró en mi cabeza por horas, como si no hubiera más
nada en lo que pensar, lo cual, de forma indirecta,
estaba empezando a molestarme. Pero, la molestia
duró poco porque mi atención se enfocó en un asunto
mucho más grande.
—¿Kramer? —pregunté casi por reflejo, como si no
hubiera nada más que hacer en esa situación.
Estaba fría, desorientada; me aferré al brazo de
Bruce como si estuviera a punto de caer al suelo
mientras que perforaba, con la mirada, el rostro de
Kramer. No esperaba encontrármelo ahí, mucho
menos hacerlo mientras estaba acompañada.
—Kramer —repetí, pero esta vez tras darme cuenta la
situación en la que me hallaba.
Solté el brazo de Bruce y me erguí porque yo no era
la pareja de nadie. ¿Cómo iba a ser posible que me
aferrara de esa forma de él? Para reafirmar mi
posición como una individua libre, lo empujé con el
brazo para que se apartara unos cuantos
centímetros. Él no sabía qué estaba sucediendo;
visualmente confundido, cada vez que intentaba
preguntar por qué estaba haciendo algo en
específico, lo interrumpía al ignorar su pregunta y
responderle a Kramer.
—¿Qué haces aquí? —agregué, luego de aclarar mi
garganta.
—Estamos hablando de otra cosa —dijo Kramer,
mirándome a los ojos, pero sin hablar conmigo—,
estoy seguro de que saben que no esperaba que lo
trajeran de esa manera. Se supone que no iba a
suceder nada malo.
No se notaba a simple vista, pero era obvio que
estaba enojado. Su forma de hablar, su postura y su
tono de voz eran distintos. Hablaba, se movía y
utilizaba el mismo tono para todo, incluso cuando
bromeaba, no obstante, luego de estar tanto tiempo
con él, una comienza a darse cuenta de las pequeñas
sutilezas de su comportamiento.
Kramer tenía una habilidad sobrehumana para
controlar sus sentimientos, no por eso dejaba de ser
mordaz y directo. Una de las tantas cosas que me
encantaban de él. Estando frente a él, suspiré como
una tonta a raíz de ese pensamiento.
—Pero señor —dijo un hombre con timidez, detrás de
él, mientras intentaba calmar, sin frutos, su ira—, se
le dijo que íbamos a exhibirlo de forma abierta, para
que...
Kramer respiró profundo, impávido, sin apartar la
mirada de mis ojos por unos segundos más y, al
darse la vuelta su postura cambió a peor.
—¿Qué está pasando? —susurró Bruce, inseguro y
preocupado—, ¿quién es él?
Ignorando su respuesta, di unos pasos y me detuve a
su lado, como si estuviera acompañándolo. ¿Por qué
lo hice? No lo sé o por lo menos no lo supe en ese
momento. Ensimismada en nuestro encuentro,
continué escuchando la discusión.
—Sencilla, dices —respondió Kramer al sujeto tímido
—... ¿por eso tenían que destruirlo?
—Señor... nosotros no... —vaciló, con la expresión en
el rostro de alguien que intenta procesar grandes
cantidades de información.
—Me dijeron que iba a estar seguro, que no estaría
presentando mi propiedad al aire libre y que si algo
sucedía serían completamente responsables y lo
resolverían. ¿No es así?
—Sí señor, eso le dijimos...
—Supuse que se plantearon la posibilidad de que algo
podría suceder, pero ¿no se supone que debían hacer
su mejor trabajo para que no sucediera? ¿estoy
siendo claro?
—Señor, pero...
—¿Qué sucedió? —preguntó Bruce, siendo ignorado
por todos nosotros.
Sin embargo, también necesitaba saber qué sucedía.
No porque me importase, sino porque concernía a
Kramer.
—¿Qué sucedió? —pregunté.
El hombre nervioso por la actitud de Kramer fue
rápidamente interrumpido en medio de una oración
por su receptor, quien, bajando su mirada, se detuvo
para responderme:
—Este hombre —lo señaló con un sutil movimiento de
su mano— me llamó para pedir que le prestase parte
de mi colección para una «exhibición
conmemorativa» porque querían atraer pujadores y
me prometió —se volteó para ver al sujeto y espetar
— ¡que nada le sucedería!
Le miró intensamente por unos segundos para luego
apartarse y seguir explicándome lo sucedido.
—Pero, se robaron... no —cambió de parecer
aclarando su garganta—, hurtaron —corrigió—, parte
de la colección que les confié y, ahora, intenta
decirme que no saben cómo recuperarlo porque, ni
pueden pagar por los daños causados ni pueden
encontrar las partes hurtadas de mi colección.
Todas y cada una de sus palabras se sintieron como
un puñal para el sujeto que intentaba dar lo mejor de
sí. Ciertamente era su responsabilidad, pero no por
ello era su culpa.
—¿Pero por qué no pueden correr con los gastos?
¿Acaso no tienen dinero para...? —intenté preguntar.
—Dinero tenemos —interrumpió el hombre, vacilando
cada vez menos—, pero no para pagar lo que falta de
la colección del señor Kramer.
—Entonces ¿para qué demonios le piden una
colección tan costosa si no pueden garantizar que le
van a pagar algo como eso? ¿No les parece estúpido?
—Eso es lo mismo que les estoy diciendo...
—Pero es que no teníamos pensado que algo así
sucedería y...
Podía sentir la ira corriendo por mis venas,
comenzaba a entender la actitud de Kramer.
—Y tú mejor opción es hacer como que algo así no iba
a suceder jamás y pedir prestado algo que no puedes
costear sin tomar las medidas necesarias ¡para que
algo así no sucediera! —resoplé furiosa—... me estás
diciendo que pudieron haber evitado pagar algo que
ni bañados en oro podían pagar ¿y no lo hicieron? —
exclamé.
—Señorita, pero... el señor Kramer no...
—No, no... ella tiene razón; y pienso exactamente lo
mismo que ella —respondió Kramer, un poco más
calmado.
De toda aquella interacción, sentía la mirada curiosa
y perdida de Bruce quien seguramente temía ser
apartado de la conversación que nosotros tres
estábamos entablando sin él. No obstante, lo que
menos me importaba era su participación en ella.
—Yo solo quería que…
—No digas más —interrumpió Kramer—, ya escuché
suficiente.
—Pero señor, yo…
—No… si no encuentras una solución, recibirás una
llamada de mis abogados.
Pensé que era muy extremo el amenazarle con una
demanda, pero la verdad estaba más interesada en
terminar esa discusión sin sentido para poder hablar
con Kramer. El sujeto insistió de nuevo, pero este se
negó a escucharlo levantando la mano y diciendo:
«ya dije lo que iba a suceder», obligándolo a
marcharse con la cola entre las piernas. De todos los
lugares en los que esperé encontrármelo —porque la
verdad me imaginé encuentros casuales en cada
lugar que visitaba—, este habría sido el último o
incluso el único en el que habría pensado.
Cuando por fin estuvimos solos —sin contar que
Bruce seguía ahí, aunque no nos diéramos cuenta—,
Kramer me miró directamente a los ojos y dijo:
—Por fin nos encontramos —con una actitud muy
casual.
Una sonrisa estúpida decoró mi rostro ante el sonido
de aquella frase; me hizo sentir que estaba
esperando el momento de nuestro reencuentro tanto
como yo y que, a pesar de haberle dicho que no
podíamos estar juntos, no me odiaba. De pronto
recordé que no tenía por qué estar emocionada de
verlo.
Aclaré mi garganta, borré mi sonrisa y, soberbia,
orgullosa y desafiante respondí:
—¿Qué?, ¿estabas esperando verme?
No le debía nada a Kramer y no tenía razones para
sentirme tan bien al verlo. Fue por ese motivo que,
recordando que estaba acompañada por Bruce,
tanteé el aire buscando su brazo hasta sentirlo y lo
atraje a mí para aferrarme a él. Tenía que demostrar
que no estaba sola ni mal acompañada. Pero su
expresión no fue la que esperaba.
—Siempre —respondió Kramer, sonriendo.
El brazo de Bruce se me hacía más pesado y ausente;
me pregunté si acaso no veía que estaba
acompañada por él. Intenté dar con una respuesta
ingeniosa, pero no hallé nada que pudiera servirme
para defenderme contra aquella única palabra. «¿Qué
podía responder a eso? ¿Siempre? ¿Qué quiere que
diga?», y estaba tan consciente de eso que…
—¿No íbamos a tu casa, Bruce? —levanté la mirada y
me aferré más a su brazo.
No sé qué intentaba hacer al mostrarme como una
tonta al adherirme a él, ¿por qué intentaba darle
celos a Kramer de esa forma? ¿Acaso era importante?
A pesar de no saberlo seguí con mi celada, tal vez así
lograría hacerlo reaccionar un poco.
Kramer estaba impávido, incluso se podría decir que
le era indiferente, no parecía importarle que
estuviera tan aferrada a Bruce. Luego de percatarme
de que no iba a lograr nada con ello, supe que debía
desistir y huir. Mientras nos veíamos directamente a
los ojos, hubo silencio ridículamente largo; me
sonreía sin esencia, como si supiera algo de mí que
yo, de nosotros y de lo que estaba intentando hacer.
Sin ánimos de seguir dilatando el encuentro, decidí
dejar de insistir antes de que se tornase más
incómodo.
—No tengo por qué estar aquí —dije, soltando el
brazo de Bruce para sujetar su mano—, esto es
ridículo.
Me di media vuelta arrastrando a Bruce conmigo.
—¿Quién era ese? —preguntó muy inocentemente.
—Nadie —respondí, apretando los dientes—, no era
nadie.
—¿Segura? —me dijo, porque era obvio que algo más
estaba sucediendo e incluso alguien como él lo podía
ver—, no parecía que fuera nadie.
—¿Te importaría dejar de hablar de él? ¿Por favor? —
le pedí.
—No… es solo que…
—Por favor —insistí.
—Está bien.
Abandonamos aquel lugar sin saber qué exposición
habían robado y todo lo que concernía a Kramer.
Durante el resto de la noche se me hizo difícil
pretender que me interesaba estar con Bruce
después de aquel encuentro. Cada vez que él
hablaba, me perdía en mis pensamientos como si
estuviera en un trance mental que no me dejara
regresar a la realidad.
Bruce hizo su mejor intento para llamar mi atención;
el resto de la cina fue un éxito —en lo que a él
concierne—, porque en ningún momento me quejé y
llegamos hasta su casa en donde, por obra y gracia
del destino, logré dejar de pensar en Kramer.
Fue complicado; no dejé de preguntarme qué había
hecho en todo ese tiempo, con cuántas mujeres
había estado o si en algún momento pensó en mí. Y
en ese momento recordé, con el sonido de su voz, la
palabra con la que logró bajar mi guardia: «siempre».
Con eso me quiso decir que estuvo esperándome
todo ese tiempo; que sabía que nos íbamos a ver de
nuevo, que no perdía las esperanzas y que no le
importaba que estuviera con Bruce, iba a regresar a
sus brazos.
—No, no puede ser así —dije, dejando que mis ideas
se escaparan de entre mis labios.
—¿Qué cosa?
Bruce había dejado sus llaves sobre la mesa y se
dirigía a su cocina para buscar algo de beber.
Recordé que le dije que sí quería una cerveza y que
no me importaba quedarme esa noche ahí. De
inmediato recordé el por qué estaba ahí y la tarea
que me había impuesto para demostrarle que era
mucho mejor en el sexo de lo que fui aquella noche.
«¿Qué había pensado Kramer de mí ?», me pregunté,
cayendo de nuevo en el circulo vicioso de su
recuerdo.
—No nada —respondí, tratando de evadir el tema.
—Sí me gustó la cena —continuó hablando.
El tema había cambiado desde la última vez que
había prestado atención, por lo que me pareció
prudente fingir que estaba entendiendo.
—Sí… pienso lo mismo… —asentí.
—Pero no lo sé… —apretó los labios mientras abría
las botellas—, siento que le faltó algo.
—Claro —dije, sin esperar en realidad que dijera algo
así.
«Asentir y sonreír»; el método más útil que tenía para
esas ocasiones en las que no sabía de qué me
hablaban.
—Bueno, la próxima vez podemos ir a comer a otro
lado —insinué.
—Eso espero.
Hablar con Bruce en ese momento se sintió
exactamente igual a aquellas veces en las que nos
encontramos entablando conversaciones incomodas
con personas con las que no queremos platicar.
Después de eso, estar con él dejó de ser importante.
Mi cabeza comenzó a dar vuelta alrededor de otras
cosas más importantes; cosas que simplemente tenía
que atender.
—¿Exactamente cómo? —me pregunté, mirándome al
espejo luego de tener esa misma conversación
conmigo misma.
Nunca me había visto tan desesperada en mi vida,
mucho menos hasta el punto de recurrir a hablar con
mi reflejo como si eso fuera de ayuda alguna.
—¿Qué se supone que voy a hacer ahora? —agregué,
bajando la mirada hacia el registro de llamadas de mi
móvil—, ¿qué le voy a decir?
Sabía que Kramer iba a llamar de vuelta después de
ver la llamada perdida, ¡eso es lo que hace la gente
normal! Me gustaría decir que fue accidental, que mi
dedo se resbaló o que presioné la pantalla con las
nalgas al sentarme sobre el móvil, pero
desgraciadamente no. Pensar que ese mal entendido
se debió a un simple impulso de idiotez, lo
complicaba aún más.
—Solo tengo que decirle que fue un error —me
consolé, imaginando que colocaba la mano sobre mi
hombro—, no es para tanto.
Sin embargo, continuaba viéndome al espejo como
una tonta esperando a que él llamara y sin enviarle
un mensaje para decirle que todo había sido un
malentendido. Si tardaba más, él sospecharía.
—Si no le digo de una vez va a pensar que estoy
pidiendo que me llame —razoné y de inmediato cogí
el móvil para escribirle; me detuve en seco—, pero si
lo hago, entonces va a creer que estaba buscando
una excusa para escribirle… eso no es lo que quiero
¿verdad?
La pregunta resonó en mi cabeza, en las paredes de
mi baño, sobre mi cocina y regresaron a mis oídos
para recordarme que sí, sí estaba desesperada por
hablar con él y que, aunque no fue intencional, el
dedo no se resbaló. ¿Acaso eso no lo hace
intencional? Confundida y dispuesta a dejarlo todo,
solté el móvil con hosquedad sin reparar en lo frágil
que era; no importaba en ese momento porque ahora
tendría que inventar una excusa que fuera creíble. No
quería que pensara que lo quería ver al mismo
tiempo en que tampoco deseaba que creyese que me
estaba haciendo desear.
Mientras más pasaba el tiempo más me costaba
concentrarme. Al cabo de unos minutos, respiré
profundo y dije:
—Qué pase lo que tiene que pasar.
Mi móvil sonó; era él.
—¡Joder, joder, joder! —vacilé, buscando refugio lejos
de aquel aparato—, todo menos eso.
6
La situación se había complicado más de lo que pude
haber imaginado jamás. Ahí estaba Kramer, con su
pierna cruzada sin preocupación alguna, actuando
como dueño del lugar, sentado en mí cubículo. Me
detuve en seco para mirar a mi alrededor y averiguar
qué estaba sucediendo, esperando que fuera
suficiente, con la esperanza de que algo o alguien me
diera la información que necesitaba.
—¿Qué demonios hace él aquí? —dije, sin darme
cuenta de que lo había hecho en voz alta.
—Eso mismo me pregunté yo —dijo Sara, luego de
acercarse silenciosamente a mi espalda.
Desde hace semanas que no interactuábamos con
asuntos que no tuviesen que ver con la oficina, tal
vez por nuestra pequeña disputa o porque
simplemente estábamos más ocupadas de lo normal.
En una situación como esa habría decidido mantener
mi postura distante y esperar que ella diera su brazo
a torcer; siempre odié su manera calmada de
resolver las cosas como si nada nunca hubiera
pasado.
No obstante, no era momento para diferencias
ridículas.
—¿Desde cuándo está aquí? —dije.
—Tiene poco más de media hora esperando por ti…
—¿Por qué lo dejaron quedarse?
—Creo que es el tipo de persona que hace lo que le
viene en gana —Sara me miró y agregó—, ¿no te
parece?
No podía huir ni actuar como si no importara ¿acaso
no podía deshacerme de él? Estaba nerviosa pero no
era lugar para sentirse de esa manera.
—¿Quién se cree? No puede simplemente venir a mi
trabajo a actuar como mi jefe…
Pero no me iba a dejar dominar por ese sentimiento
tan burdo y desagradable. Kramer no podía seguir
saliéndose con la suya cada vez que lo veía; esta vez
iba ser yo quien diera la talla. Enfrentarme a las
personas nunca ha sido un problema y no lo sería
ahora.
—Lena no… —dijo Sara, intentando detenerme.
—¡No! —espeté—, no voy a dejar que…
—Mau le dejó sentarse… —agregó, esperando que
eso me detuviera—, ella fue quien le dijo en dónde
te…
—No me importa —continué, estaba dispuesta a
enfrentarlo a como diera lugar—, no puedo permitir
que sea tan…
Sentía cómo las palabras se atoraban en mi garganta
al intentar salir, fallar y obligarme a balbucear una
pequeña fracción de lo que en realidad pretendía
decir.
—Ese engreído del demonio ¿cree que puede venir
hasta aquí, así como así?
Ya dispuesta a poner en escena mi más grande
escándalo, Kramer hizo girar mi silla y nuestras
miradas se encontraron. De nuevo, me detuve en
seco.
¿Qué debía hacer?
Bruce me había pedido amablemente que me
quedara ese fin de semana en su casa; no tenía qué
perder ni razón alguna para darle calor a mi hogar,
además que, mientras estuviera con él, podría
distraerme de todo lo que había sucedido el día
anterior. El reencuentro con Kramer había significado
mucho para mí y, mientras que estuviera sola, no
lograría sacarlo de mi mente.
—Está bien —le dije.
—¡Sí! —se emocionó.
Como si se tratara de un gran logro, Bruce se
mantuvo con aquel entusiasmo por el resto del día;
no estaba muy segura de que tenía en mente, pero
para aquellas alturas cualquier cosa serviría para mí.
Mientras pudiera ignorar los eventos recientes era
suficiente. De regreso a mi casa pensé todo lo que
pude en Kramer, como una forma de agotar los
recuerdos que tenía para no arruinar mi fin de
semana de relajación —porque así lo decidí llamar—
con pensamientos ridículos.
Era esencial para mi encontrar una forma correcta de
hacer las cosas; mientras cogía la ropa interior que
usaría para quedarme, mis pijamas, prendas varias
para salir por si tenía pensado ir a algún lugar… todo
lo necesario para quedarme una semana en su casa
de ser necesario —aunque ese no fuera el plan—
porque una mujer precavida vale por dos.
Miré el cajón de mis juguetes y pensé en llevarme
alguno por si «si se daba la ocasión» aunque estaba
casi segura de que nada sucedería.
—No —dije, quitándole importancia—, no voy a
arruinarlo otra vez.
Estaba segura de que, si se me ocurría tomar de
nuevo las riendas de la situación, iba a sobre dilatar
nuestro encuentro y deshacer cualquier progreso que
hubiese logrado hasta ese momento. No estaba
segura de por qué nada me salía como quería.
—Será para después —agregué, sacudiendo la cabeza
y cerrando la bolsa en donde me llevaría todo.
A pesar de todo, Bruce era lo mejor que me había
sucedido en todos estos días; estaba ahí para mí
cuando menos lo esperaba y, en el momento preciso
en el que creí que nada podía sorprenderme, lo hizo.
—Te estaba esperando —dijo, en el momento justo en
el que atravesé el umbral de su casa.
Esa misma mañana me había prestado sus llaves
para que pudiera entrar sin necesidad de llamar a la
puerta, al parecer, su intención era otra.
—Bruce ¿qué estás haciendo?
—Esperando por ti… ¿qué más?
No podía controlar mis ojos; su miembro colgaba de
su entrepierna como si estuviera invitándome a
entrar; diciendo: haz todas las cosas que quieras
conmigo. La casa se sentía más privada que antes,
como si no hubiera paredes o si no se pudiera
escuchar nada de lo que sucedía adentro. Pese a que
se trataba del mismo lugar en el que había dormido
la noche anterior, no estaba segura de por qué en
ese momento, con Bruce completamente desnudo,
me resultaba diferente.
—Suelta el bolso y cierra la puerta —añadió con
autoridad.
Obediente, hice lo que me pidió.
—Tal vez te estás preguntando por qué estoy
haciendo esto —comenzó a acercarse a mi—, por qué
estoy desnudo o por qué te pedí que te quedaras
este fin de semana.
Para ese punto, ya había deducido qué era lo que
tenía planeado; aunque no me lo esperase tampoco
era muy difícil de adivinar ahora que lo tenía en
frente. No obstante, no quise interrumpir; estaba muy
sumido en su discurso.
—Hace unos días me dijiste que te gustaba ser
dominada.
«¿Eso hice?», no lo recordaba; si lo había hecho,
seguramente no fue estando consciente. La
confusión en mi rostro fue evidente. A pesar de
notarlo, decidió fingir que no.
—Así que hoy, harás todo lo que yo te ordene —me
cogió de la cintura y recostó su verga en mi vientre—
y te haré gritar tan fuerte que todos tus vecinos te
escucharán.
En ese instante varios pensamientos atravesaron mi
cabeza, resonando tan fuerte como si un vaso de
aluminio cayese al suelo. «¿En serio va a decir eso?»,
me pareció tan poco original y pasado de moda que
sentí que debía reírme en su cara, pero: «no, Lena,
no… abstente de cometer una estupidez», me detuve
con severidad. Sin embargo, su confianza fue mejor
que sus palabras. Luego de unos segundos y de su
mano rodeada en mi cintura, sentí ese calor que él
intentaba inducir en mi cuerpo.
No sé si fue por la iniciativa que demostró al
recibirme completamente desnudo o el que intentase
tomar las riendas de la situación al demostrarme que
estaba dispuesto a domarme —pese a que nunca lo
iba a lograr—, pero, sin darle cabida a los
pensamientos que me invadieron al instante; me dejé
llevar por mis instintos más primitivos y,
susurrándole al odio, le dije:
—¿Qué tan fuerte me vas a hacer gritar?
Quería verlo intentándolo, pero más que todo, quería
equivocarme.
Sus manos no escatimaron en sutilezas cuando
comenzaron a deslizarse sobre las partes blandas
ocultas por mi ropa. No le importó en lo absoluto que
acabase de llegar de la calle, que estuviera un poco
sudada o que ni siquiera estuviese vestida para la
ocasión. Bruce estaba dispuesto y eso me gustaba
más.
Mis pezones se irguieron, efecto del escalofrío que
me causó el aliento gélido que exhalaba al besarme
el cuello; sus labios húmedos, sus manos ásperas al
tacto y su falta de delicadeza al apretar las partes de
mi cuerpo que más le causaban morbo, cumplieron
su cometido. Húmeda y dispuesta, me rendí,
esperando que entendiera lo que quise decirle:
«Hazme sentir bien»; esta vez no dependía de mí, no
sería yo quien intentara dominar. De pronto sentí el
golpe de una repentina epifanía: «tal vez eso fue lo
que sucedió, tal vez por eso lo arruiné al principio: no
puedo ser top»; creí que mi experiencia con Kramer
me serviría para ello, pero no fue hasta ese
momento que entendí que había hecho todo mal.
«Esta vez será diferente», me dije, esperando lo
mejor de aquel encuentro.
Su verga se hacía cada vez más firme mientras que
la tela que me cubría iba desapareciendo de manera
escalonada. Me humedecía con su saliva,
haciéndome cosquillas con su mentón sutilmente
poblado por el vello sin afeitar de dos días. Era
excitante sentir como me arrastraba hasta el sofá
obligándome a hacer lo que él quisiera.
Me aferré a su cabeza mientras que me besaba el
vientre y su verga me rozaba la rodilla, dejé que
apretara mis pechos y pezones tan fuerte como
quisiera porque ya sabía que me gustaba rudo, que
necesitaba sentir la embriagante rivalidad entre el
dolor y el placer.
Me sentía deseada mientras que su lengua recorría
la frontera de mi abdomen y se acercaba a mi sexo
sin afeitar. ¿Por qué demonios no me preparé? No
esperar nada nunca es buena idea; no esperaba que
algo así sucediera inmediatamente atravesase la
puerta de su casa, mucho menos que se me olvidara
algo tan importante luego de dejar que la situación
avanzara hasta ese punto.
Elevé mi torso con preocupación e intenté apartar su
cabeza de mi abdomen esperando que no me viera
de esa manera. No era mucho, pero, la presentación
era lo que más importaba a la hora de comer.
—¡Espera no! —le detuve.
Pero ya era demasiado tarde. Con el pantalón
desabrochado y casi al nivel de mis nalgas, se podía
ver la piel sutilmente poblada.
—No estoy lista para…
—¿Qué, por esto? —inquirió Bruce, quitándole
importancia a lo que estaba mirando— no es nada.
—Solo déjame ir unos minutos al baño y… —sabía
que no me tomaría más de treinta minutos
deshacerme de los desagradables vellos
descontrolados que arruinaban mi hermosa vagina…
Y en ese momento recordé que no eran solo ellos
«¡las piernas!», estaba al borde de la locura, nunca
me había sucedido. Tenía que resolverlo cuanto
antes.
—Así me gusta —me sostuvo de la cintura cuando
intenté levantarme—, me encantan los coños
peludos.
Lo miré a los ojos y no me cupo duda de ello. Su
rostro brillaba de la emoción al imaginarse mi sexo
poblado —aunque a penas y se podía ver los vellos
abriéndome los poros— y la forma en que podía
cumplir sus más grandes fantasías.
—Y las piernas —pregunté sin vacilar.
—Más aún —respondió.
¿Quién era yo para juzgarlo? Con la nueva
información en mano, decidí dejar que continuara
con lo suyo mientras que yo aprendía a
despreocuparme por ello. Yo también era fetichista —
de cierto modo— ¿qué tenía de malo?
Con una nueva resolución, dejé que me quitase el
pantalón y expusiera, encantado, mi sexo. Sin mediar
palabras, enterró su rostro y comenzó a lamerme.
Rudo, recuerdo haberle dicho y, con rudeza, me
comió toda.
Su lengua golpeaba mi clítoris mientras que
succionaba mis labios y le escupía a mi vulva para
que nuestros fluidos se mezclasen. Sus dedos me
apretaban, se introducían, empañaban mi ser y se
retorcían en mi interior deleitándome con cada
centímetro. Largos, fuertes y ágiles. Los vellos que
ahora abrazaba con completa confianza se
empapaban por la falta de cuidado de sus
movimientos. Sentía mis hebras húmedas
acariciando su mentón mientras que mis gemidos se
fusionaban con el sonido del chapoteo de mi sexo.
Sacó de mí sus dedos y los introdujo en mi boca para
que saboreara los jugos dejaba escapar. Me
imaginaba su polla golpeando mi pierna, su lengua
deslizándose a lo largo y ancho de mi vulva mientras
que su rostro se perdía en la selva que yacía en
frente de él. Se abría espacio con la boca hasta llegar
a su destino; un gran explorador. 
Bruce estaba haciendo su mejor intento por dominar
nuestro encuentro, porque quería demostrarme que
él era el hombre ideal para mí; aunque no estuviera
muy cerca de hacerlo, sí que estaba logrando
hacerme sentir increíble. Gemía con mis pulmones
mientras que su lengua y sus dedos se entretenían
conmigo, con mi vagina, vulva, clítoris, labios
sensibles, pechos, pezones, cuello y mis piernas
abiertas. Entre el placer y la gloría, se me fue
olvidando qué cosas quería olvidar porque nada más
importa, no más que el ahora.
—Sí… —intenté decir.
—No hables —espetó él—, no te dije que podías
hablar.
No podía responderle a pesar de que sabía que no
acordamos nada de eso, que ni siquiera me preguntó
si quería que lo hiciéramos de esa forma. «Es un
encuentro sexual cualquiera», pensé, así que ¿por
qué tendría que permitir que me hablara de esa
manera? No tenía por qué hacerlo.
Pero… estaba haciendo su mayor esfuerzo por formar
parte de mis gustos ¿acaso debía arruinarlo todo por
un simple malentendido? Decidí no responderle y
quedarme callada, esperando que él diera el
siguiente paso.
—¿Te gusta? —dijo, casi de inmediato, esperando que
le respondiera.
Su lengua se enterró en mi vagina junto con dos de
sus dedos; ciertamente me gustó. Grité de placer al
sentir la combinación de suavidad y dureza que
presentó aquella invasión. Pensé: «¿Quieres que
hable o que no lo haga?», pero, de nuevo, decidí
obedecer sin cuestionarlo.
—Me encanta —le dije, pero sin gritar demasiado.
Bruce me había prometido que me haría gritar y aún
no lo había logrado.
—¿Quieres probar un poco de esto? —agregó,
levantándose y cogiendo su polla.
Mis ojos se iluminaron porque ahora era mi turno de
hacerlo sentir bien a él, ¿qué tenía planeado para
eso? Si no avanzábamos, esto se iba a tornar
aburrido.
—Apoya tu cuello en el descanso —dijo—, saca tu
cabeza.
Me costó un poco entender hasta que lo repitió.
—¿Así? —inquirí, quedando de cabezas con el cuello
apoyado en el descanso del sofá.
De pronto se me hizo obvio qué era lo que necesitaba
que hiciera.
—Abre la boca —ordenó y yo obedecí.
Sacando mi lengua, abrí mi boca; casi de inmediato
sentí como la punta de su pene acariciaba mis labios
para luego escucharlo decir:
—¿Estás lista para que te coja el rostro? —inquirió
mientras me pintaba los labios con los fluidos que se
escapaban de la punta de su pene.
Era una pregunta directa y yo quería descubrir qué
tenía planeado ahora.
—Sí —dije sonriendo de tan solo imaginármelo
golpeando mi garganta—, por favor.
Y, con una sonrisa morbosa anunció su siguiente
movimiento. No esperó que yo respondiera o que
diese la señal para empezar, aunque yo no quería
esperase por mí, no mientras mi boca estuviese
abierta para él, dispuesta a recibir toda su…
—Ahora vas a saber lo que es una buena mamada —
exclamó Bruce acariciándome la tráquea con la punta
de su verga.
Estaba acostumbrada a que me lo metieran de esa
forma, a que me enterrasen pollas grandes,
medianas o pequeñas y ninguna me hacía vomitar;
disfruté de cada una de ellas como lo haría con
cualquiera mientras que hacía mi mayor esfuerzo por
mirarlos a los ojos mientras que la saliva se me
escurría por los labios. Bruce se apoyaba sobre mis
pechos mientras empujaba con más fuerza; en esta
posición entraba más, duraba más tiempo adentro.
—¡Así! ¿No es que te encantaba esto? Ahora trágate
toda mi polla —gritó él.
No podía responder ni porque quisiera hacerlo.
Cuando el aire comenzaba a faltarme, el olor de sus
testículos sudados se calaba en mi cerebro
queriéndome decir: «esto será lo último que olerás
antes de morir», y se hacía mayor el deseo se seguir
sintiendo su verga chocándome la garganta.
Bruce sacó su verga, cogí y boté el aire por unos
segundos, me tragué la saliva que se había
acumulado en mi boca, respiré profundo y volví a
abrirla, esperando a que me la metiese de nuevo. No
sé por qué me gustaba tanto que me cogieran de esa
forma; ellos eran quienes disfrutaban esa manera de
follar, no yo, sin embargo, mi vagina estaba
completamente empapada, palpitando
desesperadamente por sentir exactamente lo mismo
que mi garganta sentía en ese momento.
«Lo estás haciendo bien, Bruce», pensé, mirándolo a
los ojos desde abajo esperando por su verga. Estaba
disfrutando la manera en que me la metía, las
palabras que me decía; la forma en que me apretaba
los pechos y se apoyaba de ellos para poder empujar
más su polla; en que me pellizcaba los pezones, en
que apretaba sus nalgas y hacía crecer su polla
dentro de mi boca.
Era una cogida decente.
A último momento sacó su polla de mi boca y agregó
jadeando:
—¿Te gusta?
El hombre decidido que me recibió desnudo, que me
pidió que me dejara follar, que me convenció de
ignorar mi vulva velluda o que me ordenó sin siquiera
establecer previamente nuestro encuentro; ahora se
encontraba dubitativo e inseguro de sí mismo. ¿Qué
otra cosa iba a hacer más que continuar con lo que
ya estaba haciendo? No encontré le encontré sentido
a nada de lo que dijo y, sin embargo, intenté
mantener una actitud relajada para no arruinarlo
como la última vez que intenté tomar las riendas del
acto sexual.
«Tal vez no estoy hecha para dominar», me dije ya
hace mucho tiempo antes de estar ahí, con la saliva
corriéndome por la mejilla hasta casi llegar a mi ojo.
Se suponía que iba a ser un encuentro diferente que
me permitiría olvidar lo que tanto quería. Pero,
mientras más tiempo pasaba más recordaba que no
había nada en ese encuentro que no estuviera
presente en los que tenía con Kramer.
En una situación semejante, las cosas serían
diferentes.
Kramer no me habría dicho nada que no hubiéramos
acordado antes de empezar. Siempre tan organizado,
tan seguro de sí mismo y tan consciente de lo que yo
era capaz de hacer que, sin siquiera intentarlo, ya me
estaba haciendo llegar al límite de mi placer. No me
habría preguntado si me gustaba porque estaría
plenamente seguro de ello.
Su verga no dejaría de entrar y salir de mi boca como
un bólido porque sabría qué tanto me gusta sentir la
punta de su pene golpeando mi garganta. Sus manos
estarían siempre apretándome con fuerza,
abofeteándome o confundiendo mis sentidos con un
sinfín de estímulos tan intensos como las embestidas
de su enorme verga.
¡Oh, su polla! Tan gruesa, tan firme, tan hecha para
mí. Kramer sabría cuándo detenerse; justo en el
momento en que estoy disfrutándolo más, él dejará
de hacerlo, me limpiará el rostro y cambiará de
posición tan solo para verme de frente mientras que
me abre las piernas y comienza a masturbarme sin
despegar sus ojos de los míos.
Ni una palabra o gesto innecesario alguno. Yo no
podía hablar sin su permiso y él simplemente no
querría hacerlo. Kramer intimidaba con el mero
silencio; sus labios sellados eran la mejor
demostración de amor que existía en este mundo;
eso y la forma en que me hacía llegar sin siquiera
pedírselo.
De su boca solo saldría:
«Abre, muévete, haz lo que te pedí, mírame a los
ojos, gime, grita, no grites…» Nada innecesario, nada
injusto. Todo lo que me hacía Kramer era
completamente consensual. No me sentía insegura
porque sabía muy bien que él no haría nada que no
me gustara mientras que yo hiciera todo lo que a él
le gustase.
—Hazme lo que tú quieras, hoy soy tuya y voy a
hacer todo lo que usted me pida, mi señor —dije;
consciente de que tenía que motivarlo un poco.
La seguridad de Bruce regresó y lo pude notar por la
forma en que sus ojos comenzaron a brillar.
—Cógeme como mejor te parezca.
Kramer no necesitaría ningún incentivo. Bruce me
cogió de la cintura y me hizo girar para poder
penetrarme. Siguiendo el ritmo de sus movimientos,
acomodé mis caderas para dejarlas a la altura de su
cintura; estaba lista para ser penetrada porque ese
día no terminaría sin que me hicieran gritar. Me lo
había prometido.
Bruce cogió mis dos nalgas y las abrió exponiendo mi
intimidad al mundo. Sentía cómo el aire rozaba mis
partes sensibles esperando que me hiciera suya y
que me demostrara cómo me haría gritar. Quería
decirle que se apresurase, pero si lo presionaba las
cosas terminarían del mismo modo que lo hicieron la
última vez.
No obstante, no fue necesario. La punta de su pene
me abrió los labios introduciéndose lentamente y
obligándome a coger aire, como si me estuviera
diciendo: «esto es lo que te espera, prepárate»; cada
centímetro de su sexo comenzó a perforarme hasta el
alma. Cada vez que lo sentía adentro era como si
estuviera más grande, como si no se tratara del
mismo miembro grueso y firme que ya para ese
punto me había follado varias veces.
Pero no tanto como Kramer.
Sacarlo de mi cabeza resultó un poco difícil. Aunque
Bruce hizo su mayor esfuerzo para darme algo que
no estaba acostumbrado, el sexo con él no dejó de
ser vainilla ni mucho menos de opacar la forma en
que Kramer me follaba; no obstante, cumplió su
cometido. Al terminar aquel fin de semana, me sentía
como una mujer diferente. De alguna forma u otra
me sentí completa y libre de nuevo.
Hasta que puse un pie de nuevo en mi trabajo.
—¿Qué demonios haces aquí? —exclamé con tanta
furia que en realidad creí que le había golpeado
físicamente con mis palabras.
Kramer hizo girar la silla, se detuvo de frente a mí, se
puso de pie y, sin hacer ningún gesto dijo:
—No estoy aquí por ti.
Definitivamente no era la respuesta que me esperaba
recibir, no después de encontrarlo jugando con mi
silla. «¿Qué es lo que intenta hacer?», me dije,
intentando descifrar lo que estaba sucediendo.
—A qué te refieres con… —intenté decir.
—No estoy aquí por ti…
Antes de que me pudiera tomar de nuevo por
sorpresa, sacudí mi cabeza y dije todo lo que estaba
dispuesta a pensar y no decir.
—Entonces… ¿qué demonios haces en mi silla?
Con Kramer, lo mejor que podía hacer era dejar de
pensar.
—Hum… sí —giró su torso y miró hacia la silla como si
hubiera olvidado que estaba ahí—, me dijeron que
trabajabas aquí y me pareció buena idea venir…
aunque no esperaba que no te gustase que lo hiciera.
¿Acaso te hice algo? ¿Por qué estás enojada
conmigo?
—Acabas de decir que no estabas aquí por mi…
—Eso hice.
Su actitud calmada comenzó a sacarme de quicio. Lo
cogí del brazo, dije entre dientes: «no voy a hacer
una escena en mi trabajo porque de pronto te dieron
ganas de aparecerte» y lo arrastré hasta la cocina de
la oficina —ese pequeño cuarto en donde
guardábamos los microondas, la nevera y en donde
nos sentábamos a comer de vez en cuando— y saqué
al pasante que comía ahí sacudiendo mis manos
como si se tratara de un perro.
—No me digas que no estás aquí por mí cuando es
obvio que es mentira… sí estás aquí por mi ¿por qué
no puedes ser honesto y ya?
—Te dije que no estaba aquí por ti, no que… —intentó
explicar, pero no lo dejé.
No le iba a dar tiempo de dominar la conversación
con sus respuestas acertadas y su mirada de
conquistador.
—Si es así, ¿por qué te pareció buena idea venir a mi
cubículo? Dijiste que no querías verme.
—Nunca dije que no quería verte —aclaró—,
solamente dije que no estaba en esta oficina por ti.
—¡Aja, sí! —dije irónicamente—, como si fuera
cierto… y resulta que ahora yo nací ayer y no…
Estaba a punto de mofarme de él cuando, de pronto,
la actitud calmada de Kramer simplemente
desapareció. Un siseo seco perfumó mi rostro con un
tono fresco de menta y, sin más que decir, dejé de
hablar.
—No hables —dijo después y yo obedecí porque me
encantaba obedecerle—, no estoy aquí por ti, no
esperaba que trabajaras en este lugar y no me
importa qué es lo que creas; si es verdad o no, no es
mi problema.
Suspiró.
—Tu jefa me mencionó que trabajabas aquí y decidí
ver si estabas; me comentaron que llegarías pronto y
decidí esperarte en tu cubículo. Eso es todo; pero no
estoy aquí exclusivamente por ti; tengo asuntos con
esta firma y no me importa si estás en ella o no. Es
una bendita casualidad y pensé que te agradaría el
reencuentro.
Suspiró de nuevo, pero esta vez con un aire lleno de
decepción.
—Por lo menos a mí me agradó…
Aclaró su garganta, miró por encima de mi hombro,
asintió con la cabeza como si hubiera visto a alguien,
se acomodó la corbata —aunque no fuera necesario
hacerlo—, y agregó:
—Quiero volver a verte, estar de nuevo contigo; me
haces falta. Pero si no quieres hacerlo no te voy a
obligar.
Y sin más qué decir se retiró, mientras lo seguía con
la mirada hasta que cruzó la puerta y desapareció. A
los pocos segundos, Sara entró a la cocina.
—¿Qué fue todo eso? —dijo, refiriéndose a la evidente
tensión que se había acumulado entre nosotros.
«Tal vez lo eché todo a perder», pensé, mientras que
ignoraba todas las preguntas de Sara.
—Es un idiota —afirmé para mis adentros.
—¿Por qué lo dices? —preguntó sorprendida—, a mí
me pareció un sujeto muy agradable.
—No lo es —refuté—, no lo es para nada —mentí.
Dejé la conversación de esa manera, sin ánimos de
corregirme, de decirle que no era verdad y que
estaba en lo cierto, porque la verdad necesitaba
desahogar la frustración que estaba sintiendo por
haber quedado como una tonta frente a Kramer por
mi propia mano. Era absurdo mentir de esa manera,
decirlo con tanta ira como si en realidad lo sintiera;
tenía que hacerlo de todos modos, era catártico.
Cuando dejé a Sara en la cocina di por terminado mi
día, lo que haría después sería simple cotidianidad.
Estaba —no por completo, pero si un poco— segura
de que no sucedería más nada; con la tensión ya
vivida bastaba y sobraba. No pude estar más
equivocada en mi vida.
—Creí que te ibas a ir temprano —dijo Sara,
acercándose por detrás, de nuevo, sin hacer ningún
tipo de sonido.
Salté un poco en mi silla al no estar preparada.
—¿Por qué tienes que hacer eso? —me quejé— no te
aparezcas así de pronto.
Sara lo encontró gracioso y agregó:
—¿Cómo quieres que haga entonces? No es mi culpa
que no prestes atención…
—Eso no tiene nada que ver —respondí de vuelta.
Aún un poco molesta por haber sido víctima de su
sigilo, dije un tanto molesta:
—¿Por qué creías que me iba a ir temprano?
Esperando que al responder rápido se fuera y me
dejara sola por un momento. Un poco exagerado de
mi parte, pero cuando algo me enoja no suelo pensar
mucho.
—No, por nada —respondió—, solo pensé que te irías
antes… como tu novio iba se iba a quedar toda la
tarde y…
—No es mi… —me detuve al ver que no tenía caso
contradecirla.
Sara parecía encantada de al fin verlo en persona
luego de que se enteró que había dejado de salir con
él. Aún se sentía culpable por la forma en que todo
terminó entre nosotros y, de cierta forma,
imaginarnos juntos le parecía adorable —me lo dijo al
poco tiempo—, por ello, hacerla cambiar de parecer
iba a ser mucho peor que simplemente ignorarla.
Respiré profundo y reconsideré lo que iba a decir.
—¿Qué tiene que ver que él se quede conmigo?
—Bueno, como te tienes que quedar hoy hasta que
cierre, creí que ibas a dejarlo para mañana para no
tener que quedarte a solas con él —dijo,
percatándose de que estaba equivocada.
No obstante, no había considerado nada de eso. Fue
ahí cuando hice la pregunta que debí hacer desde un
principio.
—Ya va —pedí una pausa técnica—, ¿por qué me
quedaría a solas con él? ¿A qué vino él?
Sara me miró confundida, encontrando sorprendente
que estuviera tan desorientada en ese instante.
—Len… creí que ya sabías; ahora trabajaremos con la
empresa de tu… —lo reconsideró aclarándose la
garganta—, del señor Kramer…
—Eso quiere decir que… —dije, y la otra parte
simplemente la pensé.
«…que vamos a tener que vernos todo el tiempo…»,
me lo pregunté de tal forma que comencé a
imaginarme todos los escenarios incomodos en los
que nos encontraríamos: en el pasillo, en mi cubículo,
cuando necesitara utilizar la fotocopiadora; en el
comedor, en la cocina, en el elevador, de camino al
trabajo… ciertamente comencé a exagerar todo lo
que iba a suceder; Kramer iba a contratar el servicio
de la empresa, no a trabajar como un empleado más
en la misma oficina en la que nosotras estábamos; no
obstante, mi mente se apoderó de mi sentido común.
Era normal que empresas importantes contrataran
nuestros servicios de auditoría y que trabajaran codo
a codo con nosotros. De vez en cuando
representantes confiables se acercaban; sin
embargo, era sumamente extraño cuando el dueño
de dicha empresa venía a nuestras oficinas a estar
presente. Obviamente no había necesidad alguna de
que Kramer estuviese aquí; ni él ni ninguna otra
persona.
«¿Qué asuntos tenía con nosotros entonces?», todo
dependía de qué cosas quería él de nosotros y, si esa
cosa, me involucraría a mí.
—Exactamente qué quiere él hacer con nosotros.
—No lo sé —respondió Sara, tras verme
silenciosamente mirar al vacío y pensar todas las
necedades que pensé—, creo que quiere una
operacional, según escuché… así que está…
«Maldición —pensé de inmediato— se está burlando
de mi… ¿acaso cree que porque le dije que hacía esto
tenía que venir aquí a obligarme a trabajar para él?
De todas las cosas que podía necesitar, tenía que
necesitar esto ¿en serio?»
—Y me tengo que quedar hoy… —mascullé,
interrumpiéndola—; maldición —exclamé entre
dientes.
7
—Y eso es lo que tienes que hacer; a veces la solución más
obvia es la correcta —dije.
Sus ojos vacilantes, la manera en la que apretaba el labio
más de un lado que de otro y su ceño fruncido como si
intentara descifrar un significado oculto entre mis palabras
como si se tratara de una cláusula secreta, me demostraron
que, en efecto, no creía en nada de lo que le estaba
diciendo. Intenté comportarme como una profesional, no
cuestionar la razón por la que estaba aquí de entre todas las
grandes empresas a las que pudo haber acudido; ¿con sus
recursos y alcance? Nosotros ni siquiera nos podemos
comparar a alguna de Las Cuatro Grandes… mis dudas y
mis problemas con Kramer no significaban nada en ese
momento.
Sin embargo, su expresión me irritaba de todos modos, ¿por
qué tenía que ser tan expresivo?
—¿Qué no entiendes? —asumí.
—No… no es eso; entiendo lo que me estás diciendo.
—¿Entonces no me crees? —fui directa.
Ya estaba haciendo un diagrama de flujo con respecto a lo
que le diría: si me decía algo en específico respondería de
una forma determinada; si no lo hacía, mi respuesta sería
otra, no por ello, menos contundente. Kramer no apartaba
la mirada de la Tablet que sostenía para que él detallara el
documento; de hecho, en ningún momento hizo contacto
visual conmigo. Otra cosa que me irritaba.
—Creo que está todo bien…
«¿Crees que está todo bien?», la sola mención de aquella
palabra me hirvió la sangre «¿Acaso estás diciendo que no
sé de lo que estoy hablando?»; apreté los dientes y los
labios para preparar mi mejor insulto.
—Tal vez fue mucho más rápido de lo que esperaba… —
continuó Kramer.
Nada de lo que decía lograba calmarme; parecía estar
cerrando cada vez más la ventana por la que intentaba
esclarecer su punto.
—No aclares porqué oscureces —mascullé, esperando que
me escuchara.
No lo hizo. Y así como si nada, de tanto evitar el contacto
visual, encontró mis ojos como si los hubiera visto toda la
tarde sin parpadear.
—No esperaba que estuvieras aquí; así como tampoco
esperaba que fueras a resolver esto tan pronto —agregó—,
vine a que me resolvieran un problema y eso fue lo que
hiciste —vaciló—, cuando vi que estabas aquí le pedí a Mau
que te asignara y así poder hablar un rato contigo —se
levantó, sin apartar la mirada de mis ojos.
Al hacerlo, me obligó a subir el rostro para seguirle viendo
directo a los ojos; boquiabierta, lo perseguí con la mirada
como una tonta. Me encantaba cuando hablaba de esa
forma tan segura, imponente. Podría jurar que todo lo que
pasaba a través de aquellos labios era completamente
cierto así no lo fuera. Pero más que todo, en el fondo estaba
enojada con él.
—Pero —aclaró su garganta y apartó su mirada—, ahora
pienso que es imposible.
No tenía razón para marcharse de esa forma, darme la
espalda después de decir eso como si estuviera actuando
en un drama colegial en el que aquel que tuviese la última
palabra sería el vencedor. Yo no estaba ahí para tolerar
atropellos de nadie. Tardé unos segundos en reaccionar; en
ese tiempo no aparté la mirada de su andar que lentamente
lo alejaba de mí.
«Ese desgraciado», dije entre dientes, me levanté y grité:
—¿Y qué demonios quieres hacer entonces?
No lo pensé muy bien, de hecho, estando los dos solos en
aquella oficina mientras que intentábamos resolver un
problema tan obvio, me di cuenta de que me había puesto
en desventaja sin mucho esfuerzo. ¿Sola, con Kramer? No
tuve tiempo de pensar en más nada cuando él se detuvo en
seco, se mantuvo así por unos segundos hasta que
simplemente se dio media vuelta y se acercó a mí con
pasos firmes llenos de parsimonia; bajé la mirada y pensé
en retrospectiva que ciertamente no tenía idea de qué
esperar.
Kramer dio un par de pasos y se detuvo de nuevo antes de
llegar hasta mí. No pude reconsiderar nada de lo que había
hecho, más que todo porque tenía que mantener una
postura firme y segura. No me dejaría intimidar por él,
aunque lo quisiera. Con sus ojos fijos en los míos, abrió su
boca para decir lo que estaba pensando. No obstante, mi
mente viajó a otro lugar menos importante, sin embargo,
oportuno.
—¿Por qué te gustan este tipo de cosas? —dije, mientras
que nos preparábamos para tener sexo.
Curiosamente era mucho más laborioso de lo en un
principio esperé que fuera. No era como que pudiéramos
tener todo a la mano y que apenas llegásemos al calabozo
íbamos a empezar a follar. No, de vez en cuando
interpretábamos papeles, nos disfrazábamos, teníamos que
atarme de alguna forma elaborada o acomodar el ambiente
para que tuviésemos el espacio adecuado. De nuevo, todo
era un proceso bien planeado en el que recibíamos la mayor
cantidad de placer, no obstante, en ese instante me hice
esa pregunta y sentí que debía comentarla.
Sin dejar de hacer los nudos sobre mi cuerpo mientras que
yo estaba de pie con los brazos extendidos a los lados como
si estuvieran escaneándome, respondió:
—La forma en la que lo dices suena a que no te gusta que lo
hagamos.
—No dije eso —me defendí casi de inmediato—, solamente
estoy haciendo una pregunta ¿por qué te gusta?, eso es
todo…
—¿Por qué me gusta esto antes que tener sexo de manera
«convencional»? —agregó, haciendo hincapié en la última
palabra.
Me irritaba que pusiera palabras que no había dicho en mi
boca. No obstante, tenía un punto.
—Eso no es lo que quise decir —insistí…
Vacilé porque, aunque esa no fuera mi intención, había
planteado algo que no había pensado antes con respecto a
algo que nunca hicimos.
—¿Por qué prefieres esto a que tener sexo convencional?
—No soy muy fanático del sexo vainilla… no lo sé —
continuó, apretando los nudos en mi espalda—, siento que
no disfrutan al máximo su sexualidad —hizo una pausa
como si se hubiera dado cuenta de algo y agregó—: las
personas que lo practica, claro.
—Pero alguna vez tuviste que haberlo hecho, no lo sé, tener
sexo con alguien sin tener que hacer todo esto… sin
preguntarle qué cosas quería que le hicieran, sin tantas
planeaciones ni preámbulos…
—¿Acaso prefieres tener sexo con un desconocido y
descubrir, en el calor del momento, qué puedes o no puedes
hacer? —Kramer dejó de mover las cuerdas y asomó un
poco su cabeza por debajo de mi brazo para que pudiera
verlo de reojo—. Si no gusta, los dos pasan un mal rato
porque no conocen sus límites ni lo que les gusta en
realidad o, por otro lado, si ambos están dispuestos a hacer
algo que van a disfrutar, pero no lo comentan por
vergüenza o falta de comunicación, entonces desperdician
la oportunidad de disfrutar al máximo su encuentro. ¿En
realidad prefieres eso?
—El problema es que estás llamando sexo vainilla a todo lo
que no haces… siento que estás generalizando sin ver el
panorama completo.
—No lo creo —dijo, retomando lo que estaba haciendo—, le
digo sexo vainilla al coito convencional. Posiciones
predecibles y repetidas; los mismos lugares, las mismas
ropas; entrar, salir, resolverlo con un beso y limpiarse
después. El sexo vainilla es eso; unilateral, plano; no estoy
diciendo que sea malo, estoy diciendo que no es el mejor.
—¿Qué tiene esto que no tenga lo que todos los demás
hacen?
Quería poder entenderlo. Poco a poco estaba más cerca de
terminar de ajustar la cuerda a mi cuerpo para dejarme
inmovilizada. Me di la vuelta, me senté, me puse en
posición y aun no sabía qué era lo que pensaba en realidad.
Necesitaba respuestas.
—Opciones —hizo una pausa larga.
—¿Eso qué tiene que…?
Una pausa que luego interrumpió al interrumpirme a mí.
—Opciones, diferentes enfoques, versatilidad… te permite
descubrir tu cuerpo; tu propia versión del placer. Qué te
gusta, qué eres capaz de sentir o hacer sentir a los demás
—ató el ultimo nudo.
Ya estaba abierta de piernas con las muñecas atadas a los
tobillos, esperando a que Kramer decidiera cuándo íbamos a
empezar a interpretar nuestros papeles. Se detuvo en frente
de mí, suspiró, colocó sus manos en las cinturas y dijo:
—Te da el control sobre tu entorno, sobre tu pareja; nada de
lo que suceda aquí es espontaneo ni errático. Estás atada y
aun así te sientes libre… te amordazan y de todos modos
sientes que puedes expresar todo lo que sientes. Es una
manera de verlo, ciertamente, pero, ante cualquier otra
cosa; la adrenalina que experimentas haciendo esto (así lo
hagas más de una vez), no es comparable con algo que de
por sí carece de sustancia.
Kramer no solo hablaba con completa seguridad. Sus
hombros erguidos, su mirada fija en mis ojos —a pesar de
que estaba en una posición incómoda para entablar una
conversación), sus brazos sobre la cintura y su pecho en
alto demostraban todo lo que estaba diciendo. Quién
hablaba no era el sujeto que me hacía gritar que no se
detuviera a pesar de que me llevaba al borde de la locura,
sino el hombre que estaba detrás de todo eso.
—Puede que solo sean cosas mías… pero de esta forma
siento que se disfruta más, y que, si dependiera de mí, no
estaría haciendo otra cosa en este momento… —miró hacia
el techo como si estuviera contemplando el porvenir con
optimismo, suspiró y pude ver cómo se dibujaba una sonrisa
en su rostro, a los pocos segundos, bajó el rostro y dijo, con
una expresión completamente diferente llena de lujuria y
deseo—: además, te ves muy bien así.
Y, aunque mi vulva estaba expuesta, húmeda, fría y ansiosa
por empezar, ese día, viendo a Kramer a los ojos, me
enamoré de su seguridad, de su forma de hacer las cosas y
me dije, como la estúpida que soy, que no iba a arruinarlo.
En efecto, una promesa vacía de una estúpida más. Ahora,
con Kramer en frente, observándome con esa misma
seguridad de la que me halle enamorada, sus palabras me
perforaron como ninguna otra cosa lo había hecho antes.
—Te quiero a ti.
Palabras simples, básicas; las que escucharías en cualquier
dama televisivo de bajo presupuesto, pero por el que estaría
idiotizada esperando el momento del beso; sin embargo,
precisas. «¿Quererme a mí?», pensé, mientras que
intentaba rivalizar con su mirada; estábamos ahí, el uno en
frente al otro sin hacer ningún otro sonido, respirando al
mismo compás y esperando mi respuesta, porque tanto él
como yo, queríamos saber qué iba a decir.
Y allí hice memoria: los encuentros fallidos con Bruce, mis
intentos desesperados por pensar en otra cosa; todas las
veces en las que me controlé para no escribirle, llamarle, ir
a buscarlo al lugar en donde sabía que me iba a esperar.
Recordé todo lo que me costó evitarlo y lo que tanto quise
negar por todo ese tiempo.
Kramer era indispensable.
«Te quiero a ti», resonó en mi cabeza como la campana de
una iglesia. Estaba fría, pálida e inmóvil igual que una
estatua, imaginándome la siguiente gran frase de toda una
generación; ¿qué le diría Lena a Kramer? ¿Qué, de entre
todas las tonterías sin sentidos que digo cuando estoy bajo
presión voy a decir? Me costaba inspirar el aire porque
empezó a parecerme espeso; las piernas me temblaban
muy sutilmente, queriéndome decir que en cualquier
momento se echarían a la fuga y me dejarían caer; sentía el
corazón en la garganta, en la sien y en la punta de los
dedos. «¡Joder! ¿Qué demonios voy a decir?»
Kramer no apartaba su mirada, no se movía, no hacía otra
cosa más que estar ahí. Su presencia invadía el poco
espacio libre que me quedaba; esa misma intensidad que
tanto me encantaba de él ahora me estaba presionando
como ninguna otra lo hizo jamás. Intenté mover los labios
para decir algo, pero ¿qué podía decir? Aún no estaba
siquiera segura de que pudiera lograrlo. Aborté la misión,
fracasé en mi cruzada mucho antes de empezarla porque,
muy en el fondo sabía qué quería decirle.
Era obvio, así que ¿por qué postergarlo más?
—Yo…
—Y así no quieras, voy a seguir aquí… ¿Esto? Esto fue una
coincidencia: encontrarnos en este lugar, el que necesitara
del mismo servicio que prestas… son coincidencias porque,
así como te conocí, todo fue una bendita casualidad —me
interrumpió—, y si me aceptas, con mucho gusto estaré a tu
lado, pero si no, esperaré, insistiré, seré paciente y decidido.
No me importa, siempre y cuando aún exista la posibilidad
de estar contigo.
Y me encantaba y me hervía la sangre.
—Maldita sea… —exclamé— ¡déjame hablar! 
—¿No quieres estar conmigo? —se acercó más— ¿Acaso no
queremos lo mismo? 
—¡Me crees estúpida! —pregunté, irracionalmente enojada
— ¡Claro que quiero! ¡Joder! Lo necesito.
Tiempo atrás hice una promesa silenciosa de que no iba a
permitirme ceder ante la presión que ejercía Kramer sobre
mí y, aunque eso era lo que estaba haciendo en ese
instante, no lo haría del modo en que él esperaba.
—No sabes cuánto —continué, después de abrir los ojos y
encontrar su rostro lleno de confusión.
No supe de inmediato a qué se debía esa expresión en su
cara, ni por qué entrecerraba los ojos o tenía la boca
sutilmente abierta; más que todo porque no tuvimos tiempo
para detallarnos el rostro, no después de que, en un impulso
completamente carnal, nos dejamos dominar por el deseo
más sencillo de nuestro ser: el placer.
No había vislumbrado la posibilidad de hacer algo como eso
en la oficina en la que trabajaba, de hecho, nunca lo había
hecho, más que todo porque Bruce había sido la primera y
más reciente persona del trabajo con la que he salido en
toda mi vida. «Este lugar siempre está solo a estas horas»,
me dije, tratando de encontrar una excusa para no estar ahí
y detenerme cuanto antes. Pero ninguna consecuencia era
rival para la intensidad de los besos dados con aquel par de
labios gruesos y deliciosos.
Lo que debía hacer era obvio, sin embargo, eso era lo que
menos me importaba; no mientras estuviera ahí ni mucho
menos cuando él me estaba apretando de esa forma. Sus
brazos fuertes rodeaban mi cuerpo como lo hacían antes:
con firmeza, pasión. Nada más simple que eso y era más
que suficiente para doblegarme.
De inmediato, sentí cómo todo lo que me había hecho sentir
Bruce se desvanecía de mi memoria. No tenía tiempo para
compararlo porque, a diferencia de todas las veces en las
que estuve con él, en ninguna me sentí tan abstraída como
me estaba sintiendo en ese instante. Sus labios, sus
grandes manos, su perfume fuerte y agradable a la vez; el
sonido de su respiración cada vez que tomaba aire para
seguir besándome.
Más apretaba su rostro contra el mío y más me empujaba,
obligándome a retroceder sin importar lo que estuviera en
medio de nuestro camino. Lo que se podía rodar, se iba para
un lado; lo que no, simplemente se caía al suelo haciendo
cualquier tipo de desastre. El café que alguien dejó, las
sillas, las tazas vacías, los lápices en sus portalápices. Nada
más nosotros importábamos en ese encuentro; aquella
colisión de dos mundos completamente diferentes estaba
destinada porque, no había nada en ese momento que no
me dijera que estaba haciendo lo correcto.
Dejar que tocara mi cuerpo, cogiera mi cintura, apretara mis
nalgas, me quitara la ropa como si fuese a romperla en
miles de pedazos; todo lo que estaba haciendo era lo
correcto y yo lo dejaba hacerlo porque era mi deber. No
había deseado nada en mi vida tanto como lo hice con
aquel encuentro; lo negué por tanto tiempo que, cuando por
fin sucedió, sentí una tremenda presión siendo liberada. No
podía pensar ni respirar ni besarlo al mismo tiempo porque
sentía que no estaba disfrutando nada, no obstante,
tampoco quería detenerme.
—No sabes cuánto esperaba esto —dijo Kramer, como si
hubiera leído mis pensamientos.
—Lo sé —respondí, porque yo también sentía lo mismo.
Las pocas palabras que se escapaban entre besos eran
suficientes para dar el siguiente paso, quitarse la siguiente
prenda de ropa y darle un vistazo al cuerpo desnudo del
otro. Mientras menos cosas había entre los dos, el deseo se
desataba más.
—Alguien puede venir —resalté lo obvio.
—¿Y eso qué? —respondió él.
No quería detenerme, resultaría claro para cualquiera: dejé
que me quitara la camisa, que me desabrochara el
sujetador y no paré de besarlo salvo para esos momentos
en los que intenté ser la voz de la razón. Obviamente quería
estar ahí tanto como él. Pero, al mismo tiempo, algo me
decía que debía detenerme. Tal vez se trataba del sentido
común o del miedo a ser descubiertos, pero, sin importar de
qué se tratase, no dejaría de intentarlo.
—¿No te importa que nos encuentren y se haga un
escándalo? —dije, irónicamente al mismo tiempo en que él
tenía su mano sobre mi pecho, me pellizcaba el pezón y
mordía mis labios.
Y, apartándose de mis labios —los que seguí
instintivamente suspirando ansiosamente—, me miró a los
ojos, me dio un revés con la mano derecha en los pechos, lo
que me hizo gemir casi por instinto.
—¿Te parece que me importa?
Su tono de voz autoritario, su mirada firme, dominante y
llena de elegancia… mordí mi labio inferior mientras
levantaba el superior e inspiraba con fuerza sin apartar mis
ojos de los suyos. Frente a él no era Lena, era su esclava.
—No —respondí a una pregunta directa.
—¿Quieres que te haga mía? —inquirió, golpeando de nuevo
mis pechos. 
—Sí… —respondí con un gemido al sentir el dorso de su
mano colisionando con mis tetas.
Era la primera vez que me trataba de esa forma antes de
que acordáramos qué papel desempeñaríamos, pero, la
verdad, no me importaba ya que de todos modos aún no
estaba siendo rudo conmigo.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó justo antes del
siguiente revés.
—¡No! —exclamé, temiendo la posibilidad de que se
detuviera.
Me cogió de las mejillas, apretándolas con fuerza y
preguntó:
—¿Quieres que te haga mi perra hoy?  
—¡Sí! —respondí, hablando como podía mientras que sus
dedos apretaban mi rostro— ¡Quiero que me conviertas en
tu zorra!
De cierta forma, eso servía como un acuerdo pre-acto;
técnicamente hablando, eso era lo que hacíamos cuando
planeábamos las cosas; solo había una sutil diferencia: sus
manos estaban entre mis piernas. Antes de que me diera
cuenta, sus dedos ya se deslizaban a través de mis labios
luego de que el pantalón de algodón se deslizaba por mis
piernas hasta llegar al suelo. Un gemido se escapó de mi
boca acompañado de un:
—Hazme tuya…
—Eso es lo que planeo —respondió, respirándome en el
cuello—, ¿qué más quieres que haga?
—Todo lo que no me has hecho en todo este tiempo —dije,
gimiendo de nuevo; dejando escapar un suspiro.
A pesar de haberme tratado con rudeza, me acariciaba la
vulva con mucho cuidado, esperando que yo le diera la
señal para comenzar a hacer lo que ambos queríamos que
hiciera.
—¿Lo que sea? —se aseguró.
—Sí, lo que sea…
Pero, Kramer tenía otros planes para mí en ese momento.
—Aun no —dijo, de pronto, cambiando por completo el
ambiente que se estaba desarrollando.
Kramer sacó sus dedos de mis labios; dejó de besarme,
tocarme, mirarme y se dio media vuelta en un gesto de
desprecio que me ofendió de inmediato. Como si me
hubieran despertado con un balde de agua helada,
reaccioné: me encontraba prácticamente desnuda en medio
de la oficina en la que trabajaba con un sujeto al que había
prometido no ver jamás.
Decepcionada, me cubrí los pechos con vergüenza; pensé:
«¿qué fue lo que hice? ¿Acaso dije algo que no debía?», y en
ese momento me di cuenta de que no estaba prestando
atención a lo que salía de mi boca porque no recordaba
nada de lo que dije; «debe ser el calor del momento»,
consolándome y justificando cualquier cosa mala que
hubiera o no dicho. «¿Qué estás pensando? —me dije de
pronto—, ¿eres estúpida? ¿Por qué habrías de estar
avergonzada? ¡Obvio no hiciste nada!», en ese instante
entendí qué estaba sucediendo; no solo cedí ante su
provocación o actué como esperaba que lo hiciera, no.
—¡Ey! —dije, llamando su atención.
Kramer ya estaba a unos cuantos metros de mí, con sus
ropas puestas y su dignidad intacta. ¿Qué tenía yo?
—¿Qué crees que estás haciendo?
«¿Aún no? —pregunté para mis adentros con desdén—
¿cómo que aún no?», Kramer no había demostrado que
realmente quería eso; solamente estaba ahí provocando,
intentando intimidarme con su actuación de top y su
erotismo embriagante. «Yo no soy una estúpida» afirmé.
—No soy ninguna estúpida —dije—, ¿crees que voy a
permitir que me dejes así?
Bajé mis brazos; ya no estaba cubriendo mi desnudez
porque no había nada en ella de lo que pudiera sentirme
avergonzada; tampoco había hecho algo mal. «¿Cree que va
a jugar conmigo de esta forma? ¡No!»
—No soy tu juguete ¿entendiste?
—¿Juguete? —exclamó con asombro— ¿cuándo dije que eras
mi juguete? —objetó.
No tenía evidencias, pero «él simplemente no puede
dejarme así ¿quién se cree quién es?»
—¿Quién te crees? ¿Ah?
Intenté dar un paso, pero el pantalón que ahora estaba
enredado en mis pies frustró mi intento de acercarme. «No,
mejor no, me voy a caer», pensé. Pisé firme y dije, para
demostrar que no necesitaba acercarme para decirle las
cosas:
—No me vas a dejar así; yo no soy ningún juguete para ti…
A pesar de demostrar un poco de sorpresa, Kramer no se
veía afectado por nada de lo que le estaba diciendo. Tenía
una casi imperceptible sonrisa jocosa como si esperar todo
lo que estaba sucediendo. «Ese desgraciado», pensé e
imaginé que lo decía entre dientes —para darle mayor
intensidad—, justo después de que me di cuenta de que
todo era parte de su plan.
—Esto es lo que querías, ¿verdad?
Kramer se acercó a mí, con una sonrisa cada vez más
pronunciada y, aunque estaba desfeándolo sin mucho
problema, aún se trataba de él y nadie más. Una afirmación
innecesaria pero justa. Sus pasos firmes y su mirada sin
vacilar me avisaron que estaba a punto de hacer su jugada.
«Estoy lista —me dije, preparándome para lo que fuera—,
no voy a caer esta vez»; levanté el mentón y doblé un poco
mi torso, esperando su siguiente movimiento. Lo desafiaba
con la mirada y, a pesar de todos mis intentos por
demostrarle de que no iba a ser ninguna niña sometida, él
continuaba viéndome a los ojos con aires de victoria.
Su sonrisa no se borraba, su mentón no se bajaba; sus ojos
ni su andar vacilaban, «¿cuándo se alejó tanto?», pensé,
percatándome de la distancia que había entre los dos. Tal
vez me la imaginé, pero se sentía que por cada paso que
daba se alejaba otros veinte, llenándome de anticipación;
mientras más me parecía que tardaba en acercarse, más
vulnerable me encontraba. «Estoy aquí, ¿por qué no
vienes?». Encontraba fútil el hecho de decirle las cosas que
estaba pensando «No me va a escuchar», porque en
realidad creía que estaba lejos de mí cuando a penas y se
trataba de unos quince pasos.
—¿Crees que estoy jugando contigo? —dijo Kramer, con un
tono de voz suave pero autoritario—, ¿crees que estoy aquí
porque pensé en hacerte caer de nuevo en mi red? ¿Es eso
lo que crees que estoy haciendo? ¿Es eso lo que piensas
que pensé?
Sus ojos abiertos de par en par parecían dos grandes focos
de una luz tan intensa que dejaba al descubierto todos mis
pensamientos. Sí estaba pensando eso ¿por qué lo sabía?
—Sí —dije, no del todo segura.
«¿Será verdad? —dije para mis adentros— porque, ahora
que lo dice… no sé si…»; Kramer acortó la distancia que
había entre los dos en un abrir y cerrar de ojos. Cuando
estaba sobre mí, me miró fijamente a los ojos —porque eso
era algo que siempre hacía: perforarme con la mirada—, y
dijo en el mismo todo de voz que hablaba cuando me daba
órdenes:
—Sí, ¿qué?
Y, con esas últimas dos palabras, selló lo que me temía. Mis
hombros se bajaron, mi corazón comenzó a palpitar
anticipando lo que vendría después; visión de túnel,
respiración agitada, el sudor corriéndome por la espalda…
me encontraba tensa porque sabía que Kramer se acercaría
más, me cogería por los brazos y me recordaría qué rol
desempeñaba yo. Pero, pese a todo ello, la sonrisa en mi
rostro decía todo lo contrario.
Mis hombros no bajaron por rendición sino porque estaba
relajándome; la taquicardia y la respiración no era más
emoción, la visión de túnel eran los nervios que estaban
cargados de anticipación y el sudor; no tengo idea, pero
sentirlo recorrerme la espalda fue excitante. Sonreí porque
era lo que quería; podría estar negándome a hacerlo, no
obstante, muy en el interior de mi ser, lo deseaba
fervientemente.
—Sí, señor.
No dudé, no vacilé ni fingí disfrutar decir cada palabra.
Estaba en donde quería estar y haciendo lo que en realidad
deseaba. Kramer no había empezado a hacerme sentir bien
cuando estaba reconociendo que ningún otro hombre podría
lograr esto que él lograba en mí.
Kramer se acercó mucho más, me rodeó con su brazo, cogió
mi cabello después de hacerlo un nudo y jaló mi cabeza
hacia atrás.
—¿Estás lista para esto? —preguntó, acercando su boca a la
mía.
Mi sonrisa solamente se hizo más grande y, llena de deseo
dije:
—Sí, mi señor.
No había paso atrás, no había nada qué temer.
—¿Quieres que te haga mía?
—Sí, mi señor.
—¿Sí qué?
—Quiero que me haga suya, mi señor. 
Kramer me apretó las mejillas con la mano que aún tenía
libre y, acercando mucho más sus labios a los míos, cerca
de besarme, dijo:
—¿Mía, solo mía?
—Solo suya, mi señor… soy solo suya.
Y sellé el contrato. Durante meses, el sexo con Kramer fue
especial, sin igual; el tipo de cosas que haces con un amor
pasajero. Ahora, Kramer hizo de mi lo que no quería ser de
nadie: suya. Todos mis intentos por resistirme se partieron
para nunca más volver en el segundo en el que me
preguntó si eso era lo que quería, si estaba dispuesta a ser
suya. Mientras más me jalaba del cabello, apretaba mi
rostro, abofeteaba, palmeaba, nalgueaba, sacudía, jalaba,
ahorcaba, besaba, mordía o escupía… me sometía más a él
y eso me encantaba.
Sentí cada palabra porque lo decía con completa honestidad
y, sin dilatar más el momento, actué en conjunto a Kramer
para hacer realidad el deseo que me estuvo carcomiendo
por tanto tiempo. Limitados por las herramientas que
teníamos a la mano —todas efectivas si eran usadas de
manera apropiada—, las pocas telas que me separaban de
él cayeron al suelo en cuestión de segundos.
Resulta interesante la cantidad de cosas que suelen dejar
en las oficinas y pueden terminar siendo tan útiles para que
dos personas disfruten del sexo a su manera. Con las
corbatas que reposaban inocentemente sobre los
espaldares de las sillas logró contenerme del modo en que
me lo merecía.
—¿Qué le sucede a los que hablan de esa manera sin pedir
permiso?
Kramer apretó la corbata. Mascullé lo que debía decir
esperando que fuera suficiente.
—Creo que todo este tiempo sin la disciplina adecuada, has
olvidado cómo comportarte.
Murmuré en aprobación y el sonido seco de una plancha
delgada de plástico colisionó contra la piel de mis nalgas;
apreté los labios de placer, de dolor; víctima de una
sensación embriagante que solamente podría disfrutar en el
sexo bien practicado, con la persona correcta y la mano
firme que aplicara el rigor de la disciplina sobre mí. Gemí
por la nariz, suspirando con fuerza anticipando el siguiente
azote con la regla.
—Una mujer como tú necesita que la disciplinen y lo sabes.
Y yo afirmé con la cabeza, incapaz de poder hablar, pero
con la libertad suficiente para gemir después del impacto de
aquel objeto cuya existencia había cobrado un nuevo
propósito. Golpe tras golpe Kramer me acorralaba contra la
pared de manera figurativa y literal. Con cada azote que
atestaba contra mí, su mano acariciaba delicadamente mi
nalga, preparando el terreno para el siguiente; de pronto,
comenzó a deslizarla. Primero apretó mi muslo,
demostrándome que lo deseaba; continuó su recorrido a mi
entrepierna en donde lo esperaba una vagina húmeda y
lista para ser aprehendida.
Su mano traviesa y segura comenzó a acariciar mi vagina.
—Estás empapada —dijo—, ¿con qué esto era lo que
querías? —agregó.
Afirmé con un sí ahogado por la corbata apretada en mi
boca.
—Así que por eso te portas mal ¿no? Para que te castigue —
y al terminar de hablar, le dio una palmada a mi vulva.
El placer que sentí por aquella palmada superó con creces el
azote con la regla, sin embargo, no estaba tan segura de
que pudiera preferir alguna de ellas antes que a la otra. Me
encantaba todo lo que Kramer con mi cuerpo; para mí era
más que suficiente.
—Te gusta ¿verdad? —azotó de nuevo, acarició mi vulva,
apretó mi clítoris y dio otra palmada—, te encanta que te
haga esto ¿cierto?
No había otra forma de responderle que no fuera con un «sí,
señor», que apenas se escuchaba a pesar de que estuviera
gritándolo. Su dedo entrando y saliendo, mientras que el
sonido de mis fluidos que chocaban con su palma y mi vulva
mientras que el placer me recorría la espalda, llegaba a mi
cabeza para estallar en otro gemido de placer ahogado por
la corbata. Kramer sabía qué hacer; no estaba perdiendo el
tiempo. Me cogió las manos y las sostuvo con la suya con
tanta fuerza que no había manera de que pudiera zafarme
de ellas. Tampoco quería.
—Tenemos que disciplinarte, enderezar tu comportamiento
para que no vuelvas a creer que puedes hacer lo que te
venga en gana —espetó.
Parecía disgustado conmigo, aunque sus manos y la forma
en que me hacía sentir decían otra cosa. Estaba cada vez
más cerca de acabar; las puntas de sus dedos apretaban mi
punto G al mismo tiempo en el que su pulgar se
concentraba en mi clítoris. Quería gritar con tanta fuerza
que mis gemidos pudieran inundar la parsimonia de aquella
oficina ya profanada con nuestra lujuria.
—¿Ya vas a llegar? —dijo, apretando los dientes.
—¡Sí! —murmuré entre las telas.
—¿Cuál es la palabra mágica? —inquirió, poniéndome a
prueba mientras continuaba moviendo sus dedos con prisa,
acercándome cada vez más a la cúspide del placer.
Mientras más gemía, más difícil se me hacía decirle lo que
quería escuchar: la respiración agitada, la mente en blanco,
mientras que sus manos tocaban mi vagina como un
instrumento que reproducía aquel sonido con la humedad
de mis labios; estaba en la gloría. Quería responderle:
«¿Puedo acabar, mi señor?» pero cuatro palabras eran
demasiado para la situación en la que me encontraba. Y
Kramer lo sabía.
Incapaz de responderle, subí y bajé mi cabeza con apremio
esperando que fuera suficiente para satisfacer su sed de
control.
—No te escucho.
Moví mi cabeza con mayor intensidad, sacudiendo el cuerpo
en el proceso, incapaz de emitir otro sonido que no fueran
gemidos de placer. Una presión en mi vientre que se
combinaba con un cosquilleo que iba extendiéndose, fue
aumentando cada vez más, empujándome fuera de aquella
oficina, despojándome de todas mis ataduras y dejándome
en total libertad.
Y grité; dejé escapar todo el aire de mis pulmones en el
momento en que me comenzaron a temblar las piernas. La
presión se convirtió en un estallido que ahora había tomado
el control de mi cuerpo, llenándome por completo sin dejar
un solo espacio vacío. Volteé los ojos; se me agitó la
respiración, una taquicardia empezó a levantarme el pecho
y un cosquilleó llegaba hasta la punta de mis pezones cada
vez que aquella se estrellaba contra la piel de mis nalgas. Y
no sabía cuándo acabaría; Kramer continuaba moviendo sus
dedos sin disminuir la intensidad, arrastrándome de nuevo
hasta la siguiente explosión de placer. Estaba segura de que
no resistiría más; acabada, tendida frente a él sobre una
bandeja de plata, siendo su entrada, su platillo fuerte y su
postre, supe de inmediato que el siguiente orgasmo llegaría
con mayor intensidad.  
—¿Te atreviste a acabar sin pedir permiso? —espetó Kramer.
Al tanto de la manera en que reaccionaba mi cuerpo, sacó
su mano casi de inmediato justo en el momento en el que
estaba por experimentar el siguiente orgasmo. Frustrada,
dejé escapar un chillido en descontento y él se apresuró a
decir:
—¿Quién te dijo que podías acabar? —dijo.
La nalgada que me dio después no se comparó con ninguna
otra que me hubiera dado aquella noche: Intensa, seca, con
tanta fuerza que creí que la regla se había roto. Me encantó,
sin lugar a duda, era increíble lo mucho que toleraba el
dolor mientras que mi vagina palpitaba desesperada por ser
penetrada, ansiosa, húmeda, llena de vitalidad y deseo. La
disposición de mi cuerpo por experimentar cualquier tipo de
sensaciones en el preciso instante en que Kramer no hacía
más que levantar un dedo, era sorprendente. No existían
límites para lo que era capaz de aceptar cuando él me
dominaba ni razón para negarme sin importar de qué se
tratase.
A ese punto de mi vida, bajo el azote de su regla; mientras
me decía por qué no podía acabar sin su permiso y al
experimentar la extraña sensación de estar a punto de
llegar al siguiente orgasmo tan solo por eso, no encontré
razón alguna para oponerme a él. Definitivamente era suya.
—¿Entonces quieres acabar sin pedir permiso? —dijo
desafiante— ¿eso es lo que quieres?
Negué con la cabeza, masticando lo que quería decir y no
permitiendo que saliera de mi boca: «no, mi señor, no»,
suplicando a pesar de saber que me merecía lo que iba a
hacer. Otra nalgada —pero esta vez con la palma de su
mano—, azotó mi culo con tanta fuerza que creí que me iba
a hacer caer. Gemí y él me dijo:
—¿Te gusta? —me azotó de nuevo—, ¿ah? ¿Te gusta que te
peguen?
Subí y bajé la cabeza, con una sonrisa traviesa en el rostro.
—Sí —murmuré y otra nalgada atizó mis sentidos. 
El sonido de la hebilla de su cinturón me dijo lo que venía.
La sonrisa de mi rostro creció tan solo con imaginarme que
su verga iba a entrar en mi cuerpo. Lo deseaba más que
cualquier otra cosa.
—Las personas que no pueden seguir las reglas deben ser
castigadas —dijo.
Mientras golpeaba cada palabra, me cogió de los hombros,
dio media vuelta y empujó mi rostro contra la mesa del
escritorio que estábamos profanando. «¿De quién será este
cubículo? ¿Habré hablado con ella, con él? ¿Comimos juntos,
nos reímos de algún chiste forzado que tenía la intención de
mejorar el ambiente tedioso de la oficina? ¿Conozco su
nombre? ¿Nos hemos topado en el elevador, el techo para
fumar, en los pasillos? », la culpa de estar escupiendo sus
hojas cada vez que la verga de Kramer entraba
salvajemente en mi vagina, empujándome cada vez más
contra el escritorio que golpe tras golpe se iba quedando sin
nada, en el que el vaivén de sus caderas me obligaban a
sacudir la mesa, tumbando todo al suelo y borrando de mi
memoria a aquella persona que seguramente conocía, que
tal vez llegaría al día siguiente para descubrir que sus cosas
estaban rotas, mojadas y en el suelo.
—Si lo que quieres es acabar sin permiso… —decía Kramer,
sin terminar de hablar porque el perforar mi cuerpo con su
polla requería de toda su atención.
Su miembro firme, grueso y enorme, se abría paso en el
interior de mi cuerpo con agresividad: intenso, veloz, sin
dejarme tiempo suficiente para coger aire y seguir
gimiendo, disfrutando su verga, sus manos que
violentamente estimulaban mi clítoris, que cogían mis
nalgas para abrirlas, que estimulaba mi ano y que me
azotaban porque había sido una chica mala, porque no tenía
permiso y de todos modos acabé.
Estaba disfrutando ese castigo porque era el tipo de
reprimendas que me encantaba recibir. A veces solamente
eran dolor, privaciones de cualquier tipo: sensoriales, de
atención; en otras ocasiones eran sensaciones intensas,
incapaces de tolerar por largo tiempo y que, a pesar de que
las disfrutaba, me dejaban destruida, reducida a polvo, a
nada. Y esta era una de esas.
Su verga llenaba mi interior mientras que las paredes de mi
vagina se aferraban a su verga. Salía y entraba como una
fiera salvaje, llevándome a creer que romperíamos el
cubículo sin mucho esfuerzo. Todo se sacudía a nuestro
alrededor. Kramer decía: «vas a acabar cuando yo te lo
diga», azotándome, mientras que empujaba su verga el
interior de mi cuerpo. Entraba, salía, entraba…
Yo no hallaba cómo más decir que me encantaba, que no se
detuviera a pesar de saber que en cualquier momento mis
piernas fallarían, que sería incapaz de respirar y que el
pecho me comenzaría a doler. No había tiempo más que
para experimentar el placer, para gemir, para sentir su
verga apoderándose de mi cuerpo. Decía para mis adentros:
«sí, así… no te detengas. ¡Sigue, sigue!»
Y como lo había pronosticado, mis rodillas fallaron. Comencé
a caerme, a jadear y a desprenderme cada vez más de mi
cuerpo. Estaba al borde de la locura, experimentando un
orgasmo tras otro como si no hubiera tiempo para perder.
Paso a paso me iba desmayando, sintiendo que no podía
seguir más, pero Kramer continuaba, no se detenía. Dijo,
irónicamente:
—¿No querías acabar? —mofándose de mí, mientras que mi
cuerpo no resistía tanto placer.
Y continuaba, no se detenía. Otro estallido, su verga salía,
entraba; azotes, apretones, jalones de cabello. Me daba con
más fuerza y me arrastraba sobre el escritorio; si no cedía
aquella mesa lo haría yo, quien era más frágil. Otro golpe,
otro jalón; la regla se rompió al estrellarse contra mis
nalgas, la polla crecía en mi interior y sus gritos se
esparcían por el aire:
—Eso es lo que querías acabar ¡entonces acaba! ¡Vamos!
Quería suplicar que se detuviera, pero se sentía tan bien
que lograba formar las palabras adecuadas.
—¡Sí! ¡Sí! —mascullaba.
En lo que su pene se salía por la intensidad de sus
movimientos, suplicaba que la volviera a meter a pesar de
que estaba en mi limite. Deseaba más, no quería que se
acabara. En un momento Kramer la sacó, me cogió de la
cintura, me cargó, llevó hasta otra mesa mucho más sólida
que la anterior y puso sobre ella para seguir follándome.
En sus ojos pude ver el animal salvaje que me poseía,
apoderándose de su cuerpo y dándome todo el placer que
quería recibir. Aquella cogida borró en su totalidad la
memoria de todas las que había tenido en los últimos
meses, abriendo paso a un mundo nuevo de
descubrimientos. Ni siquiera Kramer había hecho lo que él
mismo estaba haciendo en ese momento.
—¿Qué debes decir ahora? —gritó, sin dejar de mover sus
caderas.
Pero yo no podía hablar. La corbata y el aire que me faltaba
no me dejaron. Percatándose de eso, Kramer soltó
bruscamente la corbata que me amordazaba y preguntó de
nuevo:
—¿Qué debes decir ahora? —con más fuerza.
Su miembro apretándome, mi vagina escurriendo la espuma
de mis fluidos, mis pechos sacudiéndose y el sudor
recorriendo todo mi cuerpo. No sentía las piernas ni el
rostro, ¿cómo podría responderle? Respiré profundo,
aguanté la respiración y dije, resistiéndome a soltar todo el
aire que había inspirado para gemir sin decir nada:
—¿Puedo acabar, mi señor? —entre espasmos de placer,
sonando como una moribunda perdida en el desierto.
—Sí —respondió en seco.
Y como si todo lo que había experimentado no fuera
suficiente, dejé escapar un grito de placer intenso, segundo
solamente ante el orgasmo que estaba sintiendo.
—Sí… —suspiró Kramer.
De inmediato sentí como su polla comenzó a hincharse más
para dar paso a un calor ajeno que se depositó en mi
interior.
—Así es como me gusta acabar —dijo, para luego sacar su
pene—, tienes que obedecerme.
Acostada boca arriba con los pies colgando de la mesa, no
podía levantar la cabeza para verlo. Derrotada, suspiré un
«sí», casi inaudible, después otro en secuencia y así
sucesivamente, uno cada vez más apagado que el anterior.
No podía más.
Kramer se dio media vuelta, cogió su pantalón del suelo, se
lo puso de nuevo y, mirándome sobre su hombro, agregó:
—¿Cómo se dice? —levantando el mentón, dándome la
indicación de responder.
Un poco más calmada, aunque aún con la respiración
agitada dije:
—Gracias por follarme, mi señor.
8
Kramer no había hecho mucho más que aquello a lo que
estaba acostumbrado. Era su estilo de vida, la manera en la
que hacía las cosas; por ello, cuando las consecuencias de
haber follado en la oficina aparecieron, me encontré con un
hombre que no conocía.
—Si no quieres que esto salga a la luz, tendremos que hacer
un trato y… —intentó decir Mau, justo al lado del director de
la empresa, un sujeto canoso.
Bruce estaba ahí, la verdad no sé por qué, pero, la manera
en que evitaba mi mirada me incomodaba un poco. Me
sentía rechazada, como si hubiera cometido un crimen
imperdonable y me estuvieran condenando de por vida. El
sujeto canoso, sentado al lado de Mau, miraba fijamente y
desafiaba a Kramer, esperando que se rindiera y cediera al
chantaje.
—No estamos extorsionándolo —interrumpió el sujeto
canoso—, es solamente un pago por los daños ocasionados.
Kramer no dijo nada; en silencio, observaba fija y
meticulosamente a Mau y su jefe; me pregunté en qué
estaba pensando, sin saber qué cosas iba a hacer ahora.
—Tiene que decidir ahora, señor Kramer —insistió Mau,
fuera de su zona de confort—, el futuro de la señorita Lena
dependerá de lo que…
—¿Eso es todo lo que quieren? —interrumpió Kramer.
Me causó un poco de gracia la forma en la que nadie la
dejaba terminar de hablar. Una risa nasal que oculté detrás
de una tos casual pasó desapercibida para todos menos
Bruce quien, a pesar de que se encontraba evitando mi
mirada, estaba prestando mucha atención a lo que hacía. Al
darme cuenta bajé la mirada y aclaré mi garganta, aun
encontrando gracioso cómo no la dejaran terminar de
hablar, resintiendo y culpándola por todo lo que estaba
pasando «por entrometida», pensé.
Pero, Kramer no tardó en atraer toda mi atención.
—Creo que lo que haga o no con mi tiempo libre es, hasta
dónde tengo entendido, solamente mi problema —continuó,
con mucha calma.
—¿Quién hablo de tiempo libre, señor Kra…? —intentó decir
el sujeto canoso.
—Ya lo escuché, ahora es mi turno de habar —interrumpió.
—Pero…
—Señor —continuó Kramer, haciendo caso omiso a su
descontento—, sí se está hablando de mi tiempo porque, así
como me tienen retenido aquí, yo hice lo que me vino en
gana aquella noche en sus oficinas. ¿Me arrepiento? Nunca
me he arrepentido de nada en mi vida; esta no será la
primera vez. Invertí mi tiempo en follarme como quise a
esta señorita —me señaló con la mano—, invierto mi tiempo
ahora e invertiré mi tiempo la próxima vez que crean
conveniente volver a pedirme dinero. No estoy diciendo que
no tenga razón; resulta obvio que tengo que pagar por los
daños causados…
El sujeto canoso y Mau se miraron el uno al otro un tanto
tensos, sin entender el razonamiento de Kramer.
—Pero no voy a aceptar que me estén coaccionando por
esto y menos que amenacen con comprometer la carrera de
mi pareja —dijo.
Cuando se refirió a mí, se me erizó la piel. Suspiré y gemí
sutilmente; «soy su pareja», dije para mis adentros, aun
acostumbrándome a la manera en que eso se escuchaba.
—Hubiera pensado eso antes de ensuciar las oficinas de
esta empresa y el escritorio del señor Bruce quien…
«Diablos… —abrí los ojos de sorpresa al escuchar el motivo
de la presencia de Bruce—, sí lo conocía; eso lo explica
todo», pensé.
—Yo no tengo por qué estar aquí, señora, yo… —intentó
decir Bruce.
—Si lo que quieren es que page por ello; pagaré por lo que
es justo —interrumpió Kramer—, no obstante, esto me
resulta innecesario. No es nada que no pudieran resolver
por una llamada o yendo directamente a mi oficina. Nadie
salió perjudicado y estoy seguro de que usted se ha follado
más de una vez a la señora Mau aquí sin que nadie lo
amenace ni lo extorsione.
Kramer se levantó como si la reunión hubiera terminado.
Sus palabras quedaron flotando en el aire; el rostro de los
dos mencionados quedaron tiesos. No se esperaban. Se
miraron el uno al otro intentando encontrar las palabras
adecuadas. Mau se veía como una criminal a la que
acababan de descubrir y el sujeto canoso parecía más
tranquilo, pero visualmente ofendido. 
Por mi parte, luego de deducir que Kramer estaba en lo
correcto, aparté mis ojos de ellos dos y seguí con la mirada
sin entender por qué estaba dispuesto a marcharse tan
pronto. Sin embargo, la conversación tomó un giro
inesperado.
Incomodos, intentaron defenderse.
—¿Cómo se atreve a decir eso? —dijo Mau.
—No puede estar diciendo cosas que no sabe —dijo el
sujeto canoso.
Ambos hablaron casi al unísono, pero fueron opacados por
las palabras de Kramer. 
—No voy a pretender que mis acciones no acarrean
consecuencias, señores —elevó el tono de su voz.
Kramer giró su rostro para verme por unos segundos y luego
regresó su atención a mis jefes. Sus bocas abiertas, sus
mandíbulas temblorosas y su evidente ansiedad por hablar,
comenzó a generarme un poco de lastima. No sabía quién
lideraba en aquella conversación.
—Consecuencias con las que puedo lidiar si se trata de
dinero; si quieren chantajearme —continuó Kramer—, no me
importa darles dinero si eso es lo que creen que necesitan
—vaciló—. Para ser honesto, de todos los comportamientos
bajos que me esperaba, este es el más básico; ¿acaso no se
les ocurrió una mejor idea?
Mau intentó interrumpirlo, pero Kramer la hizo callar al
mirarla y seguir con su discurso. Encontré increíble la forma
en que les hablaba: sin asco, sin contemplaciones… todo lo
que decía iba directo al grano y, más que todo, no le
importaba lo que ellos tuviesen que decir a cambio. Parecía
una conversación unilateral.
—No intenten decir que no, aquí todos somos adultos,
señora Mau —aclaró—, si lo que quiere es eso, lo puedo dar
sin problema alguno; pero si lo que desean es algo más de
mí y que obviamente carece de sentido, entonces, lo siento
mucho, no puedo continuar aquí.
Hizo una pausa, intercambió mirada con los dos y, luego de
unos segundos, levantó los hombros con indiferencia y se
dio media vuelta.
—Si así son las cosas —emprendió su rumbo a la puerta—,
mi abogado estará esperando su llamada.
En ese instante, no entendí qué sucedía; intenté
levantarme, aunque, incapaz de encontrar una respuesta,
puse mi atención en Mau, quien le susurraba algo al sujeto
canoso. No tuve tiempo de escuchar su conversación, pero,
asumo que tenía que ver con algo que dijeron después:
—Señor Kramer… —le detuvo el sujeto canoso.
Y, como si estuviera esperándolo, se dio media vuelta y le
miró atento.
—Me disculpo si le ofendí —continuó el sujeto canoso—;
tiene razón, hay cosas que podemos y no podemos hacer.
—Está bien —respondió Kramer.
Aquella conciliación repentina no tenía sentido en lo más
mínimo para mí; de hecho, me hizo enojar.
—¿Qué está pasando aquí? —inquirí.
No hablé desde que empezó la reunión porque no sentí que
tuviera el derecho; era cierto todo aquello de lo que me
acusaban, y, después de todo, tenían pruebas grabadas de
lo que sucedió, ¿qué otra cosa podría hacer? Era obvio que
mi única opción sería colaborar con el proceso en silencio:
tendría que aceptar de manera voluntaria todo lo que me
dijeran.
Sin embargo, nada parecía tener sentido:
—¿Ahora estamos todos de acuerdo? ¿No hay problemas?
¡Es en serio! —inquirí furiosa—, ¿cuál es el motivo de todo
esto entonces? ¿Qué? ¿Acaso esto no es más es una maldita
estupidez? ¿una pérdida de tiempo? ¿En serio hicieron todo
esto solo para pedir dinero y esperan lavarse el rostro
fingiendo que no? —exclamé furiosa.
—Señorita Lena —intentó detenerme el sujeto canoso—,
hable más bajo, no tiene por qué… 
—¡No! —dije, mirándolo con furor— no, no… —enfaticé,
mirando a los demás violentamente, para luego fijarme de
nuevo en el sujeto que pronto dejaría de ser mi jefe— ¡yo
hablo como se me venga en gana! ¿Escuchó? —hice una
pausa— ¿qué es lo que intentan? ¿Amenazar a Kramer? —
dije con desdén— ¿acaso son imbéciles? ¿Para qué le van a
pedir dinero? A él no le importa lo que muestren o no, le
vale poco sus malditas amenazas.
Resoplé, cada vez más furiosa.
—Por un segundo en realidad creí que iban a hacer algo
importante aquí, que seguramente me iban a despedir o
algo… lo que no me esperaba era que intentaran hacer algo
tan ridículo. Pedir dinero o si no ¿qué? ¿Van a mostrarle esto
a los medios? ¡Ja! Por favor —agregué a lo último con
desprecio irónico.
De pronto, me hallé hablando por él como si lo conociera de
años. No tenía, en lo absoluto, idea de qué tipo de persona
era Kramer fuera de nuestra vida sexual, por lo que,
defenderlo de esa manera era una apuesta riesgosa.
—Lena, por favor, no vayamos a empezar con… —dijo Mau.
—Ya cállate —espeté con desdén.
Ofendida, Mau intentó responderme hasta que la interrumpí
del mismo modo en que los demás lo hicieron.
—No me interesa nada de lo que tengas que decir; yo me
callo cuando me den ganas de…
—Ya, no hables más, por favor —dijo Kramer.
Y como si hubiera tocado un botón, dejé de hablar de
inmediato. Su tono de voz y su forma de hablar despertaron
en mí la mujer sumisa que ahora le pertenecía. El fervor que
mi comportamiento y palabras habían establecido en el
ambiente, dejaron un sentimiento inconcluso en todos los
presentes que Kramer completó sin mucho esfuerzo.
—Me disculpo —dijo, fingiéndose avergonzado—, ¿decía?
Sin saber si reprenderme o continuar con lo que intentaba
decirle a Kramer, el sujeto canoso vaciló un poco hasta que
se decidió por continuar. Aclaró su garganta y dijo:
—Señor Kramer, ¿qué propone que hagamos?
«¿En qué momento esto se volvió decisión de Kramer?»,
pensé. Hasta donde tenía entendido, lo que sucediera ahí no
dependía solamente de él.
—Propongo que se dejen de tantos rodeos y decidan:
¿quieren pedirme dinero y hacer lo que obviamente van a
hacer? ¿O quieren que les dé el dinero que quieren, dejar
esto como está y fingir que nunca sucedió, evitándose así
todos los problemas que les podría ocasionar el intentar
chantajearme de alguna forma? El dinero no es problema —
aclaró Kramer—, como ya les dije. Por favor, tomen una
decisión rápida —levantó su brazo y agregó—: tengo cosas
más importantes qué hacer.
Nada de lo que dijo fue ofensivo, no obstante, se sintió
como si les estuviera escupiendo las cosas en el rostro con
mucho desprecio. Seguido a esto, hubo un silencio
ensordecedor. Mis dos jefes comenzaron a murmurar y, en
medio de ese tiempo libre, él me miró y me sonrió como si
nada malo estuviera pasando.
Su sonrisa despreocupada me demostró que desde un
principio tuvo el control.
—Señor Kramer, creo que podemos dejarlo así… —dijo Mau,
evitando la parte del dinero como si ninguno de nosotros lo
hubiéramos escuchado.
Al escuchar su respuesta, Kramer me hizo un guiño y sonrió
con travesura: «¿ves? Ningún problema», me quiso decir
con ese gesto tan travieso y juguetón; todo eso era un juego
para él.
—Está bien —dijo, con una sutil sonrisa de victoria en el
rostro—, les enviaré un cheque con el monto que me pidan
—agregó, para su descontento.
Mau y el sujeto canoso no parecían querer aceptar que
estaban recibiendo dinero de él.
—Vámonos, querida —dijo Kramer de pronto—, tenemos
cosas que hacer.
—Si, mi —vacilé al darme cuenta de que estaba por decirle
«mi señor»—… amor.
Y con una sonrisa llena de complicidad, me levanté
apresurada y me acerqué a él, cogiéndolo del brazo.
—Señor Bruce, se puede retirar —dijo Mau, recordándome
que él continuaba ahí—, y supongo que no tengo que
decirle que no puede decir nada de lo que escuchó aquí
¿cierto?
Sus voces se fueron haciendo murmullos distantes mientras
que enfocaba mi atención cada vez más en él, gradual y en
aumento, sintiendo que, de alguna u otra forma, Kramer
había conquistado muchas cosas en mí. No estaba molesta
por la forma en que me mandó a callar o por la manera en
que resolvió las cosas; si algo había que tener en cuenta era
que, sin importar qué, podría contar con Kramer en lo que
fuera.
—¿Ahora qué quieres hacer? —preguntó Kramer, como si
nada hubiera pasado.
Existían muchas formas de las que podría responderle, pero
estaba segura de que solamente una podría ser la indicada:
—Lo que usted quiera, mi señor.
Kramer, sonrió satisfecho, como si esa hubiera sido la
respuesta que esperaba. Complacida, sonreí de vuelta.
NOTA DE LA AUTORA
Espero que hayas disfrutado del libro. MUCHAS GRACIAS
por leerlo. De verdad. Para nosotros es un placer y un
orgullo que lo hayas terminado. Para terminar… con
sinceridad, me gustaría pedirte que, si has disfrutado del
libro y llegado hasta aquí, le dediques unos segundos a
dejar una review en Amazon. Son 15 segundos.
¿Por qué te lo pido? Si te ha gustado, ayudaras a que más
gente pueda leerlo y disfrutarlo. Los comentarios en
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que tenemos. Por supuesto, quiero que digas lo que te ha
parecido de verdad. Desde el corazón. El público decidirá,
con el tiempo, si merece la pena o no. Yo solo sé que
seguiremos haciendo todo lo posible por escribir y hacer
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Capítulo 1
Cuando era adolescente no me imaginé que mi vida
sería así, eso por descontado.
Mi madre, que es una crack, me metió en la cabeza
desde niña que tenía que ser independiente y hacer lo que
yo quisiera. “Estudia lo que quieras, aprende a valerte por ti
misma y nunca mires atrás, Belén”, me decía.
Mis abuelos, a los que no llegué a conocer hasta que
eran muy viejitos, fueron siempre muy estrictos con ella. En
estos casos, lo más normal es que la chavala salga por
donde menos te lo esperas, así que siguiendo esa lógica mi
madre apareció a los dieciocho con un bombo de padre
desconocido y la echaron de casa.
Del bombo, por si no te lo imaginabas, salí yo. Y así,
durante la mayor parte de mi vida seguí el consejo de mi
madre para vivir igual que ella había vivido: libre,
independiente… y pobre como una rata.
Aceleramos la película, nos saltamos unas cuantas
escenas y aparezco en una tumbona blanca junto a una
piscina más grande que la casa en la que me crie. Llevo
puestas gafas de sol de Dolce & Gabana, un bikini exclusivo
de Carolina Herrera y, a pesar de que no han sonado
todavía las doce del mediodía, me estoy tomando el medio
gin-tonic que me ha preparado el servicio.
Pese al ligero regusto amargo que me deja en la boca,
cada sorbo me sabe a triunfo. Un triunfo que no he
alcanzado gracias a mi trabajo (a ver cómo se hace una rica
siendo psicóloga cuando el empleo mejor pagado que he
tenido ha sido en el Mercadona), pero que no por ello es
menos meritorio.
Sí, he pegado un braguetazo.
Sí, soy una esposa trofeo.
Y no, no me arrepiento de ello. Ni lo más mínimo.
Mi madre no está demasiado orgullosa de mí. Supongo
que habría preferido que siguiera escaldándome las manos
de lavaplatos en un restaurante, o las rodillas como fregona
en una empresa de limpieza que hacía malabarismos con mi
contrato para pagarme lo menos posible y tener la
capacidad de echarme sin que pudiese decir esta boca es
mía.
Si habéis escuchado lo primero que he dicho, sabréis
por qué. Mi madre cree que una mujer no debería buscar un
esposo (o esposa, que es muy moderna) que la mantenga. A
pesar de todo, mi infancia y adolescencia fueron
estupendas, y ella se dejó los cuernos para que yo fuese a
la universidad. “¿Por qué has tenido que optar por el camino
fácil, Belén?”, me dijo desolada cuando le expliqué el
arreglo.
Pues porque estaba hasta el moño, por eso. Hasta el
moño de esforzarme y que no diera frutos, de pelearme con
el mundo para encontrar el pequeño espacio en el que se
me permitiera ser feliz. Hasta el moño de seguir
convenciones sociales, buscar el amor, creer en el mérito
del trabajo, ser una mujer diez y actuar siempre como si la
siguiente generación de chicas jóvenes fuese a tenerme a
mí como ejemplo.
Porque la vida está para vivirla, y si encuentras un
atajo… Bueno, pues habrá que ver a dónde conduce, ¿no?
Con todo, mi madre debería estar orgullosa de una cosa.
Aunque el arreglo haya sido más bien decimonónico, he
llegado hasta aquí de la manera más racional, práctica y
moderna posible.
Estoy bebiendo un trago del gin-tonic cuando veo
aparecer a Vanessa Schumacher al otro lado de la piscina.
Los hielos tintinean cuando los dejo a la sombra de la
tumbona. Viene con un vestido de noche largo y con los
zapatos de tacón en la mano. Al menos se ha dado una
ducha y el pelo largo y rubio le gotea sobre los hombros.
Parece como si no se esperase encontrarme aquí.
Tímida, levanta la mirada y sonríe. Hace un gesto de
saludo con la mano libre y yo la imito. No hemos hablado
mucho, pero me cae bien, así que le indico que se acerque.
Si se acaba de despertar, seguro que tiene hambre.
Vanessa cruza el espacio que nos separa franqueando
la piscina. Deja los zapatos en el suelo antes de sentarse en
la tumbona que le señalo. Está algo inquieta, pero siempre
he sido cordial con ella, así que no tarda en obedecer y
relajarse.
—¿Quieres desayunar algo? –pregunto mientras se
sienta en la tumbona con un crujido.
—Vale –dice con un leve acento alemán. Tiene unos
ojos grises muy bonitos que hacen que su rostro
resplandezca. Es joven; debe de rondar los veintipocos y le
ha sabido sacar todo el jugo a su tipazo germánico. La he
visto posando en portadas de revistas de moda y corazón
desde antes de que yo misma apareciera. De cerca,
sorprende su aparente candidez. Cualquiera diría que es
una mujer casada y curtida en este mundo de apariencias.
Le pido a una de las mujeres del servicio que le traiga
el desayuno a Vanessa. Aparece con una bandeja de platos
variados mientras Vanessa y yo hablamos del tiempo, de la
playa y de la fiesta en la que estuvo anoche. Cuando le da
el primer mordisco a una tostada con mantequilla light y
mermelada de naranja amarga, aparece mi marido por la
misma puerta de la que ha salido ella.
¿Veis? Os había dicho que, pese a lo anticuado del
planteamiento, lo habíamos llevado a cabo con estilo y
practicidad.
Javier ronda los treinta y cinco y lleva un año retirado,
pero conserva la buena forma de un futbolista. Alto y
fibroso, con la piel bronceada por las horas de
entrenamiento al aire libre, tiene unos pectorales bien
formados y una tableta de chocolate con sus ocho onzas y
todo.
Aunque tiene el pecho y el abdomen cubiertos por una
ligera mata de vello, parece suave al tacto y no se extiende,
como en otros hombres, por los hombros y la espalda. En
este caso, mi maridito se ha encargado de decorárselos con
tatuajes tribales y nombres de gente que le importa.
Ninguno es el mío. Y digo que su vello debe de ser suave
porque nunca se lo he tocado. A decir verdad, nuestro
contacto se ha limitado a ponernos las alianzas, a darnos
algún que otro casto beso y a tomarnos de la mano frente a
las cámaras.
El resto se lo dejo a Vanessa y a las decenas de chicas
que se debe de tirar aquí y allá. Nuestro acuerdo no
precisaba ningún contacto más íntimo que ese, después de
todo.
Así descrito suena de lo más atractivo, ¿verdad? Un
macho alfa en todo su esplendor, de los que te ponen
mirando a Cuenca antes de que se te pase por la cabeza
que no te ha dado ni los buenos días. Eso es porque todavía
no os he dicho cómo habla.
Pero esperad, que se nos acerca. Trae una sonrisa de
suficiencia en los labios bajo la barba de varios días. Ni se
ha puesto pantalones, el tío, pero supongo que ni Vanessa,
ni el servicio, ni yo nos vamos a escandalizar por verle en
calzoncillos.
Se aproxima a Vanessa, gruñe un saludo, le roba una
tostada y le pega un mordisco. Y después de mirarnos a las
dos, que hasta hace un segundo estábamos charlando tan
ricamente, dice con la boca llena:
—Qué bien que seáis amigas, qué bien. El próximo día
te llamo y nos hacemos un trío, ¿eh, Belén?
Le falta una sobada de paquete para ganar el premio a
machote bocazas del año, pero parece que está demasiado
ocupado echando mano del desayuno de Vanessa como
para regalarnos un gesto tan español.
Vanessa sonríe con nerviosismo, como si no supiera
qué decir. Yo le doy un trago al gin-tonic para ahorrarme una
lindeza. No es que el comentario me escandalice (después
de todo, he tenido mi ración de desenfreno sexual y los tríos
no me disgustan precisamente), pero siempre me ha
parecido curioso que haya hombres que crean que esa es la
mejor manera de proponer uno.
Como conozco a Javier, sé que está bastante seguro
de que el universo gira en torno a su pene y que tanto
Vanessa como yo tenemos que usar toda nuestra voluntad
para evitar arrojarnos sobre su cuerpo semidesnudo y
adorar su miembro como el motivo y fin de nuestra
existencia.
A veces no puedo evitar dejarle caer que no es así,
pero no quiero ridiculizarle delante de su amante. Ya lo hace
él solito.
—Qué cosas dices, Javier –responde ella, y le da un
manotazo cuando trata de cogerle el vaso de zumo—. ¡Vale
ya, que es mi desayuno!
—¿Por qué no pides tú algo de comer? –pregunto
mirándole por encima de las gafas de sol.
—Porque en la cocina no hay de lo que yo quiero –dice
Javier.
Me guiña el ojo y se quita los calzoncillos sin ningún
pudor. No tiene marca de bronceado; en el sótano tenemos
una cama de rayos UVA a la que suele darle uso semanal.
Nos deleita con una muestra rápida de su culo esculpido en
piedra antes de saltar de cabeza a la piscina. Unas gotas me
salpican en el tobillo y me obligan a encoger los pies.
Suspiro y me vuelvo hacia Vanessa. Ella aún le mira
con cierta lujuria, pero niega con la cabeza con una sonrisa
secreta. A veces me pregunto por qué, de entre todos los
tíos a los que podría tirarse, ha elegido al idiota de Javier.
—Debería irme ya –dice dejando a un lado la bandeja
—. Gracias por el desayuno, Belén.
—No hay de qué, mujer. Ya que eres una invitada y
este zopenco no se porta como un verdadero anfitrión, algo
tengo que hacer yo.
Vanessa se levanta y recoge sus zapatos.
—No seas mala. Tienes suerte de tenerle, ¿sabes?
Bufo una carcajada.
—Sí, no lo dudo.
—Lo digo en serio. Al menos le gustas. A veces me
gustaría que Michel se sintiera atraído por mí.
No hay verdadera tristeza en su voz, sino quizá cierta
curiosidad. Michel St. Dennis, jugador del Deportivo
Chamartín y antiguo compañero de Javier, es su marido. Al
igual que Javier y yo, Vanessa y Michel tienen un arreglo
matrimonial muy moderno.
Vanessa, que es modelo profesional, cuenta con el
apoyo económico y publicitario que necesita para continuar
con su carrera. Michel, que está dentro del armario,
necesitaba una fachada heterosexual que le permita seguir
jugando en un equipo de Primera sin que los rumores le
fastidien los contratos publicitarios ni los directivos del club
se le echen encima.
Como dicen los ingleses: una situación win-win.
—Michel es un cielo –le respondo. Alguna vez hemos
quedado los cuatro a cenar en algún restaurante para que
nos saquen fotos juntos, y me cae bien—. Javier sólo me
pretende porque sabe que no me interesa. Es así de
narcisista. No se puede creer que no haya caído rendida a
sus encantos.
Vanessa sonríe y se encoge de hombros.
—No es tan malo como crees. Además, es sincero.
—Mira, en eso te doy la razón. Es raro encontrar
hombres así. –Doy un sorbo a mi cubata—. ¿Quieres que le
diga a Pedro que te lleve a casa?
—No, gracias. Prefiero pedirme un taxi.
—Vale, pues hasta la próxima.
—Adiós, guapa.
Vanessa se va y me deja sola con mis gafas, mi bikini
y mi gin-tonic. Y mi maridito, que está haciendo largos en la
piscina en modo Michael Phelps mientras bufa y ruge como
un dragón. No tengo muy claro de si se está pavoneando o
sólo ejercitando, pero corta el agua con sus brazadas de
nadador como si quisiera desbordarla.
A veces me pregunto si sería tan entusiasta en la
cama, y me imagino debajo de él en medio de una follada
vikinga. ¿Vanessa grita tan alto por darle emoción, o porque
Javier es así de bueno?
Y en todo caso, ¿qué más me da? Esto es un arreglo
moderno y práctico, y yo tengo una varita Hitachi que vale
por cien machos ibéricos de medio pelo.
Una mujer con la cabeza bien amueblada no necesita
mucho más que eso.
 
Javier
Disfruto de la atención de Belén durante unos largos.
Después se levanta como si nada, recoge el gin-tonic y la
revista insulsa que debe de haber estado leyendo y se
larga.
Se larga.
Me detengo en mitad de la piscina y me paso la mano
por la cara para enjuagarme el agua. Apenas puedo creer lo
que veo. Estoy a cien, con el pulso como un tambor y los
músculos hinchados por el ejercicio, y ella se va. ¡Se va!
A veces me pregunto si no me he casado con una
lesbiana. O con una frígida. Pues anda que sería buena
puntería. Yo, que he ganado todos los títulos que se puedan
ganar en un club europeo (la Liga, la Copa, la Súper Copa, la
Champions… Ya me entiendes) y que marqué el gol que nos
dio la victoria en aquella final en Milán (bueno, en realidad
fue de penalti y Jáuregui ya había marcado uno antes, pero
ese fue el que nos aseguró que ganábamos).
 
La Mujer Trofeo
Romance Amor Libre y Sexo con el Futbolista Millonario
— Comedia Erótica y Humor —
Ah, y…
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