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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

Al Staff Excomulgado: Excopic por la


Traducción, Angie por Corrección de Traduccion
y Kiti08 por la Corrección, Diagramación y
Lectura Final de este Libro para El Club De Las
Excomulgadas…

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que


nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras

A. C. James – Ruler
Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan
siempre. A Todas….

Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Aviso Excomulgado

El Club de Las Excomulgadas ha realizado


este proyecto de fan traducción Sin Ánimo
De Lucro Alguno.

Está hecho por Fans para Fans, Siendo su


Distribución Complemente Gratuita.

No ha tenido en ningún momento el objetivo

A. C. James – Ruler
de quebrantar la propiedad intelectual del
autor o reemplazar el original. Su Único fin
es incentivar y entretener con la lectura en
nuestro idioma.

Así mismo las Incentivamos a Comprar Las


Obras de Nuestras Autoras Favoritas, ya
sea en el idioma original o cuando estén
disponibles en español, para seguir
disfrutando de estas grandes novelas.

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El Club de las Excomulgadas

Argumento
Arie está teniendo una mala noche, pero, ¿qué hay de nuevo en eso? Cuando los
vampiros tratan con demonios nada menos puede esperarse.

Se dirige al Hellfire Club para informar a su sexy jefa, Tessa Green, anticipando
que va a estar menos que satisfecha con los detalles de su noche. En su lugar, se
encuentra con una nueva y sexy empleada esperando en la oficina. A solas, ella le
ofrece una interesante oportunidad para improvisar.

Esta lectura corta y caliente contiene obscenidades, voyerismo, BDSM (de la


variedad DIY1), situaciones M/F y F/F. No es para los débiles de corazón y está
dirigida a un público de más de 18 años.

A. C. James – Ruler

1
Do It Yourself (Hazlo tú mismo). En este caso, se refiere a la variedad del BDSM donde, en sustitución de los
implementos especializados empleados usualmente (floggers, látigos, pinzas de pezón, banco de nalgadas…), se usan
artículos caseros (espátulas, cucharas de madera, pinzas para la ropa, sofá, un arcón o un baúl…). También se le
denomina, en algunos lugares, de Bricolaje o Bricosado.

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El Club de las Excomulgadas

Ruler
Fuera del club los disparos estallaron con furia. Probablemente era sólo un tiroteo
entre bandas. Pero a los policías eso les importaba una mierda. Esta parte de la
ciudad se parecía a una guerra en un país del tercer mundo, pero mientras no
interfiriera con el negocio, no nos implicaríamos. El Hellfire Club estaba situado en
el lado sur de Chicago. Funcionaba como un club gótico en el piso inferior y un
club sexual clandestino en los niveles superiores. En un mundo donde lo
sobrenatural se mezclaba con los humanos, que en su mayoría eran inconscientes
de este hecho, el club proporcionaba una tapadera perfecta. Por supuesto, nuestra
clientela de clase alta, y los pocos humanos de nuestro personal, sabían sobre
nuestra especie.

Inhalé profundamente y oré por paciencia. A Tessa no le iba a gustar el incremento


de precios de la tecnología médica que el banco de sangre requería para

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mantenernos bastecidos. ¿Qué se suponía que hiciera? El mitad demonio disfrazado de
humano había estado de pie allí, con esa perversa y condenada sonrisa, y cuando
traté de deslumbrarlo pareció completamente inmune a mis tácticas. Había venido
a darle un informe a Tessa, y no era probable que ella lo dejase pasar.

Murmurando obscenidades, caminé a través del negro mármol y Luna levantó la


vista desde su puesto detrás de la barra.

—Arie…

—Ahora no, Luna.

Apretó los labios, pero no respondió a mi volátil humor. Probablemente era lo


mejor en estas circunstancias. Añadir a la mezcla cualquiera de mis instintos
primarios: sexo, violencia y sed de sangre, la pondría en una mala situación. Si no
fuera por este asunto con el banco de sangre, me la tiraría a pesar de mi preferencia
por las compañeras humanas. Pero con ella haría una excepción.

Luna tenía una piel pálida y luminosa, que casi igualaba la mía, y dejaba tras ella
una corriente de rayos plateados. Hasta su caballo, incluso sus pestañas, brillaban
con tono plateado. Por lo general, me miraba con admiración, pero en este
momento sólo parecía disgustada, y yo no tenía tiempo para tratar con la enfadada
hada.

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El Club de las Excomulgadas
El botón del ascensor se encendió cuando lo presioné y después de unos momentos,
la puerta se abrió. Tomé el ascensor hasta el tercer piso y caminé por el pasillo
débilmente iluminado hasta la oficina de Tessa. Alguien estaba teniendo sexo en el
edificio. En cualquier momento alguien podría estar follando en el club, pero
mientras caminaba, el olor a excitación se hizo más fuerte, haciendo que mi cuerpo
se tensase y mis pelotas palpitaran. Maldición, resistirse se hacía cada vez más duro
y doloroso, como lo estaba mi polla en este momento.

Pasé a un lado del guardia de cara pétrea que estaba fuera de la oficina de Tessa.
Era más robusto que yo, casi tan alto, y su pelo corto y rubio estaba en punta.
Gruñendo, levanté mi puño cuando me detuvo con un musculoso brazo portador
de un tatuaje tribal que recorría su longitud. Mi puño entró en contacto con su
mandíbula y soltó una maldición.

—¡Maldita sea, hombre. No puedes entrar ahí! —dijo, frotando su mandíbula.

—Y una mierda que no.

—Ella no está aquí, y se supone que no puedo dejar entrar a nadie.

—Ese no es mi problema.

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Abrí la puerta de un tirón. Había una sexy pelirroja, sentada en una silla demasiado
grande, delante del escritorio que le había costado un dineral a Tessa. Llevaba una
falda negra corta y un top morado atado entre sus pechos, exponiendo su
estómago. Eso significaba que sólo podía estar aquí por una cosa, un trabajo. Sus
largos rizos se desbordaban por sus hombros. Entonces se giró hacia mí y su boca
se abrió mientras sus mejillas se ruborizaban con un revelador rojo. Su expresión
igualaba los rasgos sorprendidos del hombre representado en la vieja pieza de
cerámica situada en el escritorio de Tessa, que estaba ornamentado con un tema
erótico homosexual.

Mierda.

Todavía podía oír a alguien echando un polvo en alguna parte en este nivel, pero el
olor de la excitación provenía de la pelirroja. Y estaba bastante seguro de saber el
por qué. Tessa tenía una manera especial de entrevistar a los nuevos empleados del
club. Sobre todo a los calientes y pequeños bombones como éste. Ella se movió en
su asiento y no pude evitar sonreír.

—¿Dónde está Tessa?

—No lo sé. Me dijo que esperara aquí. Estoy segura de que volverá en unos
minutos.

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El Club de las Excomulgadas
Obviamente, no tenía ni idea sobre cómo actuaba Tessa. Tessa Green tenía poco
respeto por los demás y hacer a la gente esperar no la perturbaba en lo más mínimo.
Había aprendido a no esperar que ella estuviese allí, aunque ella misma hubiera
exigido una reunión conmigo. Pero tal vez podría tener un poco de diversión con la
hermosa pelirroja mientras esperaba.

—¿Cómo te llamas?

Tragó saliva.

—Isla.

—Isla, desde aquí puedo oler lo mojada que estás. Tessa debe estar entrevistándote
minuciosamente.

Sus mejillas ahora igualaban el color de sus rizos, mientras miraba hacia sus manos
dobladas cuidadosamente en su regazo. Pero continuó moviéndose
incómodamente en su asiento.

—Sí… concienzudamente.

—Te estás librando fácilmente, entonces. Tessa puede ser brutal con las nuevas

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chicas. ¿Estás solicitando un puesto de camarera en el piso inferior, o de bailarina
en el de arriba?

—Soy bailarina durante los fines de semana en el Pink Chimp —dijo en voz baja.

Me encogí de hombros.

—No son malas.

Pero tampoco eran muy buenas. Las strippers competían para bailar en el muy
exclusivo club sexual BDSM que funcionaba en el segundo piso. El Hellfire Club
hacía que nuestras especies se mezclaran, y con las desorbitantes propinas que las
bailarinas obtenían en nuestro club, los antros locales palidecían en comparación.
Era fácil ver por qué golpeaban las puertas para bailar en el Hellfire Club, y tenía
curiosidad por ver hasta qué punto iría ella para conseguir el trabajo.

Di un paso hacia ella y cerré la puerta a la oficina de Tessa detrás de mí. Su jefe de
seguridad me lanzó una mirada oscura mientras la puerta se cerraba en su cara.
Pero obviamente mi puño golpeando su mandíbula lo hizo comprender mi punto,
ya que no dijo nada.

—Soy Arie. Y tengo mucha influencia con Tessa.

—¿Oh?

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El Club de las Excomulgadas
Encontró mis ojos tentativamente, pero claramente entendió mi intención. Su
expresión cambió, mientras una conocedora sonrisa curvó su boca. Isla me echó
una ojeada apreciativa y supe exactamente lo que estaba viendo. Mi esbelta
estructura muscular con un pelo corto, oscuro y rizado, y los ojos grises
metalizados, acompañados de mi habitual chaqueta de cuero, hacían que la
mayoría de las mujeres me desearan. No necesitaba deslumbrarlas para
convencerlas de ir a mi cama. Venían voluntaria y frecuentemente.

—Arie, ¿te gustaría entrevistarme? Creo que serías bueno en ello.

—Después de siglos de vida hay dos cosas que hago bien: pelear y follar.

Dos perforaciones perfectamente redondas marcaban su cuello, y si buscaba un


trabajo en nuestro club sexual, sabía que alguna de nuestras bailarinas debió
recomendarla. El rubor carmesí volvió a su cara. Sonreí. Mi declaración había
alcanzado la respuesta apropiada y deseada.

—Levántate.

Me complació que mi voz, una orden ronca, obtuviera su obediencia sin vacilación.
Reduje la corta distancia entre nosotros. Mi lengua se deslizó en la boca de Isla y se

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movió contra su lengua en una feroz y húmeda caricia, mientras tomaba lo que
quería. Ella arqueó la espalda, empujando sus caderas en respuesta, pero aun así,
no la toqué. El único contacto físico entre nosotros estaba donde nuestras bocas se
presionaban apasionadamente.

Isla se retiró suavemente.

—Te deseo.

Dejé que mis labios rozaran los de ella, suave y brevemente.

—Voy a hacer que me supliques —dije, susurrando contra sus labios separados.

Gimiendo, sacudió con la cabeza. Tracé una línea hacia abajo, por su cuello con mi
dedo, a través de la cima de sus pechos, y dejé mis yemas momentáneamente sobre
el lazo que sostenía el top en su sitio. Su inhalación fue apenas audible pero para
alguien como yo, fue fácil oírlo. Cuando solté el nudo y empujé los bordes,
quedaron expuestos sus pechos pequeños, pálidos y redondos.

—Eres hermosa.

—Gracias.

—Gracias, Señor. —La corregí con una mirada severa.

—Lo siento, Señor. Quiero decir… gracias, Señor.

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El Club de las Excomulgadas
Tiré de los bordes del lazo y la dirigí tirando de ellos, mientras la guiaba hacia el
otro lado del escritorio. No perdió el ritmo. Claramente, su experiencia como
bailarina le había enseñado cómo moverse, pero yo todavía tenía una cosa o dos
que enseñarle. Isla jadeó cuando aferré sus brazos, sujetándolos en su espalda.
Empujé mi musculoso muslo entre sus piernas para separarlas, y presioné contra su
sexo provocativamente. Tiré de su labio inferior con mis dientes mientras
encontraba su boca con la mía.

Mis manos bajaron hacia sus caderas y la empujé contra el borde del escritorio. Ella
situó sus manos en la superficie para estabilizarse. La pila de informes a un lado del
escritorio de Tessa cayó al suelo cuando los aparté. Isla se sentó en el escritorio. La
empujé hacia atrás y quedó extendida sobre la superficie: mía para tomarla. El
chirrido de los goznes de la puerta de la oficina llamó mi atención. Estaba abierta
casi treinta centímetros. El impertinente empleado de Tessa nos miraba desde la
entrada con lujuria en los ojos. Su intensa mirada seguía el movimiento de los
pechos de Isla mientras se elevaban y descendían con su respiración.

Bien, dejémoslo mirar lo que no puede tener.

Deslicé mi mano el interior de su muslo. No llevaba la ropa interior. Vagamente,

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me pregunté si estaría en posesión de Tessa. Descubrí la causa de su excitación. Al
parecer, Tessa había dejado un sujetapapeles2 de acero enganchado a su clítoris. La
presión era disminuida ligeramente por las alas del sujetapapeles que dificultaban
su cierre. Aun así, Tessa había logrado asegurarlo a su clítoris. Pero así era Tessa y
nada me sorprendía cuando provenía de ella. Moví el sujetapapeles de un lado al
otro e Isla gimió.

—Puedo ver que Tessa ha sido muy cuidadosa contigo —dije, mi voz era un
profundo y reverberante sonido.

Quité la pinza. Isla soltó un chillido mientras cerraba de golpe su palma sobre la
superficie del escritorio e involuntarias lágrimas se derramaron por sus mejillas.

—Respira —dije. Hice una pausa para permitir a Isla absorber el dolor de la sangre
que regresaba repentinamente a la zona donde había estado sujetado el clip. Se
limpió las lágrimas de sus mejillas. Suavemente, masajeé en círculos su clítoris con
mi pulgar y soltó un gemido.

—Por favor. Por favor. Te deseo.

—Eso es un comienzo, pero no creo que hayas rogado lo suficiente.

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Binder clip- llamado en castellano pinza reversible, broche aprieta papeles, sujeta documentos, etc. según el país, es un
artículo de oficina, una pinza metálica con un muelle cubierto normalmente por una cubierta plástica que se utiliza para
sujetar de forma segura gran cantidad de papeles. No confundir con el clip.

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Era tan excitante oír tanto sus latidos acelerados, como los del guardia, ante mis
palabras.

Cuando inserté dos dedos dentro de ella, arqueó la espalda sobre la superficie del
escritorio.

—Dios, estás mojada.

—Por favor, necesito…

Inserté un tercer dedo e hice girar mis dedos en círculos lentos y profundos. Ella se
lamió los labios, cerró los ojos y se sujetó al lateral del escritorio. Isla se arqueó
contra mi mano, necesitando mi toque justo en el lugar correcto, pero no obedecí.

De manera timada reduje la velocidad del ritmo de mi deliberada tortura. Sentí su


delicioso sabor cuando probé mis dedos después de sacarlos de su sedosa humedad.
El guardia todavía miraba desde la entrada, paralizado por mis acciones.

—Te gusta mirar, ¿verdad?

Él gruñó desde la entrada, pero no dejó de observar.

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—¿Con quién estás hablando…?

—Shh. Eso no importa ahora mismo —dije, haciendo callar a Isla.

Ella tembló, pero no se movió o volvió su cabeza en dirección a la entrada.

—Eres una buena chica.

—No soy particularmente buena —dijo con una sonrisa satisfecha.

—No eres mala, tampoco. Y tampoco el pequeño y dócil ratón que creí que eras.

Isla rió.

—Eso es algo con lo que nadie me ha confundido alguna vez.

—Veremos.

Con una sonrisa, abrí con fuerza uno de los cajones del escritorio. Tendemos a
aburrirnos con los que los humanos que vienen al Hellfire Club llaman: sexo
vainilla. Los siglos prestados a la creatividad, impiden que nos volvamos
completamente locos. Había visto a unos cuantos que habían perdido el juicio,
incapaces de lidiar con el total aburrimiento de la eternidad, que la inmortalidad les
había concedido. Los indeseados recuerdos de un particular par de ojos de color de
avellana se entrometieron y me sobresaltaron, sacándome de mis pensamientos.

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El Club de las Excomulgadas
Nunca descendería por ese camino otra vez. Negándome a pensar en mi psicótica
ex, saqué algunos lápices y una bolsa de ligas de goma del cajón del escritorio. Isla
me miraba, no con curiosidad, si no con expectación. Entonces supe que no era
sólo bailar lo que había estado haciendo en el Pink Chimp. Succionó aire a través
de sus labios separados cuando pellizqué sus pezones y se tensaron. Coloqué un
lápiz a cada lado de su pezón, sujetándolos en el sitio con ligas de goma tanto en la
parte superior como en la inferior. Ella trató de sofocar un gemido, pero falló
miserablemente. La miré con indiferente desinterés.

—Te gusta esto, ¿cierto?

—Sí, Señor.

Cuando repetí el proceso con su otro pezón, un estremecimiento sacudió su cuerpo.


Rebuscando en el cajón, descubrí un rollo de cinta para embalar y sonreí para mí
mismo por cuán útiles podían ser los materiales de oficina. Mis ojos se fijaron a los
del guardia mientras envolvía la cinta alrededor de ambas muñecas de Isla,
uniéndolas.

—Levántate.

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Isla hizo una pausa antes de levantarse para obedecer mi orden.

—¿Ahora que te tengo atada y sometida, dudas ante mi mandato?

Un indicio de sonrisa se formó en sus labios. Lamentaría eso.

—Lo siento mucho, Señor. No pasará otra vez.

—Gira.

Presioné sus caderas contra el escritorio, abriendo sus piernas con mi rodilla.

—Ahora inclínate.

Isla se inclinó sobre el escritorio y subí la apretada falda de forma que rodeara sus
caderas. Su sexo quedó expuesto, brillante por la excitación. Mis dedos se
deslizaron en ella con facilidad. Estaba caliente y mojada al toque. Los deslicé en
ella una y otra vez. Entonces, ella se movió contra mi mano, montando los dedos
que seguía empujando en su interior.

—Más —dijo Isla sin aliento. Su cuerpo temblaba por mis caricias y el aire
acondicionado de la oficina de Tessa.

Podía oír su corazón latiendo más rápido, y su respiración era pesada cuando retiré
los dedos.

—No, no te detengas —dijo—. Lo deseo. Lo necesito, yo…

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—No sabes cuándo estar en silencio. ¿Tengo que amordazarte? No hables.

—Pero, por favor…

—Suficiente.

Rebuscando en el cajón abierto del escritorio, encontré la regla de acero inoxidable


de Tessa. ¿Quién necesita una pala cuándo Westcott 3 hace útiles de oficina tan
robustos? Me incliné hacia adelante, mi aliento caliente rozó su cuello cuando
susurré en su oído.

—Esto va a doler.

Arrastré mi mano por su espalda, deteniéndome en su cuello, apretando la nuca. Su


mejilla empujó contra la superficie lisa y elegante del escritorio de Tessa. Cada
músculo en el cuerpo de Isla se tensó. Gimió.

—Tranquilízate, relaja los músculos o esto va a doler más de lo que debe.

La excitación que emanaba del guardia mientras observaba la regla que blandía era
casi palpable. Las inhalaciones y exhalaciones de Isla redujeron la velocidad hasta
un ritmo regular.

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Di un golpecito con el extremo de la regla entre sus muslos.

—Abre más.

Amplió su postura y la pude ver relajarse en su posición inclinada sobre el


escritorio.

—¿Estás lista?

Isla parpadeó.

—Sí, Señor.

Deslicé el borde metálico de la regla hacia abajo, por su espalda, trazando su


columna con el más ligero de los contactos. El sensual cosquilleo del roce la hizo
temblar. Separé la regla, dejando de tocarla, y escuché el sonido de su pulso.
Observando su anticipación por el dolor, el guardia prácticamente salivaba desde la
entrada.

Golpeé con la regla con fuerza sobre sus nalgas. Isla jadeó, agarrando un
pisapapeles del escritorio con ambas manos, atadas ante ella. La regla descendió en
diagonal atravesando sus muslos con mi segundo golpe. El tercero lo guié en
diagonal atravesando sus muslos, pero en dirección contraria. El cuarto y último

3
Wescott: empresa británica dedicada a la fabricación y venta de material de oficina, escolar y hogar (tijeras, afilalápices,
reglas, guillotinas…) existente desde 1872

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golpe cruzó los anteriores, dejando un entrecruzado de líneas rojas a través de la
parte posterior de sus muslos.

Mañana tendría verdugones. Sonreí. Tanto Isla como el guardia respiraban


pesadamente. El repiqueteo del sonido de unos tacones de aguja en el vestíbulo me
hizo levantar de golpe la cabeza. El empleado de Tessa prácticamente saltó de su
piel cuando ella lo apartó, entrando a su oficina con una expresión ilegible.

—Arie, veo que hiciste buen uso de tu tiempo mientras esperabas —dijo Tessa—.
Pero no compartir tu nuevo juguete no es muy amable —Le lanzó al guardia una
mirada ufana.

Cogí el abrecartas que estaba en su escritorio y corté la cinta de embalar que unía
las muñecas de Isla.

—Sabes que no juego bien con otros —dije, respondiendo a Tessa.

—Ow —dijo Isla, cuando arranqué la cinta de su piel.

Isla se levantó del escritorio, su cara brillaba sonrosada y su pelo estaba revuelto.
Lucía completamente despampanante. Pero hizo una mueca mientras desenrollaba
con cuidado las gomas que sostenían los lápices afianzados a sus pezones. Tessa

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sonrió mientras miraba a la muchacha deshacerse de las gomas y lápices. Isla bajó
su falda y ató su top.

—Y, ¿qué opinas de…. cómo te llamabas? —preguntó Tessa.

—Isla.

—Correcto. Arie, ¿qué opinas de Isla? —preguntó Tessa, con voz ronca.

—Creo que encajará.

Tessa miró hacia Isla.

—Todavía no estoy segura. ¿Tal vez la debería entrevistar un poco más?

—Por favor, no lamentará contratarme —dijo Isla.

Tessa se detuvo directamente frente a la muchacha. Antes de que Isla pudiera


reaccionar, los brazos de Tessa estaban a su alrededor. Pude sentir la ráfaga de
indefensión de Isla, mezclada con la excitación, mientras Tessa tiraba de sus rizos y
la atraía hacia un beso. Absorta y rendida a la marea que se levanta del beso de
Tessa, el cuerpo de Isla se ablandó en sus brazos.

Las rodillas de Isla cedieron pero Tessa la sostuvo. Diablos, Tessa era casi tan vieja
como yo, y me igualaba en fuerza. La mirada de voyerista del guardia observaba el

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encuentro con aún más entusiasmo que cuando me había visto marcar el trasero de
Isla con bonitos y rojos verdugones.

Tessa inclinó la cabeza de Isla hacia atrás sobre su brazo, suavizando su beso. Isla
se aferró a ella como si Tessa fuera la única cosa sólida en un mundo bamboleante
y vertiginoso. Sabía por experiencia de primera mano el efecto que tenía la
insistente boca de Tessa, lo cual provocó temblores a lo largo de mis nervios. Y
apenas podía culpar al guardia por jadear ante el par de labios sellados, y perdidos
en la temblorosa boca de la otra. Ambas estaban completamente ajenas a nuestra
presencia, Isla devolviendo el beso con una intensidad que yo no había sido capaz
de obtener.

Tosí. Tessa rompió el beso luciendo divertida, mientras que los ojos de Isla
parecían vítreos y ebrios.

Tessa chasqueó una de sus uñas perfectamente manicuradas.

—Siempre un caballero, pero sólo cuando te conviene. ¿Verdad, Arie? Juro que eres
una contradicción andante.

—Sólo soy un caballero en lo que se refiere a las damas. —Nunca tomaría a otra

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compañera y había renunciado a algo más que el sexo siglos atrás.

Tessa se rio.

—Debería sentirme insultada pero, viniendo de ti, me lo tomaré como un


cumplido. Puedes acompañarla a la puerta —dijo Tessa, gesticulando hacia el
guardia—. Y tú puedes comenzar mañana. —Dio a Isla un manotazo en el trasero
mientras esta se dirigía hacia la puerta.

El guardia tenía una mirada satisfecha en su cara, y de alguna manera supe que
habría un desvío antes de que Isla saliera del Hellfire Club. Pero ahora tendría que
explicarle a Tessa que el medio demonio con el que tratábamos en el banco de
sangre local había elevado sus precios, y si no cumplíamos con sus demandas, una
de nuestras fuentes principales de sangre se cortaría. Al menos mi interludio con
Isla me había proporcionado una distracción temporal en una noche que había
estado llena de dolores de cabeza…

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