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Naturaleza y guerra en el cine de

14/1/2020
Hayao Miyazaki (/rdc/rashomon/126-
Naturaleza y guerra en el cine de Hayao Miyazaki

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hayao-miyazaki)
  19 Marzo 2014

El hombre es un lobo para el hombre


Esta es la famosa sentencia que Thomas Hobbes derivara
de Plauto, acomodándola sin rubor a su propia filosofía y
dando lugar a uno de los más fructíferos nichos de
pensamiento político de la modernidad.

La interpretación canónica del latinajo de Hobbes refiere a


la exacerbada agresividad del ser humano, que viene dada
por la natural inclinación a satisfacer sus deseos casi
siempre en enfrentamiento directo con sus iguales, que
tienen sus mismas necesidades. Esa tendencia sería por
lo general atemperada por la sociedad, de manera que
gracias a ésta no se encontrara el animal racional en un
estado de guerra perpetuo con sus congéneres.

La imagen del lobo, por descontado, se quiere metáfora de


la fiereza irracional, antítesis de la sociedad humana, toda
vez que el lobo sea un animal mucho más noble de lo que
dice su fama y las grandes naciones se hayan embarcado
en guerras más cruentas que cualquier enfrentamiento
canino. Sin embargo ha parecido siempre una idea feliz, y
como tal ha pasado a la historia a pesar de su injusticia
etológica.

Pero con independencia de la fama del filósofo inglés,


quizá sea más interesante para nuestros intereses la
original del autor latino, que sugiriendo que Lobo es el
hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro, pone en juego no sólo los ya conocidos
conceptos de violencia, naturaleza y humanidad, sino también el de conocimiento.

Estos cuatro principios, probablemente asimilables a tres parejas de conceptos —Violencia/guerra,


Naturaleza/humanidad y conocimiento/sabiduría—, aparecen siempre en cada película de Hayao Miyazaki
convenientemente aderezados con algún otro matiz distintivo y definitorio y componen —como dirían los músicos
—, variaciones sobre un mismo tema que se repite a lo largo de la filmografía del viejo maestro de la animación
nipona.

A pesar de esta aparente reiteración, no puede decirse que nuestro autor peque por ello de falta de originalidad,
puesto que nada le es más extraño que la carencia de imaginación estética o creatividad narrativa, sino que por así
decir el juego combinatorio de tales elementos constituye su ideario y su estilo —la forma y el fondo, el continente
y el contenido— que acaba por fundirse para dar lugar a una síntesis superadora, reinterpretada con ocasión de
cada película.

En efecto, ideario y estilo van de la mano en el creador japonés, de manera que sus elementos visuales evocan
imágenes de la naturaleza incluso en artefactos voladores o subacuáticos (que muchas veces asemejan insectos
o tortugas), mientras que la amenaza bélica se torna omnipresente en sus películas, como consecuencia del
degenerado y equivocado dominio que sobre los elementos naturales ejerce el ser humano, al romper un equilibrio
que provoca catástrofes.

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Su ideario
14/1/2020 se nos muestra entonces comoNaturaleza
radicalmente antibelicista
y guerra en y defensor
el cine de Hayao Miyazaki de la naturaleza, pero ello
redundaría en una contradicción flagrante con la sentencia hobbesiana que nos habla del estado natural del ser
humano como agresivo y conducente al estado de guerra. ¿De dónde se seguiría pues la inversión de aquélla y la
mayor congruencia con la de Plauto?

La verdadera naturaleza humana

En este sentido, cabe señalar que casi todas las películas


de Miyazaki insisten en la mala conjugación de la terna
antes mencionada: no se trata de que por naturaleza sea
bueno o malo el ser humano, sino de que éste olvida que
siendo él mismo naturaleza, el inescrupuloso dominio
sobre —y contra— la misma implica también el
sometimiento de sus congéneres por la fuerza, lo que
supone la irrupción de un residuo de violencia que tiende a
descontrolarse en guerra.

Así, aquél que pretenda hablar sobre la naturaleza no


puede eludir el hecho de que lo humano también forma
parte de ella, y que consecuentemente el alejamiento de la
misma es también un alejamiento de la humanidad.

De tan sencillas premisas, pueden deducirse conclusiones


perfectamente coherentes con el ideario de Miyazaki que
cuestionan las del adagio hobbesiano: la naturaleza
humana no es intrínsecamente violenta, ni tampoco se
basa en la lógica del poder, la explotación o el dominio.
Toda vez que la muerte —también la muerte violenta— se
halla inserta en su ciclo, lo que caracteriza a la naturaleza
es la profusión de la vida y el florecimiento de la
diversidad.

El cambio de enfoque es casi un giro copernicano: lo que


debe llamar la atención es el carácter armónico y simbiótico de la creación vital, no el destructivo de la lucha por la
supervivencia. La vida humana tampoco es, por tanto, “solitaria, pobre, malévola, bruta y corta” en un aspecto
Natural.

En este sentido, los personajes centrales de Miyazaki celebran la vida y luchan contra la inversión de su lógica en
el consensuado monstruo hobbesiano, el Leviatán —que debería imponer la paz si fuera necesario mediante la
fuerza—, y lo hacen sencillamente porque el orden natural es contrario a lo que Hobbes proclamaba como Estado
de Naturaleza, no sólo por el hecho de que tal estado no pueda darse nunca realmente, sino porque precisamente
la guerra brutal se da sólo en la liberación de las fuerzas del Leviatán que debe defender alguna “causa justa”
sobrevenida en sociedades complejas e ideologizadas, es decir, completamente artificiales.

Sólo de la mala interpretación de la terna naturaleza, humanidad y conocimiento, que pretende evitar el conflicto
menor, surge el conflicto extremo, la guerra.

La ecuación sugiere parámetros distintos en sus películas: si los más cercanos a la naturaleza humana originaria
son los niños, éstos aún no se hallan impregnados de aquella absurda lógica destructiva. Es aquí donde irrumpe el
concepto de conocimiento, de sabiduría.

Magia e infancia

Siguiendo este orden defendido por Miyazaki, en un sentido temporal la naturaleza humana debiera estar menos
embotada en los niños, puesto que la socialización no habría conseguido todavía acabar con la magia creativa que
atesoraban desde su nacimiento.

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Para ilustrar
14/1/2020 esta idea, nos serviremos de unaNaturaleza
imagenyque
guerra en el cine de Hayao Miyazaki

Miyazaki emplea en casi todas sus películas cuando los


protagonistas se adentran en un mundo mágico; tanto en
El castillo en el cielo como en El viaje de Chihiro, El castillo
ambulante o Ponyo en el acantilado —por poner sólo
algunos ejemplos— hay que atravesar un túnel oscuro
para llegar al epicentro de la magia. Es sin duda una
metáfora —no me atrevo a asegurar que consciente— de
vuelta al origen, al seno materno, el lugar donde la
naturaleza adquiere su propio nombre —naturus, lo que ha
de nacer— y que parece identificar un punto de
confluencia entre naturaleza y magia.

Esta identificación de lo mágico-creativo justifica que los


niños de sus películas apenas se sorprendan cuando la
magia irrumpe en el mundo, y la toman como algo
consustancial a la realidad. De modo paralelo, algunos
adultos la enfrentan también como algo cotidiano, y suelen
ser también éstos los menos alienados por la retórica del
poder, la violencia y el dominio.

Esta retórica aparece sólo cuando los niños se sumergen


en la lógica del mundo adulto y abandonan la propia; a
medida que envejecen se alejan del origen, y por eso los
adultos que tienen hijos son quizá los menos afectados por
el olvido.

Esta suerte de realismo mágico oriental consiente en su disolución a medida que se hace más presente el realismo
y menos presente la magia. Cuando domina el realismo se desvanece el amor en todos sus aspectos, y los seres
humanos se vuelven materialistas, ávidos de poder, gloria y riquezas, lo que implica no pocas veces violencia y
rapiña. Por decirlo de nuevo de un modo freudiano, Thanatos se impone a Eros.

Aunque quizá no haya que tomarse su afirmación muy en serio —puesto que hay algunos personajes
verdaderamente temibles en su filmografía—, no podemos dejar de señalar que el propio Miyazaki dijo que sólo
había dos personajes verdaderamente malvados en una sola de sus películas. Estos dos indeseables eran los
padres de de Chihiro, porque aún teniendo hijos no eran capaces de dejarse llevar por la magia y vivían en el
materialismo.

Ese es un pecado capital que acaba por transformarlos en cerdos, para sorpresa y terror de Chihiro, una niña
mimada que en adelante deberá labrarse su propio futuro a base de esfuerzo, voluntad y trabajo, alejada de
caprichos infantiles.

No obstante, los adultos belicistas son también moneda común en casi todas las realizaciones de Miyazaki.

Guerra y Naturaleza

El primer largometraje de Miyazaki con los integrantes de lo que luego sería Studio Ghibli, Nausicaä del valle del
viento (1984), constituye quizá el mejor ejemplo de la combinación de la terna antes mencionada.

En él, la naturaleza se ha vuelto hostil debido a la exacerbada violencia del ser humano, que arrasó grandes
extensiones de tierra en una guerra sin sentido mil años antes. La absoluta incomprensión de las causas de esa
hostilidad natural (un bosque tóxico, unos escarabajos que avanzan en poderosas y destructivas estampidas) lleva
a los seres humanos a intentar dominarla mediante la fuerza, sin reparar en que ese medio es el que propició
aquél estado de cosas.

El olvido de la naturaleza es precisamente lo que causa los males. Mil años más tarde, la flaca memoria de los
belicistas está a punto de provocar otra catástrofe. Afortunadamente, una joven que comprende a los animales
establece una comunicación con ellos que evita el desastre. Se muestra aquí cómo la comunión de los niños con la
naturaleza es mucho mayor que la de los adultos; de hecho, es la niña Nausicaä, antes que la adolescente, quien
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14/1/2020 se empeña
Naturaleza y guerra en el cineen adoptar
de Hayao uno
de los escarabajos en contra
Miyazaki

del parecer de sus padres. Esta primera relación con uno d


ellos animales será la que posteriormente salve a los
humanos.

La mayor parte de los elementos de su filmografía


aparecen ya aquí: hay un enfrentamiento claro entre los
belicistas, que acarrean un “Dios de la guerra” —una
suerte de metáfora del armamento atómico, tan presente
en el inconsciente colectivo japonés— y los
conservacionistas, por lo general identificados con los
jóvenes y en menor medida por ciertos adultos que
simplemente se dejan llevar por un modus vivendi guiado
por el equilibrio simbiótico con la naturaleza.

Así mismo, el predominio del poder femenino sobre el


masculino, perfectamente conciliable con la idea de que la
naturaleza creadora debe cobrar importancia sobre la
destructora, se encuentra en una película que lleva por
nombre el de la protagonista; no será la única vez, dado
que la princesa Mononoke, Chihiro, Arrietty y Ponyo son
también protagonistas respectivas de los filmes que llevan
su nombre.

El poder del átomo

Tal
y como antes hablamos de variaciones sobre un mismo
tema con respecto al argumento, quizá no haya mejor
ejemplo que el de la continuidad que se da en torno a su
segunda película con respecto a esta primera.

En efecto, en El castillo en el cielo (1986) Miyazaki vuelve


a hablar de un pasado mítico en que los seres humanos,
que habían conquistado los secretos de la naturaleza,
equivocaron su forma de dominio sobre éstos. De la
misma manera que fueron capaces de construir una isla
flotante en torno a un árbol/madre que parecía dotar de
unidad y vida al conjunto de piedra y vegetal, también se
empeñaron en diseñar una serie de armas tan destructivas
que en nada envidiaban a los señores de la guerra de
Nausicaä. No parece inocente la demostración de fuerza
destructiva que hacen los militaristas, cuya plasmación en
el filme tiene toda la apariencia de las pruebas atómicas
que realizaron los Estados Unidos en los desiertos de
Nuevo México.

El aparente contraste entre la fuerza destructiva de estas


armas y la belleza monumental, basada en el equilibrio
natural de la isla flotante de Lapuntu —o Laputa, si me
perdonan la malsonante fidelidad al original— con la
tecnología humana, sirve a Miyazaki para mostrar cómo somos capaces de utilizarla de muy diversas y antitéticas
formas.

Ésta es una idea que aparece también en El castillo ambulante (2004), aunque vinculada a la magia, otro de los
elementos definitorios de la temática de Miyazaki. Howl, el mago bueno —aunque no desprovisto de cierta vanidad
humana— es conminado a unirse a los belicistas, que utilizan la magia para derrotar en cruentas guerras a sus
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enemigos,
14/1/2020 cosa que desde luego no osa hacer.
Naturaleza y guerra en el cine de Hayao Miyazaki

Pero quizá sea La princesa Mononoke (1997) la que mejor integra todos estos elementos en la trama.

Es evidente que las más poderosos armas que diseña el ser humano, con capacidad destructiva casi ilimitada, se
producen en occidente. Allá es donde se dirigen todas las miradas en Mononoke cuando quiere situarse el origen
de la belicosidad y la guerra, en la denominada “Ciudad del hierro”, un lugar que tiene reminiscencias industriales y
que contrasta poderosamente con el Japón tradicional, cuya belicosidad se basa más bien en el Bushido, el código
de honor del guerrero y del combate cuerpo a cuerpo frente al deshumanizado combate occidental.

Sin embargo, a Miyazaki no le duelen prendas a la hora de juzgar severamente el belicismo japonés: cuando antes
hablamos de los personajes malvados de su filmografía, nos centramos en los padres de Chihiro, convertidos en
cerdos; la imagen del ungulado se asocia por lo general a un animal sucio e innoble, pero en la ideografía
japonesa también al animal belicoso que es el jabalí: un ser que arremete irreflexivo contra todo lo que se presente
como amenaza sin tener en cuenta las consecuencias. No extrañe que en la metáfora de Miyazaki sobre el Japón
tradicional que es Mononoke, no quisiera hacer alguna referencia a la más oscura etapa de la historia reciente del
militarismo japonés, con su ominosa adhesión al Eje.

Paralelamente, la identificación del lobo con un animal agresivo y despiadado en occidente, es aquí enmendada en
la medida en que el cánido representa la lucha por la supervivencia, y no la violencia ciega de la que hablaban
Plauto o Hobbes.

Entendamos pues, con Miyazaki, que si debemos comparar al ser humano con algún animal, éste sería más bien
un cerdo y no un lobo. Nobleza obliga.

Sociedad industrial y contaminación

En Mononoke se advierte ya, bien que metaforizada, la


identificación de la sociedad industrial con la destrucción
de la naturaleza. Este es un tema que aparecerá en sus
películas más tardías y que poco a poco se desvincula de
la temática estrictamente bélica.

Quizá la imagen más poderosa la tengamos en El viaje de


Chihiro (2001) cuando un dios-río acude a la casa de
baños completamente transfigurado en una masa de lodo
pestilente. De nuevo Chihiro, la niña inocente y que no
teme a lo extraño, consigue desvelar la verdadera
identidad del visitante, que no es un dios pestilente, sino
un elemento natural corrompido por la estulticia humana.

En Chihiro apreciamos de nuevo la idea del doble uso de


la magia, que puede orientarse al mal o al bien, según el
carácter ético o la ambición personal de cada uno;
curiosamente, esas tendencias opuestas se dan en dos
personas gemelas, como dando a entender que ambas
pueden cohabitar en una familia o siendo poco exquisitos,
quizá en una misma persona con dos almas.

Sin embargo la idea predominante en Chihiro es la de la


infantilización —mal entendida— de amplios espectros de
población en la sociedad industrial, que se ha vuelto
descuidada, caprichosa y consumista, sin reparar en las
consecuencias que ello tiene para los espíritus de la naturaleza.

Algo parecido sucede en Ponyo en el acantilado (2008) donde los personajes adultos se muestran
despreocupados y temerarios, aparte de irrespetuosos con la naturaleza, y deben ser de nuevo los niños los que
llamen la atención sobre la necesidad de anteponer el amor y el cuidado a cualquier otra consideración, ya sea
económica o lúdica.
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En esta
14/1/2020película, la naturaleza se vuelve inhabitable,
Naturaleza ydebido
guerra enaeluna cadena
cine de de accidentes puesta en marcha por
Hayao Miyazaki

unos padres que curiosamente se hallan en las antípodas de la atención hacia sus hijos: el padre subacuático es
excesivamente celoso de las inquietudes de Ponyo; la madre terrestre es en exceso despreocupada de los
intereses de Sosuke. La mala combinación de ambos desequilibrios produce una catástrofe, y debe ser la madre
marina, máxima representación de la naturaleza primigenia, quien arregle el desaguisado guiada por los preceptos
del amor y del cariño, estableciendo una vinculación eterna —y no erótica, debido a la edad de los pretendientes—
entre ser humano y pez, ambos hijos de una misma, aunque desigual, naturaleza.

Hogar dulce hogar

El hecho de identificar a la naturaleza con nuestra casa no


es extraño a Miyazaki. Es habitual en su filmografía
establecer una continuidad entre los muros artificiales y los
espacios naturales, de manera que los seres míticos y
mágicos se encuentren a gusto en ambos.

Tanto en Mi vecino Totoro como en Arrietty y el mundo de


los diminutos (2011) la casa de los niños protagonistas es
un espacio común para la naturaleza humana y mágica.
De hecho, la propia situación del habitáculo en ambientes
rurales y los materiales con los que se construye —
madera y acaso piedra— dan una idea de que más
cercana se halla la magia cuanto menos urbano sea el
paisaje.

Es justo hacer notar que no hay localizaciones


propiamente urbanas en sus películas, puesto que tanto
en Arrietty como en Ponyo o Chihiro , los ambientes, si no
directamente fantásticos, son como mínimo situados en un
extrarradio bucólico o en una localidad costera de
ensueño.

Y por último, el aire

Es bien sabido que la secreta ambición de Miyazaki fue la


de ser aviador. Quizá el viejo maestro debió contentarse con soñar ser piloto de aparatosos ingenios, que apenas
alcanzaban la ligereza y la elegancia de sus prototipos animados. Estos últimos aparecen siempre asemejando
gráciles insectos que agitan sus alas produciendo una vibración tan leve que hasta resulta agradable.

En oposición, los pesados aparatos voladores militares transmiten una sensación mastodóntica y amenazante, que
se confirma en su torpeza para volar, puesto que casi todos ellos son finalmente vencidos de uno u otro modo por
planeadores más simples y ligeros.

Su pasión por la aviación es manifiesta en muchas de sus películas; podemos reconocerla sobre todo en su
primera etapa, que englobaría a Nausicaä y El castillo en el cielo, pero también recordando que su última
realización —Se levanta el viento (2013)— es un homenaje a un gran ingeniero japonés, Jiro Horikoshi, que como
diseñador aviones se vio envuelto en la segunda guerra mundial con el dudoso honor de haber planificado los Zero
que bombardearon Pearl Harbour.

Pero si hay alguna película que merece especial atención en este aspecto es Porco Rosso (1992), donde une su
pasión por volar con el amor por el mar y el desprecio a la guerra. Se cumple con ello una especie de triple
homenaje a los elementos, dado que en esta película se combinan grandiosamente la tierra, el aire, el agua y el
fuego.

Las magníficas costas de Italia —un país del que Miyazaki se confiesa enamorado— constituyen el locus terrenal
donde Porco Rosso/Marco Pagot, un excombatiente hechizado por oscuras fuerzas deambula perdido entre
miserias políticas y frustraciones amorosas. Nada parece más propicio a un cerdo que el hecho de mantenerse

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14/1/2020 apegado
Naturaleza y guerra a ladetierra;
en el cine sin embargo,
Hayao Miyazakinuestro protagonista es
algo más que eso, tal y como deja claro en muchas de sus
sentencias: un cerdo que no puede volar no es mas que
un cerdo; el hecho de que él pueda hacerlo, deja bien a las
claras que no se identifica con su aspecto.

En realidad, su naturaleza es tan híbrida como la de su


aparato volador: él se siente un marino aeronauta, además
de un animal terrestre, con lo que se constituye en el
mediador de dos mundos; pero si a eso añadimos que
trabaja con fuego de ametralladora, tendríamos integrados
los cuatro elementos clásicos de la naturaleza.

Quizá la única pregunta que quepa responder es ¿por qué


precisamente un cerdo?

Este es uno de los grandes misterios, junto con su abierto


final, que caracterizan a Porco rosso; mucho se ha
especulado sobre la supuesta maldición, e incluso se ha
apuntado en ocasiones, que ésta no existe. Es difícil
pensar que un recurso tan llamativo sea en absoluto
inocente, así que no podemos dejarlo pasar a la ligera.

Es bien sabido que Miyazaki recurre a los cerdos al menos


en tres ocasiones en su filmografía, y en casi todas ellas lo
hace de un modo poco amable; sin embargo, Marco Pagot
es un personaje entrañable… ¿Por qué precisamente lo
transforma en un cerdo? La respuesta que ensayaré está vinculada a lo expuesto a lo largo de esta crónica.

El cerdo es un animal maltratado en la cultura occidental, pero no tanto en la japonesa. Hablamos de su


belicosidad, perfectamente asimilable al carácter del Marco pre-hechizo, pero quizá no hemos reparado en que hay
gente aun más guerrera en esta película, que despierta la animadversión de Porco: los fascistas.

Porco deja clara su opinión sobre ellos en una de las más famosas sentencias del filme: prefiero ser un cerdo a un
fascista; debiéramos saber que ser un cerdo —tal y como sugerirá en Mononoke— no está nada bien; sin
embargo, hay algo mucho peor que ser un cerdo, y esto es ser un fascista.

De la comparación del protagonista amable del filme con el resto de adversarios surge una catalogación miserable
de éstos: están muy por debajo de los cerdos.

Miyazaki será siempre un caballero en sus descalificaciones, y no se permitirá esbozarlas de un modo ofensivo; sin
embargo creo que por lo expuesto hasta aquí, sabemos que no puede haber mayor desprecio que el de
considerar a cualquiera un monstruo antinatural, ciego de ira y afán de dominio.

Si, en contra de Hobbes, lo antinatural es la guerra, ¿Qué mayor monstruo que aquél que hace de ella su modo de
vida? ¿Qué sociedad debe salvarnos si ésta se basa precisamente en el elemento que pretendía evitar?

Un Estado con el poder del Leviatán, con la fuerza destructiva de mil soles, no es más deseable que una
naturaleza lobuna o porcina.

Bien lo sabe aquél que disfruta con la magia de la creación cinematográfica para niños… y adultos
verdaderamente responsables.

Escribe Ángel Vallejo

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14/1/2020 Naturaleza y guerra en el cine de Hayao Miyazaki

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