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Resumen
A partir del estudio de la recolección, la manipulación y el consumo de alimentos en
Furtivos (Borau, 1975), el presente trabajo pretende revalorizar la figura de Martina,
la madre monstruosa asesinada a manos de su hijo, para analizar las prácticas coti-
dianas de resistencia representadas en la película. Desde su estreno en el ocaso de
la dictadura, la crítica de Furtivos ha privilegiado una interpretación centrada, de un
lado, en el matricidio cometido por Ángel y, de otro, en una lectura alegórica en la
que los personajes encarnan los dos extremos ideológicos del último franquismo.
Este artículo, al combinar una lectura histórica, que parte de la reglamentación
compulsiva de la cocina, la caza y la alimentación durante la dictadura, y una lectura
teórica sobre el cuerpo materno, se distancia de las interpretaciones alegóricas para
desvelar nuevos aspectos de la multivalente crítica al poder franquista que Borau
llevó a las pantallas de aquella España, testigo de la llegada de la democracia.
Abstract
Drawing on an analysis of the recollection, manipulation and consumption of food in
Poachers (Borau, 1975), this article aims to reassess the figure of Martina, the monstrous
mother murdered by her son, to analyse the quotidian practices of resistance depicted
in the film. Since its release in the last days of Franco’s regime, critics have favoured
an interpretation of the film focused, on the one hand, on Martina’s matricide and,
on the other, on an allegorical reading where each character embodies the two ideolo-
gical extremes of late Francoist Spain. By combining a historical reading that relies on
the compulsive regimentation of diet, hunt and kitchens during Franco’s dictatorship,
and a theoretical reading of the maternal body, this article distances itself from alle-
gorical readings to reveal the powerful criticism of the Francoist regime that Borau
brought to the screens in a country that was witnessing the arrival of democracy.
1 Agradezco a Sarah Thomas y Carmen Urbita las lecturas y sugerencias a versiones anteriores
caza furtiva el paradigma central para recorrer y explicar el sinfín de tácticas que
poseen los individuos para habitar sus espacios de cotidianeidad:
Mi intención […] [c]onsiste en sugerir algunas maneras de pensar las prácticas coti-
dianas de los consumidores, al suponer de entrada que son de tipo táctico. Habitar,
circular, hablar, leer, caminar o cocinar, todas estas actividades parecen corresponder
a las características de astucias y sorpresas tácticas: buenas pasadas del ‘débil’ en el
orden construido por el ‘fuerte’, arte de hacer jugadas en el campo del otro, astucia
de cazadores, capacidades maniobreras y polimorfismo, hallazgos jubilosos, poéticos
y guerreros. (De Certeau 1996: 46)
Desde los márgenes, estos sujetos débiles presentados por de Certeau van aprove-
chando las fisuras que existen en la aparente solidez de los sistemas dominantes
para desde ahí cultivar, furtivamente, un espacio propio de legitimación.
Más allá de la conexión anecdótica que la palabra furtivos me permite trazar
entre la célebre película del mismo nombre de José Luis Borau y las tesis funda-
cionales de Michel de Certeau, creo que esta ‘polemología del débil’ (De Certeau
1996: 45) desarrollada en La invención de lo cotidiano constituye un lugar privilegiado
para entender cómo la existencia de los protagonistas de la película, Martina,
Ángel y Milagros, en los márgenes de la hegemonía física y simbólica del poder
franquista, debe leerse desde las prácticas cotidianas localizadas en la tensión
generada entre el centro y la periferia, el poder y la subordinación, el lujo y la
necesidad.
Furtivos (1975), dirigida y escrita por José Luis Borau en colaboración con Manuel
Gutiérrez Aragón, es sobre todo la historia del lento proceso de gestación de un
matricidio en la España de los setenta –el éxito de Los Diablos de 1970, ‘Un rayo
de sol’, nos ayuda a fechar el momento en el que se desarrolla la acción–. La
extraña armonía de la vida en el bosque como cazadores furtivos de Martina y su
hijo Ángel, que trabaja oficialmente como alimañero, va a desaparecer cuando
Ángel regrese de uno de sus viajes a la ciudad emparejado con Milagros, una chica
huida del reformatorio de monjas Las Divinas. La película se desarrolla entre el
asfixiante espacio rural compartido por Martina, Ángel y el gobernador, a quien
Martina había amamantado y criado desde su infancia; la iglesia, testigo privi-
legiado del matrimonio entre los dos jóvenes y de las confesiones de Martina;
y las incursiones en el abarrotado mundo urbano atravesado por las fuerzas de
seguridad que intentan sin éxito apresar a el Cuqui, el joven delincuente novio
de Martina. La disrupción que la presencia de Milagros impone en el espacio rural
y doméstico culminará con el asesinato de la joven a manos de Martina, que nos
llevará hasta el punto final de la película: el vengativo matricidio de Ángel.
La saturación de símbolos velados del poder franquista –desde la pasión de
Franco por la caza hasta su caracterización de la España rural como ‘un bosque en
paz’ (cit. en Russell 2007: 26 y Kinder 1983: 71)– y la sobrecarga de violencia de la
película han privilegiado una interpretación centrada, de un lado, en las causas y
Esta lectura alegórica, amplificada sin duda por una afortunada coincidencia
histórica –la muerte del dictador tan solo dos meses después del estreno de la
película (Fiddian 1989: 290–91)–, reconocía en Martina una suerte de Saturno
feminizado que devora a su descendencia y va imponiendo un régimen tiránico
del que Ángel solo logrará liberarse a través del catártico matricidio final (Evans
1997: 119–23; Kinder 1993: 234; Fiddian 1989: 299; Vergés 2015: 56).2 Sobre quienes
han entendido Furtivos como una tragedia griega (Kinder 1983: 72; Deveny 1999:
216), quienes la han leído, siguiendo las pistas dejadas por el propio Borau,
como una reformulación aterradora del cuentecillo folklórico de Hansel y
Gretel (Hopewell 1986: 104; Fiddian 1989: 300) y quienes la han bautizado como
una pastoril distópica (Evans 1997: 117), parece pesar, sin embargo, una misma
mirada interpretativa que, desde el estudio clásico de Marsha Kinder en 1993,
Blood Cinema, se deleita en contemplar la figura de Martina bajo una lente edípica
para convertirla en el chivo expiatorio de una ansiada violencia hacia el poder
patriarcal: ‘In the Spanish Oedipal narrative, the patricidal impulse is frequently
redirected toward the mother […] Like a series of “scapegoat projections,” the
devouring mother, the incest, the matricide, and the hunt all function metaphor-
ically for the patricidal impulse and the original generative violence that aroused
it’ (Kinder 1993: 234).
En un trabajo más reciente, Dominique Russell se distanciaba con acierto
de este molde edípico que había atrofiado, en ocasiones, la interpretación de
Furtivos y encontraba en el ciclo de Orestes y en la figura de Clitemnestra un
2 La imagen de Martina como Saturno proviene de las propias palabras de Borau en una entre-
vista de 1975: ‘Con respecto al personaje que representa Lola Gaos, he pretendido encarnar
en él, más que el aspecto de la Justicia (aunque puede representarla), el país mismo que
quiere a sus hijos por y para sí mismo, que los ama y los estruja, los devora’ (Borau, cit. en
Fiddian 1989: 298). Parece que veinte años después, en la entrevista con Martínez de Mingo
de 1997, esta visión alegórica había empezado a desvanecerse del imaginario del director.
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nuevo enclave mítico desde el que avanzar hacia una lectura que desnaturali-
zase la muerte de la madre para concluir que, lejos de ser una simple sustituta
de la rabia dirigida hacia el poder del padre ausente, ‘the mother is hated in her
own right, for being a woman and for having power’ (Russell 2007: 31). Pese a las
valiosas aportaciones de Russell y a su aguda interpretación de Furtivos dentro de
un discurso más amplio sobre la maternofobia, creo que el empeño que tanto
ella como Kinder, Evans y otros han mostrado en buscar un trasfondo alegórico,
mítico o psicoanalítico en Furtivos, ha terminado por descuidar el tejido narrativo
de la película al leer, con cierta distancia miope, las prácticas cotidianas de super-
vivencia que orquestan el universo de Martina y que conforman un espacio clave
para teorizar la obra maestra de Borau. Conviene recordar, además, la obsesiva
fijación con la que Gutiérrez Aragón, que tuvo un papel primordial en el guión
y rodaje de Furtivos (Torres 1992: 77), exploró los oscuros pliegues de las prácticas
alimenticias desde sus primeras producciones en la década de los setenta: desde
las sopas de ajo masticado de Habla, mudita (1973) hasta las lentejas de Sonámbulos
(1978) pasando por los desagradables callos iniciáticos de Camada negra (1977), sus
películas indagaron con insistencia las consecuencias de la regulación que palpita
siempre tras el ‘rito de la comida’ (Torres 1992: 79). A partir de las teorías de
Claude Lévi-Strauss, el propio Gutiérrez Aragón declaraba que ‘[l]as maneras de la
mesa […] son tan importantes como el sexo […] Como muchísimas otras cosas los
ritos de la mesa forman parte de una estructura mental heredada y no libremente
elegida’ (1992: 79).
Por tanto, aunque la construcción de la masculinidad y las implicaciones del
matricidio constituyen un punto de partida idóneo (e ineludible) para afrontar
una interpretación de Furtivos, mi intención en este artículo es volver la vista al
rol central que desempeñan la recolección, la manipulación y el consumo de los
alimentos en la narración de la película para repensar el complejo triángulo que
se va dibujando entre la maternidad, la violencia y la dialéctica bosque – ciudad
en unos años en los que la existencia de las mujeres seguía dominada por la férrea
disciplina de la Sección Femenina. Por eso, partiré de una lectura histórica que
sitúa las tácticas culinarias de Martina, los caprichosos gustos del gobernador y las
distintas imágenes de la caza que se retratan en Furtivos dentro de la compulsiva
reglamentación impuesta por el régimen franquista, para después avanzar hacia
una reinterpretación de la problemática monstruosidad de Martina que nos ayude
a recorrer los recovecos de resistencia que esconde la película de Borau.
Desde la publicación en 1939 de El proceso de civilización de Norbert Elias (1987),
el estudio de las prácticas alimenticias se ha ido entendiendo como una pieza
esencial para observar, desde los engranajes de la intrahistoria, cómo toman
forma las dinámicas de funcionamiento de una sociedad. Más allá del afán de
la antropología estructuralista por convertir todas las pequeñas reglas que unen
la recolección de un alimento con su digestión final en un lenguaje coherente
en el cual ‘[una sociedad] traduce inconscientemente su estructura’ (Lévi-Strauss
1970: 468); el espacio de las prácticas culinarias también importa porque, bajo
una apariencia maquinal y necesaria, amontona ‘un montaje de acciones, ritos
bhs, 98 (2021) La lactancia, la caza y la cocina 163
3 Como nos recuerda la antropóloga Carole Counihan en un estudio sobre las relaciones
entre la comida, el sexo y la reproducción: ‘In many cultures there are associations between
eating, intercourse and reproduction. These activities share certain biopsychological attri-
butes that endow them with metaphorical and symbolic identity – particularly their contri-
butions to life and growth, their passing through body boundaries, and their mingling of
discrete individuals’ (Counihan 1999: 62–63).
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4 A raíz de esta escena, Fiddian comenta con acierto: ‘In her role as cook and provider, Martina
exercises a measure of control over those who eat at her table […] Near the end of the film,
however, the scene in which she receives the Holy Communion effectively turns the tables
on her since she is now forced to swallow not only the host, but also the medicine she had
meted out to Milagros’ (1989: 297).
bhs, 98 (2021) La lactancia, la caza y la cocina 165
Figura 3. El gobernador, interpretado por el propio Borau, descubriendo los restos de las
cacerías furtivas
Fuente: Furtivos. 1975, dir. José Luis Borau (El Imán Films)
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5 Anotaba De Certeau que la táctica ‘[n]ecesita utilizar, vigilante, las fallas que las coyun-
turas particulares abren en la vigilancia del poder del propietario. Caza furtivamente. Crea
sorpresas. Le resulta posible estar allí donde no se le espera. Es astuta. En suma, la táctica
es un arte del débil’ (1996: 43).
6 Para un estudio extensivo de los usos de manuales como La perfecta casada (1583) de fray
Luis de León y La instrucción de la mujer cristiana (1524) de Juan Luis Vives por la propaganda
franquista, remito al capítulo ‘National Catholic Discourse on Marriage Neo-Baroque Style’,
en García Morcillo 2010: 139–48.
bhs, 98 (2021) La lactancia, la caza y la cocina 167
7 La madre de Camada negra, cocinando ritualmente sus callos e imponiendo una disciplina
higiénica en sus hijos y camaradas, parece erigirse como un hiperbólico retrato de esta
mujer modélica de la Sección Femenina.
8 El éxito de los manuales de cocina de la Sección Femenina se extendió mucho más allá del
fin de la dictadura, pasando a formar parte de la cultura gastronómica nacional. Todos los
manuales escritos para la Sección por Ana María Herrera han sido reeditados en 2019 bajo
el título: Manual de Cocina. Recetario: cocina tradicional española desde 1950.
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Martina, cuando agasaja al gobernador con las berzas con sangre, está desacra-
lizando el carácter divino inscrito en el sacrificio de la caza y burlando, desde la
privacidad aséptica de la cocina celebrada por la Sección Femenina, la autoridad
franquista al servir públicamente los productos obtenidos de la caza furtiva,
que debería recaer bajo la órbita de control del gobernador. De manera similar,
la carne de gamo que comen Ángel y Milagros al comienzo de la película y la
chuleta, que Martina le ofrece a el Cuqui hacia el final, sirven tanto para ridicu-
lizar al gobernador, que jamás logra atrapar los gamos en sus cacerías, como para
remarcar el contraste entre la productividad del bosque marginal y la improduc-
tividad de la ciudad. El espacio urbano queda, por tanto, asociado con un poder
político y administrativo inútil: la Guardia Civil que no logra atrapar a el Cuqui,
bhs, 98 (2021) La lactancia, la caza y la cocina 171
10 Las tesis de Donna Haraway, como veremos, nos ayudan a encontrar un camino teórico
por el que transitar para problematizar la monstruosidad de Martina: ‘These boundary
creatures [simians, cyborgs, and women] are, literally, monsters, a word that shares more
than its root with the word to demonstrate. Monsters signify’ (1991: 2). Emilie L. Bergmann
utiliza lúcidamente las tesis de Haraway para estudiar la sobrexplotación de la palabra
‘monstruo’ y sus derivaciones léxicas en los tratados humanistas sobre la mujer y la mater-
nidad. Martina, como sus antecesoras, ocupa una posición ‘fronteriza’ que desestabiliza ‘las
grandes narrativas’ occidentales (Haraway, cit. en Bergmann 1998: 33).
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identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares,
las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto’ (Kristeva 2004: 11).
La representación de la materialidad del cuerpo materno de Martina y su
cercanía a la tierra y a los alimentos parecen arrastrarla a ese mismo plano liminar
de lo abyecto que, como ha demostrado la crítica reciente sobre Furtivos, tan fácil-
mente puede imponérsele a Martina.12 Según avanza la cinta, sin embargo, la
monstruosidad de Martina parece convertirse más bien en el dedo acusador que
va dibujando, ante los ojos del espectador, los contornos del poder dominante
franquista construido a expensas de la exclusión y la abyección: ‘The dominant
subject –escribía Butler a partir de Kristeva– is constituted through the force of
exclusion and abjection. One which produces a constitutive outside which is after
all, inside the subject as its own founding repudiation’ (Butler 1993: 3). Desde
aquí, creo que conviene dar un paso más y explorar la monstruosidad de Martina
desde una óptica que supere tanto su condena por haber asesinado a Milagros
como su estigmatización por la enigmática relación de tintes incestuosos con
Ángel. El personaje de Martina es monstruoso en tanto que nos remite a la raíz
etimológica de la palabra a partir de la cual Haraway construía su argumento: los
monstruos, con su mera presencia, demuestran, significan. Y en Furtivos, el cuerpo
desgastado, los movimientos hoscos y la aparente falta de compasión de Martina
terminan siendo la demostración última de las insuficiencias de un sistema que
envilece la autonomía femenina, favorece una desequilibrada distancia entre el
lujo y la necesidad, entorpece una ética del cuidado entre mujeres y que impone,
en fin, la sumisión como única vía posible de supervivencia.
Como apuntaba al comienzo de estas páginas, Furtivos es, sobre todo, la lenta
gestación de un matricidio. Desde los fotogramas que abren la película con las
imágenes de fondo de las balas de las escopetas de caza, toda la narrativa va a
funcionar ordenada coherentemente por actos de violencia especulares, en los que
cada enfrentamiento y cada muerte existen solo para avanzar los siguientes hasta
concluir con el asesinato de Martina –la muerte de la loba anticipa la de Milagros,
que a su vez avanza la de Martina (Van Liew 1983: 428–29)–. En la escena del
desayuno, el espacio doméstico va a quedar inaugurado como un campo de batalla,
donde van a ir sucediéndose las encarnizadas luchas por el poder. Será Martina
quien, siempre parca en palabras, dé rienda suelta a esta batalla materializando la
naturaleza del conflicto a través de las convenciones sociales de la alimentación al
no dignarse nunca a comer al mismo tiempo ni en el mismo espacio que Milagros.
En Cómo vivir juntos, Barthes dejaba constancia de una premisa humana que nos es
a todos conocida: ‘Uno no come con el enemigo’ (2003: 163); porque la comida es
un acto que se comparte con el otro en un afán de comunión, inclusión, imitación
e integración (cfr. Barthes 2003: 163). Únicamente tras haber matado a Milagros,
Martina volverá a compartir la mesa con su hijo. Cuando al ver tan solo dos platos
12 Para Evans, Martina es ‘the social order’s darkest image of abjection’ (1997: 120); para
Russell, ‘the mother is outside the political allegory or, rather, she is its mythic, abject
excess’ (2007: 30). También María Asunción Gómez ha estudiado la figura de Martina a la
luz de la ‘ambigua y compleja dinámica de la abyección’ (2016: 104).
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