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SE LUCHA EN CASA
La independencia como crisis? Hasta hace dos meses,
más o menos, cuestionábamos el pasado de modo diferente.
Una vez más, nuestros acercamientos a la historia están
irremediablemente orientados por las inquietudes del presente.
Las crisis nos desnudan, nos quitan los ropajes -que no siempre
ocultan sino que pueden decir bastante de lo que cada uno es-
y nos confrontan con lo que en estricto contamos. Sin embargo,
también nos obligan a recrearnos, a refundar nuestras posturas
personales y colectivas y a darle nuevos sentidos a las instituciones
que todavía pensamos que nos sirven. También nos pueden llevar
a retomar proyectos que dejamos varados en alguna orilla porque
alguna marea más fuerte nos obligó a abandonarlos. A lo largo
de estos dos siglos republicanos hubo propuestas democráticas
y pacificadoras dejadas de lado, derrotadas por ambiciones
e intereses más arrolladores pero que no necesariamente le
hubieran hecho bien al Perú como territorio y como comunidad
de individuos.
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a mujeres, niñas y adolescentes, de sus formas macabras. Las
cifras anunciaban un espiral. Por otro lado, y paradójicamente,
teníamos ante nosotros toda la podredumbre de la corrupción. Esto
último era un logro y a la vez una síntesis que recogía y honraba
los esfuerzos de muchos y muchas que, a lo largo de nuestras
décadas republicanas, no consiguieron desmontar las corrosivas
clientelas que se alimentaron con los recursos públicos.
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“ Necesitamos un Estado
que entre a esa casa, que la
ordene, que atenúe los conflictos
y que la pacifique, rompiendo la
tendencia perversa que ha hilvanado
el acontecer republicano. Para
lograrlo debe desembarazarse de
su carácter doméstico. Doscientos
años de gobierno de los
padres es demasiado para
”
vivir independientes .
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público barbarizado no era, pues, acogedor para los cuerpos más
menudos y de menos fuerza muscular. Normalmente, aquellos se
confinaban en las casas, tanto por sus funciones reproductivas
-menstruación, parto y crianza- como por el servicio doméstico, que
no pocas veces incluía un carácter sexual. Claro que hubo mujeres
que no vivieron en el encierro, como las que acompañaban a hijos,
maridos o hermanos de tropa (las llamadas despectivamente
“rabonas”); las vendedoras de los mercados y las que trabajaban
la tierra. No fueron pocas las que pasaron casi toda su vida entre
disparos, ruidos de caballos y estruendo de cañones.
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con armas, se tramaba en las casas. Entonces, el recinto doméstico
no era precisamente privado, más allá de que estaba atravesado
por la servidumbre y los pocos matrimonios que habían eran casi
siempre arreglados.
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En la crisis sanitaria que vive el planeta ocurre que las mujeres,
además de tener más carga laboral propiamente doméstica (que
incluye los multiplicados trabajos de la crianza y de la educación
en casa, o en una habitación) y una presión psicológica mayor,
está expuesta a la violencia que emana de esa tensión. La
sexualidad masculina escasamente domesticada no aguanta la
casa y la trasgrede. Así, en los últimos meses ha aumentado la
violencia contra las mujeres y la violencia sexual contra niñas y
adolescentes. Sería triste conmemorar la independencia con esas
cifras sin haber hecho todo lo que está a nuestro alcance para
evitarlo.
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