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UNA COLONIA EN EL SIGLO XXI

Matías Antonio Salinas Orellana

Analizar crítica y públicamente la realidad de una sociedad abigarrada, donde no


existe democracia social sino sólo nominal1(Zabaleta, 212), trae consigo irremediablemente
la animadversión de cierta porción de la población que se encuentra en posición de control
y poder en relación con la mayoría. En América Latina, dicha mayoría ha sido
históricamente los sujetos subalternizados: afrodescendientes e indígenas, discriminados,
incluso por ellos mismos debido a los siglos de dominación, en la base de los sistemas de
producción económica y organización social, con toda la degradación humana que esto
conlleva (Memmi, 82 - 83). Estas sociedades quiméricas, organizadas en monstruosas
pirámides estratificadas, sostienen la base de los palacios de cristal que son los países del
sur de América. Palacios de cristal construidos sobre la arena. Un día colapsarán, y quienes
se encuentren en la cúspide, probablemente, tomarán sus capitales acumulados en base a la
explotación y huirán a las metrópolis del norte, abandonando a su suerte a los subalternos
que los servían y a las masas que sustentaban su opulencia.

Usualmente, cuando se escribe desde una posición de rebeldía con relación al


discurso oficial sobre la necesidad, por ejemplo, del Estado o de la democracia
representativa, en tanto se entiende a estas instancias como reproductoras de las pautas
sociales que subalternizan y segregan población según clase social, raza, género u otras
categorías, se genera una profunda odiosidad en los sectores conservadores patriotas, tanto
de izquierda como de derecha. La simplificación del pensamiento no se deja esperar,
cualquier idea remotamente crítica al pensamiento dominante es tildada raudamente de
“comunista” o de “fascista”, invalidando automáticamente con dichas palabras al pensador
crítico y relegando su obra a los márgenes de la opinión pública, sacada a la palestra sólo
como ridiculización.

1
E incluso este punto es discutible. Por ejemplo, si acaso existe el sufragio en una sociedad, pero la
estructura organizativa estatal, su poder real, se encuentra concentrado en una o pocas manos,
¿puede decirse que es aquello una democracia? Zabaleta critica la instrumentalización del concepto
de democracia como mecanismo de validación de regímenes políticos de ética dudosa.
Esto podría resultar algo no tan preocupante si acaso quien habla contra las
injusticias sociales se contenta con idear premisas abstractas y artefactos conceptuales para
analizar pequeñas porciones de la realidad, o tal vez de quien se ha resignado ante el
avasallador poder de las complejas estructuras de dominación que se yerguen sobre los
pueblos más débiles. Me refiero aquí al capitalismo, el imperialismo, el patriarcado, el
racismo, esa gran amalgama de sistemas que se funden en el yugo de los pueblos del “tercer
mundo” (Aura Cumes, 6). Quienes hemos nacido con la suerte de los privilegios de clase,
raza o género dentro de esos espacios, debemos cuando menos intentar sobrepasar el rol
social reproductor que se nos ha asignado al nacer como colonialistas. Los que pelean
contra el colonialismo, desde esta posición, pelean contra sus muertos (Memmi, 31). Ese es
el problema de quien escribe estas líneas, sus ascendientes son españoles, escoceses,
alemanes, invasores. Escribir desde el Ngulu Mapu supone necesariamente, desde dicha
posición, expresarse a partir del privilegio. La cuestión es usar ese privilegio para la
transformación, no para la reproducción.

Son los intelectuales quienes, debido a la condición particular en que se


desenvuelven, tienen el tiempo suficiente para reflexionar profundamente sobre el mundo
en que viven, e imaginar horizontes de acción posibles. No hacerlo, con todo el
conocimiento acumulado que la academia ha infundido en nosotros, sería una negligencia y
una falta de respeto a aquellos que, frente a contextos políticos más adversos, no dudaron
en abandonar sus privilegios y exponer sus vidas en pos de la liberación de los pueblos del
tercer mundo, como lo hicieron Martí, Said o Fanon. Tampoco es mi intención pretende dar
respuesta a todos los conflictos y problemáticas que emergen en las sociedades del sur del
mundo, ni hablar por aquellos que “no han podido hacerlo”. Las voces anticapitalistas,
antirracistas, anticolonialistas, antipatriarcales, han exclamado palabras contra la injusticia
y la opresión durante décadas. No puedo pretender avasallar, reemplazar ni representar esas
voces, sino aportar desde mis campos profesionales específicos a la conceptualización de
ciertos problemas evidentes: la historia, la educación y la pedagogía han sido utilizados
como herramientas de los sistemas de opresión para reproducir los yugos explotadores y
justificar el colonialismo que sufren hoy los pueblos indígenas de Latinoamérica, Chile y,
más particularmente aún, la Araucanía o el Ngülu Mapu.
La idea principal de este ensayo es simple pero controversial, no he sido el primero
en verterla ni seré el último, pero creo fervientemente que esta corriente no debe ser
olvidada ni pasada por alto, sobre todo en tiempos en que la sombra del fascismo
colonialista más abismal se posa sobre el cielo de Latinoamérica. Escribo, estudio y
reflexiono los problemas de la racialización y discriminación de los indígenas en Chile
desde “La Araucanía”, ideación hispana que refiere al territorio comprendido entre el Rio
Bio Bio y el Seno de Reloncaví. Dicho concepto fue modificado de forma paulatina desde
el momento mismo de la formación de la república de Chile, y de esa construcción histórica
emanó un sub mundo configurado por una larga memoria de explotación, que se reforzó en
la década de 1980 con la imposición en Latinoamérica y en Chile del modelo de desarrollo
económico neoliberal. La Araucanía es, desde su incorporación al Estado, una colonia,
como lo fueran en el pasado los trozos de ultramar de los imperios Español y Británico, y
en cuya capital, Temuco, el tiempo parece transcurrir distinto al resto de la zona, como si
una minúscula porción de Santiago se hubiera trasladado al centro de todos los conflictos,
rodeada de pueblos miserables y de espacios de resistencia armada y no armada a la
ocupación. Creo que el concepto de colonialismo interno de Gonzales Casanova (186-191)
no es suficiente para analizar la situación que se da en la Araucanía. Aquí no hay una
pervivencia de patrones coloniales dentro de un Estado de reciente independencia. Esto es
la colonia misma, un territorio incorporado por la fuerza de las armas y engañosos cuerpos
legales, cuya población fue obligada a renegar de sus propios patrones de desenvolvimiento
cultural y social (Ana Vásquez Toloza, 141), y cuya condición terminó por pauperizarse
hasta el agotamiento absoluto tras la desintegración territorial que provocó la invasión
forestal y la destrucción de las líneas de ferrocarriles (Bengoa, 71). Aquí están las tasas más
altas de todo lo que deshonra a una nación2, y la región no se encuentra primera en toda
lista de medidores de miseria sólo porque la población no le alcanza.

Paradójicamente, la Colonia de la Araucanía fue fundada por un país


tercermundista, iniciando su acción asimiladora entre 1860 y 1880, cuando las voces que

2
Un antiguo maestro, Eugenio López, hablaba de los “males del capitalismo” que pervivían en la
Araucanía: alcoholismo, desempleo, pobreza extrema. En los últimos años se ha visto también,
agregada a estas listas, el analfabetismo digital y las más altas tasas de positividad en exámenes de
VIH, lo que demuestra la inoperancia de los planes de promoción de educación sexual emanados
desde instituciones como el SENDA, la INJUV o el mismo MINEDUC.
veían al mundo mapuche como parte fundante de la nacionalidad chilena, ya estaban
completamente derrotadas, y sólo quedaban partidarios, en las élites gobernntes, del
blanqueamiento absoluto. Lo curioso es que la justificación racista darwiniana de la acción,
o sea, que existía al sur del Bio Bio un vasto territorio habitado por “indios salvajes y
barbaros” que no aportaban al progreso3 del país, como si esa porción del territorio le
perteneciera, de hecho, a la república de Chile recientemente fundada, no calzaba con la
articulación económica de sometimiento que aceptó Chile ante las potencias de Inglaterra y
Estados Unidos durante dicho periodo. Esta realidad no aportó más que al incremento de
las fortunas de la élites en tanto el territorio del Ngülu Mapu se utilizó, en gran parte, para
expandir la explotación extensiva de trigo a fin de mantener al país inserto en el circuito
económico capitalista internacional que, para 1880, ya había atravesado más de una crisis.

Durante los últimos años de la Colonia, más exactamente desde la gobernación de


Ambrosio Higgins entre 1788 y 1795, la relación entre las parcialidades mapuche del sur
del Bio Bio y el Reino de Chile se caracterizaron por un intenso intercambio comercial,
principalmente ganadero y de textiles, lo que generó una complementariedad entre ambas
sociedades y un intercambio cultural constante propio de espacios de frontera permeables
(Said, 318). Esta configuración sólo se trastocó cuando las “élites conservadoras” lograron
sobreponer sus ideales, por medio de varias guerras civiles ocurridas entre 1830 y 1850, a
las “élites liberales”. Sólo entonces la aniquilación del indígena del sur y la usurpación de
su territorio pasó a ser parte principal del proyecto político del Estado Nación, y sólo
entonces las pautas socioculturales coloniales se instalaron en la Araucanía4, o Ngülu Mapu
antes de la imposición de aquel nombre. Este es el principal argumento que utilizo para
justificar la idea de la Araucanía como una colonia contemporánea, con los matices que se
requiere considerar al analizar el contexto en que fue construida históricamente. Esta
realidad no solo se dio en Chile sino también en Argentina, Bolivia, Brasil, donde las élites
racistas y capitalistas, al servicio de intereses imperiales, primero Inglaterra y

3
Progreso, la palabra favorita de los estadistas del XIX, justificación y horizonte, causa y efecto.
Toda forma de ser en el mundo (en el sentido de Pierre Bourdieu) que no calzara con el ideal de
progreso capitalista debía ser erradicada de las jóvenes repúblicas de América Latina.
4
Este proceso es profundamente analizado y explicado por Jorge Pinto Rodríguez en La formación
del Estado, la Nación, y el Pueblo Mapuche.
posteriormente Estados Unidos, extendieron constantemente sus fronteras, primero de
forma “política” con mapas formados unilateralmente, y luego de forma concreta mediante
el avance de los ejércitos y la instalación de colonos nacionales y extranjeros. En el caso de
Chile, el tratado de Quilín de 1641 fue obviado, pasado por alto cuando las fronteras
políticas de la república fueron erguidas, justificando aquello en que la República de Chile
era un corpus político completamente nuevo, por lo tanto los tratados que había suscrito el
Reino habían quedado sin efecto. El documento legal que marcaba el límite entre el mundo
Europeo y el mundo indígena en el río Bio Bio ya no valía de nada. Y eso no es todo. Las
pautas de comportamiento de los sujetos indígenas del territorio fueron sistemáticamente
modificadas. Nómadas y trashumantes fueron forzados, poco más que a la fuerza, a
insertarse al patrón de asentamiento sedentario hispano, a negar su herencia y a renegar de
su piel. Pero ahondemos un poco más en el asunto.

Chile es un país latinoamericano mucho más parecido a sus vecinos de lo que la


narrativa oficial busca inculcar. En él existe el colonialismo interno, sobre todo en los
espacios más profundos de Antofagasta, Santiago, Valparaiso o Concepción, los centros
neurálgicos de producción económica y cultural del país en términos internacionales, y por
consiguiente, sus mayores polos de atracción de inmigrantes, casi todos provenientes de
otros rincones del continente mestizo, atacado, oprimido y suprimido en su totalidadd
durante siglos por la estructura imperialista denunciada por autores como, Fanón, Cesarie,
Tamayo, Retamar, Rivera Cusicanqui, Paredes... La configuración de las sociedades
latinoamericanas en general y de la chilena en particular tiene un profundo carácter racista
el cual se ha develado debido a las recientes oleadas de migrantes afrodescendientes.
Cuando el racismo se dirigía hacia pueblos indígenas, este se pasaba por alto, o sólo
indignaba a los propios indígenas y a los partidarios de su causa, que son una porción
mínima del país.

Este racismo durante tanto tiempo obviado se sustenta no solo en la quimérica


conformación étnica de los habitantes contemporáneos de Chile, unidos a la fuerza bajo
regímenes políticos criminales, sino en una larga tradición educativa, financiada por el
Estado, que buscaba la formación de una nación unitaria, libre de toda pauta cultural de
comportamiento que no fuera eficiente a los ojos del modelo económico de producción de
materias primas en bruto que proponían (imponían) las élites desde los espacios de poder
político y que necesitaban la construcción de un ciudadano ideal, blanco, trabajador, sobrio,
temeroso de Dios, etc. A través de las escuelas y recintos religiosos (que muchas veces
estaban fusionados), espacios de transferencia cultural oficiales, se eliminó,
paulatinamente, el nomadismo y la transhumancia, el manejo de las lenguas indígenas, las
formas de intercambio comercial basadas en el truque, la poligamia5, la cosmovisión sobre
la relación del ser humano y el entorno natural, etc. Esto fue de tal importancia para el
proyecto económico de las élites que el proyecto de fundación de la primera Escuela
Normal de Preceptores tenía como objetivo principal eliminar a los educadores indígenas o
mestizos de los espacios populares de transferencia cultural, porque reproducían en sus
enseñanzas todo aquello que a ojos del progreso era indeseable (Serrano etal, 74). Esto no
quiere decir, por supuesto, que desde la fundación de la Normal en 1842 el proceso haya
concluido. Lo que pretendo dar a entender aquí es que, ya para el siglo XX, cuando la
colonia de la Araucanía esta consolidada en términos políticos y militares, el Estado
contaba con la experiencia suficiente en procesos de “chilenización”6, por lo que conocía
las formas de obrar para modificar las pautas culturales de los pueblos conquistados, a fin
de acoplarlos al modo de producción capitalista y al mercado internacional en que se había
insertado el país. La obra máxima del colonialismo, del imperialismo, del patriarcado, en
definitiva, de toda la estructura de dominación de las clases oprimidas, y aquello que más
cuesta destruir desde las bases, fue el control y monopolización de los espacios de
transferencia cultural, ahí niñas y niños aprendían el racismo colonial que Memmi
denunciaba, como formas conductuales de rechazo al otro subalternizado, internalizadas
desde la primera infancia (en Casanova, 196). Hoy, esto se ha incorporado tan
profundamente al ideario de los habitantes de esta zona, que en las escuelas y liceos se ven
por multitudes a los adolescentes de rasgos indígenas que profesan odio contra lo indígena.

5
Al respecto, vale la pena revisar los aportes a la discusión anticolonial y antimperial de autoras
como Julieta Paredes y Aura Cumes, en tanto consideran que el Patriarcado como forma de
opresión sobre las masas subalternas, particularmente las mujeres, existía en América antes del
arribo de los invasores europeos.
6
Al respecto, revisar la grandiosa obra de Sergio Gonzales, Chilenizando a Tunupa. La Escuela
Pública en el Tarapacá Andino.
El fenómeno que denunció comenzó en Ngülu Mapu hace décadas, pero hoy ha
llevado a la región al borde del colapso ecológico y social. Ni Luksic, ni Matte, ni Angelini,
altos ejecutivos de las empresas forestales que depredan esta patria7, cuyos apellidos
desbordan colonialismo, tienen su domicilio en Temuco. Sus factorías son movilizadas por
ejércitos subalternos que, empujados por la miseria o por la ambición, ejecutan la
explotación y el despojo constante de la tierra, todo esto sin ningún tipo de escrúpulo,
mientras las pocas comunidades en resistencia a los alrededores luchan contra ellos y contra
los enviados estatales que reprimen sus justificadas luchas de liberación. La desfachatez es
tal nivel que incluso estas corporaciones cuentan con empleados que deben salir a los
campos y pueblos colindantes a calmar a los pobladores, a intentar explicar de manera
coherente la toxicidad del aire, la podredumbre de la tierra y la desaparición del agua, a
convencerlos de alguna forma que la precarización de su vida es por su beneficio.
Muchísimos habitantes indígenas de la zona justifican esta realidad por el sustento
económico que proporcionan las forestales.

Pero muchos otros, hoy, resisten a la ocupación del imperio capitalista de manera
armada. La resistencia política de los sujetos históricos indígenas no puede ser utilizada
como excusa para profundizar las lógicas de dominación, porque la dominación imperial
colonialista se había echado a andar desde mucho antes de la aparición de dicha resistencia.
La CAM, por ejemplo, solo apareció cuando el régimen de Pinochet terminó por destruir
los territorios de la Araucanía y su conformación cultural (Bengoa, ibid.). La porción del
mundo que no se desenvuelve de la mano de los patrones hegemónicos aún existe y se
encuentra resistiendo, el suponer que no es capaz de reaccionar ante el despojo, el suponer
que aquel ser humano diferente ha desaparecido, es la base de la desintegración social de
América Latina, incapaz de defenderse en conjunto del ataque del “centro del mundo”
vigente.

7
Aquí el concepto de patria es usado en su acepción más clásica y simple: la tierra inmediata donde
uno ha nacido. Las naciones y las patrias, desde esta perspectiva, son incompatibles. Chile es un
concepto demasiado amplio. Por lo demás, a los indígenas no les sirve ese concepto de patria
ampliado nacional, que los absorbe y reproduce en base a matrices occidentales, los atrofia
culturalmente, los niega. Yo no nací en Chile, nací en la colonia. No nací en Arica, ni Valparaíso, ni
Santiago. Tampoco en Concepción, ni en Valdivia, Puerto Montt ni Castro. Nací en la rivera norte
La Academia no puede ser indiferente ante el ataque reaccionario contra la
resistencia indígena. Jorge Pinto Rodríguez dio el primer paso. Junto a Felipe Duran,
fotógrafo de la represión policial en Ngülu Mapu, y Hector Llaitul, vocero de la CAM,
habló en favor del mundo mapuche y de la validez de su lucha. “Yo no se manejar un
fusil”, exclamó, “pero puedo aportar desde aquí”. Aportar al movimiento desde la
academia, dotándolo de contenido, de justificación política e histórica, es una
importantísima parte de la configuración del futuro utópico que se aspira alcanzar. Todo
aquel que pueda contar con el privilegio de pensar el mundo y observar sus contradicciones
y desigualdades debe protestar.

del rio Cautín, en la falda occidental del Ñielol. Esa es mi patria, asfixiada por pino hasta donde
alcanza la vista.
Referencias Bibliográficas
Bengoa, José. Crónicas de la Araucanía. Relatos, memorias y viajes. Santiago: Catalonia
Ltda, 2019

Cumes, Aura. “Mujeres indígenas, patriarcado y colonialismo: un desafío a la segregación


comprensiva de las formas de dominio”. Anuario Hojas de Warmi 17, 2012.

González Casanova, Pablo. Sociología de la explotación. Buenos Aires: CLACSO, 2006


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Gonzales, Sergio. Chilenizando a Tunupa. La escuela Pública en el Tarapacá Andino.


Santiago: Dibam, Centro de Investigación Diego Barros Arana, 2003.

Memmi, Albert. Retrato del colonizado. Precedido por el retrato del colonizador. Buenos
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Pinto Rodríguez, Jorge. La formación del estado y la nación, y el pueblo mapuche : de la


inclusión a la exclusión. Santiago : Dibam, Centro de Investigaciones Diego Barros
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Said, Edward. Reflexiones sobre el exilio y otros ensayos literarios y culturales. Barcelona,
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Serrano, Sol; Ponce de León, Macarena; & Rengifo, Francisca. Historia de la Educación en
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Vásquez Tolosa, Ana. “Expedientes del dolor: mujeres mapuche en la frontera de la


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Wajmapu. Santiago: Ediciones Comunidad de Historia Mapuche, 2015, pp. 141-157
Zavaleta Mercado, René. La autodeterminación de las masas. Buenos Aires: CLACSO,
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