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CAPÍTULO 1
3. Cóigo Civil, lib. IV, tír. n;JUI.lEN BONNECASE, Précis de droit civil,
r. n, Paris, 1939, núm. 450; Cl.ARO SOL\R, Explicaciones de derecho ci-
vil chileno y comparado, r. XI, Santiago de Chile, 1937, núm. 680.
CAPÍTULO II
A) La concepción racionalista
D) El intervencionismo de Estado
CAPÍTULO III
I. Definición y precisiones
CAPÍTULO IV
SECCIÓN 1
CAPÍTULO 1
idea de que en las convenciones pueden ser más y hasta muchas, como en
un contrato de sociedad, por lo cual sería mejor entonces emplear para ca-
lificadas la expresión jJluTilaterales. Además, la comentada nomenclatura
se emplea también en una de las más importantes clasificaciones de los
contratos. Se dice que estos sonunilaterales cuando solamente producen
obligaciones a cargo de una de las partes, como el mutuo, el comodato, el
depósito, etc. Y se dice que son bilaterales cuando producen obligaciones
recíprocas entre todas las partes, como la compraventa, el arrendamiento,
la sociedad, etc. Esta anfibología es causa de frecuentes confusiones entre
los actos jurídicos y los contratos así denominados, pues, como queda di-
cho, respecto de los primeros se atiende al número de las partes y respecto
de los seh'1.mdos a la carga o gravamen que estas contraen.
3 El Código de Comercio incurre a este propósito en error de mayor mag-
nitud, traído del Código Civil italiano. Define aquel en su arto 864: "El
contrato es un acuerdo de dos o más partes para constituir, regular o ex-
tinguir entre ellas una relación jurídica patrimonial". Así, si el Código Ci-
vil pretendió reducir el género de convención a su especie el contrato
fuente de obligaciones, el de Comercio hipertrofia la noción del contrato,
confundiéndolo con el género convención, de donde resultaría que hasta
el pago, acto extintivo de las obligaciones, sería un contrato.
4 Véase núm. 381, inlra.
5 Código de Comercio, art. 99.
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
ACTOS ALEATORIOS y NO
ALEATORIOS
CAPÍTULO VI
SECCIÓN II
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I Por ejemplo, la distinción entre los actos jurídicos uniperso-
nales y las convenciones no tiene cabida en los contratos,
porque estos suponen necesariamente el concurso de dos o
más agentes y constituyen, por lo tanto, una especie del géne-
ro de las convenciones. Véase núm. 5, 'supra.
2 Véanse núms. 46 y ss., supra.
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO II
CONTRATOS GRATUITOS Y
ONEROSOS
CAPÍTULO III
CONTRATOS CONMUTATIVOS y
ALEATORIOS
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
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_______
1 La doctrina también denomina contratos individuales a los
que nosotros llamamos relativos, por contraposición a los co-
lectivos. Tal denominación es manifiestamente impropia,
porque sugiere la idea absurda de que pueden existir contra-
tos celebrados por un solo agente o individuo.
2 En contra, ALVARO PÉREZ VIVES, Teoría general de las
obligaciones, Bogotá, Edil. Temis, 1953, núm. 24, numeral 8.
3 crr. ]OSSERAND, Cours de droit civil, 1. II, Paris, 1938,
núms. 5 y 264; Ci\I'ITi\NT y CUCHE, Précis de legislation
industrÚlle, Paris, 1939, núms. 107 ter y ss.
CAPÍTULO VIII
INTRODUCCIÓN
LA CLASIFICACIÓN
GENERAL
SECCIÓN 1
LA CAPACIDAD LEGAL
CAPÍTULO I: GENERALIDADES
CAPÍTULO II
CLASIFICACIÓN DE LA INCAPACIDAD
LEGAL
pueden tener una idea del valor de los bienes y los servicios;
pero carecen de la experiencia necesaria para defender su pa-
trimonio en el comercio jurídico. Por esta razón, la ley, prote-
ge a los menores adultos, prolongando su incapacidad hasta
los veintiún años (hoy 18 años)8, en los cuales comienza la
mayor edad y se supone que aquellos adquieren la experien-
cia requerida (art. 34). Pero la incapacidad del menor adulto
ya no es absoluta, como la del impúber, sino que es relativa.
Así, aquel puede realizar por sí solo ciertos actos, tales como
contraer matrimonio, otorgar testamento y administrar su pe-
culio profesional. Además, para la celebración de los. actos
jurídicos respecto de los cuales el menor adulto es incapaz,
00 es necesar:ia l~,intervenc~ó~ directa de su representant~
legal, sino que
basta la autonzaClOn de este ultImo para que los actos cum-
plIdos directamen
te por aquel sean válidos.
91. REFERENCIA A LA HABILITACIÓN DE EDAD DE
LOS MENORES. Por otra parte, corno la incapacidad de los
menores adultos se funda en su falta de experiencia en los ne-
gocios y en el peligro que puede correr su patrimonio por [al
causa, dicha incapacidad se podía hacer cesar cuando se com-
probaba que este peligro realmente no existía por haber ad-
quirido ya el menor la aptitud necesaria para sortearlo. De ahí
que el Código Civil consagrara la institución de la habilita-
ción de edad, privilegio concedido al menor que hubiera al-
canzado la edad de diez y ocho años y que estuviera emanci-
pado, para que pudiera ejecutar todos los actos jurídicos y
contraer todas las obligaciones de que eran capaces los mayo-
res de veintiún años, excepto aquellos actos u obligaciones de
que una ley expresa lo declarase incapaz!!. De suerte que la
habilitación de edad del menor adulto ponía fin a su incapaci-
dad general, sin perjuicio de la incapacidad particular de que
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
SECCIÓN II
LA VOLUNTAD Y SU DECLARA-
CIÓN
CAPÍTULO I: GENERALIDA-
DES
CAPÍTULO II
Pues bien, a poco que se fije la atención en el' texto legal tras-
crito hay que concluir inexorablemente que este, a la vez que
condena expresamente la teoría de la prevalencia de la decla-
ración, consagra, en la misma forma, la de la primacía de la
voluntad. En primer lugar, porque e! texto comienza dicien-
do: "Para que una persona se obligue a otra por un acto o de-
claración de voluntad, es necesario: 1 Q ..., 2Q .." 3Q ...,
4Q ...". Es, pues, evidente que e! solo acto (aparente) o decla-
ración no es suficiente para que se produzcan los efectos pro-
pios de los actos jurídicos. Además, es necesario que a dicha
declaración se unan los otros requisitos que e! texto enumera.
Contrario a esta evidencia sería, pues, e! intento de trasladar a
nuestra doctrina la idea extraña de que la sola declaración,
una vez formulada, cobra vida propia e independiente de la
voluntad que la determina.
En segundo lugar, como entre los requisitos legales enumera-
dos la mayoría toca directamente con los aspectos sicológicos
de la actuación jurídica, la exigencia de ellos implica indiscu-
tiblemente la consagración expresa de la teoría de la preva-
lencia de la voluntad, ya que, como lo sabemos, esta estriba
cabalmente en la importancia que se les atribuye a tales as-
pectos. En efecto, e! numeral segundo del comentado texto
requiere expresamente la existencia del consentimiento y que
este' sea sano para que la declaración pueda ser eficaz. Por
consiguiente, si e! agente a quien dicha declaración se atribu-
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
CAPÍTULO III
LA SIMULACIÓN
dera que los asignatarios forzosos, aun los que tengan la cali-
dad de herederos, son terceros para los efectos de la simula-
ción, por cuanto al impugnarla ejercen un derecho propio de
ellos y atribuido por la ley.
138. c) EL CÓNYUGE. Al disolverse la sociedad conyugal
por muerte de uno de los cónyuges o por cualquiera otra cau-
sa legal, el patrimonio de dicha sociedad, que es una univer-
salidad jurídica al igual que un patrimonio sucesoral, debe li-
quidarse y dividirse entre los cónyuges o sus respectivos he-
rederos. De otro lado, hasta la disolución de la sociedad con-
yugal cada uno de los cónyuges tiene la libre administración
de los bienes que les pertenezcan al momento de contraer ma-
trimonio o que hubiere aportado :l él, así como de los demás
bienes que por cualquier causa hubiera adquirido o adquiera.
. Puede, por tanto, ocurrir que uno de los cónyuges, con el
propósito de burlar lo.s derechos del otro en la sociedad con-
yugal, enajene simuladamente bienes de que puede disponer
libremente, o finja pasivos inexistentes. En ese caso, el otro
cónyuge está legitimado para acusar la simulación y, para el
efecto., también se le reputa como un tercero.
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_______
:\0 Ley 50 de 19~6, arto 2".
:11 Las denominaciones acción de simulación o acción de de-
claración de simulación las viene empleando la doctrina mo-
derna por simple comodidad, con el fin de resaltar la diferen-
cia
entre la sanción jurídica del fenómeno simulatorio y la de nu-
lidad que antes se le atribuía.
:12 Casación, "G.J.", t. XLV, pág. 403 Y t. XLVII, págs. 752
Y 919.
:1:1 Casación del 24 de octubre de 1936, "G.J.", t. XLIV,
pág. 167. Véase núm. 119,supra.
j4 Casación, "G. j.", t. XLVII, pág. 65. 3r, Casación, "G. j.", t.
XLIX, pág. 71.
Código de Procedimiento Civil, arts. 51, 83, Y 97.
T .:17 Véase GUII.L!':RMO Os PINA FERNÁNDEZ, Régi-
men general de las obtigaciones, Bogotá, Edit.
ernlS, 1976, núms. 729 y ss.
e ""Véase aM.,\zIéAUD, ob. cit., núm. 826; ERNEsTo CE-
DIELÁNGEL, ob. cit., pág. 274; en contra
ARIOTA FI':RRARA, ob. cit., pág. 451.
:I~J Ley 4558, art. 78.
.1IJ Código de Procedimiento Civil, art. 306. 41 C. de P. C.,
art. 396.
4~ Ibídem, arto 570.
4:1 Código de Comercio, arts. 1968 y 1972.
44 Véase núm. 263, infm.
V. La prueba de la simulación
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
SECCIÓN III
EL CONSENTIMIENTO DISTINCIONES Y
CONCEPTOS
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
CAPÍTULO II
II. La propuesta
A) La oferta
B) La obligatoriedad de la oferta
C) La policitación
III. La aceptación
2 Ley 153 de 1887, arto 82; casación, 28 de agosto de 1948, "G.J.", t. LXIV, pág.
732.
3 Código Civil, art. 150l.
4 Código de Comercio, arto 845.
5 Ibídem, art. 855.
6 Ibídern, arto 845.
7 Código de Comercio, arto 85~.
8 El arto 850, que se refiere a la celebración verbal de las convenciones, no tiene
que ver con este aspecto, porque en dicha celebración no hay remisión de la acep-
tación.
" Ponm:R, Obligations, t. 11, Paris, 1861-1862, núm. 4.
10 El descrito sistema francés de la no obligatoriedad de la oferta, que implica la
facultad de retractación del oferente antes de la aceptación por el destinatario, con
el aditamento de la responsabilidad extracontractual del oferente por los peIjuicios
causados al destinatario por dicha "etractación, fue el consagrado por nuestro Có-
digo de Comercio de 1887 en sus arts. 185 y ss.
11 V. gr. Código Civil alemán, arts. 145 y 146, italiano art. 1328, parág. 1, etc. "
Código Civil, arto 1494, y ley 153 de 1887, arto 34. Véase núm. 383, infra. I:! L¡\
URENT, Principes de droit civil franfais, t. XV, Bruxel!es, 1876, núm. 362.
¡
14 La sinrazón de la teoría clásica francesa por este importantísimo aspecto de la
organización de la tutela de los derechos privados se revela de manera evidente en
las pI'opias palabras de uno de sus más brillantes apóstoles. PLANIOL, al formu-
lar su célebre clasificación de las fuentes de las obligaciones, se expresa así: "En
ausencia de un contrato, el nacimiento de una obligación no puede tener otra cau -
sa que la ley: si el deudor está obligado, no es porque él lo ~aya querido; él ni
piensa en ello y, aunque lo quisiera, su voluntad sería impotente para IIgarlo,
puesto que por hipótesis, ella estaría aislada y no respondería a la de su acreedor;
si la obligación existe es, entonces, únicamente ¡Jorque el legislador lo quiere. Por
lo tanto, todas las obligaciones no convencionales tienen por fuente la ley; son
obligacioneslegales. Solamente que esta voluntad del legislador no es jamás arbi-
traria y ca¡kichosa. Cuando él crea una
oblIgación, hay siempre, en la persona del acreedor o en su patrimonio, una cir -
cunstancia que hace necesaria esta creación, y esta circunstancia no es otra que
una lesión injusta para él, que
Se trata de evitar, si aún está en estado futuro, o de reparar, si ya se ha realizado"
(subraya el autor). (PLANIOL y RIPERT, Traité élémentaire de droit civil, t. 11,
París, 1939, núm. 807). Por consiguiente, pregu';ltamos: ¿por qué la ley no esta -
blece la obligatoriedad de la oférta para evitarle perjuicios
al destmatario, en vez de tener que reparados desPUés?
15 Cfr. DEMOGUE, Traité des obligations en general, t. 11, Paris, 1923-1925,
núm, 572.
IHCfr. VON TUHR, Obligaciones, t. 1, Madrid, 1934, núm. 23.
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
17 Sic. Código Suizo de las Obligaciones, arto 7, al. 2, y Código Civil polonés,
arto 731.
18 Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
19 Código Civil, arto 2014.
20 Código de Comercio, arto 854.
21 Véase núm. 172, supra.
22 Es, por tanto, impropia la redacción de los arts. 850 y 851 del citado Código,
por cuanto, al fijar los términos de duración de la oferta, expresan que dichos tér-
minos son para aceptarla o rechazarla, como si el destinatario de ella estuviera
obligado, de no aceptar/a, a rechazar la oferta, so pena de que su silencio se inter -
pretarse como aceptación o le acarreasc la sanción indemnizatoria de los perjui-
cios sufridos por el oferente a causa de la falta de respuesta a su oferta.
23 En contra, CLARO SOLAR, ExPlicaciones de derecho civil chileno y compa-
rado, t. XI, Santiago de Chile, 19~7, núm. 747, quien acepta las soluciones france-
sas para el derecho chileno, que es igual al nuestro a este respecto.
CAPÍTULO III
EL DISENTIMIENTO
SECCIÓN IV
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
EL ERROR
A) El error de derecho
lativa del acto o contrato. Así, pues, existe una perfecta armo-
nía dentro de nuestro Código Civil.
Para terminar, esta sanción de nulidad relativa de los actos ju-
rídicos celebrados bajo el imperio de una causa falsa, es de-
cir, de un error en los móviles o motivos determinantes, no es
privativa de nuestro Código Civil. Los tribunales franceses,
que también han venido identificando las nociones de la falsa
causa y del error en los móviles o motivos determinantes de
los actos
jurídicos, se han negado igualmente aimponer las sanciones
de la inexistencia y de la nulidad absoluta a dichos vicios,
aun contra e! parecer de los expositores de la teoría clásica de
la causa, y constantemente han aplicado la sanción de la nuli-
dad relativa con fundamento en el art. 1110 de! Código Civil
francés, que trata del error in suústantia como vicio del con-
sentimiento E).
230. EL ERROR DIRIMENTE Y LA CULPA "IN
CONTRAHENDO". Que el mencionado error produzca la
nulidad del acto o contrato afectado por él no significa en ma-
nera alguna que las personas que han negociado con la que ha
incurrido en el error tengan que sufrir necesariamente todas
las consecuencias de dicha nulidad. Es cierto que esta Última
tiene derecho a destruir el acto viciado, invocando el error en
que ha incurrido; pero aquellas otras también pueden preva-
lerse de su buena fe y exigir que se les indemnicen los per
juicios que hayan sufrido a caus~ del descuido y ligereza de
su contraparte. Quien interviene en la ce!ebraciób die un acto
jurídico garantiza tácitamente la validez de este a los otros in-
ter~sados. De suerte que si por su culpa el acto resulta inváli-
do, debe indemnizar los perjuicios causados. Tal es el funda-
mento de la teoría de la culpa in contrahendo, elaborada por
el jurista alemán ADOLPH VON IHERING.
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
CAPÍTULO II
EL DOLO
1. El dolo dirimente
CAPÍTULO III
LA FUERZA O VIO-
LENCIA
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
l. La fuerza dirimente
var a un tercero, quienquiera que este sea, del mal con que se
le amenaza, la voluntad no es libre; y agregan que, aun supo-
niendo que realmente permanezcamos insensibles ante la des-
gracia de las personas que no entran en la enumeración legal,
no se puede admitir que el legislador haya consagrado este
egoísmo feroz como regla jurídica de la humanidad, egoísmo
que resultaría todavía más irritante cuando se ofreciera res-
pecto de un hermano
"Casación del9 de febrero de 19::12, "G.J.", núm. 188::1,
pág. 46::1, 2' Y ss.
SECCIÓN V
I. La voluntad y el formalismo
SECCIÓN VI
litigiosa. iI
Ahora bien,:mientras el proceso en que se discute la propie-
dad de una especie no sea decidido por sentencia definitiva e
irrevocable, existe incertidumbre respecto de la verdadera si-
tuación jurídica de dicha especie, a lo que se agrega que es
necesario proteger al demandante contra las enajenaciones
que pretenda hacer el demandado para burlar los derechos de
aquel y para hacer inoperante la sentencia que se haya de dic-
tar en el proceso. Por estos motivos, el art. 1521 del Código
Civil declaró en su ordinal42 que hay objeto ilícito en la ena-
jenación de las especies cuya propiedad se litiga.
En este caso también se presenta el mismo problema que ya
hemos enunciado respecto de la enajenación de las cosas em-
bargadas por decreto judicial, pues la declaración de nulidad
de los actos de enajenación de las especies litigiosas puede
perjudicar a terceros de buena fe, lo que hace necesario el es-
tablecimiento de medidas encaminadas a dar publicidad a los
litigios que se susciten sobre la propiedad de las cosas. La
Ley 57 de 1887, en sus arts. 39, 40 Y 43 solucionó el proble-
ma en relación con los bienes inmuebles, disponiendo que las
demandas ordinarias sobre la propiedad de dichos bienes de-
bían ser inscritas en el registro de instrumentos públicos y
que, verificada tal inscripción, aquellos se considerarían en li-
tigio para los efectos del art.1521 del Código Civil. De suerte
que, para que hubiera objeto ilícito en la enajenación de un
inmueble cuya propiedad se litigaba, no bastaba que se hubie-
ra presentado una demanda ordinaria sobre la propiedad de
este, ni tampoco era suficiente que el demandado se hubiera
notificado y hasta
opuesto a ella; era, además, necesaria la inscripción de dicha
demanda en el
libro respectivo del registro de instrumentos públicos, y,
mientras tanto, la cosa no se consideraba en litigio y su enaje-
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
SECCIÓN VII
I. La teoría de Domat
II. El anticausalismo
ción sería nula". Si esto último fue lo que quiso decir DO-
MAT, queda demostrado que dicho autor, so pretexto de ex-
tender su teoría de la causa a los contratos reales y, en gene-
ral, a los contratos unilaterales onerosos, incurrió en el des-
propósito de suponer que estos producen obligaciones recí-
procas, siendo así que es más que sabido que todo contrato
unilateral, v. gr., un contrato real como el mutuo, es por defi-
nición el que solamente produce obligación para una de las
partes.
bién una condictio sine causa, con las cuales, o enervaba las
acciones que ejerciera el pretendido mutuante para exigirle el
cumplimiento de la obligación no nacida, o conseguía la re-
petición de lo que ya hubiera pagado a este por tal concepto,
respectivamente. Pero a los
jurisconsultos romanos nunca se les ocurrió explicar el ejerci-
cio de laquerella non numeratae pecuniae o de la condictio
sine causa, diciendo que el presunto mutuario podía usar de
ellas, por cuanto no había recibido la cosa mutuada, con lo
cual había dejado de alcanzar el fin directo e inmediato perse-
guido al obligarse.
323. d) LA FALSEDAD EN CUANTO A LOS CONTRA-
TOS GRATUITOS. Lo primero en que tenemos que insistir a
este respecto es que el pensamiento del inventor de la men-
cionada teoría fue reformado por sus, seguidores, DOMAT
no consideró que la causa de las obligaciones del d4nante y,
en general, de la persona obligada por el contrato gratuito, es-
tuvieta constituida por el ánimo de liberalidad abstractamente
considerado, sino por los motivos concretos de dicho ánimo.
Suyas son estas palabras: "En las do naciones y en aquellos
contratos en que solo una de las partes hace o da algo, el
mero hecho de aceptar da vida a lo convenido haciendo que
la obligación del donante encuentre fundamento adecuado en
cualquier motivo justo y razonable, como lo sería la presta-
ción de algún servicio, un mérito cualquiera del donatario o
sencillamente el deseo de realizar el bien. Tal motivo sirve de
causa para el que recibe y noda"l4. De manera, pues, que,
para DOMAT, la causa en las donaciones está constituida por
cualquier motivo justo y razonable". Además, es de notar que
en el aparte trascrito no se habla de la causa con el objeto de
afirmar que, faltando ella, la donación o el contrato gratuito
sea ineficaz y deje de producir obligaciones. Por el contrario,
el autor dice expresamente que "en las donaciones y en aque-
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
SECCiON VIII
LA LESIÓN ENORME
CIRCULAR O. J. 78 DE 1984
"La segunda parte del artículo que nos ocupa consagró tam-
bién un límite a los intereses moratorias con la sanción co-
rrespondiente a su desconocimiento en la siguiente forma: "...
y en cuanto sobrepase cualquiera de estos montos el acreedor
perdera todos los intereses". Estos montos que no pueden so-
brepasarse, son los dos que determina el interés moratoria,
cuando no se ha pactado, es decir, el doble del interés con-
vencional del plazo y el doble del interés bancario corriente
cuando no hubo convención en los remuneratorios; la norma
habla de sobrepasar "cualquiera", lo cual quiere decir que con
sobrepasar el menor ya se infringe la misma y el acreedor
puede ser sancionado con la pérdida de todos los intereses
moratorias, esto es, tanto el monto del exceso, como los que
tuviere derecho por la omisión en que incurriera el deudor.
"Por manera que, aplicando el artículo 884 del Código de Co-
mercio y el 2231 del Código Civil en lo no regulado por el
anterior, podemos relacionar a continuación las diferentes hi-
pótesis que pueden presentarse con la indicación de la solu-
ción aplicable a cada una de ellas.
"1. En silencio del interés convencional remunerato-
rio, este será el ban
cario corriente.
"2. El límite máximo estipulable del interés conven-
cional remunerato
rio será el interés bancario corriente más la mitad de este.
"3. Si se pacta un interés para el plazo menor al ban-
cario corriente y no
se estipula el moratoria; este será el doble del convencional
remuneratorio.
"4. Si se estipula un interés para el plazo superior al bancario
corriente sin que exceda en una mitad a este y no se dice nada
sobre el moratoria, este
será el doble del bancario, corriente.
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
I
"5. Si no se convienen i~tereses para el plazo y se
pactan moratorias,
estos no podrán exceder el doble del interés bancario corrien-
te (en plazo será el bancario corriente).
"6. Si no se acuerdan intereses de plazo ni moratorias,
los primeros serán el bancario corriente y los segundos el do-
ble de ellos.
"7. Si se pacta interés remuneratorio menor al banca-
rio corriente, el moratoria convencional no puede exceder el
doble del estipulado para el plazo.
"8.Límites máximos: El moratoria no podrá exceder del doble
del interés remuneratorio convencional ni del doble del inte-
rés bancario corriente; el remuneratorio no podrá exceder del
interés bancario corriente más la mitad de este. En cuanto al
límite máximo de intereses moratorias es preciso tener en
cuenta que en el caso de que la tasa establecida para el interés
de usura (C. P., art. 235) sea inferior, se tendrá esta última
como nuevo límite en materia de intereses.
"Una vez precisados los límites, es oportuno poner de presen-
te que
ellos corresponden a tasas reales efectivas ya que estas son
las indicadas para
reflejar la verdadera rentabilidad obtenida de otra manera,
para evadir el
control en el cobro de intereses bastaría con pactar tasas de
interés que, si
bien nominalmente resultarían inferiores a las permitidas,
mediante el sim
ple expediente de preever modalidades de pago anticipadas
(cualquiera
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
SUPERINTENDENCIA
BANCARIA
RESOLUCIÓN 780
DE 1994
El superintendente bancario,
en uso de sus atribuciones legales y en especial de las que le
confiere el artículo 235 del Código Penal, en concordancia
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
CONSIDERANDO:
Primero. Que el artículo 1Q del decreto nímero 141 de 1980
estableció que el artículo 235 del Código Penal quedará así:
"Usura. El que reciba o cobre, directa o indirectamente, de
una o varias personas, en el término de un (1) año, a cambio
de préstamo de dinero o por concepto de venta de bienes o
servicios a plazo, utilidad o ventaja que exceda en la mitad
del interés que para el período correspondiente estén cobran-
do los bancos por los créditos ordinarios de libre asignación,
según certificación de la Superintendencia Bancaria, cual-
quiera sea la forma utilizada para hacer constar la operación,
ocultada o disimulada, incurrirá en prisión de seis (6) meses a
tres (3) años y en multa de mil a cincuenta mil pesos.
"El que compre cheque, sueldo, salario o prestación social en
los términos y condiciones previstos en este artículo, incurrirá
en prisión de ocho (8) meses a cuatro (4) años y en multa de
mil a cincuenta mil pesos";
Segundo. 'Que corresponde al superintendente bancario, de
conformidad con lo dispuesto en el artículo 235 del Código
Penal, certificar el interés que estén cobrando los bancos por
los créditos ordinarios de libre asignación;
RESUELVE:
Art. 1° Certificar para los efectos del artículo 235 del Código
Penal que el interés que cobraron los bancos por los créditos
ordinarios de libre asignación, en promedio durante los meses
de enero y febrero de ] 994, fue del 38.12% efectivo anual.
Publíquese y cúmplase.
Dada en Santa Fe de Bogotá, D.C., a los 29 días. del mes de
abril de 1994.
PARTE CUARTA
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
INTRODUCCIÓN
SECCIÓN 1
CAPÍTULO I
LA NORMATIVIDAD DE LOS ACTOS JURÍDICOS
369. CONCEPTO. El vigor normativo que el legislador atri-
buye a los actos jurídicos de los particulares es corolario lógi-
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
ción de los efectos jurídicos. Repetimos una vez más que di-
cha voluntad es un hecho natural que nunca puede ser consi-
derado en sí mismo como una fuente autónoma de derechos u
obligaciones, pues su función única en el campo jurídico se
reduce a poner en movimiento las normas y las instituciones
que reconocen tales derechos y que imponen tales obligacio-
nes. En este plano de estricta lógica jurídica, el contrato y el
acto unipersonal ocupan el mismo lugar; la ley reconoce efi-
cacia jurídica al primero, porque es necesario permitir a los
particulares el arreglo de sus relaciones recíprocas mediante
la celebración de convenios; pero esto no se opone a que la
ley misma también reconozca eficacia jurídica al segundo, si
estima que las necesidades de la vida social y del comercio
así lo exigen.
"El principio racional en que la nueva teoría se funda -dice
CLARO SoLAR-es bien sencillo. No puedo evidentemente
modificar la situación jurídica de otra persona por mi sola vo-
luntad, porque ello importaría atentar contra sus derechos y
desconocer su libertad y autonoqIía; pero debo, por mi sola
voluntad, poder modificar mi propia situación y obligarme en
favor
de otro. Sin duda, aquel a cuyo cargo pretendo obligarm~ no
llegará a ser mi
acreedor, sino con su aceptación; pues no puedo imponerle
nada, ni aun un derecho; pero la deuda que he querido impo-
nerme queda definitivamente formada por la sola declaración
que hago de mi voluntad. La aceptación del beneficiario, in-
dispensable para hacer nacer el derecho de crédito, no es ne-
cesaria para la formación de la obligación"7.
CAPÍTULO II
EL POSTULADO DE LA BUENA
FE
Capítulo III
EL POSTULADO DE LA DILI-
GENCIA
CAPÍTULO IV
LA REPRESENTACIÓN
I. Generalidades
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
repara la pared ajena que amenaza ruina. Pero estos casos es-
tán fuera de la idea de la representación, puesto que no se tra-
ta de actos jurídicos. En el primer caso, la adquisición de la
propiedad de la joya y la obligación correlativa de pagar el
valor de la parte accesoria, se realizan por el solo ministerio
de las normas legales sobre la adjunción, aunque el operario
no haya abrigado el propósito de producir tales efectos jurídi-
cos y aunque los ignore. Con otras palabras: tales efectos no
obedecen a la ejecución de un acto por cuenta propia o ajena
del artífice, sino al fenómeno mismo de la adjunción de las
especies9. En el segundo caso, es claro que la reparación de
la pared beneficia al dueño y crea obligaciones a su cargo y
en favor del operario; pero tales efectos se dan fuera de la re-
presentación, ora por las relaciones contractuales entre dichas
personas, como cuando han celebrado contrato de arrenda-
miento de servicios, ora por disposición de la ley que prohíbe
el enriquecimiento sin causa, etc.
Por las mismas razones, no cabe la representación en materia
de hechos ilícitos, cuyos autores materiales e intelectuales
responden personalmente y no pueden descargarse en otras
personas. Aun en el caso de responsabilidad civil por el he-
cho ajeno, la obligación indemnizatoria recae sobre el respon-
sable en virtud de su propia conducta, v. gr., de su culpa in
vigilando o in eligendo, pero no en virtud de una pretendida
representación por el agente directo del hecho ilícitolO.
En conclusión: el campo propio de la representación es el de
los actos jurídicos. La finalidad de la institución, cual es, se-
gún ya lo sabemos, la de facilitar la expresión jurídica a las
personas, dotándolas de órganos que actúen por ellas en el
comercio, nos está indicando la órbita precisa de la referida
institución.
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
SECCIÓN II
CAPÍTULO I
las hipótesis del art. 1121: "ser talla condición de una estipu-
lación que se hace para sí mismo"19.
exclusivamente en su cabeza33.
Nuestra legislación civil, también innovando infortunada-
mente en este punto, le niega de modo expreso al estipulante
el derecho de exigir el cumplimiento de lo estipulado en fa-
vor del tercero. El art. 1506 preceptúa en forma tajante que
"solo esta tercera persona podrá demandar lo estipulado". Su-
prime así este texto legal toda injerencia y todo poder deciso-
rio del estipulante sobre la suerte de la estipulación, no solo
en el intervalo entre el contrato y la aceptación por el benefi-
ciario, sino aun después que este la haya repudiado, pasando
así por alto la circunstancia importantísima de que el contrato
a que se agregue la estipulación para otro pueda ser oneroso
y, como tal, implicar el mantenimiento de la reciprocidad en-
tre las prestaciones de las partes, como sucede, por ejemplo,
en la compraventa, en la cual, de estipularse que el precio sea
pagado por el comprador a un tercero, al excluir al vendedor
de la acción de cumplimiento, so pretexto de que este volun-
tariamente ha renunciado in limine, o sea, desde la celebra-
ción del contrato, a su condición de acreedor, conduce a des-
conocer la índole bilateral y onerosa de dicho contrato y a
que el pro mi ten te sea quien resulte beneficiado por una es-
tipulación con la que el estipulante quiso favorecer a otro.
Entonces, frente a esta irritante determinación legal, se impo-
ne el consejo ya escrito de que el estipulan te para otro se cui-
de de pactar, no solamente su derecho potestativo de revocar
la estipulación, de cambiar al beneficiario de ella o de tomar-
la para sí, sino también que recurriendo al subterfugio roma-
no, obtenga una cláusula penal en su favor, cuya validez está
legalmente admitida34.
vaque, como tal, no puede ser aplicada por analogía. Por tan-
to, en caso de incumplimiento del promitente, el estipulante
puede ocurrir a la acción resolutoria del contrato por tal moti-
vo, porque esta otra acción deriva del contrato mismo entre
las partes (C. C., art. 1546), y no ya de la estipulación en fa-
vor del tercero. Así lo tiene declarado ya unánimemente la
doctrina35. Además, como la acción de indemnización de
perjuicios, complementaria de la resolutoria del contrato,
también es distinta de la acción de cumplimiento, no queda
excluida por el art. 1506. De esta suerte,
al acumular el estipulante las dos acciones primeramente
mencionadas puede defender su interés desconocido por di-
cho texto legal.
De la propia manera y por las mismas razones, el promitente
también puede instaurar contra el estipulante las acciones re-
solutoria e indemnizatoria por el incumplimiento de las obli-
gaciones a su favor, y la primera de ellas también contra el
beneficiario que hubiese aceptado la estipulación; no así la
segunda porque dicha estipulación, por principio, no obliga al
beneficiario, a menos que este hubiere consentido en asumir
una obligación a su cargo, prometida paralelamente por el es-
tipulante, conforme al arto 1507 del
Código Civil. .
ill. Los efectos entre el promitente y el beneficiaría
Apéndice
B) El contrato colectivo
CAPíTULO II
CAPÍTULO III
LA INTERPRETACIÓN, CALIFICACIÓN E INTEGRA-
CIÓN DE LOS ACTOS JURÍDICOS
lo La interpretación de los actos jurídicos
491. CONCEPTO. Interpretar un acto jurídico es averiguar el
verdadero sentido y el alcance de sus estipulaciones. Quienes
tienen que pronunciarse sobre un acto jurídico, especialmente
los jueces llamado-s a aplicarlo, tienen que comenzar por en-
tenderlo rectamente, lo que con frecuencia resulta difícil de-
bido a la oscuridad, imprecisión, ambigüedad o deficiencia de
las cláusu
las empleadas por los agentes para expresar su voluntad, y
hasta debido a contradicciones entre dichas cláusulas. En es-
tos casos corresponde al intérprete desentrañar el real signifi-
cado de las declaraciones formuladas y armonizarlas en cuan-
to ello sea posible.
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
PARTE QUINTA
CAPíTULO I
CAPÍTULO II
época de este notable jurista alemán, pues parece que data del
siglo XVI, o
sea, de los albores del derecho occidental moderno.
Lo cierto para nosotros -y ello nos excusa de mayores indaga-
ciones históricas-, es que la distinción entre la inexistencia y
1 a nulidad, generalizada a todos los actos jurídicos, es muy
anterior a ZACHARIAE, pues ya POTHIER, en el siglo
XVII, la había formulado con este alcance. Suyas son estas
palabras: "Hay tres cosas diferentes en todo contrato: las co-
sas que son de la esencia del contrato; las que son únicamente
de la naturaleza del contrato, y las que
son puramente accidentales al contrato". Y refiriéndose a las
primeras, dictamina: "Las cosas que son de la esencia del
contrato son aquellas sin las cuales el contrato no puede sub-
sistir (existir substancialmente). En faltando una de ellas ya
no hay contrato, o bien es otra especie de contrato... La falta
de una de las cosas que son de la esencia del contrato imPide
el que exista clase alguna de contrato; algunas veces esa falta
cambia la naturaleza del contrato"4.
En el paso trascrito está expuesta con toda precisión la
doctrina sobre la inexistencia y sobre la conversión de los ac-
tos jurídicos.
Que los redactores del Código francés hubieran rechazado el
pensamiento de su oráculo POTHIER, o que al limitarse a re-
glamentar "la anulación o rescisión de los contratos" hubieran
preferido dejarle a la doctrina la definición de la pugna secu-
lar en torno a la existencia y a la nulidad absoluta de los actos
jurídicos, es cuestión que concierne a sus intérpretes5.
acerca de si esta obra legislativa consagra o no la distinción
entre la inexistencia y la nulidad de los actos jurídicosfi.
A diferencia de su modelo, nuestro Código Civil acoge ex-
presamente el pensamiento de POTHIER, sobre la clasifica-
ción de los elementos esenciales y no esenciales de los actos
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
CAPÍTULO III
1. Generalidades
A) La nulidad absoluta
522. LAs CAUSALES. Conforme al art. 1741, estas se redu-
cen a las siguientes: a) el objeto ilícito; b) la causa ilícita; c)
la omisión de algún requisito o formalidad que las leyes pres-
criben para el valor de ciertos actos o contratos en considera-
ción a la naturaleza de ellos, y d) la incapacidad absoluta.
Aunque a dichas causales ya nos hemos referido con ampli-
tud, especialmente en la tercera parte de nuestro estudio, es
conveniente recapitularaquí algunas de las ideas allí expues-
tas.
523. a) EL OBJETO ILÍCITO. Entre las condiciones que
debe reunir el objeto de todo acto jurídico, además de su po-
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
B) La nulidad relativa
Pero el inciso final del citado art. 1751, coordinado con otras
normas legales, suscita dudas. En efecto, dicho inciso precep-
túa: "Pero en este caso no se podrá pedir la nulidad, pasados
treinta años desde la celebración del acto o contrato". El art.
34 del Código señalaba la mayor edad en veintiún años y, se-
gún quedó visto, el art. 1750 fijó en cuatro años el término
para pedir la nulidad relativa. Luego, aun dentro del sistema
mismo del Código, dicho inciso final del arto 1751 nunca se-
ría aplicable, porque la suma de los veintiún años para cum-
plir la mayor edad, más los cuatro años de la prescripción de
la acción rescisoria, apenas alcanzaría a veinticinco años, y
no a los treinta fuados por aquel inciso.
En el mismo orden de ideas, el susodicho inciso indudable-
mente establece una prescripción treintenaria, al cabo de la
cual se extingue definitivamente el derecho a pedir la nuli-
dad, cualquiera que haya sido el tiempo de la suspensión esta-
blecida por el artículo; el arto 1 Q de la ley 50 de 1936 redujo
a veinte años el término de todas las prescripciones treintena-
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
ellos, por cuanto los efectos que producen entre las partes le-
sionan indebidamente otros derechos de que dichos terceros
sean titulares.
Así entendida la inoponibilidad, esta no es una aplicación del
principio de larelatividadde los actos jurídicos, ni tampoco
laoponibilidades una excepción a este principio. Son ellas fi-
guras autónomas que obedecen a criterios propios, aunque
tengan alguna relación próxima con las otras figuras que ac-
túan en el terreno de la eficacia y la ineficacia de los actos ju-
rídicos.
La mayoría de los tratadistas consider~n que la inoponibili-
dad de los actos jurídicos sí es una manifestación de la inefi-
cacia de dichos actos y así la ubican en este campo, alIado de
la inexistencia, cuando la admiten, y de las nulidades, y hasta
alguno de ellos la denominan "la ineficacia relativa", introdu-
ciendo así una expresión más en la ya confusa terminología
en tan importante materia.
Repetimos: si la inoponibilidad no consiste en que los actos
de los cuales se predica dejan de producir efectos entre las
partes, o sea, en su ámbito personal propio, sino en que los
terceros puedan desconocer y aun impugnar es a eficacia en-
tre las partes, resulta un tanto forzado calificarla como una
causal de ineficacia relativa.
Sea de ello lo que fuere, para no incurrir en redundancia, nos
remitimos a lo anteriormente dicho al respecto.
CAPÍTULO VI
V ese, por tanto, que este texto legal ignora que, además de la
inoponibilidad proveniente de la omisión de los requisitos de
publicidad, esta figura también se presenta con fundamento
en otros criterios diferentes: la inobservancia de requisitos es-
enciales que obstan la existencia del acto, o de requisitos para
el valor, cuya falta genera !lUlidad; la lesión de derechos aje-
nos, como la venta y la tradición de cosa ajena, el fraude a los
acreedores o a los legitimarios, etc..
PARTE SEXTA
LA DISOLUCIÓN
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
INTRODUCCIÓN
578. CONCEPTO. En un sentido lato, se entiende por disolu-
ción de los actos jurídicos la privación de la efi~acia que es-
tos están llamados a producir, a consecuencia de hechos pos-
teriores a su celebración, previstos en ellos o en la ley, tales
la revocación voluntaria o judicial, el plazo extintivo, la reso-
lución, etc.
Como se ve, dentro de este concepto lato o genérico de la di-
solución de los actos jurídicos tienen cabida la declaración de
inexistencia de dichos actos, cuando ella es necesaria para
privar de eficacia a los actos que aparentan reunir las condi-
ciones esenciales para que la ley los repute como expresiones
idóneas de la autonomía de la voluntad privada, así como
también la declaración de nulidad o invalidez de los actos que
reúnen tales condiciones esenciales, pero que adolecen de las
requeridas para su validez o valor. Estas declaraciones juris-
diccionales que actualizan la coercibilidad de las normas
jurídicas que establecen las causales de inexistencia o de nuli-
dad son, por tanto, hechos posteriores al momento de la for-
mación de los actos putativamente reconocidos por la ley.
Por la razón últimamente expuesta, o sea, por cuanto la inefi-
cacia de los actos jurídicos putativos no opera de jure en
nuestro ordenamiento civil, sino, por principio, a consecuen-
cia de una declaración jurisdiccional, algunos comentaristas
de nuestro Código incluyen, con razón lógica, la ineficacia de
los actos jurídicos entre las causales de la disolución de estos
1.
Pero ya en un sentido estricto, nuestro Código establece, se-
gún la idea predominante en la doctrina europea de su época,
la distinción entre la ineficacia de los actos jurídicos prove-
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
CAPÍTULO I
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS
1. Generalidades
CAPÍTULO II
Conforme a los arts. 2488 y 2492 del Código Civil, los bienes
presentes y futuros del deudor, excepto los que la ley declara
inembargables, están afectos al pago de las obligaciones de
dicho deudor, en forma tal que los acreedores pueden obtener
la aprehensión de esos bienes y su venta para ser satisfechos
en sus créditos, totalmente si el producto de la venta es sufi-
ciente, o a prorrata si no lo es.
dor cierto, (art. 1551); yb) porque, conforme el arto 1553 del
Código Civil, la insolvencia del deudor, que es presupuesto
para el ejercicio de la acción pauliana, es también causal de
extinción del plazo, de donde resulta que el deudor que se en-
cuentra en tal situación ya no goza del beneficio del plazo, o
sea que sus respectivas obligaciones se hacen exigibles!i. Co-
rroboran lo dicho el Código de Comercio y el Código de Pro-
cedimiento Civil. El primero, en su art. 1945 expresa que "la
declaración judicial de quiebra conlleva... 22 La exigibilidad
de todas las obligaciones a plazo, sean comerciales o civiles,
estén o no caucionadas". Y como el Código de Procedimiento
Civil somete elconcurso de acreedores a la ritualidad del pro-
ceso de quiebra (art. 570), la oportunidad del deudor concur-
sado es la ya mencionada, o sea, la apertura del proceso.
En cuanto a los acreedores a plazo que pretendan ejercer la
acción antes del vencimiento de este y de la apertura del pro-
ceso de concurso o quiebra, sería lo lógico y acorde con la
economía procesal que una misma demanda, fundada en la
insolvencia del deudor, pudieran aquellos impetrar acumulati-
vamente la declaración de extinción del plazo y la revocación
del acto o actos fraudulentos. Sin embargo, como la acción
pauliana ejercida en tales circunstancias se ventila por los trá-
mites del proceso ordinario y la declaración de extinción del
plazo tiene una ritualidad especial (C. de P. C., art. 427, par.
22, núm. 62), parecería que tal acumulación de pretensiones
sería improcedente (ibídem, art. 82, 32) Y que, por tanto, el
acreedor tendría que obtener previamente la declaración de
extinción del plazo por la vía especial, para luego sí instaurar
la acción pauliana. Pero si., según lo sostiene la opinión gene-
ral, el acreedor a plazo es un acreedor cierto y como tal está
legitimado para ejercer la acción pauliana con prescindencia
de la extinción o de la subsistencia del plazo, la conclusión
Guillermo Ospina Fernández- Eduardo Ospina Acosta
CAPÍTULO III
bración de aquellos (ex tunc). Ahora bien, se dice que esta re-
gla es propia y exclusiva de los contratos de ejecución instan-
tánea. Por el contrario, también se afirma que si e! contrato es
de ejecución sucesiva, la resolución no tiene efecto retroacti-
vo, sino que obra solamente para el porvenir (ex nunc), o sea
que pone término a la eficacia futura de aquel, pero deja en
pie sus efectos ya producidos. Así, el incumplimiento de un
arrendamiento solamente es causal de extinción de este: las
obligaciones de! arrendador y del arrendatario terminan, pero
sin que haya lugar a restituciones mutuas entre ellos, en razón
de las prestaciones ya cumplidas con anterioridad. De aquí se
concluye que los contratos de ejecución sucesiva que han co-
menzado a funcionar no son susceptibles deresolución pro-
piamente dicha, sino de terminación, exPiración, cesación,
etc. (resiliation), que extinguiría la eficacia futura del contra-
to (ex nunc), dejando incólumes los efectos ya producidos
por él.
Igualmente, al criticar dicha tesis, explicamos que su formu-
lación dogmática es inexacta y es el fruto de una petición de
principio, pues la retroactividad o irretroactividad de la reso-
lución no depende del lugar que caprichosa o acertadamente
se le asigne al contrato, sino de la naturaleza de las prestacio-
nes que este produce y de la posibilidad o imposibilidad de
reversarlas. Así lo han entendido también algunos autores
franceses, quienes por ello niegan la resiliation de los contra-
tos de ejecución sucesiva y los someten al régimen de la reso-
lución.
CAPíTULO V
l. La imposibilidad de ejecución
A) Generalidades
del dominio por acto entre vivos, la cual tenía efecto, no por
el contrato (título), sino por la tradición de la cosa al adqui-
rente (modo), resolvieron pasar por alto los claros textos que
establecían aquella solución sobre los riesgos, y así formula-
ron una falsa teoría contraria, según la cual el riesgo por la
pérdida de la cosa sería de cargo del dueño (res perit do-
mino). Por tanto, si en el contrato de compraventa la cosa pe-
recía antes de la tradición, el riesgo correspondería al vende-
dor, por no haber dejado este de ser el dueño de el 1 al 5.
No obstante esta opinión casi insular, la solución romana so-
bre los riesgos fue acatada por la mayoría de los civilistas
medioevales, por una legislación de la misma época -las Siete
Partidas, de don Alfonso el Sabioll;y por juristas de la época
del derecho intermedio europeo.
Significa lo dicho que contra la falsa teoría de los menciona-
dos glosadores medioevales, según la cual la cosa perecería
siempre para el dueño (res perit domino), la doctrina continuó
aplicando la fórmula romana, según la cual la pérdida de la
cosa antes de su entrega es de cargo del acreedor, fórmula
que, generalizada a todos los contratos, se enunció con la má-
xima de que la cosa perece para el acreedor (res perit credito-
ri), la que tampoco es de factura romana.
res perit domino del Código francés por el que podría enun-
ciarse res perit debitori, porque si bien es cierto que la obliga-
ción del deudor a la entrega o tradición de la especie perecida
fortuitamente se extingue, también él pierde el derecho a exi-
gir la prestación correlativa.
En efecto, en materia de la compraventa, el art. 929 del co-
mentado estatuto mercantil preceptúa: "En la venta de un
"cuerpo cierto", el riesgo de la pérdida por fuerza mayor o
caso fortuito ocurrido antes de su entrega, corresponderá al
vendedor, salvo que el comprador se constituya en mora de
recibirlo y que la fuerza mayor o el caso fortuido no lo hubie-
ra destruido sin la mora del comprador. En este último caso,
deberá el comprador el precio íntegro de la cosa". Y el si-
guiente art. 930 agrega: "Si la falta de entrega procediere de
la pérdida fortuita de las mercaderías vendidas, por causa no
imputable al vendedor, el contrato quedará resuelto de dere-
cho y el vendedor libre de toda responsabilidad".
Del texto de las dos disposiciones trascritas resulta: 1) que, en
principio, la pérdida fortuita de la especie vendida antes de su
entrega disuelve el contrato y, por tanto, extingue no sola-
mente la obligación del vendedor, sino también la que ha
contraído el comprador de pagar el precio (art. 930); y 2) que
excepcionalmente dicha disolución del contrato no se opera
cuando la pérdida de la especie es imputable al vendedor o al
comprador: si lo es al primero, este incurre, según las reglas
generales, en responsabilidad que se traduce en la obligación
de indemnizar los perjuicios irrogados al comprador (art.
928); si lo es al segundo, el contrato tampoco se disuelve y el
compra
dor queda obligado a pagar el precio estipulado (art. 929).
En la forma dicha el Código de Comercio contempla la teoría
de los riesgos, modificando la injusta solución clásica latina,
conforme a las críticas
TEORIA GENERAL DEL CONTRATO Y DE LOS DEMAS ACTOS O
NEGOCIOS JURIDICOS