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ACTO JURÍDICO Y NEGOCIO JURÍDICO

CONCEPTO, PRESUPUESTOS Y ELEMENTOS


ESENCIALES

1. Determinación conceptual del acto jurídico

La determinación conceptual del acto jurídico conduce a considerar, previamente, el


concepto de hecho jurídico pues de él deriva el acto jurídico con la presencia
imprescindible de la voluntad, de la licitud y de la manifestación de voluntad.(Vidal
Ramírez, 2011, p. 31).

Como enseñó León Barandiarán, el acto jurídico, es una especie dentro del hecho jurídico.
Partiendo de esta afirmación es imprescindible, para la determinación conceptual del acto
jurídico, precisar primero lo que es el hecho jurídico, para luego, como lo hizo el citado
profesor, arribar al concepto de acto jurídico con los elementos que lo integran (Ídem).

Lea también: «No es lo mismo decir acto jurídico que negocio jurídico». ¡Se tenía que
decir y se dijo!

Nuestro Código Civil no se pronuncia sobre él, como sí lo hacen otros[1]. Pero es


necesario su estudio, porque determina la juridicidad de los actos o procederes humanos y
de ciertos vínculos que se denominan relaciones jurídicas. De aquí que el hecho jurídico
haya sido motivo de estudios entre los tratadistas y en la cátedra universitaria sea forzosa
introducción al estudio del acto jurídico, de las obligaciones y de los contratos. Y no
solamente por eso, sino porque también tiene importancia dedicar unas líneas a la manera
sobre cómo los hechos se integran al derecho. (Lohmann Luca de Tena, 1994, p. 12)

En consecuencia, la clasificación de los hechos jurídicos es un presupuesto necesario para


estudiar otras instituciones del derecho civil. El derecho civil no sólo está constituido por el
Código Civil y por los principios sistemáticamente organizados en las normas jurídicas,
sino que es también el resultado de las construcciones conceptuales. Estas construcciones
cumplen una función cognoscitiva ya que informan a los operadores jurídicos sobre el
significado de las normas jurídicas. También cumple una función argumentativa porque
aclaran, integran y desarrollan un discurso claro y coherente para su aplicación práctica. En
este sentido, la actividad de la construcción de conceptos se identifica con la del legislador
y la del administrador de justicia porque todos realizan una actividad teórica para aplicarla
a una experiencia concreta (Morales Hervias, 2011, pp. 16-17).

Como se puede apreciar, antes de comenzar a estudiar al acto jurídico, ineludiblemente,


debemos pronunciarnos sobre la institución que la comprende, esto es, al hecho jurídico. Y
esto no sólo porque exista entre el hecho jurídico y el acto jurídico una relación de género a
especie sino también porque resulta fundamental saber cómo determinados acontecimientos
o eventos (hechos) sean naturales o humanos en algún momento irrelevantes para el
derecho, súbitamente, por alguna circunstancia, cobren relevancia jurídica, entren al mundo
del derecho y produzcan efectos jurídicos. Por último, conocer el hecho jurídico es
importante porque forma parte de la teoría general del derecho, área del saber jurídico que
no debe escapar al conocimiento de ningún operador jurídico: llámese juez, abogado,
árbitro, estudiante ¿y por qué no? incluso para los legos en derecho.
2. Hecho jurídico

El ser humano, a lo largo de su vida y como ser ontológicamente libre, realiza una serie de
acciones de diversa índole y, como consecuencia, dichas acciones tienen efectos jurídicos y
otras no. La respuesta que se da es que entre acción y reacción hay un nexo causal, que es
el ordenamiento jurídico. Sin dicho nexo no habría consecuencia relevante para el
ordenamiento jurídico. Autorizada doctrina italiana afirma que “por hechos jurídicos se
entienden aquellos acontecimientos o aquellas situaciones (o estados)  que produzcan una
modificación de la realidad jurídica, o sea un efecto jurídico y que por eso
son jurídicamente relevantes. Los hechos jurídicos son los antecedentes necesarios
(aunque no siempre suficientes) para que se produzca un efecto cualquiera que sea, en el
mundo jurídico: sin hechos jurídicos (relevantes), el ordenamiento jurídico permanece
inerte y no nacen efectos jurídicos” (Espinoza Espinoza, 2008, p. 27).

A decir de Miguel Reale, debemos entender, pues, que el derecho se origina de un hecho,


ya que sin la preexistencia de un acontecimiento o evento, no existiría base para que se
establezca un vínculo con relevancia jurídica. Esto, sin embargo, no implica la reducción
del Derecho al hecho, tampoco en pensar que el hecho sea un mero hecho vacío, pues los
hechos, de los cuales se origina el derecho, son hechos humanos o hechos naturales objetos
de valoraciones humanas (Brasil y Hettwer Massmann, 2017, p. 140).

En el mismo sentido, otra doctrina brasileña señala que el derecho se origina de


un hecho, como la paremia reza: ex facto ius oritur. El hecho es el elemento generador de
la relación jurídica incluso cuando se presente de forma tan simple que apenas se perciba,
incluso cuando ocurra dentro de un ciclo rutinario de eventualidades cotidianas del cual
todos participen sin darse cuenta. La ley comúnmente define una posibilidad, un llegar a
ser, que se transformará en derecho subjetivo mediante la ocurrencia de un acontecimiento
que convierte la potencialidad de un interés en derecho individual (Da Silva Pereira, 2011,
p. 381).

2.1. El hecho jurídico como presupuesto material del Derecho Subjetivo

Todo derecho subjetivo cuenta con unos presupuestos materiales a los que el ordenamiento
jurídico condiciona las fases de la existencia (nacimiento, modificación o extinción) de una
relación jurídica, y en esta expresión – presupuestos materiales – (situaremos una creación
de la sistemática alemana, que en el vocablo Tatbestand, utilizado primeramente por la
ciencia penal para centralizar los presupuestos fácticos del delito, luego utilizado el en
derecho privado) para mencionar aquellas condiciones materiales que el orden legal
considera como determinantes para la producción de efectos jurídicos. (Da Silva Pereira,
2011, p. 381)
De los presupuestos materiales, el más importante es el hecho jurídico, acontecimiento
que impulsa la creación de la relación jurídica. Su base es un hecho. Pero no todos los
hechos tienen esta fuerza jurígena. Algunos están situados en el dominio de los eventos
naturales, sin repercusiones en la órbita legal, y no producen efectos importantes para el
derecho: la lluvia que cae es un hecho, que ocurre y continúa ocurriendo, dentro de la
indiferencia normal de la vida jurídica, lo que no quiere decir que a veces este mismo hecho
no tenga repercusiones en el campo del derecho, para establecer o cambiar situaciones
jurídicas. Otros tienen lugar en el dominio de las acciones humanas, también indiferentes al
derecho: el individuo se viste, come, sale del hogar y la vida jurídica es ajena a estas
acciones, excepto cuando la comida, el vestuario, etc. provoquen la atención del sistema
legal (Ídem).

2.2. El hecho jurídico como hecho hipotético previamente regulado en la norma

Si bien es común leer y escuchar que los hechos jurídicos son acontecimientos que generan
efectos jurídicos ello no es una verdad absoluta. La accesión por avulsión (artículo 944 del
CC[2]) y el hallazgo de tesoro en terreno ajeno no sembrado ni cercado (artículo 935 del
CC[3]) son hechos que generan la adquisición del derecho de propiedad. En el derrame de
mercurio se genera una obligación derivada de un acto ilícito (artículo 1970 del CC[4]). En
el contrato de hospedaje nacen las obligaciones de dar alojamiento y de pagar una
retribución. No obstante, la sola promesa recíproca de matrimonio (artículo 239 del CC[5])
no genera efectos jurídicos. El novio tiene derecho a una indemnización por el
empobrecimiento producido por los gastos realizados y el enriquecimiento del valor de la
casa de los padres de su ex novia (artículo 1954[6] del CC) (Morales Hervias, 2011, pp. 27-
28).

Entonces, la característica de los hechos jurídicos es que ellos están previamente


regulados en una norma jurídica como hechos jurídicos hipotéticos. Eventualmente los
hechos jurídicos producirán efectos jurídicos, pero no todos tienen esa capacidad de
eficacia jurídica. Para entender mejor la naturaleza de los hechos jurídicos es significativo
mencionar el modo en el que un hecho se convierte en jurídico. En otras palabras, la
juridicidad de un hecho hace que un hecho sea jurídico. Un hecho sin juridicidad no será un
hecho jurídico (Ibidem, pp. 28-29).
En otros términos, el hecho es jurídico en la medida en que produzca consecuencias
jurídicas y sea calificado por el derecho. No existe el hecho jurídico per se sino en cuanto
merece esta calificación. Así, por ejemplo, un deslizamiento de tierras no es un hecho
jurídico sino en cuanto afecte el derecho de propiedad de alguien o cause la muerte de una
persona. Son las consecuencias, pues, las que determinan el carácter jurídico del hecho y
por eso puede hablarse de una causalidad jurídica en cuanto que, para que se produzca el
efecto jurídico, es necesario que exista un nexo entre el hecho y el efecto mismo. El hecho
jurídico, para sintetizar, es la causa de efectos jurídicos y por esta relación de causalidad
puede resultar más apropiada la denominación “jurígenos” que la de hechos jurídicos.
(Vidal Ramírez, 2011, p. 32).

Así, pues, los hechos se integran al derecho en virtud de una calificación que consiste
precisamente en estudiar la subsunción de los hechos dentro de los términos de la ley o un
negocio. Sólo después de calificados merecerán ser considerados como jurídicos (Lohmann
Luca de Tena, 1994, p. 17).

Esbozadas las opiniones de diversos doctrinarios calificados sobre el tema, podemos


ensayar una definición de hecho jurídico. Así, entendemos por hecho jurídico a aquel
evento o acontecimiento natural o humano que “potencialmente” podrá producir efectos
jurídicos siempre y cuando tal evento o acontecimiento esté previsto legalmente o reciba
una calificación jurídica que, primero, lo dote de juridicidad para que luego pueda producir
efectos jurídicos. De no estar previstos legalmente o recibir calificación jurídica, estos
eventos o acontecimientos seguirán siendo intrascendentes para el derecho ergo no
producirán efecto jurídico alguno.

3. ¿Acto jurídico (en sentido estricto) o negocio jurídico?

El acto jurídico es la realización material del poder de la voluntad sobre el derecho. Se


presenta en todas las áreas del derecho: en el derecho civil a través del contrato, en el
derecho público a través del voto de una ley, en el derecho internacional a través de los
tratados bilaterales o multilaterales. En filosofía política, el acto jurídico ha jugado
igualmente un rol predominante, particularmente, con los filósofos del contrato social, para
quienes el Estado y el Poder Legislativo tienen su fuente en el acto jurídico que obliga a los
ciudadanos (voluntad general) (Moore, 1999, p. 281).
En el derecho civil, el acto jurídico, opuesto al hecho jurídico, constituye el binomio de las
fuentes de los derechos subjetivos. Esta clasificación es conocida como una summa
divisio. A pesar de eso, ella constituye una construcción artificial lógica y no
necesariamente podrá imponerse (Ídem).

Dentro del universo de los hechos jurídicos existe la categoría de los hechos jurídicos
voluntarios llamados actos jurídicos que se caracterizan por estar conformados por una o
más manifestaciones o declaraciones de voluntad emitidas con el propósito de alcanzar un
resultado práctico, que en cuanto tutelado por el ordenamiento jurídico, se convierte en un
resultado jurídico. Estos actos jurídicos (llamados en otros sistemas doctrinarios y legales
negocios jurídicos) constituyen sin lugar a dudas la especie más importante de hechos
jurídicos voluntarios, por cuanto a través de ellos los particulares tienen la posibilidad de
satisfacer sus múltiples y variadas necesidades en su vida de relación con otros sujetos de
derecho, razón por la cual la doctrina les ha prestado mucha atención, y en muchos sistemas
jurídicos como es el caso del Código Civil peruano que le ha dedicado un libro especial
para su regulación (Taboada Córdova, 2002, pp. 21-22).

Para Enneccerus, el acto jurídico viene a significar “la realización querida o al menos
previsible de un resultado exterior” Y añade: “los actos, o bien carecen de importancia
jurídica (…) o bien producen, conforme a las disposiciones del ordenamiento jurídico, un
efecto jurídico. A estos últimos los llamamos jurídicamente eficaces o simplemente actos
jurídicos”. Para el autor alemán, nos parece entender, basta el simple resultado, las
consecuencias externas, sean deseadas o no, con efectos ante la ley (Lohmann Luca de
Tena, 1994, p. 35).

Es notoria la importancia de que se estipule que el resultado deba ser exterior. De no ser así
estaríamos ante un acto sin importancia, sin trascendencia, y cuyas repercusiones quedarían
limitadas al agente. Decimos sin trascendencia para el Derecho porque él regula las
manifestaciones que afecten a terceros o a la sociedad en general. Así, por ejemplo, no sería
acto jurídico aquella declaración que se formalice como promesa de venta y que emita en la
soledad del desierto (Ibídem, pp. 35-36).

En la delimitación conceptual que traza la doctrina nacional tradicional, el acto jurídico es


el hecho jurídico, voluntario, lícito, con manifestación de voluntad y efectos jurídicos. Así
se ha afirmado que el acto jurídico: “es una especie dentro del hecho jurídico, pues aquel
descarta la involuntariedad y la ilicitud. Lo primero es indudable. La palabra misma “acto”
indica una determinación de voluntad. Más algunos son de la opinión que el término acto
jurídico debe comprender el hecho voluntario, tanto el lícito como el ilícito (Enneccerus).
Este parecer es inaplicable dentro de la sistemática de nuestro Código Civil, que asigna el
carácter de licitud al acto jurídico” (Espinoza Espinoza, 2008, p. 23).

Como hemos podido apreciar, el acto jurídico, como especie del hecho jurídico, no es una
institución privativa del derecho civil (contratos) sino que también la encontramos presente
en otras áreas del derecho como el derecho público (voto de una ley), derecho internacional
(tratados bilaterales y multilaterales), entre otras. Hasta aquí no habría ningún problema, sin
embargo, a lo largo de las décadas, diversos doctrinarios nacionales han planteado que la
figura regulada en nuestro artículo 140 no es la del Acto Jurídico sino que en realidad se
trata de otra figura distinta, la del Negocio Jurídico.

Si se trataran de dos términos distintos, ¿se podrían celebrar negocios jurídicos en el


Derecho Público e Internacional? En el comentario realizado por el profesor Taboada
Córdova al 140, él considera que la figura denominada “acto jurídico” en nuestro
ordenamiento nacional es llamada “negocio jurídico” en otros.

Para un sector minoritario de la doctrina nacional resulta imprescindible trazar un paralelo


con el concepto de negocio jurídico, puesto que ambos, para nuestro sistema de derecho
privado, llegan a tener una relación de sinonimia conceptual. De este modo nuestro sistema
de derecho privado, al igual que el de los países en los que la codificación civil mantiene
el nomen juris de acto jurídico y no ha adoptado el de negocio jurídico, se afilia a la
posición unitarista del concepto (Vidal Ramírez, 2011, p. 41).

La ocupación –se dice– no es negocio jurídico, sino acto jurídico en sentido estricto;
conducta humana que produce, por sí propia, consecuencias de orden legal –adquisición de
la propiedad–, de manera distinta de cuanto ocurre, por ejemplo, en un contrato de
compraventa, donde se opera una transferencia, concertada y autorreglamentada por las
partes del contrato. La adquisición de la propiedad del incremento de tierra generado por un
aluvión –afirma, igualmente– no tendrán su origen en un hecho humano, en un “acto”, sino
en un factor de la naturaleza, en un “hecho” jurídico propiamente dicho. (León Hilario,
2004, pp. 2-3).

El matrimonio – afirman algunos– sería un acto en sentido estricto, porque todos sus
efectos están minuciosamente previstos legislativamente, no requiriéndose más que la
“voluntariedad” de contraer nupcias por parte de los contrayentes; sería un negocio –
replican otros– a la luz de la regulación, no menos detallada, de los vicios de la voluntad y
de la ineficacia que pueden afectarlo. Los esponsales –dictaminan casi todos– son una
especie de acto en sentido estricto, del cual no nacen derechos ni obligaciones para los
promitentes (León Hilario, 2004, p. 3).

Veamos que uno de los presupuestos de los negocios jurídicos es la declaración o


manifestación de voluntad. No ocurre igual con todos los actos jurídicos. En ellos no se
requiere, ciertamente, la declaración volitiva orientada a un fin determinado. En los actos
reales el presupuesto de hecho es una cosa susceptible de ser atribuida a alguien; en los
actos ilícitos el presupuesto o hipótesis que prevé la ley es la comisión de un daño por
descuido, imprudencia, etc. En otras palabras, el negocio jurídico es la especie de un
género, que es el acto; el negocio jurídico es comprendido por el acto (Lohmann Luca de
Tena, 1994, p. 52).

Otro sector de la doctrina nacional expresa que la definición legislativa estipulada en el


primer párrafo del artículo 140° del Código Civil dificulta la recepción entre nosotros del
desarrollo posterior de la doctrina alemana que amplía la sistematización del
comportamiento humano relevante para el derecho (el universo de los “actos jurídicos”)
con la inclusión de dos subespecies: los actos jurídicos en sentido estricto
(las Rechtshandlungen im engeren Sinne) y los negocios jurídicos (León Hilario, 2014, p.
45).

Conforme a esta perspectiva, tributaria del conceptualismo pandectista, los negocios


jurídicos son actos jurídicos, pero no todos los actos jurídicos son negocios jurídicos. El
espectro de aquellos actos jurídicos donde no es dado reconocer una incidencia de la
voluntad del agente en la producción de las consecuencias que el ordenamiento
establece, o donde aun habiéndola no se le otorga consideración legal, es rubricado
como el conjunto de los “actos jurídicos en sentido estricto” (Ídem).
Es decir, la noción de acto jurídico en sentido estricto se refiere al acto según el cual la
norma jurídica toma en cuenta únicamente la voluntad de la realización del acto. La norma
valora lo que el sujeto quiere y conoce sobre el acto que se está ejecutando. Esa voluntad de
comportamiento es tomada en consideración por la norma jurídica para la producción de
efectos jurídicos. Por tanto, el acto jurídico en sentido estricto es un acto de voluntad
de comportamiento según el cual el propio acto no tiene el poder de producir efectos
jurídicos. Los efectos -en su mayoría- son producto de la ley. El acto tiene capacidad
natural pero no capacidad normativa (Morales Hervias, 2011, pp. 49-50).

De otro lado, lo que al derecho le interesa de los negocios jurídicos es tomar en


consideración los resultados anhelados por las partes; en los actos jurídicos no
negociales más se mide la trascendencia jurídica de los mismos en cuanto
susceptibilidad de obtener consecuencias que no necesariamente han sido queridas,
porque no depende de ellos, sino que derivan directamente y con carácter forzoso de
la ley. De aquí que Stolffi diga que en los actos lícitos no negociales la ley tiene en cuenta
el resultado material o de hecho de la acción realizada, antes que la voluntad que los ha
determinado o el fin propuesto por el agente (Lohmann Luca de Tena, 1994, pp. 55).

Una doctrina brasileña observa que existen diferencias entre el «negocio jurídico» y el
«acto jurídico». Aquel es la declaración de voluntad, en la cual el agente persigue el efecto
legal (Rechtsgeschäft); En el acto jurídico stricto sensu también hay una manifestación
volitiva, pero los efectos jurídicos se generan independientemente de que el agente los
persiga directamente (Da Silva Pereira, 2011, p. 397).

Los «negocios jurídicos» son, por lo tanto, declaraciones de voluntad destinadas a producir
los efectos jurídicos deseados por el agente; Los «actos jurídicos stricto sensu» son
manifestaciones de voluntad, obedientes a la ley, pero que generan efectos que surgen de la
ley misma. Dentro de los actos lícitos están los actos que no son negocios jurídicos, así
como los negocios jurídicos. Todos sin embargo comprendidos en una categoría más
amplia de “actos lícitos” que se distinguen en su causa y en sus efectos, de los “actos
ilícitos” (Ibídem, p. 398).

Se hace hincapié que la declaración de voluntad ha de ser privada debido a que el negocio
es una figura de derecho privado. No se concibe, en principio, en la doctrina que el negocio
emane de la expresión de voluntad del Estado o sus dependencias, en uso del ius
imperium (Lohmann Luca de Tena, 1994, p. 47).

Hasta lo expuesto queda más que claro que, en la actualidad, “el hecho jurídico” comprende
tanto al “acto jurídico en sentido estricto” como al “negocio jurídico”. Y que a su vez el
acto jurídico contiene al negocio jurídico. Retornando a los hechos jurídicos, tanto la
ocupación (hecho jurídico humano) como la accesión (hecho jurídico natural) producen
efectos jurídicos por su sola ocurrencia (naturalmente ello ya se encuentra previsto
normativamente) por tanto ambos son considerados actos jurídicos en sentido estricto. En el
primero, no existe autonomía de las partes para regular el contenido del acto mientras que
el segundo, no existe sujeto alguno que pueda manifestar una voluntad tendiente a la
producción de efectos jurídicos.

En el caso del matrimonio, si bien existen dos sujetos de derecho que manifiestan su
voluntad en el sentido de querer unirse y hacer una vida en común. Ellos no cuentan con la
“autonomía privada” para regular el contenido del acto cuyos pormenores se encuentran
preestablecidos legalmente.

Respondiendo a la pregunta formulada líneas atrás. No se podrán celebrar en el derecho


público ni en el derecho internacional “negocios jurídicos” ya que estos actos de
autonomía privada están reservados exclusivamente a los particulares en el derecho
privado.

Para un sector de la doctrina nacional se observan las siguientes distinciones entre acto y
negocio jurídico:

 Tanto el acto como el negocio jurídico son especies del género hecho jurídico;
pero el negocio jurídico es una sub especie del acto jurídico.
 Lo que se legisla en el artículo 140 del código civil (teniendo como antecedentes
el artículo 1075 del Código Civil de 1936 y el artículo y el artículo 1235 del
Código Civil de 1852) no es el acto jurídico sino el negocio jurídico, porque
alude a la intención de las partes para determinar sus efectos y a sus requisitos:
 Agente capaz;
 Fin lícito;
 Objeto física y jurídicamente posible;
 Observancia de la forma prescrita por ley bajo sanción de nulidad (en el caso de
los actos ad solemnitatem).
Estos son los elementos propios de los negocios jurídicos. En su opinión, el acto jurídico es
aquel hecho humano realizado voluntariamente, lícito o ilícito del cual surgen efectos
jurídicos (Espinoza Espinoza, 2008, pp. 36-37).

Un ilustre tratadista italiano, Carnelutti, resume acertadamente la posición moderna del acto
jurídico de la siguiente manera: “Cuando se habla de acto jurídico –nos dice- se alude a una
realidad que el hecho o el acto poseen; el acto es jurídico en cuanto tiene esta cualidad. Esta
cualidad es la de producir efectos jurídicos”. Se podría decir que la juridicidad de los actos
no se establece solamente porque la ley ampare la voluntad cuando se encuadra en rígidos
requisitos de formación, sino porque la acción humana produce efectos que al derecho le
interesan: se genera un cambio en las relaciones jurídicas pre-existentes, al decir de
Carnelutti. Dicho de otra manera, las acciones del hombre provocan consecuencias
jurídicas no sólo porque en ellas existan intención expresada con la declaración de
voluntad, sino sobretodo porque los efectos jurídicos son reconocidos por el derecho,
incluso de manera totalmente independiente de la voluntad del acto (Lohmann Luca de
Tena, 1994, pp. 38-39).

4. Elementos esenciales

4.1. Plena capacidad de ejercicio, salvo las restricciones contempladas en la ley

En el pasado se hacía alusión a las personas que alcanzaban la mayoría de edad, pero hoy
en día bajo el Modelo Social de la Discapacidad[7], las personas con discapacidad también
podrán manifestar su voluntad a través de los apoyos (quienes podrían ser sus familiares
como sus padres o hermanos) ya que la capacidad jurídica hoy en día se ha extendido tanto
a la capacidad de goce como a la capacidad de ejercicio.

El modelo social vigente ha reemplazado un régimen de sustitución de la voluntad de las


personas incapaces por uno de asistencia, a través de los denominados apoyos[8], quienes
no son representantes legales de las personas con discapacidad. Así, como regla general,
tenemos que la persona que cuenta con apoyos es responsable por sus decisiones, incluso
de aquellas realizadas con dicho apoyo (Varsi Rospigliosi y Torres Maldonado, 2019, p.
212).
4.2. Objeto física y jurídicamente posible

La posibilidad física implica que el bien exista en la realidad, que se encuentre dentro del
comercio de los hombres o que sea de posible realización (venderle a alguien la luna es un
imposible físico).

En cuanto a la posibilidad jurídica no debe ser confundida con la finalidad lícita, lo cual
significa que todo acto jurídico debe adecuarse a ley para, dentro del tipo de acto empleado,
poder lograr los objetivos que jurídicamente la ley prevé para tal acto. Para ilustrar lo
expresado, basta con un ejemplo, y es que uno no podría lograr el objetivo de transferir la
propiedad de un bien a través de la celebración de un acto jurídico de arrendamiento,
naturalmente, a menos que se tratare de un arrendamientoventa (Castillo Freyre, 2020, p.
68).

Ello significa que todo acto jurídico debe tener, además de un objeto físicamente posible, es
decir, de un objeto que guarde un correlato posible en la realidad, un objeto jurídicamente
posible, es decir, correlato jurídicamente posible dentro del ordenamiento legal (Ibídem, pp.
68-69).

Para otra doctrina peruana la posibilidad jurídica está referida a la conformidad de la


relación jurídica con el ordenamiento jurídico. Se le suele confundir con la licitud, pero son
conceptos diferentes: la licitud es lo que guarda conformidad con el ordenamiento legal, el
cual queda comprendido en un concepto más amplio como es el del ordenamiento jurídico,
pues comprende los principios generales que inspiran la idea de orden público y que se
integra con la jurisprudencia, la costumbre y la doctrina (Vidal Ramírez, 2011, p. 122).

De igual forma, otro sector de la doctrina nacional concuerda también en que la posibilidad
jurídica es confundida con la licitud pero no es tal. Mientras la licitud se apoya en un
criterio valorativo, la posibilidad jurídica radica en la naturaleza de las instituciones
jurídicas, o en la calificación jurídica objetiva de ciertos bienes o conductas, o en otras
consideraciones. Los ejemplos de la hipoteca sobre muebles (aunque hay ordenamientos
que la admiten) o comerciabilidad de un bien son casos de imposibilidad jurídica (Lohmann
Luca de Tena, 1994, p. 82).
Entorno a la imposibilidad jurídica, Escobar Rozas afirma que estaremos ante una
imposibilidad jurídica, cuando en el plano de la realidad jurídica, las reglas negociales no
puedan ser ejecutadas, sea porque se dirigen a la consecución de un resultado (jurídico) no
previsto por el ordenamiento (piénsese en la constitución de una hipoteca sobre un bien
mueble o en la enajenación de un bien que se encuentra fuera del comercio) o porque no
toman en consideración algún presupuesto exigido por este último para la obtención del
efecto deseado (piénsese en la necesidad de no tener deudas cuyo pago pueda verse
perjudicado con el patrimonio familiar que se desea constituir) (Castillo Freyre y Sabroso
Minaya, 2008, p. 10).

La Casación 1421-2016 Lima Sur (Nulidad de Acto Jurídico) en su considerando sexto


ii) expresó lo siguiente respecto a la causal contenida en el artículo 219° inciso 3 del
Código Civil:

Se determina que si bien los tres contratos de compraventa contienen la transferencia de


bienes inmuebles, no obstante, del análisis de la Partida Registral N° P03231820 y de sus
Asientos 00003 y 00004, se verifica que los transferentes a la fecha de celebración de los
contratos privados no tenían la calidad de propietarios; es decir, no podían disponer de
bienes que no se encontraban bajo su dominio, deviniendo entonces que los contratos
privados se encuentran incursos en la causal antes referida.

4.3. Fin lícito

Hace alusión a los actos jurídicos que vulneren las leyes que interesen a las normas
imperativas, al orden público y a las buenas costumbres las cuales están protegidas por
la Nulidad Virtual que se encuentra prevista en el artículo V del Título Preliminar del
Código Civil que reza:

Es nulo el acto jurídico contrario a las leyes que interesan al orden público o a las buenas
costumbres.

En caso se piense que las normas imperativas, en el mencionado artículo V, no estarían


previstas ello sería incorrecto ya que el orden público  las incluiría.
Así Marcial Rubio expresa que el orden público estaría conformado por el conjunto
de disposiciones imperativas existentes dentro del sistema jurídico y de los principios
subyacentes a tales normas, susceptibles de ser obtenidos mediante ciertos procedimientos
de interpretación. En otras palabras, cuando el texto se refiere a “las leyes que interesan al
orden público”, una interpretación literal nos remite a “las normas de carácter imperativo”
(Rubio Correa, 2008, p. 101).

La existencia de referencias a normas imperativas dentro del cuerpo mismo del Código


Civil, por ejemplo, en el caso de los artículos 689, 1354, 1356 y 2096, podría ser
perfectamente intercambiada por la de orden público (Ídem).

En el mismo sentido Juan Espinoza Espinoza, al comentar el artículo V del Título


Preliminar, observa que el legislador entendió como conceptos sinónimos el de la leyes que
interesan al orden púbico con el de las imperativas: de otra manera no se entiende porque se
sanciona con nulidad la contravención de las primeras. Un ejemplo lo tenemos en el
artículo 234 del Código Civil el cual define al Matrimonio como “la unión voluntariamente
concertada por un varón y una mujer”: sería nulo el matrimonio entre personas del mismo
sexo por contravenir esta norma que tiene naturaleza imperativa (Espinoza Espinoza, 2008,
p. 535).

4.4. Observancia de la forma prescrita bajo sanción de nulidad

Se refiere que en caso la norma establezca una forma para la celebración de un negocio
jurídico de manera imperativa, esta deba seguirse caso contrario el negocio jurídico será
pasible de la sanción más severa, esto es la nulidad.

Por ejemplo, la obligatoriedad de la escritura pública cuando se trate de donaciones de


bienes inmuebles de conformidad con el artículo 1625 del CC:

La donación de bienes inmuebles, debe hacerse por escritura pública, con indicación
individual del inmueble o inmuebles donados, de su valor real y el de las cargas que ha de
satisfacer el donatario, bajo sanción de nulidad.

5. Conclusiones
Antes de comenzar a estudiar al acto jurídico, ineludiblemente, resultaba imprescindible
pronunciarse sobre la institución que la comprende, esto es, al hecho jurídico. Y esto no
sólo porque exista entre el hecho jurídico y el acto jurídico una relación de género a especie
sino también porque resulta fundamental saber cómo determinados acontecimientos o
eventos (hechos) sean naturales o humanos en algún momento irrelevantes para el derecho,
súbitamente, por alguna circunstancia, cobren relevancia jurídica, entren al mundo del
derecho y produzcan efectos jurídicos.

Conocer el hecho jurídico es importante porque forma parte de la teoría general del
derecho, área del derecho que no debe escapar al conocimiento de ningún operador
jurídico: llámese juez, abogado, árbitro, estudiante, incluso para un lego en derecho.

Entendemos por hecho jurídico a aquel evento o acontecimiento natural o humano que
“potencialmente” podrá producir efectos jurídicos siempre y cuando tal evento o
acontecimiento esté previsto legalmente o reciba una calificación jurídica que, primero, lo
dote de juridicidad para que luego pueda producir efectos jurídicos. De no estar previstos
legalmente o recibir calificación jurídica, estos eventos o acontecimientos seguirán siendo
intrascendentes para el derecho ergo no producirán efecto jurídico alguno.

El acto jurídico, como especie del hecho jurídico, no es una institución privativa del
derecho civil (contratos) sino que también la encontramos presente en otras áreas del
derecho como el derecho público (voto de una ley), derecho internacional (tratados
bilaterales y multilaterales), entre otras.

En la actualidad, “el hecho jurídico” comprende tanto al “acto jurídico en sentido estricto”
como al “negocio jurídico”. Y a su vez el acto jurídico contiene al negocio jurídico.

Hechos jurídicos como la ocupación (hecho jurídico humano) o la accesión (hecho jurídico
natural) producen efectos jurídicos por su sola ocurrencia (naturalmente ello ya se
encuentra previsto normativamente) por tanto ambos son considerados actos jurídicos en
sentido estricto. En el primero, no existe autonomía de las partes para regular el contenido
del acto mientras que el segundo, no existe sujeto alguno que pueda manifestar una
voluntad tendiente a la producción de efectos jurídicos
En el caso del matrimonio, si bien existen dos sujetos de derecho que manifiestan su
voluntad en el sentido de querer unirse y hacer una vida en común. Ellos no cuentan con la
“autonomía privada” para regular el contenido del acto cuyos pormenores se encuentran
preestablecidos legalmente.

No se podrán celebrar en el derecho público ni en el derecho internacional “negocios


jurídicos” ya que este acto de autonomía privada está reservado exclusivamente a los
particulares en el derecho privado.

Lo que se legisla en el artículo 140 del código civil, siguiendo al profesor Juan Espinoza,
no es el acto jurídico sino el negocio jurídico, porque alude a la intención de las partes para
determinar sus efectos y a sus requisitos:

 Agente capaz;
 Fin lícito;
 Objeto física y jurídicamente posible;
 Observancia de la forma prescrita por ley bajo sanción de nulidad (en el caso de
los actos ad solemnitatem).
En el pasado tenían plena capacidad de ejercicio las personas que alcanzaban la mayoría de
edad, pero hoy en día bajo el Modelo Social de la Discapacidad, las personas con
discapacidad también podrán manifestar su voluntad a través de los apoyos (quienes
podrían ser sus familiares como sus padres o hermanos) ya que la capacidad jurídica se ha
extendido tanto a la capacidad de goce como a la capacidad de ejercicio.

La posibilidad física implica que el bien exista en la realidad, que se encuentre dentro del
comercio de los hombres o que sea de posible realización (venderle a alguien la luna).

La posibilidad jurídica radica en la naturaleza de las instituciones jurídicas, o en la


calificación jurídica objetiva de ciertos bienes o conductas, o en otras consideraciones. Los
ejemplos de la hipoteca sobre muebles (aunque hay ordenamientos que la admiten) o
comerciabilidad de un bien son casos de imposibilidad jurídica. (Lohmann Luca de Tena,
1994, p. 82) Agregamos nosotros el pretender transferir la propiedad de un bien a través de
un arrendamiento o pretender celebrar un comodato respecto de dinero (bien consumible).
La observancia de la forma prescrita bajo sanción de nulidad se refiere a aquellos casos
para los que la norma establezca una forma para la celebración de un negocio jurídico de
manera imperativa, esta debe seguirse caso contrario el negocio jurídico será pasible de la
sanción más severa, esto es, la nulidad. Un ejemplo sería la obligatoriedad de la escritura
pública para las donaciones de bienes inmuebles (1625 CC).
ACTO JURÍDICO

EL ERROR VICIO (ARTÍCULOS 204 AL 209

DEL CÓDIGO CIVIL)

EXPLICADO POR ANÍBAL TORRES VÁSQUEZ

1. Error vicio indiferente

Artículo 204. El error de cálculo no da lugar a la anulación del acto sino solamente a
rectificación, salvo que consistiendo en un error sobre la cantidad haya sido determinante
de la voluntad.

La fuente del art. 204 es el art. 1430 del Código italiano:

Art. 1430. Error de cálculo.

El error de cálculo no da lugar a anulación del contrato, sino solo a rectificación, salvo que,
consistiendo en un error sobre la cantidad, haya sido determinante del consentimiento.

El error vicio indiferente (llamado también incidental, accidental o concomitante)


acompaña a la voluntad sin viciarla y sin afectar, por lo mismo, la validez del acto jurídico,
pudiendo, a lo sumo, dar lugar en algunos casos a la rectificación, pero no a la anulación
del acto[1].
El error vicio indiferente puede recaer sobre la materia o las cualidades del objeto que no
son esenciales y determinantes de la voluntad (salvo que tengan el carácter expreso de
condición), o sobre las cualidades personales de la otra parte que no han sido
determinantes de la voluntad, o sobre el Derecho que no ha sido la razón única o
determinante de la celebración del acto. En estos casos, el error es indiferente para el
perfeccionamiento del acto jurídico.

Es también indiferente o accidental el error de cálculo que no invalida el acto jurídico,


salvo que se trate de un error en la cantidad. Como se deduce del art. 204, el error de
cálculo puede consistir en un simple error de cuenta (la cuenta es errada porque la
operación aritmética ha sido mal hecha) o en un error en la cantidad.

El error de cálculo en que se incurre porque la operación aritmética ha sido mal realizada es
un error indiferente que no vicia la voluntad; no da lugar a la anulación del acto, sino solo a
la rectificación de la operación matemática errónea; corregido el cálculo (la cuenta) queda
satisfecha la tutela de los intereses de las partes, a no ser que, concretándose en un error
acerca de la cantidad, haya sido determinante de la voluntad.

La equivocación en la elaboración aritmética está concebida como un simple error material


que se remedia solo con la rectificación. Por ej. se venden N piezas por X soles por unidad,
pero por una equivocación en la multiplicación se indica un precio distinto del correcto.
Este error de puro cálculo se corrige con la rectificación, sustituyendo el resultado
equivocado con el correcto, con la cual queda satisfecha la voluntad de las partes.

El error acerca de la cantidad (error in quantitate) y el error de cálculo, como un simple


error de cuenta, son conceptos diferentes. Hay error de cálculo cuando hay divergencia
entre la cantidad declarada y la cantidad efectiva como consecuencia de la equivocación en
la operación aritmética, problema que se resuelve con el remedio de la rectificación.

Pero en ciertos casos el error de cálculo puede resolverse en un error sobre la cantidad, el
cual conduce a la anulación del acto si es esencial, conocible y perjudicial para el errante.
Por ej., se paga 100 mil soles por la mercadería existente en un depósito del vendedor,
precio que el comprador consiente presumiendo que allí existen 100 piezas de un valor de
1000 soles cada una, mientras que en el almacén existen solamente 90 piezas, por tanto, el
precio de cada pieza resulta ser mayor de 1000 soles. Este error es esencial y determinante
si el comprador no habría comprado al saber que existen solamente 90 piezas, puesto que
para él era decisivo tener 100; o porque no habría comprado al precio unitario mayor a
1000 soles. En ambos casos el error es esencial, determinante y conocible, por lo que
conlleva la anulación del acto jurídico compraventa.

El error de cantidad, provenga o no del error de cálculo, es causal de la anulación del acto
en cuanto hubiese determinado la voluntad del errante. Como ejemplo de error en la
cantidad no basado en el error de cálculo, citemos el caso de una persona que compra mil
sacos de harina en la creencia de que cada saco tiene 25 kg, cuando en realidad contiene
solamente 20. En este caso no hay una operación aritmética en la cual se ha incurrido en
error, porque el precio es por saco independientemente que tenga 25 o 20 kg; pero si para el
adquirente es imprescindible 25 000 y el error en que ha caído es conocible por el
vendedor, puede anularse el contrato. Se argumenta que en estos casos es de aplicación el
principio que dice que en lo más está comprendido lo menos, de manera que el que recibe
lo más está dispuesto a recibir lo menos, por lo que en la cantidad mayor no existe error; sin
embargo, en los actos jurídicos con prestaciones reciprocas es preciso que prestación y
contraprestación sean equivalentes. porque si el desequilibrio se debe a que una de las
partes ha incurrido en error determinante que era conocible por la otra, el acto puede ser
impugnado por error.

Señala Bianca[2] que:

si el contrato no hace mención de los elementos del cálculo, la parte no puede invocar los
errores en que se incurrió al fijar la entidad de la propia oferta; por ej., vendo «como cuerpo
cierto» el grano de mi almacén por un cierto precio sin especificar la cantidad. Si calculé
mal el precio con base en una cantidad inferior del grano a la real, mi error de cálculo es
irrelevante. Sin embargo es posible que aparezca como esencial y reconocible mi error
sobre la cantidad del grano (en el almacén hay 10 000 quintales de grano), caso en el cual
podré pedir la anulación del contrato por error en la cantidad.

Tratándose del acto jurídico compraventa, el régimen del error de cantidad se resuelve por
lo dispuesto en las normas que regulan la compraventa sobre medida (art. 1574 y ss.). No
es de aplicación la disciplina del error.
2. Error vicio en el motivo

Artículo 205. El error en el motivo solo vicia el acto cuando expresamente se manifiesta
como su razón determinante y es aceptado por la otra parte.

Concordancias: CC. Art. 809, 810.

El error en el motivo es la falsa representación mental sobre los móviles subjetivos que
llevan al sujeto a emitir su declaración de voluntad. Ejemplos:

a) un funcionario público compra una casa en el Cusco creyendo que ha sido trasladado a
trabajar en dicha ciudad, lo cual no ha sucedido;

b) un coleccionista compra un cuadro de un pintor famoso, haciendo una errada valoración
económica del mismo, y con la intención de revenderlo con un cierto margen de
sobreprecio;

c) una persona compra un bien pensando equivocadamente que lo necesita cuando, en


realidad, por circunstancias que no conocía al comprarlo, no puede utilizarlo, o uno de sus
empleados ya ha adquirido para él un bien igual, o piensa que los precios subirán cuando
realmente caen;

d) una persona vende suponiendo erróneamente que tiene otros bienes del mismo tipo y que
por ello no necesita el que vende, que los precios caerán cuando realmente van en ascenso.
En estos casos, los agentes se han decidido a celebrar el acto jurídico solo por presunciones
erróneas. Sin el error no habrían celebrado el acto jurídico, pero tal error no afecta su
validez.

Los motivos individuales no exteriorizados que han determinado a las partes a celebrar un
acto jurídico son irrelevantes, no son causa de su anulación, por no haber entrado a formar
parte del contenido del acto; pertenecen a la esfera subjetiva que es ajena a la otra parte,
puede ser determinante de la voluntad, pero no es esencial, puesto que ni siquiera es
conocido por la contraparte. Por ej., no es anulable un contrato de adquisición de un
inmueble concluido por sujeto que erróneamente creía que su empleador lo ha traslado a
trabajar en la localidad donde se encuentra ubicado dicho bien, sin que en el contrato se
haya hecho referencia a dicha circunstancia, puesto que el acto jurídico es manifestación de
voluntad.

Si el motivo se manifestó como la razón única o principal de la celebración del acto


jurídico, o sea fue conocido y aceptado por la otra parte, entonces ya no estamos frente a un
simple motivo subjetivo, individual, sino estamos ante una causa fin que constituye
elemento esencial del acto jurídico, por lo que no se puede decir que es ajeno a la
contraparte.

Lo que el art. 205 denomina error en el motivo no es otra cosa que un caso de falsa causa o
falta de causa[3]. El art. 205 tiene su antecedente en el art. 1084 del Código de 1936 que
disponía: «La falsa causa solo vicia el acto cuando expresamente se manifiesta como su
razón determinante, o bajo forma de condición»[4]. En el art. 140 inc. 3 del Código vigente
establece que es requisito de validez del acto jurídico el fin licito, es decir, el Código se
adhiere a la teoría subjetiva de la causa que no distingue entre causa fin y «motivo
determinante» manifestado expresa o tácitamente en el acto. Como se aprecia, el Código es
contradictorio porque, de un lado regula al motivo determinante como causa fin que si
falta o es ilícita, origina la nulidad del acto (art. 219.4), y, de otro lado, disciplina a ese
mismo motivo determinante como error que da lugar a la anulabilidad del acto. Creemos
que es conveniente eliminar esta contradicción suprimiendo el art. 205 y disponiendo en el
art. 219 que el acto jurídico es nulo cuando falta la causa.

Conforme al art. 205 para que el error en el motivo sea causal de anulabilidad del acto
jurídico debe reunir los requisitos siguientes:

a) que el motivo sea manifestado expresamente;

b) que sea manifestado como la razón determinante de la celebración del acto jurídico;

c) que sea aceptado por la otra parte.

La falta de uno de estos requisitos determina que el error en el motivo sea irrelevante para
la anulabilidad del acto jurídico.
La ley exige que el motivo, sobre el cual cae el error, resulte del acto jurídico. La
enunciación del motivo en la declaración negocial lo convierte en un elemento intrínseco
del acto y da certeza de su relevancia en la estipulación del negocio. El art. 205 exige la
manifestación expresa del motivo, lo que no es consecuente con el art. 141 que admite la
manifestación tácita de la voluntad[5]. Si el fin del art. 205 es hacer imperar, por razones de
seguridad jurídica, la declaración sobre la voluntad, con sus dificultades para precisarla, tal
disposición se interpretará como una excepción al art. 141.

El Código civil de México regula el error de Derecho que recae sobre el motivo o causa fin
en los términos siguientes:

Art. 813: el error de derecho o de hecho invalida el contrato cuando recae sobre el motivo
determinante de la voluntad de cualquiera de los que contratan, si en el acto de la
celebración se declara ese motivo o si se prueba por las circunstancias del mismo contrato
que se celebró este en el falso supuesto que lo motivó y no por otra causa.

El motivo manifestado como la razón determinante de la voluntad es un elemento esencial


del acto jurídico; por tanto, el error sobre el mismo determina la anulabilidad del acto.

En el Código peruano no existe un artículo como el 787 del Código italiano, el cual
establece:

Art. 787. Error sobre el motivo de la donación. La donación puede ser impugnada por error
en cuanto al motivo, ya sea el mismo de hecho o de derecho, cuando el motivo resulte del
acto y sea el único que ha determinado al donante a llevar a cabo la liberalidad.

Este es un caso de excepción a la irrelevancia del motivo erróneo; la donación es anulable


por motivo erróneo que resulte del mismo contrato y sea la única razón determinante de la
decisión de donar. No se exige en este caso que el error sea reconocible ni esencial, es
suficiente que se trate de un error sobre un motivo determinante del consentimiento y que
resulte del propio contrato de donación. Por ej., una persona dona una cantidad de dinero a
una fundación, declarando que la donación lo hace para cumplir con un deseo de su padre
declarado en su testamento. Posteriormente se descubre que el testamento era falso o que
había sido revocado. La donación es anulable. En este ejemplo el error no es esencial
porque no está referido a la naturaleza del acto, ni a la esencia o cualidad del bien donado
ni a la identidad o cualidad de la entidad donataria.

Para que el error en el motivo manifestado como razón determinante de la voluntad sea
causal de anulabilidad debe referirse a hechos pasados o presentes en el momento de la
celebración del acto. El error de previsión sobre circunstancias futuras es un error en el
motivo que no tiene el carácter de esencial[6].

3. Improcedencia de indemnización

Artículo 207. La anulación del acto por error no da lugar a indemnización entre las partes.

Para que el error sea causal de anulabilidad del acto jurídico es necesario que sea esencial y
conocible; de esta manera, la ley otorga adecuada protección, contra las graves
consecuencias de la anulabilidad, tanto al declarante como al destinatario de la declaración.
El acto no se anula solamente porque el declarante ha caído en error esencial, sino también
porque el destinatario está en falta al no haberlo advertido, observando una normal
diligencia, razón por la que la anulación del acto por error no puede dar lugar a
indemnización entre las partes que lo celebraron[7].

Anulado el acto por error, el receptor de la declaración no puede pretender que se le


indemnice daños, puesto que la anulación se debe en parte a él y no solamente al error del
declarante. Sería injusto sacrificar al declarante condenándolo a pagar el daño causado a la
otra parte con la anulación del acto por su error, debido a que esta otra parte ha estado en la
posibilidad de advertir el error y denunciarlo, habida cuenta de las circunstancias y del
contenido del acto, o bien de la calidad de las personas que lo celebraron.

4. Error en la declaración (error obstativo)

Artículo 208. Las disposiciones de los artículos 201 a 207 también se aplican, en cuanto
sean pertinentes, al caso en que el error en la declaración se refiera a la naturaleza del acto,
al objeto principal de la declaración o a la identidad de la persona cuando la consideración a
ella hubiese sido el motivo determinante de la voluntad, así como al caso en que la
declaración hubiese sido transmitida inexactamente por quien estuviere encargado de
hacerlo.

La fuente del art. 208 es el art. 1433 del Código italiano:

Art. 1433. Error en la declaración o en su trasmisión. Las disposiciones de los artículos


precedentes se aplicarán también al caso de que el error recayese en la declaración o de que
la declaración hubiese sido trasmitida inexactamente por la persona o por la oficina
encargada de hacerlo.

Lo que hemos desarrollado antes es el error vicio entendido como la ignorancia o falso
conocimiento de uno de los elementos del acto jurídico, que determina la defectuosa
formación de la voluntad del agente. Al error vicio se contrapone el error
obstativo consistente en la errónea manifestación de voluntad que se forma correctamente,
pero que es declarada o transmitida al destinatario de manera no conforme a la intención
del agente.

El error en la declaración, llamado también obstativo, obstáculo o impediente, error de


pluma, error impropio[8], genera una divergencia incuestionable entre la voluntad y la
declaración. No se quiere ni la declaración que se hace ni su contenido, aunque hay la
voluntad de hacer otra declaración con un contenido diverso. La declaración que se hace
carece de voluntad de contenido. Por ej., Juan quiere adquirir una determinada mercadería,
pero por distracción escribe en la orden de compra la sigla de un modelo diverso; en este
caso la voluntad interna de Juan se ha formado correctamente, pero la manifestación de
dicha voluntad es errónea. Otros ejemplos; se encarga a la secretaria enviar al proveedor
una orden por 510 piezas, y la secretaria descuidadamente envía una orden por 5,100
piezas; el llena do infiel de un documento en blanco; el sujeto confunde un documento con
otro y firma el que no quiere; declara vender cuando en realidad quiere arrendar; el agente
realiza una operación en dólares en el entendido de que se trata de dólares australianos pero
escribe el signo de los dólares norteamericanos.

El sujeto declara en forma involuntaria o inconsciente (ej., declara vender cuando en


realidad no es su intención), o declara una voluntad que no existe (ej.. firma un documento
por otro), o utiliza palabras o expresiones cuyo significado no conoce (celebra un contrato
en dólares canadienses, pero utiliza el signo de los dólares americanos). El error no se
produce al momento de formarse la voluntad sino al momento de manifestarla.

La disciplina del error obstativo es la misma del error vicio por disposición del art. 208 que
expresamente establece que las disposiciones de los artículos 201 a 207, relativas al error
vicio, son aplicables al error en la declaración. La distinción entre el error vicio (que se
refiere a la voluntad que está viciada en su proceso formativo) y el error obstativo (que
recae sobre la manifestación de la voluntad rectamente formada) es clara, pero no hay
mayor relevancia en cuanto a sus efectos: en ambas hipótesis, si el error es esencial y
conocible, el acto jurídico es anulable, a menos que antes que la parte en error sufra un
perjuicio, la otra ofreciere cumplir conforme al contenido y las modalidades del acto que
aquélla quiso concluir (art. 206).

En el error vicio la manifestación de voluntad negocial es conforme con el designio del


sujeto, pero la voluntad se formó mal, sobre la base de la ignorancia de la realidad o de
representaciones que no corresponde a la realidad fáctica o jurídica. En cambio, el error
obstativo, de hecho o de derecho, recae exclusiva mente en la manifestación, o sobre
la transmisión de la manifestación, no entra en los vicios del querer. El Código,
distinguiendo entre error en la declaración y error en la transmisión de la voluntad, aneja a
ambas el remedio de la anulación del acto.

Como el acto jurídico formado sobre la base del error obstativo no corresponde a la
voluntad del agente, por lo que se puede decir que falta la voluntad, o si el acto es bilateral
se puede afirmar que falta el acuerdo, razón por la que algunos autores consideran que debe
ser causal de nulidad[9] y no de anulabilidad del acto. Sin embargo, la razón del
tratamiento legislativo del error obstativo como causal de anulabilidad del acto radica en la
protección del destinatario de la declaración errónea como presupuesto de la tutela de la
seguridad y del dinamismo del tráfico. Con la anulabilidad se protege al destinatario de la
declaración errónea que ha puesto su confianza fundada y razonablemente en ella, o sea, ha
celebrado el acto jurídico en la firme confianza que el declarante está manifestando lo que
realmente quiere. Por tanto, la victima del error solo puede obtener la anulación si prueba
que el error era conocible por la otra parte. En cambio, con la nulidad, la víctima del error
podría destruir el acto jurídico solo probando el error en tanto que la otra parte tendría sufrir
el remedio destructivo aun cuando de buena fe ha confiado en la declaración.
También es justificación de la anulabilidad del acto por error obstativo, la
autorresponsabilidad de la víctima del error por haber introducido en el tráfico una
declaración, si bien no correspondiente a su voluntad, pero por su propio error o por error
de la persona que él encargó para transmitirla, razón por la que no resulta justo cargar al
destinatario de la declaración el riesgo y las consecuencia del error.

La norma del art. 208 comprende las alteraciones culposas y dolosas, como es el caso del
llenado de un documento firmado en blanco con contenido distinto de los queridos e
indicados por el firmante. El error es imputable a este, el acto existe, no como nulo, sino
como anulable.

El error obstativo es de diversos tipos:

1) Error sobre la naturaleza: del acto (error in negotio)[10]: Ej.: Juan entrega un ramo de
flores a María en la creencia de que lo está vendiendo y María lo recibe pensando que es
una donación; deseo tomar un departamento en arrendamiento, pero —por mi mal
conocimiento de la lengua extranjera en la cual es formulado el contrato— termino por
suscribir un contrato de adquisición de la propiedad del departamento; entiendo vender y
declaro dar en arrendamiento; firmo un documento en blanco para que después sea llenado
con el contenido de la hipoteca que he ofrecido otorgar sobre un bien de mi propiedad, pero
es llenado con el contenido de la venta del bien; sin leerlo firmo el contrato creyendo que es
el de gerencia, cuando es el de fianza. Este error impide al sujeto darse cuenta de los
efectos esenciales del acto jurídico que se ha propuesto celebrar.

2) Error sobre la identidad del objeto: Ej.: el vendedor entiende vender un bien


determinado, y el comprador entiende comprar otro; empaqueto y entrego una cosa en vez
de otra; deseo remitir una cantidad de dinero a María, pero, sin darme cuenta, el dinero lo
meto en un sobre que está destinado a remitir un libro a Juan.

3) Error sobre la identidad de la persona: El error sobre la identidad de la persona no


vicia la voluntad, salvo que la consideración amella haya sido el motivo determinante del
otorgamiento del acto jurídico. Al dueño del establecimiento que vende cosméticos le
interesa muy poco quien sea el que adquiere sus productos; si hace una venta a C
tomándola por B, el error en la identidad del comprador no vicia la voluntad porque la
consideración a la persona de dicho comprador no ha sido determinante de la voluntad del
vendedor. Pero si A queriendo prestar US$ 100 000.00 a B, persona con solvencia moral y
económica, lo entrega a C, persona insolvente y con antecedentes penales, a quien ha
tomado por B, este préstamo es anulable por error en la identidad de la persona.

Tradicionalmente se ha considerado que el error sobre la persona limita su campo de acción


a los actos jurídicos intuitu personae, como son los actos entre cuyas partes existe una
cierta relación de confianza: contratos de sociedad, mandato, depósito, donación,
fideicomiso, etc., o que conlleven necesariamente una valoración de las habilidades o
aptitudes de la parte que debe ejecutar la prestación, por ejemplo, los contratos de locación
de servicios: pintar un retrato, realizar los estudios para una edificación, etc. Ahora, el error
sobre la persona puede ser causal de anulación de todo tipo de acto jurídico, siempre que la
consideración de la otra parte o de la persona sobre la que recaigan los efectos del acto haya
sido erróneamente valorada. Con el error en la persona, lo que la ley quiere es tutelar es a la
parte en cuanto originariamente es víctima de un error sobre las cualidades personales de la
otra parte en relación con un caso concreto.

4) Error en la trasmisión de la declaración: No hay error en la declaración; la


declaración de voluntad es bien hecha, pero la persona encargada de trasmitirla, el nuncio,
la transmite inexactamente.

Messineo[11] explica que el error en la declaración se manifiesta en tres modos:

a) El sujeto declara inconsciente e involuntariamente (por ejemplo, por distracción); pero él
no quería ni la declaración ni el contenido de ella;

b) o bien emite una declaración que no refleja su efectiva voluntad; de ahí que la voluntad
declarada no existe, aun cuando exista otra (no declarada), por ejemplo, el sujeto confunde
un documento con otro, suscribe lo que no quería suscribir y no suscribe lo otro, que habría
contenido su efectiva voluntad;

c) o bien emplea a conciencia expresiones de las cuales no conoce (por homonimia u
homofonía, o por ignorancia lingüística, o por impericia técnico-jurídica) el exacto
significado, o el alcance (tal es, entre otros, el error de dirección), de manera que las
consecuencias jurídicas que objetivamente debieran nacer de su declaración y (más
ampliamente) del negocio, resultan no queridas por el sujeto, por ej., él escribe «dólar»,
entendiendo dólar australiano, mientras la sigla usada se refiere al dólar norteamericano;
alza la mano mientras se realiza una subasta, ignorando que alzar la mano significa hacer
un aumento sobre la oferta anterior; dirige su propuesta a Ticio, siendo así que se llama
Cayo la persona con quien quería contratar.

Sostiene Albaladejo que son supuestos de error obstativo:

1. El sujeto emite una declaración no querida tal como resulta emitida. No se quiere la
declaración en su configuración exterior, pero por error se emite. Por ejemplo., se dice o
escribe una palabra diversa de la deseada (lapsus linguae o calami), se entrega una cosa en
vez de otra, se firma un documento confundiéndolo con otro, o se firma en blanco, siendo,
después, rellenado con un contenido distinto a lo que quiso el firmante. En estos casos falta
la voluntad de declaración, aunque hay voluntad de declaración (de otra declaración). Hay
conciencia y voluntad de un comportamiento querido como declaración, pero
inconscientemente no se ejecuta aquél tal como se deseó. En el error obstativo la voluntad
de declarar no es absoluta. No hay una falta de declaración, sino una falta de la declaración
querida, en cuyo lugar, por error obstativo resultó emitida otra; cosa por la que cual esta
discrepa de la voluntad interna.

2. El sujeto emite una declaración que es querida tal como resulta emitida, pero que es
inadecuada para manifestar la voluntad real. La declaración se quiere en su configuración
exterior, pero, por error obstativo, significa algo distinto de lo que se pretendió expresar.

Por ej., se vende el fundo X creyendo que se llama así el fundo Y, o se compra el fundo en
1000 pesos creyendo tratarse de pesos argentinos, cuando realmente del contrato se deduce
que son mexicanos, o queriendo arrendar se da en comodato, por creer
que comodar significa arrendar. En estos casos, la declaración discrepa de la voluntad
porque no expresa lo querido. Hay voluntad de declarar, pero por tener esta un sentido
distinto del creído, no hay voluntad de contenido volitivo declarado.

Al igual que el error vicio, el error obstativo para constituir causal de anulación del acto
jurídico se requiere que sea esencial y determinante de la voluntad. El error en la
declaración puede producirse en el acto de la declaración; a este error se le
denomina lapsus linguae o calami, ej. en vez de decir acepto dice no acepto; o puede tener
lugar en la inexacta transmisión de la declaración, ejemplo: el nuncio en vez de decir
francos franceses dice francos canadienses.

4.1. Error obstativo indiferente: error en la denominación

Artículo 209. El error en la declaración sobre la identidad o la de nominación de la


persona, del objeto o de la naturaleza del acto no vicia el acto jurídico, cuando por su texto
o las circunstancias se puede identificar a la persona, al objeto o al acto designado.

El art. 209 regula el error obstativo indiferente. Es indiferente el error sobre


la denominación (in nomine) de la persona, cuando la consideración a ella es in
trascendente para la celebración del acto (estoy vendiendo un libro a Ticio, per lo llamo
Cayo); el error sobre la denominación del objeto, si es el mismo sobre el cual se quería
realizar el negocio (quiero la mercadería X, pero la denomino Y el error sobre
la denominación de la naturaleza del acto, siempre que las partes celebren el acto que en
realidad querían celebrar (celebramos un contrato de compraventa, pero lo denominamos
promesa de compraventa). El error sobre la denominación de la persona, del objeto o de la
naturaleza del acto, es irrelevante como vicio si no da lugar a una cuestión de identidad que
afecte la voluntad[12].

El error en la denominación no es causal de anulación del acto jurídico, cuando de su


contenido o de las circunstancias que lo rodean se puede identificar a la persona, al objeto,
o a la naturaleza del acto. Estos son casos de error obstativo indiferente o incidental. Es
frecuente el error sobre la denominación de la naturaleza del contrato, pero éste no es el
nombre que las partes le pongan sino lo que de su contenido y circunstancias se deriva.

Debe eliminarse del art. 209 la expresión «la identidad o» para que comprenda solamente el
error  in nomine. El error sobre la identidad de la persona está regulado en el art. 208.

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