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José Virtuoso: “Si no

aprendemos de esta
terrible situación,
pues ciertamente
estamos perdidos”
POR Hugo Prieto
0/10/2022
El padre Francisco José Virtuoso S.J., rector de la Universidad
Católica Andrés Bello, falleció a los 63 años en Caracas, el 20 de
octubre de 2022. Rescatamos esta entrevista realizada por Hugo
Prieto, publicada originalmente el 17 de abril de 2016.
José Virtuoso s.j. retratado por Roberto Mata | RMTF
Primero fue la encuesta sobre las percepciones política de los
sectores populares (2011), un estudio de opinión que arrojó datos
muy significativos sobre la actitud de la gente, los antecedentes del
malestar que se ha instalado en la mentalidad de los venezolanos;
luego vino una investigación académica de envergadura, la Encovi
(junto a la UCV y la USB) 2015, que arrojó un diagnóstico muy
importante sobre la institucionalidad de Venezuela y las
condiciones de vida de la población, más recientemente, la
Universidad Católica Andrés Bello considera necesario propiciar la
discusión, en instituciones públicas y privadas, sobre la coyuntura
actual.
Hay un punto de quiebre a raíz de la confrontación institucional
entre el poder Ejecutivo y la Asamblea Nacional, en la que el
Tribunal Supremo de Justicia no ha sido precisamente una
instancia imparcial. El Estado ha perdido inoperancia y capacidad
para resolver los grandes problemas económicos y sociales que
enfrentan los venezolanos. Sencillamente, no hay juego político, lo
que significa una condena a la parálisis y la inmovilidad.
La UCAB, a través de su rector, el padre José Virtuoso, ha
propuesto recuperar la política para enfrentar la crisis, profunda y
sistémica, dentro del marco constitucional. Más del 80% de los
venezolanos, según las encuestas más recientes, quiere un cambio
en la forma en que se conduce el Estado y el gobierno. Veamos lo
que piensa Virtuoso sobre la situación del país.
Venezuela atraviesa por una profunda crisis y la actitud de la
gente no es precisamente de expectación, sino más bien de
resignación. La pregunta que hay en la calle es ¿Qué va a pasar?
Pero si el país está resignado, no va a pasar nada. ¿Comparte esa
impresión?
En la primera mirada, te diría que sí. Hay una situación de crisis
total. Pareciera que hay una gran resignación, nos hemos
resignado a hacer colas, a solucionar los problemas de la mejor
manera que podamos y ante eso, ¿Qué va a pasar? Efectivamente, no
va a pasar nada. Sin embargo, creo que hay una mirada más
profunda, porque lo que nos está pasando es algo peor que la
resignación. Me refiero a que los niveles de sentido de
pertenencia, de sentido de identidad, digamos, de búsqueda de un
horizonte común, se han desdibujado. Cada vez somos una
sociedad más fraccionada, más dividida; una sociedad donde se
genera poco entusiasmo por ser parte de ella. Hay una suerte de
desilusión colectiva que nos ha atomizado profundamente. Ese es
el resultado de un proceso de anomia, de un proceso de
disgregación social, que lleva al sálvese quien pueda, haga como
pueda, no espere que aunque usted haga mucho, esto va a cambiar
demasiado.
Hay ciertas conductas que van en esa dirección: los
linchamientos, la perversión social del bachaqueo, la
corrupción generalizada, la violencia. Es como una nube que lo
va ensombreciendo todo, aumentando, si se quiere, la sensación
de desamparo. Vuelvo a preguntarle, ¿por qué no pasa nada?
Sí, yo creo que al hacer el diagnóstico es eso, es frustración, es
desamparo. Lo que lleva a la desilusión, a la atomización. El
linchamiento, por ejemplo, es una respuesta a una situación de
total desamparo, de total frustración. No creo en la ley, no creo en las
instituciones, no creo en nadie, lo único es mi respuesta de autodefensa
y si lo hago colectivamente me siento más protegido todavía. La otra
respuesta es la progresiva proliferación de saqueos, de micro
estallidos que se están dando, que pueden ser desde el asalto a un
camión en la vía o el saqueo a un supermercado o a un expendio
de alimentos, esas son actitudes, comportamientos, que responde
a este estado de ánimo, a esta percepción de la realidad. Pero si
están pasando cosas, lo que ocurre es que no es lo que uno quisiera
que pasara. Uno quisiera que la respuesta fuera, bueno, mira,
atomizado no vamos a lograr nada, evidentemente, tenemos que ver
cómo rescatamos esta situación desde una perspectiva del bien
común, pero lamentablemente eso no es lo que está pasando, más
bien se trata de una respuesta individual frente a los problemas.
José Virtuoso s.j. retratado por Roberto Mata | RMTF
En la memoria tenemos el estallido de 1989, el famoso Caracazo,
el golpe de Estado de abril de 2002, hechos que están incrustados
en la memoria y forman parte de un balance anímico que es
muy difícil modificar, cuyos resultados no son, precisamente,
los que la gente esperaba.
El golpe de Estado de 1992, las guarimbas de 2014, pero también
pudiera agregar hechos positivos como la movilización electoral
del 6-D, en la que casi ocho millones de personas, se manifestaron
para decir ¡Queremos un cambio político! Eso fue lo que dijo la
votación entre muchas otras cosas. Eso no significa
necesariamente un cambio de presidente, pero sí queremos un
cambio de régimen, un cambio de las formas de gobierno, ese
deseo encierra cosas más amplias, pero evidentemente expresó un
deseo de cambio. Que ante eso la respuesta del gobierno haya sido
la desmoralización total de los votantes, diciendo que eso era una
victoria circunstancial ha sido una negación.
O que estaban equivocados, como lo dijo el propio presidente
Maduro apenas el CNE dio a conocer los resultados.
Se aceptó el hecho, pero no las consecuencias. Se instaló la
Asamblea Nacional —sin querer decir que es una maravilla— lo que
hemos visto es una negación total de sus actuaciones. Claro, ante
esas circunstancias, ante los hechos más violentos (enumerados
arriba), tenemos un hecho institucional como el 6-D, pero las
respuestas no han sido, para nada, positivas. Los hechos violentos
sólo trajeron más problemas de los que pretendían resolver. Pero
tampoco los hechos institucionales han traído respuestas
contundentes en el corto plazo. Entonces, la historia que tú
acumulas, es el recuerdo del fracaso el recuerdo de mira, por donde
metamos la cabeza, como que no hay posibilidades. Eso es interesante,
porque cuando uno habla de esta sensación de frustración, de
atomización, de desesperanza aprendida, digamos, bueno, eso no
nace de algo que está pasando en la cabeza de los venezolanos, sino
de la postura de una persona que analiza el entorno y concluye por
aquí lo que nos queda es sobrevivir y sálvese quien pueda.
¿Estamos ante un proceso de aprendizaje, de educación, en el
conformismo? ¿Toda esa inacción no confirma que hemos sido
buenos alumnos? ¿Qué efectivamente hemos aprendido la
lección?
A mí no me queda la menor duda —sólo para referirme al caso más
reciente— que al no darle ningún tipo de beligerancia a la
Asamblea Nacional, ningún tipo de reconocimiento, más allá de lo
meramente formal y prescindible, lo que se pretende, y lo ha dicho
el propio presidente es enviar un mensaje político muy claro: no
nos moverán, no nos sacarán, no nos harán cambiar un ápice. Eso,
evidentemente, tiene un fin político muy claro: la domesticación
de la sociedad, generar una situación de total sumisión. ¿Qué
ocurrió con las guarimbas de 2014? Nadie puede estar de acuerdo
con situaciones que pongan en peligro la vida de las personas, con
alteraciones del orden público que atentan, de alguna forma,
contra la misma colectividad. ¿Pero cuál fue la respuesta del
gobierno? Una represión brutal que buscaba descabezar todo tipo
de petición, de exigencia o de organización, esas condenas
espeluznantes, empezando por la de Leopoldo López, encierran un
mensaje: amedrentar, meter miedo, es quédate callado porque mira
lo que va a pasar. Eso tiene su mella.
En el informe de las valoraciones políticas de los sectores
populares, que usted coordinó en 2011, una de las conclusiones
es que el venezolano es un pueblo respondón. ¿Qué ocurrió? ¿No
hay, por otra parte, una desconexión entre los factores políticos
y la sociedad civil?
Ese pueblo sigue siendo respondón, sigue esperando y apostando
por el cambio. El 90% de los venezolanos, según las encuestas más
recientes, manifiesta su descontento, su malestar; algo más del
60% dice que tenemos que ir hacia un cambio político general, que
pudiera ser bajo distintas modalidades; y expresa, además, una
calificación de las instituciones. Es decir, la gente sigue
manteniendo ese profundo deseo de cambio. Por otro lado, y al
mismo tiempo, hay la percepción de que los caminos para dar
respuesta a esas expectativas y satisfacer esos deseos, no están
nada claros. Los caminos están bloqueados. Yo creo que como
sociedad, también estamos buscando cuáles son las posibilidades
nuevas de emerger de esta situación. Igualmente, hay una
recomposición sobre las maneras de pensar y de actuar y no dudo
que en la sociedad venezolana fraguarán otros modos de dar
respuestas a esta situación.
¿Podemos esperar si ya la crisis nos sobrepasó? La cotidianidad
es un laberinto sin salida, pero por otro lado sabemos que los
procesos políticos son lentos.
Sí, son lentos y cambiantes.
¿Cómo podemos obtener un saldo positivo como sociedad dentro
de esa paradoja?
Yo soy de los que creo que las posibilidades, las alternativas, no son
simplemente un tema de estado de ánimo o de imaginación. Tiene
que ver mucho con la forma en que se van dando las cosas en la
realidad misma. Actualmente hay una situación de expectativa y
espera. Lo que me queda claro, precisamente por esa historia
aprendida, es que la gente no está dispuesta a jugar cualquier tipo
de aventura o cualquier tipo de salida. La gente quiere una salida
que realmente responda a los problemas y sabe que tiene que ir
trabajando en esa dirección, tiene que ver qué posibilidades
surgen en el escenario, al tiempo que atiende los problemas de
sobrevivencia. O dicho de otra manera, mientras la gente está en
la cola, mientras está viendo cómo va a sobrevivir en el día a día,
va pensando en cómo salimos de esta crisis en la que estamos.
José Virtuoso s.j. retratado por Roberto Mata | RMTF
Creo que la gente tiene que desechar la idea de que algo (la
solución a los problemas) va a caer del cielo y activarse
políticamente para lograr ese propósito. ¿Usted qué piensa?
Yo soy de los que cree siempre que los grandes males por los que
uno pasa en la vida, algo te enseñan. Después de haber pasado por
una enfermedad terrible o por la pérdida de un ser querido, la
psique humana tiene la capacidad de que algo aprende. Lo mejor
que esta situación puede dejarnos son aprendizajes positivos. Por
ejemplo, en Venezuela se creó la gran ilusión de que la superación
de la pobreza era una cuestión que dependía de la buena voluntad
y del buen deseo del gobernante. Yo creo que la historia nos ha
dicho que la superación de la pobreza es algo mucho más complejo
que tener a alguien en el gobierno que nos regala y nos hace cosas;
que es algo que va mucho más allá del precio del barril de petróleo
y de la buena voluntad que pueda haber en el Estado de repartir los
beneficios de la renta petrolera entre los venezolanos.
La superación de la pobreza es un proceso político.
Y también es un proceso económico que supone la instalación de
capacidades en la sociedad. Mientras no tengas un aparato
productivo que produzca eficazmente riqueza, un proceso de
capacitación para el trabajo y de oportunidades de trabajo,
procesos reales, efectivos de distribución del ingreso y procesos de
educación de la gente, nunca saldremos de la pobreza. Después de
esta terrible situación —que siguió a un boom petrolero y sin
embargo estamos donde estamos—, tenemos que preguntarnos
cuál es el problema. El problema es el modelo, precisamente el
modelo del siglo XX, que se creó al final de la dictadura de Juan
Vicente Gómez.
¿No sería esta una oportunidad para que la sociedad venezolana
se probara con otros recursos, con otra mentalidad y con otra
disposición anímica?
Claro y con otra disposición fundamental de entender que sólo
mediante el esfuerzo, el trabajo, la producción, la educación, la
capacitación, las reglas claras, podemos superarnos como
sociedad. Lo terrible sería que mañana el petróleo llegue a 120
dólares y nos olvidemos de todo, porque estoy pegado a esa teta. Ese
ha sido el drama del siglo XX venezolano que, lamentablemente,
repetimos en la primera década del siglo XXI. Ojalá esta crisis, una
más, porque hemos tenido varias, nos ayudara a entender eso.
Otro tema que tendríamos que entender, es que no hay posibilidad
de tener una sociedad más justa, más libre, donde los gobiernos
estén más controlados por los ciudadanos, donde se respeten los
Derechos Humanos, si no hay una institucionalidad robusta que
funcione. Si mañana llega otro y dice el Estado soy yo y ahora todo el
mundo pasa por lo que a mí me parece bien o me parece mal, hasta ahí
llegamos. La recuperación de la civilidad en Venezuela pasa por la
reconstrucción de la institucionalidad en el país.
¿Qué pueden hacer las universidades para recuperar la civilidad
en Venezuela?
El papel de la UCAB, al igual que el de las otras universidades, en
mi opinión, es hacer todo el esfuerzo posible por divulgar, por
generar la discusión suficiente en la sociedad sobre estos grandes
temas, que si bien han sido temas clásicos dentro del quehacer
universitario, han cobrado una vigencia tremenda. Todo el tema
del rescate del estado de Derecho, el rescate de una economía
sustentable, sobre la base de la producción; el rescate de los
Derechos Humanos, el rescate de la democracia. Para eso tenemos
que poner a valer todo lo que es nuestro haber en materia de
producción de conocimiento, producción de investigaciones,
propiciar el debate y la discusión con los distintos interlocutores
(instituciones públicas y privadas) que tiene la sociedad
venezolana. Y, por supuesto, crear programas de acción que
apunten en esa dirección.
¿Adónde cree que vamos a llegar si desde el poder se empeñan
en las descalificaciones?
Si no hay de verdad un esfuerzo reflexivo en la sociedad
venezolana en general, en torno a los grandes aprendizajes que
deberíamos tener de esta terrible situación, pues ciertamente
estamos perdidos. Yo coincido con otros análisis de que estamos
ante la peor crisis (del siglo XX y de lo que va del XXI) que enfrenta
Venezuela, es una crisis sistémica, global, etc., etc. Sí no
aprendemos de esta situación, pues realmente no sé de qué
debemos aprender. Tenemos que sacar las lecciones, y en eso las
universidades tienen un papel importante, que nos sirvan para
enrumbar al país en las grandes líneas de acción. Volviendo al
tema inicial (la desesperanza aprendida, la frustración, la
atomización), tenemos que darnos prisa en reacomodar los modos
de pensar y de actuar, porque evidentemente, si los dolientes de
esta situación, que somos todos los venezolanos, no tomamos
partido, si no ejercemos la debida presión social, va a ser muy
difícil que los responsables de la crisis retrocedan.

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