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Inflación crónica

POR Michael Spence

17/10/2022
MILÁN – Las fuertes presiones inflacionarias pospandemia se
deben, en parte, a tendencias y fuerzas de largo plazo,
muchas de ellas del lado de la oferta. Aunque también existen
factores transitorios en juego —como los cuellos de botella y
trastornos en las cadenas de aprovisionamiento y la política
de cero COVID china— podemos suponer que en algún
momento se calmarán, pero es probable que las tendencias
seculares empujen a muchas economías y mercados
financieros hacia un nuevo equilibrio.
En el caso de los productos manufacturados e intermedios
(una parte significativa de la economía transable mundial),
estamos saliendo de un largo período con condiciones
deflacionarias, derivadas de la introducción de una
gigantesca capacidad productiva a bajo costo en las
economías emergentes, que no se había usado antes.
Cuando aumenta rápidamente la demanda, la respuesta de
equilibrio del mercado es una combinación de aumento de la
oferta y de los precios. En las últimas décadas, claramente el
aspecto dominante fue la expansión de la oferta, que produjo
las presiones deflacionarias que dimos por sentadas.
Pero la capacidad subutilizada restante de la economía
mundial ha estado decayendo y la demanda mundial creció
debido a que decenas de millones de consumidores se
sumaron a la clase media. La elasticidad de las cadenas
mundiales de aprovisionamiento se redujo, por lo que
aumentó el poder de negociación de los trabajadores en las
economías avanzadas. Es fácil encontrar evidencia al
respecto. Los sindicatos están creciendo y ampliando su
impacto, y para los empleadores es difícil dejar de lado las
preferencias por el trabajo híbrido de los empleados actuales
y potenciales.
Y tenemos además el envejecimiento de la población. Las
poblaciones están envejeciendo —algunas, muy
rápidamente— en la cohorte de países que constituyen más
del 75 % del PBI mundial. Más allá del aumento de la
longevidad, esta tendencia implica que se reducirá la oferta
de trabajo y aumentarán las tasas de dependencia, sin que la
demanda experimente una reducción comparable. Ese y otros
factores alimentan una presión al alza de los costos y los
salarios.
Entre los sectores que experimentaron problemas de estrés y
seguridad extrema durante la pandemia se contaban el
educativo y el sanitario, que constituyen gigantescas fuentes
de empleo en la esfera no transable de cualquier economía.
En Estados Unidos, los sectores de la salud y la
educación representan aproximadamente 20 y 14 millones de
puestos de trabajo, respectivamente. Solo el sector
gubernamental supera al sanitario en generación de empleo.
Pero después de la pandemia las condiciones de trabajo
siguieron resultando poco atractivas y eso llevó a la escasez
de trabajadores. Todavía no surgió un nuevo equilibrio de
mercado, pero cuando eso ocurra, seguramente incluirá un
aumento del ingreso de quienes trabajan en esos sectores y,
por lo tanto, un aumento de los costos reales (ajustados por
inflación).
En términos más amplios, la economía entró en una nueva
era de impactos frecuentes y graves por el cambio climático,
la pandemia, la guerra, los bloqueos en la cadena de
aprovisionamiento, las tensiones geopolíticas y otras causas.
Se está dando la diversificación de las cadenas de
aprovisionamiento y las nuevas políticas económicas
refuerzan intensamente ese proceso. Los días en que esas
cadenas solo se basaban en los costos, la eficiencia a corto
plazo y las ventajas comparativas quedaron atrás. Las
nuevas cadenas diversificadas de aprovisionamiento serán
más resilientes, pero también más caras.
Las tensiones geopolíticas son un aspecto particularmente
importante de este proceso. Los gobiernos promueven ahora
la «localización en sitios amistosos» mediante políticas (como
aranceles, subsidios o, directamente, prohibiciones) que
procuran desplazar los patrones comerciales de sus países
hacia sus aliados estratégicos y otros socios más confiables.
Esto es en parte una respuesta a los posibles trastornos
asociados al creciente uso del comercio y las finanzas para
conseguir ventajas en las relaciones o los conflictos
internacionales.
Aunque que los beneficios de esas políticas para la seguridad
son discutibles, no hay dudas de que resultan inflacionarias,
ya que alejan explícitamente a las cadenas de
aprovisionamiento de los proveedores más baratos. De
hecho, una versión aún más extrema de la localización en
sitios amistosos es la relocalización dentro del propio país,
cuyos costos son tan elevados que las políticas para
fomentarla solo se justifican en sectores con extremas
vulnerabilidades económicas y para la seguridad nacional.
Por ejemplo, debido a la guerra de Rusia con Ucrania,
Europa diversificó en forma relativamente rápida su sistema
energético para eliminar su dependencia de los combustibles
fósiles rusos. Este proceso aumentará los costos de la
energía en el largo plazo —al menos, hasta que se hayan
implementado las tecnologías de energías renovables, para lo
que faltan varias décadas— y creará presiones inflacionarias
adicionales significativas durante varios años.
Con el fortalecimiento del dólar, el rápido aumento de los
precios de los productos básicos —entre ellos, los de los
alimentos y combustibles fósiles en dólares— amplificó el
aumento inflacionario en muchos países. Y este efecto es
especialmente intenso en los países en vías de desarrollo con
bajos ingresos, donde los alimentos y la energía representan
una porción mayor de la demanda agregada y el gasto de los
hogares. Ya muchos de esos países enfrentan crisis
alimentarias, energéticas y de asequibilidad.
En EE. UU. cada vez más evidencias señalan que hay una
concentración sectorial en curso, tanto en términos absolutos
como relativos respecto de Europa. Podemos discutir sobre
los motivos de esta tendencia —Thomas Philippon, de la
Universidad de Nueva York, le echa en gran medida la
culpa a los errores en las políticas para fomentar la
competencia—, pero casi no hay dudas sobre la incidencia de
la inflación en el aumento del problema de la concentración
del mercado. Según la teoría económica, en un mercado muy
competitivo la inflación debiera impulsar la búsqueda de
aumentos en la productividad, pero ese incentivo se atenúa
en los sectores oligopólicos, donde la capacidad de las
empresas existentes para transferir las subas de costos
aumentando los precios y manteniendo sus márgenes es
mayor.
Finalmente, los niveles de deuda en la economía mundial se
mantienen elevados por la pandemia, y el aumento actual de
las tasas de interés implica que habrá menos margen para las
políticas fiscales. Pero se prevé que para la transición hacia
las energías limpias harán falta inversiones de USD 3
billones anuales durante las próximas tres décadas. Si se
financia una parte sustancial de ellas con deuda, lo que
parece probable, el aumento de la demanda agregada en un
entorno mundial que ya experimenta restricciones del lado de
la oferta creará presiones inflacionarias adicionales.
Un aumento de la productividad con base amplia limitaría los
efectos combinados de esas presiones inflacionarias. Las
tecnologías digitales y biológicas tienen un potencial inmenso
para ello, pero llevará tiempo implementarlas y desarrollarlas.
Mientras tanto, ya no podemos esperar respuestas muy
elásticas de la oferta para mitigar las presiones inflacionarias.
Hay que ajustar los marcos de las políticas fiscales y
monetarias a esta nueva realidad, más difícil.
***
Traducción al español por Ant-Translation
Michael Spence, premio nobel de economía, es profesor
emérito en la Universidad de Stanford, investigador
superior en el Instituto Hoover y asesor sénior de General
Atlantic.
Copyright: Project Syndicate, 2022.
www.project-syndicate.org

MICHAEL SPENCE

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