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Tras las huellas de las primeras mujeres: Explorando la

diversidad en las narrativas de creación

En el antiguo relato del Génesis, encontramos el origen


del hombre narrado con una mezcla de divinidad y polvo
terrenal. Dios, con sus manos soberanas, moldeó al
primer hombre desde los granos de la tierra misma,
insuflando en él el aliento de la vida. Este ser primigenio
fue entonces colocado en el Edén, un vergel de verdor y
vida, con la encomienda de velar por su esplendor y
custodiar a las criaturas que lo habitaban. En el corazón
de este paraíso se erguía un árbol cuyos frutos
contenían el conocimiento del bien y del mal, un poder
reservado exclusivamente a la divinidad.
Sin embargo, la soledad acechaba al hombre en este
Edén, pues entre todas las criaturas que poblaron aquel
jardín, ninguna resultó ser su complemento. Fue
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entonces que, en un acto de sublime creación, Dios
extrajo una costilla del hombre para dar forma a la
primera mujer. Así, en la unidad de la humanidad, se
selló la conexión indisoluble entre ambos sexos.
El capítulo concluye describiendo el estado inicial de
inocencia, donde hombre y mujer, libres de toda
vergüenza, compartían una intimidad desnuda y pura.
Pero este estado paradisíaco pronto sería puesto a
prueba por la tentación y la desobediencia.
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