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La tercera 1 julio 2017

Carlos Peña: "Se ha pretendido transformar la ignorancia en una especie de virtud cívica"
David Muñoz
1 JUL 2017 04:00 AM
Tiempo de lectura: 12 minutos

Al influyente columnista le llama la atención que "el no tener ideas" y el "buenismo" se hayan

impuesto en la campaña de las primarias presidenciales. Cree que ningún candidato ha

conseguido interpretar el malestar imperante en lo que denomina como las "capas medias" de

la sociedad.

El jueves, el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, acostumbrado a hablarles a

las élites -y hablar sobre ellas- desde su tribuna semanal en El Mercurio, le habló a gran parte

de la élite económica de este país reunida en un seminario organizado por la corredora

Larraín Vial. Y les habló de política, del momento crucial que vive el país después de una

inédita campaña de primarias que considera "sombría y pesimista" y de la que es escéptico.

Peña cree que el gran problema de la actual contienda presidencial es que ninguna alternativa

es capaz de representar las necesidades de lo que llama "sectores medios" de la sociedad.

¿Cree usted que se logró instalar la sensación de que hay una elección
presidencial en juego capaz de movilizar a los chilenos en las primarias de este
fin de semana?
La elección de mañana es la primera que se realiza bajo las nuevas reglas, con financiamiento
público y poca exposición a la propaganda; salvo, claro, la franja. Si se agrega a ello que no
participan todas las fuerzas políticas, que el desempeño de los candidatos ha sido pobre, que
la competencia en un caso ha parecido una rencilla y el otro una conversación amable, y que, a
pesar de la retórica a veces encendida de la franja, Chile no parece estar al borde del abismo,
no creo que haya una gran movilización. Así las cosas, hay que medir la intensidad de la
participación por relación al tamaño de las fuerzas políticas más que en relación a todo el
padrón electoral. Si es así, el millón de votos no es una cifra desmesurada para Chile Vamos y
doscientos mil votos sería un buen resultado para el Frente Amplio.

¿Qué es lo que está en juego, a su juicio, en esta elección primaria?

Lo que parece estar en juego es la hegemonía actual o futura de cada sector político. En el caso
de la izquierda, si acaso predominarán los sectores que riñen con la modernización capitalista
y aspiran a modificarla radicalmente o si, en cambio, seguirán siendo hegemónicos los
sectores que han conducido esa modernización (que si bien están ausentes de la primaria, algo
pesarán con su abstención y su silencio). En el caso de la derecha se sabrá cuál de los tres
proyectos en competencia hegemonizará al sector: si la derecha modernizadora (Kast y
Piñera); si la vertiente socialcristiana (cuyo representante Ossandón parece desgraciadamente
confundir lo popular con lo vulgar, y la sencillez con la ignorancia); o si la vertiente más
conservadora que no se avergüenza ni de la dictadura ni de sus convicciones morales (José
Antonio Kast).

En la campaña de estos días hemos visto diferentes diagnósticos sobre el Chile


de hoy. El ex presidente Sebastián Piñera ha instalado la idea de que el país está
"estancado", mientras que los candidatos del Frente Amplio plantean que el
modelo neoliberal está agotado y hay que hacer reformas aún más profundas
que las que se planteó el actual gobierno. ¿Dichos mensajes logran representar
este malestar ciudadano aparente?

En efecto, parece haber dos diagnósticos encontrados. Y ambos, me temo, equivocados.


Después de todo, hay un cierto malestar y desasosiego, es verdad; pero el ni es fruto de un
estancamiento, ni tampoco de un agotamiento de la modernización. Se trata, en cambio, de un
fenómeno que suele acompañar a procesos de modernización rápida como el que Chile ha
experimentado y que tiene, me parece, tres componentes: hay desde luego uno generacional.
La generación entre 18 a 24 años es la más escolarizada de la que nunca antes hubo en la
historia de Chile. Y es natural que esa generación, más ilustrada y autónoma, mire con desdén
y por encima del hombro lo que hicieron las generaciones que le antecedieron. Son los hijos
de la modernización cuyas expectativas son, por supuesto, más dinámicas y exigentes. Se
suma a ello el hecho de que las mayorías que han experimentado el aumento del consumo y
del acceso a la educación, esperaban encontrar en los bienes a los que ahora acceden la
distinción que proveían cuando solo una minoría accedía y ellos los miraban a la distancia.
Pero ocurre que esos bienes (los certificados universitarios, el acceso a ciertos bienes
estatutarios como el automóvil, etcétera) pierden esa aura cuando son de mayorías y eso es
una causa muy importante de desasosiego y frustración. Y en fin, se encuentra el hecho de que
las sociedades que se modernizan viven siempre en una dialéctica de progreso y desilusión
porque transitan de deseo en deseo y no, como a veces se cree, de satisfacción en satisfacción.
Ninguna de esas cosas revelan estancamiento o agotamiento.

Usted dijo hace días en el seminario que el ex presidente Piñera bien puede
ganar esta elección, pero que es poco probable que la derecha logre "curar las
heridas" de este proceso de modernización...

Bueno es lo mismo que acabamos de ver. Si Piñera piensa que todo lo que hay que hacer es
dinamizar la economía, las cosas irán mejor, sin duda, pero las fuentes del desasosiego
seguirán allí. Lo que me parece más bien -y fue esto lo que planteé en ese seminario- es que en
los tiempos que vienen se requerirá, sin duda, buenas políticas públicas, pero sobre todo se
requerirá de la Política, así, con mayúscula: de la capacidad de orientar y contener las
expectativas de las personas apelando a su inteligencia y su racionalidad; de conferir
reconocimiento a los nuevos grupos medios que se sienten en una situación de tránsito, y de
elaborar un proyecto que sea capaz de distinguir entre las desigualdades merecidas que son
producto del mérito y del esfuerzo personal y las desigualdades inmerecidas que se deben a la
herencia o a cualidades adscritas que nada tienen que ver con el desempeño. Las sociedades
para funcionar requieren políticas públicas bien diseñadas, no cabe duda, pero también
requieren de buena Política, de esa dimensión simbólica de la vida compartida que en algunos
momentos solo la Política es capaz de proveer.

¿Y el Frente Amplio, cuyo diagnóstico surge de un supuesto "malestar social",


será capaz de representar a estos sectores medios de los que usted habla?

Me parece que no. Por el contrario, creo que esos diagnósticos están muy distantes de la
sensibilidad de esos grupos medios cuya característica es el anhelo de bienes estatutarios, el
orgullo por su trayectoria vital y la renuencia a adherir a sueños colectivos.

La franja electoral -de ambos conglomerados- ha estado marcada por estos


"sueños colectivos"...

Son discursos muy sombríos, que retratan a Chile como si fuera una especie de reino de la
injusticia, de la desigualdad, de la explotación, en el caso del Frente Amplio; o como si Chile
fuera un país mediocre, estancado, empeñado en dispararse en los pies como lo muestra Chile
Vamos. Y no es ni lo uno ni lo otro. Ni somos un país deseoso de vivir como si habitáramos
una especie de compacto arrecife de coral, todos unidos, cohesionados, iguales, ni somos
tampoco una sociedad solo preocupada de la mera individualidad. Somos una sociedad
bastante razonable, con personas satisfechas en términos generales con su vida personal, con
grupos sociales que cuando se miran intergeneracionalmente experimentan o han
experimentado un gran ascenso y los problemas que padecemos son típicos de una sociedad
de clase media, que ha elevado su ingreso y disminuido la pobreza y que ha cambiado sus
expectativas, y me parece que hemos leído mal: en el afán de extremas las cosas, nos estamos
deslizando hacia diagnósticos profundamente erróneos y ya sabemos lo que producen los
diagnósticos erróneos, producen malas políticas y tropiezos.

¿Cuánto pierde el conglomerado oficialista, a su juicio, al no estar en las


primarias presidenciales?

Pierde menos de lo que pudo pensarse antes de que la campaña comenzara. Si la campaña -

especialmente de la derecha- hubiera sido más racional, con mayor sentido de lealtad entre

sus miembros y apelando a los grupos de los que hemos hablado, la ausencia de la Nueva

Mayoría habría sido un desastre. Pero ha sido tan malo el desempeño de la derecha, por

momentos tan vergonzoso el espectáculo que han dado (Piñera hecho un manojo de tics y con

un discurso maquinal; Kast a veces balbuceante y muy informal; Ossandón agresivo y rozando

lo vulgar), que estar al margen de eso puede ser, si se lo aprovecha bien, casi un activo.

¿Considera usted que esta elección está abierta, o "líquida" como se ha dicho y
que cualquier cosa pueda pasar en noviembre?

Siempre puede pasar cualquier cosa, por supuesto; pero los datos hasta ahora existentes y la
sensibilidad de la opinión pública parecen indicar algo inédito en la historia política de Chile:
la derecha podría ganar con la voluntad popular dos veces en apenas un cuarto de siglo. Que
algo así pueda ocurrir es una muestra de la realidad sociológica del país, una prueba de que no
es del todo correcto ver a Chile, como ha insinuado tantas veces la presidenta Bachelet, como
un país al borde la fractura, anhelante de solidaridad y cohesión.
A propósito de lo sucedido con Ossandón durante la campaña, donde reconoció
que desconocía el Acuerdo de París en Tolerancia Cero, él, como la propia
Beatriz Sánchez, señalaron que no es necesario saber de todo o "ser una
enciclopedia" para ser Presidente de la República. ¿Qué opinión le merece esta
afirmación?

Un rasgo notable de esta campaña -que el incidente que usted recuerda retrata bien- es que se
ha pretendido transformar la ignorancia en una especie de virtud cívica. Ahora resulta que no
tener ideas claras sino sueños; cultivar el "buenismo" y desconocer las asperezas de la
realidad; cerrar los ojos a los aspectos más complejos del manejo del estado, y tener un cierto
desparpajo para reconocerlo se reclama como una virtud. Es sencillamente increíble que la
rusticidad intelectual en un caso, y el discurso naif y adolescente en otro puedan ser
considerados como algo razonable de ofrecer al electorado.

¿Ve usted al Frente Amplio como un proyecto político, o lo ve más bien como una
aventura electoral de los "hijos de militantes de la Concertación" como dijo la
Presidenta Bachelet?

El Frente Amplio, hasta donde alcanzo a ver, es de tinte generacional tanto por la edad de la
mayor parte de sus miembros, como por la sensibilidad que dice interpretar. Y su futuro
dependerá de la capacidad que tenga de dejar a un lado ese aspecto suyo que hasta ahora
prevalece. Como suele ocurrir con los fenómenos generacionales, el Frente es llamativo, en
especial por el desempeño de sus dos principales líderes -Boric y Jackson-, quienes sin ser
parte de los sectores populares (en eso la Presidenta tiene razón) son portadores de una
conciencia de vanguardia, la idea de que poseen una conciencia esclarecida acerca de los
intereses de esos grupos que sería su deber esparcir para despertar a quienes,
inexplicablemente, han sido incapaces, por ceguera o cobardía, de ver lo que ellos ven. Pero
como ni las vanguardias ni las generaciones son culturalmente eternas, el futuro del Frente
Amplio radica en la capacidad de sus líderes para abandonar ese rasgo generacional y
transitar hacia las ideas razonadas.

Si el Frente Amplio consigue 200 mil votos el domingo, ¿se puede convertir en
una amenaza real para la Nueva Mayoría?

Me atrevo a augurar que en la siguiente elección el Frente Amplio va a estar muy por debajo
de las expectativas que ha sembrado. Es un caso donde la novedad ha generado expectativas
que están muy por encima del desempeño que con toda probabilidad va a tener en la próxima
elección. Esto no quiere decir que tenga malas ideas o que los intereses que promueve sean
intereses desechables, estoy diciendo que tiene poca sintonía con la realidad del Chile
contemporáneo, que es distinto.

Usted dijo hace unos meses que veía en la figura de Alejandro Guillier una
tentación hacia el populismo...

Lo diría de la siguiente forma, el populismo tiene dos sentidos. Por una parte se habla de
populismo para aludir a una especie de demagogia desembozada que consiste en halagar a las
masas simplemente y hacerlas sentir bien y ofrecerles el oro y el moro con el fin de ganar su
voluntad, esto es demagogia más que populismo. El populismo en un sentido más técnico, que
es a lo que me refiero, alude más bien a la idea de que la ciudadanía es una especie de sujeto
colectivo, el pueblo, la ciudadanía, de la cual el líder político se siente intérprete privilegiado,
pasando por encima de los canales institucionales. Si uno entiende así el populismo, no cabe
ninguna duda de que Guillier es un hombre que se ha deslizado a ese tipo de populismo. Que
el hecho de no tener ideas propias o programas demasiado elaborados es porque lo hará en
diálogo con la ciudadanía.

Beatriz Sánchez ha dicho eso...


También lo ha dicho Beatriz Sánchez. Sánchez y Guillier lo han dicho permanentemente. Me
parece que cuando a Sánchez se le pregunta por los contenidos de su programa y la respuesta
es que eso lo va a hacer en diálogo con la ciudadanía, es una forma entre populista y obvia de
escamotear una respuesta que no se tiene.

La clase media en campaña 1 noviembre de 2017

"No hay caso con los grupos medios, que -hay que recordarlo- no son
propiamente una clase, sino una trayectoria indócil, un ethos forjado
en el mall , la expansión del consumo, la movilidad y la
autoconfianza."

Una de las predicciones de Marx fue que la clase obrera aumentaría


de manera inevitable. Se equivocó. En vez de crecer, la vieja clase de
"cuello azul" -como solía llamársela en los manuales de sociología-
ha disminuido.

La mejora en las condiciones materiales de existencia (la frase es del


mismo Marx) ha dado lugar, en cambio, a la aparición de una nueva
clase media que es la que decidirá la próxima elección.

Ignorarla es el error del Frente Amplio; identificarla, el acierto de


Sebastián Piñera; confundirla con la antigua mesocracia, el defecto
de Guillier; mimetizarla con la familia decé es el problema de Goic.

¿En qué consisten esos grupos de cuello blanco (como se les


llamaba en los viejos manuales) cuya voluntad inclinará el curso de la
política chilena en los próximos años?
Desde luego, se trata de grupos que en un breve lapso (apenas dos
décadas) han cambiado radicalmente sus condiciones materiales de
existencia: han accedido a bienes como la vivienda, el automóvil, la
elección de colegio o la educación superior, cosas que apenas ayer
les parecían una quimera. Culturalmente están poseídos por lo que
Tocqueville llamó "la pasión por el consumo"; poseen una alta
confianza en sí mismos; anhelan bienes estatutarios (el principal de
todos, el automóvil); están mejor que sus padres y confían en que sus
hijos estarán mejor que ellos.

Solo una circunstancia los ensombrece: el riesgo de la enfermedad, el


infortunio de la vejez, el retorno a las carencias que se esconden en
sus recuerdos más tempranos.

Esos grupos medios reclaman reconocimiento para su trayectoria vital


y que, a la vez, se atienda el riesgo que padecen.

En esa mezcla extraña -anhelo de reconocimiento y deseo de contar


con un seguro contra el riesgo- está la clave de las demandas de
esos grupos hoy en día mayoritarios (cálculos del PNUD los empinan
casi a un sesenta por ciento).

El programa del Frente Amplio comete el error de interpretar esas


demandas que son propias de los grupos medios surgidos a la
sombra de la modernización como si ellas fueran un rechazo a esta
última. Transforma el temor al riesgo de infortunio en una demanda
de transformación radical, sin advertir que este tipo de demandas en
vez de curar el temor al riesgo lo acrecienta.

El programa de Piñera, por su parte, al atender a las demandas de


los grupos medios no ha hecho abandono de lo que suele llamarse
modelo de Chicago. El modelo de Chicago -salvo que se le sustituya
por una caricatura- se mantiene; solo que ahora sus técnicas
tradicionales apuntan a los grupos medios que son, no hay que
olvidarlo, quienes hasta hace poco eran los pobres. El empleo de
transferencias directas (que no alteran el mercado) y el uso de
seguros contra las contingencias (evitando el riesgo moral y la
conducta oportunista que se adoptaría si se cubriera a las personas a
todo evento) son técnicas de la más ortodoxa economía neoclásica,
muy lejos de los derechos universales o del Estado de bienestar.

¿Y Guillier?

Guillier está cometiendo dos errores que urge corregir.

El primero es confundir a la vieja y angosta clase media surgida a la


sombra de la expansión estatal con los nuevos y amplios grupos
medios que son resultado de la expansión del consumo. Y una cosa
no tiene nada que ver con la otra. Una estuvo animada por la idea del
Estado benefactor, la otra está impulsada por la competencia por el
estatus.

Y el segundo es creer que la sobriedad, el recato y el pudor


(tradicionalmente atribuidos a la vieja clase media que disfrazaba así
lo que era simple escasez) son una virtud intelectual. Y no es el caso.
En el debate político, tanto silencio de ideas, en vez de ser muestra
de virtud, parece una simple prueba de desorientación e ignorancia.

Goic, por su parte, está en medio de un problema que no parece, a


estas alturas, tener solución.

Parece ocurrirle a ella lo que le sucede a toda la decé: creer que los
grupos medios son como las comunidades de vida cristiana o esos
encuentros pastoriles de Punta de Tralca. Creer que basta declarar
los valores éticos para contar con una conducta que los realice. Y
ocurre que nada de eso entusiasma a esos grupos medios que
acaban de descubrir la experiencia de la autonomía, que es siempre
una experiencia que se vive como transgresión.

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