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, Teoría del conflicto / Teoría del trauma

Publicado en la revista nº020


Autor: Busch, Fred
"Conflict theory/trauma theory" fue publicado originariamente en Psychoanalytic
Quarterly, LXXIV, p. 27-45. Copyright 2005 The Psychoanalytic Quarterly. Traducido y publicado
con autorización de The Psychoanalytic Quarterly.

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató de Neme

Se ha dado una tendencia en psicoanálisis a considerar los efectos del trauma, y nuestros
modos de trabajar con él, como a89nymj,.,’ k89mij,km0nolgo aislado de nuestra
comprensión y técnicas de trabajo con el conflicto intrapsíquico. Si bien se aprecian ciertas
diferencias, el autor explora, principalmente mediante ejemplos clínicos, cómo una
perspectiva integrada puede ser más útil para nuestros pacientes, especialmente en el
área de la capacidad del paciente para reivindicar sentimientos.

Nunca he visto un paciente en psicoanálisis en quien no exista alguna forma de


interferencia en el desarrollo narcisista saludable que haya dado lugar a fantasías
inconscientes de causalidad y solución, resultando en un conflicto intrapsíquico.
Por ejemplo, la visión egocéntrica del mundo por parte de un niño lo lleva a sentir
que la incapacidad de su madre deprimida para nutrir y especularizar sus
demandas saludables se debe a sus necesidades excesivas (1). Así, el trauma
EJEMPLO continuo de la carencia de especularización da lugar a que sus
necesidades se asocien con miedos inconscientes de desvitalización, abandono y
culpa. En el análisis, cuando comienza a sentirse necesitado del analista, estos
peligros internos lo empujan a una posición emocional inhibida.

En resumen, no sólo es el trauma el que es traumático. Inevitablemente los


sentimientos y fantasías que el trauma estimula se convierten en parte de un
campo intrapsíquico peligroso.En este sentido, un trauma también se vuelve parte
de un conflicto intrapsíquico. Así, me parece que el trabajo analítico tiene que
estar orientado a la sintonización de las rupturas empáticas, pasadas y presentes,
y sus efectos en la vida psíquica del paciente, tanto dentro como fuera del
análisis, al tiempo que también escuchamos las fantasías inconscientes
resultantes y el conflicto intrapsíquico.

Sin embargo, sigo oyendo que muchos analistas enfatizan únicamente las
interpretaciones del trauma en el trabajo analítico (basadas en interferencias en el
desarrollo o en puestas en actocontratransferenciales), sin afrontar para nada sus
significados intrapsíquicos. Trabajar sólo con el trauma ayuda a los pacientes a
comprender que tienen sentimientos escindidos debido a
rupturas empáticas actuales o pasadas, pero no los ayuda a comprender los
conflictosintrapsíquicos que dan lugar a que esos sentimientos permanezcan
ignorados. Se le dice al paciente que debe haber sentido esto o aquello, mientras
que las razones de que no sea capaz de percibir sus sentimientos, especialmente
en la actualidad, permanecen sin abordar, o se consideran principalmente como
un miedo a ser re-traumatizado. El papel de los
conflictos intrapsíquicos continuados en mantener ocultos los sentimientos tiende
a ser ignorado.

En este artículo, presentaré algunas razones históricas que considero


responsables de este modo de trabajar y sus implicaciones clínicas, así como dos
ejemplos clínicos en los que se da el trauma (es decir, una puesta en
acto contratransferencial) y dos modos diferentes de manejarlo en el análisis. Sin
embargo, primero reflexionaré brevemente sobre algunos modos en los que he
llegado a pensar en el trauma y el conflicto en la situación clínica.

Conflicto y trauma: manifestaciones clínicas

En mi trabajo con un espectro de pacientes desde los neuróticos a aquellos con


trastornos de la personalidad moderadamente severos, he notado (sin ningún plan
preconcebido) que tiendo a trabajar primero con las implicaciones de las
interferencias en el desarrollo narcisista. Éstas incluyen reacciones en el analista
tales como la empatía con los sentimientos inducidos por una madre auto-
indulgente, o tener un padre a quien el niño no puede idealizar, y el sentimiento de
peligro al que conducen esos sentimientos (2). Para mí una interpretación típica de
este momento es evidente en la siguiente interacción: al principio del tratamiento,
un paciente cuya madre sufría de intermitentes ataques de furia depresivos
describía uno de esos incidentes, y su respuesta de irse a la calle a esperar que
su padre volviera a casa. Se llevó una pelota, y se entretuvo intentando lanzar la
pelota cada vez más alto. En este momento, yo le sugerí que arrojar la pelota
pudo haber sido una especie de “señal de humo”, representando la esperanza del
paciente de que su padre captara el mensaje y corriera a casa para intervenir
calmando la ira de la madre.

He llegado a darme cuenta de que este tipo de interpretaciones generalmente se


dirigen a importantes sentimientos preconscientes que son aceptables para la
mayoría de los pacientes (aquellos que no presentan una escisión excesiva),
puesto que no despiertan una culpa intensa. Es especialmente importante al
comienzo del tratamiento ayudar a nuestros pacientes a entender estas conductas
como estrategias adaptativas, para empezar el proceso analítico de creación de
significado en una atmósfera de seguridad. En términos teóricos, estamos
hablando de lo más aceptable para el yo en este momento del tratamiento. Dicha
estrategia sirve como parachoques importante para aquellas ocasiones en las que
se exploren las áreas dominadas por un sentimiento de culpa inconsciente. Es
más, puesto que nuestros pacientes generalmente sufren, en parte, por un
sentimiento de no ser escuchados, la capacidad del analista para escuchar y
comprender la perspectiva preconsciente del paciente es crucial como parte del
proceso curativo. En la elaboración de interferencias evolutivas, este modo de
trabajar es necesario pero no suficiente en sí mismo.

Así, con el paciente que acabamos de describir, la aparente incapacidad del padre
para controlar los estallidos de la madre dejaba al paciente con un sentimiento de
que su padre era débil, lo que lo envalentonaba y lo atemorizaba al mismo tiempo.
Avanzaba confiado por la vida, tratando al tiempo de mantener un perfil bajo. En el
tratamiento, siempre que entraba en juego su cara confiada o competitiva, se
volvía rápidamente deferente. Fueran cuales fueran los factores causantes
iniciales, el problema se había convertido en un conflicto interno entre el deseo de
“mostrar sus cosas” y el temor a hacerlo. La empatía con su trauma (es decir, los
ataques de ira de su madre y su sentimiento de estar desprotegido por parte del
padre), o el modo de ser del analista no podía resolver este conflicto interno.

Si bien la amabilidad y el tacto del analista son esenciales para analizar el


sentimiento de peligro del paciente, los métodos conductuales no son suficientes
en sí mismos (3) (4). Sin embargo, antes de analizar los beneficios de trabajar tanto
con el trauma narcisista como con los conflictos intrapsíquicos, reflexionaré
brevemente sobre algunas de las raíces históricas de su separación.

Conflicto sin trauma

Las semillas para el descontento radical con el papel del conflicto intrapsíquico
residen, en parte, en nuestra propia historia. El movimiento de Freud (1897) de la
hipótesis de la seducción a la teoría de las fantasías inconscientes basada en el
conflicto intrapsíquico como causa de la psicopatología cerró durante un tiempo el
papel de las relaciones de objeto tempranas. Es más, Richards (2003) apuntó que
la política puede haber desempeñado un papel en el rechazo de las ideas de los
teóricos británicos de las relaciones objetales en los Estados Unidos por parte de
aquellos vinculados a la Asociación Psicoanalítica Americana, puesto que estas
teorías fueron adoptadas por analistas ajenos a dicha organización. Sin embargo,
dentro de los Estados Unidos, desde la época del trabajo de Spitz (1945, 1946) en
adelante, los estudios dirigidos por los analistas de la “corriente principal”, que
mostraban lo vital de las circunstancias ambientales para el desarrollo mental y
físico, parecieron tener escaso efecto sobre el pensamiento clínico (5).

La ambivalencia en torno al intento de Kohut (1971, 1977, 1984) de integrar los


conflictosintrapsíquicos (p. ej. la escisión vertical) con los traumas de la infancia, a
la que siguió la intolerancia, pareció en parte resultado de la misma amenaza, en
un momento en que muchos analistas americanos se enfrentaban con la
importancia de los acontecimientos de la primera infancia, la niñez y la
adolescencia. Así, el conflicto como resultado de procesos internos se
promulgó sólo torpemente a lo largo de la década de los 80 (ver Busch, 1999, pp.
19-50). Por lo que yo sé de la literatura de la época, sólo en un artículo poco
conocido deSachs (1967) se señalaba el efecto traumático de tratar un trauma
externo como meramente intrapsíquico.

Mi recuerdo analítico más doloroso de principios de los 80 se produjo con una


paciente imperturbable y taciturna, de unos cincuenta años, la Sra. S, que acudió
a tratamiento con reticencias después de que el analista de su hija le recomendara
insistentemente tratarse ella misma, señalando el beneficio que ello tendría para
su hija. La hija había sido seriamente autodestructiva, y el analista sentía que la
continua actitud negativa y denigrante de la madre interfería con el avance de la
hija.

No llevó mucho tiempo descubrir lo estéril que era la vida de la Sra. S, en parte a
causa de su superyó sádico, que también se dirigía al exterior. En su existencia
controlada y esquizoide, la Sra. S creía que no necesitaba mucho, pero siempre
se sentía menospreciada. Le parecía difícil tomar lo que yo tenía para ofrecerle y
ella tenía poco para dar.

Sin embargo, pareció realizarse un progreso considerable en todos los aspectos


como para permitir a la hija de la Sra. S que desempeñase una profesión y se
casara. La propia boda fue parte del proceso de cura para madre e hija, en tanto
intentaban lentamente construir una relación mutuamente satisfactoria. Me alegré
por ellas. A la primera sesión tras la boda, la paciente acudió con una porción de
la tarta nupcial. Yo me conmoví, pero al habermeenseñado a analizar los regalos
más que a aceptarlos, inmediatamente puse la tarta de boda bajo el microscopio
analítico durante gran parte de la semana. Si la Sra. S no se refería a ello, yo lo
hacía.

Sólo cuando me di cuenta de que la Sra. S cada vez se sentía más anulada vi que
este método no estaba funcionando. Poco a poco fui comprendiendo que le había
infligido un mini-trauma al ignorar la confianza que tenía en sí misma y en mí al
ofrecerme este regalo. Afortunadamente, consulté a un colega, quien me ayudo a
comprender el regalo como signo tanto de su aprecio como de su recién
descubierta capacidad para dar. Caí en la cuenta de que había puesto en acto
inadvertidamente con la Sra. S un trauma infantil en el que ella, a los cinco años,
había preparado el desayuno para ella y para su hermana pequeña, de dos años,
para que sus padres pudieran dormir más un sábado; pero todo lo que obtuvo de
su madre después de esto fue una amarga queja por haber ensuciado toda la
cocina. (6)

Si bien las fantasías inconscientes desempeñaban un papel importante en el


regalo de la Sra. S y en mi respuesta al mismo, éstas sólo podían abordarse
cuando cada uno de nosotros estuviera preparado para enfocarlas. Sin embargo,
lo que yo considero que muchos de nosotros no reconocimos en el momento era
cómo el foco exclusivo en las fantasías inconscientes podía ser traumático en sí
mismo.
Teoría del trauma

La aplicación de la teoría del trauma en la situación clínica, existente aparte de la


teoría del conflicto, se ejemplifica en un artículo de Lichtenberg y Kindler (1994).
Utilizando una perspectiva de la psicología del self, los autores describen cómo
organizan el material clínico basándose en los siguientes factores: experiencias
vitales significativas pasadas o presentes; el conocimiento por parte del analista
de las experiencias vitales como organizadoras de la fantasía y la transferencia; y
la fantasía y las creencias inconscientes como basadas enexperiencias
vitales pasadas y presentes.

Así, la lente clínica de estos autores se dirige a los traumas pasados y presentes.
La posición expresada en el artículo citado parece ser que las fuerzas mentales
–que en el análisis se basan en estructuras formadas espontáneamente, como las
formaciones de compromiso u otras estructuras intrapsíquicas- no parecen ser
factores causales significativos. Veamos cómo se interpreta esto en el ejemplo
clínico de Kindler del mismo artículo.

Antes de discutir el caso, deseo señalar que concuerdo con el hecho de que los
autores resalten la importancia de la sintonía empática y su efecto calmante sobre
nuestros pacientes, así como con la importancia de comprender los sentimientos
escindidos como adaptaciones; sin embargo, en mi discusión, me centraré
principalmente en una posición problemática a la que puede conducir este
enfoque. Más aún, no sugiero que un método de tratamiento basado en el trauma
sea un modo erróneo de trabajar con el caso descrito; después de todo, en
cualquier caso se nos presentan pequeñas piezas de un proceso continuado. Más
bien espero que el lector considere mis comentarios como reflexiones sobre un
enfoque determinado.

La paciente de Kindler, Jill, lo llama desesperadamente unos minutos antes de su


sesión, diciendo que hay un fallo eléctrico y los trenes no funcionan. Según habla
con él, la electricidad se reestablece y ella cuelga abruptamente el
teléfono. Kindler echa una pequeña siesta mientras espera a Jill, quien aparece a
mitad del tiempo de sesión en un estado agitado. Maldice el sistema de
transportes, describe la conducta altiva de un revisor de billetes y finalmente
acaba perdiendo el ímpetu insistiendo en que Kindler está enfadado con ella.

Al pedirle Jill a su analista que sea claro sobre sus sentimientos, él comienza a
sentirse irritado. Reflexionando sobre su siesta, se da cuenta de que se siente
bastante relajado y alerta al escuchar a Jill. Sin embargo Jill está segura de que se
sintió herido cuando ella colgó el teléfono abruptamente. Confiesa que ese es el
tipo de cosa que a ella la enfadaría de verdad. La respuesta de Kindler es que él
estaba tranquilo y que, en realidad, durmió un poco mientras la
esperaba. Jill comenta entonces, ahora con más calma, que ha apreciado un
cambio en el nivel de actividad de Kindler durante la sesión. No queda claro cómo
surge el material que sigue, pero lo que emerge es el sentimiento de Jill de que su
analista se ha comportado enérgicamente con ella en los últimos días y considera
la disminución de su actividad como signo de su enfado en respuesta a que ella le
haya colgado el teléfono.

Kindler entiende que la reacción de Jill se basa en que él ha perdido su función


calmante al ser receptivo de un modo menos vigoroso, lo que a menudo daba
lugar a la percepción de la paciente de que el terapeuta estaba siendo punitivo.

En una situación como ésta, en que se avecinaba el fin de semana y el sistema de


transportes le había fallado tan cruelmente, necesitaba una bienvenida que
incluyera un grado de sintonía con su estado de agitación para ser capaz de
mantener el sentimiento de estar conectada conmigo. [Lichtenberg y Kindler, 1994,
p. 416]

En retrospectiva, el analista se pregunta si, al dormirse, se estaba apaciguando


como respuesta a la esperada arremetida de Jill. Sin embargo esta cuestión
parece perderse en las partes posteriores de la discusión.

Si bien no dudo de la veracidad de la comprensión por parte de Kindler de la


vulnerabilidad narcisista de Jill, vemos que sus interpretaciones se orientan
principalmente a traumas pasados e inmediatos. El “trauma” presente se interpreta
como basado en el estado afectivo de calma del analista, que no encaja con el
estado agitado de Jill. El trauma pasado, como lo imagina en su escena modelo (7),
es un trauma de aflicción de una niña, posiblemente tras una experiencia
inquietante como una separación inesperada, que intenta establecer una intimidad
vívida con un adulto desinteresado o adverso, posiblemente deprimido. Sus
esfuerzos pasan desapercibidos, el vacío amenaza su frágil sentimiento de self.

Kindler continúa imaginando a la Jill niña enfadándose, demandando un


reconocimiento de su aflicción, lo que dio lugar a una respuesta culpable o
avergonzada por parte de sus padres. Esto no transmite una comprensión
auténtica de su necesidad de apego seguro, y Jill acaba sintiéndose como “un
incordio irritante” (1994, p. 418). Kindler dice a continuación: “Tras mi respuesta
auto-reveladora, el contacto con mi estado afectivo interno, especialmente con la
imagen de mí mismo durmiendo apaciblemente mientras la esperaba, sirvió para
restaurar su lazo conmigo y le permitió retornar al modo auto-explorador
dominante” (pp. 418-419).

Si bien el analista lucha con su propio estado interno (es decir, ¿estaba esperando
calmadamente a Jill o refugiándose en el sueño en anticipación de una
arremetida?) parece pasar por alto el conflicto intrapsíquico de la paciente en
cuanto al reconocimiento de su enfado con él. Vemos indicadores del conflicto en
su insistencia de que es el analista quien está enfadado con ella. Parecería haber
algo en el sentimiento de contrariedad de Jill al llegar a la sesión que la enfadó,
pero el reconocer este enfado como suyo propio parecería amenazador, dando
lugar así a la proyección. Jill podía entonces enfadarse porque el analista “estaba
disgustado con ella”; no por lo que se removió al sentirse contrariada cuando llegó
a la sesión.

A partir de lo que se transcribe queda claro que los pensamientos de Jill sobre el
disgusto deKindler tienen lugar antes de que comenzara la sesión, cuando ella
dejó de escucharlo al teléfono abruptamente. En la sesión, confesó: “ese es el tipo
de cosa que a mí me disgustaría si yo estuviera en su situación” (p. 416). Jill sólo
se calma cuando el analista le asegura que él está tranquilo, posiblemente
haciéndole difícil seguir expresando sus conflictos intrapsíquicosen cuanto al
reconocimiento de los sentimientos de enfado. En cambio, el analista focaliza en el
trauma durante la sesión, representándolo como una repetición de un trauma
narcisista previo en su escena modelo.

En cierto modo, Kindler y yo consideramos el desafío de esta sesión de modos


similares; es decir, cómo ayudar a Jill a apropiarse de sus sentimientos
escindidos. La respuesta de Kindleres asumir la culpa por esos sentimientos
debido a su falta de sintonía, mitigando así los sentimientos de enfado
inaceptables para la paciente. Sin embargo, esto deja intacta la dificultad
de Jill para adueñarse de sus sentimientos de enfado y de lo que los causaba, al
menos en este momento. De hecho, Jill parece más dispuesta que su analista a
explorar el conflicto en torno a adueñarse de sus sentimientos, cuando reconoce,
en relación con su proyección, “que ese es justo el tipo de cosa que a mí me
disgustaría”. Al pensar exclusivamente en el trauma, Kindler posiblemente priva
a Jill de aprender más sobre el conflicto para adueñarse de su reacción de enfado.
La deja con sus temores inconscientes de que algo malo le sucederá si se da
cuenta de su enfado.

Gran parte de la reacción contraria a ayudar a los pacientes a adueñarse de


sentimientos se ha debido, sospecho, a una apreciación inadecuada del papel de
las defensas. Los analistas demasiado entusiastas han intentado que los
pacientes admitan sentimientos, a menudo con un tono acusador (Busch, 1992,
1995, 1999). No hemos sido lo suficientemente sensibles a los efectos
desorganizadores que estos sentimientos producen. Si este no fuera el caso, no
habría razón para defenderse contra ellos. Para alguien como Jill, sería importante
reconocer y analizar el terror a admitir sus sentimientos de enfado, y con qué tenía
que ver el enfado.

La intención no es simplemente ayudar a los pacientes a reconocer lo enfadados


que están, lo que se basaría, en parte, en la técnica topográfica (Paniagua, 2001)
y en la creencia de la agresión como una pulsión primaria (8). Más bien, esperamos
ayudar al paciente a entender qué es lo que le asusta tanto de estar enfadado, o
por qué la necesidad que dio lugar al enfado es tan intolerable que no puede
vivirse totalmente. Si bien hacer comprensible su enfado ayudará a Jill a aceptarlo,
como hizo Kindler, el terror inconsciente a su enfado y a las razones de
éste permanecen intactos.
Un ejemplo clínico utilizando una perspectiva integrada

Traigo el siguiente ejemplo porque en este caso, como en el de la paciente


de Kindler, un acontecimiento externo dio lugar a un efecto temporalmente
traumático en el paciente, provocando que se enfadara lo que, a su vez, dio lugar
a un conflicto en torno a este sentimiento. Analizar este conflicto se convirtió en
una parte crucial de la comprensión de la naturaleza traumática del
acontecimiento. Es decir, mientras que el propio acontecimiento (una puesta en
acto contratransferencial) no sería agradable para ningún paciente, y de hecho
tocó los trastornos narcisistas de este paciente de un período más temprano,
podemos ver en esta sesión que fue el conflicto del paciente acerca de su
reacción emocional lo que volvió especialmente traumáticos (a) los sentimientos.

Mi paciente, Harold, estaba en mitad de la cuarentena, era director de un


programa de investigación de posdoctorado en ciencias sociales, y estaba en su
cuarto año de análisis.

Harold: Estoy pensando en esa gran candidata al título. Cuando vino a las
entrevistas, yo no estaba preparado para ella. Su solicitud era sólo una entre
muchas, y sólo unos minutos antes de conocerla me di cuenta de lo gran
candidata que podría ser. Luego, cuando la entrevisté, fue un perfecto “10”. De
modo que, al final de la entrevista, le dije que realmente nos gustaría que viniera, y
le expliqué las varias oportunidades. Le alegró la propuesta, pero no se
comprometió. También está mirando en Berkeley y, por razones personales,
podría ir allí. Más o menos una semana después, le escribí un e-mail diciéndole de
nuevo que nos gustaría que viniera, y que teníamos mucho que ofrecerle. Es algo
que no he hecho antes, prefiero que el programa se venda a sí mismo. Me escribió
de vuelta, diciendo lo halagada que se sentía y cómo había valorado la nota. Iba a
dejarlo ahí, pero luego decidí “¿qué demonios?” Le escribí de nuevo y le dije “¿Por
qué no vienes a Boston? Aquí se está muy bien”. Era una actitud muy diferente a
mi posición usual, pero fue divertido.

F.B. (Aquí pensé que me encontraba disfrutando de la libertad del paciente


para sentirse juguetón, espontáneo y capaz de disfrutar del trasfondo sexual de la
interacción sin retirarse. Esto había sido una cuestión importante en el pasado.
También pensé que estaba resaltando algo sobre lo que yo no me había permitido
pensar cuando entrevistaba eventuales miembros del cuerpo docente y alumnos
de la academia: el elemento de la seducción.)

(Luego dije lo siguiente.) Es como una seducción.

(Pensé que diría esto con el mismo tono ligero con el


que Harold hablaba. Sin embargo, en retrospectiva, lo que dije sonó
defensivamente autoritario. Fue como si yo le estuviera mostrando algo nuevo, en
lugar de ser que él me acababa de ayudar a comprender algo. Esto lo transmitió el
tono de mi observación. No capté esto en el momento. Aún más llamativo fue el
que yo dijera algo; según mi posición técnica usual, no había razón para hablar,
puesto que podía ver que Harold tenía una recién descubierta libertad para sentir,
actuar y observar todo esto).

Harold: (Hubo una breve pausa antes de que Harold comenzara de nuevo a
hablar y, cuando lo hizo, fue como si de su voz hubiera sido extraída toda la vida.
La animada explicación de su interacción con la candidata fue reemplazada por la
duda y una voz desvitalizada.)

F.B.: No estoy seguro de si ha escuchado el cambio pero, tras mi comentario,


toda su actitud ha cambiado de animada y vívida a dubitativa y mucho menos
vívida.

Harold: Lo noté. (Ahora más animado.) Estuve hablando ayer con Esther. (Esther
es una compañera de posdoctorado con la que él está continuamente
decepcionado; le ha entregado muchos proyectos, pero ella apenas los lleva a
cabo. Él siente que ella no aprecia cuánto le ha dado.) Diseñé un plan para ella
para los próximos años, incluyendo una propuesta de subvención, de modo que
pueda obtener una posición académica. Estaba todo allí, en la pizarra. Todo lo que
hizo fue quejarse de cuánto trabajo tenía, y de que se encuentra dividida entre
trabajar en el sector privado, la enseñanza, y la investigación. Yo quería decirle:
“Escucha, sólo haz el trabajo por el cual te estoy pagando”. En medio de mi
discusión con Esther, Sam (otro colega de posdoctorado) entró y comentó el
diseño de la investigación. Yo le dije, de un modo no muy agradable, “Sam, eso es
obvio”. Supongo que es otro ejemplo de cómo permanezco distante de la
gente. (Luego empieza a describir varios modos en los que siente que se distancia
de otros y de mí. Su disposición a asumir la culpa frente a la irritación ha sido una
defensa familiar.)

F.B.: Cuando yo señalo el cambio en su voz tras mi comentario, sus


pensamientos derivan hacia alguien que no aprecia todo lo que Vd. ofrece, y a lo
irritado que se sintió con alguien que señaló algo obvio. Aunque parece probable
que se haya sentido así ante mi comentario inicial, algo de estos sentimientos
pareció inquietante, lo cual hizo que se inhibiera y luego se culpara por su
distancia, en lugar de culparme a mí. (Aunque yo podía haber interpretado que el
paciente se sintió despreciado y criticado por mí, le habría estado diciendo CÓMO
SE SENTÍA en lugar de ayudarle a comprender cómo estos sentimientos provocan
un CONFLICTO EN TORNO A CONOCER SUS SENTIMIENTOS. Tal como he
escrito previamente [Busch, 1995, 1999], esto último es una parte crucial del
proceso auto-analítico.(9))

Harold: Eso que ha dicho estuvo bien. Vd. sólo estaba describiendo sobre lo que
yo estaba hablando. Hmm! Tal vez sólo dije que Vd. dijo lo obvio. Pero no lo sentí
así. Sheila (una colaboradora) tiene la costumbre de resumir lo que digo, y sé que
lo odio cuando lo hace. De modo que supongo que lo que Vd. dijo fue directo a la
cuestión. Me doy cuenta de que tengo miedo de que si digo algo crítico hacia Vd.,
Vd. no vuelva a decir nada. No sé por qué estoy pensando esto, pero me
preocupa que Jodie (su esposa) no me parezca atractiva. Cuando la vi esta
mañana, me pareció tan cansada y desteñida. Pero cuando se vistió y se maquiló
tenía realmente buen aspecto. ¿Tenía de verdad que decir eso? Supongo que
sí. (Breve pausa). Me doy cuenta de que ha habido algo en el fondo de mi mente
mientras hablaba. Finalmente lo he visto. Estaba en aquella clase de inglés
cuando era estudiante universitario y estábamos leyendo uno de los clásicos
americanos (al que mencionó). Se suponía que teníamos que escribir un trabajo
sobre esta novela, y yo me acerqué al profesor y le comenté mi idea. (La idea
tenía que ver con un personaje que veía algo y no quería volver a cómo habían
sido las cosas hasta ese momento). Los ojos del profesor se iluminaron, como si
los hubiera abierto literalmente a algo que no había visto antes. Luego pasó los
primeros cinco minutos de la case hablando de cómo nunca podías saber de quién
podías aprender algo. Sabe, no fui capaz de admitir esto en el momento, pero me
sentí decepcionado de que no fuera capaz de decir que se trataba de mí. Hizo que
pareciera como si él viera algo, en lugar de que fui yo quien lo vio.

F.B.: Me pregunto si lo que está queriendo decir es que le gustaría que yo


hubiera reconocido que Vd. estaba viendo algo muy interesante en reclutar a esta
mujer, y que mi comentario hizo parecer como si me estuviera apropiando de su
observación, y puedo vercómo pudo ser eso. Aunque se sentía decepcionado y
enfadado, no pudo mostrarme esta cara de Vd., que le parecía poco atractiva y
que podía hacer que yo me alejara.

Harold: (Tras una pausa.) Quiere decir como me sentía hacia mi madre (quien
tenía frecuentes ataques de ira). ¿O quise yo decir cómo me sentía hacia mi
madre? Siento que estoy retirándome otra vez. Me conmovió de verdad lo que
dijo. Sentí que éramos auténticos compañeros. También sentí cierta irritación con
Vd. Luego sentí “Bueno, basta”.

(En este punto terminó la sesión.)

En este momento, podemos ver la lucha de Harold entre el reconocimiento de


sentimientos previamente escindidos y el retorno a sus antiguas soluciones. El
triunfo analítico de Haroldes que la lucha es ahora consciente. Proyecta su
pensamiento de que los sentimientos de enfado y decepción hacia mí resuenan
con los sentimientos hacia su madre, y entonces es capaz de apropiárselos. Se ve
a sí mismo evitando apropiarse del sentimiento, y luego rechazando su posición
usual de tipo esquizoide mediante su sentimiento de conexión conmigo. Sin
embargo, esto despierta de nuevo sus sentimientos de enfado hacia mí y una vez
más quiere retirarse.

Toda esta secuencia capta el conflicto de Harold en torno a los sentimientos


provocados por el trauma que dieron lugar al distanciamiento de los otros, que fue
lo que lo trajo al tratamiento. Las decepciones inevitables en toda relación íntima
despertaban tales sentimientos de temor que la posición amable y distanciada era
la única en la que Harold se sentía más seguro.

Discusión

Harold, al igual que la paciente de Kindler (Lichtenberg y Kindler, 1994) se


enfrentaba a sentimientos de enfado que le resultaban perturbadores. Creo que
nuestro modo de enfocar este sentimiento, en el modo que he mostrado en los
ejemplos (10), demuestra que existen diferencias significativas en cómo el analista
define la tarea terapéutica al elaborar estos sentimientos. Kindler busca la ruptura
empática en el momento analítico e intenta imaginar (mediante sus escenas
modelo) los antecedentes históricos en las rupturas empáticas con las figuras
parentales. En resumen, busca la causa del enfado del paciente en un área
determinada. Sin embargo, mi opinión (Busch, 1995, 1999) ha sido que buscar la
causa de un sentimiento antes de explorar el conflicto del paciente en torno a
apropiarse del mismo será, con frecuencia, infructuoso. Así, con mi
paciente, focalicé (en) la presión para enterrar sentimientos y en el efecto
resultante de desvitalización que esto tenía sobre él. Los analistas que mantienen
el punto de vista del trauma de las rupturas empáticas a menudo hablan de lo
desvitalizado que se vuelve el paciente si esto no se reconoce. Sin embargo, lo
mismo puede decirse con respecto a conflictos en torno a ser consciente de los
sentimientos.

Coincido plenamente con la cuestión de Lichtenberg (1998) sobre el antagonismo


y retirada del paciente en la situación analítica:

¿Somos, mediante una falla empática percibida, fuente de la respuesta adversa, o


somos un receptor sensible a la posición adversa del paciente?... A muchas de las
posiciones de antagonismo y retirada que me enseñaron a considerar como
resistencias, las considero ahora como la respuesta de confianza de un paciente a
un ambiente de seguridad. [p. 26]

Sin embargo, Lichtenberg escribe esto en oposición al concepto de interpretación


de la defensa tal como él lo entiende. Sugiere que las motivaciones sólo se hacen
evidentes cuando el paciente puede sentir afectos, contenidos y acciones (Busch,
1993; Gray, 1982).Pero en las últimas dos décadas, la interpretación de la defensa
se ha focalizado en los conflictos del paciente para experimentar afectos,
contenidos y acciones (Busch 1993; Gray; 1982). El antagonismo de la paciente
de Kindler parece principalmente basado en su resistencia a apropiarse de un
sentimiento determinado (es decir, su enfado).

Los analistas como Kindler nos han ayudado a comprender que el antagonismo y
la retirada del paciente en el análisis pueden ser una respuesta adaptativa a una
ruptura empática. Ha sido una incorporación importante a nuestro modo de ayudar
a los pacientes a comprender sus sentimientos. No tendría problema con esta
perspectiva si no incluyera también una desestimación de otro modo importante de
ayudar a los pacientes a comprender sentimientos -es decir el análisis de los
conflictos en torno a ser consciente de los sentimientos.

Con la aparición de varios métodos de comprender a nuestros pacientes dentro


del psicoanálisis americano, adherirse a una devoción incondicional a cualquier
método de comprensión es privar a nuestros pacientes y a nosotros mismos de
nuevos insights. Tras años de pretender que todo lo que necesitábamos saber
podía obtenerse de la StandardEdition de Freud, nos damos cuenta ahora de que
tenemos que mantenernos al corriente del pensamiento actual. Sin embargo,
como señala Goldberg (2004):

Cada nueva idea lo desbarata todo y da lugar a una tendencia a moverse en dos
direcciones en busca de una solución, de modo que hay demasiada variedad
como para abarcarla en una uniformidad única, o para que todo se reduzca a este
(o aquél) aspecto concreto. [p. xii, cursivas en el original]

Es más, todos tenemos la tendencia a encasillar a alguien (como yo he hecho


probablemente con Kindler), pero la mayoría somos conscientes de cuando esto
sucede con nosotros mismos. Por ejemplo, me sorprende la sorpresa de mis
colegas ante la variedad de métodos a los que recurro para comprender el
momento clínico cuando presento material clínico en varios lugares, aun cuando
he enfatizado esto consistentemente (Busch, 1995, 1999).

Me disgusta el término pluralismo porque, en mi experiencia, aquellos que lo


defienden justifican una actitud de “todo vale” o de “no sabemos nada” en la
experiencia clínica. Sin embargo, un pluralismo bien elaborado para comprender a
nuestros pacientes parece ser la única posición justificable para un
analista. Disculpándome con Tom Wolfe, el analista de hoy en día bien podría ser
conocido como el “freudiano contemporáneo,
conscientecontratransferencialmente, psicólogo del self, con intereses
relacionales, de inspiraciónkleiniana, psicólogo del yo”.

Me parece que las exploraciones que finalmente resultarán más cruciales son
aquellas encaminadas a revelar las diferencias en la forma de aplicar estos
métodos. Con este espíritu he enfocado lo que considero la dificultad de integrar la
teoría del trauma con la teoría del conflicto.

NOTAS

(1) En pro de la brevedad, en este artículo se utilizan los pronombres masculinos para referirse a
ambos géneros.

(2) Al observarlo más detenidamente, parece que ciertos sentimientos asociados con heridas
narcisistas son más accesibles a la conciencia al principio del tratamiento. Sin embargo, los daños
narcisistas más profundos señalados por los kleinianos, por ejemplo, no son accesibles hasta más
avanzado el tratamiento.
(3) Comparemos esta perspectiva con la de Vermote (2003), quien considera que el psicoanálisis
ofrece representaciones de objeto internas modificadas y más profundas.

(4) Smith (2003) señala que existen varios modos de considerar el conflicto, siendo importante que
el clínico tenga en cuenta todos ellos. Esto mismo es válido a la hora de considerar los confines
más estrechos del conflicto intrapsíquico. El clínico contemporáneo hallaría difícil comprender a sus
pacientes sin una conceptualización de los conflictos inconscientes entre representaciones de
objeto, representaciones del self y representaciones de objeto del self, etc. Dicha comprensión
indica que hemos recorrido un largo trecho desde la época en que se pensaba que el verdadero
conflicto sólo ocurría en la fase edípica, y sólo entre agencias particulares en la mente alimentadas
por fuentes de energía.

(5) Hartmann (1950) consideraba la observación de infantes y niños como el camino hacia la
próxima generación de pensamiento psicoanalítico.

(6) Yo no considero que este hecho sea traumático en sí mismo, sino que representa un recuerdo
telescópico (A. Freud, 1951; Kris, 1956) -es decir, un recuerdo que capta un conjunto determinado
de experiencias para el niño. Es más, el estado evolutivo del niño y sus fantasías inconscientes
también desempeñan un papel en cómo se experimenta el acontecimiento.

(7) La escena modelo se describe como un modo en que paciente y analista organizan narrativas,
transferencias, actuaciones de rol, etc. (Lichtenberg, Lachmann y Fosshage, 1996),
reconstruyendo escenas de cómo podían haber sido las cosas.

(8) Véase Schmidt-Hellerau (2002) para una alternativa a la consideración de la agresión como una
pulsión primaria.

(9) La técnica de volver a la secuencia de acontecimientos del principio de la interpretación


también ha sido discutida en mis trabajos previos, y no la elaboraré aquí.

(10) No quiero decir necesariamente como son las cosas.

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