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Prestar Atención a la Brecha Disociativa

Bromberg, Ph., 2001. Cap. 4, págs. 67-881


(Minding the Dissociative Gap)

La brecha entre la escuela de pensamiento interpersonal/relacional y la escuela clásica no separa a los


clínicos de cada comunidad en grupos diferentes, cada uno de los cuales mantiene una versión distinta de la
teoría en la cual fue entrenado. Los buenos clínicos son buenos clínicos independientemente de cuál sea su
familia de origen. Pero los vínculos de apego influyen de hecho sobre cuán lejos puede apartarse un clínico de
los conceptos y el lenguaje de la teoría, “las palabras adultas” (véase el capítulo 7) que originalmente dieron
forma a esos vínculos. No deseo escribir sobre la brecha entre diferentes escuelas de pensamiento, sino sobre el
elemento que como analista interpersonal/relacional creo que hoy en día es más necesario que los analistas
aborden. Este elemento es la “brecha disociativa” (dissociative gap) que es parte inherente del proceso
terapéutico. Como se pondrá de manifiesto, mi convicción es que este elemento se aborda felizmente desde
una perspectiva interpersonal/relacional. ¿Estoy sesgado? ¡Desde luego! Pero esa es en parte la razón de ser de
este capítulo y los capítulos siguientes que se relacionan con él. No hay diálogo verdadero que no surja de una
colisión entre subjetividades, así es que permítanme comenzar.

La escuela de psicoanálisis “relacional” no nació de un teórico fundador único o de un grupo homogéneo


de teóricos del cual hubo luego afluentes que evolucionaron, divergieron o permanecieron leales, y por lo tanto
sus teorías no son evaluadas por el grado en que se desvían de la ortodoxia. Freud, Klein, Ferenczi, Fairbairn,
Winnicott, Sullivan y Kohut son figuras parentales importantes, pero ninguno tiene autoridad parental. Más aún,
el espectro de la teoría es extremadamente diverso porque el valor atribuido a un determinado concepto o
sistema de conceptos que se deriva de una figura específica está más determinado clínica que teóricamente.

El término relacional fue acuñado originalmente por Greenberg y Mitchell (1983) en su innovador libro
Object Relations in Psychoanalytic Theory (Relaciones Objetales en la Teoría Psicoanalítica). El término exacto
psicoanálisis relacional emergió luego por consenso en una reunión de un pequeño grupo de analistas guiados
por Stephen Mitchell en la cual participé. El nombre fue elegido por dos razones: representaba en forma clara y
concisa el punto de vista central que nos unía, es decir: que la mente humana, su desarrollo normal, su patología
y el proceso de crecimiento terapéutico están configurados relacionalmente. Al mismo tiempo, el término no
era tan específico conceptualmente como para transmitir la adscripción a un conjunto determinado de ideas. La
identificación interpersonal/relacional posterior que yo y muchos de mis colegas hemos llegado a usar desde
entonces para delinear los contornos de nuestra identidad analítica honra explícitamente las contribuciones de
Harry Stack Sullivan y el pensamiento de relaciones objetales (object-relational thinking). También deja claro que
el concepto de relacional no es equivalente a relación objetal, ni son ambos términos intercambiables. A su
manera, interpersonal/relacional es un reconocimiento a las capacidades de la escuela relacional y la escuela
interpersonal para dar la bienvenida a las identidades específicas de sus miembros individuales.

1
Este capítulo es una extensión y revisión de una versión anterior que se publicó en Contemporary Psychoanalysis 44, 2010, 329-350. Mis agradecimientos
al Comité de Programa de New York Psychoanalytic Society e Institute por patrocinar la conferencia del 28 de febrero de 2009, “Minding the Gap” (Prestar
Atención a la Brecha), donde presenté la versión original. Mis agradecimientos especiales a Lois Oppenheim por su visión, dedicación y habilidad para
hacer posible dicha conferencia.

Psicología Clínica, Trauma y Psicoanálisis Relacional, U.A.H. ILAS. Primer semestre 2012.
Traducción: Psic. Soledad Sánchez D. (Borrador)

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Desde mi punto de vista, la brecha entre la comunidad clásica y la interpersonal/relacional se mantiene
actualmente en gran medida porque la teoría clásica del conflicto, incluso en su versión contemporánea
(Brenner, 1976), restringe a los analistas con formación clásica en su participación en la relación clínica. A su vez,
esta limitación minimiza su oportunidad de encontrar a nivel perceptual algo que yo sostengo que es intrínseco
a la naturaleza del funcionamiento mental: la estructura de estados del self de la mente y los procesos
disociativos que están siempre en una relación dialéctica con la presencia y ausencia de conflicto intrapsíquico.
Esta posición no es “anti-freudiana”. Yo también pienso que la capacidad de un paciente de experimentar y
resolver el conflicto interno se facilita mejor como parte de la acción terapéutica del psicoanálisis. Yo apunto a la
cuestión de perpetuar una teoría de la mente que explica el rol del analista como si el conflicto siempre
organizara el funcionamiento mental, aun cuando el paciente no puede experimentarlo, y que si el paciente es
analizable, sus defensas para no reconocer la existencia del conflicto inevitablemente cederán ante la
interpretación.

Yo creo que mientras la teoría freudiana no incluya como un aspecto central la importancia de los estados
del self y la disociación, los analistas de formación clásica (incluyendo a los clínicos más experimentados)
continuarán ocupando demasiado tiempo tratando de “hacer el punto al estilo duro”. Todo jugador de craps*
conoce la expresión, pero para quienes no han tenido la suerte de llevar una juventud disipada, en términos
simples significa apostar a que el que lanza los dados logrará un número par obteniendo los mismos valores con
ambos dados. Así, apostar a un “seis duro” es apostar que los dados saldrán 3 y 3. A este estilo se le llama
“duro” por la obvia razón de que la probabilidad de lograr el punto de esa manera es más baja. Cuando uno
vence a las probabilidades y obtiene una recompensa más alta, evidentemente uno siente que fue una buena
apuesta. Pero uno pierde más veces de las que quisiera recordar. Estoy seguro de que a estas alturas el lector(a)
ya sabe adónde voy con esto: un analista está haciendo su punto “al estilo duro” cuando apuesta que si
continúa refinando sus interpretaciones, su paciente finalmente “captará” lo que le está diciendo como insight
emocional, no sólo como insight intelectual, y que los dos dados –su interpretación y la nueva comprensión del
paciente- finalmente coincidirán.

Dicho esto, un resumen de mi visión del funcionamiento mental ofrecerá el contexto para discutir cómo
pienso y trabajo en el plano clínico. En escritos anteriores (Bromberg, 1998, 2006a) he presentado una visión de
que la mente está organizada por una relación disociativa siempre cambiante entre configuraciones de estados
del self que son más o menos capaces de participar en la experiencia mental del conflicto interno cuando se les
convoca. Pienso que este es el proceso normal de funcionamiento mental, pero no es para nada tranquilo. No
estoy hablando sólo del uso dramáticamente evidente de la disociación que encontramos en las personas que
cuando niños sufrieron un trauma “con T mayúscula” como abuso sexual o violencia. Estoy hablando de la
disociación protectora más sutil causada por el trauma evolutivo: el trauma del no reconocimiento que es parte
inevitable de la primera etapa de la vida de todo el mundo en mayor o menor grado. Respondiendo al trauma
del no reconocimiento, el proceso de disociación se transforma en estructura disociativa, al menos en ciertas
áreas del funcionamiento mental. La brecha hipnoide normal entre estados del self se rigidiza en un sistema de
alerta temprana cerebro/mente, diseñado para proteger contra una posible desestabilización afectiva futura.
Los estados del self pasan de ser separados y colaborativos a ser inhospitalarios e incluso confrontacionales,
separados unos de otros como islas de “verdad”; cada uno funciona como una versión aislada de la realidad que
define protectoramente lo que soy “yo” (me) en un momento dado, y fuerza a otros estados del self que no
armonizan con su verdad a transformarse en “no yo” y a no estar disponibles para participar en la compleja
negociación que llamamos conflicto interno.

*
Juego de dados. (N. de la T.)

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Traducción: Psic. Soledad Sánchez D. (Borrador)

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En cualquier relación analítica, los estados no-yo del self son disociados tanto por el paciente como por el
analista y se ponen en acto entre ellos sin representación cognitiva. Con su forma de ser con el otro(a) (sin
importar qué forma sea), cada miembro [de la relación] está reaccionando afectivamente a alguna parte de lo
que está pasando entre ellos que carece de representación simbólica como evento interpersonal. Cuando el
trabajo va bien, las reacciones afectivas individuales de cada miembro se incluyen juntas dentro de un proceso
de conocimiento mutuo o “estados compartidos” (state-sharing) (Schore, 2003b) que no sólo es terapéutico por
derecho propio sino que profundiza y enriquece -cognitiva y lingüísticamente- la oportunidad de procesamiento
simbólico de la experiencia “no-yo” de cada integrante, permitiendo así el mayor potencial para que emerjan y
perduren nuevos sentidos del self.

Esta imagen de la acción terapéutica se basa en una visión del funcionamiento mental diferente de
aquella basada en el supuesto de que, cuando se hace suficientemente claro para el terapeuta como para
ofrecerlo como interpretación, el contenido mental inconsciente del paciente estará disponible para el insight si
sus defensas del yo contra dicho insight son en sí mismas interpretadas en forma adecuada. En mi propia actitud
de escucha la atención continua está enfocada en los estados cambiantes de la mente que organizan el
contenido en un momento cualquiera, no en el contenido per se. Relacionarse activamente con cambios en el
estado del self, propios y de la otra persona, permite progresivamente que la experiencia del self aquí y ahora
de cada miembro participe en un encuentro perceptual con sus estados no-yo, un proceso que podría llamarse
“prestar atención a la brecha disociativa”. ¿Pero qué pasa con la interpretación? Pienso que el uso óptimo de los
significados interpretados radica en que en primer lugar los estados “yo” y “no-yo” se sientan más cómodos uno
con el otro a través de la negociación de alteridad que se pone en acto durante colisiones de la subjetividad
entre paciente y analista. Esto es lo que permite renunciar centímetro a centímetro a una auto-sanación (self-
cure) que es peor que la enfermedad: el desencadenamiento de una estructura mental disociativa que elude la
reflexión sobre el propio self (self-reflection).

Desde mi punto de vista, la acción terapéutica implicada en la disolución de esta estructura mental aborda
justamente el mismo fenómeno mente/cuerpo que la originó y que la mantiene. Reducir el temor de la mente a
la alteridad (otherness) disminuye simultáneamente el temor a la desregulación emocional en las redes
neuronales del cerebro (véase el próximo capítulo). Compartiendo esta atención hacia la brecha disociativa, la
señal de advertencia neurosináptica automática que desencadena la disociación inmediata como protección
contra una híper-activación (hiperarousal) desestabilizadora se vuelve más selectiva a nivel cerebral, y por
medio de la retroalimentación le permite a la mente del paciente sostener un desarrollo creciente de la
intersubjetividad. Poco a poco la capacidad del paciente de tolerar el conflicto interno va aumentando al ir
calmando la batalla mental para poder sostenerlo cognitivamente. Para un psicoanalista clásico, tomar en serio
esta perspectiva no conduce a abandonar a Freud, pero sí a una actitud de escucha diferente. Requiere escuchar
el proceso clínico no sólo diádicamente, sino también como un hecho experiencial que tiene una confusión
inherente que hay que explorar en conjunto, en lugar de verlo como un material que hay que “resolver”, es
decir, [un material] organizado por el analista en algo que estime coherente y que luego está disponible para
una posible interpretación. Cuando la experiencia del analista y la del paciente “no cuadran” esto se convierte
en una característica de la información más que una característica del paciente.

Mayer (2007) ha explorado un ámbito que ella llama “experiencias anómalas”. Estas incluyen
percepciones que son verídicas pero ocurren en un contexto que las hace parecer inexplicables dentro de lo que
consideramos realidad. Sin embargo, Mayer hace la afirmación intelectualmente estimulante de que lo que hace
que estas experiencias sean “anómalas” es el marco de comprensión que usamos con ellas. Esto la lleva a
considerar la paradoja de que puede que necesitemos diferentes modos de pensamiento para comprender
distintos tipos de experiencia. Considero que la misma paradoja opera en la oficina del analista cuando éste
intenta sostener, como versiones de una realidad única, la experiencia de su paciente y la propia, especialmente

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cuando son demasiado disyuntivas como para incluirlas a ambas simultáneamente. Mayer describe la
experiencia “anómala” como la esencia de la paradoja. En sus palabras:

Las percepciones que caracterizan la experiencia potencialmente anómala parecen emerger de un


estado mental que es, al momento de la percepción, radicalmente incompatible con el estado
mental en el cual son posibles las percepciones características del pensamiento racional. El modo
de percepción (...) es un modo que depende del acceso a un estado mental en el cual el
pensamiento lineal ordinario es momentáneamente imposible, [está] literalmente suspendido.
(pág. 137, itálicas en el original)

Desde mi punto de vista, este salto más allá del pensamiento lineal ejemplifica la distinción clave entre
trabajar con la paradoja e interpretar la resistencia al conflicto. Cuando ambas experiencias, la del paciente y la
del analista no pueden ser racionales para la misma mente al mismo tiempo, la aceptación del analista de su
propia falta de claridad se transforma en una fuente inherente de acción terapéutica pues permite a los
miembros participar en la aceptación creativa de las realidades contradictorias dentro de un campo analítico
paradójico, sin que el analista imponga su propia necesidad de claridad invocando el concepto de resistencia al
conflicto. Por medio de este proceso conjunto en el cual el pensamiento racional está temporalmente
suspendido, se hace posible la creación gradual de un “inconsciente relacional”; la empatía tiene su significado
más profundo, y entonces la interpretación puede en último término encontrar un lugar útil. Un inconsciente
relacional pertenece a las dos personas pero a ninguna de ellas por sí sola, y escribir respecto a él no es tarea
fácil. Adrienne Harris (2004, 2009) es una de las escasas autoras psicoanalíticas que captura la esencia del
concepto [de inconsciente relacional] haciéndolo descriptivamente vívido como fenómeno clínico: un fenómeno
que es inherentemente atemporal, inherentemente diádico, e inherentemente psicodinámico. Ella señala:

El pasado, sus representaciones internas e interpersonales, no es un museo sino un programa vivo


para actuar y ser/estar (be) con el self y con los demás (...) A partir de nuestras experiencias de
límite se está construyendo (...) una experiencia de lo presente (...) el tiempo se mueve en
múltiples direcciones, desenrollando el pasado con el fin de crear futuros imaginados particulares
(...) El momentum clínico es posible cuando se abre en el analista una matriz espacio/tiempo y la
caída al abismo es genuinamente posible. [La] idea de que la muerte y la movilidad están tan
íntimamente conectadas parece ser la paradoja esencial y el motor del trabajo psicoanalítico.
(2009, pág. 19, itálicas agregadas)

Espero que sea relativamente fácil ver la sensibilidad self/otro que vincula la imagen de Mayer de
suspensión paradójica del pensamiento racional con el argumento de Harris de que el motor del trabajo
psicoanalítico es la paradoja de trabajo (working paradox) esencial de que la muerte y la movilidad están
íntimamente conectadas enfrentando el abismo juntas. A continuación trato de delinear algunos de los
fenómenos clínicos más importantes que se hacen observables a través de este marco de referencia y por qué
hay que observarlos perceptualmente y no inferirlos. Algunos ejemplos esquemáticos ilustran este proceso
diádico tal como se presenta en mi trabajo analítico.

Cuestiones Clínicas
Súbitos Cambios de “Tema”
Si un analista está escuchando cuidadosamente, con frecuencia se dará cuenta de que un súbito cambio
de “tema” se acompaña de un cambio en la presentación del self, incluyendo las emociones, pero ciertamente

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no limitado a ellas. Desde mi marco de referencia, lo que está ocurriendo no está definido ni por el cambio de
tema ni por el cambio de emoción, sino por el cambio de un estado del self a otro y de las respectivas realidades
que los organizan. El propio oído clínico escucha la voz de otra parte del self y tiene la oportunidad de invitarlo a
entrar en relación al aceptarlo en sus propios términos en vez de hablar acerca de él como si esta parte que ha
emergido recién fuera simplemente un cambio en el estado de ánimo. Para quienes todavía no están
familiarizados con la diferencia entre el concepto de estado del self y el cambio en la emoción o el ánimo,
permítaseme ofrecer una frase aclaratoria: Los estados del self son módulos de ser altamente individualizados,
cada uno configurado por su propia organización de cogniciones, creencias, emoción y afecto dominante, acceso
a la memoria, habilidades, conductas, valores, acciones y fisiología regulatoria.

Cuando todo se ha dado bien a lo largo del desarrollo, cada estado del self es suficientemente compatible
con los modos de ser de los demás como para permitir que exista una coherencia global entre estados del self,
lo que a su vez crea la capacidad de sostener la experiencia de conflicto interno. Sin embargo, cuando la
disociación proactivamente protectora está operando durante el tratamiento, es más probable que el analista se
dé cuenta a nivel perceptual (perceptual awareness) de los cambios de estado del self si se permite relacionarse
libremente con su paciente desde la actitud de participante-observador. O al menos eso es lo que yo sostengo.
¿Por qué debiera ser así? Porque inicialmente los cambios se pueden percibir no como algo en el paciente, sino
como una desestabilización de los procesos mentales del propio analista: darse cuenta de una incomodidad que
no reconoce inmediatamente como incomodidad, que lo está vinculando a su paciente a través de un
enactment† disociativo que está desarrollándose mientras están participando a nivel verbal.

Uso Equívoco del Lenguaje del Conflicto


Es posible que aparentemente una paciente tenga un conflicto cuando en realidad está disociada, porque
usa el lenguaje del conflicto para mantener su vínculo de apego con el analista. Puede decir por ejemplo que se
está esforzando por sentir una cosa en lugar de otra, pero no sabe bien cómo hacerlo. La expresión “en lugar
de” es lenguaje de conflicto, y cuando en un momento dado la disociación está definiendo los procesos
mentales, una parte de la paciente está tratando de asegurar su vínculo con el analista al hablar como si su tarea
fuera eliminar a otra parte de sí misma por enferma y reemplazarla por una parte “sana”, la parte que ella siente
que el analista está apoyando en ese momento para que emerja. Según mi propia manera de trabajar yo podría
referirme a esto diciendo algo como lo siguiente:

Hay algo en la forma en que usted lo dice que me hizo pensar una cosa que quisiera compartir con
usted. Estoy sintiendo la presencia de otra parte suya tras bambalinas a la que no le gusta lo que
acabo de decir y usted está tratando de mantener a salvo nuestra relación manteniéndose lejos de
esos sentimientos rebeldes. (Pac.: “¿?”) Supongo que con lo que más me contacté cuando usted
habló fue que parecía un poco asustada y se estaba disculpando por no ser la paciente que yo
necesitaba que fuera. (Pac.: “¿?”) A veces, sin darme cuenta muestro una preferencia por una parte
de usted por sobre otra, y creo que lo acabo de hacer. En realidad quiero escuchar hablar a sus dos
partes, especialmente porque no se llevan bien entre ellas. (Pac.: “¿?”) Bueno, cuando usted dijo
que estaba tratando de sentirse libre en lugar de asustada pero no sabía bien cómo hacerlo, yo
sentí que usted estaba sintiendo que el ruidoso desacuerdo entre las dos partes de usted misma
era demasiado para usted en ese momento, y quería asegurarse de que yo sabía que usted estaba
tratando de ser más libre aún cuando estuviera asustada. (Pac.: “¿?”) ¡Gran pregunta! La mejor


Enactment no tiene traducción exacta. Se refiere a “poner en acto”. (N. de la T.)

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manera que encuentro de describir las partes es diciendo que la parte de usted que está
hablándome en este momento quiere responder a la vida libremente y de todo corazón, pero otra
parte de usted está preocupada sólo de tratar de mantenerla emocionalmente segura. La otra parte
siente que usted se dirige hacia un peligro porque está convencida de que usted olvidará
protegerse del momento inevitable según ella en que le quiten el piso cuando menos lo espere. Esa
parte le hace sentir que está siendo estúpida cuando empieza a confiar y sentirse segura, y por eso
cuando siente que se está haciendo más fuerte y con más esperanza es tan difícil permitir que la
sensación continúe. La razón por la que siente que no sabe bien cómo hacerlo es que las diferentes
partes tienen distintos objetivos en relación a lo que es bueno para usted, y cada una está
absolutamente segura de que sabe toda la verdad y la otra está equivocada. (Pac.: “¡!”). Por
supuesto que le duele la cabeza por pensar en esto. Trabajamos mucho hoy y tenemos bastante
tiempo para volver a esto cuando su mente se sienta más relajada. (Pac.: “¿?”) Ah, tiene otra
pregunta antes de que terminemos hoy. OK. (Pac.: “¿?”) La parte de usted que quiere que usted
tenga miedo cuando empieza a sentirse espontánea no está sólo tratando de arruinarle la vida, sino
que está tratando de evitar que se siente sobrepasada emocionalmente si se permite confiar en
alguien, y luego sin advertencia previa se da cuenta de que cometió un horrible error y es
demasiado tarde. Esa parte no es su enemiga. Está tratando de protegerla de algo que sucedió hace
mucho tiempo y que piensa que siempre volverá a pasar. En realidad cada parte está aportando
algo que usted necesita, pero dado que en este momento cada una quiere ignorar a la otra, no
pueden colaborar. De hecho, ninguna de las partes puede destruir a la otra porque ambas son
usted. Nuestro trabajo es lograr que trabajen juntas. Paso a paso le ayudaremos a sentir ambas
partes al mismo tiempo de modo que puedan hablarse entre ellas sin hacer ruido en su mente.
¿Sabe a qué me refiero? (Pac.: “¿?”) Bueno, ¿sabe más o menos lo que quiero decir?

Este es un ejemplo posible de “prestar atención a la brecha disociativa”. El analista comparte su


experiencia de lo que siente que está sucediendo, no porque sepa lo que presagia, sino porque no lo sabe, lo
que significa que necesita continuamente el input del paciente.

¿Resistencia?
Otra situación frecuente es cuando después de una sesión productiva que aparentemente fue
satisfactoria para ambas partes, un paciente vuelve a la próxima sesión en un estado oposicionista: enojado,
acusatorio, distante, desesperado o incluso dispuesto a dejar el tratamiento. Los analistas a menudo quedan
atónitos emocionalmente, incluso si son suficientemente sofisticados en lo conceptual como para acomodarlo
dentro de su propio marco teórico de referencia. El plan alternativo de la mayoría de los analistas clásicos es
considerar este fenómeno como una forma de resistencia de transferencia e intentar una interpretación dentro
del marco del análisis de la defensa, es decir, como una defensa del conflicto inconsciente. A menudo esta
táctica no llega a ninguna parte, y con frecuencia empeora las cosas. ¿Por qué?

Mi respuesta es que el self del paciente que está ahora participando estaba presente como un estado del
self no-yo disociado durante la “buena” sesión previa, y no existía relacionalmente en ella. La parte no-yo del
self que existía disociadamente fue ignorada en la sesión previa pero ahora está presente en forma vívida. Para
este self, el aparente éxito de las interpretaciones del analista en la sesión anterior no fue útil en absoluto.
Ahora esta parte del paciente ha dejado de ser no-yo y pasa a ser participante, atacando porque la otra parte
dejó ver a través de su conducta auto-reflexiva que el analista era suficientemente confiable como para inspirar
alguna esperanza: esperanza en que el paciente no estará atascado para siempre en una vida de temor,

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desconfianza y alerta perpetua. En otras palabras, tanto el analista como la parte del paciente que al analista
más le gusta están bajo ataque por haber participado en una sesión terrible: una sesión en que la parte del
paciente que fue llamada “defensa” se sintió rechazada y sin ningún valor para el terapeuta, haciendo por tanto
que quiera boicotear el tratamiento. ¿Pero cuál es el terrible crimen que el analista y el self “bueno” del
paciente han cometido? Es el crimen de haber puesto en peligro la superficie sin uniones‡, y tal vez hasta la
integridad de la estructura mental disociativa del paciente. Cuando el sistema protector a prueba de fallas se
suaviza por un momento de auto-reflexión genuina, las partes del self que son guardianas de la estabilidad
afectiva se enfurecen, y la parte que contiene el afecto no procesado del trauma evolutivo causado por la falla
en el apego se atemoriza, se deprime o ambas cosas, causando angustia a todas las partes, de lo cual es culpable
la idea de “éxito” del terapeuta.

Desde el punto de vista de la perspectiva teórica del conflicto, es muchas veces en ese momento que
algunos analistas hacen algo aparentemente razonable que tiene la intención de preparar el terreno para lo que
esperan que sea posiblemente la más poderosa interpretación de la transferencia que pueden ofrecer, pero que
por lo general hace que las cosas empeoren. El analista inicia lo que Kernberg llama “interpretar el splitting”
(véase Caligor et al., 2009), una intervención que para este autor es especialmente indicada en trastornos de
personalidad “limítrofe”. El punto no es si un analista consciente o inconscientemente evalúa o reevalúa a su
paciente como limítrofe. Actúa como si lo fuera y desafía a la paciente§ con evitación del conflicto. El analista
usa como evidencia la inconsistencia de la paciente de sesión a sesión e interpreta la dinámica que él supone. La
repercusión es que la paciente trata de “quedar bien con Dios y con el diablo”. Sin embargo, para ella la
“inconsistencia” no tiene marco de referencia mientras esté operando la disociación. Sólo un lado de su
experiencia puede existir en un momento dado, lo que transforma el bienintencionado uso del lenguaje del
conflicto por parte del analista en un ataque súbito y desconcertante hacia su estabilidad emocional, que
amenaza su sentido nuclear del self (core sense of self) altamente vulnerable y organizado en torno al apego
(attachment-organized). El enorme esfuerzo de la paciente por contener el afecto híper estimulado en la
experiencia relacional en el aquí y ahora aumenta su uso de la disociación hasta el punto en que puede prevenir
el quiebre completo del apego, y su capacidad de pensar con claridad a menudo se ve afectada.

Peor aún, algunas pacientes pueden actuar como si estuvieran viendo la luz y “comprendiendo”
finalmente. Desde mi punto de vista, dado que el hipocampo y la corteza frontal (véase Bromberg, 2006b, págs.
181-182) no están procesando como conflicto lo que está sucediendo entre paciente y analista, el uso del
lenguaje de conflicto por parte del analista amplía la brecha disociativa tanto en el ámbito interpersonal como
en la organización del estado del self de la paciente. Las interpretaciones de la transferencia (incluyendo las
interpretaciones del “splitting”) que se siguen ofreciendo ante un proceso disociativo intenso no son sensibles a
la necesidad avergonzada (shame-ridden) de seguridad emocional que tiene la paciente en la experiencia
relacional inmediata. Sencillamente es demasiado para ella sostener la experiencia de vergüenza y representarla
cognitivamente, de manera que cuando una paciente responde a una interpretación con una mirada
desconcertada y un comentario como “Le perdí”, la respuesta es muy comprensible (sin mencionar que es una
metáfora exquisitamente precisa sobre el apego).

Pensamiento Concreto
Un tipo de indicador un poco diferente de que los procesos de pensamiento de un(a) paciente están
“desconectados” disociativamente es un súbito aumento del pensamiento concreto. La manera más frecuente
en que esto se expresa es que la paciente mantiene un foco rígido en el contenido de la interpretación del

‡ El autor usa el término seamless, que significa que no se perciben las costuras que unen distintas piezas de tela. (N. de la T.)
§ El autor se refiere a veces a “el paciente” y otras veces a “la paciente”. En inglés el género no siempre es explícito, y en esos casos de ha
utilizado “el paciente” como genérico. (N. de la T.)

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analista, ignorando completamente su experiencia de la persona que ofreció dicha interpretación. En otras
palabras, la experiencia aquí y ahora de la paciente sobre la interacción con quien hizo la interpretación queda
carente de significado personal porque ella se ha “alejado” relacionalmente a pesar de que comprendió las
palabras del analista.

Memoria Dependiente del Estado [del Self]


El tema de la memoria es posiblemente el más pertinente para demostrar que hay una dialéctica entre
disociación y conflicto que es inherente al funcionamiento mental, y no se justifica considerar que éste se basa
sólo en el conflicto. Cuando está operando la disociación la memoria se organiza de acuerdo a cómo se conoce
algo más que si se recuerda o no per se. Por ejemplo, con frecuencia una paciente llegará a una sesión y dirá: “Se
me olvidó sobre qué hablamos ayer. Creo que era algo sobre...” La sesión anterior no fue literalmente olvidada.
La paciente recuerda que hubo una sesión, pero no recuerda la sesión. No recuerda la sesión misma porque la
memoria depende del estado, en especial cuando estimulación afectiva intensa ha hecho que la sesión previa
sea amenazante para una parte del self cuya experiencia no fue reconocida o procesada durante la sesión. En
otras palabras, la paciente no recuerda la sesión “personalmente” porque el self que está aquí ahora no
participó de ella. En el mejor de los casos el self que está aquí ahora sólo estuvo presente en la sesión anterior
como lo que Ernest Hilgard (1977) en su trabajo fundamental sobre hipnosis llamó “observador oculto”. Para
recordar “personalmente” la sesión la paciente debe ser capaz de contactarse con el estado del self que
participó en ella y con el estado del self que la observó. De otro modo, la estructura mental disociativa de la
paciente sólo permitirá que la experiencia sea “más o menos recordada”. Un analista que trabaje desde la
perspectiva teórica del conflicto tenderá a ver tales momentos como ejemplos de formas de resistencia
especialmente obstinadas y hará un esfuerzo por lograr que la paciente vea ambas partes de su “conflicto” al
mismo tiempo, enfatizando la parte reprimida que de igual modo está accesible a una interpretación formulada
de manera oportuna y precisa. Las pacientes responderán de diversas maneras, ninguna de ellas facilitadoras de
la terapia. Una respuesta común es que la paciente “esté de acuerdo” conceptualmente, hablando de la idea del
analista sin tener ningún contacto con el conjunto completo de estados del self que, juntos, saben de qué están
hablando.

Revivir Perceptual y Seguridad Afectiva


En una situación como la que acabo de describir con frecuencia me resulta útil expresar el deseo de hablar
con la parte de la paciente que tuvo los sentimientos más intensos en la sesión anterior. Tengo la esperanza de
que la paciente podría sentirse suficientemente segura como para tomar contacto con ese estado del self, o al
menos mostrar alguna confusión cognitiva surgida a partir de mi pregunta, confusión que entonces puedo
abordar abiertamente como un enorme esfuerzo interno de diferentes partes de la paciente que estaban en
desacuerdo en relación a correr [o no] el riesgo de revivir la experiencia disociada conmigo en el aquí y ahora.
Suponiendo que en ese momento yo no estuviera demasiado inmerso en un enactment y estuviera menos
disociado que la paciente, podría empezar diciendo: “Permítase ver si puede volver a la sesión pasada y regresar
a ella como si estuviera allí ahora mismo.” Si la paciente realmente lo intenta, luego puedo preguntar: “¿Qué se
siente?”**, una pregunta en apariencia bastante sencilla, cuyo objetivo es permitir a la paciente revivir conmigo
la experiencia real, en vez de seguir yo participando en un diálogo conceptual acerca de ella con otra parte.

En su extraordinario tratado El Maestro y su Emisario: El Cerebro Dividido y la Construcción del Mundo


Occidental, Ian McGilchrist (2009) dilucida por qué la expresión “qué se siente” es tan poderosa. McGilchrist
plantea:

**
En inglés What is it like?, que también puede traducirse como “¿Cómo es eso?”. (N. de la T.)

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Si de acuerdo a las famosas palabras de Thomas Nagel (1979, pág. 166), la consciencia es lo que
existe “cuando hay algo que es como ser ese organismo”, esto identifica que la experiencia de la
consciencia no es un “qué” (whatness) sino un “cómo” (howness) –un “cómo es eso”- una forma
de ser que diferencia a las cosas vivas, y que está obligada a ser por lo menos tan característica
del hemisferio derecho (que es excluido del proceso de comprender hasta el punto de que
estamos enfocados en el asunto y sumergidos en el análisis), como del hemisferio izquierdo (el
hemisferio que enfoca y analiza). (pág. 221)

Para dejar este punto aún más claro, McGilchrist cita a Nagel (1979, pág. 170, n. 6): “(...) la forma
analógica de la expresión inglesa ‘¿qué se siente?’ es engañosa. No significa ‘a qué se parece’ (según nuestra
experiencia), sino más bien ‘cómo es para el sujeto mismo’” (pág. 495, itálicas en el original).

Sin embargo, preguntar “¿Qué se siente?” requiere que la paciente haga algo muy difícil y potencialmente
desorganizador. En el acto de reflexionar interpersonalmente sobre “qué se siente” ser ella misma en ese
momento en la relación conmigo, la seguridad de la identidad nuclear (core identity) organizada por el apego se
pone en riesgo porque su necesidad de que yo sea sensible†† a su temor al [proceso de] revivir colisiona
afectivamente con su intensa vergüenza, evocada por mí, y con mi propia vergüenza por estar causando dolor a
alguien que me importa. ¿Entonces por qué hacerlo?

De acuerdo con Kihlstrom (1987, citado en LeDoux, 1989):

Para que la experiencia subjetiva no procesada sea simbolizada en el darse cuenta consciente,
debe establecerse un vínculo entre la representación mental del evento y una representación
mental del self como el agente o el que vive la experiencia. Estas representaciones episódicas (...)
residen en la memoria de corto plazo o memoria de trabajo. (pág. 281)

Mientras más intenso sea el afecto no simbolizado, más poderosas son las fuerzas disociativas que evitan
que las islas separadas del sentido de sí mismo (selfhood) se relacionen en la memoria de trabajo. Los niveles
altos de estimulación de la amígdala interfieren con el funcionamiento del hipocampo. Cuando esto ocurre
durante el tratamiento -e inevitablemente ocurre- las huellas sensoriales de la experiencia que están guardadas
en la memoria afectiva siguen siendo imágenes aisladas y sensaciones corporales que se sienten desconectadas
del resto del self. El proceso disociativo que mantiene inconsciente el afecto es principalmente un proceso que
tiene vida propia, una vida relacional que es tanto interpersonal como intrapsíquica, y se desarrolla entre
paciente y analista en el fenómeno disociativo diádico que llamamos enactment.

De manera similar, Wilma Bucci (2002) plantea que el crecimiento personal duradero se depende de si se
establece un vínculo entre la experiencia subjetiva no procesada y una representación mental aquí y ahora del
self como el agente o el que vive la experiencia. Ella postula que la acción terapéutica ocurre en lo que llama
esquemas emocionales (tipos específicos de esquemas de memoria dominados por representaciones sensoriales
y somáticas sub-simbólicas) y presenta un argumento muy parecido al mío:

Los esquemas emocionales pueden modificarse sólo hasta el punto de que las experiencias en el
presente y los recuerdos del pasado son contenidos en la memoria de trabajo simultáneamente con
las pulsaciones de la consciencia que dependen de la activación de los componentes corporales del
esquema. (...) La activación de la dolorosa experiencia disociada en la sesión misma es fundamental
para el proceso terapéutico. (pág. 787, las itálicas son mías)

††
Del término responsiveness, que alude a sensibilidad y receptividad, aunque en un sentido más activo que en español, porque puede
connotar atención, demostración de interés y en ocasiones disposición a actuar en concordancia.

Psicología Clínica, Trauma y Psicoanálisis Relacional, U.A.H. ILAS. Primer semestre 2012.
Traducción: Psic. Soledad Sánchez D. (Borrador)

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Así, parte de la respuesta a “¿Por qué hacerlo?” es “Porque es necesario”. La otra parte de la respuesta es
que a pesar de la inestabilidad y el “caos”, paciente y analista por lo general son capaces de “perseverar”
durante un enactment y hacer avances terapéuticos en la medida que la vergüenza disociada del analista no
conduzca irreflexivamente a un período indefinidamente largo en el cual sienta la angustia de su paciente como
si fuera un deseo de que él se rinda en sus esfuerzos, más que como una expresión de la necesidad de ella de
que él reconozca su dolor y le importe. Los enactments son siempre diádicos, razón por la cual la capacidad del
analista de vivenciar su propia disociación y su propia vergüenza es tan inherente al trabajo como la experiencia
disociada de la paciente. Mientras revive la experiencia, la paciente siente temor no sólo por aquello que temía
en el pasado sino también porque ponerlo en acto en el presente con el terapeuta es en sí mismo atemorizante.
Consecuentemente, la construcción conjunta de nuevo sentido del self (self-meaning) siempre involucra una
cierta desestabilización del self, y por lo tanto es fundamental que el analista comunique que está siempre
atento a la seguridad de la paciente mientras se desarrolla el “trabajo”.

Vivir Durante el Caos


Yo planteo que el proceso de trabajar con los enactments implica una colisión de subjetividades que llamo
“vivir durante el caos” –un caos que el analista puede sentir afectivamente como tal y a lo largo del cual persiste
relacionalmente- en lugar de ver la colisión como un fracaso en el uso de la técnica adecuada o la emergencia de
una patología de la paciente no descubierta hasta el momento. En la mayoría de los casos, cuando se elige una
de estas últimas opciones, es para satisfacer la necesidad del propio analista de recuperar la estabilidad. Este
aspecto ha sido bien desarrollado por Gerald Stechler (2003), quien señala que “la posibilidad de aparición de
nuevos estados y nuevas organizaciones que emergen en períodos de desregulación y aparente desorganización
o caos se ha transformado en uno de los principios característicos de las teorías contemporáneas de los sistemas
auto-organizados” (pág. 716). En el análisis, continúa Stechler, el trabajo muchas veces consiste en una
renegociación de viejos patrones, facilitando la creación de nuevas organizaciones y nuevos estados” (pág. 718).

Si ese estado nuevo es una base más rica, más compleja y más apropiada para un desarrollo
posterior, o si es la opción menos ventajosa en el sentido de que es limitante porque responde a
una adaptación tóxica, puede depender de si el otro participante de este sistema auto-organizado
le da un sesgo en una u otra dirección (...) Es decir, si el terapeuta (...) tiene como objetivo primario
reducir su propia desestabilización y la ansiedad que la acompaña, como si fuera tóxica e
intolerable, el objetivo y la elección de la otra persona estarán sesgados en la misma dirección. Si el
terapeuta puede estar conectado con su desestabilización y con la del paciente, y puede darle un
sesgo hacia la apertura y la autenticidad emocional a su propia elección posterior de estado,
entonces el sesgo del paciente será similar. Por otro lado, si el paciente siente que en estos
momentos críticos el terapeuta se congela o aparenta algo, el trabajo de la terapia no puede
avanzar bien. (pág. 723)

Marta
Una viñeta clínica podría ayudar al lector(a) a incorporar la sabiduría de Stechler en mi concepto de “vivir
durante el caos”, de manera que ambos adquieran vida. Mi paciente, Marta, empezó el tratamiento con un
trastorno de alimentación y vigilaba en forma obsesiva su peso con dietas y ejercicio. Durante gran parte de su
juventud Marta había sido comedora compulsiva, y según ella había tenido un sobrepeso que había llegado a la
obesidad. Sin embargo, mucho antes de que yo entrara en su vida, había descubierto la práctica de hacer dieta
en forma obsesiva, y la única encarnación de “Marta” que yo podía ver parecía estar un poco por debajo del

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Traducción: Psic. Soledad Sánchez D. (Borrador)

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peso normal. No era técnicamente anoréctica porque su peso no era tan bajo, pero su preocupación por
controlar lo que ella veía como su “feo cuerpo” tenía la misma intensidad que la de una anoréctica cuyo peso
corporal indica un trastorno. Como la mayoría de los sobrevivientes de un trauma, los síntomas de Marta la
protegían de la híper-estimulación afectiva y su potencial de destruir el funcionamiento mental. El terror de
precipitarse a un “abismo” de no existencia (nonbeing) había sido desde hacía tiempo su constante compañero,
y controlar su cuerpo como un objeto sustituía la capacidad ausente de regulación emocional en una relación
humana. Ella pensaba que sentir su falta de control afectivo relacional la conduciría a la locura. Por lo tanto, una
vigilancia constante de su peso corporal reemplazaba y clausuraba la posibilidad de espontaneidad y vivacidad
en la vida.

Una bella descripción. Pero no llegamos a ella juntos, como comprensión compartida de su experiencia
interna. Era una conceptualización a la que yo había llegado y que, con independencia de su posible precisión
teórica, Marta ignoraba permanentemente por medio de lo que yo sentía cada vez más como simples
“distracciones” orientadas a desviarnos del “tema que nos ocupaba”.

Marta tenía treinta y tantos años. Desde mi punto de vista claramente había sufrido una experiencia de
despersonalización a los 8 años, pero había encontrado una manera de contenerse a sí misma mediante un
régimen de rituales compulsivos que mantenían a raya sentimientos inesperados que podían sumergirla una vez
más a la locura. Me pude hacer una idea de la historia de Marta durante los primeros dos años de tratamiento a
través de las versiones inconexas que entregaba de su pasado, y yo no dudaba en ofrecer resúmenes cuando
sentía que era adecuado. Pero Marta nunca reconocía, negaba o elaboraba acerca de la precisión de mi
descripción, ni siquiera en respuesta a mis preguntas posteriores. Por lo tanto, la cuestión de la precisión seguía
siendo un tema confuso y en segundo plano, hasta una sesión a los casi dos años del inicio de nuestro trabajo;
una sesión en que ella dejó escapar que vivía y había vivido con el miedo de que su inestable, irreflexiva y
eternamente furiosa madre la volviera loca.

Pero aun cuando implícitamente Marta había reconocido que mi descripción de ella por lo menos iba en la
“dirección correcta”, no podíamos avanzar en la investigación por el miedo de Marta a que cualquier diferencia
en nuestras versiones pudiera crear un conflicto entre nosotros que conduciría a una inundación afectiva
insoportable. Esta también fue en ese momento sólo una más de mis conjeturas. Lo que no era una conjetura
era que Marta era en gran medida incapaz de estar presente en un momento de posible conflicto con alguien de
quien ella dependía, y esto por supuesto me incluía a mí. Esencialmente, la parte de ella que sostenía la
experiencia de desacuerdo se volvió “no-yo”, y como ya mencioné, Marta mantenía esta disociación con sus
“distracciones”: conductas que desviaban la atención de nuestro “trabajo” hacia alguna otra cosa, ya sea
divertida, interesante o relevante e importante en otro contexto. Si todo esto fallaba, se desorganizaba y
simplemente se confundía.

Parecía no darse cuenta de mi creciente impaciencia con estas conductas, lo que no era sorprendente
porque rara vez se daba cuenta de alguna cosa que pudiera llevar a un potencial quiebre en el apego. En
general, ninguno de los dos expresaba rabia directamente. Incluso una leve irritación conducía a un cambio
disociativo de estado tan inmediato que su estado anterior -en la medida que pudiera haber aparecido algún
indicio de emoción negativa por un breve instante- parecía casi un producto de mi imaginación.

La rabia de su madre había sido la fuerza más aniquiladora de su desarrollo temprano, y su temor a dicha
rabia era probablemente el factor más responsable de su mínima capacidad de intersubjetividad. Como verán en
mi relato del enactment en la viñeta que presento a continuación, la observación de Fonagy y Target (1995)
acerca del impacto de la malevolencia parental es particularmente relevante en relación a esto: un cuidador que
es abiertamente hostil hacia el niño(a) minará severamente su capacidad de mentalización, porque el niño ya no
se siente seguro para pensar en lo que su objeto piensa de él(ella).

Psicología Clínica, Trauma y Psicoanálisis Relacional, U.A.H. ILAS. Primer semestre 2012.
Traducción: Psic. Soledad Sánchez D. (Borrador)

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Después de casi tres años Marta y yo habíamos desarrollado una relación que había puesto a prueba una
y otra vez cuán confiable era yo para ayudar a reparar quiebres en nuestra conexión. La palabra confianza no
tenía ningún significado cuando ella empezó el tratamiento, y todavía era vista con desdén por algunas partes
de Marta. El trabajo en ese momento giraba alrededor de si ella podía revelar las disyunciones que se iban
desarrollando entre nuestras subjetividades sin que eso la hiciera sentir que era el fin de nuestra relación y que
esta vez la caída hacia la aniquilación era inevitable. La necesidad de Marta de controlar cómo sentía yo su
creciente intensidad y la opresión que provocaba se transformó para mí (como había sucedido con la mayoría de
sus terapeutas anteriores) en la principal fuente de tensión entre nosotros.

En el enactment que voy a describir Marta me dijo algo que en términos interpersonales era tan irracional
que desde otro marco de referencia podía escucharse no sólo como confuso sino como psicótico. Lo dijo con
total seriedad, sin humor alguno y sin ningún signo de reflexión sobre sí misma. Ocurrió durante un intercambio
en el cual le estaba pidiendo más información sobre por qué había perdido su última sesión. Ya había dicho que
la había “olvidado” y la recordó cuando ya era demasiado tarde para venir. A medida que empezó a contar los
detalles del evento, su estado del self cambió y empezó a reírse mientras hablaba, como si estuviera contando
una historia muy chistosa que ella “sabía” que yo iba a encontrar igualmente divertida:

Recién había estado corriendo en Central Park e iba caminando hacia mi casa, sintiéndome
fantástico por el ejercicio que había hecho, usted sabe, y diciéndome a mí misma lo fantástico que
se sentía poder hacer esto en una tarde de miércoles, porque habitualmente no puedo. Y de
repente fue como si usted apareciera en mi mente y dije “¡Oye! Se suponía que tenía que estar en
la oficina del Dr. Bromberg... Es tan divertido. No puedo esperar para contarle”. Fue fantástico Dr.
Bromberg. No me alteré para nada, y tuve un entrenamiento fantástico. ¿Por qué no está
sonriendo?

Le contesté “Porque no lo encuentro divertido”, seguido de “¿Qué piensa que estoy sintiendo yo?” Tan
pronto como la pregunta salió de mi boca deseé poder retirarla, si bien todavía no sabía por qué. Solamente
podía sentir que era una mala pregunta para plantear en ese momento, especialmente en la forma en que lo
hice. Para empeorar las cosas, no me daba cuenta conscientemente de estar irritado con ella. Lo que sí percibía
es que mi actitud “nada de tonterías” reflejaba fundamentalmente el limitado espectro de lo que yo podía
aceptar en ese momento: mi curiosidad y mi deseo de explorar este evento con ella de manera “seria”. No me
daba cuenta de que estaba usando demasiado la “seriedad” para encubrir otra cosa. Sin embargo, había
suficiente desagrado en mi voz hacia lo que yo percibía como su esfuerzo por distraernos de nuestra “tarea”
como para activar el sistema de alarma básico de Marta.

Su estado del self cambió. No sólo había desaparecido su risa, sino que además todo lo que iba con ella
parecía haber desaparecido también. Todo su ser físico se había convertido en una niñita asustada e infeliz, y
resultaba sorprendente que ahora su ropa se viera demasiado estrecha en un cuerpo súbitamente fláccido. Sin
vacilar contestó: “¡Soy demasiado fea para responder esa pregunta!”

Como estaba acostumbrado a los fenómenos de cambio de estado, su transformación física no me


impactó, pero de todas maneras estaba asombrado por la irracionalidad de su respuesta y la seriedad con que la
formuló. Sin embargo, no fue el concepto de “trastorno del pensamiento” el que contuvo mi shock, sino la
perspectiva de la estructura de estado del self. Sentí la presencia de una parte disociada del self de Marta, una
parte sobre la que ella me había contado pero que yo nunca había visto, una parte de ella que estaba aquí
ahora, inesperadamente, tratando de ser escuchada en nuestra relación, y que al hacerlo había combinado

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verbalmente dos dominios de realidad que la convertían en una “non sequitur andante”2 que no se preocupaba
por mi expectativa de una lógica consensuada (a esto me refería antes cuando usé la expresión
“interpersonalmente irracional”).

“¿Qué quiere decir?” pregunté. Marta comenzó a retorcerse y repitió su última frase sobre ser demasiado
fea para responder. Entonces yo me había recuperado un poco del shock, y estoy seguro de que mi tono de voz
reflejaba la ternura que estaba sintiendo cuando respondí: “Creo que mi pregunta sobre qué pensaba usted que
yo estaba sintiendo la afectó bastante. ¿Es así?”

Marta contestó: “¿Puedo comer un dulce?” refiriéndose a las pastillas para la tos que guardo en mi
escritorio.

Asentí y dije: “¿Tal vez usted quiere que yo entienda lo mucho que la afectó mi pregunta, y que comer es
la forma más segura que conoce para sentirse menos alterada?”

Sonrió y contestó “Sip”. Entonces le pregunté si a la que corre en el parque ella no le gustaba. Dijo: “Sí, me
odia porque siempre estoy causándole problemas y no me habla excepto para gritarme”.

Dije que entendía y que “me gustaría tratar de ayudar a encontrar una forma de que pudieran hablar
mejor entre ellas. Si pudiera hablar con la Marta grande para saber si estaba escuchando nuestra conversación
podría ser un buen comienzo. ¿Estaría bien?”

Con una voz mucho más cercana a la de la Marta que yo conocía, pero de una manera mucho más
vinculada y mucho menos deferente, me contestó “Sí, escuché todo y no me gustó”. Le pregunté por qué no le
gustaba y Marta dijo que “la fea” era una “guagua estúpida” porque “siempre le tenía miedo a todo”. Entonces
le pregunté si la “niñita” se había asustado con mi pregunta sobre lo que yo estaría sintiendo cuando ella estaba
hablando sobre su fantástico entrenamiento. Usé el término “niñita” en lugar de “la fea” esperando que pudiera
ser un paso hacia un eventual acuerdo de paz entre las dos partes. Ya me había referido a ella como “Marta
grande” y ahora quería ver qué pasaría si yo no me alineaba con su desprecio por la otra parte. En ese momento
Marta aceptó mi reformulación sin comentarios, lo que debería haberme indicado que bajo la superficie
ocurrían otras cosas. Me respondió: “Sí, empezó a sentirse muy asustada y por eso la hice salir, para ver qué
haría usted cuando la conociera.”

“¿Y cómo lo hice?, dije.

Contestó: “Bueno, a ella usted le gustó” –la palabra ella destilaba desprecio- “pero no sé cómo me sentí
yo con eso”.

Ignorando el desprecio, corrí un riesgo que podría no haber corrido antes de saber que a “la niñita” yo le
gustaba. Pregunté: “Si usted hubiera estado menos preocupada de alterarla cuando yo hice mi pregunta, ¿cree
que la respuesta pudiera no haber sido ‘Soy muy fea para contestar’ sino ‘Me da mucho miedo contestar’?”

En su cara apreció una expresión de rabia, la rabia más intensa que había visto en ella. Pero esta vez no
parecía un cambio a un aspecto disociado del self; parecía más bien un cambio en el estado de ánimo. Marta
dijo:

No lo entiendo, y no me gusta estar confundida. Qué importa si yo era fea, gorda y extraña cuando
estaba creciendo. Suponga que yo era realmente rara; ¿qué importaría eso ahora? Yo era el objeto
2
Estoy agradecido con mi colega Susan Robertson, creadora de esta frase, por su ingenio espontáneo y por su generosidad al compartirla
conmigo. (Non sequitur es una falacia en que la conclusión no se sigue de las premisas, N. de la T.)

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de odio para todos los que me rodeaban, en todas partes; era amenazante y violento. ¿Qué
beneficio puede traer sentir todo esto de nuevo?

Bueno, ¡finalmente se había enojado conmigo! Pero yo no lo sentía como un momento de gran avance
terapéutico. Me estaba sintiendo más que levemente a la defensiva en ese momento, y también herido porque
pensaba que mi última intervención era simplemente brillante. Me sentía poco valorado. Pensaba que estaba
tomando en cuenta todas sus partes y que ella sencillamente estaba siendo malvada.

De pronto me di cuenta de que Marta me estaba mirando de manera pensativa -algo poco habitual- y
sentí que ella podía ver lo que yo estaba sintiendo. Mientras me miraba empezó a hablar:

Ni siquiera estoy segura de lo que estoy diciendo. ¿Qué tal esa confusión? No sé las respuestas, y
no quiero hablar de lo que sea que usted está queriendo plantear. Puedo oír otra voz en mi cabeza
diciéndome que no hay nada que esconder, que en realidad soy sana. Tengo miedo de esa voz.
Siento que sólo estoy llamando la atención al permitirle a usted o a cualquier otro que piense que
hay algo sano que descubrir en mí.

Marta dijo todo esto de una manera tan poco defendida, tan vinculada y genuina que pude sentir su
honestidad como una experiencia física, y me di cuenta de que ya no me sentía a la defensiva ni herido. Estaba
sintiendo algo que había estado disociando exitosamente: mi propia vergüenza, mi vergüenza por haberla
avergonzado a ella. Estaba consciente tanto de mi vergüenza como del hecho de que era visible para ella, aun
cuando todavía no le había dicho nada explícito al respecto. Cada uno de nosotros “conocía” a la otra persona
sin cuestionar cómo sabíamos lo que sabíamos, y parte de lo sabido era que los dos podíamos aceptar que
nuestra vulnerabilidad quedara expuesta. Era implícito, mutuo y poderoso, y a la vez nos acercó uno al otro sin
sacrificar nuestras respectivas individualidades.

Creo que es razonable plantear la hipótesis de que compartir nuestros estados contribuyó en forma
fundamental a que la vergüenza de Marta disminuyera lo suficiente como para que no sólo experimentara, sino
que también revelara la existencia de su “otra voz”. Además sugiero que el alcance afectivo de esta conexión
personal permitió que luego exploráramos juntos, en un lenguaje verbal creado en conjunto, para sintetizar
afecto y cognición como elementos inseparables en la continua evolución de nuestra relación profesional.

Se había creado entre nosotros un nuevo dominio de espacio compartido, y simultáneamente entre cada
una de nuestras propias diferentes partes. Los dos estábamos “despiertos” en relación a este espacio y ahora
podíamos expresar en el lenguaje los sentimientos personales que antes sólo podían ponerse en acto. El hecho
de que el procesamiento cognitivo era confuso no se interponía en nuestro camino. La confusión se sentía más
como una parte natural de donde nos encontrábamos juntos. Era parte de lo que le permitía estar conmigo, y a
mí con ella. Me permitía sentir personalmente la parte de Marta a la cual yo había sido inmune, inmune porque
había estado disociando la parte de mí mismo que más se podía relacionar afectivamente con esa parte de ella.
Le dije que yo había sido incapaz de sentir su nueva alegría por sentirse suficientemente libre como para perder
una sesión por divertirse, y que ella había querido que yo supiera de eso, pero yo me comporté como un
estirado, como si su risa no fuera más que otro esfuerzo por distraernos de la seriedad de ayudarla a
“mejorarse”. Agregué que yo no había podido reconocer de qué manera ella ya se estaba mejorando, y estaba
tratando de comunicarme lo bien que se sentía con eso y también lo mucho que le asustaba.

En ese momento parecía sentirse un poco nerviosa (al igual que yo), y dije que yo pensaba que cada uno
estaba nervioso por estar llamando la atención hacia algo de sí mismo, ya que exponer ese algo nos haría
vulnerables, y que en mi caso era mi ansiedad acerca de mostrar que me había sentido herido cuando pensé
que no me estaba tomando en serio. Eso me había impedido ser capaz de reconocer la parte de ella que me

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estaba tomando en serio con su actitud genuinamente lúdica. “Pero”, agregué, “también sabía que había hecho
algo hiriente. Me sentí mal y usted lo vio en mi cara y se contactó conmigo al contarme sobre la otra voz que
podía oír.” Sonrió nuevamente, y pude sentir que nuestra conexión se iba haciendo más profunda. Pero la razón
no era solamente su sonrisa. Esta vez, junto a la sonrisa de Marta estaba su incipiente capacidad de arriesgarse
al conflicto poniendo sus pensamientos en palabras y contrastándolos con los míos, incluyendo las diferencias
en nuestra experiencia. Los pensamientos compartidos por la otra persona, incluso los que no eran totalmente
bienvenidos, daban más y más vida a compartir espontáneamente nuestros propios pensamientos, y ya no nos
hablábamos con monólogos. Había en el aire una sensación de que “mejorarse” era algo que estaba ocurriendo
en el aquí y ahora más que una fantasía sobre el futuro.

A medida que el trabajo continuaba, otros estados del self de Marta se hicieron parte del proceso
terapéutico, incluyendo la parte de ella que estaba tratando asegurarse de que no sería tan estúpida como para
confiar en un “otro”. De hecho, había sido esta protectora “desconfiada” la que hizo que Marta “olvidara”
nuestra sesión cuando se fue a correr, de manera que cuando compartiera conmigo su nueva sensación de
libertad yo reaccionara, como era de prever, en mi propio beneficio igual que sus padres, mostrando a las partes
más inocentes y confiadas que no había esperanza de que algo pudiera cambiar algún día.

En el tipo de procesos clínicos que acabo de describir –un proceso que metafóricamente he llamado
“despertar al soñador” (véase Bromberg, 2006a)- lo que yo llamo “el soñador” es un estado del self que nos es
más familiar durante el sueño, cuando habita el espacio mental disociativo que llamamos “sueños”, pero esa es
sólo una de sus manifestaciones. El propio soñador está presente en toda la vida, y cuando se le permite, el
soñador de un paciente participará en el proceso de tratamiento y hará sentir su presencia de la manera más
beneficiosa a través de los enactments, especialmente cuando el analista se da cuenta de que su propio
“soñador” está despertando en forma sincrónica con el del paciente. En esta viñeta un “soñador” de Marta
estaba despertando. Y a medida que despertaba iba entrando en relación con mi propio soñador recíproco que
también empezó a despertar. Entonces pude sentir personalmente cuán liberador era para Marta sentirse libre
simplemente para divertirse y cuán liberador era para mí compartir esa experiencia. Hasta entonces yo había
estado disociando la parte de mí que podía conectarse placenteramente con esa parte de ella, porque al igual
que Marta yo tenía miedo de exponer mi propia capacidad de herir y ser herido si ponía en riesgo la parte de mí
mismo en la cual confiaba para que me protegiera de la exposición: el anclaje seguro de ser un analista serio, es
decir “bien regulado”.

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