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Recordemos brevemente cómo suelen presentarse hoy las preguntas del quién, el porqué
y él como.
La cuestión del quién entraña la cuestión del dónde. En otras palabras, la exigencia de
investigación y enseñanza de la historia de las ciencias, según que se presente en tal o cuál
campo ya especificado del saber, lleva a su afincamiento aquí o allá en el espacio de las
instituciones universitarias. Si la vemos como especie de un género, la historia de las
ciencias debería tener su lugar en un instituto central de las disciplinas históricas. Pero la
historia de una sociedad en su conjunto, en lo concerniente a las instituciones jurídicas, la
economía, la demografía, no exige necesariamente de la historia de los métodos y de las
teorías científicas como tales. Por otra parte, los científicos, en su carácter de tales, no
necesitan de la historia de las ciencias. Sí en ocasiones se convierten en historiadores de
las ciencias, lo hacen por razones ajenas a los requisitos intrínsecos de su investigación. En
cuanto los filósofos, pueden orientarse hacia la historia y las ciencias ya sea de manera
tradicional e indirecta, a través de la historia de la filosofía, ya sea de manera más directa,
por la epistemología. Cine filosofía mantiene con la historia de las ciencias una relación más
directa que la que mantiene la historia o la ciencia, lo hace con la condición de aceptar de
tal modo un nuevo estatus en su relación con la ciencia.
¿Cómo se hace la historia de las ciencias y cómo debería hacérsela? Esta cuestión
toca más de cerca aún la pregunta siguiente: ¿Historia de qué se hace en historia de las
ciencias? En realidad, las más de las veces, esa historia supone resuelta la cuestión, por el
solo hecho de no plantearla. Así lo hacen los externalistas y los internalistas. El
externalismo es una manera de describir la historia de la ciencia condicionando una serie de
acontecimientos por sus relaciones con intereses económicos y sociales, com exigencias y
prácticas técnicas y con ideologías religiosas o políticas. El internalismo consiste en
sostener que no hay historia de la ciencia si nos situamos en el interior mismo de la obra
científica para analizar los procedimientos mediante los cuales procura cumplir con las
normas específicas que permiten definirla como ciencia, y no como técnica o ideología.
Ambas posiciones sostiene el autor asimila el objeto de la historia de la ciencia al objeto de
una ciencia.
La historia de las ciencias es la historia de un objeto que es una historia y tiene una historia,
mientras que la ciencia es ciencia de un objeto que no es historia ni la tiene.
La ciencia de los cristales es un discurso sobre la naturaleza de los cristales. Los cristales
son un objeto dado. El objeto cristal tiene una relación con la ciencia, que lo toma como
objeto de un saber qué es preciso alcanzar, una independencia con respecto al discurso, lo
cual nos lleva a calificar lo de objeto natural. El objeto en la historia de las ciencias no tienen
nada en común con el objeto de la ciencia. El objeto científico, constituido por el discurso
metódico, es secundario, aunque no derivado, con respecto al objeto natural, inicial. La
historia de las ciencias se desarrolla sobre esos objetos secundarios, no naturales,
culturales, pero no deriva de ellos, así como estos no derivan de los primeros. El objeto del
discurso histórico, es en efecto, la historicidad del discurso científico.
La historia de la ciencia es la toma de conciencia explícita, expuesta como teoría, del hecho
de que las ciencias son discursos críticos y progresivos para la determinación de aquello
que, en la experiencia, debe tenerse por real. El objeto de la historia de la ciencia es por
tanto un objeto no dado, un objeto para el cual es esencial el inacabamiento. La historia de
la ciencia no puede ser de ninguna manera una historia natural de un objeto cultural. Con
demasiada frecuencia se la concibe como historia natural, porque identifica la ciencia con
los científicos y estos con su biografía civil y académica, o bien porque identifica la ciencia
con sus resultados y a estos con su enunciado pedagógico actual.
Para el autor uno de los efectos prácticos más importantes de la historia de las ciencias es
la eliminación de lo que se denomina: "virus del precursor". En rigor, sí existieran
precursores, la historia de la ciencia perdería todo sentido, pues la ciencia misma solo
tendría una dimensión histórica aparente.