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Guia Monitor Revision-2010 7/7/10 12:54 Página 299

TEMA 11 UNIDAD
PREVENCIÓN DE
DROGODEPENDENCIAS
Luis Alberto González Gómez
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1 INTRODUCCIÓN
2 CONCEPTOS BÁSICOS DE DROGODEPENDENCIAS
2.1 Glosario de términos
2.2 Clasificación de las sustancias
2.3 La necesidad de relativizar la importancia de las sustancias
3 EL CONCEPTO DE RIESGO
3.1 Factores de riesgo y protección
3.2 Las conductas de riesgo
4 LOS ADOLESCENTES Y LAS DROGAS
4.1 Características evolutivas de la adolescencia y las conductas de riesgo
4.2 Adolescentes, ocio y drogas
5 LA PREVENCIÓN
5.1 Algunas consideraciones generales sobre prevención
5.2 Qué es y qué no es prevención
6 EL OCIO Y EL TIEMPO LIBRE COMO ESPACIO PARA LA PREVENCIÓN
6.1 Drogas, adolescentes, jóvenes, ocio y tiempo libre
6.2 La prevención en y desde el tiempo libre
6.3 Pautas para prevenir desde y en las actividades de tiempo libre
7 EL PAPEL DE LOS MONITORES DE TIEMPO LIBRE. ALGUNAS CLAVES DE
ACTUACIÓN
8 RESUMEN
9 RECURSOS PARA LA PREVENCIÓN
9.1 Información sobre drogas
9.2 Programas de prevención
10 BIBLOGRAFÍA DE REFERENCIA
11 RECURSOS EN LA RED

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UNIDAD VII. EDUCACIÓN Manual del Monitor/a de Tiempo Libre


PARA LA SALUD

¿Cómo debemos entender el tema de las drogas?


¿Qué son los factores de riesgo y los factores de protección?
¿Qué debemos tener en cuenta para analizar la relación de los adolescentes con las drogas?
¿Qué es la prevención de drogodependencias?
¿Cómo plantear la prevención en y desde el tiempo libre?

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Manual del Monitor/a de Tiempo Libre UNIDAD VII. EDUCACIÓN


PARA LA SALUD

1. INTRODUCCIÓN
Este tema deberá ayudar al monitor de tiempo libre a entender el papel de la prevención de las
drogodependencias en el marco de la Educación para la Salud. Igualmente intentaremos aportar
contenidos técnicos y teóricos sobre la realidad de las drogas y de su consumo entre los adoles-
centes y los jóvenes, que sirvan como herramientas para la correcta comprensión del tema de las
drogas, así como de base teórica para afrontar con ciertas garantías la prevención.
A continuación nos acercaremos al ámbito del ocio y su relación con el consumo de drogas,
como uno de los componentes más importantes del modelo de diversión más comúnmente acep-
tado y asumido por los más jóvenes.
Para finalizar analizaremos el papel del tiempo libre como modelo alternativo de ocio y como
elemento de prevención, así como las estrategias y ventajas que nos ofrece este marco para inter-
venir eficazmente y el rol que va a desempeñar el monitor de tiempo libre en este proceso.

2. CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE DROGODEPENDENCIAS

2.1 Glosario de términos


Como primer paso al abordar la formación, en prevención de drogodependencias, es necesario
tener claras algunas definiciones que consideramos básicas para entender correctamente los tér-
minos que aparecerán a lo largo de este tema.
Drogas: por droga entenderemos, siguiendo la clásica definición de la OMS (Organización
Mundial de la Salud): “toda sustancia que introducida en el organismo vivo, puede modificar una
o más funciones de éste” (Kramer y Cameron, 1975) y por droga de abuso “cualquier sustancia,
tomada a través de cualquier vía de administración, que altera el estado de ánimo, el nivel de
percepción o el funcionamiento cerebral” (Schuckit, 2000). Otras definiciones insisten en lo
mismo. Por ejemplo la de la Asociación Americana de Psiquiatría, cuando se refiere a los trastor-
nos relacionados con sustancias, según el DSM-IV-TR (American Psychiatric Association, 2000),
se aplica a todas aquellas sustancias que introducidas en el organismo afectan o alteran el estado
de ánimo y la conducta, acarrean trastornos incapacitantes para el consumidor en la esfera perso-
nal, laboral, social, física y familiar, así como síntomas y estados característicos como intoxica-
ción, tolerancia, dependencia y síndrome de abstinencia.
Por tanto, y para simplificar las cosas, podemos definir las drogas como “sustancias que, intro-
ducidas en el organismo por cualquier vía de administración, actúan sobre el sistema nervioso
central y que son capaces de producir dependencia (física, psíquica o ambas), tolerancia y sín-
drome de abstinencia al retirar el consumo”.

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Dependencia: proceso por el cual, a medida que se repiten los momentos de consumo, el orga-
nismo se va adaptando a la presencia regular de la sustancia, creando la necesidad de seguir con-
sumiendo dicha sustancia.
Podemos decir que la dependencia tiene dos dimensiones:
1. Dependencia física: en ella, el organismo se ha habituado a la presencia de la sustancia, de
manera que necesita mantener un determinado nivel en sangre para funcionar con normali-
dad. Cuando este nivel desciende por debajo de cierto límite aparece el síndrome de absti-
nencia propio de cada droga. La dependencia física está muy asociada a la tolerancia.
2. Dependencia psíquica: compulsión por consumir la droga de que se trate, para experimentar
un estado afectivo agradable (placer, euforia, sociabilidad...) o librarse de un estado des-
agradable (aburrimiento, timidez, estrés...).La dependencia psíquica suele ser más costosa
de desactivar que la física, ya que requiere introducir cambios en la conducta y en las emo-
ciones del sujeto que le permitan funcionar psíquicamente (obtener satisfacción, superar el
aburrimiento, afrontar la ansiedad, establecer relaciones, etc.) sin recurrir a las drogas.
Tolerancia: proceso de adaptación derivado del consumo repetido de una sustancia, que provo-
ca la reducción del efecto de una misma dosis, y por tanto, produce la necesidad progresiva de
aumentar la cantidad consumida para obtener los mismos efectos.
Síndrome de abstinencia: conjunto de efectos que se producen en un organismo al interrumpir
el consumo de una sustancia determinada.
Algo que debemos aclarar desde un primer momento, es que consumir una droga no le convier-
te a uno automáticamente en adicto, así como por otro lado, el consumo de drogas en el que no
haya dependencia no es necesariamente inofensivo. Las situaciones derivadas del consumo de
drogas son muy diversas y, como veremos más adelante, la gravedad de las relaciones problemá-
ticas con las diversas sustancias van a depender de múltiples factores. Por tanto es necesario dis-
tinguir entre los distintos tipos de consumos y sus consecuencias, para lo cual puede servirnos de
ayuda distinguir las tres categorías básicas que existen: uso, abuso y dependencia. (“Tu guía:
Drogas: + información – riesgos”. Ministerio de Interior. 2003).
Uso: es aquella relación con las drogas en la que, tanto por su cantidad, como por su frecuen-
cia y por la propia situación física, psíquica y social del sujeto, no se producen consecuencias
negativas sobre el consumidor ni sobre su entorno. Es preciso reflexionar mucho antes de valorar
como uso una determinada forma de consumo. No basta sólo con la frecuencia, porque podrían
darse consumos esporádicos en los que el sujeto abusara rotundamente de la sustancia. Tampoco
podemos atender sólo a la cantidad, ya que podría haber consumos en apariencia no excesivos,
pero repetidos con tanta frecuencia que estarían sugiriendo alguna forma de dependencia. No es
ajeno a este proceso el estado en que se encuentre el consumidor, ya que, por ejemplo, un mismo

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consumo moderado de alcohol puede derivar en abuso si el sujeto está tomando tranquilizantes
prescritos por su médico. Es preciso también poner la vista sobre el entorno del sujeto, ya que
podría darse un consumo de drogas que no perjudicara al sujeto, pero sí a terceros (por ejemplo,
un trabajador de la construcción que fuma hachís justo antes de subir a un andamio y provoca un
accidente que afecta a sus compañeros). Por último, aclaremos que no todas las drogas permiten
una relación de este tipo. Por ejemplo, la mayoría de los fumadores son dependientes del tabaco.
Abuso: es aquella relación con las drogas en la que se producen consecuencias negativas para
el consumidor y/o para su entorno. Por ejemplo, alguien podría consumir cocaína en una sola oca-
sión, pero hacerlo en tal cantidad que desencadenara algún tipo de accidente cerebral. Puede que
una mujer sea moderada en sus consumos habituales de alcohol, pero si los mantiene durante el
embarazo estará incurriendo en abuso. Analizando las pautas de consumo, y el contexto personal
y social de cada caso podremos decidir si nos encontramos ante un uso o abuso.
Adicción: hablaríamos de adicción cuando se prioriza el uso de una sustancia psicoactiva frente
a otras conductas consideradas antes como más importantes. El consumo de drogas, que quizás
empezó como una experiencia esporádica, pasa a ser un eje de la vida del sujeto. Este dedicará la
mayor parte de su tiempo a pensar en el consumo de drogas, a buscarlas, a obtener dinero para
comprarlas, a consumirlas, a recuperarse de sus efectos, etc.

2.2 Clasificación de las sustancias


Para clasificar las drogas podemos seguir diferentes criterios, por ejemplo, por su origen
(naturales, sintéticas, semisintéticas), por su estructura química, por su acción farmacológica,
por el medio socio-cultural (legales-ilegales, institucionalizadas-no institucionalizadas, duras-
blandas, más peligrosas-menos peligrosas) o con respecto al sujeto, utilizándose en este caso
clasificaciones clínicas. Shuckit (2000) considera 8 tipos de drogas. El DSM-IV-TR (American
Psychiatric Association, 2000) considera 11 clases: alcohol, anfetaminas, cannabis, alucinógenos,
inhalantes, cocaína, opiáceos, fenciclidina (PCP) o arilciclohexilaminas de acción similar, y,
sedantes, hipnóticos o ansiolíticos. Se considera también a la nicotina, pero dentro de la catego-
ría de trastorno por consumo de nicotina sólo se considera la dependencia de la nicotina (no exis-
te el diagnóstico de abuso de la nicotina). Igualmente la cafeína. (E. Becoña, 2002).
Queda claro por tanto que la complejidad del fenómeno de las drogas, así como el importante
número de sustancias existentes y el amplio abanico de factores que hemos de tener presentes en
el proceso de análisis dificultan la presentación de una clasificación sencilla y exacta de las mis-
mas. Quizá el criterio que nos puede resultar más interesante es el de los efectos que producen en
el organismo (o en el sistema nervioso central, para ser más exactos). Sin embargo este criterio
tampoco resulta sencillo de aplicar. Los efectos de una droga no van a depender únicamente de la
sustancia en sí, sino que van a venir tamizados (a veces incluso determinados) por otros factores
como pueden ser:

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• La dosis. Determinadas sustancias producen un efecto a dosis bajas y el efecto contrario a


dosis mayores.
• La forma de administración. La rapidez o la intensidad de los efectos varía considerablemen-
te dependiendo de que la sustancia se administre fumada, esnifada, oralmente o directa-
mente al torrente sanguíneo.
• Las expectativas. Lo que uno espera conseguir condiciona poderosamente lo que consigue
realmente, sobre todo a dosis no elevadas. Este fenómeno puede llegar al punto de que la
administración de un producto inerte (placebo) puede provocar el efecto buscado por el
individuo.
• El contexto. Esta es una variable muy unida a la anterior. El lugar, la compañía o la actividad
que el consumidor realiza durante la administración condicionan poderosamente los efectos,
pudiendo ser estos incluso de signo opuesto.
• La tolerancia. En función de la posible adaptación previa del organismo a la sustancia, los efec-
tos que produce una misma dosis en dos individuos diferentes pueden variar enormemente.
• La mezcla de sustancias. Los efectos de una y otra sustancia pueden potenciarse, inhibirse o
alterarse.
Aún así, y a riesgo de simplificar en exceso, consideramos que puede resultar válida y útil una
clasificación en tres grandes grupos, atendiendo a sus propiedades farmacológicas o psicoactivas:
• Drogas depresoras: son aquellas que inhiben la actividad del Sistema Nervioso Central,
pudiendo así producir distintos grados de inactivación (relajación, somnolencia, anestesia,
coma…), provocando además en algún caso alivio del dolor por su efecto intenso sobre el
estado emocional que acompaña a la sensación dolorosa. Hay que señalar que el efecto
depresor se refiere a la activación nerviosa, y no necesariamente a la conducta: dosis bajas
de alcohol de hecho producen un efecto de activación y estimulación conductual, porque
actúan sobre el sistema nervioso desactivando los centros cerebrales inhibidores de las
emociones; dosis mayores sí provocan inactivación conductual porque el efecto depresor se
extiende a todo el cerebro.
En este grupo están, además del alcohol, los tranquilizantes (“pastillas para dormir”, por
ejemplo) , el opio y sus derivados (heroína, codeína, metadona…).
• Drogas estimulantes: provocan, en principio, el efecto opuesto a las anteriores. Incrementan
la activación del Sistema Nervioso Central. Esta activación puede manifestarse desde el
punto de vista emocional, provocando entonces mayor impulso a la actividad, disminución
de la fatiga, mejora del humor y conductas asociadas a ello, y también puede manifestarse
desde el punto de vista intelectual, provocando un estado de mayor alerta y vigilancia y
mejora del rendimiento intelectual.

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En este grupo están el tabaco, las anfetaminas, las xantinas (cafeína y teína) y la cocaína.
Obsérvese como el tabaco, a pesar de ser una droga estimulante, provoca frecuentemente un
estado de relajación dependiendo de las expectativas (por ejemplo eliminar el estado de
ansiedad que se produce en un fumador al no poder fumar), el contexto o la dosis.
• Drogas perturbadoras/alucinógenas: el efecto predominante de estas drogas es la alteración
de la percepción de la realidad. Los efectos van desde simples distorsiones a ilusiones e
incluso a alucinaciones visuales o auditivas.
En este grupo podemos incluir al cánnabis, las drogas de síntesis y el LSD. El cánnabis esta-
ría ubicado entre este grupo y el de los depresores. Las drogas de síntesis son en realidad
más difíciles de situar, porque en su composición entran las anfetaminas en proporción
variable, por lo que sus efectos suelen estar a medio camino entre la activación y la pertur-
bación, si bien con grandes diferencias según las “pastillas” que se consuman.
Utilizando como base la publicación del Plan Nacional sobre Drogas “Tu guía: Drogas:+informa-
ción–riesgos”, edición 2003 y los contenidos del portal de Internet
http://www.energycontrol.org, podemos confeccionar una relación básica con las principales
sustancias de consumo en España, sus principales características y sus riesgos. (Ver tabla de cla-
sificación en anexos CD)

2.3 La necesidad de relativizar la importancia de las sustancias


Como hemos señalado, no es posible abordar lo que algunos autores denominan como “el fenó-
meno de las drogas” fijándonos exclusivamente en las sustancias.
No podemos negar que las sustancias que hemos definido como “drogas” presentan unas pro-
piedades bioquímicas que, de por sí, son necesarias para que exista riesgo y posibilidad de
dependencia. Así, la droga en concreto que se consuma (con sus propiedades y características)
tiene la capacidad de producir unos u otros efectos sobre el Sistema Nervioso Central, y eso es
algo que no vamos a negar. Todas las drogas producen, por definición, efectos gratificantes a corto
plazo, en función de sus propiedades. Estos efectos pueden ser muy motivadores y de distintos
tipos en función de la acción de cada una en el organismo. Igualmente, existen otros elementos
que varían según la sustancia de que se trate y que van a influir en el desarrollo de los diferentes
problemas asociados a su consumo (si es que estos se producen). Entre otros podemos citar:
• Coste económico.
• Situación legal de su producción y comercialización.
• Posibilidades de acceso a la sustancia.

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• Grado de tolerancia social del consumo.


• Mayor o menor capacidad de desarrollar dependencia.
• Diferentes formas de consumo, etc.
Ahora bien, aceptando que los efectos de las drogas, son los mismos para la mayoría de los
adolescentes, sólo una parte de ellos presentan problemas asociados al consumo. Por lo tanto, el
“problema” no reside únicamente en “las drogas”. Habrá que plantearse, por lo tanto, que han de
existir otros factores relacionados con el individuo que pueden facilitar el consumo de drogas.
La investigación ha revelado la existencia de factores relacionados con la persona que realiza
el consumo y que determinan en gran medida el riesgo asociado a dicho consumo. Algunos de
estos elementos serían:
1. Aspectos como el peso, constitución física, masa muscular, ausencia o no de enfermedades,
sexo, etc, van a influir en la forma en la que se van a desarrollar la tolerancia y la dependen-
cia, en las dosis que se van a necesitar para obtener los efectos deseados y en las posibili-
dades de que aparezcan problemas de salud asociados al consumo.
2. La edad, es otro factor, tan evidente que a veces no se considera. No debemos olvidar que
muy pocas personas empiezan a fumar o prueban el alcohol por primera vez después de los
veinte años. Por otro lado, la adolescencia es un momento evolutivo de gran cambio y, de
hecho, es en esta etapa donde suele iniciarse el consumo de alcohol, tabaco u otras drogas,
fenómeno típicamente adolescente y grupal. Podemos decir, por tanto que la edad es un fac-
tor especialmente importante si tenemos en cuenta, además, que cuanto antes se inicie el
consumo de una sustancia, más probabilidades existen de desarrollar problemas asociados
a la misma, y más difícil será su abandono.
3. Madurez. Un tercer grupo de factores asociados con el individuo que debemos tener muy
presente al analizar los riesgos del consumo de drogas es lo que podemos denominar “grado
de madurez del individuo”. Elementos como la percepción de sí mismo (autoconcepto) y de
sus capacidades para afrontar situaciones, las expectativas de autoeficacia, el nivel de auto-
estima, las habilidades desarrolladas para desenvolverse en su entorno o la resistencia a las
situaciones de frustración y estrés, van a influir notablemente, tanto en la forma en la que
van a afrontar los consumos como en las consecuencias de estos.
4. Habilidades. En clara conexión con el apartado anterior, el grado de desarrollo de las habili-
dades de relación, para la resolución de conflictos, para la toma de decisiones, la asertivi-
dad o del grado de resistencia a la presión de grupo, así como el estilo de diversión y utili-
zación del tiempo de ocio, van a influir, por ejemplo, en el inicio y en la consolidación de los
consumos.

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5. Creencias sobre las drogas. El nivel de información o desinformación sobre las drogas, los
mitos y las creencias sobre ellas van a determinar, por ejemplo la percepción de riesgo de
cada individuo ante el consumo y, por tanto, va a influir en las posibilidades de consumo y
en las formas en las que éste va a producirse.
Sin embargo el análisis de cómo se producen las diferentes relaciones con las drogas no esta-
ría completo si no consideráramos el entorno en el cual se produce el consumo. El entorno social
y familiar en el que se desenvuelve el individuo, el discurso social (lo que se piensa, se cree y/o
se dice sobre las drogas) en ese entorno, el grupo de iguales en el que se socializan los adoles-
centes, el entrono físico en el que viven (vivienda, calle, barrio, ciudad…), la cultura en la que se
desarrolla la persona y el papel que en ella desempeñan las distintas sustancias, los modelos de
diversión predominantes, el medio escolar o los espacios (tanto físicos como de relación) en los
que se producen los consumos son variables que también debemos tener muy presentes para
entender las diferentes relaciones existentes con las drogas y analizar las problemáticas que pue-
dan surgir asociadas a éstas.

3. EL CONCEPTO DE RIESGO
Recordemos que vivimos en un contexto social, en una comunidad, en un espacio. No somos
ajenos a lo que nos rodea: familia, grupo de iguales, comunidades, sociedades, que generan com-
portamientos y conductas e influyen en nosotros de forma positiva o negativa.
Hablaremos más adelante de la vulnerabilidad del momento de la adolescencia, ahora nos cen-
traremos en lo que rodea al adolescente. En la situación en la que se encuentra y que favorece o
no las conductas de riesgo.

3.1 Factores de riesgo y protección


Entenderemos por factores de riesgo aquellas circunstancias o características personales o
ambientales que, combinadas entre sí, podrían resultar predisponentes o facilitadoras para el ini-
cio o mantenimiento del uso y abuso de drogas. Los factores de protección se definen como aque-
llas variables que contribuyen a modular, prevenir o reducir el uso de drogas.
En los últimos años se ha avanzado bastante en este campo y al día de hoy se puede decir que
tenemos un cuerpo de conocimiento sólido acerca de cuáles son tales determinantes o factores de
riesgo para el consumo de drogas.
Estos factores de riesgo se han dividido en dos categorías básicas (Hawkins, Catalano y Miller,
1992). La primera de ellas incluiría una amplia gama de factores sociales y culturales que tienen
que ver con las normativas legales y la aceptación social del consumo de drogas (regulación legal,
disponibilidad y accesibilidad, deprivación económica y desorganización comunitaria). El segun-

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do grupo de variables incluye aspectos relativos a los individuos y a sus ambientes interpersona-
les (la familia, la escuela y el grupo de amigos).
Otros autores, por ejemplo, Petterson, Hawkins y Catalano (1992), y Pollard, Catalano, Hawkins
y Arthur (1997) organizan los factores de riesgo en cuatro categorías: de la comunidad, familia-
res, escolares e individuales o del grupo de iguales.
Merikangas, Dierker y Fenton (1998) hablan de dos tipos de factores: factores específicos del
consumo de drogas y factores generales de un número amplio de conductas problemáticas en la
adolescencia. Estos factores no específicos incrementarían la vulnerabilidad general a problemas
de conducta en la adolescencia. Es decir, algunas de las variables que explican los problemas de
abuso de drogas están muy relacionadas con aquellas que intervienen en la génesis y manteni-
miento de los comportamientos perturbadores en general (Espada y Méndez, 2002).
Una estructuración de los factores de riesgo que nos puede resultar interesante para ayudarnos
en el desarrollo de este tema es la que propone S. Moncada (1997), siempre con la salvedad de
que existen multitud de clasificaciones e infinidad de aspectos y circunstancias susceptibles de
aumentar las probabilidades de consumo.
La clasificación que propone Moncada sería la siguiente:

Para completar la clasificación anterior y resumiendo algunos de los conceptos expuestos ante-
riormente es interesante revisar algunas de las conclusiones de Moncada (1997) sobre los facto-
res de riesgo y protección (E. Becoña, 2003):

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• Se puede afirmar que existen factores asociados al consumo de drogas, así como otros que
aparecen asociados a la abstinencia de las mismas.
• Estos factores han sido clasificados en la literatura en factores del individuo y sus relaciones
con el entorno (intrapersonales e interpersonales) y factores ambientales o del contexto.
• A mayor concentración de factores mayor será el riesgo o la protección.
• Existen diferentes factores de riesgo para las distintas drogas: por ejemplo, un alto nivel de
depresión se asocia con el uso de drogas como la heroína o el alcohol, pero no con el consu-
mo de otras como el cannabis.
• Los factores de riesgo del consumo de drogas y otros niveles de consumo tampoco son los
mismos, aunque en general lo que muestran los estudios es una agudización de los factores
de riesgo a medida que el sujeto pasa a fases más intensas o más problemáticas de consumo.
• Algunos factores de riesgo tienen una influencia constante a lo largo del desarrollo, mientras
que otros agudizan su impacto en determinadas edades, como puede ser la presión del grupo.
• No todos los factores tienen la misma validez externa.
• Los diferentes factores muestran mayor o menor correlación con el uso de drogas depen-
diendo muchas veces de los instrumentos de medida y los indicadores que se utilizan.
• Algunos factores son más remotos; son causas relativamente indirectas de la conducta, aun-
que no por ello son menos importantes, sino que su efecto está mediado por otros que son
más próximos. Estos son altamente predictivos, pero no explican las raíces del problema a
largo plazo.
• Se han encontrado factores de riesgo y protección comunes a una gran cantidad de conduc-
tas problemáticas o desadaptadas, tales como los embarazos no deseados, el fracaso esco-
lar, la violencia, la delincuencia juvenil. Algunas de estas conductas, además, predicen el
uso problemático de drogas.
Para finalizar y para entender mejor el funcionamiento de los factores de riesgo y protección es
necesario no olvidar sus principales características:
1. Concepto co-relacional. Si una característica actúa como factor de riesgo no significa nece-
sariamente que tenga que producirse un resultado.
2. Concepto condicional y probabilístico. El resultado depende de un número determinado de
variables, unas características del propio riesgo (intensidad, duración, tiempo de exposi-
ción…), otras relacionadas con la población a la que se asocia (edad, sexo, clase social…),
y otras son variables que pueden estar asociadas con el propio factor de riesgo (presencia o
ausencia de otras características, de experiencias del individuo).

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3.2 Las conductas de riesgo


Una conducta de riesgo engloba un conjunto de actividades que incrementan la probabilidad de
consecuencias negativas para la personalidad, el desarrollo adaptado o la salud biopsicosocial
(Kazdin). Son comportamientos que también tienen efectos negativos en el desarrollo posterior.
Hay que distinguirlos de los factores o condiciones de riesgo a los que se encuentran expuestos
algunos menores (abandono familiar, deprivación económica…). Existe un amplio rango de con-
diciones que incrementan la posibilidad de realizar comportamientos de riesgo.
Por otro lado, hay unos factores que tienen más peso que otros que por sí solos no contribuyen
al riesgo a menos que se encuentren otros presentes. Los factores de riesgo contienen múltiples
dimensiones que añaden, moderan o mediatizan sus influencias en el desarrollo conductual y
emocional. Este funcionamiento “en cascada” hace que las intervenciones preventivas deban
hacerse tan pronto como sea posible para evitar que aparezcan riesgos nuevos y también para pro-
mover presencia de factores protectores.
Volvamos a los factores y conductas de protección. No pueden dejarse de lado y su existencia
ofrece resistencia al riesgo y fomenta competencias adaptadas. También funcionan de manera
interactiva, al igual que los de riesgo. Puede que un factor protector reduzca el peligro en un
grupo de alto riesgo y sin embargo en otro de menor riesgo tenga menos incidencia.

4. LOS ADOLESCENTES Y LAS DROGAS


Aunque se podría argumentar que el origen del consumo de drogas se sitúa en la infancia tem-
prana, la iniciación real en el consumo comienza normalmente, para la mayoría de los individuos,
en la adolescencia temprana, y avanza a partir de aquí, según una secuencia bastante bien defi-
nida, a lo largo de la adolescencia media (Millman y Botvin, 1992). En sus primeras etapas, el con-
sumo de drogas es infrecuente, se limita a una única sustancia y a situaciones sociales determi-
nadas.
A medida que aumenta la implicación, el consumo se incrementa tanto en frecuencia como en
cantidad y progresa hacia múltiples sustancias. Conocer los factores de riesgo y de protección se
convierte en un punto de gran relevancia para la prevención de las drogodependencias.
Existen muchas definiciones de este periodo vital, pero en general, casi siempre se centran en
hacer referencia al tiempo de transición entre la infancia y la edad adulta. Hay quien, en un inten-
to de clarificar algo más, habla de adolescencia temprana (entre 11 y 13 años), media (de 14 a 16)
y tardía (de los 16 hasta rondar los 20). En cualquier caso no es tan importante concretar si es un
año más o menos, como lo que supone, para unos antes y para otros después, esta etapa.
Muchas características psicológicas de la adolescencia hacen de este periodo un momento de
especial vulnerabilidad y pueden llevar asociadas conductas de riesgo. La habilidad para afrontar-

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las con eficacia y autonomía es un aspecto importante de nuestra capacidad de adaptación, pero
que suele desarrollarse bastante tarde. Es importante conocer estas características para ser capa-
ces de adaptar tanto los programas de prevención como los de intervención y asegurarnos así un
mayor grado de eficacia.
Empezaremos por no olvidar tres aspectos básicos:
1. La adolescencia es una etapa dinámica y cambiante. Como señala Funes J. “en este proceso se
suceden etapas, acontecimientos y circunstancias, algunas de los cuales serán enriquece-
doras y estabilizadoras y otras problemáticas”.
2. Cada adolescente se ve influenciado por el medio social en el que vive. Distintos espacios y
comunidades humanas producen diferentes maneras de ser adolescente. “La adolescencia
verdadera no existe y no se puede observar más que en su medio”. (R. Zazzo).
3. La expresión de las dificultades y los conflictos de los adolescentes suelen expresarse de manera
social. Dan origen a comportamientos y conductas en el área social tales como conductas vio-
lentas, arriesgadas, transgresión de normas, mostrando estilos de vida poco integrados…

4.1 Características evolutivas de la adolescencia y las conductas de


riesgo
La construcción de la propia identidad es una de las tareas críticas de la adolescencia. Se dis-
pone de una capacidad física y cognitiva muy próximas a las de un adulto, pero no se ejerce ni el
poder ni la responsabilidad propios de dicha edad.
La nueva herramienta cognitiva que adquiere el adolescente es el pensamiento formal. Gracias
a este nuevo desarrollo el adolescente es capaz de plantear hipótesis e investigar para ver cuales
se cumplen. A través del desarrollo de esta capacidad, el adolescente es capaz de realizar análisis
exhaustivos de las combinaciones existentes, adoptar lo más probable como punto de partida para
juzgar la realidad, pensar sobre su propio pensamiento y aplicar la lógica con gran coherencia y de
forma sistemática (Inhelder, B.; Piajet, J. 1972). El pensamiento formal amplía considerablemen-
te el número de alternativas lógicas que se plantea el adolescente, aceptando como algo posible
las transgresiones de las normas establecidas y reconociendo las contradicciones de los adultos.
Esto le permitirá, entre otras cosas, descubrir las inconsistencias de algunos de los argumentos
exagerados que los adultos utilizan para abordar el tema de las drogas.
La identidad lograda sería un resultado de la búsqueda personal activa y una incorporación gra-
dual al papel de adulto, valorando distintas posibilidades para desempeñarlo, cuestionando las
experiencias conocidas, eligiendo entre ellas o construyendo otras nuevas. Esta necesidad de
establecer los propios límites, de buscar y elegir nuevas experiencias, hace que el adolescente
esté inmerso en una búsqueda de nuevas sensaciones.

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Este proceso de autonomía personal lleva al adolescente a rechazar la protección de los adul-
tos. Ya no es el niño que les reclama ante una situación de amenaza.
Cuando la búsqueda de identidad no se resuelve de forma adecuada, se pueden producir res-
puestas que generen ciertos desequilibrios que si se prolongan en exceso pueden llevar a:
La difusión de la identidad, ese sentimiento de no saber quién es uno mismo y hacia dónde va
que se acompaña de:
• Ausencia de objetivos y apatía.
• Incapacidad de ser constante y de esforzarse en una determinada dirección en un tiempo
prolongado (efecto veleta).
• Dificultad para decidir o comprometerse con las propias decisiones.
La fijación prematura de identidad, con objetivos claramente definidos consecuencia de una
presión social excesiva y/o de la propia dificultad para soportar la incertidumbre de cuestionar la
identidad propuesta por otros. Esto limita las posibilidades de desarrollo del individuo y puede
desembocar en graves incoherencias entre las decisiones adoptadas y las propias características
o motivaciones personales.
La identidad negativa, cuando resulta muy difícil la búsqueda de alternativas
constructivas/positivas y se reacciona en sentido contrario. Como características de este compor-
tamiento: fracaso escolar, baja tolerancia a la frustración y estrés, nivel poco desarrollado de
razonamiento moral, vulnerabilidad a la presión social, personalidad autoritaria, baja autoestima,
problemas de adaptación social…
Enlazando con el concepto de pensamiento formal, aquello que, como expusimos antes, nos
permite valorar las distintas posibilidades, cuestionar las experiencias o buscar otras nuevas y que
supone el paso del pensamiento lógico concreto al abstracto, debemos entender que esta nueva
herramienta cognitiva lleva consigo una cierta forma de egocentrismo, caracterizado por el cues-
tionamiento de las normas establecidas, necesidad de transgresión, (“Como si el mundo debiera
someterse a los sistemas y no los sistemas a la realidad” (Piaget)) y el reconocimiento de las
contradicciones del mundo de los adultos.
Este comportamiento egocéntrico adolescente explica también otras dificultades que surgen
en este periodo (Elkind 1967)
El auditorio imaginario. Se produce cuando, al comenzar el pensamiento formal, existen pro-
blemas para diferenciar entre el objeto del pensamiento de los demás y el objeto del propio pen-
samiento, lo que hace que se piense que los demás prestan tanta atención al aspecto y conducta
propios como uno mismo. El adolescente cree así tener ese “auditorio imaginario”. A medida que
disminuye este egocentrismo de la adolescencia temprana, este auditorio imaginario se sustitu-
ye por otro real, al reconocer las diferencias entre las preocupaciones propias y las de los demás.

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La fábula personal. Esta tendencia a pensar sobre sí mismos, buscar su diferenciación y su


coherencia, lleva a los adolescentes a esta historia personal que se cuentan a sí mismos basada en
el convencimiento de que su experiencia es algo especial y único, que nadie ha vivido anterior-
mente. Esta distorsión cognitiva, esa sensación de invulnerabilidad, les hace creer que las conse-
cuencias negativas más probables de sus conductas de riesgo no pueden sucederles a ellos, por-
que son especiales.
Es importante que este proceso se suceda de manera constructiva y positiva, en caso contrario,
la necesidad de los adolescentes de sentirse únicos, puede desembocar en conductas problemá-
ticas que les faciliten aparecer como diferentes ante sí mismos y ante los demás.
La “fábula personal” va disminuyendo a medida que se comparten pensamientos y sentimien-
tos con el grupo de iguales y se descubre que existen importantes coincidencias. Es un elemento
de referencia fundamental, el refugio del mundo adulto y un lugar desde el que explorar y expe-
rimentar. No es de extrañar que el adolescente adquiera una cierta dependencia de sus amigos.
Esta necesidad de conformidad intragrupal hace que al adolescente le sea difícil resistir la presión
del grupo. De ahí la gran importancia de un grupo de iguales que influya positivamente por una
parte, y por otra la adquisición de recursos y habilidades personales que permitan reducir esa
vulnerabilidad a la presión grupal, cuando sea necesario.
A medida que la sociedad se hace más compleja, exige habilidades cada vez más sofisticadas
para lograr ser adulto, lo que alarga la adolescencia y retrasa la incorporación de responsabilida-
des. La progresiva aceleración con que se producen los cambios sociales, aumenta la necesidad de
que exista una etapa de “aplazamiento”, en la que los adolescentes puedan construir activamen-
te y con autonomía su propio proyecto vital, puesto que el contexto en el que se desarrolló la
generación anterior ha cambiado y cabe prever que experimente en los próximos años nuevos
cambios.

4.2 Adolescentes, ocio y drogas


Diferentes investigaciones realizadas en nuestro país señalan que un elevado porcentaje de los
adolescentes y jóvenes ha tenido contacto con las drogas (principalmente alcohol, tabaco y can-
nabis). Si bien, el patrón de uso dominante de las drogas entre este colectivo se corresponde
mayoritariamente con consumos ocasionales, asociados a contextos lúdicos, concentrados en el
fin de semana, realizados en grupo y en espacios públicos, no es menos cierto que cada vez con
mayor intensidad aparecen numerosos problemas personales, familiares y sociales vinculados a
este tipo de prácticas.
La asociación entre drogas y diversión, que progresivamente ha ido calando entre amplios sec-
tores juveniles, ha provocado que el uso de ciertas drogas (alcohol fundamentalmente) haya aca-
bado convirtiéndose en un referente obligado de la cultura juvenil, en un componente esencial de

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su ocio. El consumo de alcohol y otras drogas se configura como una actividad fundamental en el
ocio de nuestros jóvenes, en particular durante los fines de semana. De este modo el uso de dro-
gas “recreativas” ha pasado a convertirse en un elemento clave de la diversión, junto con la músi-
ca, el baile y la compañía de otros jóvenes.
La generalización de estas prácticas, junto a algunas de las características del patrón de uso de
drogas dominante entre los jóvenes (consumos asociados a contextos lúdicos, compatibilización
del uso de drogas con las actividades académicas y/o laborales, etc.), han contribuido a que estas
sean percibidas desde una posición de “normalidad”, no sólo por los propios jóvenes que las con-
sumen, sino también por una gran parte de la sociedad española. De este modo, el consumo de
drogas en entornos recreativos se está convirtiendo en un hecho cotidiano, socialmente acepta-
do, y considerado como una actividad más de ocio

5. LA PREVENCIÓN

5.1 Algunas consideraciones generales sobre prevención


En el campo de la prevención de las drogodependencias hasta hace unos años se hacía la dife-
renciación de la prevención en tres tipos, a partir de la propuesta hecha por Caplan (1980). Este
diferenciaba la prevención primaria, la secundaria y la terciaria. Esta diferenciación equivalía, de
modo muy sintético a prevenir, curar y rehabilitar.
En la prevención primaria intervenimos antes de que surja la enfermedad y tiene como misión
impedir la aparición de la misma. Es el tipo de prevención más deseable.
En la prevención secundaria el objetivo es localizar y tratar lo antes posible las enfermedades
cuya génesis no ha podido ser impedida por las medidas de prevención primaria; esto es, parar el
progreso de la enfermedad que se encuentra en los primeros estadios.
Finalmente, la prevención terciaria, se lleva a cabo algún tiempo después de que la enferme-
dad se haya declarado y su objetivo es evitar complicaciones y recaídas. Se centra en los procedi-
mientos de tratamiento y rehabilitación para la enfermedad que tiene ya claros síntomas clínicos.
En una terminología más actual los tres tipos de prevención anteriores son en parte equivalentes
a lo que se conoce por prevención (prevención primaria), tratamiento (prevención secundaria) y
rehabilitación (prevención terciaria). En el caso de las drogas, la prevención primaria se orienta a
tomar medidas para que las personas no consuman drogas, evitando los factores de riesgo y des-
arrollando los factores de protección; la secundaria se orienta a que si surge un problema con las
drogas se pueda frenar su avance y evitar que se convierta en un problema mayor; y, la terciaria
se centra en el tratamiento y rehabilitación de la dependencia de las drogas.
En los últimos años una nueva terminología se ha ido imponiendo. Es la que diferencia la pre-
vención en tres tipos (Gordon, 1987): la universal, la selectiva y la indicada. La prevención univer-

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sal se dirige a todos los adolescentes, beneficiándolos a todos por igual. Son perspectivas
amplias, menos intensas y menos costosas que otras que se orientan a conseguir cambios de com-
portamientos duraderos. Se incluirían en estos programas la mayoría de los programas preventi-
vos escolares, como los que tratan de fomentar habilidades y clarificar valores, habilidades para
la vida, etc. La prevención selectiva es aquella que se dirige a un subgrupo de adolescentes que
tienen un riesgo de ser consumidores mayor que el promedio de los adolescentes. Se dirige a gru-
pos de riesgo.
Finalmente, la prevención indicada es más intensiva y más costosa. Se dirige a un subgrupo
concreto de la comunidad que son consumidores o que ya tienen problemas de comportamiento,
dirigiéndose los mismos tanto a los que son consumidores como a los que son experimentadores,
por tanto, a individuos de alto riesgo (Eggert, 1996).

5.2 Qué es y qué no es prevención


Con el ánimo de ayudar a entender con mayor claridad de qué hablamos cuando decimos pre-
vención creemos interesante aportar algunas ideas que no debemos olvidar:
Prevenir es algo más que impedir que algo ocurra. En sentido estricto, prevenir significa “evitar
o impedir que ocurra algo”. Sin embargo esta descripción presenta al menos dos limitaciones: en
primer lugar, es un concepto negativo. No se trata de construir algo, sino más bien de impedir que
aparezca un fenómeno no deseado. De algún modo, supone que la situación general previa es
satisfactoria y pretendemos que siga como antes. En segundo lugar es un concepto específico, es
decir, buscaría impedir que suceda un fenómeno concreto, con la limitación que esto conlleva a la
hora de rentabilizar las actuaciones preventivas.
Estas dos características forman parte de la definición misma de la prevención, y son pertinen-
tes porque responden a dos exigencias: la de evitar o reducir problemas de salud y conductas de
riesgo que son muy concretas y, por otro lado, la exigencia de evaluar la eficacia de las medidas
adoptadas, para lo cual los objetivos deben ser concretos y medibles.
Sin embargo, las herramientas utilizadas para conseguir los objetivos de la prevención tienen
un alcance mucho más amplio. La prevención del abuso de drogas se enmarca dentro de una estra-
tegia global de Educación para la Salud, concepto éste sí genérico y deseable, y que podemos
definir como “un proceso planificado y sistemático de comunicación y de enseñanza-aprendizaje
orientado a hacer fácil la adquisición, elección y mantenimiento de las prácticas saludables y
hacer difíciles las prácticas de riesgo” (Costa, M; López, E; 1996).
Prevenir no es sólo informar: resulta una ingenuidad pensar que el comportamiento o la actitud
de las personas hacia un objeto es el resultado directo de sus conocimientos sobre ese objeto.
Conocer los efectos que produce una droga no es suficiente, ni mucho menos, para prevenir su
consumo. Más aún: la información aislada, parcial y descontextualizada, de la que tanto se ha

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abusado y se abusa todavía, puede producir el efecto contrario, en la medida en que:


• Puede ser percibida como parcial, ajena a la experiencia directa de los destinatarios de la
información, y por lo tanto interesada y poco creíble.
• Puede despertar la curiosidad por sus efectos inmediatos, mientras que los efectos negati-
vos, por ser demorados y no seguros, son percibidos como lejanos e improbables.
• Confiere al consumo un valor de trasgresión que aumenta su atractivo.
Los programas de prevención suelen incluir, entre sus componentes módulos dirigidos a pro-
porcionar información sobre las sustancias. Pero para que esta información adquiera un valor pre-
ventivo:
a. Requiere la participación activa de sus destinatarios en su elaboración y discusión.
b. Debe evitar ser percibida como parcial y distorsionada.
c. Debe ser adaptada al momento evolutivo de los destinatarios; los programas de prevención
dirigidos a edades inferiores a los 12 años deben de hecho eludir este tipo de información.
d. Debe situarse en el contexto de un programa más amplio de prevención.
Prevenir no es aplicar una serie de “sesiones de prevención”: frente al llamado “discurso de la
inconcreción”, tan frecuente en años anteriores, y que puede expresarse con la idea de que
“todo” es preventivo (un partido de fútbol, una exposición de arte, un curso de bailes de salón),
surge la exigencia de programar la actividad preventiva sobre una base científica, contando con
objetivos y actividades específicas “de prevención”.
Ahora bien, la prevención como tal no se reduce a la aplicación de determinadas actividades
aisladas. Los comportamientos y las ideas de los individuos se gestan más bien en la interacción
continua y compleja entre el individuo y el entorno; el programa, por lo tanto, no puede consistir
en la mera aplicación descontextualizada de un conjunto de procedimientos con la esperanza de
que produzcan unos resultados. Un programa de prevención debe estar enmarcado en un contex-
to preventivo; una actividad que tenga como objetivo el desarrollo del pensamiento crítico, la
autonomía o la participación sólo tiene sentido en un contexto favorecedor de estas destrezas.
El programa es, pues, una herramienta. Debe ser contextualizado y adaptado. No sustituye (al
contrario, exige) el papel activo y continuo, “fuera de programa”, del monitor, ni por supuesto
elimina la necesidad de conocer la teoría del comportamiento y de la prevención. No “quita tra-
bajo”, tan sólo lo orienta y lo facilita. Su puesta en marcha no debe consistir en una aplicación
cuasi-quirúrgica, limitada en el tiempo y claramente definida en los contenidos. La prevención
debe ser, pues, una actividad continúa, que está presente en toda la interacción con el adolescen-
te, y que exige a menudo revisar concienzudamente los propios comportamientos y las bases
sobre las que se asienta la relación cotidiana con el adolescente.

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Prevenir no es alejarse de todo contacto con las drogas. Como ya hemos planteado con anterio-
ridad, no debemos entender la prevención como el intento de evitar todo contacto de los adoles-
centes con las drogas, ya que no es cierto que el “problema de las drogas” resida en “la droga”,
es decir, la propia sustancia. Estos planteamientos lo único que persiguen es reducir la oferta de
las sustancias, pero resulta ingenuo pensar que con ello se va a eliminar la posibilidad de acceder
a ellas.
Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos legislativos y policiales para reducir su oferta, las dro-
gas, las ilegales y desde luego las legales, han estado presentes y seguirán estándolo, probable-
mente en mayor cantidad y variedad. En algunos casos será posible evitar todo contacto (al menos
con alguna de ellas); en otros, el objetivo se centrará en retrasar la edad de experimentación con
las mismas; otras veces tenderemos al desarrollo de estrategias de reducción de daños y riesgos
derivados del consumo. Pero en cualquier caso, consideramos que el mejor planteamiento pre-
ventivo es trabajar para que “no consuman porque no quieren o no lo necesitan, no porque no
puedan, porque en realidad todos sabemos que, más tarde o más temprano, tendrán la oportuni-
dad de consumir”.

6. EL OCIO Y EL TIEMPO LIBRE COMO ESPACIO PARA LA


PREVENCIÓN.
Como vemos, el ocio se ha convertido en el espacio temporal preferente en el cual los adoles-
centes y jóvenes consumen drogas. Las motivaciones que subyacen bajo esta modalidad de ocio
social son múltiples y se relacionan fundamentalmente con la satisfacción de diversas necesida-
des que presentan los adolescentes y jóvenes, como son las de relacionarse con sus iguales, el
establecimiento de su propia identidad personal y grupal (la vinculación con el grupo), la esceni-
ficación del “alejamiento” de los padres y su protección, la trasgresión social de las normas de los
adultos o el establecimiento de relaciones afectivas y sexuales.
De la misma manera que el ocio es el espacio central donde se registran los consumos de dro-
gas, también puede convertirse en un escenario privilegiado desde el cual prevenir los mismos. El
ocio social, compartido con otros jóvenes y dedicado a sus actividades favoritas, es un espacio
prioritario de socialización informal para adolescentes y jóvenes. En su contexto se consolidan
ideas, valores, formas de relacionarse, hábitos, etc., cuyo contenido variará de un grupo a otro.
Que esos procesos de socialización permitan fortalecer determinados valores y capacidades que
hagan posible a los jóvenes que participan de los mismos mantener conductas y estilos de vida
saludables, o que por el contrario faciliten o potencien el consumo de drogas, dependerá en gran
medida de la capacidad que tanto los profesionales, mediadores sociales y monitores y coordina-
dores que trabajan en el campo del tiempo libre, como las instituciones socializadoras formales
(la familia o la escuela), tengan para orientar o influir en ese proceso educativo.

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6.1 Drogas, adolescentes, jóvenes, ocio y tiempo libre


Son numerosas las investigaciones que confirman la asimilación que numerosos jóvenes reali-
zan entre ocio (diversión) y uso de drogas. Los datos de diferentes estudios y encuestas mues-
tran una clara asociación entre consumo de alcohol y otras sustancias, y salidas nocturnas duran-
te el fin de semana. Por su parte un reciente estudio (Calafat, A. et al, 2000) pone de relieve los
elevados niveles de consumo de drogas con fines recreativos, siendo el alcohol la droga favorita.
Al alcohol le siguen el tabaco, el cánnabis, y a mayor distancia, la cocaína y el éxtasis.
Otro aspecto importante en relación con los consumos de drogas lo constituye el hecho de que
cada vez participan de estas prácticas personas más jóvenes. Los resultados de diferentes encues-
tas ponen de manifiesto la existencia de dos fenómenos preocupantes, como son la progresiva
reducción de las edades de inicio en el consumo y la generalización del contacto con las mismas.
Aunque el riesgo percibido y el rechazo social que se derivan del consumo de drogas recreativas
son relativamente bajos, lo cierto es que tras una visión estereotipada de las drogas, asociada a la
fiesta y la diversión, cada vez con más intensidad emergen múltiples problemas personales y
sociales vinculados al uso de estas sustancias por parte de los jóvenes, tales como riñas, peleas o
agresiones físicas, accidentes que han requerido atención médica, reducción del rendimiento
escolar y/o laboral, conflictos familiares, episodios de violencia juvenil, embarazos no deseados
y otros fenómenos de mayor impacto social, como accidentes de tráfico asociados al consumo de
alcohol y el aumento de episodios de abuso y/o dependencia de las drogas entre los sectores
juveniles.
Una parte importante de las actividades que llevan a cabo los jóvenes en el tiempo de ocio, en
particular durante el fin de semana, se realiza y comparte con el grupo de iguales y está directa-
mente relacionada con el sentido de pertenencia e integración grupal. Cuando se analizan las acti-
vidades que realizan los jóvenes españoles en su tiempo de ocio se comprueba la existencia de
dos modalidades básicas:
1. Un ocio centrado en los medios de comunicación (televisión, radio, música) y la informáti-
ca, que tiene como características esenciales que se desarrolla de forma individual, en espa-
cios privados y familiares y con mayor intensidad los días laborables. Esta modalidad de ocio
se relaciona con la formación, el descanso y la vida familiar.
2. Un ocio de carácter colectivo o social, que se caracteriza por desarrollarse el grupo de igua-
les, en espacios públicos y en el período del fin de semana.
Esta segunda modalidad de ocio (de carácter social) es sin duda la que reviste una mayor
importancia desde el punto de vista de la prevención de las drogodependencias por diversas razo-
nes, entre las que podríamos destacar:
• Es en su contexto en el que se concentran los consumos de drogas.

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• Es el tiempo de ocio por antonomasia, el que verdaderamente se asocia a las actividades


gratificantes, fundamentalmente porque se desarrolla con el grupo de amigos y porque apa-
rece desvinculado de otras actividades de la vida cotidiana de carácter obligatorio (estudio,
trabajo, etc.).
• Se realiza en unos espacios específicos, en lugares públicos donde sólo están presentes
otros jóvenes (para los jóvenes resulta importante disociar su mundo y el de los adultos). La
diversión se asocia a determinados espacios físicos relacionados con la identidad de cada
grupo juvenil.
• Lejos de la mirada de los adultos se llevan a cabo actividades que se asocian de un modo más
específico con los jóvenes y la cultura juvenil (hablar, ligar, bailar, etc.). Los fines de sema-
na los jóvenes se liberan del control familiar e institucional (del trabajo, del centro acadé-
mico) y modifican sus comportamientos y estética para adaptarlos a los del grupo.
• Actúa fortaleciendo y reforzando los procesos de pertenencia (vinculación) y aceptación en
el grupo de iguales.
Estamos pues ante un modelo de diversión y de uso del tiempo libre mayoritario y aceptado
socialmente (no sólo por los jóvenes, sino en muchas ocasiones incluso por los adultos) asociado
al fin de semana, a grandes espacios de encuentro entre iguales, música, baile y, como no, con-
sumo de diferentes sustancias.

6.2 La prevención en y desde el tiempo libre


No se trata, como es obvio, de mantener a adolescentes y jóvenes ocupados, como si una hipe-
ractividad frenética fuera a ahuyentar el riesgo de que se interesaran por las drogas. Antes bien,
se trata de estimular la diversidad de modos de disfrute del tiempo libre, y la utilización de los
propios espacios de ocio para impulsar entrenamientos en competencias preventivas: informa-
ción, actitudes, valores, habilidades sociales, etc. Una intervención que, sirviéndose de la meto-
dología de la prevención entre iguales, utilice espacios educativos no formales para impulsar
aprendizajes potencialmente preventivos (entre ellos el desarrollo de aficiones, de actitudes crí-
ticas hacia la rutina y la pasividad, de protagonismo en la propia construcción del ocio, etc.).
De hecho, son cada vez más las actuaciones en marcha que establecen el espacio genérico del
“tiempo libre” como terreno o estrategia de prevención. También en este terreno específico, las
diversas actuaciones posibles han de proponerse con un criterio globalizador. No se trata de
seleccionar unas en detrimento de otras, sino de una apuesta integrada desde el tiempo libre por
la prevención de las drogodependencias, enmarcada así mismo en una actuación preventiva glo-
bal en los diversos escenarios sociales.

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Intentaremos exponer a continuación alguna de estas iniciativas, sin otra intención que hacer
una breve presentación de las posibilidades de actuación en este terreno, centrándonos en aque-
llas que, por considerarlas potenciales espacios de trabajo de los profesionales del tiempo libre,
pueden ser interesantes en este bloque formativo:
a. Actuaciones preventivas de proximidad en los espacios de ocio nocturno.
Si bien es evidente que no todos los jóvenes que podemos encontrar en los contextos de ocio
nocturno desarrollan consumos problemáticos de drogas, también es cierto que la mayoría de los
que podemos encontrar en estos momentos de diversión utilizan diferentes sustancias (principal-
mente alcohol) como elemento importante de sus momentos de diversión. Ahora bien, no debe-
mos olvidar que se trata de escenarios muy particulares, y que requieren, por tanto, tener muy en
cuenta los elementos propios de su dinámica y elaborar estrategias de intervención específicas.
Algunas de las actuaciones que se pueden desarrollar desde este planteamiento son:
• Divulgación de información sobre reducción de riesgos utilizando diferentes soportes
(folletos, cartelería, etc….). Sin embargo, en este punto hay algo que no debemos olvidar y
que ya hemos tratado anteriormente: La transmisión de información adquiere sentido úni-
camente en el marco de una actuación más integral.
• Búsqueda de estrategias de comunicación, que permitan establecer relaciones más cercanas
desde las que poder convertirse en recursos (del tipo que sean) en esos espacios de diversión.
• La intervención en medio abierto nos permitirá hacer llegar propuestas preventivas y de
reducción del daño (formas de consumo de menor riesgo) desde una relación más cercana
con los adolescentes y jóvenes. Ésta, aún siendo la opción más costosa en tiempo y recur-
sos, es probablemente la que mayor eficacia tendrá a medio plazo, siempre que se eviten
tentaciones moralizadoras que no lograrían otra cosa que el rechazo de las personas a las que
se pretende llegar.
En este tipo de actuaciones, probablemente sea una combinación de todas ellas (y otras
muchas) lo que proporcione los mejores resultados.
b. Uso del tiempo libre como estrategia preventiva
El tiempo libre en sí mismo no es sólo un espacio real en el que cabe desarrollar actuaciones
con vocación preventiva. El disfrute del tiempo libre es, en sí mismo, una vivencia con potencia-
lidad para inhibir el recurso sistemático a las drogas. Podemos desarrollar este planteamiento al
menos en dos sentidos:
• Fórmulas de tiempo libre que no incluyan la noche
Prevenir el abuso de drogas pasa, entre otros muchos elementos, por impulsar formas diversas
de ocio. En el reconocimiento e impulso de esta diversificación del ocio que no pasa necesaria-

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mente por la noche, adquiere un papel prioritario el fomento, por ejemplo, del asociacionismo
juvenil u otras formas de organización juvenil, desde donde sea posible proponer y gestionar otras
formas de ocio atractivas y de calidad que no se desarrollen necesariamente durante las noches
del fin de semana.
• Alternativas de ocio nocturno
Desde que hace casi 10 años se pusiera en marcha en Gijón la primera iniciativa de este tipo a
gran escala, han ido naciendo iniciativas semejantes en los más diversos municipios de toda
España. Este modelo, que por otra parte se encuentra en pleno desarrollo, consistiría, básicamen-
te, en la propuesta de escenarios alternativos en los mismos momentos en los que se desarrollan
las conductas que se pretenden prevenir, principalmente durante las noches del fin de semana.
c. La educación para el tiempo libre como momento para la prevención
• En contextos educativos formales
Consistiría, básicamente, en abordar el tiempo libre y la diversión como elementos de refle-
xión, invirtiendo para ello tiempo educativo en los centros escolares. Igualmente incluiría la uti-
lización de estos espacios para presentar información sobre propuestas alternativas de ocio.
• En contextos educativos no formales
Si bien los monitores y coordinadores de tiempo libre van teniendo cada vez más espacio de
actuación en los contextos anteriores, es en éste donde, sin duda, desarrollan la mayor parte de
su trabajo.
El tiempo libre es, cada vez más, un tiempo educativo especial, sin imposiciones, en el que
niños, niñas y adolescentes reciben educación en valores, más allá del mero entretenimiento, y
en el que experimentan otras maneras de vivir el tiempo de ocio.
Esta experiencia educativa resulta interesante desde el punto de vista de la prevención, al
menos desde dos perspectivas: primero porque se trata de un tiempo educativo flexible, en el que
es posible integrar, de manera natural, actuaciones preventivas. Es posible poner en marcha infi-
nidad de propuestas de carácter preventivo desde y en un espacio (tanto físico como de relación)
privilegiado para llegar a los niños, niñas y adolescentes. Y segundo porque, por sí mismo, ofre-
ce a los menores alternativas de ocio saludable, positivo y cada vez de mayor calidad.

6.3 Pautas para prevenir desde y en las actividades de tiempo libre


Para que el trabajo preventivo con adolescentes y jóvenes tenga mayores posibilidades de ser
efectivo, hemos de tener presentes una serie de conceptos y actitudes entre las que pocemos citar
las siguientes:

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• La Intervención debe ser flexible y dinámica


Hay que evitar los planteamientos y actitudes rígidas. Los adolescentes son personas en pleno
y acelerado proceso de transformación, por lo que las respuestas deben tener un carácter de pro-
visionalidad, observando atentamente el efecto que tienen sobre la construcción de la identidad.
Esto implica el esfuerzo de estar en permanente actualización y descubriendo lo que se puede
hacer en cada momento y cómo hacerlo, tal y como lo exigen los cambios constantes inherentes a
la adolescencia.
• Establecer límites
Sin que este aspecto choque necesariamente con el anterior, es necesario ayudar a los adoles-
centes a establecer sus propios límites, reduciendo en lo posible los riesgos, pero cuidando la
necesidad de dejar espacios de desarrollo y aprendizaje para que los adolescentes consoliden por
sí mismos las diferentes etapas de su desarrollo.
• La distancia educativa
Si bien es necesario que nos planteemos el acercamiento a los menores como una estrategia
imprescindible para casi cualquier intervención preventiva con ellos, es necesario no perder una
cierta “distancia educativa”, para que la labor educativa/preventiva tenga sentido. Por mucho que
lleguemos a empatizar con los adolescentes y a ganarnos su confianza y respeto, nunca debemos
permitirnos renunciar a nuestro rol de educador/monitor para convertirnos en un “colega” más.
• En clave adolescente
Es importante no olvidar que se trata de adolescentes y por lo tanto todo lo que hacen debe
interpretarse en este sentido. Cabe esperar en su comportamiento, dificultades e inquietudes
propias de su momento evolutivo. Se trata de observar y escuchar a personas que se rigen por
lógicas diferentes a las de los adultos. Un buen abordaje de cualquier cuestión (incluidas las dro-
gas) durante la adolescencia debe tener siempre presente esta cuestión y tener muy en cuenta
sus características evolutivas a la hora de establecer objetivos y criterios metodológicos, ya que
sería un error exigirles un nivel de maduración y comportamiento propio de un adulto.
• Principio de no etiquetamiento
La intervención educativa dirigida al desarrollo del menor como persona, debe evitar etique-
tarle y patologizarle como drogodependiente, extraviado, conflictivo… Estigmatizar a una perso-
na con algún calificativo, a menudo favorece el desarrollo de pautas de comportamiento tal y como
se espera de ella, por último, el etiquetamiento algunas veces no tiene como objetivo recuperar
al menor, sino simplemente evitar su comportamiento desfavorable.
• Saber esperar
La condición evolutiva del adolescente nos ha de llevar a saber esperar. Hay conductas de los
menores que son pura provocación y muchas veces sus transgresiones son de “condición” y con

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su natural evolución probablemente desaparecerán si hemos tenido la paciencia para no reaccio-


nar inadecuadamente y dejar que “el factor tiempo” resuelva algunos problemas y nos facilite
ciertas actuaciones. Igualmente no debemos tener prisa en llegar a conclusiones ni en iniciar las
intervenciones, y debemos perder el miedo a dedicar el tiempo necesario al desarrollo de accio-
nes previas como el acercamiento y conocimiento de los menores con los que vamos a trabajar
(Funes 1998).
• Enfoque desde la globalidad
Este principio sugiere no intervenir de manera focalizada sobre un conflicto concreto, sobre
todo para evitar la problematización del menor. El consumo de drogas no es un “compartimiento
estanco” dentro de la vida de un adolescente, sino que guarda una relación directa con su estilo
de vida y con su adaptación en cada una de las áreas por donde transcurre su vida cotidiana. Los
comportamientos conflictivos y sus consecuencias, como ya hemos visto, responden a un proce-
so de búsqueda de identidad en el que todo está interrelacionado.
Con carácter general el consumo de drogas no debe ser el foco principal de la intervención, sino
que en la mayoría de los casos los problemas por consumo hay que abordarlos indirectamente, en
una segunda fase, dentro de un paquete más amplio.
• Primacía de la intervención educativa
La perspectiva en las intervenciones será de índole educativa, teniendo en cuenta el desarro-
llo evolutivo del menor. Puesto que se trata de una etapa en proceso de interiorización de valo-
res, de actitudes y de aprendizaje de hábitos de comportamiento, es fundamental estimular su
proceso madurativo, conectar oportunidades y recursos que puedan paliar las carencias que tenga
y modificar los aspectos negativos de su conducta y de su personalidad. Es fundamental asegu-
rarse que se está contribuyendo a su proceso de crecimiento personal y que por tanto, todas las
medidas adoptadas tienen un carácter prioritariamente educativo en sentido amplio.
Toda intervención educativa ha de ajustarse a tres aspectos primordiales, que son los objetivos
de la misma intervención:
1. Fomentar aprendizajes.
2. Ofrecer refuerzos y recursos para poder conseguir los aprendizajes.
3. Ir obteniendo avances paulatinos para el cambio.
• Acompañamiento del adolescente
Se trata básicamente de acompañar al adolescente en su proceso de crecimiento y maduración
y de reorientar su itinerario si es necesario. En este punto es importante señalar que el acompa-
ñamiento tradicional del adolescente durante su proceso de socialización lo realizaban básica-
mente dos tipos de adultos: los padres y los profesores. Una de las dificultades más relevantes

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durante la adolescencia, es que estos dos referentes han sido sustituidos por dos ámbitos nuevos,
con un mayor peso específico: el grupo de iguales y los medios de comunicación, principalmen-
te. Partiendo de aquí hemos de crear un modelo nuevo de “adulto de referencia”, intentando no
reproducir los roles de los padres o profesores (recuérdese que los adolescentes van a rechazar,
por principio, esa ayuda planteada desde un modelo tradicional).
• La utilización del medio inmediato como recurso
El medio natural del menor no es un elemento pasivo, por el contrario, es el componente fun-
damental de la intervención educativa. En este sentido creemos importante apuntar dos criterios
a tener en cuenta:
a) Utilización de los recursos humanos y materiales que estén disponibles.
b) Implicación de todos sus componentes en la actuación.
Con todo lo planteado hasta ahora, resulta evidente la necesidad de plantearse, por ejemplo, el
papel que está jugando el grupo de iguales en el problema que pretendemos abordar, así como las
posibilidades que nos ofrece este elemento de referencia para aprovecharlo como recurso.
• Efecto preventivo en red
Uno de los principales errores que cometemos al afrontar actuaciones preventivas es intentar,
valga la expresión, “salvar el mundo nosotros solos”. La labor educativa debe partir de la premisa
de completar las actuaciones de los diversos agentes que interaccionan con el adolescente: fami-
lia, escuela, otros profesionales, etc. Es imprescindible complementar acciones conjuntas y coor-
dinadas en el medio familiar, en la red social de amigos no consumidores, en el medio educativo,
con compañeros, profesores y tutores, en su barrio o municipio, y esto nos obliga a la actuación
coordinada con otras entidades y recursos que, directa o indirectamente, tienen alguna compe-
tencia con relación al menor, lo cual, por otra parte, resulta esencial para:
• Establecer indicadores para la detección de los menores en situación de especial riesgo.
• Fijar estrategias de captación de los menores.
• Establecer criterios para la derivación a los distintos recursos.
• Utilizar adecuadamente todos los recursos disponibles con objeto de dar una respuesta efi-
caz e integral a los menores.
• Actualizar permanente los programas, actividades y servicios de cada recurso, evitando el
solapamiento de actividades.
• Necesidad de trabajo interdisciplinar
La prevención de drogodependencias, al igual que prácticamente todas las intervenciones de
carácter social, va a resultar más efectiva si su planteamiento, planificación, desarrollo y evalua-

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ción se realiza en el seno de equipos ínter y multidisciplinares, con una estructura de relaciones
y con una capacidad de organización y autodeterminación para alcanzar objetivos comunes de
todos sus miembros.
La complejidad de la situación a abordar nos obliga a una estrecha colaboración entre distintas
disciplinas, lo que favorece la obtención de un mejor conocimiento y una mayor comprensión de
la realidad del menor, de su proceso evolutivo y socializador y donde los monitores de tiempo
libre, como veremos más adelante, van a tener su propio rol, partiendo de las ventajas que les
ofrece la relación, en muchos casos privilegiada, con los menores.

7. EL PAPEL DE LOS MONITORES DE TIEMPO LIBRE. ALGUNAS


CLAVES DE ACTUACIÓN
Como hemos planteado anteriormente, el monitor de tiempo libre realiza su labor en un entor-
no privilegiado para el desarrollo de acciones preventivas eficaces. Para que estas actuaciones
resulten realmente válidas consideramos necesario recordar, a modo de resumen, las herramien-
tas de que dispondrá el monitor de tiempo libre y que le pueden ayudar a adecuar su actuación:
• Las actividades (el juego, el deporte, etc), que llenaremos de sentido preventivo adaptán-
dolas a partir de objetivos y planificándolas del modo más adecuado para que, además de
divertidas, aporten experiencias de aprendizaje enriquecedoras.
• El modelaje. Los monitores también cuentan con sus propios recursos como educadores, con
su bagaje personal y su competencia, con su propio comportamiento. No pretendemos en
ningún momento ser moralistas en lo que respecta al estilo de vida elegido por cada moni-
tor, pero buena parte del éxito de la prevención vendrá determinada por la coherencia con
sus ideas y propuestas.
• El ambiente lúdico y divertido en el que se desarrolla el trabajo del monitor ayudará a que
éste aparezca como una persona “asociada” a estas emociones, lo que le dará, sin duda, más
“poder de influencia” que alguien asociado a emociones más negativas o a actividades
menos placenteras. Además, de alguna manera, compartir estos espacios les permite “per-
sonalizar” la prevención y generalizar los aprendizajes.
• La cercanía. En general, los monitores suelen ser además personas jóvenes, más cercanas, y
por lo tanto, modelos más creíbles de comportamiento. Además los monitores conocen a los
chicos, participan con ellos en actividades, pero también comparten con ellos momentos
informales y pueden sacar partido de ellos cuando lo necesiten.
• El refuerzo. El reconocimiento honesto de lo que hacen bien mejorará su autoestima y su
percepción de competencia.

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• La distancia educativa, que ya hemos tratado en otro apartado, es importante para no perder
el rol de educador/monitor cayendo en el “coleguismo”, posición desde la cual el aporte
educativo resulta imposible.
• Saber mostrar desaprobación y solicitar cambios. Si el monitor logra ganarse una cierta
“autoridad moral” sobre los menores (y con una base formativa adecuada), es posible apor-
tar límites sin necesidad de provocar situaciones conflictivas, así como proponer modifica-
ciones de conducta con probabilidades de ser escuchado.

8. RESUMEN
Por droga entenderemos, “toda sustancia que introducida en el organismo vivo, puede modi-
ficar una o más funciones de éste” (Kramer y Cameron, 1975) y por droga de abuso “cualquier
sustancia, tomada a través de cualquier vía de administración, que altera el estado de ánimo”.
Cuando el organismo se va adaptando a la presencia regular de la sustancia, creando la necesidad
de seguir consumiéndola, se entra en la dependencia que puede tener dos dimensiones:
Dependencia física: en ella, el organismo se ha habituado a la presencia de la sustancia, de
manera que necesita mantener un determinado nivel en sangre para funcionar con normalidad.
Dependencia psíquica: compulsión por consumir la droga de que se trate, para experimentar
un estado afectivo agradable (placer, euforia, sociabilidad...) o librarse de un estado des-
agradable (aburrimiento, timidez, estrés...).
Las sustancias pueden ser clasificadas como: drogas depresoras, drogas estimulantes y drogas
perturbadoras/alucinógenas.
A la hora de hablar sobre los factores de riesgo de la drogadicción, entendidos como aquellas
circunstancias o características personales o ambientales que podrían resultar facilitadoras para
el inicio o mantenimiento del uso o abuso de las drogas, Merikangas, Dierker y Fenton (1998)
hablan de dos tipos: factores específicos del consumo de drogas y factores generales de un núme-
ro amplio de conductas problemáticas en la adolescencia. Estos factores no específicos incremen-
tarían la vulnerabilidad general a problemas de conducta en la adolescencia. Es decir, algunas de
las variables que explican los problemas de abuso de drogas están muy relacionadas con aquellas
que intervienen en la génesis y mantenimiento de los comportamientos perturbadores en gene-
ral (Espada y Méndez, 2002).
Para poder llegar a tener el suficiente conocimiento del tema, es imprescindible no olvidar tres
aspectos básicos sobre la adolescencia:
• Es una etapa dinámica y cambiante.
• Cada adolescente se ve influenciado por el medio social en el que vive.

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• La expresión de las dificultades y los conflictos de los adolescentes suelen manifestarse de


manera social.
Prevenir es algo más que impedir que algo ocurra: en sentido estricto, prevenir significa “evitar
o impedir que ocurra algo”. Sin embargo esta descripción presenta al menos dos limitaciones. En
primer lugar, se trata de un concepto negativo. No se trata de construir algo, sino más bien de
impedir que aparezca un fenómeno no deseado. De algún modo, supone que la situación general
previa es satisfactoria y de lo que se trata es que siga como antes. En segundo lugar se trata de un
concepto específico, es decir, buscaría impedir que suceda un fenómeno concreto y específico,
con la limitación que esto conlleva a la hora de rentabilizar las actuaciones preventivas. En este
sentido hay que valorar la oportunidad de que el ocio y el tiempo libre se conviertan en espacio
para la prevención.
De la misma manera que el ocio es el espacio central donde se registran los consumos de dro-
gas, también puede convertirse en un escenario privilegiado desde el cual prevenir los mismos, y
el monitor de tiempo libre realiza su labor en un entorno privilegiado para el desarrollo de accio-
nes preventivas eficaces.

9. RECURSOS PARA LA PREVENCIÓN


Con carácter orientativo, ofrecemos a continuación una serie de recursos bibliográficos y de
programas validados científicamente que, sin perder de vista que debemos considerarlos como
herramientas y no como “fórmulas mágicas” que podemos aplicar en cualquier situación, facilita-
rán al monitor de tiempo libre la adecuación de su intervención al tema que nos ha ocupado.

9.1 Información sobre drogas


Quizá la publicación más accesible y útil sobre este tema sea “Tu guía: Drogas: + información -
riesgos, edición 2003”, a la que podéis acceder (contenido íntegro en pdf) desde la web del Plan
Nacional sobre Drogas http://www.pnsd.msc.es/Categoria2/publica/publicaciones/home.htm).
En este enlace también tendréis acceso a otras publicaciones monográficas sobre las diferentes
sustancias.

9.2 Programas de prevención


A continuación os proponemos algunos de los programas de prevención, estructurados y vali-
dados, que se están desarrollando actualmente en nuestro país, y a cuyo contenido íntegro tenéis
acceso desde la web del Plan Nacional sobre Drogas (http://www.pnsd.msc.es/Categoria2/publi-
ca/otras.htm). Si bien la mayor parte están pensados para desarrollarse en el entorno escolar,
pueden ayudarnos a adaptar algunas acciones en el marco del tiempo libre.

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• Sinesio/a: Juego de prevención de las drogodependencias.


• Asociación Deporte y Vida (2004) Atenea: Programa de desarrollo de habilidades sociales.
• Asociación Deporte y Vida (2003) Hércules: Programa de toma de decisiones y solución de
problemas.
• Asociación Deporte y Vida (2002) Ulises: Programa de aprendizaje y desarrollo del autocon-
trol emocional.
• Luengo, Mª A.; Gómez-Fraguela, J.A.; Garra, A.; Romero, E. (2002): Construyendo salud
(programa para abordar la prevención de las drogodependencias en el ámbito escolar).

10. BIBLOGRAFÍA DE REFERENCIA


• American Psychiatric Association (2000): Diagnostic and statistical manual of mental disor-
ders: DSM-IV-TR. American Psychiatric Association (trad. cast. en Barcelona: Masson, 2002)
Washington, D C.
• Asociación Deporte y Vida (2002): La prevención de las drogodependencias en el tiempo
libre: manual de formación.
• Asociación de Técnicos para el Desarrollo de Programas Sociales -ADES- (2004) Guía prác-
tica para una prevención eficaz
• Asociación de Técnicos para el Desarrollo de Programas Sociales -ADES- (2002) Guía de
intervención: menores y consumos de drogas
• American Psychiatric Association (2000): Diagnostic and statistical manual of mental disor-
ders: DSM-IV-TR. American Psychiatric Association (trad. cast. en Barcelona: Masson, 2002)
Washington, D. C.
• Becoña E. (2002): Bases científicas de la prevención de las drogodependencias. Plan
Nacional sobre Drogas.
• Caplan, G. (1980): Principios de psiquiatría preventiva. Paidós Buenos Aires.
• Calafat, A.; Juan, M.; Becoña, E.; Fernández, C.; Gil, E.; Palmer, A.; Sureda, P., Y Torres, M. A.
(2000): Salir de marcha y consumo de drogas. Plan Nacional sobre Drogas. Madrid.
• Centro de Psicología Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid (2003) Bases para la
elaboración de una estrategia integral para la infancia y adolescencia en riesgo y dificul-
tad social. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales.
• Colegio Oficial de Psicólogos (2004) Guía para la detección e intervención temprana con
menores en riesgo.

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• Colegio Oficial de Psicólogos y Plan Nacional sobre Drogas (2003) Manual práctico sobre el
uso de la información en programas de prevención del abuso de alcohol en jóvenes.
• Consejo de la Juventud de España (2001): Trabajando la prevención de las drogodependen-
cias en el tiempo libre.
• Costa M. y López E. (1996): Educación para la salud. Una estrategia para cambiar los esti-
los de vida. Pirámide. Madrid.
• Eggert, L.; J. Herting & E. Thompson. 1996. The Drug Involvement Scale for adolescents
(DISA). Journal of Drug Education 26.
• Espada J. P. y Méndez F. X. (2002): Programas de prevención familiar para la prevención de
la drogodependencia. Revista de Intervención familiar en la prevención de las drogodepen-
dencias.
• Funes, J. (1990): Nosotros, los adolescentes y las drogas. Delegación del Gobierno para el
Plan Nacional sobre Drogas. Madrid.
• Funes, J. (1996): Drogas y adolescentes. Aguilar. Madrid.
• Gordon, R. (1987): “An operational classification of disease prevention”. En J. A.Steinberg
y M. M. Silverman (Eds.), Preventing mental disorders. Rockville, MD: U.S. Department of
Health and Human Services.
• Hawkins, J.D., Catalano, R.F. Y Miller, J.L. (1992): Risk and protective factors for alcohol and
other drug problems in adolescence and early adulthood: Implications for substance abuse
prevention. Psycological Bulletin, 112,
• Inhelder, B. y Piaget, J. (1972): De la lógica del niño a la lógica del adolescente. Ed. Paidós.
Buenos Aires.
• Irefrea (2004): La diversión sin drogas: utopía y realidad.
• Instituto de la Juventud (2002): Redes para el tiempo libre. Guía metodológica para la
puesta en marcha de programas de ocio alternativo de fin de semana. Madrid: Instituto de
la Juventud.
• Jessor, R. y Jessor, S.L. (1977): Problem behavior and psychosocial development. Academic
Press. Nueva York.
• Kraemer, H.C., Kazdin, A.E., Offord, D.R., Kessler, R.C., Jensen, P.S., & Kupfer, D.J. (1999).
Measuring the potency of a risk factors for clinical or policy significance. Psychological
Methods, 4.
• Kramer, J.F.; Cameron, D.C. (1975): Manual sobre dependencia de las drogas, Organización
Mundial de la Salud.

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PARA LA SALUD

• Merikangas, K.R., Dierker, L. y Fenton, B. (1998): Familial factors and substance abuse:
Implications for prevention. En R.S. Ashery, E.B. Robertson y K.L. Kumpfer (Eds.), Drug
abuse prevention trough family interventions. NIDA Research Monograph 177. Rockville,
MD: US Department of Health and Human services.
• Millman, R. B., Y Botvin, G. J. (1992): Substance use, abuse, and dependence, en M. Levine,
N. B. Carey, A. C. Crocker y R. T. Gross (Eds.), Developmentalbehavioral pediatrics.
Saunders. Nueva York.
• Moncada, S. (1997): “Factores de riesgo y de protección en el consumo de drogas”, en Plan
Nacional sobre Drogas (Ed.), Prevención de las drogodependencias. Análisis y propuestas
de actuación. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas.
• National Institute on Drug Abuse -NIDA- (2003) Preventing Drug Use among Children and
Adolescents: a research-based guide for Parents, Educators, and Community Leaders, -2ª
ed.
• Petterson, P.L., Hawkins, J.D. y Catalano, R.F. (1992). Evaluating comprensive community
drug risk reduction interventions. Design challenges and recommendations. Evaluation
Review, 16.
• Plan Municipal contra las drogas -Madrid- (2000): Factores de riesgo y protección de carác-
ter social relacionados con el consumo de drogas.
• Prevención de las drogodependencias: Análisis y propuestas de actuación, (1998). Plan
Nacional sobre Drogas.
• Schuckit, M. A. (2000): Drug and alcohol abuse. A clinical guide to diagnosis and treatment
(5th ed.). Plenum Medical Book Company. Nueva York.

11. RECURSOS EN LA RED


• http://www.msc.es/ciudadanos/proteccionSalud/home.htm
• http://www.sindrogas.es
• http://www.energycontrol.org
• http://www.fad.es/
• http://www.eduso.net
• http://www.edex.es/
• http://www.eurocare.org/
• http://www.laaventuradelavida.net/

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PARA LA SALUD

• http://www.unad.org/
• http://www.addictionjournal.org/
• http://www.adafad.org/
• http://www.jcyl.es/crd
• http://www.demarxa.org/
• http://www.drogomedia.com/
• http://www.soloeninternet.com/
• http://www.fvsd.org/
• http://www.grupogid.org/
• http://www.grupigia.com/
• http://www.lasdrogas.info/
• http://www.lasdrogas.net/
• http://www.proyectohombre.es/
• http://www.unad.org/

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