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Fondo Endotímico
CONTENIDO GENERAL
Estudio de las características del fondo endotímico y
descripción de sus componentes.
Análisis y clasificación de las tendencias, destacándose su
importancia para toda la vida psicológica.
CONTENIDOS ESPECIFICOS
l. El fondo endotímico como núcleo de la interioridad anímica.
Su contenido.
2. Definición y características generales de las tendencias. Su
contribución a la realización personal.
3. Clasificación de las tendencias y estudio de las
fundamentales.
4. Importancia de los diversos grupos de tendencias y sus
interrelaciones.
OBJETIVO GENERAL
Conocimiento y valoración del fondo endotímico, y
especialmente de las tendencias, en la realización del hombre.
OBJETIVOS ESPECIFICOS
l. Saber diferenciar y localizar el fondo endotímico del resto
de los componentes de la estructura personal.
2. Distinguir las tendencias en sus peculiaridades y
comprender su función para la vida.
3. Discriminar entre los diversos grupos y tipos de
tendencias, valorando la importancia de cada una en la
autorrealización.
4. Profundizar en el sentido de la unidad personal a través de
la comprensión de la armónica interrelación entre las
diversas tendencias.
FONDO ENDOTIMICO
El fondo endotímico constituye un núcleo íntimo de la
personalidad de donde surgen las tendencias y los sentimientos.
Está ubicado en la descripción que utilizamos para expresar la
estructura personal, sobre el fondo vital, con el que mantiene una
íntima relación. Se trata de una pieza fundamental del ser personal
que anima toda la vida.
Nadie mejor que Lersch para decirnos la consistencia de ese
componente de la estructura personal, oigamos: "Si del fondo
vital pasamos a la esfera, abigarrada e incensantemente fluctuante
de los procesos y estados anímicos que se halla por encima de él y
que el hombre conoce por introspección, entonces entramos en la
esfera ya citada de las vivencias endotímicas, de los estados de
ánimo y de los sentimientos, de las emociones y de los
movimientos afectivos, de los instintos y de las tendencias. Todos
ellos tienen el sello de la interioridad, nos son dados como algo
interior, como contenidos de un núcleo interno, como
experiencias de un íntimo estar en–sí y fuera–de–sí del alma.
Tienen además –vistos desde el Yo consciente que es capaz de
poner en marcha y de dirigir los procesos del pensamiento y del
querer finalista– el carácter de subterráneos. Surgen de una esfera
que no es abarcable ni controlable por el Yo consciente; nos son
dados como modos especiales de nuestro ser anímico más propio,
con los cuales desde los oscuros fondos de la vida que escapan a
la determinación racional ascendemos a la luz de la vida personal
consciente"1.
1
LERSCH, Phillip. Estructura de la Personalidad. Editorial
Scientia. 6ta. Edición. Barcelona 1968. pp.97.
impulsos o tendencias, vivencias afectivas o sentimientos y
temples estacionarios. Conviene ahora hacer un estudio más
detallado de cada uno de ellos y lo haremos siguiendo ese mismo
orden, que es, además, el correlativo a la manera en que
normalmente se dan en el círculo vivencial, vale decir, en nuestro
contacto con el mundo.
Las tendencias constituyen un motor imprescindible para la
autorrealización. Como toda la vida psíquica se apoya en el fondo
vital. Sus características en el hombre son muy peculiares y las
diferencian netamente de la forma que poseen en el resto de los
seres. La causa de ello es la unidad en la que insistimos y que
explica la influencia de la supraestructura en el matiz que
adquieren los componentes del fondo endotímico. Tienen, entre
otras, la posibilidad de desarrollarse desproporcionadamente, por
lo que necesitan el control de la inteligencia y la voluntad.
Las tendencias se presentan al psicólogo como una
manifestación de la vida que brota sin poder explicar cómo.
Aparecen como una inclinación y un impulso hacia el mundo.
Cada una de sus manifestaciones se nos impone. Son necesidades
a las que tenemos que acudir incesantemente y que nos vienen
dadas. Podríamos decir que nuestra vida consiste en atender sin
interrupción a su voz. La apertura al mundo es principalmente
búsqueda; acudimos a él intentando lograr nuestra realización, y
nos damos cuenta que ésta consiste, muy especialmente, en cubrir
nuestras necesidades.
Cada una de las necesidades las captamos como una ausencia
y como un impulso. A veces notamos más lo primero y en otros
momentos sentimos sobre todo el impulso, que se convierte en
necesidad cuando, retraído, no se realiza. De cualquier manera, la
falta se concreta en una tendencia, en una salida briosa hacia el
mundo. De la consecución de lo buscado dependerá el sosiego de
la tendencia. Apuntan así, en cada ocasión, a la adquisición de
una meta.
Tienen las tendencias, pues, un carácter profundamente
dinámico. Están embebidas de ese impulso vital, de esa fuerza
que arroja al hombre al mundo, hacia su realización. En su
comienzo hay una necesidad y en su final una meta que aparece
como un valor, algo que puede cooperar a nuestra perfección.
Tendencias de la Vitalidad
Engloba este grupo toda esa serie de necesidades e impulsos
más primitivos del hombre, de carácter preindividual, que lo
llevan al mundo a gozar de la vida. Se trata de sumergirse en la
corriente anónima de la vida y oírla pasar por nuestro interior. Es
la necesidad de vivir que se transforma en un impulso vital en
busca de objetivos que llamaremos valores vitales.
Tendencias del Yo
En este segundo grupo se consideran una serie de tendencias
que marcan el sesgo de la individualidad del hombre. La persona
sale por ellas del anonimato de las tendencias vitales para
establecerse como individuo diferenciado y, a veces, en oposición
a los otros. Son impulsos que tratan de centrar el universo
alrededor del propio yo. La necesidad es de afirmación personal,
y el impulso apunta a la posesión y el dominio. Los valores
buscados serán llamados de significación, aquellos que lo
destacan frente al ambiente.
Tendencias transitivas
Aquí se encierran las tendencias más típicamente humanas, las
más exclusivas del hombre; aquellas que lo abren a la
trascendencia. El hombre se fija de nuevo en el mundo, pero no
para atraerlo a él, sino para darse de formas muy variadas. Ahora
sale al exterior ya individualizado y la actitud en sus actos es
profundamente personal, no anónima. Lo que pretende es dar y
los valores buscados se llaman de sentido, ya que en ellos
encontrará el hombre el auténtico porqué de su vida.
Cada uno de estos grupos está constituido por una serie de
tendencias, todas ellas de un enorme interés para un estudio
detallado. Sin embargo, esto no es posible para nosotros por su
extensión, pero sí queremos indicar algunas y expresar sus
características fundamentales.
TENDENCIAS DE LA VITALIDAD
Constituyen este grupo las siguientes tendencias:
• El impulso a la actividad.
• La tendencia al goce.
• La libido.
• El impulso vivencial.
Todas tienen un interés especial para la educación pues están
presentes en la edad escolar. Aunque sobreviven a lo largo de la
vida humana no se encuentran ya en la pureza y exclusividad de
la primera etapa de la vida.
El impulso a la actividad
Es un deseo de movimiento, de acción sin más, patente y
peculiar en los niños. Desde que nacen sienten su necesidad y
encuentran placer en ello. Es una acción que tiene su objetivo en
si misma, no en un producto exterior. En el niño es puro
movimiento o juego, en el hombre se verá muchas veces
orientado hacia actividades productivas, aunque en otras quedará
enmarcada en el deporte.
Es conveniente destacar que este impulso es fundamental
durante toda la vida, puesto que alimento toda la actividad
humana, que sin él decae.
La tendencia al goce
Constituye esa fuerza que nos impulsa a buscar placer. Se trata
de la inclinación al bienestar, que se muestra igualmente en la
huida del desplacer. Es un impulso tan primitivo como el anterior
y que aparece también desde los primeros momentos de la vida.
Con el tiempo va adquiriendo matices diversos. Su presencia es
tal que no han faltado, en todo lo largo de la historia, quienes
estén dispuestos a defenderlo como lo fundamental, lo que ocurre
también, naturalmente, en nuestro tiempo.
Es evidente que el bienestar es una inclinación de todo ser
viviente. Esa inclinación tiene necesidad de la actividad y más
tarde acompaña a la realización de cualquiera de las tendencias.
Se podría afirmar que todo lo que ayuda a la vida, a su perfección
se acompaña de un cierto placer, animando así a su realización.
La libido
Se trata de una especie de variación del impulso anterior,
destacado por la connotación sexual que introduce y, quizá
también, por la importancia desproporcionada que le dio Freud.
Para este psicólogo está presente desde el primer momento de la
vida. Otros piensan en un nacimiento posterior. Se destacará de
una manera distinta y consciente en la primera adolescencia en la
que aparece lo sexual unido a la procreación.
El impulso vivencial
Despierta en la adolescencia y en él se trata de sentir la vida
en cualquiera de sus manifestaciones. Se desea experimentar
estados interiores de cualquier clase, desde el placer al miedo;
desde el peligro al tedio o al dolor. Se aprecia muy claramente en
el adolescente que desea sentir todo y se descubre en las personas
mayores que no saben qué realizar para divertirse. Unos y otros
no quieren que la vida se les vaya sin gozarla; y unos y otros
tienen siempre amenazante la sombra terrible del aburrimiento,
que es el fruto de la búsqueda obsesiva de sensaciones. ¿Cuánto
podrá deber la conducta insensata que se prodiga tanto en
nuestros tiempos a este deseo de nuevas experiencias?
En este brevísimo resumen de las tendencias de la vitalidad,
hemos podido observar que en todas ellas lo que se busca son
sensaciones internas, sentirnos a nosotros mismos en una serie de
manifestaciones de vida anónima. Por otra parte, todas surgen en
contacto con el mundo, como consecuencia de sumergirnos en él.
Tienen también en común que son primitivas y básicas, ya que
constituyen como un subsuelo necesario para la vida. La acción es
imprescindible y sin la tendencia a la vitalidad el hombre no
tendría fuerzas para la lucha. Ayudan en la misma dirección el
deseo de placer y el impulso vivencial. Queda clara la importancia
de la libido para la procreación. De alguna manera, todas ellas dan
motivo para vivir y serán una condición necesaria para el
mantenimiento y desarrollo dinámico de las distintas facetas de la
vida.
Como todas las tendencias, tienen la posibilidad de un
desarrollo desproporcionado, de manera que a veces sean
incapaces de alimentar a las posteriores o, por el contrario, se
transformen en el único sentido de la actividad, ocupando todo el
interés de la persona.
El egoísmo
El egoísmo es quizá el impulso que más se ha destacado en
toda la historia del pensamiento. Se ha creído, y se sigue creyendo
con demasiada frecuencia, que es el motor de la vida del hombre
y de la sociedad. Sin duda, cuando se concibe así se está pensando
en el conjunto de todas las tendencias del yo, en ese pensar
exclusivamente en sí. Es la forma más ordinaria, la cotidiana, de
pensar en él, pero en la propuesta de Lersch se le da un contenido
más concreto, constituyendo solamente un aspecto de la
preocupación por el yo.
Sin duda el egoísmo tiene una clara referencia al instinto de
conservación individual, aunque se distingue de él. Pretende un
tener para sí en competencia con los demás hombres. Trata de
lograr el mundo exterior disputando. Destaca al propio yo y lo
enfrenta con los demás, a los que pretenderá usar, igual que a las
cosas, en su propio provecho.
Otra característica del egoísmo es su desmedida, pues va
mucho más allá de lo necesario. Por eso, es de las tendencias que
necesita un mayor control por la inteligencia, y no es raro
encontrarla transformada en el centro de la personalidad.
Pero su inclinación a la exageración no debe llevarnos a
pensar más en sus inconvenientes que en sus ventajas. No hay
duda de la necesidad de asegurarse un cierto dominio sobre el
mundo para poder conducir la vida sin riesgos y con libertad. El
hombre necesita cuidarse a sí mismo y esto conlleva la
disposición personal de una serie de bienes. Por eso se puede
hablar de un egoísmo sano, en el cual la posesión se mantiene
dentro de unos límites razonables.
En oposición a ese egoísmo sano está la egolatría, en la que
resaltan la avidez, el afán de lucro, la tacañería, etc. Puede tomar
formas muy diversas con el prójimo; desde la dureza a la envidia;
desde la falta de afecto a todo el mundo hasta el afán de posesión
de las personas. Puede recurrir a la fuerza o a la adulación.
Siempre dará lugar a un individuo absolutamente centrado en sí e
incapaz de pensar en los demás.
En el polo opuesto a la egolatría se encuentra el desinterés,
que muchas veces suele acompañar a ciertas actitudes de
desprendimiento y heroísmo, pero que otras veces, si es excesivo,
deja al individuo a merced de los demás y pone en peligro la
calidad y aun la posibilidad de la propia existencia.
Junto al egoísmo personal se puede hablar también de un
egoísmo colectivo: familiosis, nacionalismo, racismo, ... en los
cuales aparece una especie de yo colectivo que se opone al resto.
Unas veces se trata de la extensión del yo a un grupo reducido,
como puede ser la familia, y otras la consecuencia de un yo
personal que siente su seguridad y su provecho en la fuerza y el
beneficio del grupo.
La aparición clara del egoísmo en la vida personal se da en el
niño alrededor de los 3 años. En esa época consigue su primera
individualización. Es la etapa de las rebeldías y también de los
primeros y descarnados egoísmos. Enseguida otras tendencias lo
irán recubriendo y ya en la adolescencia, con la planificación de
la inteligencia, se irá reafirmando con planes egocéntricos que
tienden a transformar al yo en el centro del mundo.
El deseo de poder
Se trata de una forma de afirmación personal muy próxima al
egoísmo. Ahora no se busca poseer sino dominar; ser superior y
señor. Quiere el hombre sentirse como poder. Estamos ante una
tendencia bastante primitiva, que aparece muy claramente en
diversidad de especies animales. Son muy conocidas las
experiencias de Schjelderup–Ebbe que muestran que en las
gallinas existe una rígida jerarquía de picoteo. De las doce
gallinas de un corral hay una que picotea a todas las demás en la
lucha con ocasión de la alimentación y se halla, pues, en el primer
lugar en la lista de picoteo. Una segunda gallina es picoteada por
la primera y picotea a las restantes. Y así sucede hasta el último
animal en la lista que es picoteado por todos y no tiene valor para
picotear a ninguno. Esta jerarquía de poder puede variar si una
gallina observa que una de las que está por encima de ella es
picoteada por otra que le está subordinada; entonces ya no se deja
picotear por la que era su superior jerárquica.
En principio, y así ocurre con los animales, esta tendencia está
muy relacionada con la conservación individual; sin embargo, en
el hombre se hace autónoma y puede transformarse en una
inclinación al poder por el poder mismo. Este deseo anima a
muchos políticos y hombres de empresa, por ejemplo. Es
indudablemente, para algunos aspectos de la vida, un motor
efectivo que lleva a la superación. Sin embargo, cuando se
desvincula de su función en el todo, o se exagera, puede llegar a
extremos como el goce por la violencia y el sadismo, en los
cuales la visión del sojuzgado constituye su objetivo y su placer.
La necesidad de estimación
La individualización, consecuencia de la conciencia de un yo,
se ha mostrado hasta ahora en diversos modos de dominio del
mundo. Pero junto a esto nace, como consecuencia de esa
capacidad del hombre de mirarse a sí mismo, la apreciación del
yo como valor. La persona se siente a sí misma valiosa. Esta
apreciación se configura en un primer momento a través de la
opinión de los demás, formándose a partir de ella el juicio propio.
El hombre intenta alcanzar de los demás un juicio lo más alto
posible; se busca el aplauso, la fama, el respeto, etc. Este anhelo
de valor hay que diferenciarlo de la necesidad de afecto, de
sentirse querido por los demás. En esta última el otro tiene una
gran importancia, por lo que entramos ya en contacto con
tendencias transitivas. No obstante, de manera especial en la
infancia, no es tan fácil separar la necesidad de estimación de la
de afecto.
Este deseo de estima, al igual que las anteriores tendencias,
puede exagerarse y originar el afán de notoriedad, que aparece
sobre todo cuando la estima no puede satisfacerse por
rendimientos objetivos y se acude a actitudes huecas y
artificiosas. Se usa entonces la fanfarronería, el engaño, la
extravagancia, etc. Mientras, se pretende rebajar a los demás con
el cinismo, el sarcasmo, o cualquier tipo de crítica negativa.
Afán vindicativo
La inclinación a la revancha, a devolver golpe por golpe,
aparece muy pronto en los niños. Su relación con el cuidado del
yo es patente. En esta tendencia se apoya el afán de justicia, por el
cual se pretende que cada uno tenga o reciba lo suyo. Puede tener
un matiz positivo y entonces se manifiesta como agradecimiento,
o negativo y entonces paramos en la venganza y el desquite.
Una forma especial de esta tendencia se da en el
resentimiento, en el cual se actúa contra quien posee lo que
nosotros no hemos podido conseguir. Se puede acabar en esa
situación por el fracaso en cualquiera de las tendencias.
Deseos de autoestima
Hasta los doce años aproximadamente, el niño encuentra la
medida de su valor sobre todo en el concepto de los demás. Pero a
partir de ese momento se va realizando un cambio y empieza a
adquirir peso su propia opinión. Es una nueva situación en la que
el yo vive por sí y para sí. El hombre se mira a sí mismo y hace
un juicio de enorme valor para él. Será ahí donde base su
concepto de libertad, de responsabilidad consigo mismo, y donde
note, por tanto, la independencia de su propia vida.
Esta tendencia es una de las causas fundamentales de esa
actitud independiente de la adolescencia y del concepto de la
propia valía frente a un mundo cada vez más indiferente. Será una
de las mayores fuerzas con las que el hombre podrá enfrentar la
opinión de los demás.
TENDENCIAS TRANSITIVAS
Este último grupo de tendencias tiene como característica
principal el poner la atención fuera del yo. Con ellas se sale al
mundo buscando en la entrega la propia identidad. En cada una
hay un anhelo de perfección de lo exterior, tanto de las cosas
como de las personas.
Estos deseos de perfeccionamiento tienen la peculiaridad de
que se procuran en cada caso por su nombre. Ya no se vive en un
mundo anónimo sino en el de personas y cosas concretas, que
tienen una configuración definida y separada del resto. Estas
metas perseguidas tienen, en muchos casos, preferencias sobre la
propia vida, porque se han convertido en el objetivo de la misma.
El individuo las busca hasta el olvido de sí. Aparecen como el
ideal de vida y empujan a su realización con la intuición de lo
permanente, de lo sumamente valioso. El hombre se trasciende así
mismo e intenta la participación en la vida de los demás.
Comprende que la autorrealización está pendiente de esa
trascendencia, del olvido de sí para preocuparse del otro.
Desde el centrarse en el yo hasta su olvido y la entrega al tú,
existe una cadena de tendencias con matices diversos que Lersch
clasifica de la siguiente forma:
• Tendencias dirigidas hacia el prójimo.
• Impulso a la asociación.
• Tendencias del ser para otros:
• Benevolencia y ayuda.
• Amor al prójimo.
• Tendencias creadoras.
• Deseo de saber.
• Tendencias normativas.
• Tendencias trascendentes.
Tendencias creadoras
Llamamos así a la inclinación del hombre a poner su esfuerzo
en el mundo para mejorarlo. Quiere colaborar en la construcción
de valores objetivos de cuya realización se siente en parte
responsable. No se trata del egoísmo ni de la conservación de la
vida, ni de la mera actividad; consiste en hacer algo que
trasciende al hombre, cuyo valor queda fuera, en la cosa.
Indudablemente se alimenta del impulso a la actividad; pero lo
supera en su aplicación y en su trascendencia.
Deseo de saber
El hombre desea espontáneamente comprender al mundo en
su objetividad, sin ningún interés de poder o utilidad personal.
Hay inclinación a investigar y encontrar la explicación de la
realidad, y sentimos el goce íntimo de su comprensión.
Tendencias normativas
El hombre tiende a aceptar lo que debe ser. Siente y reconoce
la necesidad de ideales de justicia, verdad, sinceridad, etc., que
aparecen con una grandeza tal que al quebrarlos se desvaloriza
fuertemente la propia vida. Está, además, dispuesto a entregarse a
ellos como a algo con un auténtico valor y sentido. No es difícil
encontrar eco en cualquier corazón cuando se le habla de esos
ideales.
Tendencias trascendentes
Mediante ellas se interroga y se busca en el mundo una esfera
del ser que supere la relatividad y fugacidad del yo individual. Se
pretende un absoluto que signifique la supratemporalidad, la
permanencia del yo. Distingue Lersch tres tipos de tendencias
dentro de este apartado: el impulso artístico, la necesidad
metafísica y la búsqueda religiosa. En la primera se intenta la
supratemporalidad en la creación sensible. Consiste en tocar y
sentir lo eterno y poder expresarlo. En la necesidad metafísica se
pretende llegar al ser absoluto. Se busca lo permanente, lo que no
cambia, y contestar así a las preguntas que inquietan más
fundamentalmente nuestra existencia. Con la búsqueda religiosa
se persigue participar en aquella vida del ser absoluto, en el Amor
y la Plenitud sin fronteras.