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CAPITULO IV

Fondo Endotímico

CONTENIDO GENERAL
Estudio de las características del fondo endotímico y
descripción de sus componentes.
Análisis y clasificación de las tendencias, destacándose su
importancia para toda la vida psicológica.

CONTENIDOS ESPECIFICOS
l. El fondo endotímico como núcleo de la interioridad anímica.
Su contenido.
2. Definición y características generales de las tendencias. Su
contribución a la realización personal.
3. Clasificación de las tendencias y estudio de las
fundamentales.
4. Importancia de los diversos grupos de tendencias y sus
interrelaciones.

OBJETIVO GENERAL
Conocimiento y valoración del fondo endotímico, y
especialmente de las tendencias, en la realización del hombre.
OBJETIVOS ESPECIFICOS
l. Saber diferenciar y localizar el fondo endotímico del resto
de los componentes de la estructura personal.
2. Distinguir las tendencias en sus peculiaridades y
comprender su función para la vida.
3. Discriminar entre los diversos grupos y tipos de
tendencias, valorando la importancia de cada una en la
autorrealización.
4. Profundizar en el sentido de la unidad personal a través de
la comprensión de la armónica interrelación entre las
diversas tendencias.

FONDO ENDOTIMICO
El fondo endotímico constituye un núcleo íntimo de la
personalidad de donde surgen las tendencias y los sentimientos.
Está ubicado en la descripción que utilizamos para expresar la
estructura personal, sobre el fondo vital, con el que mantiene una
íntima relación. Se trata de una pieza fundamental del ser personal
que anima toda la vida.
Nadie mejor que Lersch para decirnos la consistencia de ese
componente de la estructura personal, oigamos: "Si del fondo
vital pasamos a la esfera, abigarrada e incensantemente fluctuante
de los procesos y estados anímicos que se halla por encima de él y
que el hombre conoce por introspección, entonces entramos en la
esfera ya citada de las vivencias endotímicas, de los estados de
ánimo y de los sentimientos, de las emociones y de los
movimientos afectivos, de los instintos y de las tendencias. Todos
ellos tienen el sello de la interioridad, nos son dados como algo
interior, como contenidos de un núcleo interno, como
experiencias de un íntimo estar en–sí y fuera–de–sí del alma.
Tienen además –vistos desde el Yo consciente que es capaz de
poner en marcha y de dirigir los procesos del pensamiento y del
querer finalista– el carácter de subterráneos. Surgen de una esfera
que no es abarcable ni controlable por el Yo consciente; nos son
dados como modos especiales de nuestro ser anímico más propio,
con los cuales desde los oscuros fondos de la vida que escapan a
la determinación racional ascendemos a la luz de la vida personal
consciente"1.

LAS TENDENCIAS (Impulsos o Vivencias Pulsionales).


En nuestro primer esquema del fondo endotímico
distinguimos en su interior tres componentes fundamentales:

1
LERSCH, Phillip. Estructura de la Personalidad. Editorial
Scientia. 6ta. Edición. Barcelona 1968. pp.97.
impulsos o tendencias, vivencias afectivas o sentimientos y
temples estacionarios. Conviene ahora hacer un estudio más
detallado de cada uno de ellos y lo haremos siguiendo ese mismo
orden, que es, además, el correlativo a la manera en que
normalmente se dan en el círculo vivencial, vale decir, en nuestro
contacto con el mundo.
Las tendencias constituyen un motor imprescindible para la
autorrealización. Como toda la vida psíquica se apoya en el fondo
vital. Sus características en el hombre son muy peculiares y las
diferencian netamente de la forma que poseen en el resto de los
seres. La causa de ello es la unidad en la que insistimos y que
explica la influencia de la supraestructura en el matiz que
adquieren los componentes del fondo endotímico. Tienen, entre
otras, la posibilidad de desarrollarse desproporcionadamente, por
lo que necesitan el control de la inteligencia y la voluntad.
Las tendencias se presentan al psicólogo como una
manifestación de la vida que brota sin poder explicar cómo.
Aparecen como una inclinación y un impulso hacia el mundo.
Cada una de sus manifestaciones se nos impone. Son necesidades
a las que tenemos que acudir incesantemente y que nos vienen
dadas. Podríamos decir que nuestra vida consiste en atender sin
interrupción a su voz. La apertura al mundo es principalmente
búsqueda; acudimos a él intentando lograr nuestra realización, y
nos damos cuenta que ésta consiste, muy especialmente, en cubrir
nuestras necesidades.
Cada una de las necesidades las captamos como una ausencia
y como un impulso. A veces notamos más lo primero y en otros
momentos sentimos sobre todo el impulso, que se convierte en
necesidad cuando, retraído, no se realiza. De cualquier manera, la
falta se concreta en una tendencia, en una salida briosa hacia el
mundo. De la consecución de lo buscado dependerá el sosiego de
la tendencia. Apuntan así, en cada ocasión, a la adquisición de
una meta.
Tienen las tendencias, pues, un carácter profundamente
dinámico. Están embebidas de ese impulso vital, de esa fuerza
que arroja al hombre al mundo, hacia su realización. En su
comienzo hay una necesidad y en su final una meta que aparece
como un valor, algo que puede cooperar a nuestra perfección.

Las tendencias, al igual que el resto de los componentes del


fondo endotímico, tienen un origen muy nuclear; nacen en lo más
profundo de nuestro yo y sin dar cuenta de ello. Sólo se
transforman en vivencia una vez nacidas, cuando se muestran a
nuestro consciente como una necesidad que busca ser satisfecha.
Su origen escapa a nuestro control y su realización se presenta
con el carácter de imperativo. Nos hace entender en cierta
manera, que ella es nuestra vida y que lo que reclama es
imprescindible.
Se encuentran presentes las tendencias desde el inicio de la
vida, y gracias a ellas el hombre encuentra sin dificultad qué
hacer ya en el primer momento. Así sabemos desde el nacimiento
qué reclamar y encaminamos nuestros esfuerzos en la dirección
debida. Los niños van creciendo y, a ese compás, le van
apareciendo deseos nuevos conforme pasan los años. Deseos que
se repiten en cada uno con una sabiduría y una precisión innata
realmente admirables.
El niño acude alegremente a la llamada de los impulsos y así
se encuentra realizando su vida. Con el paso del tiempo unas
tendencias nuevas se montarán sobre las antiguas y la vida se irá
llenando de novedades. De no ser por ellas no sería arriesgado
afirmar que el signo de nuestra vida estaría marcado por la
quietud, y la acción vital perdería su espontaneidad, para
convertirse el hombre en un ser arrastrado trabajosamente hacia el
deber por la inteligencia y la voluntad. Esto, naturalmente, cuando
dichas facultades tuvieran ya el desarrollo suficiente, hasta
entonces ni aún ese motor poseeríamos.
Se comprende pues, la importancia enorme de las tendencias;
más cuanto más joven es el individuo y tiene menos recursos de
lo que hemos llamado la supraestructura personal. Por esto, es
algo de lo que hay que estar muy pendiente en la educación. Las
tendencias nos orientan sobre lo que el muchacho o el hombre
necesita y nos ofrece una fuerza y unos deseos de su parte para
lograrlo. Proporcionan una apertura fundamental de intereses que
conviene aprovechar al máximo. Por otra parte, comprender las
tendencias que están influyendo y presionando en el interior de la
persona es poder entenderla en una faceta importantísima de su
pensamiento y su conducta, es decir, de su vida.
No nos extrañará por lo dicho, que en muchas escuelas
psicológicas, por no decir en todas, las tendencias tengan una
enorme importancia, transformándose su satisfacción en la clave
de la salud mental y la felicidad.
En la salida del hombre al mundo participan las diversas capas
de la estructura personal. En los primeros años existe una enorme
participación de las necesidades biológicas y en la madurez tendrá
un papel fundamental la supraestructura, pero se asentarán en esas
necesidades profundas que se muestran en las tendencias. Se
explica a partir de esa unidad, la evolución de las tendencias al
compás de la inteligencia.

Peculiaridades de las tendencias


Es claro que toda la vida, también la que no es humana, tiene
tendencias, puesto que apunta a unos objetivos cuya necesidad
siente, de acuerdo desde luego al tipo de vida que posee. Algunas
veces la inclinación hacia el objetivo no se podrá acompañar de
un sentir, como ocurre en la vida vegetativa, por ejemplo, en otras
en ese sentir no tendrá la presencia de la conciencia.
De todas ellas se distingue esencialmente las tendencias
humanas, en cuanto son comprendidas –o al menos
concientizadas– por la inteligencia del hombre. La persona se da
cuenta de que están ahí; comprende lo que desean y apunta
conscientemente a su consecución, teniendo además una idea de
lo que logrará con ello. El ser consciente de la necesidad y del
impulso; el comprender la meta; el buscarla libre e
inteligentemente, aceptando y queriendo sus consecuencias, hacen
del hombre un ser totalmente diverso al resto de la creación.
Cuando la necesidad es tan fuerte que se abre camino para su
realización sin una participación tan clara del entendimiento,
como ocurre en casos de extrema necesidad, (pánico, por
ejemplo), el comportamiento humano manifiesta una fisonomía
muy parecida a la de otros animales. Es un hacer que es más bien
un ser llevado, no somos ni siquiera espectadores de lo que está
ocurriendo, simplemente pasan las cosas sin que sepamos decir
cómo.

Las tendencias no siempre son claras, de manera que a veces


el hombre siente necesidades que no sabe como saciar, porque no
acierta a conocer cuál es el valor ni la meta hacia la que apunta su
inquietud. No ocurre así con los animales en los que el instinto,
ese sentido interno que reconoce lo conveniente o no de cada
cosa, es suficiente. No es que en el hombre no funcione bien el
instinto, es que sus tendencias son mucho más complejas y
superan lo puramente biológico o sensible, que es el campo
normal de los sentidos. Pero, además, ocurre que la inteligencia,
al llenar a las tendencias de esa serie de cualidades anunciadas
que es capaz de poner en cada vivencia, las puede distorsionar y
confundir.
La necesidad en el hombre ha de ser comprendida para poner
los medios que logren la meta, y muchas veces el objetivo a que
apunta la vida de una persona no tiene que ver con lo que sus
tendencias reclaman. Por ello, no es difícil confundirse, y es
necesario aprender a comprender en uno mismo, y en los demás,
la voz de las tendencias. Una consecuencia inmediata de esto es
que, en el hombre, la inteligencia resulta la principal responsable
del orden de las tendencias.
Otra característica es que son en cierto grado indeterminadas,
pudiendo cada una de ellas ser satisfecha de variados modos. En
el animal esto tiene poca importancia debido al tipo de sus
impulsos y a su falta de imaginación e inventiva. Pero el hombre
puede encontrar formas cada vez más variadas y sofisticadas de
satisfacer la misma tendencia, abriéndose la posibilidad de que
una necesidad abarque más y más su vida en la búsqueda de
modos nuevos de contentarla.
A esto se añade la posibilidad de que una tendencia cualquiera
adquiera un desarrollo desproporcionado, debido precisamente al
papel fundamental de la inteligencia. Ocurre con frecuencia que
nuestro pensamiento valora desproporcionadamente un impulso –
o un grupo– y centra todo el esfuerzo en la casi exclusiva
realización del mismo. Mientras el animal con la estimativa suele
conseguir la medida exacta para cada necesidad, el hombre, con
su inteligencia, se desvía fácilmente de la medida adecuada. La
consecuencia es que cualquier tendencia puede "tumorizarse" y
crecer desmesuradamente, con la consiguiente reducción del resto
de los impulsos, infiltrándose en toda la personalidad como un
cáncer maligno. Centrado de esta manera el abanico de
necesidades, deja ahogados en el silencio o en la confusión al
resto de los impulsos, que no encuentran su realización con el
consiguiente perjuicio para la persona.
Pero esta posibilidad de desorden de las tendencias en el
hombre no es sólo un riesgo, es también una potencialidad. No es
exclusivamente una posibilidad de equivocarse, sino que puede
constituir un resorte para la creación, la innovación y la riqueza.
Tiene la capacidad de estimular continuamente la acción,
transformándose en la gran animadora de la inteligencia humana.
Cuántos grandes hombres han podido llegar a tales cimas gracias
a la fuerza enorme de una determinada tendencia. Y cuántos, por
el contrario, se han quedado en la mediocridad porque les ha
faltado ese impulso.
Ejemplos de lo que acabamos de decir no faltan. Todos
conocemos personas para las cuales la vida se reduce a la
búsqueda de placer; otras para las que la avaricia constituye todo
el sentido de la vida. No nos entretengamos en el ansia de poder
de algunos políticos. Pero también la ciencia y la técnica
necesitan de esas fuerzas, al igual que la justicia y la religión.
Una última característica de las tendencias, que no queremos
dejar de mencionar, es su aparecer consecutivo a lo largo de la
vida. Pocas y profundamente relacionadas con lo biológico en el
inicio de la vida, van aumentando su número y cambiando sus
cualidades con los años, al compás de lo que la inteligencia le
muestra. Al final de la adolescencia se puede decir que han
aparecido todas, aunque sus matices siguen evolucionando con
los años.
La aparición de una nueva tendencia no significa la
desaparición de las anteriores, aunque sí puede representar el
traslado a un segundo plano, ante la riqueza y el atractivo de los
nuevos objetivos. Por otra parte, aquellas primeras suelen tener un
papel de soporte fundamental para la misma realización y
atención de las nuevas y generalmente superiores tendencias.

CLASIFICACIÓN DE LAS TENDENCIAS


Ha habido muchos intentos a lo largo de la historia por
clasificar a las tendencias que han llegado a soluciones muy
diversas. Lersch las ha dividido en 3 grupos:
l. Tendencia a la Vitalidad: llevan a gozar del mundo.
2. Tendencia del Yo: centran al mundo alrededor del yo.
3. Tendencias transitivas: conducen hacia la entrega a lo
valioso. Trascienden el Yo.

Tendencias de la Vitalidad
Engloba este grupo toda esa serie de necesidades e impulsos
más primitivos del hombre, de carácter preindividual, que lo
llevan al mundo a gozar de la vida. Se trata de sumergirse en la
corriente anónima de la vida y oírla pasar por nuestro interior. Es
la necesidad de vivir que se transforma en un impulso vital en
busca de objetivos que llamaremos valores vitales.

Tendencias del Yo
En este segundo grupo se consideran una serie de tendencias
que marcan el sesgo de la individualidad del hombre. La persona
sale por ellas del anonimato de las tendencias vitales para
establecerse como individuo diferenciado y, a veces, en oposición
a los otros. Son impulsos que tratan de centrar el universo
alrededor del propio yo. La necesidad es de afirmación personal,
y el impulso apunta a la posesión y el dominio. Los valores
buscados serán llamados de significación, aquellos que lo
destacan frente al ambiente.

Tendencias transitivas
Aquí se encierran las tendencias más típicamente humanas, las
más exclusivas del hombre; aquellas que lo abren a la
trascendencia. El hombre se fija de nuevo en el mundo, pero no
para atraerlo a él, sino para darse de formas muy variadas. Ahora
sale al exterior ya individualizado y la actitud en sus actos es
profundamente personal, no anónima. Lo que pretende es dar y
los valores buscados se llaman de sentido, ya que en ellos
encontrará el hombre el auténtico porqué de su vida.
Cada uno de estos grupos está constituido por una serie de
tendencias, todas ellas de un enorme interés para un estudio
detallado. Sin embargo, esto no es posible para nosotros por su
extensión, pero sí queremos indicar algunas y expresar sus
características fundamentales.

TENDENCIAS DE LA VITALIDAD
Constituyen este grupo las siguientes tendencias:
• El impulso a la actividad.
• La tendencia al goce.
• La libido.
• El impulso vivencial.
Todas tienen un interés especial para la educación pues están
presentes en la edad escolar. Aunque sobreviven a lo largo de la
vida humana no se encuentran ya en la pureza y exclusividad de
la primera etapa de la vida.

El impulso a la actividad
Es un deseo de movimiento, de acción sin más, patente y
peculiar en los niños. Desde que nacen sienten su necesidad y
encuentran placer en ello. Es una acción que tiene su objetivo en
si misma, no en un producto exterior. En el niño es puro
movimiento o juego, en el hombre se verá muchas veces
orientado hacia actividades productivas, aunque en otras quedará
enmarcada en el deporte.
Es conveniente destacar que este impulso es fundamental
durante toda la vida, puesto que alimento toda la actividad
humana, que sin él decae.

La tendencia al goce
Constituye esa fuerza que nos impulsa a buscar placer. Se trata
de la inclinación al bienestar, que se muestra igualmente en la
huida del desplacer. Es un impulso tan primitivo como el anterior
y que aparece también desde los primeros momentos de la vida.
Con el tiempo va adquiriendo matices diversos. Su presencia es
tal que no han faltado, en todo lo largo de la historia, quienes
estén dispuestos a defenderlo como lo fundamental, lo que ocurre
también, naturalmente, en nuestro tiempo.
Es evidente que el bienestar es una inclinación de todo ser
viviente. Esa inclinación tiene necesidad de la actividad y más
tarde acompaña a la realización de cualquiera de las tendencias.
Se podría afirmar que todo lo que ayuda a la vida, a su perfección
se acompaña de un cierto placer, animando así a su realización.

La libido
Se trata de una especie de variación del impulso anterior,
destacado por la connotación sexual que introduce y, quizá
también, por la importancia desproporcionada que le dio Freud.
Para este psicólogo está presente desde el primer momento de la
vida. Otros piensan en un nacimiento posterior. Se destacará de
una manera distinta y consciente en la primera adolescencia en la
que aparece lo sexual unido a la procreación.

El impulso vivencial
Despierta en la adolescencia y en él se trata de sentir la vida
en cualquiera de sus manifestaciones. Se desea experimentar
estados interiores de cualquier clase, desde el placer al miedo;
desde el peligro al tedio o al dolor. Se aprecia muy claramente en
el adolescente que desea sentir todo y se descubre en las personas
mayores que no saben qué realizar para divertirse. Unos y otros
no quieren que la vida se les vaya sin gozarla; y unos y otros
tienen siempre amenazante la sombra terrible del aburrimiento,
que es el fruto de la búsqueda obsesiva de sensaciones. ¿Cuánto
podrá deber la conducta insensata que se prodiga tanto en
nuestros tiempos a este deseo de nuevas experiencias?
En este brevísimo resumen de las tendencias de la vitalidad,
hemos podido observar que en todas ellas lo que se busca son
sensaciones internas, sentirnos a nosotros mismos en una serie de
manifestaciones de vida anónima. Por otra parte, todas surgen en
contacto con el mundo, como consecuencia de sumergirnos en él.
Tienen también en común que son primitivas y básicas, ya que
constituyen como un subsuelo necesario para la vida. La acción es
imprescindible y sin la tendencia a la vitalidad el hombre no
tendría fuerzas para la lucha. Ayudan en la misma dirección el
deseo de placer y el impulso vivencial. Queda clara la importancia
de la libido para la procreación. De alguna manera, todas ellas dan
motivo para vivir y serán una condición necesaria para el
mantenimiento y desarrollo dinámico de las distintas facetas de la
vida.
Como todas las tendencias, tienen la posibilidad de un
desarrollo desproporcionado, de manera que a veces sean
incapaces de alimentar a las posteriores o, por el contrario, se
transformen en el único sentido de la actividad, ocupando todo el
interés de la persona.

TENDENCIAS DEL YO INDIVIDUAL


Mientras que en las tendencias de la vitalidad el individuo se
lanza a la vida con un cierto olvido de sí mismo –con el fantasma
del placer dominando toda otra consideración–, en este segundo
grupo de impulsos la concentración en sí mismo es absoluta. Se
piensa en el yo individual por encima de todo. Separado de los
demás, que se ven como medios para el yo, el hombre se aísla.
Dinero, poder, amor, ... no son más –para estas tendencias– que
formas de servicio al yo. Su aparición se irá haciendo más clara
conforme el niño vaya tomando conciencia de su individualidad,
produciéndose una crisis fundamental en la adolescencia, en la
que se busca especialmente la propia identidad.
Son muy numerosas las tendencias encuadradas en este grupo
y entre ellas destaca Lersch las siguientes:
• El instinto de conservación individual.
• El egoísmo.
• El deseo de poder.
• La necesidad de estimación.
• El afán vindicativo.
• El deseo de autoestima.

El instinto de conservación individual


El impulso a conservar la vida es claro en el hombre y en
todos los seres. Normalmente pasa desapercibido, pero se destaca
en cuanto la vida se ve amenazada, especialmente en aquellas
situaciones límites de gran peligro: un incendio, un naufragio, etc.
No hay pues que insistir en él, baste con indicar que se encuentra
casi siempre como dormido, si es que la vida está asegurada, pero
que surge con fuerza irresistible cuando aquella se ve amenazada.

El egoísmo
El egoísmo es quizá el impulso que más se ha destacado en
toda la historia del pensamiento. Se ha creído, y se sigue creyendo
con demasiada frecuencia, que es el motor de la vida del hombre
y de la sociedad. Sin duda, cuando se concibe así se está pensando
en el conjunto de todas las tendencias del yo, en ese pensar
exclusivamente en sí. Es la forma más ordinaria, la cotidiana, de
pensar en él, pero en la propuesta de Lersch se le da un contenido
más concreto, constituyendo solamente un aspecto de la
preocupación por el yo.
Sin duda el egoísmo tiene una clara referencia al instinto de
conservación individual, aunque se distingue de él. Pretende un
tener para sí en competencia con los demás hombres. Trata de
lograr el mundo exterior disputando. Destaca al propio yo y lo
enfrenta con los demás, a los que pretenderá usar, igual que a las
cosas, en su propio provecho.
Otra característica del egoísmo es su desmedida, pues va
mucho más allá de lo necesario. Por eso, es de las tendencias que
necesita un mayor control por la inteligencia, y no es raro
encontrarla transformada en el centro de la personalidad.
Pero su inclinación a la exageración no debe llevarnos a
pensar más en sus inconvenientes que en sus ventajas. No hay
duda de la necesidad de asegurarse un cierto dominio sobre el
mundo para poder conducir la vida sin riesgos y con libertad. El
hombre necesita cuidarse a sí mismo y esto conlleva la
disposición personal de una serie de bienes. Por eso se puede
hablar de un egoísmo sano, en el cual la posesión se mantiene
dentro de unos límites razonables.
En oposición a ese egoísmo sano está la egolatría, en la que
resaltan la avidez, el afán de lucro, la tacañería, etc. Puede tomar
formas muy diversas con el prójimo; desde la dureza a la envidia;
desde la falta de afecto a todo el mundo hasta el afán de posesión
de las personas. Puede recurrir a la fuerza o a la adulación.
Siempre dará lugar a un individuo absolutamente centrado en sí e
incapaz de pensar en los demás.
En el polo opuesto a la egolatría se encuentra el desinterés,
que muchas veces suele acompañar a ciertas actitudes de
desprendimiento y heroísmo, pero que otras veces, si es excesivo,
deja al individuo a merced de los demás y pone en peligro la
calidad y aun la posibilidad de la propia existencia.
Junto al egoísmo personal se puede hablar también de un
egoísmo colectivo: familiosis, nacionalismo, racismo, ... en los
cuales aparece una especie de yo colectivo que se opone al resto.
Unas veces se trata de la extensión del yo a un grupo reducido,
como puede ser la familia, y otras la consecuencia de un yo
personal que siente su seguridad y su provecho en la fuerza y el
beneficio del grupo.
La aparición clara del egoísmo en la vida personal se da en el
niño alrededor de los 3 años. En esa época consigue su primera
individualización. Es la etapa de las rebeldías y también de los
primeros y descarnados egoísmos. Enseguida otras tendencias lo
irán recubriendo y ya en la adolescencia, con la planificación de
la inteligencia, se irá reafirmando con planes egocéntricos que
tienden a transformar al yo en el centro del mundo.

El deseo de poder
Se trata de una forma de afirmación personal muy próxima al
egoísmo. Ahora no se busca poseer sino dominar; ser superior y
señor. Quiere el hombre sentirse como poder. Estamos ante una
tendencia bastante primitiva, que aparece muy claramente en
diversidad de especies animales. Son muy conocidas las
experiencias de Schjelderup–Ebbe que muestran que en las
gallinas existe una rígida jerarquía de picoteo. De las doce
gallinas de un corral hay una que picotea a todas las demás en la
lucha con ocasión de la alimentación y se halla, pues, en el primer
lugar en la lista de picoteo. Una segunda gallina es picoteada por
la primera y picotea a las restantes. Y así sucede hasta el último
animal en la lista que es picoteado por todos y no tiene valor para
picotear a ninguno. Esta jerarquía de poder puede variar si una
gallina observa que una de las que está por encima de ella es
picoteada por otra que le está subordinada; entonces ya no se deja
picotear por la que era su superior jerárquica.
En principio, y así ocurre con los animales, esta tendencia está
muy relacionada con la conservación individual; sin embargo, en
el hombre se hace autónoma y puede transformarse en una
inclinación al poder por el poder mismo. Este deseo anima a
muchos políticos y hombres de empresa, por ejemplo. Es
indudablemente, para algunos aspectos de la vida, un motor
efectivo que lleva a la superación. Sin embargo, cuando se
desvincula de su función en el todo, o se exagera, puede llegar a
extremos como el goce por la violencia y el sadismo, en los
cuales la visión del sojuzgado constituye su objetivo y su placer.

La necesidad de estimación
La individualización, consecuencia de la conciencia de un yo,
se ha mostrado hasta ahora en diversos modos de dominio del
mundo. Pero junto a esto nace, como consecuencia de esa
capacidad del hombre de mirarse a sí mismo, la apreciación del
yo como valor. La persona se siente a sí misma valiosa. Esta
apreciación se configura en un primer momento a través de la
opinión de los demás, formándose a partir de ella el juicio propio.
El hombre intenta alcanzar de los demás un juicio lo más alto
posible; se busca el aplauso, la fama, el respeto, etc. Este anhelo
de valor hay que diferenciarlo de la necesidad de afecto, de
sentirse querido por los demás. En esta última el otro tiene una
gran importancia, por lo que entramos ya en contacto con
tendencias transitivas. No obstante, de manera especial en la
infancia, no es tan fácil separar la necesidad de estimación de la
de afecto.
Este deseo de estima, al igual que las anteriores tendencias,
puede exagerarse y originar el afán de notoriedad, que aparece
sobre todo cuando la estima no puede satisfacerse por
rendimientos objetivos y se acude a actitudes huecas y
artificiosas. Se usa entonces la fanfarronería, el engaño, la
extravagancia, etc. Mientras, se pretende rebajar a los demás con
el cinismo, el sarcasmo, o cualquier tipo de crítica negativa.

Afán vindicativo
La inclinación a la revancha, a devolver golpe por golpe,
aparece muy pronto en los niños. Su relación con el cuidado del
yo es patente. En esta tendencia se apoya el afán de justicia, por el
cual se pretende que cada uno tenga o reciba lo suyo. Puede tener
un matiz positivo y entonces se manifiesta como agradecimiento,
o negativo y entonces paramos en la venganza y el desquite.
Una forma especial de esta tendencia se da en el
resentimiento, en el cual se actúa contra quien posee lo que
nosotros no hemos podido conseguir. Se puede acabar en esa
situación por el fracaso en cualquiera de las tendencias.

Deseos de autoestima
Hasta los doce años aproximadamente, el niño encuentra la
medida de su valor sobre todo en el concepto de los demás. Pero a
partir de ese momento se va realizando un cambio y empieza a
adquirir peso su propia opinión. Es una nueva situación en la que
el yo vive por sí y para sí. El hombre se mira a sí mismo y hace
un juicio de enorme valor para él. Será ahí donde base su
concepto de libertad, de responsabilidad consigo mismo, y donde
note, por tanto, la independencia de su propia vida.
Esta tendencia es una de las causas fundamentales de esa
actitud independiente de la adolescencia y del concepto de la
propia valía frente a un mundo cada vez más indiferente. Será una
de las mayores fuerzas con las que el hombre podrá enfrentar la
opinión de los demás.

TENDENCIAS TRANSITIVAS
Este último grupo de tendencias tiene como característica
principal el poner la atención fuera del yo. Con ellas se sale al
mundo buscando en la entrega la propia identidad. En cada una
hay un anhelo de perfección de lo exterior, tanto de las cosas
como de las personas.
Estos deseos de perfeccionamiento tienen la peculiaridad de
que se procuran en cada caso por su nombre. Ya no se vive en un
mundo anónimo sino en el de personas y cosas concretas, que
tienen una configuración definida y separada del resto. Estas
metas perseguidas tienen, en muchos casos, preferencias sobre la
propia vida, porque se han convertido en el objetivo de la misma.
El individuo las busca hasta el olvido de sí. Aparecen como el
ideal de vida y empujan a su realización con la intuición de lo
permanente, de lo sumamente valioso. El hombre se trasciende así
mismo e intenta la participación en la vida de los demás.
Comprende que la autorrealización está pendiente de esa
trascendencia, del olvido de sí para preocuparse del otro.
Desde el centrarse en el yo hasta su olvido y la entrega al tú,
existe una cadena de tendencias con matices diversos que Lersch
clasifica de la siguiente forma:
• Tendencias dirigidas hacia el prójimo.
• Impulso a la asociación.
• Tendencias del ser para otros:
• Benevolencia y ayuda.
• Amor al prójimo.
• Tendencias creadoras.
• Deseo de saber.
• Tendencias normativas.
• Tendencias trascendentes.

Tendencias dirigidas hacia el prójimo: Impulso a la asociación

Se engloban aquí la serie de tendencias que apuntan a la


convivencia, a tomar parte en la vida social. Unas se limitan a un
estar con los demás y otras llegan hasta la entrega. Las primeras
se podrían agrupar en el impulso a la asociación, que se
manifiesta en el deseo y la necesidad de comunicarse con los
semejantes y compartir sus aspiraciones, conocimientos, etc.
Podemos afirmar que el hombre busca la presencia, el eco, la
comunión con las personas. Esto significa unión de pensamiento y
de esfuerzos y la presencia de metas comunes. El hombre no es
ser para la soledad.
Indudablemente, como todas las demás tendencias, presentan
intensidades diversas a lo largo de la vida y en las distintas
personas. Hay momentos que el hombre busca la soledad y otros
en que necesita compartir. Es la consecuencia de la multiplicidad
de necesidades y la búsqueda de armonía.

Las tendencias del ser para otro


Tienen estas tendencias una serie de matices que las
distinguen perfectamente del grupo anterior. Ahora el otro
aparece como una obligación vinculante. El hombre no se siente
absolutamente independiente, se da cuenta de que su vida está
enlazada con la de sus semejantes, con los que tiene contraída una
cierta responsabilidad. La separación y la utilización de los
demás, propio de las tendencias del yo, son superadas, y el
hombre reconoce en sus semejantes una tarea personal, por lo que
ha de abrirse de una manera nueva: con generosidad. En las
tendencias hacia el prójimo la relación había sido simplemente de
asociación, de prestación de una ayuda mutua, con una cierta
carga del yo todavía presente. Ese tinte va a ir desapareciendo en
este nuevo grupo de impulsos.
Oscilan estas tendencias desde la benevolencia a la bondad y
el amor al prójimo. Todas, en mayor o menor grado, tienden a la
perfección del otro. Se siente el hombre conmovido ante la
penuria de sus semejantes y llamado a atenderla.
La tendencia del amor al prójimo, que en principio es muy
amplia y significa una apertura a toda persona, se concreta en un
modo de amor especial hacia alguna. Es lo que ocurre, por
ejemplo, en las diversas relaciones familiares y en las distintas
amistades. Hay en la familia distintos tipos de amores, pero todos
ellos tienen unas características comunes que conviene destacar.
Lo primero es el lugar principal que ocupan esas personas amadas
ante el resto del mundo. Una segunda peculiaridad es que aparece
cada una como un valor en sí, como algo que debe vivir por su
valor intrínseco y que, además, da peso y sentido a nuestra vida.
Estas tres características se encuentran en la esposa y en cada uno
de los hijos, aunque con matices distintos, y tienen como
consecuencia que la persona amada se presente de una manera u
otra como un ideal, y que el hombre empeñe en su perfección el
mejor esfuerzo. Sacar del otro lo mejor que tiene es una tarea
propia del amor. Algo que el educador ha de tener siempre en
cuenta.
Las propiedades enunciadas hacen que este amor sea
denominado amor entrega, para distinguirlo del modo de
acercamiento y visión del otro que caracteriza a los anteriores
grupos de tendencias que ya tratamos. Veámoslo con un poco de
detalle.
El amor como tendencia transitiva piensa en el tú y tiende a la
entrega. Responde a esa necesidad de darse a los demás que el
hombre siente y le hace abrirse generosamente. En las tendencias
del yo, tanto en el egoísmo como en el poder, el objeto de nuestra
apetencia se puede concretar en una persona que se desea poseer.
En ese caso el otro interesa para el yo, se busca la perfección
propia no la de aquél; se trata, pues, de un amor egoísta y
posesivo, capaz muchas veces de maltratar hasta la crueldad al
amado, gozando de su poder. Se da con frecuencia en el amor
posesivo de algunas parejas o de padres a hijos, por ejemplo. El
amor como expresión de las tendencias de la vitalidad, se concreta
en la mera búsqueda de placer, que se puede intentar con una
persona concreta o con cualquiera. No se pretende nunca la
perfección del otro sino un simple rato de placer. El otro es un
medio para conseguirlo. No hay tampoco ya un intento de
afirmación individual como puede haberlo en las tendencias del
yo, sino el simple goce. Hay, por último, incluso calificado con el
término amor, el simple desahogo de una necesidad fisiológica
despertada por el mero estímulo adecuado. Estamos ante un
reflejo fisiológico y natural que más que hacer indicación de una
tendencia habla del modo normal de funcionamiento de una
cadena de reflejos orgánicos.
Desde el amor entrega, al amor posesión, al amor goce, al
amor fisiológico, hay indudablemente una cadena de valores
descendente, que se buscan como meta de aquellas acciones. Sin
embargo, hay que destacar la unidad del individuo y hacer constar
cómo cada uno de ellos se pueden dar a la vez y con relación a la
misma persona, o bien pueden existir independientes, y con
diversas combinaciones y referidos a distintos individuos. No
obstante, la complejidad de este asunto puede llegar a mucho más
y volveremos a él en el amor humano, al final del estudio de la
estructura personal.

Tendencias creadoras
Llamamos así a la inclinación del hombre a poner su esfuerzo
en el mundo para mejorarlo. Quiere colaborar en la construcción
de valores objetivos de cuya realización se siente en parte
responsable. No se trata del egoísmo ni de la conservación de la
vida, ni de la mera actividad; consiste en hacer algo que
trasciende al hombre, cuyo valor queda fuera, en la cosa.
Indudablemente se alimenta del impulso a la actividad; pero lo
supera en su aplicación y en su trascendencia.

Deseo de saber
El hombre desea espontáneamente comprender al mundo en
su objetividad, sin ningún interés de poder o utilidad personal.
Hay inclinación a investigar y encontrar la explicación de la
realidad, y sentimos el goce íntimo de su comprensión.

Tendencias normativas
El hombre tiende a aceptar lo que debe ser. Siente y reconoce
la necesidad de ideales de justicia, verdad, sinceridad, etc., que
aparecen con una grandeza tal que al quebrarlos se desvaloriza
fuertemente la propia vida. Está, además, dispuesto a entregarse a
ellos como a algo con un auténtico valor y sentido. No es difícil
encontrar eco en cualquier corazón cuando se le habla de esos
ideales.

Tendencias trascendentes
Mediante ellas se interroga y se busca en el mundo una esfera
del ser que supere la relatividad y fugacidad del yo individual. Se
pretende un absoluto que signifique la supratemporalidad, la
permanencia del yo. Distingue Lersch tres tipos de tendencias
dentro de este apartado: el impulso artístico, la necesidad
metafísica y la búsqueda religiosa. En la primera se intenta la
supratemporalidad en la creación sensible. Consiste en tocar y
sentir lo eterno y poder expresarlo. En la necesidad metafísica se
pretende llegar al ser absoluto. Se busca lo permanente, lo que no
cambia, y contestar así a las preguntas que inquietan más
fundamentalmente nuestra existencia. Con la búsqueda religiosa
se persigue participar en aquella vida del ser absoluto, en el Amor
y la Plenitud sin fronteras.

EL SENTIDO DE LAS TENDENCIAS


Las tendencias se cargan de sentido al impulsar al hombre a su
autorrealización, permitiéndole encontrar los objetivos propios
para su crecimiento. Lo orientan hacia el mundo de muy variadas
maneras, y le muestran la unidad, la armonía universal existente
en la naturaleza, al corresponder nuestras necesidades con lo que
en el mundo podemos hallar, o confirmando nuestra esperanza de
encontrarlo a partir de nuestra actividad cuando todavía no es
posible.
Estas funciones generales se realizan de manera específica y
con amplitud parcial en los diversos grupos de impulsos, cada uno
de los cuales busca la realización de un aspecto de la persona en
orden al bien del todo. La parte más biológica y elemental es la
base imprescindible para la realización del resto, y tiene sentido
sólo mirando a la totalidad. Qué duda nos puede caber de la
eficacia y la necesidad de los impulsos a la vitalidad, pues sin
ellos la vida es imposible. Si en algún momento pensamos que el
sentido de ellas es el goce, que ahí se acaba lo que nos pueden
ofrecer y colmar la vida humana, nos tropezaremos con muchos
obstáculos para sostener esa opinión. Por ejemplo, perderían
razón de ser las grandes facultades humanas: la inteligencia no
apunta especialmente al placer de la vitalidad, que aparece en los
animales sin ninguna necesidad de ella. Lo mismo podríamos
decir de la voluntad y la libertad. Ocurre, sin embargo, que la
inteligencia puede llenar de sentido superior la realización de cada
una de las tendencias de este grupo, cuando la satisfacción de las
mismas se realiza pensando en el fin que tienen dentro del todo,
superando así sus propios límites. Pasa esto cuando se defiende la
vida consciente de la misión que tiene en el mundo; cuando
procreamos con la comprensión de lo que es participar en el
nacimiento de una nueva vida, etc.
Con la aparición de los impulsos del yo nace un nuevo sentido
para la vida: el yo por sí mismo. Pero esa interpretación de estos
impulsos es muy parcial. Tener holgura, pretender conseguir
seguridad, no es en el hombre algo para quedarse quieto, sino para
llegar a más. Se busca la plataforma para un nuevo salto. Con
estas tendencias, al asegurar la vida, nos permitimos la
posibilidad de atender a las otras necesidades que nos surgieron
en el tercer grupo de tendencias. No se trata de conseguir un más
para la vitalidad, sino de conseguir una posibilidad para la
trascendencia. Todo esto lo vio muy bien Aristóteles cuando nos
habla, por ejemplo, de cómo la propiedad privada permite el
placer de agasajar a los amigos. O cuando afirma que, para
disponer del ocio que necesita el estudio, es precisa una cierta
posición económica. Además, si se pretende que tengan sentido
para sí mismas nos tropezaremos con que las tendencias
transitivas son un estorbo que dificultan centrarse en el yo.
No encuentra descanso el hombre con la satisfacción de las
tendencias del yo, que se han de ver complementadas con los
impulsos transitivos. Con ellos se consigue acabar la perfección
en la entrega. Cuando nos abríamos al mundo en las otras
tendencias buscábamos recibir para de esa manera enriquecernos;
ahora vamos a los demás para dar y así engrandecernos. El
hombre, como siempre, con sus impulsos está buscando su propio
ser, el sosiego de una necesidad, que ahora sólo se consigue con
una donación, con la pérdida, en cierto sentido, de sí mismo. El
ejercicio en la perfección de los demás, se transforma en el
camino de la propia realización.
Con estas tendencias se muestra cómo el porvenir del hombre
está ligado estrechamente al mundo y a los demás. El ser social
no consistirá exclusivamente en la ayuda que necesitamos de los
demás para llevar a cabo nuestros objetivos. No se trata de recibir
cada uno de los talentos de los demás y así completar la seguridad
y riqueza que nuestro yo necesita; ni consiste simplemente en
unirse para adquirir más beneficios, sino que buscamos a los
demás para tener a quién entregarnos. Nos llegamos a los otros no
para nuestra propia perfección, sino para la de ellos. Hasta este
extremo somos sociales por naturaleza. No consiste, pues, en que
entre diez se puede hacer lo que no hacen cuatro (y así salimos
todos ganando); es que se necesita al otro para poder darle, y en
esa entrega está la posibilidad de autorealización. El hombre es
así, por esencia, generoso; hecho para inmiscuirse en la vida de
los demás, para ser el mejor apoyo.
Hay como tres grados en la profundidad del ser social que
posee el hombre: uno primero sería la colaboración entre todos
para conseguir metas más altas, que individualmente son
imposibles; en este caso, los demás son ayudas para conseguir
objetivos que desde su inicio son personales, pensados para uno
mismo. Un segundo momento sería el de la comprensión:
buscamos a los demás, los necesitamos, para compartir nuestros
pensamientos y sentimientos. El individuo espera que sus ideas
sean entendidas y valoradas por otros, necesita la compañía de los
demás en la aventura del pensamiento, de los valores, etc. El
tercer escalón estaría constituido por el olvido personal para
atender a la vida de lo otro, sea otra persona, un ideal de justicia,
o la perfección del mundo.

Importancia de cada grupo de tendencias


Para darnos cuenta de la importancia de cada uno de los
grupos de tendencia conviene ver la relación de dependencia que
hay entre ellos y la influencia del crecimiento de cada uno en el
ordenamiento total. Veámoslo.
Qué duda cabe de que las tendencias transitivas, en su
mayoría, son extremadamente difíciles de llevar a cabo cuando
falta la satisfacción de las anteriores. En principio, para poder
dedicarse a la perfección de los demás se precisa el descanso de
las tendencias vitales y la seguridad de la posesión del yo. Si no
tengo vida, si no me poseo, difícil es el impulso a la perfección de
los demás. Esto es una experiencia diaria –piense el lector que
estamos hablando de tendencias, no de toda la persona, en la cual
la fuerza y el imperio de otras facultades pueden dar lugar a un
comportamiento en el que se fuerce y se modifique lo que aquí
indicamos– que cualquier individuo puede comprobar en sí
mismo o en los demás: no es fácil estar pendiente de la etiqueta
cuando se llevan varios días sin comer. No es ordinario recrearse
en la belleza de un paisaje cuanto está en peligro la vida, etc.
Podemos decir, pues, que las transitivas necesitan de los otros
grupos ya satisfechos.
Algo similar ocurre en las tendencias del yo con respecto a las
de la vitalidad: para que puedan existir aquéllas se necesita de
éstas. Si no están satisfechas en un mínimo las vitales, nunca se
podrán dar las del yo, que quedarán olvidadas ante la
perentoriedad de la vida. Sin embargo, para nada precisan las de
la vitalidad de las demás; tienen una absoluta independencia que
quita la posibilidad a las otras de que tengan un sentido para ellas.
Al goce de la vida le molesta la avaricia y el amor a los demás.
Algo similar ocurre con la tendencia del yo respecto a las
transitivas: los ideales de entrega molestan la ambición de
atesorar.
De lo dicho se concluye que las transitivas dependen de las
anteriores, pero, a su vez, se infiere que las demás se dan para las
transitivas y no al contrario. Aparece un orden natural de las
tendencias que conviene respetar siempre.
En lo que se refiere a la relación de crecimiento entre cada una
de ellas, llama la atención cómo el excesivo desarrollo de las
tendencias de la vitalidad ahoga la existencia de las demás. El
vicio por el placer, por ejemplo, puede anular el deseo de
seguridad y todo altruismo. Algo similar ocurre con las tendencias
del yo, que cuando son exageradas, no dejan lugar para las
tendencias transitivas y reducen a un mínimo, cuando no anulan,
muchas de las tendencias a la vitalidad. Sirva de ejemplo, cómo la
ambición de riquezas puede acabar con la tendencia a ayudar a los
demás, y aún con las mínimas manifestaciones de gozo de la vida,
que se sacrifican por la avaricia.
Qué distinto es, sin embargo, cuando lo que se alimenta son
las tendencias transitivas. Entonces, con su realización no se
apaga ninguna de las anteriores –que sirven de apoyo para éstas–,
sino que se les coloca en el lugar secundario que corresponde a lo
que es medio para algo superior y más completo. Se llega así al
equilibrio natural de las diversas tendencias. Se marca el orden
jerárquico de los impulsos, a la vez que se patentiza la mayor
nobleza de las cualidades aparecidas exclusivamente en el
hombre.

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