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Machu warmiwan sapowan

Cuenta la leyenda que en un pequeño pueblo de los Andes, vivía


una pareja en una casita de ladrillos cocidos, techada con
mimbre y palmeras, el marido llamado Alejandro y la mujer
Dionisia.

Alejandro se ha dedicado al cultivo y cultivo de diversos cultivos


alimenticios, tales como: papa, zanahoria, ajo, cebolla, tomate,
cilantro, yuca y muchos más. Dionisia se dedica a las tareas del
hogar, especialmente a preparar rica comida para su esposo.

Alejandro siente un gran respeto por sus padres y abuelos,


siempre apoyándolos y ayudándolos en todas sus necesidades.
Adora a su madre, una anciana sureña progresista que vive cerca
de él. Esta anciana va todos los días a casa de Alejandro, donde
su hijo le sirve el almuerzo, lo que se ha convertido en una
costumbre.

Pero un día Dionisia, de muy mal humor, empezó a discutir con


Alejandro y, entre otras cosas, le dijo:
-Escucha Alejandro, se tiene que terminar, ya no quiero las
visitas de tu mamá a la hora de comer.

-No me gusta esta mujer que va a buscar comida todos los días al
mediodía, dile que vaya a pedir comida para sus otros hijos, no la
quiero ver más, no la quiero ver más.

Alejandro respondió

- Pero Dionisia, es porque no tiene a nadie cerca, mis hermanos


viven demasiado lejos y ella no puede ir allá, es mi madre y no
tengo problema en darle de comer.

Dionisia le dijo enojada

- Que no quería que ella volviera a casa al mediodía y esa fue su


última palabra. Un día, la anciana llegó al mediodía y Aniceto le
dijo:

- Mamá, no vengas aquí a buscar comida enseguida, no quiero


verte más por aquí.
-Te avisaré cuando debas venir.

“Ve a visitar a mis otros hermanos para que también puedan


alimentarte.

Muy triste, la abuela le dijo a Alejandro:

- Hijo mío, no vine a darle de comer a mi madre, vine a


conocerte, a acompañarte un rato ya recordar el pasado.

Alejandro muy groseramente le dijo que se fuera que le decía


que lo visitara. Y dando un portazo, la anciana se dio la vuelta y
se fue llorando muy triste.

Al día siguiente Dionisia lo llamó para almorzar y Alejandro fue a


la sala a sentarse cuando de repente escuchó un grito de terror
de Dionisia, inmediatamente perdió el conocimiento. Alejandro
corrió a la cocina y miró dentro de la olla para ver un sapo
grande adentro, se lo había comido todo.
Entonces entendió por qué su esposa se desmayó. Rápidamente
saltó el gran sapo y Alejandro no pudo atraparlo, se escapó lo
más rápido que pudo. Él y su esposa no explicaron qué pasó:

"¿Cómo entró ese sapo y se comió todo lo que había en la olla?"

Alejandro le dijo a Dionisia

-Es el castigo de Dios, no debimos tratar tan mal a nuestra


madre, es solo una pequeña comida, la invitaremos a seguir
comiendo como siempre y así Dios la perdonará.

-Está bien Alejandro, se hará lo que dices, ve e invítala a pasar, le


dijo Dionisia. Cuando Alejandro llegó a la finca de la anciana,
tocó la puerta, pero nadie respondió. Como pudo, entró en la
habitación de su madre y allí estaba en su cama. Tenía una
mirada triste en su rostro y se nota que lloró mucho.

Alejandro se dio cuenta que la pobre anciana había muerto de


tristeza y dolor. Le enseñó una gran lección y entendió (aunque
muy tarde) que los padres necesitan ser cuidados, amados y
ayudados, no abandonados y abandonados. Hay un dicho en los
Andes: “Nunca niegues la comida a tus padres, pues el sapo
vendrá y te castigará”.

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