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Esta Introducción guía todo el contenido temático del libro. Más allá de cada tema, lo que
se pretende es una reflexión no tradicional que se englobe en una narrativa humanista en la
que se ubique como centro la teoría sociológica de la lucha por el reconocimiento y se
dejen de lado las explicaciones tradicionales que emanan de la lucha de clases y del
desarrollo económico que hace posible el acceso a mejores condiciones materiales de vida,
pero que terminan ignorado la búsqueda de la felicidad humana. Hoy en día aún existen
grandes problemas que es necesario atender desde la lógica del reconocimiento de
derechos: las luchas contra la segregación y discriminación racial, la lucha por los derechos
de los migrantes en los países de origen y destino, los movimientos campesinos que se
predijo desaparecerían, las luchas por la igualdad de género, etc. Quizás el problema más
complejo por resolver sea el de la supervivencia de la especie humana, lo cual, de ser
correcto nos llevará a poner en la mesa de la discusión el derecho a la vida como un
derecho de todos.
La lucha por el reconocimiento de derechos de los migrantes ha oscilado entre
posturas contrarias que abarcan el territorio, la soberanía y en ese contexto el
reconocimiento diferenciado de la ciudadanía. La historia del binomio entre ciudadanía y
Estado constituye una de las piedras angulares para la discusión de los derechos; pero, por
paradójico que parezca, su evolución devela asimismo la negación y exclusión de derechos.
Aquí se opta por una perspectiva que sirve para apuntalar desde otro ángulo estos temas;
aunque no es sencillo, sobre todo porque la misma teoría de la lucha por el reconocimiento
presenta una seria limitación: se inspira en el contexto del Estado nacional, por lo que es
imprescindible repensar nuevamente la diferencia entre lo nacional y lo estatal.
Tal como expresa Marx, el orden de los capítulos de este libro, en tanto resultado,
presenta una lógica distinta a la lógica de la investigación. En realidad, los capítulos
pretenden llevar una organización lógica y argumentativa que busca transitar
comprensivamente de un capítulo al siguiente. Esto no puede conseguirse sino hasta
finalizar la investigación, como resultado, cómo síntesis, como construcción lógica. Es
hasta entonces que la lógica expositiva adquiere su sentido peculiar y hace posible
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Propuesta paradigmática
¿Qué pasaba en Alemania, Inglaterra y Francia a mediados del Siglo XVIII sobre el
reconocimiento de derechos que Hegel logró recoger y trascender en su filosofía a partir de
sus escritos de Jena? La libertad que ahora reconoce la modernidad, aunque en el Siglo
XVIII aún no era norma generalizada, ya no podía justificar el vasallaje feudal o la
obediencia al señor feudal. Por supuesto, el esclavismo ya era visto como una rémora.
Aunque esa libertad correspondía inicialmente a un número limitado de individuos nobles,
ésta hubo de avanzar hacia su universalización, haciendo de la persona un ciudadano; es
decir un singular con igualdad de derechos.
Hegel que no era un nacionalista consumado comprendió desde la filosofía que la
libertad de la nobleza apuntaba hacia la igualdad de derechos de la sociedad. Sus escritos
así lo indican cuando aborda los tremas de la ética y el derecho. El acceso a la libertad de la
aristocracia avanza con la educación universitaria que dejó se ser monopolizada por los
clérigos. La libertad de las personas era la condición para la venta de la fuerza de trabajo
por tarte de los trabajadores y a pasar de un patrón a otro. Si el reconocimiento avanza
hacia una nueva ética, esa tesis indica que, más allá de una sociedad establecida, es
necesario modificar e incluso crear nuevas leyes, así como sentar las bases para nuevas
formas de comportamiento e interacción social. Predicar la aplicación permanente de la ley
y negarse a reformarla conduce a negar el desenvolvimiento y el desarrollo de la sociedad;
su resultado lógico es un desacoplamiento entre el derecho y el significado que en ese
momento se tenga de la justicia social. Ante esa cuestión se necesita identificar el nivel de
avance en la legitimación de una norma por surgir conforme a la cual se acepta o se niega el
reconocimiento social. Por lo demás, si todo esto se sintetiza en el concepto de la
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universalización y por tanto, reclamar derechos de grupo no conduce a crear una nueva
ética social y mucho menos, normas convertidas en instituciones. Esto es lo que sucede
cuando se hace necesaria una acción afirmativa que busca combatir la exclusión de
derechos, haciéndose evidente, la necesidad de su reglamentación.
Existen evidencias de que el joven Marx se acercó a Hegel a partir de su
Fenomenología del Espíritu, y aunque en ese libro se encuentra el esquema de la lucha por
el reconocimiento, Hegel no lo desarrolló, ni dejó indicaciones para llevarlo a cabo. En este
aspecto, la influencia de Hegel en Marx se limita hacia la recuperación del método de la
dialéctica y la interpretación de la lucha entre el trabajador siervo y el señor feudal. En la
obra cumbre de Marx, esta lucha por el reconocimiento adopta una expresión de conflicto
por intereses, ajenos a la eticidad; es decir, una lucha irreconciliable, enfocada hacia las
condiciones materiales entre el capital y el trabajo. Es una lucha clasista que pone en el
centro la acumulación capitalista, es decir, la disputa por la apropiación del excedente que
genera el trabajador y del cual es desposeído. Entonces, a partir de ese esquema, además de
que se transita de la filosofía hacia la economía política, las relaciones intersubjetivas que
hacen posible los procesos de comunicación, entendimiento y de colaboración pasan a
segundo plano. Esto es mucho más claro en El Capital, en donde el trabajo se transforma en
una actividad alienada y ajena, donde el trabajador, siendo el productor en el proceso de
producción, finalmente es desposeído de su producto.
Pero, Marx no era un utilitarista, su modelo de pensamiento se orientó hacia la
búsqueda de una nueva sociedad en la que ya no existieran los conflictos de clase. Esta
orientación no la recoge Honneth; sin embargo, Honneth logra encontrar en los escritos del
Marx maduro, un hilo, a veces imperceptible, pero, presente, en el sentido de reconocer que
el trabajador, no sólo es capaz de imaginar las distintas fases del proceso de trabajo hasta
llegar a su resultado, sino que con ello también consigue verse realizado, e incluso, el
resultado de su trabajo, al entregarse a la sociedad consigue afirmarse como un ser útil para
los demás; entonces, ese trabajador se realiza en su producto como ser humano. En esta
orientación humanista de Marx no queda duda de que se recoge una ética que conduce a la
felicidad y a la solidaridad; desafortunadamente, su elucidación presenta un sesgo hacia la
economía y la producción, que podría ser rescatada si sus afirmaciones se reinterpretan a
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partir de sus manuscritos económico-filosóficos; sobre todo si para este objetivo se resalta
su orientación filosófica.
No obstante, la orientación económica y política de Marx, la teoría de la lucha de
clases ha de ser entendida en general como una lucha por la valoración y el reconocimiento
de la justicia, y aunque se limita a una lucha económica contra la explotación, aun así, es
una lucha por derechos; en ese sentido, es una lucha ética cuyo trasfondo es la justicia. Sin
embargo, aunque puede reconocerse que se trata de una lucha histórica, por más justa que
sea, no logra expresar los intereses generales de la sociedad, por eso se aduce, como
justificación, que la clase obrera ha de encabezar esa lucha. Desde esa lógica, las luchas
campesinas, étnicas y raciales, son vistas como un retroceso, y lo mismo ha sucedido con
las luchas de género. Esta afirmación no resiste la crítica seria, por lo que debe considerarse
como una desviación inspirada por la economía política y que puede ser recuperada desde
la sociología y la filosofía.
Décadas atrás se llegó a afirmar que el campesino desaparecería y que engrosaría las
filas del proletariado; eso no sucedió. No hay nada más absurdo que pensar en un modelo
de sociedad que todo lo absorbe, sin dejar margen a otro tipo de relaciones. No podemos
negar que las relaciones de género han venido a revolucionar la sociedad y su ética, por lo
que, negar derechos a una parte de la sociedad conducirá a la barbarie; eso es lo que, contra
toda lógica hoy sucede a la mujer en Afganistán.
permite valorar la reflexión que hace el otro, saber por qué una persona “piensa lo que
piensa” o “hace lo que hace” aunque inicialmente nos haya parecido inexplicable. No pocas
veces el contexto condiciona el hacer.
Estos tres patrones de comportamiento están presentes en todo momento, pero por
separado corresponden a distintas fases de desarrollo de las personas o a “…modelos de
reconocimiento recíproco diferenciados, a los que además debe corresponde un potencial
diferente de desarrollo moral y diversos tipos de autorreferencia individual” (Honneth 117);
entonces, la intersubjetividad entre las personas requiere de la competencia para reconocer
e interpretar toda relación, toda norma, todo acto; vaya, toda sociedad; así, es posible que
una persona no alcance a reconocer el valor de la solidaridad de otro y realmente se
confunda; por ejemplo, habrá quienes sean solidarios entre si bajo parámetros
distorsionados y sin embargo, nieguen derechos a terceros. Esos patrones de
reconocimiento representan distintas formas de interacción social: la comunidad de vida, la
sociedad y la comunidad de personas (Scheller, 1966: p. 509). “…Se puede alegar a lo
sumo que una subdivisión de la vida social en tres esferas de interacción es altamente
plausible; está inmediatamente al alcance de la mano distinguir formas de interacción social
según se establezcan por lazos emocionales, por el reconocimiento de derechos o por la
común orientación a valores…” (Honneth, 117). El reconocimiento en torno a valores
constituye la forma más genuina de la solidaridad, sobre todo, porque los valores
constituyen el cimiento de una sociedad donde predomina el amor en su sentido más
humano y ético.
El reconocimiento recíproco constituye el punto de partida de la reproducción
armoniosa de la vida social; en ese sentido, la reciprocidad constituye la energía
estructurante que estructura de la sociedad. A su vez, su expansión hace posible el proceso
de individuación personal. Dicho de otra manera: se reconocen derechos plenos cuando
aceptamos e interactuamos en sociedad con otra u otras personas, por ejemplo, al esclavo
no se le atribuyen derechos porque no se le reconoce como persona (no se pertenece así
mismo, pertenece a un tercero); por otro lado, el inmigrante es una figura despersonalizada
por la ideología de la exclusión porque no pertenece al Estado en los países de destino,
aunque pertenezca a la Nación como sucede en los países de origen. Existen formas de
negación de derechos encubiertas, tales como la asignación de una profesión por ser
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hombre o ser mujer; esto es como si se reconociera que se es persona apta para el
desempeño de una profesión como sucede con aquellas actividades que se atribuyen a la
sexualidad, pero si se es de otro sexo se carece de esa cualidad. Algún día en el catolicismo
se tendrá que reconocer que una mujer sea una sacerdotisa, así como se ya reconoce que
una mujer es la jefa de familia o que dos hombres o dos mujeres tienen derecho al
reconocimiento jurídico como cónyuges. Una sociedad que no reconoce derechos, aunque
se vea así misma de avanzada, en realidad lleva el sello retrógrado.
desencadena toda su potencialidad; sólo un ser humano libre llega a ser una persona capaz
de alcanzar la madurez. Las personas en cualquier interacción social han de ser capaces de
reconocerse en igualdad de derechos, aunque pertenezcan a comunidades distintas; este
reconocimiento es aún más claro cuando se pertenece a una misma comunidad, pero si se
reside en un territorio distinto; sus derechos plenos, o una parte de ellos, son negados como
si la geografía fuera el elemento de justificación. Es obvio, para el reconocimiento de
derechos extraterritoriales se requiere ir más allá de lo convencional y trascender la teoría y
norma tradicionalista que se cobija en el manto del nacionalismo metodológico. Cuando las
leyes no reconocen derechos a sus nacionales por encontrarse fuera del territorio nacional,
entonces ante sus connacionales aquellos no se ven como iguales frente una norma que los
excluye. De igual forma, desde lo nacional/territorial se elaboran retóricas subordinadas a
normas excluyentes para favorecer ese estado de cosas.
Desde el reconocimiento de derechos entre iguales “el sistema de derecho puede ser
entendido como expresión de intereses generalizables de todos los miembros de la
sociedad, de manera que su pretensión según excepciones y privilegios no debe
consentirse…” (Habermas, 1976). Como se desprende desde los tempranos escritos de
Hegel, esto sólo tiene validez desde principios universalistas lo que resulta interesante
desde la filosofía del Espíritu escrita en 1807. Esta misma observación resulta válida para
nosotros que trabajamos en el reconocimiento de derechos de ciudadanía de los mexicanos
en el extranjero.
La solidaridad…
La solidaridad mutua hace avanzar al ser humano hacia la realización, o como se
dice popularmente: “se da lo que se lleva en el alma”; se recibe y se valora según ese
mismo criterio. Los marginados no necesitan nuestra compasión, lo que necesitan es un
modelo donde haya oportunidades para todos. Si, lo sé, tampoco es suficiente, porque las
oportunidades son asimismo diferenciadas; aun así, si las hay, es posible dar un paso hacia
adelante y luego otro y otros, sobre todo cuando nos forjamos en la cultura del esfuerzo y la
tenacidad. Sólo se puede ser solidario cuando se reconoce la cercanía, donde la
espontaneidad auténtica aflora y “…como presupuesto se piensa la existencia de un
horizonte de valores intersubjetivamente compartido” (Honneth 149). Este reconocimiento
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recíproco es posible en una sociedad cohesionada, una sociedad que construye una vida
comunitaria con legitimidad.
En realidad, el desarrollo de la sociedad está en relación directa con los valores que
se comparte o con aquellos que niega. Las sociedades excluyentes reconocen como
valoración la exclusión de derechos como parte de su cultura. El horizonte de valorización
en las relaciones de reconocimiento abarca el ideal de persona, lo que se cree que somos o
que merecemos ser en cualquier relación social. Por ejemplo, un indio es un indio, pero no
por ser indio es un “salvaje sin alma”, como dijeron los conquistadores españoles “Un
negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina
de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se
convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no tiene nada de capital, del mismo
modo que el oro no es de por sí dinero, ni el azúcar el precio del azúcar” (Marx, 1968). En
este caso, la valoración conduce a repensar que un negro o un indio son personas como
cualquier otra; piénsese en el concepto que se tiene del significado de la mujer, la respuesta
nos dibujará de cuerpo entero. “…Cuanto más se abren los objetivos éticos a diferentes
valores y cuanto más cede su ordenamiento jerárquico a una concurrencia horizontal, tanto
más potentemente adoptará la valoración social un rasgo individualizante y tanto más podrá
crear relaciones simétricas…” (Honneth. 1997:150), dicho en otras palabras: si la ética
permite englobar todo lo humano, entonces la valoración será más universal, más
incluyente; eso es posible al reconocer que toda persona es un ser humano.
Si pensamos en la viabilidad del reconocimiento de derechos es porque la sociedad
ha llegado a un tipo ideal de persona indiferenciada en términos del modelo de democracia.
Si las normas no reconocen ese criterio, es posible que el o los grupos discriminados exijan,
apoyándose en la ética de la sociedad, el respeto compensatorio como un criterio de justicia
social y que esto se vea reflejado en una sentencia de ley, como sucede hoy en día con el
reconocimiento en México de las minorías discriminadas. Entonces, la viabilidad y el éxito
radica en luchar por aquello que concebimos como justicia social y que está acorde con el
desarrollo que ha alcanzado la sociedad en que vivimos.
Bibliografía
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