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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Octava Clase Teórica – primera parte (de Casas – Volta)

8) El retorno de lo “constitucional”.
La situación traumática versus la práctica sexual infantil. Las fantasías como marco de la pulsión. El síntoma como
figuración de una fantasía. Jugar, fantasear: ganancia de placer. Lo más íntimo y el patrimonio común: las
fantasías primordiales como respuestas a los enigmas de la sexualidad (el origen de la sexualidad, el origen de los
niños y la diferencia entre los sexos). Las series complementarias.

Bibliografía obligatoria:
✔ “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis” (1905), VII, 263-71.
✔ “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908), IX 141-7.
✔ 23a conferencia: “Los caminos de formación de síntoma” (1916-7), AE, XVI, 329-43.
✔ “El creador literario y el fantaseo” (1907), AE, IX, 127-135.
✔ “De la historia de una neurosis infantil” (1914-8), AE, XVII, caps. V y VIII, 47-57 y 87-94.

Bibliografía ampliatoria:
✔ “Sobre las teorías sexuales infantiles” (1908), AE, IX, 187-201.
✔22a conferencia: “Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la regresión. Etiología” (1916-7), AE, XVI, 309-312.

En la clase de hoy, después de haber introducido los conceptos de pulsión y de sexualidad


infantil, vamos a volver sobre un tema que habíamos planteado en la primera parte del
programa. No lo vamos a repetir tal cual sino que, por el contrario, vamos a encontrarnos con
una reformulación importante en la teoría. Va a ser otra manera de acercarnos a la necesidad
que tuvo Freud de introducir el concepto de pulsión para explicar el surgimiento y permanencia
de los síntomas. La unidad comienza con esta puntuación: “la situación traumática versus la
práctica sexual infantil”. Si refrescan lo que desarrollamos en la cuarta clase, recordarán el
modo en que Freud había establecido la “etiología” específica de la histeria. Sirviéndonos del
ejemplo de Emma habíamos visto la manera en que concebía el problema de la “causa”, en
función de los dos tiempos y del efecto nachträglich. Recuerden que en esa primera
concepción, Freud había logrado concebir una teoría puramente psicológica de la neurosis, en
la que se articulaban las nociones de “defensa” y el “recuerdo inconsciente” del trauma. En la
clásica antinomia entre lo innato vs lo adquirido, había logrado desechar lo que la psiquiatría de
la época planteaba como factores hereditarios, teoría de la degeneración o predisposición
neuropática y se pronunciaba, con su teoría de las neurosis, en favor de los factores o influjos
accidentales (lo adquirido). En esa primera teoría, había logrado descifrar el síntoma con la
ayuda de lo aprendido con las otras formaciones del inconsciente. El síntoma era el producto y
resultado de procesos de elaboración inconscientes (las leyes del proceso primario), y emergía
como retorno directo de lo reprimido, como sustituto representativo de otra cosa que debía
recuperarse en tanto recuerdo a través de las asociaciones en el análisis.

El recuerdo del trauma en cuestión tenía dos características específicas:


- Estaba referido al tiempo infantil
- Su naturaleza era sexual.

Con esta premisa ya establecida Freud planteaba lógicamente, que era necesario conducir el
análisis hasta la niñez temprana, hasta el máximo donde llegue la capacidad de recordar del
paciente. Pasando por los hilos asociativos, había que acceder a los recuerdos de las vivencias
(una o varias) de contenido sexual en un tiempo prematuro, y pertenecientes a la tempranísima
niñez. El hecho de que pudiera haber síntomas ya en la infancia le hacía suponer que las
vivencias buscadas tenían que ser muy tempranas. Esto último, dijimos sin desarrollar
demasiado en la cuarta clase, disparaba ya una pregunta en Freud en relación al estatuto de

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esos recuerdos. Discutía si se trataban de realidad o de fantasías. Vimos que Freud
contemplaba la posibilidad de que algunas fantasías se intercalaran defensivamente, falseando
el acceso al recuerdo inconsciente buscado, fragmentando y recombinando trozos de lo visto y
lo oído en una secuencia temporal alterada. Pero respecto de los recuerdos últimos, tal como
sucede en un rompecabezas con la pieza faltante, Freud pensaba que eran “necesarios”, en el
sentido de una necesidad lógica. Es decir que a nivel de la etiología última, Freud planteaba la
incidencia de un real sexual infantil fáctico. Frente a eso intolerable operaba la defensa o
represión.
En su artículo “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis”
(1905) sintetiza un poco esta primera concepción en estos términos. Se trataba de una “teoría
puramente psicológica, en la que el factor sexual no contaba más que como una de las tantas
fuentes emocionales (…) He aquí la concepción que nos habíamos formado: los síntomas
histéricos eran efectos persistentes de traumas psíquicos; particulares condiciones impidieron
la elaboración conciente de las masas de afecto que les correspondían, y por eso ellas se
facilitaron una vía anormal en la inervación corporal. Las expresiones «afecto estrangulado»,
«conversión» y «abreacción» resumen las notas distintivas de esta concepción” (AE, VII, 264).
El carácter sexual en cuestión estaba centrado en el contenido de la vivencia infantil que como
recuerdo adquiría eficacia patógena retroactiva a partir de la pubertad: el trauma sexual en un
período pre-sexual.
Sin embargo, esta primera manera de ver las cosas, conocida también como “teoría de la
seducción” es cuestionada por Freud mismo, y vamos a ver que termina cayendo para ser
sustituida por nuevas tesis sobre la etiología, ligadas al concepto de pulsión. Retomando el hilo
de los textos podemos rastrear unos años antes (en una confesión hecha a Fliess publicada
como Carta 69 en AE, I pp. 301-302) que ya en 1897 Freud puso en duda la verdad fáctica del
recuerdo sobre el abuso por parte de un adulto en ¡todos y tantos casos de histeria! Esa carta,
que nos permite seguirlo en sus reflexiones y preguntas, comienza así: “Ya no creo más en mi
«neurótica»” (Cuando dice “mi neurótica” se refiere a su teoría de las neurosis). ¿Le mentían
sus pacientes a Freud? ¿Debíamos darle crédito a lo que se decía antes sobre la simulación y
el engaño en la histeria? En esta misma carta Freud presenta los motivos de su descreimiento.
1. “Las continuas desilusiones en los intentos de llevar mi análisis a su consumación
efectiva, la deserción de la gente que durante un tiempo parecía mejor pillada, la demora
del éxito pleno con que yo había contado y la posibilidad de explicarme los éxitos
parciales de otro modo, de la manera habitual: he ahí el primer grupo {de motivos}.”
2. “Después, la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado
como perverso, sin excluir a mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia
de la histeria, en todos cuyos casos debiera observarse idéntica condición, cuando es
poco probable que la perversión contra niños esté difundida hasta ese punto. (La
perversión tendría que ser inconmensurablemente más frecuente que la histeria, pues la
enfermedad sólo sobreviene cuando los sucesos se han acumulado y se suma un factor
que debilita a la defensa)”.
3. “En tercer lugar, la intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de
realidad, de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con
afecto. (Según esto, quedaría una solución: la fantasía sexual se adueña casi siempre
del tema de los padres)”.
4. “En cuarto lugar, la reflexión de que en las psicosis más profundas el recuerdo
inconsciente no se abre paso, de suerte que el secreto de las vivencias infantiles no se
trasluce ni en el delirio {Delirium} más confundido. Y viendo así que lo inconsciente
nunca supera la resistencia de lo consciente, se hunde también la expectativa de que en
la cura se podría ir en sentido inverso hasta el completo domeñamiento de lo
inconsciente por lo consciente.”

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“Todo ello me predispuso para una doble renuncia: a la solución cabal de una neurosis y al
conocimiento cierto de su etiología en la infancia. Ahora no sé dónde estoy, pues no he
alcanzado la inteligencia teórica de la represión y su juego de fuerzas. Parece de nuevo
discutible que sólo vivencias posteriores den el envión a fantasías que se remontan a la
infancia; con ello el factor de una predisposición hereditaria recobra una jurisdicción de la que
yo me había propuesto desalojarlo {verdrängen) en interés del total esclarecimiento de la
neurosis” (AE, I, pp. 301-302).
Comentemos un poco ahora lo que está en juego en este momento de vacilación en Freud, y
que lo conduce finalmente a un reordenamiento de los términos en 1905. Se abren muchas
cuestiones a pensar acá y para aclarar. Freud no está diciendo que no existan los abusos
sexuales infantiles. Esto es algo que lamentablemente existió y existe. Se trata de un delito y
como tal debe ser denunciado, juzgado y condenado. Lo que está haciendo aquí Freud es otra
cosa, es sopesar el valor etiológico de la escena sexual infantil en la causación de la neurosis.
Entre los motivos señalados, Freud nos dice que en lo inconsciente no se puede distinguir la
verdad de la ficción investida de afecto. En ese punto, el inconsciente mismo es situado en el
registro de la ficción. Con ello el problema de la verdad en psicoanálisis cambia de estatuto. No
es ya una verdad en el sentido metafísico artistotélico, una verdad de adecuación entre el
pensamiento y la cosa (decir de lo que es, que es, es verdadero; y decir de lo que es, que no
es, es falso). Esto implica empezar a pensar en un orden textual y no referencial. Ya no se
trataría de establecer a partir del desciframiento una verdad de orden fáctico, buscando una
correspondencia entre la palabra y el acontecimiento (como podría ser por ejemplo en un
proceso judicial en el que hay que probar el delito). Se trata, por un lado, de descubrir cuál es
la legalidad que funda al inconsciente como ficción.
Pero por otro, queda planteado el problema y abierta la pregunta ¿se puede ir más allá de la
ficción para situar la causa de las neurosis y de los síntomas? ¿Es simplemente cuestión de
“realidad psíquica”? ¿Es solo que los neuróticos “tienen problemitas” y “se inventan cosas”?
¿Es tan simple como que los neuróticos enfermaron porque se contaron a sí mismos un mal
cuento? ¿O hay un real de otro orden en juego a nivel del inconsciente?
Aquí es donde Freud realiza una maniobra interesante. Recupera las dos características del
recuerdo del trauma y las reordena: “sexualidad infantil”.

Trauma Sexualidad infantil


(Infantil y sexual) (Traumática)

La situación traumática versus la práctica sexual infantil.


Repensemos todo lo que introdujimos la clase pasada, para introducirlo en la discusión sobre
la causación de la neurosis. Hay para Freud aquí un real etiológico en juego. Se trata de la
sexualidad infantil, descripta como espontánea y “endógena” o constitucional. Otra cuestión a
considerar es la que leímos en “Tres ensayos …” acerca del papel de la madre que con sus
cuidados marca ese cuerpo, cuando lo erogeiniza. Podríamos repensarla como una
“seducción” también, que implanta la pulsión. Lo habíamos comparado con la producción de un
rayo en una tormenta eléctrica.
La sexualidad infantil es carente de orden y representación, es anárquica. Está ligada al
ejercicio del placer de órgano, de un fragmento corporal, en las zonas erógenas (oral, anal,
etc.). Recuerden que la libido es descripta como una fuerza acéfala, que siempre tiende a la
satisfacción a través de las pulsiones parciales. Freud produce un acercamiento entre la noción
de trauma de la primera clínica, - algo de cuyo recuerdo había que defenderse -, y la
sexualidad infantil que parece traumática en sí misma. Freud va a plantear entonces que la
defensa opera frente al “recuerdo” de la propia práctica sexual infantil. ¿Por qué defenderse de
esta actividad propia si no se trata del trauma como lo venía entendiendo Freud en la primera
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clínica? Por el carácter parcial de las pulsiones y de las satisfacciones. La propia práctica
sexual infantil sería traumática porque no es una actividad que venga organizada a la manera
del instinto, con el fin último reproductivo de la sexualidad. Eso no organizado y anárquico
supone un exceso.
Entonces, es insuficiente decir que Freud abandona la teoría de la seducción y la sustituye por
la noción de fantasía o realidad psíquica. Si bien el inconsciente como tal queda ubicado en el
registro de una ficción, de una verdad mentirosa, sigue habiendo una referencia causal: la
sexualidad pulsional infantil como tal. Las “raíces (…) de la pulsión sexual, dadas en la
constitución misma” (AE, VII, p. 156). La complejidad que tenemos que tenemos que introducir
en la clase de hoy es que Freud elabora esta referencia causal en relación con un nexo
específico: la fantasía.
Lo vamos a hacer siguiendo sus planteos en diversos artículos. En el texto "Mis tesis sobre el
papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis" (1905) Freud reordena lo teorizado
hasta el momento sobre la sexualidad infantil y no tiene problema en presentar “enmiendas” o
correcciones a su concepción anterior. Tengan en cuenta que es un escrito publicado en
paralelo con “Tres ensayos….”. ¿Qué nos dice ahora? Antes tenía por cierto la escena de
seducción por parte de un adulto, recayendo sobre el recuerdo de ella el valor traumático. Es
decir, lo que vimos en la cuarta clase como el trauma sexual infantil leído en dos tiempos. En
este texto, Freud dice haber sobrestimado dicho papel en la causación de las neurosis porque
no sabía distinguir en esa época entre los hechos reales y los “espejismos mnémicos” de las
histéricas sobre su infancia. Espejismos es la expresión que usa, para connotar algo que
parece que está ahí pero no está (como en las películas con escenas en el desierto donde
aparece un espejo de agua y palmeras, un oasis, cuando el caminante está perdido).
Retomando, ahora piensa que el relato de las histéricas pone un recuerdo allí, pero no es tal
cosa. ¿Qué son esos espejismos? Fantasías, ya veremos qué significado y relevancia tiene
esta noción en el psicoanálisis. Entonces nos dice que ha aprendido a resolver estos
espejismos, o invenciones de recuerdos, como intentos de defenderse contra el recuerdo de la
propia práctica sexual. Las fantasías histéricas de haber sido seducidas o abusadas, eran en
realidad un modo de defenderse de la propia sexualidad que se manifiesta como ya vimos en
tiempos de la infancia.
“Sobrestimé la frecuencia de estos sucesos (los cuales, por otra parte, no pueden ponerse en
duda), tanto más cuanto que a la sazón yo no sabía distinguir con certeza entre los espejismos
mnémicos de los histéricos acerca de su infancia y las huellas de los hechos reales; desde
entonces he aprendido, en cambio, a resolver muchas fantasías de seducción considerándolas
como unos intentos por defenderse del recuerdo de la propia práctica sexual (masturbación
infantil)” (AE, VII, p. 266). El encuentro con la propia práctica autoerótica es traumático, por lo
acéfalo y anárquico de la satisfacción pulsional parcial. Más adelante Lacan dirá que ese
encuentro no es “auto” sino “hétero”, por lo que tiene de ajeno e inasimilable. La histérica se
defiende, y lo organiza bajo la forma de una fantasía de seducción. El trauma cobra un sentido,
en este caso, el sentido de un abuso por parte del otro, la sexualidad como algo que el otro le
hace. La satisfacción se localiza en un otro, que se beneficia a costa suya. Ella deviene una
víctima.
Entonces, ¿cuál es el efecto inmediato de esta revelación? En primer lugar, cayó por tierra la
insistencia en el “factor traumático” accidental, pero quedó en pie la idea de que la práctica
sexual infantil (espontánea o provocada) marca la dirección que seguirá la vida sexual tras la
madurez.
Otra consecuencia es que se modifica la concepción de los síntomas. Estos ya no aparecen
como retoños “directos” de los recuerdos reprimidos de vivencias sexuales infantiles, sino que
entre los síntomas y las impresiones infantiles, “se intercalan” ahora las fantasías como
construcciones de algo, invenciones de recuerdos que no responden exactamente a vivencias
y que encubren, velan la práctica sexual infantil, esa que revisamos la clase anterior cuando
comentamos los “Tres ensayos….” y el caso Dora.

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Sexualidad infantil Fantasías Síntomas

Freud aclara que estas fantasías se producen casi siempre en los años de la pubertad. “Estas
se construían, por un lado, a partir de los recuerdos infantiles, rebasándolos, y por el otro se
trasponían directamente en los síntomas” (…) “Tras esta enmienda, los «traumas sexuales
infantiles» fueron sustituidos en cierto sentido por el «infantilismo de la sexualidad»” (AE, VII p.
266). Vale decir, que ahora en lugar de hablar de trauma sexual infantil habla de infantilismo de
la sexualidad. El elemento etiológico sexual se mantiene, pero lo que determina la neurosis es
la propia práctica sexual infantil. Ya veremos que no solamente. Pero podemos pensar que lo
que se pone en juego ahora es cómo se tramita y adviene a primer plano la actividad sexual del
sujeto, del infans activamente involucrado. Por esto, si volvemos a leer Emma y la escena de
los 8 años (ese “recuerdo inconsciente”), ya no podemos pensarla sin la sexualidad infantil. Ese
ejemplo, sí nos sirvió para teorizar la temporalidad de los mecanismos inconscientes (la
articulación entre los dos tiempos).
Entonces, vemos que Freud empieza a relativizar el factor accidental, algo contingente que
podría haberle ocurrido a alguien o no, en la causa de las neurosis. Ahora se trata de la propia
práctica sexual infantil, es decir, no es algo que puede pasar o no, es inherente al sujeto, es lo
(que pusimos entre comillas en el nombre de la esta unidad) como “constitucional”. Las
comillas son por el hecho de que vuelve a tener peso etiológico eso que de alguna forma viene
“dado”, pero Freud aclara que no se trata de una disposición neuropática general, inespecífica,
sino de la “constitución sexual”. La frase “el retorno de lo constitucional” es equívoca, porque
puede leerse tanto en relación a la caída de los factores accidentales, como en relación a
aquello que de la sexualidad infantil retorna en el síntoma.
Respecto de la defensa, el otro elemento en juego a nivel causal, Freud dice algunas cosas
interesantes en este texto. Mantiene la idea anterior de que frente a las prácticas sexuales
infantiles, resulta clave considerar no las excitaciones en sí mismas sino la “reacción” del
individuo frente a ellas. “Por tanto, no importaban las excitaciones sexuales que un individuo
hubiera experimentado en su infancia, sino, sobre todo, su reacción frente a estas vivencias: si
había respondido o no con la «represión» a esas impresiones” (AE. VII, p. 268). Lo que resulta
de todos modos llamativo es que en este texto en el que la balanza parece desplazarse hacia
el polo constitucional, la represión, mecanismo psíquico por excelencia llega a ser considerada
como “represión sexual orgánica” (AE, VII, p. 269). Es una idea que no va a mantener por
mucho tiempo, sino que luego repetirá en varias ocasiones que es un mecanismo puramente
psíquico e interrogará en realidad las relaciones entre ella y la sexualidad.
Cuando la represión fracasa, y algo de la sexualidad infantil retorna, lo hace a través del
síntoma. “Los síntomas figuran la práctica sexual de los enfermos” (AE, VII, p. 269). La
conexión con la etiología sexual hace que Freud nombre a esa satisfacción sexual sustitutiva
en términos de “beneficio primario”.
A esto se agrega el hecho de que el síntoma expresa ahora algo de la sexualidad infantil pero
en tanto estructurada por la fantasía. Tengan presente el ejemplo que trabajamos en la clase
anterior con la tos de Dora, su relación con el objeto oral (chupeteo) y la fantasía de fellatio en
la que interviene su padre y la otra mujer. Es decir que el camino que sigue Freud es ver cómo
las pulsiones parciales se articulan con las fantasías y cómo estas están implicadas en el
síntoma, a la par que tiñen el resto de la vida del sujeto.

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Las fantasías como marco de la pulsión.
¿Pero qué son las fantasías y de dónde vienen? En la unidad aparece puntuada una
orientación de respuesta: las fantasías como “marco” de la pulsión. Podríamos empezar
pensando este marco, como el marco de las aberturas. Cuando se construye una casa se
levantan paredes, pero también se dejan huecos, espacios vacíos para lo que luego podrán
serán las puertas o ventanas por ejemplo. Esos espacios sin ladrillos no quedan así nomás.
Luego hay que poner un marco para que ese vacío se organice y sobre él se pueda poner algo,
por ejemplo, una ventana con sus vidrios, a través de los cuales mirar la realidad. Mantengan
en mente esas analogías para revisar lo que Freud nos plantea respecto de las fantasías.

El concepto de fantasía en Freud tiene un estatuto específico. No lo usa en sentido común. Hay
una separación entre la clásica “función de imaginación” que la Psicología General le suele
asignar y el uso que Freud le da, sobre todo para precisar y despejar su importancia en la
dirección de la cura analítica.
Hay una constante que puede orientarlos en la lectura de los textos. En Freud siempre está la
idea de que en la fantasía se conjugan dos aspectos, ligados a la etiología:

- Lo que hace a la sexualidad


- Lo que hace a la defensa

Ya en su primera clínica, como recordamos un poco más arriba, en las cartas y manuscritos a
Fliess, Freud hablaba de la fantasía como causa del síntoma histérico. En aquel momento,
estaba en la búsqueda del recuerdo último de la escena traumática, buscaba recuperarlo. En
los Manuscritos L y M que pueden leer si quieren ampliar este antecedente, la fantasía aparece
como un obstáculo, como un parapeto o muralla que cubre y protege el acceso al recuerdo.
Digamos que nombra un núcleo de imposibilidad para acceder a la rememoración. Ya vimos
cuando planteamos el concepto de represión primaria, en la Sexta clase, que Freud finalmente
va a concluir que una parte del recuerdo queda en realidad definitivamente excluida, imposible
de devenir consciente. La fantasía es un sustituto, una construcción psíquica que vela la
imposibilidad de acceso al recuerdo último del trauma sexual. Freud intenta acceder al
recuerdo del trauma, pero se encuentra con la fantasía como parapeto. Ese núcleo de
imposibilidad impide llenar las lagunas de la memoria y reestablecer la continuidad de la
cadena asociativa. En este momento, Freud hace un uso del término fantasía diferente al del
sentido común, o incluso al filosófico o al psiquiátrico. No la considera como opuesta a la
realidad, sino que plantea entre ambas una relación peculiar.
En cuanto a su estructura, destaca que la fantasía es una composición, resultado de una
actividad de fragmentación de lo real: “En efecto, las fantasías son unos parapetos psíquicos
edificados para bloquear el acceso a esos recuerdos. Al mismo tiempo, las fantasías sirven a la
tendencia de refinar los recuerdos, de sublimarlos. Son establecidas por medio de las cosas
que fueron oídas y que se valorizaron con posterioridad, y así combinan lo vivenciado y lo oído,
lo pasado (de la historia de los padres y antepasados) con lo visto por uno mismo” (AE, I, p.
289). “Las fantasías se generan por una conjunción inconsciente entre vivencias y cosas oídas,
de acuerdo con ciertas tendencias. Estas tendencias son las de volver inasequible el recuerdo
del que se generaron o pueden generarse síntomas. La formación de fantasías acontece por
combinación y desfiguración (…) Y en efecto, la primera variedad de la desfiguración es la
falsificación del recuerdo por fragmentación, en lo cual son descuidadas precisamente las
relaciones de tiempo. (…) Así, un fragmento de la escena vista es reunido en la fantasía con
otro de la escena oída, mientras que el fragmento liberado entra en otra conexión. Con ello, un
nexo originario se vuelve inhallable” (AE, I, p. 293). Fragmentos de cosas vistas, oídas o
contadas por otros, se ordenan en una nueva combinatoria, una nueva organización.
Ingresamos a una escena fija en la que se han modificado las relaciones temporales de la
cronología lineal.
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En cuanto a su función, la tendencia a la que responden es la de proteger, defender frente a lo
insoportable del recuerdo del trauma sexual. La fantasía sustituye y protege del recuerdo de
ese momento intolerable de la situación traumática. Esa nueva combinatoria, en la medida en
que genera un sentido, permite hacer soportable y hace entrar dentro del principio del placer
ese exceso inasimilable que se experimentó en el trauma sexual infantil y que no se puede
recordar. Le da una organización, un marco discursivo, un texto. La fantasía es tolerable y
protectora respecto del recuerdo del trauma.
Ahora, a partir de 1905, cuando Freud ya ha abandonado la teoría de la seducción traumática y
la sustituye por la sexualidad pulsional infantil, las fantasías cobran una relevancia especial.
Tenemos aquí en principio tres artículos contemporáneos para comentar: “El creador literario
y el fantaseo” (1908 [1907]), “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”
(1908); y “Sobre las teorías sexuales infantiles” (1908). Nos serviremos de ellos para poder
ir abordando esta cuestión desde diversos ángulos.

Jugar, fantasear: ganancia de placer.


En “El creador literario y el fantaseo” (1908 [1907]), Freud se muestra interesando en
aproximarse un poco a los secretos de la creación poética, al por qué de los encantos que nos
genera la ficción literaria y en el peculiar talento del artista. Nos propone una serie interesante
entre fenómenos aparentemente muy diversos pero en los que encuentra elementos en común:
el juego en los niños, los “sueños diurnos” (el fantasear) en los adultos, y el quehacer poético.
Establece una especie de secuencia.
En el juego del niño encuentra las primeras huellas de esta actividad. Nos dice que es la
ocupación preferida y la más intensa en los pequeños. Hace una comparación con el poeta:
“todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor
dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada” (AE, IX, p. 127). Es
decir, que nos propone una lectura del juego como una actividad puesta al servicio de la
obtención del placer, regida por el principio del placer. Muestra cómo en una actividad que se
toma muy en serio, el niño apuntala, apoya sus objetos y situaciones imaginados en cosas
palpables y visibles del mundo real. A veces escuchamos a los chicos invitarnos a jugar
diciendo “¿Dale que tal cosa es tal otra…?, “¿Jugamos a que esto era tal cosa”? Es decir que
en el juego, el niño no toma los objetos en su valor de uso o significado compartido -propios del
principio de realidad- sino que les da un valor propio, individual en función del interés por la
ganancia de placer. Un palo de escoba puede pasar a ser un caballo, una espada, etc.
Después de Freud, muchos desarrollos del psicoanálisis se han ocupado de seguir teorizando
el juego infantil (Melanie Klein, Donald Winnicott, y otros) como técnica útil en el psicoanálisis
con niños. Habría que repensar en la actualidad qué sucede con la cuestión de las pantallas y
la virtualidad de los videojuegos en relación a este apuntalamiento en objetos propio de la
actividad lúdica. Si es sólo una variación de lo mismo, o si por el contrario necesita otras
categorías para poder ser abordado desde el psicoanálisis. En todo caso, en lo que hace a la
versión “clásica” de los juegos, Freud considera que sólo ese apuntalamiento es lo que
distingue el jugar del fantasear. El adulto que fantasea se libera por completo de las exigencias
de la realidad, y no mantiene ya ningún punto de apoyo. Del mismo modo el poeta, cuando
crea un mundo de ficción al que toma tan en serio, hace lo mismo que el niño que juega.
En cuanto a esa relación peculiar entre realidad y juego, Freud propone que cuando el niño
crece y deja de jugar puede suceder que otra actividad, el fantasear, tome el relevo. “El adulto
deja, pues, de jugar; aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego.
Pero quien conozca la vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la
renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo permutamos
una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto o
subrogado. Así, el adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna el apuntalamiento en objetos
reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama
sueños diurnos” (AE, IX, p. 128). Hay que leer esta afirmación a la luz de lo que planteamos en

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la clase sexta cuando comentamos las “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer
psíquico”, en esa relación de sustitución incompleta del principio del placer por el principio de
realidad, de la prolongación que existe entre ambos. En el punto 2 de ese artículo Freud nos
decía algo muy similar: “Una tendencia general de nuestro aparato anímico, que puede
reconducirse al principio económico del ahorro de gasto, parece exteriorizarse en la pertinacia
del aferrarse a las fuentes de placer de que se dispone y en la dificultad con que se renuncia a
ellas. Al establecerse el principio de realidad, una clase de actividad del pensar se escindió;
ella se mantuvo apartada del examen de realidad y permaneció sometida únicamente al
principio de placer. Es el fantasear, que empieza ya con el juego de los niños y más tarde,
proseguido como sueños diurnos, abandona el apuntalamiento en objetos reales” (AE, XII, p.
226-227). El jugar primero, y el fantasear después, están al servicio del principio del placer.
Esta concepción freudiana del juego reténganla para volver a discutirla más adelante. En la
clase trece, nos detendremos en su análisis de juegos que no persiguen el placer (cf. Fort-Da),
y estos serán unos de los referentes que Freud utilice para fundamentar su famoso “Más allá
del principio del placer” (1920).
En relación al fantasear consciente de los adultos, que suele llamar “sueños diurnos” (que uno
lo hace despierto, "se hace la película"), Freud señala que no es tan fácil de observar como el
juego infantil. El niño no se oculta para jugar. “En cambio, el adulto se avergüenza de sus
fantasías y se esconde de los otros, las cría como a sus intimidades más personales, por lo
común preferiría confesar sus faltas a comunicar sus fantasías” (AE, IX, p. 129). ¿Por qué esta
diferencia entre las dos actividades? Si bien hay prolongación entre una y otra, los motivos son
diferentes.
Freud advierte que el dichoso nunca fantasea, y que sólo lo hace el insatisfecho. La fantasía
intenta armar una escena en la cual se conseguiría lo que falta, dándose la manera en que
podría conseguir eso. Hay una satisfacción secreta en juego, de ahí la vergüenza. “Deseos
insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un
cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad” (AE, IX, pp. 129-130).
Este fantasear consciente puede tener diversa temática en contenidos. Los mismos no son
rígidos ni inmutables. Se van adecuando a las cambiantes condiciones de la vida, pero siempre
tienen dos vertientes: una en la que sale todo bien y una vertiente erótica donde se consigue a
la persona que desea. Algo parecido son los juegos de los niños, que fantasean con ser un
súper-héroe, o descubrir un tesoro, etc. Ellos escenifican y juegan a cumplir ciertos anhelos.
Esto que denominamos sueños diurnos no son más que la prolongación del juego del niño. En
ellos se da un guion y se lo pone en escena, pero en el caso del adulto no lo reproduce
públicamente, se guarda con vergüenza y se accede a cierto texto en un análisis no sin vencer
gran resistencia. En contraste, Freud piensa acá a los poetas con ciertos privilegios. Ellos son
quienes comunican y publican sus fantasías, evocando en el lector la propia fantasía cuando se
ve identificado.
Un elemento muy importante a destacar es la relación de la fantasía con el tiempo. Según
Freud, oscila entre tres momentos temporales de nuestro representar. La actividad se inicia con
una impresión actual, una ocasión del presente que es capaz de despertar los grandes deseos
de alguien. Desde allí se remonta al pasado, al recuerdo de una vivencia anterior, en general
infantil en la que aquel deseo se cumplía. Entonces, se crea una situación referida al futuro,
donde se figura ese deseo como cumplido, la fantasía o sueño diurno: “Vale decir, pasado,
presente y futuro son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo” (AE, IX, p. 130).
Fíjense que los pasos son muy similares a los de la temporalidad del sueño. El resto diurno
actual, su conexión con el deseo infantil, y su figuración en imágenes como cumplimiento.
Donde se diferencia quizás, es que mientras que en el sueño se pasaba del modo desiderativo
al indicativo, en general las fantasías se mantienen en el estatuto de lo no realizado: “qué lindo
sería si…”.
Freud nos propone el siguiente ejemplo: “Supongan el caso de un joven pobre y huérfano, a
quien le han dado la dirección de un empleador que acaso lo contrate. Por el camino quizá se

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abandone a un sueño diurno, nacido acorde con su situación. El contenido de esa fantasía
puede ser que allí es recibido, le cae en gracia a su nuevo jefe, se vuelve indispensable para el
negocio, lo aceptan en la familia del dueño, se casa con su encantadora hijita y luego dirige el
negocio, primero como copropietario y más tarde como heredero. Con ello el soñante se ha
sustituido lo que poseía en la dichosa niñez: la casa protectora, los amantes padres y los
primeros objetos de su inclinación tierna. En este ejemplo ustedes ven cómo el deseo
aprovecha una ocasión del presente para proyectarse un cuadro del futuro siguiendo el modelo
del pasado” (AE, IX, pp. 130-131). Es interesante esta idea de que en la fantasía se trata de la
proyección de un cuadro animado por el deseo. Podríamos decir que con ella, en el “marco”
vacío de la ventana no se pone un vidrio transparente con el cual accederíamos a una
supuesta realidad “tal cual es”, sino que cada quien proyecta su propio cuadro allí.

René Magritte, La condición humana (1935)

El síntoma como figuración de una fantasía


A continuación Freud menciona que el hecho de que las fantasías abunden y se vuelvan
hiperpotentes crea las condiciones para el surgimiento de los síntomas: “las fantasías son los
estadios previos más inmediatos de los síntomas patológicos de que nuestros enfermos se
quejan” (AE, IX, p. 131). ¿Cómo entender esto? ¿Por qué las fantasías serían premisas para la
formación de síntomas? En este artículo no llega a desarrollarlo, ya que prefiere avanzar en
sus tesis sobre el creador literario. Donde sí avanza sobre esta cuestión de la relación entre
fantasías y síntomas es en “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”
(1908).
Ya dijimos en “Mis tesis….” que las fantasías están armadas a partir de o como efecto de la
práctica sexual infantil. Freud dice son la excusa que oculta la propia práctica masturbatoria.
Podemos pensarlas como un modo de darle un marco, una escenificación a la práctica sexual
infantil, es decir, a la propia sexualidad del sujeto.
En este nuevo artículo de 1908 trae algunas precisiones nuevas. Desde el punto de vista de su
estructura la fantasía sigue siendo un producto compuesto, un producto mixto digamos. Dos
elementos heterogéneos son unidos, en una “soldadura”. La fantasía intenta organizar y
componer elementos dispares:
- Por un lado, un elemento ligado a la satisfacción autoerótica, al placer anárquico de la
sexualidad infantil. Recuerden aquí todo lo que trabajamos la clase pasada sobre
definición de objeto de la pulsión, ese vacío que se rodeaba en el recorrido de la
actividad pulsional para alcanzar la meta.
- Por otro lado, un elemento ligado ya no a la pulsión sino a las representaciones. Freud
va hablar de “representación-deseo”, y lo vincula al círculo del amor de objeto. Es decir,
que se pasa a una escena sostenida en el objeto pulsional, pero enmarcada con
personas en el sentido de objetos de amor. Volveremos sobre esto en la décima clase
cuando trabajemos las relaciones entre elección de objeto y objeto pulsional en la
“condición de amor”.
Así lo escribe: “El acto masturbatorio (en el sentido más lato; onanista) se componía en esa
época de dos fragmentos: la convocación de la fantasía y la operación activa de
autosatisfacción en la cima de ella. Como es sabido, esta composición consiste en una
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soldadura. Originariamente la acción era una empresa autoerótica pura destinada a ganar
placer de un determinado lugar del cuerpo, que llamamos erógeno. Más tarde esa acción se
fusionó con una representación-deseo tomada del círculo del amor de objeto y sirvió para
realizar de una manera parcial la situación en que aquella fantasía culminaba” (AE, IX, pp. 142-
143).

“empresa autoerótica” - “representación-deseo”

“soldadura”

La función de las fantasías es entonces múltiple. Por un lado, Freud mantiene la idea previa de
su función defensiva. Supone un arreglo que permite tolerar el carácter traumático para el Yo
de la sexualidad infantil. Las fantasías intentan falsear la imagen de la actividad sexual
autoerótica por medio de un marco, una cobertura defensiva. En ellas, el individuo busca borrar
el recuerdo de su propia actividad autoerótica elevando sus huellas mnémicas al estadio del
amor de objeto, falsean esa actividad exaltándola en un plano superior. Aquellos puntos que se
limitaban a una actividad autoerótica, a la estimulación por ejemplo por caricias y/o castigos,
son llenados por escenas de seducción o de iniciación sexual. Pero por otro lado, las fantasías
tienen una función vinculada al modo de satisfacción implicado en el síntoma (el beneficio
primario). El síntoma es un sustituto tanto a nivel de las representaciones como de las
satisfacciones pulsionales. La fantasía permite anudar ambos costados. Nos referimos a esto,
para plantear lo que en la unidad está puntuado así: “el síntoma como figuración de una
fantasía”.
Pero para llegar allí, primero debemos hacernos una pregunta ¿Cómo es que Freud logra
despejar esta estructura tan particular de las fantasías y su vínculo con la sexualidad? Desde el
inicio de este texto, acerca nuevamente las fantasías a los sueños. Llama también aquí
“sueños diurnos” a las fantasías conscientes. Es una manera de acentuar cierta comunidad con
lo que ya había planteado en “La interpretación de los sueños”, en relación a la puesta en
imágenes y la temporalidad de la realización de deseos. Los sueños diurnos, son ensoñaciones
de vigilia, un “soñar despiertos”.
Aquí toma a los sueños diurnos como fuentes comunes y arquetipos normales para pensar las
fantasías. Nos dice que son frecuentes en ambos sexos, preponderan los eróticos en las
mujeres y los ambiciosos - eróticos en los hombres (parece que en la época de Freud las
mujeres no eran tan ambiciosas!), pero los ambiciosos también resultan en última instancia
eróticos porque mediante las hazañas o logros de conquista social, lo que se ganaría es el
amor de la mujer deseada. Lo importante es que señala entonces una conexión entre
fantasías, sueños diurnos y sexualidad. Indica además que se generan por privación y
añoranza. Recuerden el ejemplo del joven que busca trabajo. “Estas fantasías son unos
cumplimientos de deseo engendrados por la privación y la añoranza; llevan el nombre de
«sueños diurnos» con derecho, pues proporcionan la clave para entender los sueños
nocturnos, el núcleo de cuya formación no es otro que estas fantasías diurnas complicadas,
desfiguradas y mal entendidas por la instancia psíquica consciente” (AE, IX, p. 141). Agrega
nuevamente que tienen importancia para el sujeto y se los reserva con vergüenza por que
pertenecen a lo más íntimo. Este es un dato clínico interesante, porque los pacientes suelen
reservarse bastante tiempo, o cuentan con mucha vergüenza sus fantasías.
De la conexión que Freud descubre entre los ataques histéricos y sueños diurnos de
involuntaria emergencia desprende una distinción hasta ahora no presentada: hay que
distinguir entre fantasías conscientes e inconscientes. Desde un punto de vista tópico en
realidad Freud no distingue entre fantasías y sueños diurnos. Los sueños diurnos o fantasías
conscientes son una actividad a la que acude el sujeto y cultiva con esmero. Tienen un carácter
placentero y agradable. Por eso se sumerge allí.

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La diferencia la va a establecer en función del factor económico. Esa actividad, situada en el
registro de placer, que procura mantenerse evitando o compensando la realidad en sus
aspectos dolorosos, pueden llegar a ser sobreinvestidas. Este exceso es un problema. Cuando
revisemos la “Conferencia 23” volveremos sobre este punto. La cuestión es que por su
exigencia económica pueden dar lugar al conflicto con el Yo, sucumbir a la represión y hacerse
inconscientes. Entonces, estas fantasías pueden devenir patógenas, en el sentido que pueden
expresarse, figurarse en síntomas y ataques. Los síntomas ya intentan ser un nuevo arreglo.
Más allá de los mecanismos de elaboración inconscientes (condensación y desplazamiento),
se logra con ellos una satisfacción sustitutiva irreconocible que de otro modo sería intolerable.
Las fantasías pueden haber sido siempre inconscientes o no, es decir, pueden haber sido
conscientes y haber sido reprimidas: “de estas fantasías, las hay tanto inconscientes como
conscientes, y tan pronto como han devenido inconscientes pueden volverse también
patógenas, vale decir, expresarse en síntomas y ataques” (…) “Las fantasías inconscientes
pueden haberlo sido desde siempre, haberse formado en lo inconsciente, o bien —caso más
frecuente— fueron una vez fantasías conscientes, sueños diurnos, y luego se las olvidó
adrede, cayeron en lo inconsciente en virtud de la «represión». En esta segunda alternativa su
contenido pudo seguir siendo el mismo o experimentar variaciones, de suerte que la fantasía
ahora inconsciente sea un retoño de la antaño consciente” (AE, IX, p. 142).
La fantasía inconsciente mantiene un vínculo estrecho con la vida sexual. Son las mismas
fantasías que sirvieron a la masturbación y procuraron satisfacción sexual: “es idéntica” (AE,
IX, p. 142), nos dice Freud. Esto nos llevaría a pensar que en realidad, los sueños diurnos son
como ramificaciones de esa fantasía masturbatoria inconsciente.
Es allí donde Freud descompone el acto masturbatorio en los dos elementos que mencionamos
más arriba: la convocación de una fantasía y la operación activa de la masturbación, indicando
que se produce ahí una “soldadura”, se unen dos cosas que estaba separadas.
Entonces diferencia tiempos en esto: 1º) tenemos la acción autoerótica destinada a la ganancia
de placer mediante la zona erógena, 2do) se fusiona esa actividad con un deseo que surge del
círculo de amor de objeto y sirvió de manera parcial para realizar la situación en que la fantasía
culminaba. En 3er) lugar cuando se renuncia a esta clase de satisfacción masturbatoria y
fantaseada, la fantasía pasa a ser inconsciente.
Por último, 4) si no se produce otra modalidad de satisfacción sexual (abstinencia y no se
sublima hacia otra meta no sexual) las fantasías pueden cobrar fuerza, refrescarse y dar lugar
a la formación de síntomas.
Esto último nos lleva a plantear las relación entre síntomas y fantasías: “El nexo de las
fantasías con los síntomas no es simple, sino múltiple y complejo, probablemente a
consecuencia de las dificultades con que tropieza el afán de las fantasías inconscientes por
procurarse una expresión” (AE, IX, p. 144). El psicoanálisis se dirige entonces a encontrar esta
relación entre los síntomas y las fantasías inconscientes para que devengan conscientes al
paciente. Pero considerando que el nexo entre estos no es simple, muchas veces un síntoma
corresponde a varias fantasías, no sólo a una. No de manera arbitraria si no que podemos
encontrar una legalidad en esta articulación. Señala una diferencia interesante, hay fantasías
en la histeria que no se expresan en síntomas, se expresan en actos que ponen en escena
atentados, maltratos o agresiones sexuales (actuaciones).
Queda planteado así que las fantasías inconscientes son el estado previo más próximo a la
formación de síntomas. Los síntomas aparecen, cuando la fantasía deja de funcionar como
límite o cobertura al servicio del principio del placer. Cuando por razones económicas eso ya
no funciona más, cuando la homeostasis del principio del placer cae y se hace patente esa
satisfacción insoportable junto a la angustia, los síntomas se hacen necesarios. Estos son la
expresión figurada de fantasías, es decir que podemos descubrir en ellos las mismas
sensaciones sexuales y zonas erógenas que originariamente acompañaban a la fantasías de
antaño. Por eso Freud dice que “la meta última de todo el proceso patológico (es) restablecer la
satisfacción sexual en su momento primaria” (AE, IX, p. 143). Hay una suerte de satisfacción

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ligada a la producción sintomática (el beneficio primario) que tiene como premisa las fantasías
inconscientes. En ese sentido, son la referencia más cercana a la etiología, es decir, a la
sexualidad infantil; pero a la vez, son una defensa y protección contra ella.
En lo que sigue de este artículo Freud va dando una serie de definiciones del síntoma. Se trata
de una enumeración de fórmulas que Freud fue planteando con respecto a los síntomas
histéricos, que no son contradictorias, si no que se pueden articular o incluir unas en otras. Da
nueve en total. Ustedes las van a leer todas. En cada una destaca algún aspecto diferente del
síntoma. Aquí simplemente señalaremos que Freud parte de una definición en la que se
subraya su aspecto más simbólico, su conexión con las representaciones: “El síntoma histérico
es el símbolo mnémico de ciertas impresiones y vivencias (traumáticas) eficaces” (AE, IX, p.
144); pero avanza para ir situando en contrapunto, su aspecto de satisfacción sexual
sustitutiva, su aspecto pulsional: “El síntoma histérico corresponde al retorno de una modalidad
de la satisfacción sexual que fue real en la vida infantil y desde entonces fue reprimida” (AE, IX,
p. 145).
Lo que resulta interesante aquí es el rol que le da a las fantasías en este asunto. Recuerden
que las modalidades sexuales infantiles, esas que retornan desfiguradas en la satisfacción del
síntoma, desconocían como tal la polaridad sexual macho-hembra propia de la definición
biológico/instintiva del sexo, y que por eso eran “traumáticas”, “perverso-polimorfas”. Lo oral, lo
anal, incluso lo fálico desconocen la diferencia de los sexos. Freud nos trae aquí, un ejemplo
paradigmático de ataque histérico, pero dice que ha encontrado lo mismo en muchos casos de
síntomas, en el que la paciente realiza dos acciones simultáneamente. Con una mano aprieta
su vestido contra el vientre (como asumiendo el papel de una mujer que se defiende de un
ataque sexual), y con la otra intenta arrancarse el vestido (el papel de varón abusador). Ven
claramente cómo en ese síntoma se infiltra la fantasía de seducción. Freud lo nombra aquí
como “bisexualidad”. Quizás sea más sencillo entenderlo si mostramos con este ejemplo cómo
a nivel de la fantasía, (la “soldadura” con los objetos) se intenta darle un sentido sexual, se
intenta dar una fórmula posible de lo que sería la relación entre los sexos, una versión de los
polos macho-hembra que en realidad no está en juego a nivel del autoerotismo de la pulsión.
Por eso en la última definición de síntoma del artículo Freud dice: “Un síntoma histérico es la
expresión de una fantasía sexual inconsciente masculina, por una parte, y femenina, por la
otra” (AE, IX, p. 146). En el ejemplo de la tos de Dora sucede algo similar. Sobre la base de
satisfacción oral autoerótica (fuente de la solicitación somática) se suelda una fantasía de sexo
oral entre un hombre y una mujer, y esto se expresa luego en el síntoma. La neurosis, de
alguna manera intenta producir por medio de la fantasía, una fórmula sintomática de la relación
entre los sexos, de eso que estructuralmente está perdido por estar sometidos a un régimen
pulsional no instintivo.

Fantasías, teorías sexuales infantiles y la diferencia entre los sexos


Algo similar plantea, desde otro ángulo, en su artículo “Sobre las teorías sexuales infantiles”
(1908). Allí Freud no habla en sí de las fantasías, pero trabaja igualmente la cuestión de cómo
la pulsión empuja a la elaboración de un saber frente al enigma que implica la diferencia de los
sexos. No ubica una edad cronológica precisa para esto, pero aclara que es algo que sucede
siempre en la infancia, en los años anteriores a la pubertad. El hecho es que los niños elaboran
teorías sexuales y que al igual que las fantasías “estas teorías infantiles conservan vigencia y
cobran un influjo que llega a comandar la configuración de los síntomas” (AE, IX, p. 189).
Sitúa el inicio de la investigación sexual infantil no directamente en la constatación de la
diferencia anatómica, biológica de los sexos, sino más frecuentemente en función de la famosa
pregunta “¿de dónde vienen los hijos?” Considera que la pregunta misma es un producto del
“apremio de la vida” (AE, IX, p. 190). La llegada de un hermano que viene a rivalizar por el
amor de los padres, o el deseo de tener un compañero de juegos es el aguijón que produce “el
esfuerzo de saber de los niños” (AE, IX, p. 189). Cuando decimos “saber” aclaremos que

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implica situarnos en el nivel de las “representaciones”. Lo único que el niño intuye es que algo
pasa entre sus padres, que hace falta el aporte de dos en este asunto, para engendrar un hijo.
El primer movimiento es en general dirigirse y preguntar a aquel otro al que se le supone un
saber sobre eso: “tarde o temprano emprenderá el camino más próximo y demandará una
respuesta a sus padres o a las personas encargadas de su crianza, que para él significan la
fuente del saber” (AE, IX, p. 190). Pero la cosa no funciona. Las respuestas son evasivas, o es
reprendido por su apetito de saber, o lo despachan con alguna historia del tipo “nacen de un
repollo”, o “la cigüeña lo trae de París”.
Allí sucede algo interesante. Freud plantea que el niño no cree en esas respuestas que le
ofrecen. De hecho ve o ha visto la panza del embarazo. Desconfía de los adultos. Se le plantea
un conflicto psíquico. ¿Cómo lo resuelve? Concibe que allí hay en juego “algo prohibido” o
“secreto” (AE, IX, p. 191). Esto es interesante. Suponer que hay algo allí que se puede saber,
sólo que “no me lo dicen” ya es una solución. No es que no haya un saber sobre eso, sólo “no
me lo dicen”. Nos dice Freud que el niño tiene sus propias opiniones sobre las que siente una
“predilección pulsional” (AE, IX, p. 191). Lo que entonces comienza a elaborar como saber, son
sus propias teorías sexuales infantiles, y las mismas proceden de la exigencia que le impone la
excitación pulsional perverso polimorfa.
En su artículo Freud nos presenta las más frecuentes o típicas en varones, y hacia el final
menciona algunas más inusuales, en mujeres. Pero lo más importante a retener de todas ellas,
el común denominador de las teorías sexuales infantiles es “el descuido de las diferencias
entre los sexos” (AE, IX, p. 192).
La primera de ellas consiste en “atribuir a todos los seres humanos, aun a las mujeres, un
pene” (AE, IX, p. 192). Esto supone un desconocimiento evidente del genital femenino. Freud
menciona allí algunas cuestiones como “complejo de castración”, y “envidia”. No las
trabajaremos aquí sino en la próxima clase, en relación al primado del falo y su función en la
articulación Edipo-Castración. Lo que sí hay que retener por el momento es la idea de que esta
teoría parte de las excitaciones pulsionales que provienen del pene: “el pene ha tenido sin
ninguna duda su participación en estos procesos que no se alcanzan a colegir, pues lo
atestigua con su coexcitación a raíz de todo ese trabajo de pensamiento. Con esa excitación se
conectan unas impulsiones que el niño no se sabe interpretar, unos impulsos oscuros”. Pero la
cosa no llega más lejos que eso, “cuando el niño parece estar así en el mejor camino para
postular la existencia de la vagina y atribuir al pene del padre esa penetración en la madre
como aquel acto por el cual se engendra el hijo en el vientre materno, en ese punto la
investigación se interrumpe, desconcertada, pues la obstaculiza la teoría de que la madre
posee pene como un varón, y la existencia de la cavidad que acoge al pene permanece
ignorada para el niño” (AE, IX, pp. 194-195). No se entiende qué hacen un hombre y una mujer
juntos para tener un hijo si ambos tienen pene. Esta teoría no logra capturar a nivel del saber el
quid de la cuestión de la diferencia de los sexos.
La segunda teoría sexual infantil también está sostenida en “su ignorancia de la vagina” (AE,
IX, p. 195). Si el niño en algún momento sale expulsado del vientre de su madre, ello ocurrirá
por la única vía posible, el intestino: “Es preciso que el hijo sea evacuado como un excremento,
una deposición” (AE, IX, p. 195). La llama también “teoría de la cloaca”. La dificultad con ella es
que es compatible con la idea de que el varón podría parir igual que la mujer. El niño puede
incluso fantasear que él mismo concibe hijos.
La tercera teoría sexual infantil, es la “concepción sádica del coito”. Se intuye que algo pasa
entre el padre y la madre. No se sabe qué y se desconoce la diferencia sexual. Eso que pasa
es interpretado como “algo que la parte más fuerte le hace a la más débil con violencia” (AE,
IX, p. 196), comparado como una pelea, una riña. Sería como la contrapartida, del lado
masculino, de la fantasía de seducción en las histéricas. Es una concepción en la que
reaparecen impulsos sádicos, que sólo se aproximan pero no resuelven el problema: “lleva
razón en un cierto tramo, colige en parte la esencia del acto sexual y la «lucha entre los
sexos», que lo precede” (AE, IX, p. 197).

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Freud agrega luego que además de la pregunta “¿de dónde vienen los hijos?”, la cuestión de la
diferencia de los sexos puede aparecer también bajo la forma “qué quiere decir estar casado?
Esto también da lugar a elaboraciones de saber que encuentran su fuente en las pulsiones
parciales. A veces estar casado es significado como «orinar cada uno en presencia del otro»,
«el marido orina en la bacinilla de la esposa», o «mostrarse recíprocamente la cola» (sin
avergonzarse). En todo caso, las opiniones sobre la naturaleza del matrimonio, de eso que une
a una pareja, también tienen un gran valor para la sintomatología de la neurosis. Primero se
suelen expresar en juegos infantiles (“jugar al papá y a la mamá”), y luego directamente en un
síntoma.
Lo que resulta claro para Freud es que todas estas teorías sexuales se producen
espontáneamente en los primeros años de la infancia y sólo bajo el influjo de los componentes
pulsionales sexuales. En el caso de las niñas, Freud menciona además la teoría “de que se
recibe un hijo a través de un beso” (AE, IX, p. 198).
¿Qué sucede luego, una vez llegada la pubertad y el “esclarecimiento” sexual? Es interesante
ver que Freud aclara que la información que se obtiene suele ir mezclada con falsedades, o es
corrompida por relictos de las antiguas teorías sexuales infantiles. En este punto, alguien
podría plantear la pregunta ¿y una buena educación sexual integral no puede solucionar las
cosas? ¿No sería importante para allanarle el camino a la gente en el terreno del sexo?
Consideramos que el psicoanálisis no tiene nada que objetar a los beneficios que puede
aportar la ESI en cuanto a la deconstrucción de prejuicios de género, a la revisión de las
normatividades hegemónicas, a la prevención de enfermedades de transmisión sexual, el
embarazo adolescente, etc. Pero sabemos, con Freud, que hay un punto en el que todos esos
saberes “nunca son completos ni suficientes para la solución del viejo problema” (AE, IX, p.
199). Ninguna educación sexual integral, ningún “esclarecimiento” puede resolver la
consecuencia de la falta de instinto sexual en la especie humana. Frente a la exigencia de la
pulsión, a cada quien le queda la tarea de inventarse una respuesta singular (fantasía, teoría
sexual infantil) respecto de qué es un hombre, qué es una mujer o incluso qué es un no binario
y desde allí arreglárselas sintomáticamente con el problema de la diferencia de los sexos.

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